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Resumen para el Tercer Parcial  |  Psicoanálisis Freud (Cátedra: Laznik - 2020)  | Psicología  |  UBA

Esquema del psicoanálisis

Las vivencias de los primeros años del niño poseen una significación inigualada para toda su vida posterior. Primero la atención se dirigió a los efectos de ciertos influjos que no alcanzan a todos los niños, aunque se presentan con bastante frecuencia, como el abuso sexual contra ellos cometido por adultos, su seducción por otros niños poco mayores y su conmoción al ser partícipes de testimonios auditivos y visuales de procesos sexuales entre adultos. La sensibilidad sexual del niño es despertada por tales vivencias, y es esforzado su querer alcanzar sexual por unas vías que ya no podrá abandonar. Estas impresiones caen bajo la represión enseguida, o tan pronto quieren retornar como recuerdo, establecen las condiciones para la compulsión neurótica que más tarde imposibilitara al yo gobernar la función sexual y probablemente lo mueva a extrañarse de ella de manera permanente. La última reacción tendrá por consecuencia una neurosis; si falta, se desarrollarán múltiples perversiones o una rebeldía total de esta función, la cual tiene una gran importancia para la configuración de la vida en su totalidad.

Mayor atención recae en el influjo de una situación por la que todos los niños están destinados a pasar, el complejo de Edipo, llamado así porque su contenido retorna en la saga griega del rey Edipo donde el héroe griego mata a su padre y toma por esposa a su madre sin saberlo.

Se describen por separado el desarrollo del varón y la niña pues ahora la diferencia entre sexos alcanza su primera expresión psicológica.

El primer objeto erótico del niño es el pecho materno nutricio (objeto de pulsión, no de amor); el amor se engendra apuntalado en la necesidad de nutrición satisfecha. Al comienzo el pecho no es distinguido del propio cuerpo, cuando tiene que ser divorciado de él toma consigo, como objeto, una parte de la investidura libidinal originalmente narcisista. Este primer objeto se completa luego en la persona de la madre, no solo nutre, sino que también cuida y provoca en el niño múltiples sensaciones corporales, placenteras y displacenteras. En el cuidado del cuerpo ella, la madre, deviene la primera seductora del niño; Ella tiene una significatividad única, es el primer y más intenso objeto de amor y es el arquetipo de todos los vínculos posteriores de amor, en ambos sexos.

Cuando el varoncito, a la edad de 2 o 3, ha entrado en la fase fálica de su desarrollo libidinal, ha recibido sensaciones placenteras de su miembro sexual y ha aprendido a procurárselas a voluntad mediante estimulación manual, deviene el amante de la madre. Desea poseerla corporalmente en las formas que ha colegido por sus observaciones y vislumbres de la vida sexual, y procura seducirla mostrándole su miembro viril. Su masculinidad de temprano despertar busca sustituir junto a ella al padre, quien hasta entonces ha sido su envidiado arquetipo por la fuerza corporal que en el percibe y la autoridad con que lo encuentra revestido. Ahora el padre es su rival, le estorba y quiere quitarselo de encima. Este es el contenido del complejo de Edipo. Varón = el pene es el falo por la investidura narcisista con que lo recubre, masturbación fálica, busca poseer a la madre como objeto.

Cuando la madre comprende que la excitación sexual del niño se dirige hacia ella, al creer no correcto consentirla, le prohíbe el quehacer manual con su miembro. Esta prohibición logra poco, el recurso más tajante es la amenaza de quitarle la cosa con la que la desafía, lo común es que se le ceda al padre la ejecución de la amenaza. Esta amenaza solo produce efectos si antes o después se cumple otra condición, al muchacho le parece inconcebible que pueda suceder, pero si a raíz de la amenaza recuerda la visión de unos genitales femeninos o poco después los ve, genitales a los que le falta esa pieza apreciada, entonces cree en la seriedad de lo que ha oído y vivencia, a caer bajo el influjo del complejo de castración, el trauma más intenso de su joven vida. La amenaza de castración de la madre, donde el agente es el padre, no tiene efecto sin la visión de la niña sin pene.

Los efectos de la amenaza de castración son múltiples e incalculables; atañen a todos los vínculos del muchacho con padre y madre, y luego con hombre y mujer en general. Para salvar su miembro sexual, renuncia de manera más o menos completa a la posesión de la madre. El muchacho cae en una actitud pasiva hacia el padre, como la que atribuye a la madre. A consecuencia de la amenaza resigno la masturbación, pero no la actividad fantaseadora que la acompaña, la única forma de satisfacción sexual que le ha quedado, es cultivada más que antes y en tales fantasías él se identificara todavía con el padre, pero al mismo tiempo con la madre. Retoños y productos de trasmudación de estas fantasías onanistas tempranas suelen procurarse el ingreso en su yo posterior y consiguen tomar parte en la formación de su carácter. La angustia ante el padre y el odio contra él crecen, hay una postura de desafío al padre. Como resto de la fijación erótica a la madre suele establecerse una dependencia hacia ella, que luego se prolongara como servidumbre hacia la mujer. Ya no osa amar a la madre, pero no puede arriesgar no ser amado por ella, así correría el peligro de ser denunciado por ella al padre y quedar expuesto a la castración. La vivencia integra cae bajo una represión de extremada energía y, como lo permiten las leyes del ello inconsciente, todas las mociones se conservan en lo inconsciente y están prontas a perturbar el posterior desarrollo yoico tras la pubertad. Cuando el proceso somático de la masturbación sexual reanima viejas fijaciones libidinales, la vida sexual se revelará inhibida, desunida y se fragmentará en aspiraciones antagónicas entre sí.

Edipo no sabía que era su padre a quien daba muerte y su mare aquella a quien desposaba. La condición de no sapiencia (de no saber) de Edipo es la legitima figuración de la condición de inconsciente en que toda la vivencia se ha hundido para el adulto, y la compulsión del oráculo, que libra de culpa al héroe o está destinada a quitársela, es el reconocimiento de lo inevitable del destino que ha condenado a los hijos varones a vivir todo el complejo de Edipo.

Los efectos del complejo de castración en la niña pequeña son más uniformes, no menos profundos. Ella no tiene que temer la pérdida del pene, pero no puede menos que reaccionar por no haberlo recibido. Envidia al varón por su posesión, todo su desarrollo se consuma bajo el signo de la envidia del pene. Emprende vanas tentativas por equipararse al muchacho y empeños por resarcirse de su defecto, estos conducen a la actitud femenina (la femineidad). Si en la fase fálica intenta conseguir placer como el muchacho por estimulación manual en los genitales, suele no conseguir una satisfacción suficiente, por lo que abandona la masturbación, no quiere recordar la superioridad del varón y se extraña por completo de la sexualidad.

Hay un desasimiento de la madre amada, a quien la hija, bajo el influjo de la envidia del pene, no puede perdonar que la haya echado al mundo tan defectuosamente dotada. Resigna a la madre y la sustituye por otra persona como objeto de amor, el padre. Cuando uno ha perdido un objeto de amor la primera reacción es identificarse con él desde adentro. La identificación con la madre revela ahora a la ligazón madre. La hijita se pone en lugar de la madre, tal como siempre lo ha hecho en sus juegos; quiere sustituirla al lado del padre, odia a la madre antes amada, con una motivación doble, por celos y por mortificación a causa del pene denegado. Su nueva relación con el padre tiene al principio por contenido el deseo de disponer su pene, pero culmina en otro deseo, en recibir el regalo de un hijo de él. El deseo del hijo ha reemplazado al deseo del pene.

Asimetría de Edipos = En la mujer la relación entre complejo de Edipo y complejo de castración se plasma de manera diversa y contrapuesta que en el varón. En este, la amenaza de castración pone fin al complejo de Edipo, en el caso de la mujer, ella es esforzada hacia su complejo de Edipo por el efecto de la falta del pene. Para la mujer conlleva mínimos daños permanecer en su postura edípica femenina (Complejo de Electra). La mujer no tiene por qué salir del complejo de Edipo.

Las formaciones psíquicas de los pacientes se han demostrado menos asequibles al influjo, en la mujer es el deseo del pene, y en el hombre, la actitud femenina hacia el sexo propio, que tiene por premisa la pérdida del pene. Lo rechazado al final del análisis es lo femenino como tal. El límite del análisis, la roca de base, es la roca viva de la castración, se rechaza lo femenino, más allá del falo, la mujer plantea un enigma, algo desconocido.

La organización genital infantil

En la niñez se produce la elección de objeto como la que hemos supuesto característica de la fase de desarrollo de la pubertad. El conjunto de las aspiraciones sexuales se dirige a una persona única y pretenden alcanzar su meta. La unificación de las pulsiones parciales y su subordinación al primado de los genitales y al servicio de la reproducción no se produce en la infancia sino después de la pubertad.

Sin embargo, ya no está satisfecho con que el primado de los genitales no se consuma en la primera infancia. La aproximación de la vida sexual infantil a la del adulto llega mucho más allá, y no se circunscribe a la emergencia de una elección de objeto. Si bien no se alcanza una verdadera unificación de las pulsiones bajo el primado de los genitales, el interés por los genitales y el quehacer genital cobran una significatividad dominante.

Esta organización genital infantil a diferencia del adulto posee una particularidad: para ambos sexos, sólo desempeña un papel un genital, el masculino. Por lo tanto, no hay un primado genital, sino un primado del falo.

Se percibe una diferencia entre varones y mujeres, pero no la relaciona con una diversidad de sus genitales. Para él, es natural presuponer en todos los seres vivos, humanos y animales, un genital parecido al que el mismo posee, busca hasta en las cosas inanimadas una forma análoga a su miembro. Esta parte del cuerpo que se excita con facilidad, parte cambiante y tan rica en sensaciones, ocupa en alto grado el interés del niño, más tarde se exteriorizará como un esfuerzo de investigación, como curiosidad sexual. En el curso de las indagaciones descubre que no es un patrimonio común de todos los seres semejantes a él, gracias a la visión de genitales femeninos; frente a las primeras impresiones de falta de pene, la desconocen, piensan que ya crecerá hasta arribar a la conclusión de que estuvo, pero fue removido. La falta de pene es resultado de una castración y se produce un temor a la pérdida propia. Solo puede apreciarse la significatividad del complejo de castración si a la vez se toma en cuenta su génesis en la fase del primado del falo.

Las primeras pérdidas produjeron daños narcisistas: a raíz de la pérdida del pecho materno, de la deposición de las heces, de la separación del vientre de la madre. Pero sólo se puede hablar de castración cuando representa una pérdida de los genitales masculinos. La representación de un daño narcisista refiere a una perdida que remite al cuerpo propio, a diferencia del complejo de castración, el que se define en relación la premisa universal del pene.

El menosprecio a la mujer, el horror a ella y la disposición a la homosexualidad derivan de la falta del pene en la mujer.

El niño no generaliza rápido la observación de que muchas mujeres no poseen pene, es un obstáculo para ello la suposición de que la falta de pene es consecuencia de la castración a modo de castigo. El niño cree que personas despreciables del sexo femenino, probablemente culpables de las mismas mociones prohibidas en que el mismo incurrió, habrían perdido el genital. Pero las personas respetables, como su madre, siguen conservando el pene. Para el niño, ser mujer no coincide todavía con la falta de pene. Solo cuando aborda los problemas de la génesis y el nacimiento de los niños la madre perderá el pene y se edificarán teorías destinadas a explicar el trueque del pene a cambio de un hijo (como la teoría de la cloaca). Nunca se descubren los genitales femeninos. Constitución del complejo de castración: efecto del encuentro entre la amenaza de castración y la castración de la madre (comparable a la separación de la madre).

La elección de objeto introduce la primera oposición sujeto-objeto. En el estadio de la organización pregenital sádico-anal no cabe hablar de masculino y femenino; la oposición entre activo y pasivo es la dominante. En el siguiente estadio de la organización infantil hay algo masculino, pero no algo femenino; genital masculino o castrado. Solo con la culminación del desarrollo en la época de la pubertad, la polaridad sexual coincide con masculino y femenino. Lo masculino reúne el sujeto, la actividad y la posesión del pene; lo femenino, el objeto y la pasividad. La vagina es apreciada ahora como albergue del pene, recibe la herencia del vientre materno.

Pegan a un niño

Fases de la constitución de la fantasía, secuela del complejo de Edipo: El padre pega al niño/yo soy golpeada por mi padre/los niños son golpeados.

I . La representación-fantasía “pegan a un niño” es confesada con frecuencia por neuróticos, probablemente también en aquellos sin enfermedad manifiesta.

La fantasía se halla anudada a sentimientos placenteros en virtud de los cuales se la ha reproducido innumerables veces. Se abre paso una satisfacción onanista, primero por propia voluntad, y luego con carácter compulsivo y a pesar de su empeño contrario.

La confesión de esta fantasía sólo sobreviene con titubeos, el recuerdo de su primera aparición es inseguro, una inequívoca resistencia sale al paso de su tratamiento analítico, y la vergüenza y el sentimiento de culpa se movilizan con gran vigor.

Las primeras fantasías de esta clase se cultivaron en una etapa temprana, pero cuando el niño co-presencia como otro es azotado en la escuela, puede convocar aquellas fantasías si se habían adormecido, las refuerza si aún persistían, y modifica de manera apreciable su contenido. A partir de ese entonces muchos niños, en número indeterminado, son azotados. Relación con la literatura.

La representación-fantasía “un niño es azotado” es investido con elevado placer y desemboca en un acto de satisfacción auto erótica placentera, sin embargo, al vivenciarlo no había goce sino repulsión, en algunos casos era insoportable el co vivenciar escenas reales de paliza en la escuela.

La investigación se dirige a averiguar quién era el niño azotado, el fantaseador o un extraño, siempre era el mismo o cambiaba, quien era el azotador, o el niño fantaseaba que él era quien azotaba. Siempre la respuesta ante estas preguntas era: No sé nada más sobre eso; pegan a un niño. No se podía decir si el placer adherido a la fantasía de paliza era sádico o masoquista.

II . Una fantasía así que emerge a raíz de ocasiones casuales y se retiene para la satisfacción auto erótica es un rasgo primario de perversión. Uno de los componentes de la función sexual se anticipa a los otros en el desarrollo y se vuelve autónomo de manera prematura, fijándose luego y sustrayéndose por esta vía de los ulteriores procesos evolutivos. Puede caer bajo la represión, ser sustituida por una formación reactiva, ser sublimada o convertirse en perversión que se conserva en la madurez.

Si ese componente sexual que se separó temprano es el sádico, nos formamos la expectativa de que su ulterior represión genere una predisposición a la neurosis obsesiva.

Estas fantasías de paliza permanecen apartadas del restante contenido de la neurosis y no ocupan un sitio legitimo dentro de su ensambladura.

III . Es en el periodo de la infancia que abarca de los 2 a 5 años cuando por primera vez los factores libidinosos congénitos son despertados por las vivencias y ligados a ciertos complejos. Las fantasías de paliza solo aparecen al final de ese periodo o después de él. Es probable que tengan una prehistoria, recorran un desarrollo y correspondan a un resultado final, no a una exteriorización final. Esta conjetura es corroborada por el análisis.

Esta fantasía presenta una historia evolutiva en cuyo desarrollo cambia su vínculo con la persona fantaseadora, su objeto, contenido y significado.

1° fase: Corresponde a una época muy temprana de la infancia. El niño azotado es otro, casi siempre un hermanito, nunca el fantaseador. Al no poder establecer un vínculo constante entre el sexo del fantaseador y el del azotado, no es una fantasía masoquista, sino sádica. El que pega no es nunca el fantaseador sino un adulto indeterminado. Más adelante se vuelve reconocible como el padre. El padre pega al niño que yo odio. La primera fase de la fantasía se formula como “El padre pega al niño”.

2° fase: sigue pegando el padre, pero el niño azotado es otro, el fantaseador mismo, la fantasía se ha teñido de placer. “Yo soy azotado por el padre”. Posee un carácter masoquista. Es la fase más importante y grávida en consecuencias. No existe realmente, no es recordada ni puede devenir consciente, es una construcción del análisis.

3° fase: Se aproxima nuevamente a la primera fase. Tiene el texto conocido por la comunicación de los pacientes. La persona que pega nunca es el padre, es indeterminada como en la primera fase o es investida por un subrogante del padre, como un maestro. La persona propia del niño no aparece en la fantasía, el paciente expresa que probablemente está mirando, y ahora son muchos niños los azotados, no solo uno.

La situación originaria, simple y monótona del ser azotado puede experimentar variaciones y adornos, el azotamiento puede sustituirse por castigos y humillaciones. El carácter esencial que diferencia aun las fantasías más simples de esta fase de las de la primera y establece el nexo con la intermedia es que la fantasía es ahora portadora de una excitación intensa, inequívocamente sexual, y como tal procura la satisfacción onanista.

IV . La época en que se sitúa a la fantasía y desde las cuales se la recuerda, la niña aparece enredada en las excitaciones de su complejo parental, de Edipo.

La niña está fijada tiernamente al padre y posee una actitud de odio y competencia hacia la madre. Los otros hijos la disgustan pues son con quienes debe compartir el amor de los padres. Ser azotado, aunque no haga mucho daño, significa una destitución del amor y una humillación. Por eso es una representación agradable que el padre azote al niño odiado, significa que no lo ama a él, sino “sólo a mí”.

Ese es el contenido y significado de la fantasía en la primera fase. Esta satisface los celos del niño y depende de su vida amorosa, también recibe vigoroso apoyo de sus intereses egoístas. Por eso es dudoso categorizarla como puramente sexual, tampoco como sádica.

En esta prematura elección de objeto del amor incestuoso, la vida sexual del niño alcanza el estadio de la organización genital ( fálica, genital masculino). No falta en el niño el deseo de tener un hijo con la madre y en la niña el de recibir un hijo del padre. Estos enamoramientos incestuosos son reprimidos, están destinados a sepultarse, se reprime la elección incestuosa de objeto.

Lo que estuvo presente inconscientemente como resultado psíquico de las mociones incestuosas de amor ya no es acogido más por la consciencia de la nueva fase, y de lo que eso ya había devenido consciente es de nuevo esforzado hacia afuera. Al mismo tiempo con este proceso represivo aparece una conciencia de culpa anudada a los deseos incestuosos y justificada por su perduración en lo inconsciente.

