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Trabajo Práctico Nº 2  | Teología II (2019)  |  UCASAL

Responder las siguientes consignas.

1.- La modernidad había prometido el progreso ilimitado en todo el mundo. La política moderna y la industrialización moderna han mostrado sus límites ¿Qué aportes y qué deudas dejó la modernidad en el Salvador?

El periodo comprendido entre fines de la década de los años 70 y principios de los 80 fue de una gran efervescencia en la historia de El Salvador y tiene muchos ‘actores principales’: las clases campesinas, que cobraron un protagonismo que no habían tenido antes; las fuerzas armadas, que se encontraron ante la posibilidad de liderar un proceso de cambio único en la historia del país, dejando de lado la tradicional alianza con los sectores privilegiados; las clases trabajadoras, cuyas organizaciones populares alcanzaron niveles de adhesión como nunca antes habían tenido; la oligarquía, que no supo ver la oportunidad que se dejarían de lado sus privilegios para la construcción de una sociedad justa; los partidos políticos tradicionales, que sumidos en una práctica corrupta de ejercicio de la democracia se vieron superados por la militancia popular sin poder hacer frente a las exigencias de las mayorías marginadas; los medios de comunicación masiva, que no supieron entrever las oportunidades que se presentaban y permanecieron atados a una mezquina estrategia de sumisión a un sistema en el que se encontraban cómodos; las organizaciones populares que optaron por la violencia como camino hacia una sociedad más justa, cuyos dirigentes de clase media no supieron ver con claridad las necesidades de las mayorías marginadas porque nunca las habían sufrido, y confundieron éstas con sus ideales; y la Iglesia católica, que sumida en un acelerado proceso de revisión de su forma de afrontar la realidad, vio cómo en su seno se abrían corrientes divergentes que la llevaban a un intenso y a veces ardoroso diálogo interno que puso en tela de juicio sus opciones tradicionales y su propia historia en el país.