La fantasía de la época del amor incestuoso decía “mi padre me ama sólo a mí pues al otro niño le pega”. La conciencia de culpa no sabe hallar castigo más duro que una inversión de este triunfo (no, no te ama a ti, pues te pega). Entonces la fantasía de la segunda fase en la que es uno azotado por el padre, pasaría a ser la expresión directa de la consciencia de culpa ante la cual ahora sucumbe el amor por el padre y deviene masoquista. Pero no es este el contenido íntegro del masoquismo. La consciencia de culpa no puede haber conquistado solo el campo de batalla, la moción de amor tiene que haber tenido su parte en ello. Se trata de niños en quienes el componente sádico pudo salir a primer plano de manera aislada y prematura por razones constitucionales ( rasgo primario de pulsión). Masoquismo: culpa y erotismo. Justamente en estos niños se ve particularmente facilitado el retroceso a la organización pre genital sádico anal de la vida sexual. Cuando la represión afecta la organización genital recién alcanzada no solo el amor incestuoso deviene inconsciente sino también la organización experimenta un rebajamiento regresivo. El padre me ama se entendía en el sentido genital; por medio de la regresión se muda en el padre me pega. El ser azotado es una conjunción entre conciencia de culpa y erotismo: no sólo es un castigo por la referencia genital prohibida, sino también su sustituto regresivo, y recibe a partir de esta fuente (sádico anal) su excitación libidinosa que se descargará en actos onanistas. Solo esta es la esencia del masoquismo.

La fantasía de la segunda fase, la de ser uno mismo azotado por el padre, permanece por regla general inconsciente, a consecuencia de la intensidad de la represión. Debe reconstruirse en el análisis.

La fantasía de la tercera fase es una sustitución de fantasías inconscientes, que retorna al sadismo. En la frase “El padre pega a otro niño, sólo me ama a mí” la primera parte posee el acento y la segunda es reprimida. Solo la forma de la fantasía es sádica, la satisfacción es masoquista, al sustituir los niños por la persona propia. Ha tomado sobre sí la investidura libidinosa reprimida.

V . La perversión es parte del proceso de desarrollo normal del niño; se refiere al amor incestuoso de objeto, al complejo de Edipo; surge primero sobre el terreno de este complejo y al ser quebrantado permanece como una secuela de él, como heredera de su carga libidinosa y poseedora de su conciencia de culpa.

Todas las perversiones infantiles tienen su génesis en el complejo de Edipo.

El complejo de Edipo es el núcleo de la neurosis y la sexualidad infantil, que culmina en él, es la condición efectiva de la neurosis, lo que resta de él como secuela constituye la predisposición del adulto a contraer más tarde una neurosis. La fantasía de paliza y otras fijaciones perversas son las cicatrices del complejo tras su expiración como el complejo de inferioridad corresponde a la cicatriz narcisista.

El masoquismo no es una exteriorización pulsional primaria, sino que nace por una reversión del sadismo hacia el Yo, por regresión del objeto al Yo. La trasmudación del sadismo en masoquismo parece acontecer por el influjo de la conciencia de culpa que participa durante la represión. La represión se exterioriza en tres efectos: vuelve inconsciente el resultado de la organización genital; constriñe a esta última a la regresión hasta el estadio sádico-anal (gracias a la endeblez de la organización genital); muda su sadismo en el masoquismo pasivo, en cierto sentido de nuevo narcisista, se produce de manera necesaria porque a la conciencia de culpa le escandaliza tanto el sadismo como la elección incestuosa de objeto entendida en sentido genital.

Los neuróticos sitúan el onanismo en el centro de su consciencia de culpa, esa se refiere al onanismo de la primera infancia, no de la pubertad, se refiere no al acto onanista, sino a la fantasía que estaba en su base de manera inconsciente, la fantasía proveniente del complejo de Edipo.

Importante significatividad de la tercera fase de la fantasía, aparentemente sádica, por portar la excitación que esfuerza al onanismo, incita actividad fantaseadora. Empero, es de importancia mayor la segunda fase, inconsciente y masoquista, la fantasía de ser uno mismo azotado por el padre. Continua su acción eficaz por mediación de aquella que la sustituye, se pesquisan efectos suyos sobre el carácter, derivados de manera inmediata de su versión inconsciente.

VI . En la niña la fantasía recorre 3 fases; una de ellas, la 1º y la última se recuerdan como Cc, mientras q la 2º permanece Icc. Las 2 Cc parecen sádicas y la intermedia (Icc) es masoquista; su contenido es de ser azotado por el padre, y a ella adhieren la carga libidinosa y la Cc de culpa. En la 1º y la 3º, el niño azotado es siempre otro; en la intermedia, la persona propia. En la tercera suelen ser los varones los azotados. La persona que pega es desde el comienzo el padre, luego alguien que hace sus veces, tomado de la serie paterna. La fantasía Icc de la fase intermedia tuvo originariamente significado genital; surgió, por represión y regresión, del deseo incestuoso de ser amado por el padre.

En el niño la fantasía tenia por contenido ser azotado por la madre (luego, una persona sustituta). Se diferenciaba de la 2º fase de la niña por el hecho de q podía devenir Cc. En la tercera fase la persona propia del muchacho no se sustituye por muchas indeterminadas, ajenas, por muchas niñas.

La fantasía cc o susceptible de serlo, cuyo contenido es ser azotado por la madre, no es primaria. Tiene un estadio previo por lo común inconsciente, de contenido “yo soy azotado por el padre”; este estadio previo corresponde a la segunda fase de la fantasía de la niña. La fantasía cc de ser azotado por la madre se sitúa en el lugar de la tercera fase de la niña donde muchos niños son azotados.

El ser azotado de la fantasía masculina es un ser amado en el sentido genital el cual se degrada vía regresión. Entonces la fantasía Icc no es “soy azotado por el padre” sino “soy amado por el padre” que ha sido transmudada en la fantasía Cc “soy azotado por la madre”. La fantasía de paliza del varón es entonces desde el comienzo mismo pasiva, nacida efectivamente de la actitud femenina hacia el padre.

En ambos (niña y niño) la fantasía de paliza deriva de la ligazón incestuosa con el padre.

En la niña la fantasía masoquista Icc (2º) parte de la postura edípica normal, en el niño (1º) de la trastornada, que toma al padre como objeto de amor. En la niña hay una fase anterior en q la acción recae sobre a quien se odia por celos, lo cual falta en el varón. En el paso a la fantasía Cc, la niña (3º) retiene al padre y cambia a la persona azotada; el varón (2º) cambia la persona del padre por la madre y sigue siendo él mismo el azotado. En la niña la situación originariamente masoquista (2º) es sustituida por una sádica tras la represión; en el varón sigue siendo masoquista. Se sustrae de su homosexualidad reprimiendo y refundiendo la fantasía Icc. La niña se fantasea varón sin volverse varonilmente activa y sólo presencia el acto como espectadora. El muchacho se siente mujer en su fantasía Cc y dota a las mujeres azotadoras propiedades masculinas.

Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos

Complejo de Edipo: El niño retiene el mismo objeto al que ya en el periodo de lactancia y crianza, había investido con su libido todavía no genital y toma al padre como un rival perturbador a quien querría eliminar y sustituir. La actitud edípica del varón pertenece a la fase fálica, y se va al fundamento por la angustia de castración, o sea, por el interés narcisista hacia los genitales. Aun en el varón, el complejo de Edipo es de sentido doble, también él quiere sustituir a la madre como objeto de amor del padre, a esto se le denomina actitud femenina.

En la prehistoria del complejo de Edipo, hay en ella una identificación [primaria: ideal del yo] de naturaleza tierna con el padre, de la que todavía está ausente en el sentido de la rivalidad hacia la madre. Otro elemento de esta prehistoria es el quehacer masturbatorio con los genitales [fase fálica], siempre presente; es el onanismo de la primera infancia, cuya sofocación más o menos violenta, por parte de las personas encargadas de la crianza, activa al complejo de castración. Este onanismo es dependiente del complejo de Edipo y significa la descarga de su excitación sexual.

Inicialmente la madre fue para ambos el primer objeto, el varón lo retiene para el complejo de Edipo. Pero ¿Cómo llega la niña a resignarlo y a tomar a cambio al padre por objeto? Se toma en cuenta para dar luz a ello, la prehistoria de la relación edipica en la niña.

Hay mujeres que perseveran con particular intensidad y tenacidad en su ligazón-padre y en el deseo de tener un hijo de él, en que esta culmina. El complejo de Edipo tiene en los casos una larga prehistoria y es una formación secundaria.

En la fase fálica, al notar el pene de un niño, lo supone como el correspondiente superior de su órgano y cae víctima de la envidia de pene.

Hay una oposición en la conducta de ambos sexos: en el caso análogo, cuando el varón ve por primera vez los genitales femeninos, primero desmiente su percepción y se muestra poco interesado, busca subterfugios para hacerla acordar con su expectativa [premisa fálica: un solo órgano, el masculino] y más tarde cobra influencia la amenaza de castración, que vuelve significativa su observación: su recuerdo lo somete a la creencia de la efectividad de la amenaza.

Nada de eso ocurre en la niña. En el acto se forma su juicio y su decisión. Ha visto eso, sabe que no lo tiene y quiere tenerlo.

Se bifurca el complejo de masculinidad de la mujer, que puede deparar grandes dificultades al prefigurado desarrollo hacia la feminidad [se posiciona en un lugar masculino]. La esperanza de recibir, alguna vez, un pene o la desmentida donde se rehúsa a aceptar su castración, se afirma la convicción de que posee un pene y se comporta como un varón.

Devienen ciertas consecuencias psíquicas de la envidia del pene. Con la admisión de la herida narcisista se establece un sentimiento, como una cicatriz, de inferioridad. Superado el primer intento de explicar su falta de pene como castigo personal, y tras aprehender la universalidad de este carácter sexual, empieza a compartir el menosprecio del varón por ese sexo mutilado en un punto decisivo.

Aunque la envidia del pene haya renunciado a su objeto genuino, no cesa de existir: pervive en el rasgo de carácter de los celos, con leve desplazamiento.

Otra consecuencia de la envidia del pene es el aflojamiento de los vínculos tiernos con el objeto madre a quien se responsabiliza de la falta de pene. Tras el descubrimiento de la desventaja en los genitales, pronto afloran celos hacia otro niño a quien la madre ama más, con lo cual se adquiere una motivación para desasirse de la ligazón-madre. Otro efecto de la envidia de pene/descubrimiento de la inferioridad del clítoris, la naturaleza de la mujer está más alejada de la masturbación. La masturbación en el clítoris sería una actitud masculina y el despliegue de la feminidad tendría por condición la remoción de la sexualidad clitorídea [cambio de zona erógena]. Tras la envidia de pene se produce una contracorriente opuesta al onanismo, que es un preanuncio de aquella oleada represiva que en la pubertad eliminará gran parte de la sexualidad masculina para dejar espacio a la feminidad.

Esta sublevación de la niña pequeña contra el onanismo fálico se explica mediante el supuesto de que algún factor concurrente le vuelvo acerbo el placer que le dispensaría esa práctica. Acaso no haga falta buscar muy lejos ese factor; podría ser la afrenta narcisista enlazada con la envidia del pene, el aviso de que a pesar de todo no puede habérselas en este punto con el varón y sería mejor abandonar la competencia con él. De esta manera, el conocimiento de la diferencia anatómica entre los sexos esfuerza a la niña pequeña a apartarse de la masculinidad y del onanismo masculino, y a encaminarse por nuevas vías que llevan al despliegue de la feminidad.

Hasta este momento no estuvo en juego el complejo de Edipo, ni había desempeñado papel alguno. Pero ahora la libido de la niña se desliza a una nueva posición. Resigna el deseo del pene para remplazarlo por el deseo de un hijo y con este propósito toma al padre [portador del falo] como objeto de amor. La madre pasa a ser objeto de los celos, y la niña deviene una pequeña mujer. En esta nueva situación puede llegar a tener sensaciones corporales que han de apreciarse como un prematuro despertar del aparato genital femenino. Y si después esta ligazón-padre tiene que resignarse por mal lograda, puede atrincherarse en una identificación-padre con la cual la niña regresa al Complejo de masculinidad y se fija eventualmente a él.

En la niña, el complejo de Edipo es una formación secundaria. Las repercusiones del complejo de castración le preceden y lo preparan. En cuanto al nexo entre complejo de Edipo y complejo de castración, se establece una oposición fundamental entre los dos sexos. Mientras que el complejo de Edipo del varón se va al fundamento debido al complejo de castración, el de la niña es posibilitado e introducido por este último. [asimetría de los Edipos]. Esta contradicción se esclarece si se reflexiona en que el complejo de castración produce en cada caso efectos en el sentido de su contenido: inhibidores y limitadores de la masculinidad, y promotores de la feminidad. La diferencia entre el varón y la mujer en cuanto a esta pieza del desarrollo sexual es una comprensible consecuencia de la diversidad anatómica de los genitales y de la situación psíquica enlazada con ella; correspondiente al distinto entre castración consumada y mera amenaza de castración.

El complejo de Edipo no pude dejar de producir consecuencias. En el varón, no es simplemente reprimido; zozobra formalmente bajo el choque de la amenaza de castración. Sus investiduras libidinosas son resignadas, desexualizadas y en parte sublimadas; sus objetos son incorporados al yo, donde forman el núcleo del superyó y prestan a esta neo formación sus propiedades características. Súper yo heredero del Complejo de Edipo, no subsiste en lo inconciente ningun complejo de Edipo. La neurosis estriba en una renuencia del yo frente a la exigencia de la funcion sexual.

En la niña falta el motivo para la demolición del complejo de Edipo. La castración ya ha producido antes su efecto, y consistió en esforzar a la niña a la situación del complejo de Edipo. Por eso este último escapa al destino que le esta deparado en el varón; puede ser abandonado poco a poco, tramitado por represión, o sus efectos penetrar mucho en la vida anímica que es normal para la mujer. Modificación de la formación súper yo.

El sepultamiento del complejo de Edipo

El complejo de Edipo es el fenómeno central del período sexual de la primera infancia. Después cae sepultado, sucumbe a la represión y es seguido por el período de latencia. Se viene a pique a raíz de las dolorosas desilusiones acontecidas. La niña quiere ser objeto de amor del padre, pero vivirá una reprimenda por parte de él. El varón considera a la madre su propiedad, pero experimenta como la madre le quita amor y cuidados para dárselos a un recién nacido. Aun donde no ocurran acontecimientos particulares, la falta de la satisfacción esperada surgirá. Así, el complejo de Edipo caería por su fracaso, a causa de una imposibilidad interna.

Otra concepción considera que el Complejo de Edipo tiene que caer porque ha llegado el tiempo de su disolución. Este es un fenómeno determinado por la herencia, dispuesto por ella, que tiene que desvanecerse de acuerdo con el programa cuando se inicia la fase evolutiva siguiente, pre determinada.

El desarrollo sexual del niño progresa hasta una fase en que el genital [el falo] ya ha tomado sobre si el papel rector. Pero este genital es solamente el masculino, porque los femeninos siguen sin ser descubiertos. La fase fálica, contemporánea al complejo de Edipo, no prosigue su desarrollo hasta la organización genital definitiva, sino que se hunde y es relevada por el periodo de latencia.

Cuando el varón ha entrado en la fase fálica de su desarrollo libidinal, ha recibido sensaciones placenteras de su miembro sexual y ha aprendido a procurárselas a voluntad mediante estimulación manual. Los adultos están en desacuerdo con ese obrar, y sobreviene la amenaza de castración, usualmente reforzada por el padre. La tesis es que la organización genital fálica en el niño se va a pique a raíz de esta amenaza de castración. Al principio, el varón no presta atención a esta amenaza. El psicoanálisis ha atribuido valor a dos clases de experiencias que ningún niño está exento y por las cuales debería estar preparado para la perdida de partes muy apreciadas de su cuerpo: el retiro del pecho materno, primero temporario y definitivo después, y la separación del contenido de los intestinos, diariamente exigido. Pero nada se advierte en cuanto a que estas experiencias tuvieran algún efecto con ocasión de la amenaza de castración. Lo que quiebra su incredulidad es la observación de los genitales femeninos. Con ello se vuelve representable la pérdida de su propio pene, y la amenaza de castración obtiene su efecto con posterioridad.

La masturbación es sólo la descarga genital de la excitación sexual perteneciente al complejo. El complejo de Edipo ofrece dos posibilidades de satisfacción: una activa, situándose masculinamente en el lugar del padre y, como él, mantener comercio sexual con la madre, a raíz de lo cual el padre es sentido como un obstáculo; y una pasiva queriendo sustituir a la madre y ser amado por el padre. Pero es cierto que el pene cumplió un papel, pues lo atestiguaban sus sentimientos de órganos. La aceptación de la posibilidad de la castración, la intelección de que la mujer es castrada, puso fin a las dos posibilidades de satisfacción derivadas del complejo de Edipo. En efecto, ambas conllevaban la pérdida del pene; una, la masculina, en calidad de castigo, y la otra, la femenina, como premisa. Si la satisfacción amorosa en el terreno del complejo de Edipo debe costar el pene, entonces por fuerza estallara el conflicto entre el interés narcisista en esta parte del cuerpo [valor fálico] y la investidura libidinosa de los objetos parentales. En este conflicto triunfa, normalmente, el primero de esos poderes: el yo del niño renuncia el complejo de Edipo.

Las investiduras de objeto son resignadas y sustituidas por identificación. La autoridad del padre, o de ambos progenitores, es introyectada al yo, forma ahí el núcleo del superyó, que toma prestada del padre su severidad y perpetúa la prohibición del incesto y, así, asegura al yo contra el retorno de la investidura libidinosa de objeto. El superyó es el heredero del complejo de Edipo. Las aspiraciones libidinosas son desexualizadas y sublimadas, inhibidas en su meta y mudadas en mociones tiernas. Con este proceso se inicia el período de latencia que interrumpe el desarrollo sexual del niño. El extrañamiento del yo respecto del complejo de Edipo es producto de la represión, pero equivale a la destrucción y cancelación del complejo. Si esto último no ocurre, el complejo subsistirá en el Icc y más tarde exteriorizará su efecto patógeno.

También el sexo femenino desarrolla un complejo de Edipo, un súper yo y un periodo de latencia, así como una organización fálica y un complejo de castración. Pero no suceden de igual manera que en el varón. En la niña, el clítoris se comporta al comienzo en un todo como un pene, pero ella, por la comparación con un varón, percibe que es "demasiado corto", y siente este hecho como un perjuicio y una razón de inferioridad. Durante un tiempo se consuela con la expectativa de que después crezca, ella tendrá un apéndice tan grande como el del varón. Es en este punto donde se bifurca el complejo de masculinidad de la mujer. Pero la niña no comprende su falta actual como un carácter sexual, sino que lo explica mediante el supuesto de que una vez poseyó un miembro igualmente grande, y después lo perdió por castración. No extiende esta inferencia de sí misma a otras mujeres adultas, sino que atribuye a estas un genital grande y completo, masculino. Así se produce esta diferencia esencial: la niñita acepta la castración como un hecho consumado, mientras que el varoncito tiene miedo a la posibilidad de su consumación.

Excluida la angustia de castración, está ausente también un poderoso motivo para instituir el superyó e interrumpir la organización genital infantil. Mucho más que en el varón, estas alteraciones parecen ser el resultado de la educación, del amedrentamiento externo, que amenaza con la perdida de ser-amado. El complejo de Edipo es más univoco que en el varón. Es raro que vaya más allá de la sustitución de la madre y de la actitud femenina hacia el padre. La renuncia al pene no se soportará sin un intento de resarcimiento. La muchacha desliza, a lo largo de la ecuación simbólica, del pene al hijo; su complejo de Edipo culmina en el deseo, alimentado por mucho tiempo, de recibir como regalo un hijo del padre, parirle un hijo. Se tiene la impresión de que el complejo de Edipo es abandonado después poco a poco porque este deseo no se cumple nunca. El deseo de poseer un pene y recibir un hijo permanecen en el Icc, donde se conservan con fuerte investidura y preparan la posterior sexualidad.

Conferencia 33: La feminidad

Preeminencia de la ligazón-madre pre edipica sobre el complejo de Edipo femenino. Falta de un representante psíquico del sexo femenino.

Asimetría del complejo de Edipo entre varón y niña dependiendo de la disimetría que impone el falo: la diferencia entre varón y mujer corresponde al distingo entre castración consumada y mera amenaza de castración.

El complejo de castración depende directamente de la premisa fálica, en el cuerpo femenino no falta nada.

Complejo de Edipo estructura que ordena las relaciones de la niña con sus progenitores.

Entrada en el complejo de Edipo: pasaje desde su fase masculina a la femenina.

Las dos tareas a realizar para entrar en el complejo de Edipo, la niña debe trocar zona erógena y objeto.

Lo masculino y lo femenino se mezclan en el individuo, aunque en una persona esta presente solo una clase de productos genesicos, la constitucion de lo masculino y lo femenino no tiene que ver con la anatomia.

La feminidad consiste en la predilección por metas pasivas. Las normas sociales esfuerzan a la mujer hacia situaciones pasivas. En la feminidad su propia constitución le prescribe a la mujer sofocar su agresión, y la sociedad se lo impone; esto favorece que se plasmen en ella intensas mociones masoquistas, susceptibles de ligar eróticamente tendencias destructivas vueltas hacia adentro. El masoquismo es entonces, auténticamente femenino.

El psicoanálisis no pretende describir que es la mujer sino indagar cómo deviene, cómo se desarrolla la mujer a partir del niño de disposición bisexual.

Abordamos la indagación del desarrollo sexual femenino con dos expectativas: la primera, que tampoco en este caso la constitución ha de plegarse sin renuencia a la función; la segunda, que los cambios decisivos ya se habrán encaminado o consumado antes de la pubertad. Además, una comparación con las constelaciones estudiadas en el varón nos dice que el desarrollo de la niña pequeña hasta la mujer adulta normal es más difícil y complicado, pues incluye dos tareas adicionales [cambio de objeto y de zona erógena] que no tienen correlato alguno en el desarrollo del varón.

Los dos sexos parecen recorrer las primeras fases del desarrollo libidinal de forma similar. Con el ingreso en la fase fálica, las diferencias entre los sexos retroceden en toda la línea ante las concordancias. La niña pequeña es como un pequeño varón. Esta fase se singulariza en el varón por el hecho de que sabe procurarse sensaciones placenteras de su pequeño pene. Lo propio hace la niña con su clítoris, aún más pequeño. Parece que en ella todos los actos onanistas tuvieran por teatro este equivalente del pene, y que la vagina, genuinamente femenina, fuera todavía algo no descubierto para ambos sexos. En la fase fálica de la niña el clítoris es la zona erógena rectora. Pero no está destinada a seguir siéndolo; con la vuelta hacia la feminidad el clítoris debe ceder en todo o en parte a la vagina su sensibilidad y con ella su valor, y esta sería una de las dos tareas que el desarrollo de la mujer tiene que solucionar, mientras que el varón, con más suerte, no necesita sino continuar en la época de su madurez sexual lo que ya había ensayado durante su temprano florecimiento sexual.

La segunda tarea que gravita sobre el desarrollo de la niña. El primer objeto de amor del varón es la madre, quien lo sigue siendo también en la formación del complejo de Edipo, y en el fondo, durante toda su vida. También para la niña tiene que ser la madre el primer objeto; en efecto las primeras investiduras de objeto se producen por apuntalamiento en la satisfacción de las grandes y simples necesidades vitales, y las circunstancias de la crianza son las mismas para los dos sexos. En la situación edípica es el padre quien ha devenido objeto de amor para la niña. Por lo tanto, con la alternancia de los periodos la niña debe troncar zona erógena y objeto, mientras que el varón retiene ambos. ¿Cómo pasa la niña de la madre a la ligazón con el padre, de su fase masculina a la femenina, que es su destino biológico?

En la niña hay un estadio previo (preedípico) de ligazón-madre donde el padre es solo un rival; en muchos casos la ligazón-madre dura hasta pasado el cuarto año. Casi todo lo que más tarde hallamos en el vínculo con el padre preexistió en ella, y fue transferido de ahí al padre. No se puede comprender a la mujer si no se pondera esta fase de la ligazón-madre preedipica.

Los vínculos libidinosos de la niña con la madre atraviesan las tres fases de la sexualidad infantil, cobran los caracteres de cada una de ellas, se expresan mediante deseos orales, sádico-anales, y fálicos. Subrogan tanto mociones activas como pasivas.

El destino es que está ligazón-madre se vaya a pique y de sitio a la ligazón-padre. El extrañamiento de la madre se produce con hostilidad y odio a partir de diversos reproches. Se reprocha el hecho de haberle suministrado poca leche (explicitado como falta de amor) ya que el ansia del niño es insaciable y nunca se consoló de la pérdida del pecho. Otro de los reproches es cuando aparece un hermanito, al cual se le dio el alimento que se le sacó a él. Se siente destronado y se vuelve desobediente e involuciona sobre el gobierno de las excreciones. El niño exige exclusividad, no admite ser compartido. Una fuente de la hostilidad del niño a la madre, la proporcionan los múltiples deseos sexuales, variables de acuerdo con la fase libidinal, que no son satisfechos. La más intensa de estas denegaciones es en el periodo fálico, cuando la madre prohíbe el quehacer placentero en los genitales, hacia el cual, empero, ella misma había orientado al niño. Exigencias de amor e imposibilidad de cumplir los deseos sexuales.

Todos estos factores (postergaciones, desengaños de amor, celos, seducción con la prohibición subsiguiente) adquieren eficacia también en la relación del varón con la madre, pero no son capaces de enajenarlo del objeto-madre. El factor especifico, que se haya en la niña y no en el varón, reside en el complejo de castración. Y en efecto, la diferencia anatómica (entre los sexos) no puede menos que imprimirse en consecuencias psíquicas. La muchacha hace responsable a la madre de su falta de pene y no le perdona ese perjuicio.

También a la mujer se le atribuye un complejo de castración, pero no tiene el mismo contenido que el del varón. En este, el complejo de castración nace después que por la visión de unos genitales femeninos se enteró de que el miembro tan estimulado por él no es complemento necesario del cuerpo. Se acuerda de las amenazas que se atrajo por ocuparse de su miembro, empieza a creerlas, en ese momento cae bajo el influjo de la angustia de castración, que pasa a ser el más potente motor de su ulterior desarrollo. El complejo de castración de la niña se inicia con la visión de los genitales del otro sexo. Al punto nota la diferencia y su significación, se siente perjudicada y expresa "que le gustaría tener algo así", y entonces cae presa de la envidia del pene, que deja huellas imborrables en su desarrollo y en la formación de su carácter, y aun en el caso más favorable no se superara sin un serio gasto psíquico. Que la niña admita el hecho de su falta de pene no quiere decir que se someta sin más a él. Al contrario, se aferra por largo tiempo al deseo de llegar a tener algo así, cree en esa posibilidad hasta una edad inverosímilmente tardía. Se conserva en el Icc y retiene una considerable investidura energética. Celos y envidia desempeñan un papel importante en la vida anímica de las mujeres.

El descubrimiento de su castración es un punto de viraje en el desarrollo de la niña. De ahí parten tres orientaciones del desarrollo: una lleva a la inhibición sexual o a la neurosis; la siguiente, a la alteración del carácter en el sentido de un complejo de masculinidad, y la tercera, en fin, a la feminidad normal.

-Inhibición sexual o neurosis: la niña, hasta ese momento había vivido como varón, sabia procurarse placer por excitación de su clítoris (subrogado del pene) y lo relacionaba con sus deseos sexuales, con frecuencia activos referidos a la madre; ve estropearse el goce de su sexualidad fálica por el influjo de la envidia del pene. La comparación con el varón es una afrenta a su amor propio; a partir de esto, renuncia a la satisfacción masturbatoria en el clítoris, desestima su amor por la madre y reprime gran parte de sus aspiraciones sexuales. Cuando descubre que la madre tambien esta castrada se vuelve posible abandonarla como objeto de amor.

Cuando la envidia del pene ha despertado un fuerte impulso contrario al onanismo clitorideo y este no quiere ceder, se entabla una violenta lucha por liberarse; en esa lucha la niña asume ella misma el papel de la madre ahora destituida y expresa todo su descontento con el clítoris inferior en la repulsa a la satisfacción obtenida en él. Muchos años pues, cuando el quehacer onanista hace largo tiempo que fue sofocado, se continua un interés que debemos interpretar como defensa contra una tentación que se sigue temiendo. Se exterioriza en la emergencia de una simpatía hacia personas a quienes se atribuyen dificultades parecidas, entra como motivo del casamiento y hasta puede comandar la elección del marido o del compañero de amor

-Feminidad normal: con el abandono de la masturbación clitorídea, la niña renuncia a una porción de actividad normal. Ahora prevalece la pasividad, la vuelta hacia el padre se consuma con ayuda de mociones pulsionales pasivas. Tal oleada de desarrollo que remueve la actividad fálica, allana el terreno a la feminidad. Cuando no es mucho lo que a raíz de ello se pierde por represión, esa feminidad pueda resultar normal. El deseo con que la niña se vuelve hacia el padre es, originariamente, el deseo del pene que la madre le ha denegado y lo espera de él. Sin embargo, la situación femenina sólo se establece cuando el deseo del pene se sustituye por el deseo del hijo (hijo=falo) siguiendo una equivalencia simbólica, el hijo aparece en el lugar del pene [no ignora la falta del pene, la sustituye]. La niña ya había deseado un hijo antes, en la fase fálica no perturbada; con el juego de muñecas. Ese juego no era propiamente la expresión de su feminidad, servía a la identificación-madre en el propósito de sustituir la pasividad por actividad. Jugaba a la madre, y la muñeca era ella misma, podía hacer con el hijo todo lo que la madre hacía con ella. Solo con aquel punto de arribo del deseo del pene, el hijo-muñeca deviene un hijo del padre y, desde ese momento, la más intensa meta de deseo femenina. Gran dicha es el nacimiento de un hijo varón que trae consigo el pene anhelado.

Con la transferencia al deseo hijo-pene al padre, la niña ingresa en la situación Edípica. La hostilidad con la madre experimenta un gran refuerzo, pues deviene la rival que recibe del padre todo lo que la niña anhela de él. Para la niña, la situación edípica es el desenlace de un largo y difícil proceso. En la relación del complejo de Edipo con el de castración, nos salta a la vista una diferencia entre los sexos, grávida en consecuencias. El complejo de Edipo del varón, dentro del cual anhela a su madre y querría eliminar a su padre como rival, se desarrolla a partir de la fase de su sexualidad fálica. La amenaza de castración lo constriñe a resignar esta postura. Bajo la impresión del peligro de perder el pene, el complejo de Edipo es abandonado, reprimido, en el caso más normal radicalmente destruido, y se instaura como su heredero un severo superyó. Lo que acontece en la niña es casi lo contario. El complejo de castración prepara al complejo de Edipo en vez de destruirlo; por el influjo de la envidia del pene, la niña es expulsada de la ligazón-madre y desemboca en la situación edípica como en un puerto. Ausente la angustia de castración, falta el motivo principal que había esforzado al varón a superar el complejo de Edipo. La niña permanece dentro de él por un tiempo indefinido, solo después lo des construye y lo hace de manera incompleta.

- Complejo de masculinidad: la niña se rehúsa a reconocer la falta de pene, y mantiene su quehacer clitorideo buscando una identificación con la madre fálica o con el padre. Lo decisivo para este desenlace es un factor constitucional, una proporción mayor de actividad, como suele ser característica del macho. No existe la oleada de pasividad que inaugura el giro hacia la feminidad. Lo más extremo de este complejo sería una homosexualidad manifiesta.

Hemos llamado libido a la fuerza pulsional de la vida sexual. La vida sexual está gobernada por la polaridad masculino-femenina. La libido es una sola que entra al servicio de la función sexual tanto masculina como femenina. No podemos atribuirle sexo alguno.

En la feminidad madura, se puede ver un alto grado de narcisismo, que influye en la elección de objeto, la necesidad de ser amada es más intensa que la de amar. La vergüenza (cualidad femenina por excelencia) busca ocultar el defecto de los genitales. La mujer sigue participando el efecto de la envidia del pene.

La identificación-madre posee 2 estratos: preedípico, que consiste en la ligazón tierna con la madre y la toma por arquetipo; y el posterior, derivado del C de E, q quiere eliminarla para sustituirla junto al padre. La preedípica es decisiva para la adquisición de las cualidades con que cumplirá su papel en la función sexual.

Psicología de las masas y análisis del yo

La ​identificación primaria​ es la exteriorización más temprana ligazon afectivo con otra persona. Desempeña un papel en la prehistoria del complejo de Edipo. El varón manifiesta interés en el padre, querría crecer y ​ser como él, tomándolo como su ideal, esta conducta contribuye a preparar el complejo de Edipo. A esta ​identificación con el padre, el varón emprende una ​investidura de objeto​ de la madre según el tipo del apuntalamiento, la quiere ​tener como objeto. Muestra entonces dos lazos psicológicamente diversos: investidura sexual de objeto con la madre e identificación con el padre. Ambos lazos confluyen en un fin: el complejo de Edipo. El varon nota que el padre significa un estorbo junto a la madre; su identificación con él se vuelve hostil y desea sustituir al padre. La identificación es ambivalente; puede expresar ternura o deseo de eliminación. Se comporta como un retoño de la primera fase oral de la organización libidinal, en donde aparece la incorporación del rasgo del padre para poder ser como el (devoración y aniquilación).

La ​identificación primaria​ es una elección anterior a toda elección de objeto, la primera es lo que uno quiere ser y la segunda lo que uno quiere tener. Es directa, inmediata, no está mediatizada por una investidura de objeto previa. La identificación aspira a configurar el yo propio a semejanza del otro, tomando como modelo. La identificación primaria es un marca inherente. El ​ideal del yo está vinculado con la identificación primaria y regula al yo ideal. En la formación neurótica del síntoma, por ejemplo una niña recibe el mismo síntoma de sufrimiento que su madre. Ello puede ser por: la identificación puede ser la misma que la del complejo de Edipo, implica una voluntad hostil de sustituir a la madre y el síntoma expresa el amor de objeto por el padre; realiza la sustitución de la madre bajo la conciencia de culpa; o el síntoma puede ser el mismo que el de la persona amada (Dora). La identificación reemplaza a la elección de objeto, la elección de objeto regreso a la identificación.

La identificación primaria es la forma primera y la más originaria del lazo afectivo. Bajo la formación del síntoma (de la represión y los mecanismos ICC), la elección de objeto vuelve a la identificación, es decir, yo toma sobre sí las propiedades del objeto, a esto se lo llama identificación secundaria. En estas identificaciones el yo copia en un caso a la persona no amada, y en el otro a la persona amada. La identificación es parcial, toma prestado un único rasgo de la persona objeto. Sustituye una ligazón libidinosa de objeto por la vía regresiva mediante introyección del objeto en el Yo.

Otro tipo de identificación, es la ​identificación en una situación de deseo​. Por ejemplo, si una joven en una pensión, recibe una carta de su amado secreto y le despierta una ataque histérico, algunas de sus amigas, pescaran este ataque por vía de la infección psíquica. El mecanismo es el de la identificación sobre la base de poder o querer ponerse en la misma situación. Las otras querían tener también una relación secreta y bajo el sentimiento de culpa aceptan también el sufrimiento aparejado. No se apropian del síntoma por empatía, ésta nace solo de la identificación.

La génesis de la ​homosexualidad masculina es en una serie de casos: el joven estuvo fijado a su madre, en el sentido del complejo de Edipo, durante un tiempo y con una intensidad grande. Al completarse el proceso de la pubertad, debe permutar a la madre por otro objeto sexual. El joven no abandona a su madre, sino que se identifica con ella y busca objetos que puedan sustituir al yo de él, a quienes él pueda amar y cuidar como lo experimentó de su madre.

En el caso de la frustración en la elección del objeto surge la melancolía donde se produce la pérdida real o afectiva del objeto amado. El yo se realiza autorreproches y autocríticas. Estos reproches en el fondo se aplican al objeto y constituyen la venganza del yo sobre él.

En nuestro yo se desarrolla una instancia en que se divide el yo y ambas partes entran en conflicto. Se llama ideal del yo (auto observacion, cc moral, censura onirica, influencia en la represion), es la herencia del narcisismo originario, en el que el yo infantil se contentaba a si mismo. Al tomar los influjos del medio y sus exigencias a las que no siempre puede contentar, halla satisfacción en el ideal del yo diferenciado a partir de aquel.

Recordar, repetir, reelaborar

Al principio, en la fase de la catarsis breweriana, se enfocó directamente el momento de la formación de síntoma y se debía reproducir los procesos psíquicos de aquella situación para guiar su decurso a través de una actividad cc. Recordar y abreaccionar eran las metas que se procuraba alcanzar mediante el estado hipnótico. Después que se renunció a la hipnosis, paso en primer plano la tarea de recordar desde las ocurrencias libres del analizado. El paciente se trasladaba a una situación anterior, que no parecía confundir nunca con la situación presente; comunicaba los procesos psíquicos de ella y agregaba lo que pudiera resultar por la trasposición de los procesos icc en cc. El médico pone en descubierto resistencias desconocidas del enfermo, el paciente narra situaciones y nexos olvidados, con el objeto de llenar las lagunas del recuerdo y vencer las resistencias de la represión. El olvido de impresiones, escenas y vivencia se produce por un bloqueo; el olvido experimenta otra restricción al apreciarse los recuerdos encubridores. Los recuerdos encubridores son a las vivencias infantiles como el contenido manifiesto del sueño a los pensamientos latentes. El convencimiento que el enfermo llega durante la terapia es de otra índole: se recuerda algo que nunca pudo ser olvidado porque nunca se lo advirtió, no fue consciente. Muchas vivencias infantiles que lograron expresarse con efecto retardado no poseen un recuerdo susceptible de ser despertado. A diferencia de la hipnosis, la transferencia lo interpreta, no produce un saber, sino que lo empuja a comenzar la cadena asociativa, le devuelve una pregunta al pedirle que asocie y no responde con un saber a su demanda.