En la década de los años 70, vivían en la capital del país, San Salvador, un millón de habitantes, la quinta parte del total de la población del país, y allí se centralizaban las actividades industriales, los servicios, el comercio y la administración pública. La producción agraria resultaba, cada vez más, insuficiente para el consumo, lo que ponía en evidencia la progresiva tercerización de la economía, al extremo que el país se vio obligado a importar granos básicos ya a fines de la década de los años 70. Un índice alto de natalidad contribuía a agudizar los problemas y las contradicciones que generaba un capitalismo insaciable. La población era eminentemente rural y la mitad tenía menos de 16 años, lo que le confería un carácter dinámico e inquieto. Los grupos indígenas, sumidos en un acentuado mestizaje, eran muy escasos y estaban marginados del sistema. Las clases sociales que participaban mayoritariamente de los beneficios del sistema señalaban el acentuado crecimiento poblacional como la causa de los males sociales, lo que justificaba el modelo y lo dispensaba de corregir las relaciones de trabajo, de reexaminar los espacios de decisión y de buscar nuevas formas de distribución de la riqueza. El autoritarismo y la democracia en El Salvador del siglo XX han seguido el ritmo del auge y declinación de las economías agrarias y de la oligarquía que fue conformándose ya desde principios del siglo XX. Ésta detentó el poder económico en el país desde la segunda mitad del siglo XIX, lo cual se hizo particularmente evidente cuando los gobiernos liberales liberaron las tierras comunales en propiedad de los indígenas –tierras que tan arduamente había protegido el Derecho Indiano- y las ofrecieron a quien pudiera pagarlas. En El Salvador de la segunda mitad del siglo XX, las contradicciones del sistema social, puestas en evidencia por la pobreza y las marginaciones, se acentuaron, provocando serios cuestionamientos al tradicional sistema social, vigente desde la segunda mitad del siglo XIX. La falta de espacios para el disenso, la escasez de alternativas y la toma de conciencia de las grandes mayorías marginadas en la segunda mitad del siglo XX, llevaron al país a un estado de efervescencia popular sin precedentes en su historia, que se concretó en una intensa militancia: en la década de los años 70, surgieron movimientos populares, urbanos y rurales, en los cuales las mayorías marginadas encontraron la oportunidad de expresar sus necesidades y de exigir reformas radicales. Los gobiernos de turno respondieron a estos cuestionamientos y a estas exigencias con una represión cada vez más intensa, provocando que la convulsión popular encontrara respuestas violentas: la represión de los gobiernos de turno dio origen a la violencia generalizada; la efervescencia popular se transformó en militancia y, con frecuencia, derivó en violencia. Esto llevó a un replanteo de todo el sistema social. La Iglesia católica, tradicionalmente aliada al sistema, comenzó un riquísimo debate interno a partir del Concilio Vaticano II y de las reuniones de la Conferencia Episcopal Latinoamericana de las que surgieron documentos que proponían cambios profundos en la forma de entender la realidad. La profunda revisión de sus opciones la llevó con frecuencia al rompimiento de la monolítica y tradicional unidad interna, y a buscar un sincero acercamiento a los sectores populares y marginados. Algunos sectores del ejército y de las fuerzas armadas, principales soportes del sistema y tradicionales testaferros de los sectores que detentaban el control de las riquezas, buscaron nuevos espacios de intervención política que les permitieran apoyar un orden social más cercano a las necesidades de las mayorías. Los partidos políticos, superados por la militancia popular y las propuestas de las organizaciones populares, y desgastados por un ejercicio democrático corrupto, buscaron mantener su escaso protagonismo sin encontrar respuestas a las necesidades de las grandes mayorías marginadas. La oligarquía, por su parte, se mantuvo fiel a sus intereses, buscando mantenerlos a cualquier costo, y no dudó en exigir del gobierno la más dura represión cuando sus intereses se vieron cuestionados, como ocurrió con las reformas agrarias propuestas por el presidente Molina y por la Junta Revolucionaria de Gobierno surgida del golpe de estado de octubre de 1979. A este respecto, Monseñor Romero, comentaba en marzo de 1980 que “de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre”. Algunos sectores populares cuestionaron radicalmente el sistema optando por la vía armada, decantándose por la violencia como camino hacia una sociedad más justa, conformando grupos guerrilleros que, aprovechando la quebrada geografía del país, y atendiendo a los reclamos de las clases marginadas, optaron por cuestionar la violencia del sistema desde la violencia armada. En este contexto de violencia generalizada, el arzobispo de San Salvador, Monseñor Óscar Arnulfo Romero Galdámez desarrolló su accionar y su pensamiento con una opción cada vez más cercana a los sectores marginados que le llevó a buscar el diálogo y a apoyar las alternativas que pudiesen dar respuesta a las contradicciones del contexto social que le tocó vivir. Influyó poderosamente en su tiempo y su pensamiento, fue atendido por todos los sectores, tanto de derecha como de izquierda, para adherir a su pensamiento o para criticarlo. Los sectores que se vieron cuestionados por su pensamiento ordenaron su asesinato. Monseñor Óscar Arnulfo Romero se convertirá en protagonista principal de este periodo, referente no sólo para la Iglesia católica, sino para toda la población salvadoreña. 

Concluyendo, con la industrialización, los centros urbanos comenzaron a crecer a instancias de la radicación de industrias en las ciudades más importantes del país, en desmedro de la población rural. Concomitantemente, se reestructuró la tenencia de la tierra, se nacionalizó la banca y el comercio exterior, y se plantea un control de precios. Estas reformas trajeron inestabilidad y confrontación entre el gobierno militar y empresarios; y resultando la clase trabajadora y los más pobres los verdaderos perjudicados.

 

2.- Comente brevemente la situación social a la que se enfrentaba el Monseñor Romero en el Salvador. 

Monseñor Romero nace en 1917, era un hombre conservador,  amigo de la oligarquía, buena persona, bondadosa. Él hablaba de resolver los conflictos sociales mediante el amor, la reconciliación, hace llamados de este estilo, pero era cercano a las familias de los oligarcas o terratenientes.

En sus comienzos, estaba en contra de la Teología de la Liberación, en contra del involucramiento de los curas en la política, incluso mantenía cierta distancia con los derechos humanos. Pero,  en 1974, cuando lo hacen titular de la Diócesis de Santiago de María se encuentra con la pobreza y es cuando empieza a cambiar. Advierte que la pobreza tiene responsables concretos. Él consideraba que la pobreza tiene relación con la riqueza, y que había pobres porque había ricos. Vio el dolor y la opresión en los cafetales; para él fue revelador.

En 1977, se convirtió en arzobispo de San Salvador, en medio de un deterioro de la situación política y social del país, sobre todo por la represión estatal y la aplicación de la doctrina de la seguridad nacional, a partir de la Escuela de las Américas, cuya labor era reprimir cualquier intento de rebeldía en los países latinoamericanos.

Uno de los momentos que cambiaron su forma de vida fue el asesinato de su amigo, el jesuita Rutilio Grande, el 12 de marzo de 1977.  Este hecho, le abre definitivamente los ojos frente a la realidad del país. Se da cuenta y sostiene que el gobierno engaña porque presenta como subversivos a los buenos cristianos que él conoció entre los cafetaleros y esto lo lleva a la compasión y a la conversión. Se enfrenta al gobierno que tanto lo había elogiado, protegido y promovido, a través de dos decisiones trascendentales que van a dificultar su relación con los poderes fácticos: primero, decide que no participará en ceremonias oficiales hasta que se aclare la muerte de Rutilio y, segundo, convoca a celebrar una sola misa en la Catedral de San Salvador y prohíbe la realización de las ceremonias religiosas en todas las parroquias del país. Sus homilías empiezan a impactar en la radio, era el programa más escuchado en El Salvador; lo oían tanto los amigos como los enemigos de Monseñor. Conocía al pueblo y su realidad, era la voz de los sin voz, daba cuenta de todo lo que sucedía en el territorio nacional y hablaba mucha fuerza a pesar de su timidez. Fue así que, de incómodo pasó a ser peligroso para los poderosos. Lo acusaron de marxista, de incitar a la violencia, de ser guerrillero, de fomentar el odio y la subversión; incluso la Iglesia local y desde El Vaticano le da la espalda y Juan Pablo II lo conmina a callarse y hablar mal de los comunistas. La iglesia siempre ha hecho política, pero siempre desde arriba, desde el poder; nunca desde abajo, que es lo que empezó a hacer Monseñor Romero junto a los pobres.

El país se encontraba quebrado, confrontado, polarizado. La falta de respuesta a las demandas sociales, configuraría una realidad nacional que culminó en un conflicto armado.

La realidad social, caracterizada por una gran efervescencia popular, le dio nacimiento a grupos revolucionarios que reaccionaron ante el desempleo y la inflación por la que atravesaba la población. Monseñor Romero, en su cuarta carta pastoral, denunció los abusos políticos y llegó a hablar de una auténtica guerra civil y se refirió a la violencia estructural.

 

3.- Según el texto Mons. Romero, un defensor profético de los Derechos humanos.

¿Qué llevo a la conversión de Monseñor Romero? 

El asesinato de Rutilio Grande, del campesino Don Manuel y del niño Nelson provocó lo que se ha llamado la “conversión” de Mons. Romero (en la misma línea en la que se habla y se entiende la conversión de Pablo). Y provocó que comenzara a poner signos proféticos de lo que sería, desde aquel momento, su servicio como arzobispo. Instaló la “misa única”: se suprimieron las otras misas en la archidiócesis el domingo en que se celebró el funeral de Rutilio, Manuel y Nelson, para que todo el mundo pudiera participar, aunque fuese por radio. Esta decisión provocó grandes críticas por parte de los cristianos más conservadores y del nuncio del Vaticano, quien alegaba que celebrar sólo una misa en domingo iba en contra del derecho canónico. 

 

¿Qué opinaba sobre la oligarquía?

 

«Éste es el pensamiento fundamental de mi predicación: nada me importa tanto como la vida humana. Es algo tan serio y tan profundo, más que
la violación de cualquier otro derecho humano, porque es vida de los hijos
 de Dios y porque esa sangre no hace sino negar el amor, despertar nuevos odios, hacer imposible la reconciliación y la paz. Lo que más se necesita hoy aquí es un alto a la represión.»

Monseñor Romero, tenía una gran debilidad por los pobres, por los mas necesitados. Él afirmaba que la oligarquía existía a expensas de los pobres. Se encarnó en ellos, denunció las violaciones a los derechos humanos y se enfrentó a ricos y poderosos por las injusticias y arbitrariedades a la que eran sumidos los más débiles. 