El analizado en general no recuerda nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como un recuerdo sino como acción, lo repite, sin saber que lo hace. Durante el tratamiento no logra recordar, pero escenifica distintas situaciones de su vida (Ejemplo: analizado no recuerda haber sido desafiante frente a la autoridad paterna, pero se comporta de esa manera con el medico). Esta compulsión de repetición es su manera de recordar. La transferencia misma es sólo una pieza de repetición, y la repetición es la transferencia del pasado olvidado. La transferencia no ocurre solo con el médico sino en otros ámbitos también. La compulsión de repetir le sustituye el impulso de recordar. Mientras mayor sea la resistencia, más será sustituido el recordar por el actuar (repetir). La transferencia suave y positiva profundiza el recuerdo, cuando se vuelve hostil deja sitio enseguida al actual. Las resistencias comandan la secuencia de lo que se repetirá, se defiende de la cura. El analizado repite en vez de recordar, y repite bajo las condiciones de la resistencia. Repite todo cuanto desde las fuentes de lo reprimido se ha abierto paso hasta su ser manifiesto: sus inhibiciones y actitudes inviables, sus rasgos patológicos de carácter. Durante el tratamiento repite todos sus síntomas.

El hacer repetir durante la técnica psicoanalítica equivale a convocar un fragmento de la vida real, que puede ser peligroso. Este es el empeoramiento durante la cura.

Desde la introducción al tratamiento el enfermo cambia su actitud frente a la enfermedad: cobra el coraje de ocupar su atencion en los fenomenos de su enfermedad y es preparado para la reconciliación con eso reprimido que se exterioriza en los síntomas, ya no tiene permitido considerarla algo despreciable y lamentarse regodearse en los sintomas.

Al progresar la cura pueden conseguir la repetición mociones pulsionales nuevas, más profundas, que no se habían abierto paso, de modo que nacen nuevos peligros.

Para el médico el recordar reproduciendo psíquicamente sigue siendo la meta, aunque la repetición en acto no lo permita. Se dispone a librar una permanente lucha con el paciente a fin de retener en un ámbito psíquico todos los impulsos que él querría guiar hacia lo motor. Cuando la ligazón transferencial se ha vuelto viable, el tratamiento logra impedir al enfermo todas las acciones de repetición y permite usarlo como material terapéutico.

El manejo de la transferencia es el principal recurso para transformar la compulsión de repetición en un motivo para recordar. Esa compulsión se vuelve inocua, y aprovechable si le concedemos su derecho a ser tolerada en cierto ámbito; tiene permitido desplegarse con libertad escenificando todo pulsional patógeno que permanezca escondido en la vida anímica del analizado. Les da a los síntomas un nuevo significado transferencial, sustituye la neurosis ordinaria por una neurosis de transferencia, una enfermedad artificial y asequible, de la que es curado por análisis. La transferencia crea un reino intermedio entre la enfermedad y la vida, en virtud de la cual se cumple el tránsito de aquella a esta. Es también un fragmento del vivenciar real de la enfermedad pero posibilitado por unas condiciones favorables y es provisional. Debido a las reacciones de repetición, se logra despertar los recuerdos, que, vencidas las resistencias, sobrevienen con facilidad en la cadena asociativa.

Nombrar a la resistencia no produce su cese inmediato. Es preciso dar tiempo al enfermo para enfrascarse en la resistencia, no consabida para él, para reelaborarla, vencerla prosiguiendo el trabajo obedeciendo a la regla analítica. Sólo en el apogeo de la resistencia se descubren las mociones pulsionales reprimidas que la alimentan y de cuya existencia el paciente se convence en virtud de tal vivencia. La reelaboración es la pieza de trabajo que produce el máximo efecto alterador sobre el paciente similar a la abreacción (de los montos de afecto estrangulados por la represión) del tratamiento hipnótico.

Antecedentes de la transferencia: se había tratado a la relación con el médico como importante, podía ser un obstáculo externo, síntoma neo producido, enlace falso con su figura.

El enfermo se distrae de los síntomas por el interés hacia el médico, luego de un progreso no tiene nada para decir, está bajo una resistencia y le transfiere al médico ciertas mociones tiernas que ni el medico ni la cura justifican, vienen de otro lado. El fenómeno de la transferencia está en la más íntima relación con la naturaleza de la enfermedad, la neurosis.

Transferencia como motor por causar el decir, de que se sostenga la asociación libre, palanca del éxito, medico es investido como autoridad. Hasta que la transferencia se muda en resistencia. (Transferencia positiva (erótica) y negativa (hostil, detiene el trabajo de asociación libre). Especificidad determinada del ejercicio amoroso, resulta en clise, ciclo repetitivo de estas condiciones de amor, desde la infancia. Algunas de esas ideas llegan a la cc, otras quedan reprimidas, anudadas a fantasías icc.

La libido se orienta al médico, lo toma como objeto de amor, anudado a un clise, lo inserta en la serie psíquica. La libido pasa de los síntomas al analista, este queda en el centro como objeto de amor. Pasaje de la neurosis ordinaria a una artificial, de transferencia (recién creada). Paciente pasa a estar enfermo del analista, no del síntoma.

Cuando cesan las asociaciones el paciente entra en una resistencia, se cierra el icc, detienen la transferencia como motor. Ambas transferencias tienen la misma fuente, la sexualidad, la pulsión. La resistencia no crea el amor, ya estaba, lo usa. Todo enamoramiento tiene un condicionamiento infantil. Lo reprimido en vez de retornar en una formación del icc, retorna en transferencia, repetición en acto de reprimido.

Más allá del principio de placer

Tres fenómenos clínicos no regulados por el principio de placer: sueños traumáticos, fort-da y repetición en transferencia. Hay una diferencia entre la repetición y la compulsión de repetición. En el sueño traumático fracasa la función del sueño. Irrupción de la pulsión no ligada. Fort-da, juego, la ganancia de placer, la constitución del sujeto, el repetir.

Lo novedoso en Más allá del principio de placer es la irrupción pulsional independiente del campo de las representaciones.

Freud parte del esquema estimulo-respuesta, regido por el principio de constancia. A partir de la experiencia de satisfacción se constituye un aparato psíquico, aparece el principio de placer (tensión del deseo) que se diferencia del principio de constancia. Con la introducción de la pulsión de muerte que alude a lo no ligado, más allá del principio de placer. Cae la hegemonía del principio de placer, pero no desaparece, solo hay algo más allá de este.

I. Freud utiliza tres referentes clínicos para ejemplificar la pulsión de muerte, los sueños de la neurosis traumática, el juego infantil y la compulsión de repetición en transferencia.

Aceptamos que el decurso de los procesos anímicos es regulado automáticamente por el principio de placer. Vale decir: en todos los casos lo pone en marcha una tensión displacentera y después adopta tal orientación que su resultado final coincide con una disminución de aquella, esto es, con una evitación de displacer o una producción de placer. Placer y displacer dependen de la cantidad de excitación presente en la vida anímica y no ligada, así: el displacer corresponde a un incremento de esa cantidad, y el placer a una reducción de ella.

Los hechos que movieron a creer que el principio de placer rige la vida anímica encuentran su expresión también en la hipótesis de que el aparato anímico se afana por mantener lo más bajo posible, o al menos constante, la cantidad de excitación presente en él. Pues si el trabajo del aparato anímico se empeña en mantener baja la cantidad de excitación, todo cuando sea apto para incrementarla se sentirá como disfuncional, vale decir, displacentero. El principio de placer se deriva del principio de constancia.

Es incorrecto hablar de un imperio del principio de placer sobre el decurso de los procesos anímicos. Si así fuera, la abrumadora mayoría de nuestros procesos anímicos tendría que ir acompañada de placer o llevar a él; y la experiencia más universal refuta enérgicamente esta conclusión. Por lo tanto, la situación no puede ser sino esta: en el alma existen una fuerte tendencia al principio de placer, pero ciertas otras fuerzas o constelaciones la contrarían, de suerte que el resultado final no siempre puede corresponder a la tendencia al placer.

El primer caso de una tal inhibición del principio de placer tiene el carácter de una ley. El principio de placer es propio de un modo de trabajo primario del aparato anímico, desde el comienzo mismo inutilizable, y aun peligrosos para la autopreservación del organismo en medio de las dificultades del mundo exterior. Bajo el influjo de las pulsiones de autoconservación del yo, es relevado por el principio de realidad, que, sin resignar el propósito de una ganancia final de placer, exige y consigue pospone la satisfacción, renunciar a diversas posibilidades de lograrla y tolerar el displacer en el largo rodeo hacia el placer.

Otra fuente de desprendimiento de displacer surge de los conflictos y escisiones producidos en el aparato mientras el yo recorre su desarrollo hacia organizaciones de superior complejidad [placer para un sistema/displacer para otro]. En el curso de este, acontece repetidamente que ciertas pulsiones o partes de pulsiones se muestran, por sus metas o sus requerimientos, inconciliables con las restantes que pueden conjugarse en la unidad abarcadora del yo. Son segregadas entonces de esa unidad por el proceso de la represión; se la retiene en estadios inferiores del desarrollo psíquico y se les corta la posibilidad de alcanzar la satisfacción. Si luego consiguen procurarse una satisfacción directa o sustitutiva por ciertos rodeos, es sentido por el yo como displacer. A consecuencia del viejo conflicto que desembocó en la represión, el principio de placer experimenta otra ruptura justo en el momento en que ciertas pulsiones laboraban por ganar un placer nuevo en obediencia a ese principio. La represión transforma una posibilidad de placer en una fuente de displacer. Todo displacer neurótico es un placer que no puede ser sentido como tal.

Las dos fuentes de displacer antes mencionadas, puede afirmarse, que su existencia no contradice al imperio del principio de placer. En su mayor parte, el displacer que sentimos es un displacer de percepción. La reaccion frente a esas exigencias pulsionales y amenazas de peligro, reaccion en que se exterioriza la actividad del aparato animico puede ser conducida luego de manera correcta por el principio de placer o de realidad. No hay restricción al principio de placer, pero la indagación de la reacción anímica frente al peligro exterior brinda nuevo material y planteos sobre el tema.

II . La neurosis traumática es semejante al cuadro de histeria por síntomas, pero tiene muy acusados indicios de padecimiento subjetivo semejante a la hipocondría y a la melancolía.

¿Qué es lo que se nombra como trauma aquí?

No solo se habla de neurosis traumática sino también de sueños traumáticos que retornan, se repite compulsivamente al trauma solo cuando duerme, lo que lleva a modificar la teoría de los sueños.

El sueño traumático se repite como un intento de ligar los elementos que de afuera del campo de representaciones intentan encontrar dentro un representante. Los sueños traumáticos exceden el marco del principio de placer, no por el lado del contenido sino por su repetición, es un intento fallido de ligadura.

La repetición en los sueños traumáticos obedece a las enigmáticas tendencias masoquista del yo.

Juego fort-da: Freud se pregunta por el sentido de la repetición, no por el sentido del juego. Lo que importa es la repetición, no la escena en si (al igual que en los sueños traumáticos).

El primer acto se repite, es displacentero. Si la puntualización es por el juego, está regulado por el principio de placer y hay ganancia de placer. Si la puntuación es por la repetición, se trata de la constitución del sujeto.

Neurosis traumáticas o de guerra. Diferencia entre terror, miedo y angustia. Los sueños de las neurosis traumáticas reconducen al enfermo una y otra vez a la situación del accidente, se altera la función del sueño.

Juego infantil: El juego completo (fort-da) implica al principio de placer. Escenifica la partida y el regresar de la madre (ausencia/presencia). El juego incompleto (fort) implica al más allá del principio de placer, escenifica solo la partida, hay una ganancia de placer de otra índole, independiente del principio del placer.

A un estado que sobreviene tras conmociones mecánicas, choques ferroviarios y otros accidentes que aparejaron riesgo de muerte, les ha quedado el nombre de neurosis traumática. El cuadro de la neurosis traumática se aproxima al de la histeria por presentar en abundancia síntomas motores similares; pero lo sobrepasa, por lo regular, en sus muy acusados indicios de padecimiento subjetivo, así como en la evidencia de un debilitamiento y una destrucción generales mucho más vastos de las operaciones anímicas. En la neurosis traumática común se destacan dos rasgos: el centro de gravedad de la causación se sitúa en el factor sorpresa, en el terror y que un simultáneo daño físico o herida contrarresta la producción de la neurosis.

Terror, miedo y angustia se diferencian en su relación con el peligro. La angustia designa cierto estado de expectativa frente al peligro y preparación para él, aunque se trate de un peligro desconocido. El miedo requiere un objeto determinado, en presencia del cual uno lo siente. Por último, el terror se produce cuando se corre un peligro sin estar preparado: destaca el factor sorpresa. La angustia no puede producir una neurosis traumática, en ella hay algo que protege contra el terror y por tanto también contra la neurosis de terror.

La vida onírica de la neurosis traumática muestra este carácter: reconduce al enfermo, una y otra vez, a la situación de su accidente de la cual despierta con renovado terror [función del sueño alterada] El enfermo está fijado psíquicamente al trauma. Los enfermos no frecuentan en su vida de vigilia el recuerdo de su accidente. En este estado, la función del sueño resultó afectada y desviada de sus propósitos; o bien tendríamos que pensar en las enigmáticas tendencias masoquistas del yo. Empieza a caer la teoría de que el sueño es un cumplimiento de deseo, sino q es un intento. El sueño tiene otra función que es la de ligar la excitación. Si esto se logra = cumplimiento de deseo (guardián del dormir). Si no se logra = reproducción del afecto de terror.

Juego infantil. Fort-Da: Freud busco esclarecer el primer juego, auto creado de un varón de año y medio que pronunciaba pocas palabras, no lloraba cuando su madre se iba. El niño jugaba a arrojar lejos de sí todos los pequeños objetos que hallaba a su alcance. Y al hacerlo profería, con expresión de interés y satisfacción, un fuerte "o-o-o-o" que significaba “fort” (se fue). El niño no hacia otro uso de sus juguetes que el de jugar al que "se iban". El niño jugaba con un carretel que tenía un piolín, tomaba el piolín por su punta y tiraba el carretel diciendo “o o o o” (fort = se fue), y luego tiraba del piolín diciendo “da” (acá esta). Este era el juego completo, el de desaparecer y volver. [juego completo = principio de placer] [escenifica la partida y el regresar de la madre]. La mayor parte de las veces no realizaba el juego completo (lo cual sería placentero), sino que repetía el 1º acto (fort).

Es decir, el niño jugaba a q sus juguetes se iban. El juego simbolizaba la renuncia pulsional (renuncia a la satisfacción pulsional) del niño de admitir sin protestas la partida de la madre. Se resarcía escenificando por sí mismo, con los objetos de su alcance ese desaparecer y regresar de su madre. Si la partida de la madre era desagradable, ¿Cómo se concilia con el principio de placer que repitiese en calidad de juego esa vivencia penosa? Se pueden hacer varias interpretaciones:

- Jugaba a la partida porque era condición previa de la gozosa reaparición, la cual contendría el genuino propósito del juego. Esto se contradice dado que la mayoría de las veces sólo jugaba a la partida, el primer acto.

- El niño convirtió en juego esa vivencia con otro motivo. En la vivencia era pasivo, era afectado por ella; ahora se ponía en un papel activo repitiéndola como juego, a pesar de que fue displacentera. Vuelve activo lo que vivió pasivo. Podría atribuirse ese afán a una pulsión de apoderamiento que actuara con independencia de que el recuerdo en sí mismo fuese placentero o no

- El acto de arrojar el objeto para que se vaya, quizás es la satisfacción de un impulso, sofocado por el niño en su conducta, a vengarse de la madre por su partida (no te necesito, yo mismo te echo).

¿Puede el esfuerzo (Drang) de procesar psíquicamente algo impresionante, de apoderarse enteramente de eso, exteriorizarse de manera primaria e independiente del principio de placer? Repitió en el juego una impresión desagradable, ello se debió únicamente a que la repetición iba conectada a una ganancia de placer de otra índole, pero directa.

La repetición (del fort) iba conectada a una ganancia de placer de otra índole, más originaria que el Principio de Placer e independiente de él.

Otra versión del juego = Un día que la madre había estado ausente muchas horas, fue saludada a su regreso con: "bebe o - o- o"; esto se pudo comprobar que durante esa larga soledad el niño había encontrado un medio para hacerse desaparecer a sí mismo. Descubrió su imagen en el espejo del vestuario, que llegaba casi hasta el suelo, y luego le hurtó el cuerpo de manera tal que la imagen del espejo "se fue".

III . Primera meta del análisis: hacer cc lo icc, el psicoanálisis como arte de la interpretación.

La segunda meta del análisis: el levantamiento de las resistencias sostenidas en el amor de transferencia.

La tercera meta del análisis: el hacer cc lo icc tiene como límite el hecho de que el enfermo puede no recordar todo lo que en él hay de reprimido, acaso justamente lo esencial. Esto implica la pérdida del psicoanálisis como teoría del recuerdo. Se ve forzado a repetir lo reprimido como vivencia presente, en vez de recordarlo, como fragmento del análisis. Esta reproducción se escenifica en el terreno de la transferencia, de la relación con el analista. El paciente no recuerda en general nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción, sin saber que se repite. La transferencia es solo una pieza de repetición y la repetición es la transferencia del pasado olvidado, Repite bajo las condiciones de la resistencia, se repite la satisfacción pulsional.

Diferenciar en transferencia la repetición en acto de lo reprimido y compulsión de repetición como repetición de lo no ligado, no se repite una representación.

La compulsión de repetición se instaura más allá del principio de placer. Devuelve vivencias pasadas que no contienen posibilidad alguna de placer, tampoco en aquel momento pudieron ser satisfacciones. Compulsión de destino (eterno retorno de lo igual).

El médico dedicado al análisis no podía tener otra aspiración que la de colegir, reconstruir y comunicar en el momento oportuno lo inconsciente oculto para el enfermo. El psicoanálisis era sobre todo un arte de interpretación [la primera meta del psicoanálisis] pero como así no se solucionaba la tarea terapéutica, enseguida se planteó otro propósito: instar al enfermo a corroborar la construcción mediante su propio recuerdo. A raíz de ese empeño, el centro de gravedad recayó en las resistencias de aquel; el arte consistía ahora en describirlas a la brevedad, en mostrárselas y, por medio de la influencia humana (este era el lugar de la sugestión, que actuaba como "transferencia"), moverlo a que las resigne [la segunda meta].