 «La Iglesia no pretende poder político ni basa su acción pastoral sobre el
poder político ni entra en juego de los diferentes partidos políticos ni se
 identifica con ningún partido político. Pero la Iglesia tiene que decir su palabra autorizada aun en problemas que guardan conexión con el orden público ‘cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona humana o la salvación de las almas’. Todo esto es del Concilio. La Iglesia, pues, defiende los derechos humanos de todos los ciudadanos, debe sostener con preferencia a los más pobres, débiles y marginados; promover el desarrollo de la persona humana, ser la conciencia crítica de la sociedad. La Iglesia tiene que ser la conciencia crítica de la sociedad, formar también la conciencia cristiana de los creyentes y trabajar por la causa de la justicia y de la paz.»

 

¿Qué opinaba sobre los movimientos?

 

Para él, el Reinado de Dios no se refiere sólo al otro mundo, sino
 que implica un compromiso en la transformación de este mundo, de manera que se vea que “otro mundo es posible”. Lo dice bien claro en una de sus homilías: 

«Porque yo no quiero ser opio, como alguien ha dicho, en el Bloque Popular Revolucionario que soy. ¡Nunca! Estoy diciendo que, precisamente, estas referencias a la trascendencia son para excitar más la promoción de lo histórico, de lo social, de lo económico, de lo político. Y estoy diciendo que Dios no sólo ha hecho el cielo después de la muerte para el hombre, sino que ha hecho esta tierra también para todos los hombres. ¡Esto no es predicar el opio!» (Homilía del 9-9-1979)
Esto le llevó a dar su apoyo, pero un apoyo crítico, a las organizaciones populares:
«Siento, como pastor, que tengo un deber para con las organizaciones políticas populares. Aun cuando ellas desconfíen de mí, mi deber es defender su derecho de organización, apoyar todo lo justo de sus reivindicaciones; pero así, también, quiero mantener mi autonomía para criticar todos sus abusos de organización, para delatar y denunciar todo aquello que ya significa una idolatría de la organización; y llamarles, en cambio, a un diálogo en el que busquemos entre todos. Las fuerzas organizadas son poderosas en una sociedad y lo pueden todo cuando son capaces de dialogar, pero también disminuyen las fuerzas cuando son fanáticas y no quieren más que su propia voz.» (Homilía del 16-12-1979)

 

¿Qué opinaba sobre la Iglesia en el Salvador?

Él decía: “La Iglesia no puede callar ante esas injusticias del orden económico, del orden político, del orden social. Si callara, la Iglesia sería cómplice del que se margina y duerme un conformismo enfermizo, pecaminoso, o del que se aprovecha de ese adormecimiento del pueblo para abusar y acaparar económicamente, políticamente, y marginar una inmensa mayoría del pueblo. Esta es la voz de la Iglesia, hermanos. Y mientras no se la deje libertad de clamar estas verdades de su Evangelio, hay persecución. Y se trata de cosas sustanciales, no de cosas de poca importancia. Es cuestión de vida o muerte para el reinode Dios en esta tierra.» 

En esta lucha por la justicia, Mons. Romero se sentía en sintonía profunda con todas las personas, cristianas o no, que trabajaban por un mundo más justo. 

Lo subrayó en una homilía, el 3-12-1978: «La Iglesia está cerca de todo hombre que lucha por la justicia, de todo hombre que busca reivindicaciones justas en un ambiente injusto, y que trabaja
por el reino de Dios, sea o no cristiano. La Iglesia no abarca todo el reino de
 Dios. El reino de Dios está más allá de las fronteras de la Iglesia y, por lo tanto la Iglesia aprecia todo aquello que sintoniza con su lucha por implantar el reino de Dios. Una Iglesia que trata solamente de conservarse pura, incontaminada, eso no sería Iglesia de servicio de Dios a los hombres.»