Después, se hizo claro que la meta propuesta (devenir cc lo icc) no podía alcanzarse por ese camino., El enfermo puede no recordar todo lo que hay en el de reprimido, acaso justamente lo esencial. Si tal sucede, no adquiere convencimiento ninguno sobre la justeza de la construcción que se le comunico. Más bien se ve forzado a repetir lo reprimido como vivencia presente, en vez de recordarlo. Esta reproducción, que emerge con fidelidad no deseada, tiene siempre por contenido un fragmento de la vida sexual infantil y, por tanto, del complejo de Edipo y sus ramificaciones; y regularmente se juega (se escenifica) en el terreno de la transferencia, esto es, de la relación con el médico. Cuando en el tratamiento las cosas se han llevado hasta este punto, puede decirse que la neurosis original se sustituye entonces por una nueva, una neurosis de transferencia. El medico se ha empeñado por esforzar al máximo recuerdo y admitir la mínima repetición. A esta repetición que se exterioriza en el tratamiento la llamaremos compulsión de repetición. [tercer meta del psicoanálisis].

Lo reprimido no ofrece resistencia alguna a la cura, sino que aspira a irrumpir hasta la Cc. La resistencia proviene de los mismos estratos y sistemas superiores de la vida psíquica que en su momento llevaron a cabo la represión. Se establece una oposición, que ya no consiste en lo consiente y lo inconsciente, sino en el yo coherente y lo reprimido. Es que sin duda también en el interior del yo es mucho lo inconsciente: justamente lo que puede llamarse el "núcleo del yo"; solo una pequeña parte la llamaremos preconsciente. Tras sustituir así una terminología meramente descriptiva por una sistemática o dinámica, podemos decir que la resistencia del analizado parte de su yo; advertimos que hemos de adscribir la compulsión de repetición a lo reprimido Icc.

La resistencia del yo consiente y preconsciente está al servicio del principio de placer. En efecto: quiere ahorrar el displacer que se excitaría por la liberación de lo reprimido, en tanto, nosotros nos empeñamos en conseguir que ese displacer se tolere invocando el principio de realidad. pero ¿qué relación guarda con el principio de placer la compulsión de repetición, la exteriorización forzosa de los reprimido? Lo que la compulsión de repetición hace re vivenciar no puede menos que provocar displacer al yo, puesto que saca a luz operaciones de mociones pulsionales reprimidas. Esta clase de displacer no contradice al principio de placer, es displacer para un sistema y, al mismo tiempo, satisfacción para el otro. Pero el hecho nuevo y asombroso es que la compulsión de repetición devuelve también vivencias pasadas que no contienen posibilidad alguna de placer, que tampoco en aquel momento pudieron ser satisfacciones, ni siquiera de las mociones pulsionales reprimidas. [se instaura más allá del principio de placer]

El florecimiento temprano de la vida sexual infantil está destinado a sepultarse porque sus deseos eran inconciliables con la realidad y por la insuficiencia de la etapa evolutiva en que se encontraba el niño. La pérdida de amor y fracaso dejaron como secuela un daño permanente del sentimiento de si, cicatriz narcisista. Finaliza el amor de la infancia con el retiro de ternura, exigencias y castigos.

Los neuróticos repiten en la transferencia todas ocasiones indeseadas y situaciones afectivas dolorosas, reanimándolas con gran habilidad, se afanan por interrumpir la cura. Nada de eso pudo procurar placer entonces; se creería que hoy produciría un displacer menor si emergiera como recuerdo o en sueños, en vez de configurarse como vivencia nueva. Se trata, desde luego, de la acción de pulsiones que estaban destinadas a conducir a la satisfacción; pero ya en aquel momento no lo produjeron, sino que conllevaron únicamente displacer. Esa experiencia se hizo en vano. Se la repite a pesar de todo; una compulsión esfuerza a ello.

Eso mismo que el psicoanálisis revela en los fenómenos de transferencia de los neuróticos puede encontrarse también en la vida de las personas no neuróticas. En estas hace la impresión de un destino que las persiguiera, de un sesgo demoníaco en su vivenciar; y desde el comienzo el psicoanálisis juzgo que ese destino fatal era auto inducido y estaba determinado por influjos de la temprana infancia. La compulsión que así se exterioriza no es diferente de la compulsión de repetición de los neuróticos. Se conocen individuos en quienes toda relación humana lleva a idénticos desenlaces [compulsión de destino: eterno retorno de lo igual] Nos sorprende los casos en que la persona parece vivenciar pasivamente algo sustraído a su poder, a despecho de lo cual vivencia una y otra vez la repetición del mismo destino.

En vista a las observaciones relativas a la conducta durante la transferencia y al destino fatal de los seres humanos, suponemos que en la vida anímica existe realmente una compulsión de repetición que se instaura más allá del principio de placer. Y nos inclinamos a referir a ella los sueños de los enfermos de neurosis traumática y la impulsión al juego en el niño. El caso menos dubitable es el de los sueños traumáticos.

Si en lo anímico existe una tal compulsión de repetición, ¿Qué función le corresponde, bajo qué condiciones puede aflorar, qué relación guarda con el principio de placer, al que hasta hoy habíamos atribuido el imperio sobre el decurso de los procesos de excitación en la vida anímica?

IV . Excitaciones traumáticas y el fracaso de la ligazón. En un primer momento para Freud lo traumático provenía del exterior, pero aquí plantea que lo traumático es producido por un estímulo que proviene del interior del aparato, estimulo pulsional.

La protección anti estimulo frente a estímulos exteriores funciona como filtro, frente a estímulos interiores o pulsionales, no existe, es imposible huir.

Contrainvestidura como apronte angustiado (diferente del terror).

La consciencia brinda en lo esencial percepciones de excitaciones que vienen del mundo exterior, y sensaciones de placer y displacer que solo pueden organizarse en el interior del aparato anímico, es posible atribuirle al sistema pcc una posición espacial. Tiene que encontrarse en la frontera entre lo exterior y lo interior, estar vuelto hacia el mundo exterior y envolver a los otros sistemas psíquicos.

Para un mismo sistema son inconciliables el devenir consciente y el dejar como secuela una huella mnémica. En el sistema cc el proceso excitatorio deviene consciente pero no le deja como secuela ninguna huella duradera; todas las huellas de ese proceso, huellas en que se apoya el recuerdo, se producirán a raíz de la propagación de la excitación a los sistemas internos contiguos, y en estos. La consciencia surge en reemplazo de la huella mnémica.

El sistema Cc se singulariza por la particularidad de que, en él, a diferencia de lo que ocurre en todos los otros sistemas psíquicos, el proceso de excitación no deja tras sí una alteración permanente de sus elementos, sino que se agota, por así decir, en el fenómeno de devenir-consciente. El sistema cc choca directo con el mundo exterior.

Representación del organismo vivo: vesícula indiferenciada de sustancia estimulable. Su superficie vuelta hacia el mundo exterior esta diferenciada por su ubicación misma y sirve como órgano receptor de estímulos. Por la incesante irrupción de estos estímulos externos contra su superficie, se forma entonces una corteza q ofrece las condiciones más favorables para la recepción de estímulos y ya no es susceptible de ulterior modificación. Transferido al sistema cc esto significa que el paso de la excitación ya no puede imprimir ninguna alteración permanente a sus elementos. Ellos están modificados al máximo, habilitados para generar consciencia.

Sobre su estrato cortical receptor de estímulos, esta partícula de sustancia viva flota en medio de un mundo exterior cargado con las energías más potentes, y seria aniquilada por la acción de los estímulos que parten de él si no tuviera provista de una protección antiestímulo, la cual obtiene cuando su superficie más externa deja de tener la estructura propia de la materia viva, y se vuelve inorgánica, y en lo sucesivo opera apartando los estímulos, hace que ahora las energías del mundo exterior puedan propagarse solo con una fracción de su intensidad a los estratos contiguos, que permanecieron vivos.

Para el organismo vivo, la tarea de protegerse contra los estímulos es casi más importante que la de recibirlos; está dotado de una reserva energética propia, y en su interior se despliegan formas particulares de transformación de la energía: su principal afán tiene que ser preservarlas del influjo nivelador, y por tanto destructivo, de las energías hipergrandes que laboran fuera. Los órganos sensoriales, que en lo esencial contienen dispositivos destinados a recibir acciones estimuladoras específicas, pero, además, particulares mecanismos preventivos para la ulterior protección contra volúmenes hipergrandes de estímulos y el apartamiento de variedades inadecuadas de estos.

Los procesos anímicos inconscientes son en sí "atemporales". Esto significa que no se ordenaron temporalmente, que el tiempo no altera nada en ellos, que no puede aportárseles la representación del tiempo.

Hemos puntualizado que la vesícula viva está dotada de una protección antiestímulo frente al mundo exterior. El estrato cortical contiguo a ella tiene que estar diferenciado como órgano para la recepción de estímulos externos. Este estrato cortical sensitivo, que más tarde será el sistema Cc, recibe también excitaciones desde adentro; la posición del sistema entre el exterior y el interior, así como la diversidad de las condiciones bajo las cuales puede ser influido desde un lado y desde el otro, se vuelven decisivas para su operación y la del aparato anímico como un todo. Hacia afuera hay una protección antiestímulo, y las magnitudes de excitación accionaran solo en escala reducida; hacia adentro, aquella es imposible, y las excitaciones de los estratos más profundos se propagan hasta el sistema de manera directa y en medida no reducida, al par que ciertos caracteres de su decurso producen la serie de las sensaciones de placer y displacer. Las excitaciones provenientes del interior serán más adecuadas al modo de trabajo del sistema que los estímulos que afluyen desde el mundo exterior. Pero esta constelación determinara netamente dos cosas: la primera las prevalencias de las sensaciones de placer y displacer (indicio de procesos que ocurren en el interior del aparato) sobre todos los estímulos externos; la segunda, cierta orientación de la conducta respecto de las excitaciones internas que produzcan una multiplicación de displacer demasiado grande. En efecto, se tendera a tratarlas como si no abrasen desde adentro, sino desde afuera, a fin de poder aplicarles el medio defensivo de la protección antiestímulo. Este es el origen de la proyección.

Llamaremos traumáticas a las excitaciones externas que poseen fuerza suficiente para perforar la protección antiestiumlo. Un suceso como el trauma externo provocará una perturbación enorme en la economía energética del organismo y pondrá en acción todos los medios de defensa. Pero en un primer momento el principio de placer quedara abolido. Ya no podrá impedirse que el aparato anímico resulte anegado por grandes volúmenes de estímulo; entonces la tarea planteada es dominar el estímulo, ligar psíquicamente los volúmenes de estímulo que penetraron violentamente a fin de conducirlos, después, a su tramitación.

Un sistema de elevada investidura en sí mismo es capaz de recibir nuevos aportes de energía fluyente y transmudarlos en investidura quiescente, vale decir, "ligarlos" psíquicamente. Cuanto más alta sea su energía quiescente propia, tanto mayor será también su fuerza ligadora; y a la inversa: cuanto más baja su investidura, tanto menos capacitado estará el sistema para recibir energía afluyente, y más violentas serán las consecuencias de una perforación de la protección antiestímulo.

Se distingue una investidura en libre fluir, que esfuerza en pos de su descarga, y una investidura quiescente de los sistemas psíquicos. La ligazón de la energía que afluye al aparato anímico consiste en un transporte desde estado de libre fluir hasta el estado quiescente.

Se puede concebir a la neurosis traumática como el resultado de una vasta ruptura de la protección antiestimulos. El terror tiene por condición la falta del apronte angustiado, que conlleva a la sobreinvestidura de los sistemas que reciben primero el estímulo. A raíz de esta investidura más baja, los sistemas no están en buena situación para ligar los volúmenes de excitación sobrevinientes, haciendo q la protección antiestímulo se rompa más fácilmente. El apronte angustiado, con su sobreinvestidura de los sistemas recipientes, constituye como la última trinchera de la protección antiestímulo. Si en la neurosis traumática los sueños reconducen tan regularmente al enfermo a la situación en que sufrió el accidente, es palmario que no están al servicio del cumplimiento de deseo, cuya producción alucinatoria devino la función de los sueños bajo el imperio del principio de placer. Por esa vía contribuyen a otra tarea que debe resolverse antes de que el principio de placer pueda iniciar su imperio. Estos sueños buscan recuperar el dominio sobre el estímulo por medio del desarrollo de angustia cuya falta causó la neurosis traumática. Esto no contradice el P de P, sino q es independiente de él, muestra una función del aparato psíquico más originaria que el propósito de ganar placer y evitar el displacer. (ligar la excitación)

Es una excepción a la tesis de que el sueño es cumplimiento de deseo. Los sueños traumáticos ya no pueden verse como cumplimiento de deseo (los sueños de angustia y punitorios no son tal excepción); tampoco los sueños que se presentan en los psicoanálisis, y que nos devuelven el recuerdo de los traumas psíquicos de la infancia. Más bien obedecen a la compulsión de repetición, que en análisis se apoya en el DESEO DE convocar lo olvidado y reprimido. Así, no sería la función originaria del sueño eliminar, mediante el cumplimiento de deseo de las mociones perturbadoras, unos motivos capaces de interrumpir el dormir; solo podría apropiarse de esa función después que el conjunto de la vida anímica acepto el imperio del principio de placer

Sobre las neurosis de guerra podría tratarse de neurosis traumáticas facilitadas por un conflicto en el yo. El hecho de que las posibilidades de contraer neurosis se reducen cuando el trauma es acompañado por una herida física deja de resultar incomprensible si se toman en cuenta dos constelaciones. La violencia mecánica del trauma liberaría el quantum de excitación sexual, cuya acción traumática es debida a la falta de apronte angustiado; y, por otra parte, la herida física simultanea ligaría el exceso de excitación al reclamar una sobreinvestidura narcisista del órgano doliente.

Sueño punitorio: Reemplazan el cumplimiento de deseo prohibido por el castigo pertinente, son el cumplimiento de deseo de la cc de culpa que reacciona frente a la pulsión reprobada.

V . Ligadura y fracaso de la ligadura (trauma). Tensión pulsional. El principio de placer esta sostenido en la ligadura que posibilita la investidura de las representaciones, el desplazamiento. La pulsión de muerte como estímulo interior no ligado.

Proceso primario y secundario: energía dentro del marco de las representaciones (el primero supone energía móvil y el segundo energía cristalizada en una representación).

Pulsión de muerte: energía no ligada por fuera del marco de las representaciones.

Principio de placer y ligadura (solo tras la ligadura, como tarea previa, podría establecerse este principio).

Más allá del principio de placer y fracaso de la ligadura (perturbación análoga a la neurosis traumática). Este no se opone al principio de placer, sino que es independiente de él y no lo toma en cuenta.

Las excitaciones q ingresan al aparato sin el resguardo de la protección, adquieren la mayor importancia económica y dan ocasión a perturbaciones. Las fuentes de esa excitación interna son las pulsiones: los representantes de todas las fuerzas eficaces del interior del cuerpo q se transfieren al aparato anímico.

En el inconsciente las investiduras pueden transferirse, desplazarse y condensarse de manera completa y fácil. Se llama proceso psíquico primario a la modalidad de estos procesos que ocurren en el inconsciente, a diferencia del proceso secundario, que rige nuestra vida normal de vigila. Puesto que todas las mociones pulsionales afectan a los sistemas inconsciente, obedecen al proceso psíquico primario; y, por otra parte, el proceso psíquico primario se identifica con la investidura libremente móvil, y el proceso secundario con las alteraciones de la investidura ligada. La tarea de los estratos superiores del aparato anímico seria ligar la excitación de las pulsiones que entra en operación en el proceso primario. El fracaso de esta ligazón provocaría una perturbación análoga a la neurosis traumática; solo tras una ligazón lograda podría establecerse el imperio irrestricto del principio de placer. Pero hasta ese momento el aparato anímico tendría la tarea previa de dominar o ligar la excitación, independiente del principio de placer.

Las exteriorizaciones de una compulsión de repetición muestran en alto grado un carácter pulsional y, donde se encuentran en oposición al principio de placer. En el caso del juego infantil, el niño repite la vivencia displacentera porque mediante su actividad consigue un dominio sobre la impresión intensa mucho más radical que el que era posible en el vivenciar meramente pasivo. Cada nueva repetición parece perfeccionar ese dominio procurado; pero ni aun la repetición de vivencias placenteras será bastante para el niño, quien se mostrará inflexible exigiendo la identidad de la impresión.

La compulsión de repetición de la transferencia se sitúa más allá del P de P. El enfermo se comporta de manera infantil, lo q muestra q las huellas mnémicas reprimidas de sus vivencias de tiempo primordial subsisten en estado no ligado y son insusceptibles de proceso secundario.

La compulsión a la repetición es un carácter universal de las pulsiones. Pulsión: esfuerzo inherente a lo orgánico vivo, de reproducción de un estado anterior que lo vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas, la exteriorización de la inercia en la vida orgánica. Es la expresión de la naturaleza conservadora del ser vivo.

La pulsion reprimida nunca cesa de aspirar a su satisfaccion plena, que consistiria en una repeticion de una vivencia primaria de satisfaccion. La diferencia entre el placer hallado y el pretendido engendra el factor pulsionante. El camino hacia atras es obstruido por las resistencias y no queda otro camino que cambiar la direccion del desarrollo.

VI . Nuevo dualismo: pulsiones de vida vs pulsiones de muerte. Pasaje, transiciones y articulaciones entre el primer y segundo dualismo pulsional.

Una parte de las pulsiones yoicas es de naturaleza libidinosa y por lo tanto se computa dentro de las pulsiones sexuales (yoicas y de objeto), planteadas ahora como pulsiones de vida. Otras pulsiones estatuidas en el interior del yo quizás puedan pesquisarse entre las pulsiones de destrucción/de muerte.

Antecedentes: el resto auto erótico, la libido no desplazable. Articulación con la segunda tópica, el icc del yo, el masoquismo erógeno primario.

Primer dualismo: pulsiones yoicas vs sexuales

Falso dualismo: pulsiones yoicas vs objetales (ambas de naturaleza libidinosa, reversibilidad)

Segundo dualismo: pulsiones de vida (Eros) vs de muerte (odio).

Se articula con el masoquismo y la conceptualización del ello.

Dualismos en la teoría de Freud :

1º- Conflicto psíquico: oposición entre el yo y la representación sexual inconciliable con éste. Vivencia Sexual Prematura y Traumática 🡪 inducida por un adulto.