«Una religión de misa dominical pero de semanas injustas no le gusta al Señor. Una religión de mucho rezo pero con hipocresías en el corazón, no es cristiana. Una Iglesia que se instalara sólo para estar bien, para tener mucho dinero, mucha comodidad, pero que olvidara el reclamo de las injusticias, no sería la verdadera Iglesia.» (Homilía del 4-12-1977)

«Aun cuando se nos llame locos, aun cuando se nos llame subversivos, comunistas y todos los calificativos que se nos dicen, sabemos que no hacemos más que predicar el testimonio subversivo de las bienaventuranzas, que le han dado vuelta a todo para proclamar bienaventurados a los pobres, bienaventurados a los sedientos de justicia.» (Homilía del 11-5-1978)

«Muchos quisieran que el pobre siempre dijera que es “voluntad de Dios” vivir pobre. No es voluntad de Dios que unos tengan todo y otros no tengan nada.» (Homilía del 10-9-1978)

«Cuando se le da pan al que tiene hambre lo llaman a uno santo, pero si se

pregunta por las causas de por qué el pueblo tiene hambre, lo llaman comunista, ateísta. Pero hay un “ateísmo” más cercano y más peligroso para nuestra Iglesia: el ateísmo del capitalismo cuando los bienes materiales se erigen en ídolos y sustituyen a Dios.» (Homilía 15-9-1978)

 

 

3.- Si el hombre es "imagen y semejanza de Dios", los derechos humanos son derechos divinos. Entonces ¿Qué derechos reconoce que violentaron en esa época?

Nada hay más importante para la Iglesia que la vida humana, la persona. Sobre todo, de la persona de los pobres y oprimidos, que además de ser humanos, son también seres divinos. La vida de los pobres y de los colectivos empobrecidos por el sistema, fue su causa de lucha y que paradójicamente le costó su propia vida. 

Denuncia la fuerte represión y la violencia cruda, cruel y despiadada de la derecha, que constituye una verdadera provocación a la sociedad salvadoreña. 

La exacerbada idolatría al dinero de los que ostentaban el poder, y el escaso valor que le daban a la vida humana, generó hostilidades inconmensurables que llegaron a la tortura, persecución, secuestro y muerte de todos aquellos que no fueron sumisos a los designios de los poderosos

 

4.-¿Qué hecho llevó a la muerte al Monseñor Romero?

El día 23 de marzo de 1980, un día antes de su muerte, Romero hizo desde la catedral un enérgico llamamiento al ejército salvadoreño, en su homilía titulada La Iglesia, un servicio de liberación personal, comunitaria, trascendente,  que más tarde se conoció como Homilía de fuego: 

“Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles... Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: "No matar". Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión.”

El lunes 24 de marzo de 1980, por la mañana, estuvo en un retiro organizado por el Opus Dei, un encuentro mensual de amigos sacerdotes dirigidos por monseñor Fernando Sáenz Lacalle. En ese día reflexionaron sobre el sacerdocio. Por la tarde del mismo día, aproximadamente a las 6:30 p. m., fue asesinado mientras celebraba una misa en la capilla del hospital Divina Providencia en la colonia Miramonte de San Salvador. Un disparo hecho por un francotirador desde un auto con capota de color rojo impactó en su corazón momentos antes de la consagración. Tenía 62 años.

Treinta y un años después del asesinato, se conoció el nombre del asesino de Romero: fue Marino Samayor Acosta, un subsargento de la sección II de la extinta Guardia Nacional, y miembro del equipo de seguridad del expresidente de la República, quien manifestó que la orden para cometer el crimen la recibió del mayor  Roberto d'Aubuisson, creador de los escuadrones de la muerte y fundador de  ARENA, y del coronel  Arturo Armando Molina. Marino Samayor Acosta habría recibido 114 dólares por realizar esa acción.

 

 

5.- Monseñor Romero hizo carne el proyecto de Jesús. Un verdadero cristiano. ¿Qué es lo más importante que rescatas de este gran personaje?

Fue la voz de los olvidados, de los postergados…de los pobres. Él nos legó el entendimiento sobre el verdadero valor que tiene la vida humana, y el significado de la compasión y la empatía como acción.

Con la fuerza que proviene de Dios, luchó incansablemente y denunció públicamente la violencia y la injusticia, instando a las personas a vivir el mensaje del Evangelio de Cristo de amor al prójimo.

Fue un revolucionario…amó a los pobres.


 

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