2º- Dualismo pulsional entre “pulsiones sexuales” dirigidas al objeto cuya energía es la libido y “pulsiones yoicas”. El yo era considerado como una instancia represora, censuradora y habilitada para establecer vallas protectoras y formaciones reactivas.

3º- Libido yoica y libido de objeto. Se pudo ver frecuentemente la libido era retirada del objeto y dirigida al yo (introversión) y se consideró al yo como reservorio genuino y originario de la libido, la cual desde ahí se extendía al objeto. El yo pasó a formar parte de los objetos sexuales y se consideró a la libido narcisista cuando permanecía en él. La oposición originaria fue insuficiente ya q una parte de las pulsiones yoicas fue reconocida como libidinosa.

4º- Pulsiones de vida y pulsiones de muerte 🡪 la pulsión sexual es el Eros q conserva y une, y tiende a la cohesión. El proceso vital del individuo lleva a la nivelación de tensiones (a la muerte), mientras q la unión con una sustancia viva aumenta estas tensiones, introduce nuevas diferencias vitales. La tendencia dominante de la vida anímica es la de rebajar la tensión interna de estímulo. El Eros actúa desde el comienzo de la vida y entra en oposición con la pulsión de muerte.

Pulsiones de muerte 🡪 están segregadas del yo, lo “no ligado”. Se satisfacen en la compulsión de repetición, aspiran a la satisfacción plena. La diferencia entre lo esperado y lo recibido es lo q genera el factor pulsionante.

Pulsiones de vida (libido del yo + libido de objeto) 🡪 intentan alcanzar la satisfacción por el camino más largo posible, con el fin de preservar la vida. Aceptan los rodeos q el P de P impone, por lo q pueden sintetizarse en torno al yo.

Las pulsiones de muerte se encuentran amalgamadas a las pulsiones de vida, y esta amalgama constituye el núcleo del yo (ello). De la acción eficaz conjugada y contraria de ambas surgen los fenómenos de la vida.

Conferencia 29: Revisión de la doctrina de los sueños

Antes el sueño como cumplimiento de deseo, ahora como intento de cumplimiento de deseo. Falla la función del sueño, la fijación icc a un trauma, abolición del principio de placer.

Los sueños pueden clasificarse en sueños de deseo, de angustia y punitorios.

Los sueños punitorios son cumplimientos de deseo, pero no de las mociones pulsionales, sino de la instancia criticadora, censuradora y punitoria de la vida anímica. La instancia del superyó, la cual es particular, criticadora, prohibidora y portadora de la operación de la censura onírica.

Dos dificultades se han opuesto a la teoría según la cual el sueño es un cumplimiento de deseo. La primera está dada por el hecho de que personas que han pasado por una vivencia de choque, un grave trauma psíquico, se ven remitidas por el sueño, con harta regularidad, a aquella situación traumática. Es algo que no debería suceder de acuerdo al supuesto de la función del sueño. ¿Qué moción de deseo podría satisfacerse mediante ese retroceso hasta la vivencia traumática, extremadamente penosa?

Las primeras vivencias sexuales del niño están enlazadas con impresiones dolorosas de angustia, prohibición, desengaño y castigo; uno comprende que hayan sido reprimidas, pero no que posean tan vasto acceso a la vida onírica, que proporcionen el modelo para tantas fantasías oníricas, que los sueños rebosen de reproducciones de esas escenas infantiles y de alusiones a ellas. En verdad, su carácter displacentero y la tendencia del sueño al cumplimiento de deseo parecen conciliarse mal. Pero quizá vemos demasiado grande la dificultad en este caso. Es que a esas mismas vivencias infantiles van adheridos todos los deseos pulsionales incumplidos, imperecederos, que a lo largo de la vida entera donan la energía de la formación del sueño; y cabe admitir que en su violenta pulsión aflorante esfuercen hasta la superficie también el material de episodios sentidos como penosos. Por otra parte, dada la manera en que este material es reproducido resulta inequívoco el empeño del trabajo del sueño, que quiere desmentir el displacer mediante una desfiguración y mudar el desengaño en confirmación. No ocurre lo mismo en la neurosis traumáticas; en ellas, los sueños desembocan regularmente en un desarrollo de angustia; en este caso falla la función del sueño. La excepción no cancela la regla, el sueño es el intento de un cumplimiento de deseo. La fijación inconsciente a un trauma parece contarse entre los principales de esos impedimentos de la función del sueño. Al par que el durmiente se ve precisado a soñar porque el relajamiento de la represión permite que se vuelva activa la pulsión aflorante de la fijación traumática, falla la operación de su trabajo del sueño, que preferiría trasmudar las huellas mnémicas del episodio traumático en un cumplimiento de deseo. Se vuelven insomnes, renuncian a dormir frente al fracaso de la función del sueño.

El yo y el ello

Formulación de la segunda tópica para abordar obstáculos que se presentan en el tratamiento analítico. Obstáculos que evidencian el accionar de resistencias que no provienen de lo reprimido y están asociadas a una satisfacción pulsional que excede el marco del principio de placer.

Se introduce un tercer icc, que no es latente en el sentido de lo prcc y tampoco coincide con lo reprimido.

Ello: El otro psíquico en que el yo se continua y que se comporta como icc. Otro cualitativo-cuantitativo. El núcleo icc del yo. El reservorio de la libido.

Yo: La proyección de una superficie. El cuerpo propio y sobre todo su superficie ejercen una acción eficaz sobre la génesis del yo y su separación del ello. Núcleo icc del yo. Fracaso de la función de síntesis del yo. El yo como almacigo de la angustia. La alteración del yo como núcleo de la enfermedad.

Servidumbres del yo: las exigencias del mundo exterior, la libido del ello, la severidad del superyó.

Superyó: Instancia particular dentro del yo. Es producto de una identificación inicial, monumento recordatorio de la endeblez y dependencia inicial del yo. Heredero del complejo de Edipo. Desciende de las primeras investiduras de objeto del ello y mantiene una duradera afinidad con el ello. Paradoja de a mayor renuncia mayor severidad. Subrogado del ello ante el yo. Sometimiento del yo frente al imperativo categórico del superyó. La tensión entre el yo y el ideal del yo: la cc moral.

La primera tópica le plantea a Freud dificultades porque la oposición cc-icc no alcanza a dar cuenta de las vicisitudes del conflicto psíquico reordenado a partir de la oposición pulsión de vida-pulsión de muerte. Se presenta la segunda tópica yo-ello-superyó que le posibilita inscribir en el aparato psíquico la pulsión de muerte, lo cual no era posible con la conceptualización del icc dinámico y el consiguiente retorno de las representaciones reprimidas.

Icc descriptivo, dinámico y estructural (tercer icc, el no reprimido).

Yo: se definió en un primer momento como masa homogénea de representaciones, pero escindido por una representación. Luego, el yo del narcisismo, como imagen unificada. En la segunda tópica se trata de un yo escindido por un elemento heterogéneo a las representaciones. Este ejerce la función de síntesis, aunque esta fracasa. Tiene reservada la tarea de ligar, propia del campo de representaciones y de la pulsion de vida. Es una parte del ello alterada por la influencia del mundo exterior. Se nutre del ello, suele trasponer en acción su voluntad como si fuese propia. Es una proyección de la superficie, no es solo esencia superficie sino esencia cuerpo. No está separado del ello, hunde sus raíces en él e intenta dominarlo. Está sometido a tres vasallajes: el mundo exterior, ello y superyó. Es el genuino almacigo de la angustia.

Ello: Es lo que antes refería a la fuente independiente de desprendimiento de displacer de la vida sexual de Manuscrito K, el monto de afecto que da lugar a la compulsión, el resto auto erótico que no es cedido a los objetos, los estímulos internos traumáticos, el núcleo del yo, la pulsión de muerte. Sede de las pulsiones, campo de lo no ligado. Amoral. El otro cuantitativo-cualitativo al que la función de la síntesis del yo no alcanza a ligar.

Superyó: Refiere a los diques pulsionales, sueños punitorios, formación del ideal del yo a partir de la influencia critica de los padres. La cc moral. Se localiza por encima del yo, puede ser protector o cruel. Es portador de ambas pulsiones. Es la identificación inicial, ocurrida cuando el yo era todavía endeble, es heredero del complejo de Edipo, introdujo en el yo los objetos más grandiosos. Como el niño a las figuras parentales el yo se somete al imperio categórico de su superyó (exigencia de satisfacción pulsional por ser heredero del ello y también su prohibición). Puede ser hipermoral y volverse cruel. Responsable del sentimiento icc de culpa. Debe su crueldad a la desmezcla de pulsiones, consecuencia de la identificación con el arquetipo paterno que lo engendra.

I.CONCIENCIA E INCONSCIENTE : La diferenciación de lo psíquico en consciente e inconsciente es la premisa básica del psicoanálisis que permite comprender los procesos patológicos de la vida anímica.

Ser consciente es una expresión puramente descriptiva, que invoca la percepción más inmediata y segura. La experiencia muestra que un elemento psíquico no suele ser consciente de manera duradera, el estado de la conciencia pasa con rapidez; la representación ahora consciente no lo es más en el momento que sigue, solo que puede volver a serlo bajo ciertas condiciones que se producen con facilidad. Ella era latente, en todo momento fue susceptible de conciencia. También podríamos decir que ha sido inconsciente. Eso "inconsciente" coincide con "latente-susceptible de conciencia" [descriptivo]

Desde el punto de vista dinámico, existen procesos anímicos o representaciones muy intensos (entra por primera vez un factor cuantitativo y, por tanto, económico) que no pueden devenir Cc porque cierta fuerza se resiste a ello. La represión (esfuerzo de desalojo) es el estado en que estas representaciones se encontraban antes de hacerse Cc y durante el trabajo analítico sentimos como resistencia a la fuerza que produjo y mantuvo la represión.

Por lo tanto, es de la doctrina de la represión de donde extraemos nuestro concepto de lo inconsciente. Lo reprimido es para nosotros el modelo de lo inconsciente. Tenemos dos clases de Icc: lo latente (susceptible de Cc) y lo reprimido (insusceptible de Cc). Llamamos preconsciente a lo latente, que es inconsciente solo descriptivamente, no en el sentido dinámico, y limitamos el nombre inconsciente a lo reprimido inconsciente dinámicamente, de modo que ahora tenemos tres términos: consciente (Cc), preconsciente (Prcc) es inconsciente (Icc), cuyo sentido ya no es puramente descriptivo. El Prcc está mucho más cerca de las Cc que el Icc.

El término "inconsciente" en su sentido descriptivo abarca dos cosas: lo inconsciente latente y lo inconsciente reprimido. En su sentido dinámico sólo abarca una cosa: lo inconsciente reprimido.

En el curso ulterior del trabajo psicoanalítico se evidencia que esto no basta, son insuficientes. Nos hemos formado la representación de una organización coherente de los procesos anímicos en una persona, y la llamamos su yo. De este yo depende la conciencia; el gobierna los accesos a la motilidad, a la descarga de las excitaciones en el mundo exterior; es aquella instancia anímica que ejerce un control sobre los procesos parciales, y que por la noche aplica la censura onírica. Tambien de el parten las represiones de ciertas asporaciones animicas.

En el análisis lo reprimido se contrapone al yo, y se planeta la tarea de cancelar las resistencias que el yo exterioriza a ocuparse de lo reprimido. Sin embargo, el paciente se encuentra bajo el imperio de una resistencia, pero nada sabe de esta, y como esta resistencia parte de su yo y es resorte de este, enfrentamos una situación imprevista. Hemos hallado que hay algo Icc en el yo que se comporta exactamente como lo reprimido, vale decir, exterioriza efectos intensos sin devenir a su vez Cc y se necesita de un trabajo particular para hacerlo consciente. Entonces, ya no podemos reconducir la neurosis a un conflicto entre lo Cc y lo Icc, sino reemplazar esa oposición por la del yo coherente y lo reprimido escindido de él.

La consideración dinámica nos aportó la primera enmienda; la intelección estructural trae la segunda. Discernimos que lo Icc no coincide con lo reprimido; sigue siendo correcto que todo lo reprimido es Icc, pero no todo lo Icc es reprimido. También una parte del Yo puede ser Icc. Y esto Icc del yo no es latente en el sentido de lo Prcc, pues si así fuera no podría ser activado sin devenir Cc, y el hacerlo consciente no depararía dificultades tan grandes. Así establecemos un tercer Icc, no reprimido.

II. EL YO Y EL ELLO : La investigación patológica ha dirigido el interés exclusivamente a lo reprimido. Desde que se sabe que también el yo puede ser inconsciente en el sentido genuino, se quiere averiguar más acerca de él.

La Cc es la superficie del aparato anímico, sistema que espacialmente es lo primero desde el mundo exterior. Son Cc todas las percepciones que nos vienen de afuera (percepciones sensoriales) y de adentro, los sensaciones y sentimientos.

La diferencia efectiva entre una representación (un pensamiento) Icc y una Prcc, consiste en que la primera se consuma en algún material que permanece no conocido, mientras que en la segunda se añade a la conexión con representaciones-palabra. Estas representaciones-palabra son restos mnémicos, fueron percepción y pueden devenir de nuevo Cc. ¿Cómo algo deviene preconsciente?: por conexión con las correspondientes representaciones-palabras.

Estas representaciones-palabra son restos mnémicos; una vez fueron percepciones y, como todos los restos mnémicos, pueden devenir de nuevo conscientes. Sólo puede devenir consciente lo que ya una vez fue percepción Cc; y, exceptuando los sentimientos, lo que desde adentro quiere devenir consciente tiene que intentar transponerse en percepciones exteriores. Esto se vuelve posible por medio de las huellas mnémicas.

Concebimos a los restos mnémicos como contenidos en sistemas inmediatamente contiguos al sistema P-cc, por lo cual sus investiduras fácilmente pueden trasmitirse hacia adelante, viniendo desde adentro, a los elementos de este último sistema.

Los restos palabra provienen, en lo esencial, de percepciones acústicas, a través de lo cual es dado un particular origen sensorial para el sistema Prcc. La palabra es el resto mnémico de la palabra oída.

El modo en que podemos hacer (pre)consciente algo reprimido (esforzado de desalojo) es restableciendo, mediante el trabajo analítico, aquellos eslabones intermedios Prcc

La percepción interna proporciona sensaciones de procesos que vienen de los estratos más diversos. Son mal conocidos, aunque podemos considerar como su mejor paradigma a los de la serie placer-displacer. Son más originarios, elementales que los provenientes de afuera, y pueden salir a la luz aun es estados de consciencia turbada.

Las sensaciones de carácter placentero no tienen en si nada esforzante, a diferencia de las displacenteras que esfuerzan a la alteración, a la descarga, y por eso referimos el displacer a una elevación, y el placer a una disminución, de la investidura energética. Lo que deviene consciente como placer y displacer es un otro cuantitativo-cualitativo. ¿Un otro de esta índole puede devenir consciente en su sitio y lugar, o tiene que ser conducido hacia adelante, hasta el sistema P?

La experiencia clínica nos muestra que eso otro se comporta como una moción reprimida. Puede desplegar fuerzas pulsionantes sin que el yo note la compulsión. Sólo una resistencia a la compulsión, un retardo de la reacción de descarga, hace consciente enseguida a eso otro. Por lo tanto, sostenemos que también sensaciones y sentimientos sólo devienen conscientes si alcanzan el sistema P; si les es bloqueada su conducción hacia adelante, no afloran como sensaciones, a pesar de que permanece idéntico eso otro que les corresponde en el decurso de la excitación. Así pues, hablamos de sensaciones inconscientes: mantenemos la analogía con "representaciones inconscientes". La diferencia es que para traer a la Cc la representación Icc es preciso procurarle eslabones de conexión, lo cual no tiene lugar para las sensaciones, que se trasmiten directamente hacia adelante. Con otras palabras: la diferencia entre Cc y Prcc carece de sentido para las sensaciones, aquí falla lo Prcc, las sensaciones son o bien conscientes o bien inconscientes. Y aun cuando se liguen a representaciones-palabra, no deben a estas su devenir-consciente, sino que devienen tales de manera directa.

El yo parte del sistema P, como de su núcleo, abraza primero al Prcc, que se apuntala en los restos mnémicos. Empero, el yo es, además, inconsciente. Este se comporta de manera pasiva, somos vividos por poderes ingobernables. El yo, entonces, es la esencia que parte del sistema P y que es primero prcc y “ello” a lo otro psiquico en que aquel se continua y se comporta como icc.

Un individuo es para nosotros un ello psíquico, no conocido (no discernido) e inconsciente, sobre el cual, como una superficie, se asienta el yo, desarrollado desde el sistema P como si fuera su núcleo. El yo no envuelve al ello por completo, sino sólo en la extensión en que el sistema P forma su superficie (la superficie del yo). El yo no está tajantemente separado del ello, sino que confluye hacia abajo con el ello.

Pero también lo reprimido confluye con el ello, es una parte de él. Lo reprimido sólo es segregado tajantemente del yo por las resistencias de represión, pero puede comunicar con el yo a través del ello.

El yo es la parte del ello alterada por la influencia directa del mundo exterior, con mediación de sistema P-cc. Es una continuación de la diferenciación de superficie. Se empeña por hacer valer sobre el ello el influjo del mundo externo, así como sus propósitos propios; y reemplazar el principio de placer, que rige irrestrictamente en el ello, por el principio de realidad, Para el yo, la percepción cumple un papel que en el ello corresponde a la pulsión. El yo es el representante de lo que puede llamarse razón y prudencia, por oposición al ello, que contiene las pasiones.

La importancia funcional del yo se expresa en el hecho de que normalmente le es asignado el gobierno sobre los accesos a la motilidad. Así, con relación al ello, se parece al jinete que debe enfrentar la fuerza superior del caballo, con la diferencia de que el jinete lo intenta con sus propias fuerzas, mientras que el yo lo hace con fuerzas prestadas. Así como al jinete, si quiere permanecer sobre el caballo, a menudo no le queda otro remedio que conducirlo adonde este quiere ir, también el yo suele trasponer en acción la voluntad del ello como si fuera la suya propia.

Además del influjo del sistema P, otro factor parece ejercer una acción eficaz sobre la génesis del yo y su separación del ello. El cuerpo propio y su superficie es un sitio del que pueden partir simultáneamente percepciones internas y externas.

El yo es sobre todo una esencia-cuerpo, no es solo una esencia-superficie, sino, él mismo, la proyección de una superficie. El yo deriva en última instancia de sensaciones corporales, principalmente las que parten de la superficie del cuerpo. Cabe considerarlo como la proyección psíquica de la superficie del cuerpo, además de representar la superficie del aparato psíquico.

III. EL YO Y EL SUPERYÓ (IDEAL DEL YO): Un objeto perdido se vuelve a erigir en el yo, una investidura de objeto es relevada por una identificación. Tal sustitución participa en la conformación del yo y contribuye a producir su carácter.

Las investiduras de objeto parten del ello, que siente las aspiraciones eróticas como necesidades. El yo, todavía endeble al principio, recibe noticia de las investiduras de objeto, les presta su aquiescencia o busca defenderse de ellas mediante el proceso de represión.

Si un tal objeto sexual es resignado, a cambio sobreviene la alteración del yo que es preciso describir como erección del objeto en el yo. El yo facilita o posibilita la resignación de objeto, esta identificación es la condición bajo la cual el ello resigna sus objetos. El carácter del yo es una sedimentación de las investiduras de objeto resignadas, contiene la historia de estas elecciones de objetos. El carácter de la persona adopta influjos provenientes de la historia de las elecciones eróticas de objeto o se defiende de ellos.

Esta trasposición de una elección erótica de objeto en una alteración del yo es un camino que permite al yo dominar al ello y profundizar sus vínculos con el ello, a costa de una gran docilidad hacia sus vivencias. Cuando el yo cobra los rasgos del objeto, se impone él mismo al ello como objeto de amor, busca repararle su perdida.

Como quiera que se plasme despues la resistencia del carácter frente a los influjos de investiduras de objetos resignadas, los efectos de las primeras identificaciones, las producidas a la edad más temprana, serán universales y duraderos. Esto nos reconduce a la génesis del ideal del yo, pues tras este se esconde la identificación primera: la identificación con el padre de la prehistoria personal. Es una identificación directa e inmediata (no mediada), y más temprana que cualquier investidura de objeto. Las elecciones de objeto que corresponden a los primeros periodos sexuales y atañen a padre y madre parecen tener su desenlace, si el ciclo es normal, en una identificación de esa clase, reforzando de ese modo la identificación primaria.

Dos factores son los culpables de los nexos tan complejos: la disposición triangular de la constelación del Edipo y la bisexualidad constitucional del individuo.

El caso del niño varón, se plasma así: en época tempranísima desarrolla una investidura de objeto hacia la madre, que tiene su punto de arranque en el pecho materno y muestra el ejemplo arquetípico de una elección de objeto según el tipo de apuntalamiento; del padre, el varón se apodera por identificación. Ambos vínculos marchan un tiempo uno junto al otro, hasta que, por el refuerzo de los deseos sexuales hacia la madre, y por la percepción de que el padre es un obstáculo para estos deseos, nace el complejo de Edipo [con el sepultamiento se abandonan las investiduras libidinosas] La identificación-padre cobra ahora una tonalidad hostil, se trueca en el deseo de eliminar al padre para sustituirlo junto a la madre. A partir de ahí, la relación con el padre es ambivalente; parece como si hubiera devenido manifiesta la ambivalencia contenida en la identificación desde el comienzo mismo. La actitud (postura) ambivalente hacia el padre, y la aspiración de objeto exclusivamente tierna hacia la madre, caracterizan el contenido de complejo de Edipo simple, positivo.

Con la demolición del complejo de Edipo tiene que ser resignada la investidura de objeto de la madre. Puede tener dos diversos remplazos: o bien una identificación con la madre, o un refuerzo de la identificación-padre (reafirma masculinidad).

A raíz del sepultamiento del complejo de Edipo, las cuatro aspiraciones contenidas en él se desmontan y desdoblan de tal manera que de ellas surge una identificación-padre y madre; la identificación-padre retendrá el objeto-madre del complejo positivo y, el objeto-padre del complejo invertido; y lo análogo es válido para la identificación-madre. La intensidad relativa con que se acuñen las identificaciones se espejará la desigualdad de ambas disposiciones sexuales.

Así, como el resultado más universal de la fase sexual gobernada por el complejo de Edipo, se puede suponer una sedimentación en el yo, que consiste en el establecimiento de estas dos identificaciones, unificadas de alguna manera entre sí. Esta alteración del yo recibe su posición especial: se enfrenta al otro contenido del yo como ideal del yo o superyó.

El superyó no es simplemente un residuo de las primeras elecciones de objeto del ello, sino que tiene también la significatividad de una enérgica formación reactiva frente a ellas. Su vínculo con el yo no se agota en la advertencia: "así (como el padre) debes ser" sino que comprende también la prohibición: "así como el padre no te es licito ser, esto es, no puede hacer todo lo que él hace; muchas cosas le están reservadas" Esta doble faz del ideal del yo deriva del hecho de que estuvo empeñado en la represión del complejo de Edipo. La represión (esfuerzo de desalojo) del complejo de Edipo no ha sido una tarea fácil. Discerniendo en los progenitores, en particular en el padre, el obstáculo para la realización de los deseos del Edipo; el yo infantil se fortaleció para esa operación represiva erigiendo dentro de si ese mismo obstáculo. En cierta medida toma prestada del padre la fuerza para lograrlo, y este anticipo es un acto extraordinariamente grávido de consecuencias. El superyó conservará el carácter del padre, y cuanto más intenso fue el complejo de Edipo y más rápido se produjo su represión (por el influjo de la autoridad, la doctrina religiosa, la enseñanza, la lectura), tanto más riguroso devendrá después el imperio del superyó como conciencia moral, quizá también como sentimiento inconsciente de culpa, sobre el yo.

La génesis del superyó es el resultado de dos factores biológicos: el desvalimiento y la dependencia del ser humano durante su infancia, y el hecho de su complejo de Edipo. En la medida en que procura expresión duradera al influjo parental, eterniza la existencia de los factores a que debe su origen.

La esencia superior en el ser humano es la entidad más alta, el ideal del yo o superyó, la agencia representante de nuestro vinculo parental. Cuando niños pequeños, esas entidades superiores nos eran notorias y familiares, las admirábamos y temíamos; más tarde, las acogimos en el interior de nosotros mismos.

El ideal del yo es la herencia del complejo de Edipo y, así, expresión de las más potentes mociones y los más importantes destinos libidinales del ello. Mediante su institución, el yo se apodera del complejo de Edipo y simultáneamente se somete, él mismo, al ello. Mientras que el yo es esencialmente representante del mundo exterior, de la realidad, el superyó se le enfrenta como abogado del mundo interior, del ello.

El yo es un sector del ello diferenciado particularmente.

V. LOS VASALLAJES DEL YO : El yo se forma desde identificaciones de investiduras del ello resignadas; que las primeras de estas identificaciones se comportan regularmente como una instancia particular dentro del yo, se contraponen al yo como superyó, en tanto el yo fortalecido, más tarde, ofrezca mayor resistencia a tales influjos de identificación. El superyó debe su posición particular dentro del yo a un factor que se aprecia desde dos lados. El primero: es la identificación inicial, ocurrida cuando el yo era todavía endeble; y el segundo; es el heredero del complejo de Edipo y por lo tanto introdujo en el yo los objetos mas grandiosos. Conserva a lo largo de la vida su carácter originario, proveniente del complejo paterno: su capacidad para contraponerse al yo y dominarlo. Es el monumento recordatorio de la endeblez y dependencia en que el yo se encontró en el pasado y mantiene su imperio aun sobre el yo maduro. Así como el niño estaba compelido a obedecer a sus progenitores, de la misma manera el yo se somete al imperativo categórico de su superyó.

El superyó, al descender de las primeras investiduras de objeto del ello y por tanto del complejo de Edipo, entra en relación con las adquisiciones filogenéticas de ello y lo convierte en reencarnación de anteriores formaciones yoicas, que han dejado sus sedimentos en el ello. Por esto, el superyó, mantiene duradera afinidad con el ello y puede subrogarlo frente al yo. Se sumerge profundamente en el ello por eso esta mas distanciado de la cc que el yo.

En la clínica se produce en algunos casos una reacción terapéutica negativa en la que en el paciente se refuerzan sus síntomas y prevalece la necesidad de estar enfermos. Empeoran en el curso del tratamiento, en vez de mejorar.

Algo se opone en ellas a la curación cuya inminencia es temida como un peligro. Se dice que en estas personas no prevalece la voluntad de curación, sino la necesidad de estar enfermas. Esta resistencia a la cura es más poderosa que otras (como la inaccesibilidad narcisista, la actitud negativa frente al médico o la ganancia de la enfermedad).

Se trata de un factor moral, de un sentimiento de culpa que halla su satisfacción en la enfermedad y no quiere renunciar al castigo del padecer. Ese sentimiento de culpa es mudo para el enfermo, no le dice que es culpable y éste no se siente así, sino que se siente enfermo. Solo se exterioriza en una resistencia a la curación, difícil de reducir.

Quizás es justamente este factor, la conducta del ideal del yo, el que decide la gravedad de la neurosis.

El sentimiento de culpa norma, consciente (conciencia moral), no ofrece dificultades a la interpretación; descansa en la tensión entre el yo y el ideal del yo, es la expresión de una condena del yo por su instancia critica. El sentimiento de culpa es consciente (notorio) de manera hipertensa; el ideal del yo muestra en ellas una particular severidad, y se abate sobre el yo con una furia cruel. Pero la conducta del ideal yo presenta entre ambos estados, la neurosis obsesiva y la melancolía, además de la señala concordancia, divergencias que no son menos significativas.

En la neurosis obsesiva el sentimiento de culpa es hiperexpreso, pero no puede justificarse ante el yo. El yo produce formaciones reactivas. El superyó está influido por procesos del ello que el yo no se ha percatado.

En la melancolía (comparable al duelo) es aún más fuerte la impresión de que el superyó ha arrastrado hacia sí la conciencia. Pero aquí el yo se confiesa culpable y se somete al castigo. El objeto, a quien se dirige la cólera del yo, ha sido acogido en el yo por identificación.

En la histeria el sentimiento de culpa permanece Icc, el yo se defiende de la percepción penosa con que lo amenaza la crítica del superyó y lo reprime. Mantiene lejos el material a que se refiere su sentimiento de culpa.

Gran parte del sentimiento de culpa tiene que ser normalmente inconsciente, porque la génesis de la conciencia moral se enlaza de manera íntima con el complejo de Edipo, que pertenece al inconsciente.

El superyó da pruebas de su independencia del yo consciente y de sus íntimos vínculos con el ello inconsciente. Ahora bien, teniendo en vista la significatividad que atribuimos a los restos preconsciente de palabra en el yo, surge una pregunta: el superyó, toda vez que es Icc, ¿consiste en tales representaciones-palabra, o en qué otra cosa? El superyó no puede desmentir que proviene también de lo oído, es sin duda una parte del yo y permanece accesible a la conciencia desde esas representaciones-palabras (conceptos, abstracciones), pero la energía de investidura la aportan las fuentes del ello.

¿Cómo es que el superyó se exterioriza esencialmente como sentimiento de culpa (mejor: como crítica; ¿sentimiento de culpa es la percepción que corresponde en el yo a esa crítica), y así despliega contra el yo una dureza y severidad tan extraordinarias? En la melancolía el superyó hiperintenso, que ha arrastrado hacia si a la conciencia, se abate con furia inmisericorde sobre el yo, como si se hubiera apoderado de todo el sadismo disponible en el individuo. Diríamos que el componente destructivo se ha depositado en el superyó y se ha vuelto hacia el yo. Lo que ahora gobierna en el superyó es como un cultivo puro de la pulsión de muerte, que a menudo logra efectivamente empujar al yo a la muerte, cuando el yo no consiguió defenderse ante su tirano mediante el vuelvo a la manía.

Las peligrosas pulsiones de muerte son tratadas de diversas maneras en el individuo: en parte se las toma inofensivas por mezcla con componentes eróticos, en parte se desvían hacia afuera como agresión, pero en buena parte prosiguen su trabajo interior sin ser obstaculizadas.

Desde el punto de vista de la limitación de las pulsiones, esto es, de la moralidad, uno puede decir: El ello es totalmente amoral, el yo se empeña en ser moral y el superyó es hipermoral y, entonces, volverse tan cruel como únicamente puede serlo el ello. Cuanto más se empeñe el ser humano en limitar su agresión, más severo se torna su superyó. Mientras más un ser humano sujete su agresión, tanto más aumentará la inclinación de su ideal a agredir a su yo. Es como un descentramiento (desplazamiento), una vuelta (re-volucion) hacia el yo propio. Ya la moral normal, ordinaria, tiene el carácter de dura restricción, de prohibición cruel. Y de ahí proviene la concepción de un ser superior inexorable en el castigo.

La explicación se halla en que el superyó se ha engendrado por una identificación con el arquetipo paterno. Cualquier tipo de identificación de esta índole tiene el carácter de una desexualización, o aun, de una sublimación. Se produjo una desmezcla pulsional, el componente erótico no tiene fuerza para ligar la destrucción y ésta se libera como agresión de la que toma su fuerza y crueldad.

El yo, entonces, está encargado de establecer el ordenamiento temporal de los procesos anímicos y someterlos al examen de la realidad, aplaza las descargas motrices y gobierna los accesos a la motilidad. El yo tiene una posición parecida a la de un monarca constitucional sin cuya sanción nada puede convertirse en ley, pero que lo piensa mucho antes de interponer su veto a una propuesta del parlamento. El yo se enriquece desde todas las experiencias de vida que le vienen de afuera, pero el ello es su otro mundo exterior, que él procura someter. Sustrae libido al ello, transforma las investiduras de objeto del ello en conformaciones del yo y con ayuda del superyó se nutre de las experiencias de la prehistoria almacenadas en el ello.

Hay dos caminos por los cuales el contenido del ello puede penetrar en el yo, Uno es el directo, el otro pasa a través del ideal del yo.

Pero por otra parte vemos a este mismo yo como una pobre cosa sometida a tres servidumbres y que, en consecuencia, sufre la amenaza de tres clases de peligros: del mundo exterior, de la libido del ello y de la severidad del superyó. [los vasallajes del yo] Tres variedades de angustia corresponden a estos tres peligros, pues la angustia es la expresión de una retirada frente al peligro. Como ser fronterizo, el yo quiere mediar entre el mundo y el ello, hacer que el ello obedezca al mundo, y a través de sus propias acciones musculares, hacer que el mundo haga justicia al deseo del ello. En verdad, se comporta como el médico en una cura analítica, pues con su miramiento por el mundo real se recomienda al ello como objeto libidinal y quiere dirigir sobre si la libido del ello. No solo es el auxiliador del ello, también es su siervo.

Donde es posible, procura mantenerse avenido con el ello, recubre sus órdenes Icc con sus racionalizaciones Prcc, simula la obediencia del ello a las admoniciones de la realidad, aun cuando el ello ha permanecido rígido e inflexible, disimula los conflictos del ello con la realidad y, toda vez que es posible, también los conflictos con el superyó. Con su posición intermedia entre ello y realidad sucumbe con harta frecuencia a la tentación de hacerse adulador, oportunista y mentiroso.

Mediante su trabajo de identificación y sublimación, presta auxilio a las pulsiones de muerte para dominar a la libido, pero cae en el peligro de devenir objeto de la pulsión de muerte y de sucumbir él mismo. A fin de prestar ese auxilio, él mismo tuvo que llenarse con libido, y por esa vía deviene subrogado del Eros y ahora quiere vivir y ser amado. Este trabajo de sublimación tiene por consecuencia una desmezcla de pulsiones y una liberación de las pulsiones de agresión dentro del superyó.

Entre los vasallajes del yo, el más interesante es el que lo somete al superyó.

El yo es el genuino almácigo de la angustia. Amenazado por las tres clases de peligro, el yo desarrolla el reflejo de huida retirando su propia investidura de la percepción amenazadora, o del proceso del ello estimado amenazador, y emitiendo aquella como angustia. Esta reacción primitiva es relevada más tarde por la ejecución de investiduras protectoras (mecanismo de las fobias). El yo obedece a la puesta en guardia del principio de placer. En cambio, lo que se oculta tras la angustia del yo frente al superyó, la angustia de la conciencia moral. Del ser superior que devino ideal del yo pendió una vez la amenaza de castración, y esta angustia de castración es probablemente el núcleo entorno del cual se depositó posterior angustia de la conciencia moral; ella es la que se continua como angustia de la conciencia moral. Vivir tiene para el yo el mismo significado que ser amado, que ser amado por el superyo que tambien en esto se presenta como subrogado del ello. El super yo subroga la misma funcion protectora y salvadora que al comienzo recayo sobre el padre.

El ello no tiene medio alguno para testimoniar amor u odio al yo. Ello no puede decir que lo que ello quiere; no ha consumado ninguna voluntad unitaria. Eros y pulsión de muerte luchan en el ello.

El problema económico del masoquismo

Postulación de un masoquismo erógeno primario, previo al sadismo. La necesidad de castigo y la ganancia en la enfermedad encuentran en él su fundamento.

Existe una aspiración masoquista en la vida pulsional, el displacer y el dolor pueden convertirse en meta.

Masoquismo erógeno es testimonio y resto de la fase de formación en que se produjo la ligazón entre Eros y la pulsión de muerte. La trasposición al exterior de la pulsión de muerte. Un resto permanece como residuo constituyendo el masoquismo erógeno.

Masoquismo implica la existencia de un más allá del principio del placer.

Decimos que el principio de placer gobierna los procesos anímicos, de manera que su meta sea la evitación de displacer y ganancia de placer. Es así que el masoquismo (en donde el dolor y displacer son metas) es incomprensible a partir de este principio.

Al principio de placer le damos el nombre de guardián de nuestra vida, y no solo de nuestra vida anímica. Pero entonces se plantea la tardea de indagar la relación del principio de placer con las dos variedades de pulsiones, la pulsión de muerte y las pulsiones eróticas (libidinosas) de vida.

Concebimos al principio que gobierna todos los procesos anímicos como un caso especial de la tendencia a la estabilidad. Primero establecimos el principio de Nirvana (principio de constancia, tendencia a la estabilidad). En éste el propósito es el de reducir a la nada las sumas de excitación, o al menos mantenerlas en el mínimo grado posible. Todo displacer debería coincidir con una elevación de la tensión de estímulo y el placer con su disminución. Este principio estaría al servicio de las pulsiones de muerte, cuya meta es conducir la inquietud de la vida a la estabilidad de lo inorgánico y tendría por función alertar contra las exigencias de las pulsiones de vida, de la libido, que procuran perturbar el ciclo vital a cuya consumación se aspira. Esta concepción no es correcta, dado que existen tensiones placenteras y distenciones displacenteras.

Por lo que, placer y displacer no pueden referirse al aumento o disminución de una cantidad, tensión de estímulo, sino que dependen de un factor cualitativo de él.

El principio de Nirvana expresa la tendencia de la pulsión de muerte (su meta es la rebaja cuantitativa de la carga de estímulo); el P de P, subroga la exigencia de la de la libido y su modificación, el P de R, el influjo del mundo exterior (su meta es la de una demora de la descarga de estímulo y una admisión provisional de la tensión de displacer). Estos 3 principios se concilian entre si y no se destituyen entre ellos.

Tres figuras del masoquismo: Como una condición a la que se sujeta la excitación sexual, como una expresión de la naturaleza femenina y como una norma de la conducta en la vida. Distinguiendo entonces, un masoquismo erógeno, uno femenino y uno moral. El primero, el placer de recibir dolor, se encuentra en el fundamento de las otras dos formas, se le atribuyen bases biológicas y constitucionales. El masoquismo moral se aprecia como un sentimiento de culpa las más de las veces inconsciente. El masoquismo femenino es el más accesible a la observación, el menos enigmático.

-Masoquismo femenino: Se observa como una expresión de la naturaleza femenina. Es el más accesible a la observación. En el varón nos dan noticia las fantasías de personas masoquistas que o desembocan en el acto onanista o figuran por si solas la satisfacción sexual. Las escenificaciones reales de los perversos masoquistas responden a esas fantasías, donde el contenido manifiesto remite a ser amordazado, atado, golpeado, maltratado, sometido a obediencia incondicional, denigrado. El masoquista quiere ser tratado como un niño pequeño, desvalido y dependiente, como un niño díscolo. Ponen a la persona en una situación característica de la feminidad: significan ser castrado, ser poseído sexualmente o parir. Hay también un sentimiento de culpa en estas fantasías, es decir, la persona debe castigarse ya que ha infringido algo que debe expiarse mediante esos procedimientos dolorosos y martizadores. Racionalización superficial de los contenidos masoquistas que esconden el nexo con la masturbación infantil. Este factor de culpa, lleva al masoquismo moral. El masoquismo femenino se basa enteramente en el masoquismo primario, erógeno, el placer de recibir dolor.

-Masoquismo erógeno: Se observa como una condición a la que se sujeta la excitación sexual. Se refiere al placer de recibir dolor (satisfacción pulsional por el dolor), y se encuentra en el fundamento de las otras 2 formas. Tiene bases biológicas y constitucionales.

En el ser vivo, la libido se enfrenta con la pulsión de destrucción o de muerte; esta, que impera dentro de él, querría desagregarlo y llevar a cada uno de los organismos elementales a la condición de la estabilidad inorgánica (aunque tal estabilidad solo pueda ser relativa). La tarea de la libido es volver inocua esta pulsión destructora; la desempeña desviándola en buena parte hacia afuera, dirigiéndola hacia los objetos del mundo exterior. Recibe entonces el nombre de pulsión de destrucción, pulsión de apoderamiento, voluntad de poder. Un sector de esta pulsión es puesto directamente al servicio de la función sexual, donde tiene a su cargo una importante operación. Es el sadismo propiamente dicho. Otro sector no obedece a este traslado hacia afuera, permanece en el interior del organismo y allí es ligado libidinosamente con ayuda de la coexcitación sexual antes mencionada; en ese sector tenemos que discernir el masoquismo erógeno, originario.

Se producen una mezcla y una combinación muy vastas, y de proporciones variables, entre las dos clases de pulsión; así, no debemos contar con una pulsión de muerte y una de vida puras, sino solo con contaminaciones de ellas, de valencias diferentes en cada caso. Por efecto de ciertos factores, a una mezcla de pulsiones puede corresponderle una desmezcla.

La pulsión de muerte actuante en el interior del organismo, el sadismo primordial, es idéntica al masoquismo., Después de que su parte principal fue trasladada afuera, sobre los objetos, en el interior permanece, como su residuo, el genuino masoquismo erógeno, que por una parte ha devenido un componente de la libido, pero por la otra sigue teniendo como objeto al ser propio. Así, ese masoquismo sería un testigo y un recto de aquella fase de formación en que aconteció la liga, tan importante para la vida, entre Eros y pulsión de muerte. El sadismo proyectado, vuelto hacia afuera, o pulsión de destrucción, puede bajo ciertas constelaciones ser introyectada de nuevo, vuelto hacia dentro, regresando así a su situación anterior. En tal caso da por resultado el masoquismo secundario, que viene a añadirse al originario.

El masoquismo erógeno acompaña a la libido en todas sus fases de desarrollo. En la fase oral: angustia de ser devorado por el padre. En la Fase sádico–anal: deseo de ser golpeado por el padre. En la Fase fálica: la castración que interviene en las fantasías masoquistas. En la Organización genital definitiva: ser poseído sexualmente y parir.

-Masoquismo moral: Se observa como una norma de la conducta en la vida. Es la forma más importante y es una necesidad de castigo (sentimiento de culpa Icc). Ha aflojado su vínculo con la sexualidad, lo q importa es el padecer, no interesa quien lo aflija. Los individuos que no buscan placer en el dolor corporal que se infligen sino en la humillación y en la mortificación psíquica

La forma extrema de este masoquismo se presenta en el tratamiento analítico, se presenta en el paciente cuyo comportamiento frente a los influjos de la cura nos fuerza a atribuirle un sentimiento de culpa icc. Reconocemos a estas personas mediante la reacción terapéutica negativa, q es una de las resistencias más graves y el mayor peligro para el éxito del tratamiento. La satisfacción de este sentimiento icc de culpa es el rubro más fuerte de la ganancia de la enfermedad. Lo q le interesa a esta tendencia masoquista es retener cierto grado de padecimiento.

El superyó tiene la función de la Cc moral, el sentimiento de culpa expresa una tensión entre el yo y el superyó. El yo reacciona con sentimiento de culpa cuando no está a la altura de los reclamos del superyó, se denomina necesidad de castigo. El superyó debe su génesis a los primeros objetos de las mociones libidinosas del ello: la pareja parental. Ésta fue introyectada en el yo a raíz de lo cual el vínculo fue desexualizado y se superó el C de E. El superyó conservó caracteres esenciales de las personas introyectadas: su poder, severidad, inclinación a la vigilancia y castigo. Ahora el superyó, la Cc moral, se vuelve duro, cruel, es el heredero del C de E. Las mismas personas que siguen ejerciendo una acción eficaz dentro del superyó después de dejar de ser objetos de las mociones libidinosas del ello, pertenecen, además, al mundo exterior. El superyó, sustituto del C de E, deviene también representante del mundo exterior real y, así, el arquetipo para el querer alcanzar del yo. El superyó es el subrogado tanto del ello como del mundo exterior.

El malestar en la cultura

Al comienzo se contrapusieron pulsiones yoicas y pulsiones de objeto. Para designar la energía de estas últimas, introdujo el nombre de libido, la oposición corría entre las pulsiones yoicas y las pulsiones "libidinosas" del amor, dirigidas al objeto. La neurosis se presentó como el desenlace de una lucha entre el interés de la autoconservación y de las demandas de la libido: una lucha en que el yo había triunfado, más al precio de graves sufrimientos y renuncias.

Una modificación cuando nuestra investigación avanzó de lo reprimido a lo represor, de las pulsiones de objeto al yo. En este punto fue decisiva la introducción del concepto de narcisismo, es decir, la intelección de que el yo mismo es investido con libido. Esa libido narcisista se vuelca a los objetos, deviniendo de tal modo, libido de objeto, y puede volver a mudarse en libido narcisista. El concepto de libido corrió peligro, también las pulsiones yoicas eran libidinosas. Pero las pulsiones no pueden ser todas de la misma clase. El siguiente paso fue en más allá del principio de placer cuando por primera vez se vio la compulsión de repetición y del carácter conservador de la vida pulsional. Freud extrajo la conclusión de que además de la pulsión a conservar la sustancia viva y reunirla en unidades cada vez mayores, debia de haber otra pulsión, opuesta a ella, que pugnara por disolver esas unidades y reconducirlas al estado inorgánico inicial. Vale decir: junto al Eros, una pulsión de muerte y la acción eficaz conjugada y compuesta de ambas permitía explicar los fenómenos de la vida. La idea de que una parte de la pulsión se dirigía al mundo exterior, y entonces salía a la luz como pulsión a agredir y destruir. Así la pulsión seria compelida a ponerse al servicio del Eros, en la medida que el ser vivo aniquilaba a un otro, animado o inanimado, y no a su sí-mismo propio. A la inversa, si esta agresión hacia afuera era limitada, ello no podía menos que traer por consecuencia un incremento de la autodestrucción, por lo demás siempre presente. Al mismo tiempo, a partir de este ejemplo podía colegirse que las dos variedades de pulsiones rara vez aparecían aisladas entre sí, sino que se ligaban en proporciones muy variables, volviéndose de ese modo irreconocibles para nuestro juicio.

El nombre de la libido puede aplicarse a las exteriorizaciones de fuerza del Eros, a fin de separarlas de la energía de la pulsión de muerte. La inclinación agresiva es una disposición pulsional autónoma, originaria, del ser humano. La pulsión de agresión es el retoño y el principal subrogado de la pulsión de muerte.

Inhibición, síntoma y angustia

IV. Ahora es la angustia la que crea la represión y no, como antes se afirmaba, que la represión crea la angustia.

Zoofobia histérica infantil: ejemplo de la fobia del pequeño Hans a los caballos. Se rehúsa a andar por la calle porque tiene angustia ante el caballo.

La incomprensible angustia frente al caballo es el síntoma; la incapacidad para andar por la calle, un fenómeno de inhibición, una limitación que el yo se impone para no provocar el síntoma-angustia.

No es una angustia indeterminada frente al caballo, sino de una determinada expectativa angustiada: el caballo lo morderá. Este contenido procura sustraerse de la Cc y sustituirse mediante la fobia indeterminada, en la que ya no aparecen más que la angustia y su objeto.

Situación psíquica: se encuentra en la actitud edípica de celos y hostilidad hacia su padre, a quien a la vez ama toda vez que no esté involucrada la madre como causa de la desavenencia. Hay un conflicto de ambivalencia, un amor bien fundado y un odio no menos justificado, ambos dirigidos hacia la misma persona. Su fobia tiene que ser un intento por solucionar ese conflicto. La moción pulsional que sufre la represión es un impulso hostil hacia el padre. Hans ha visto rodar a un caballo, y caer y lastimarse a un compañerito de juegos con quien había jugado al caballito. Moción de deseo: padre se caiga y lastime, eliminar al padre (equivale a la moción asesina del complejo de Edipo).

La fobia al caballo es el sustituto de la moción pulsional reprimida. No podemos designar como síntoma la angustia de esta fobia; si el pequeño Hans, que esta enamorado de su madre, mostrara angustia frente al padre, no tendríamos derecho alguno a atribuirle una neurosis, una fobia. Nos encontraríamos con una reacción afectiva enteramente comprensible. Lo que la convierte en neurosis es otro rasgo: la sustitución del padre por el caballo. Es este desplazamiento (descentramiento) lo que se hace acreedor al nombre de síntoma. Es aquel otro mecanismo que permite tramitar el conflicto de ambivalencia sin la ayuda de la formación reactiva. El conflicto de ambivalencia no se tramita en la persona misma, se lo esquiva, deslizando una de sus mociones hacia otra persona como objeto sustitutivo.

La desfiguración en que consiste el síntoma no se emprende en la agencia representante de la moción pulsional por reprimir, sino en otra por entero diversa, que corresponde solo a una reacción frente a lo genuinamente desagradable.

El hecho de que el padre hubiera jugado al "caballito" con el pequeño Hans fue sin duda decisivo para la elección del animal angustiante.

La moción pulsional reprimida en esta fobia es una moción hostil hacia el padre. Es reprimida por el proceso de la mudanza hacia la parte contraria en lugar de la agresión hacia el padre se presenta la agresión hacia la persona propia.

Solo acerca del pequeño Hans puede anunciarse con exactitud que tramito mediante su fobia las dos mociones principales del complejo de Edipo, la agresiva hacia el padre y la hipertierna hacia la madre. El motor de la represión es la angustia frente a una castración inminente. Por angustia de castración resigna el pequeño Hans la agresión hacia el padre: su angustia de que el caballo lo muerda puede completarse, sin forzar las cosas: que el caballo le arranque de un mordisco los genitales, lo castre.

La inesperada conclusión: en ambos casos, el motor de la represión es la angustia frente a la castración; los contenidos angustiantes, ser mordido por el caballo y ser devorado por el lobo, son sustitutos desfigurados del contenido ser castrado por el padre. Este último contenido es el que experimenta la represión.

Pasaje de la segunda versión a la tercera versión de la angustia: El afecto de la fobia, que constituye la esencia de esta última, no proviene del proceso represivo, de las investiduras libidinosas de las mociones reprimidas, sino de lo represor mismo; la angustia de la zoofobia es la angustia de castración inmutada, vale decir, una angustia realista, angustia frente a un peligro que amenaza efectivamente o es considerado real. Aquí la angustia crea la represión y no la represión a la angustia.

Freud sustentó la tesis de que por obra de la represión el representante de la pulsión es desplazada, en tanto que la libido de la moción pulsional es mudada en angustia (Segunda versión). La angustia de las zoofobias es la angustia de castración del yo. Tercera versión: La mayoría de las fobias se remontan a una angustia del yo, frente a las exigencias de la libido. En ellas, la actitud angustiada del yo es siempre lo primario, y es la impulsión para la represión. La angustia nunca proviene de la libido reprimida. Ya no se puede sostener el proceso metapsicológico de una trasposición directa de la libido en angustia.

Primera versión: Freud halló que determinadas prácticas sexuales, como el coitus interruptus, la excitación frustránea y la abstinencia forzada, provocan estallidos de angustia y un apronte angustiado general: ello sucede, pues siempre que la excitación sexual es inhibida, detenida o desviada en su decurso hacia la satisfacción. Y puesto que la excitación sexual es la expresión de mociones pulsionales libidinosas, no parecía osado suponer que la libido se mudaba en angustia por la injerencia de esas perturbaciones.

V. En la histeria de conversión no se presenta la angustia, los síntomas más frecuentes son procesos de investidura permanentes o intermitentes. Sustituyen a un decurso excitatorio perturbado concentrando toda la energía en ese fragmento.
En la neurosis obsesiva los síntomas son o bien prohibiciones, medidas precautorias, penitencias, o satisfacciones sustitutivas con disfraz simbólico. También la inclinación a la síntesis puede provocar satisfacción en la prohibición. Se asiste aquí a una lucha continuada contra lo reprimido, y el yo y el superyo participan en la formación de síntoma. La situación inicial de la neurosis obsesiva así como de la histeria es la defensa contra las exigencias libidinosas del complejo de Edipo. Cuando el Yo da comienzo a sus intentos defensivos se propone como meta rechazar la organización fálica hacia el estadio anterior sádico-anal. Entonces el estadio fálico se ha alcanzado en el momento del giro hacia la neurosis obsesiva.
La regresión se puede explicar por una desmezcla de pulsiones, en la segregación de los componentes eróticos que al comienzo de la fase genital se habían sumado a las investiduras destructivas de la fase sádica. La regresión es el primer éxito del Yo en la lucha defensiva contra la exigencia de la libido. El complejo de castración es el motor de la defensa y ésta cae sobre las aspiraciones del complejo de Edipo. La represión es sólo uno de los mecanismos de que se vale la defensa. En el período de latencia, que se caracteriza por el sepultamiento del complejo de Edipo, se consolida el Superyo y se levantan las barreras éticas del Yo. En la neurosis obsesiva se le agrega la degradación regresiva de la libido, el Superyo se vuelve particularmente severo, el Yo desarrolla en obediencia al Superyo elevadas formaciones reactivas de la conciencia moral, la compasión, la limpieza. Se proscribe la tentación a continuar con el onanismo de la primera infancia que se apuntala en representaciones regresivas (sádico-anales); todo onanismo sofocado fuerza en la forma de acciones obsesivas una aproximación cada vez mayor a su satisfacción.

Junto a la represión y la regresión un nuevo mecanismo de defensa son las formaciones reactivas dentro del Yo, que son exageraciones de la formación normal del carácter. El Superyo no puede sustraerse de la regresión y desmezcla de pulsiones del Ello. En el período de latencia la defensa contra la tentación onanista es la tarea principal que produce una serie de síntomas que se repiten y presentan el carácter de un ceremonial. La libido se coloca en los desempeños que están destinados a ejecutarse automáticamente: lavarse, vestirse, la locomoción, la inclinación a la repetición. La sublimación de componentes de erotismo anal desempeña un papel en la neurosis.

En la pubertad la organización genital se reinstala con gran fuerza, se vuelven a despertar las mociones agresivas iniciales y un sector de las nuevas mociones libidinosas se ve precisado a marchar por las vías que prefiguró la regresión, y a emerger en condición de propósitos agresivos y destructivos. La lucha contra la sexualidad continúa bajo banderas éticas, el yo se revuelve contra mociones crueles y violentas provenientes del Ello, (en realidad lucha contra deseos eróticos); el Superyo hipersevero se afirma en la sofocación de la sexualidad. Lo que defiende ha devenido mas intolerante; aquello de lo que se defiende más insoportable, todo producto de la regresión libidinal.

La representación obsesiva desagradable deviene conciente, pero antes ha atravesado la represión, y ha emergido desfigurado, como un sustituto de una imprecisión onírica o vuelto irreconocible mediante un absurdo disfraz. La represión elimina el carácter afectivo y la agresión aparece como un mero contenido de pensamiento. El Superyo se comporta como si la moción agresiva le fuera notoria en su verdadero texto y con pleno carácter de afecto. El Yo debe registrar un sentimiento de culpa y asumir una responsabilidad que no puede explicarse. Por medio de la represión el Yo se ha clausurado frente al Ello en tanto permanece accesible a los influjos que parten del Superyo. Pero también hay neurosis obsesivas sin sentimiento de culpa, se ahorra percibirlo mediante otra serie de síntomas, acciones de penitencia, etc. Tales síntomas significan al mismo tiempo satisfacciones de mociones pulsionales masoquista reforzadas por la regresión.
La tendencia general de la formación de síntoma es entonces la satisfacción sustitutiva a expensas de la denegación. El Yo cada vez más limitado, paralizado en su voluntad, se ve obligado a satisfacerce en sus síntomas. El conflicto entre el super yo y el ello puede volverse tan intenso que ninguno de los desempeños del yo puede escaparse del conflicto.

VII. La angustia se presenta como señal-afecto de peligro, este peligro se trata tan a menudo de la castración como de una perdida/separación.

Zoofobias infantiles: el yo debe proceder aquí contra una investidura libidinosa de objeto del ello (del complejo de Edipo) porque ha comprendido que ceder a ella aparejaría el peligro de la castración.

Tan pronto como discierne el peligro de castración, el yo da la señal de angustia e inhibe el proceso de investidura amenazador en el ello [represión]; por medio de la instancia placer-displacer. Al mismo tiempo se consuma la formación de la fobia. La angustia de castración recibe otro objeto y una expresión desfigurada (dislocada): ser mordido por el caballo (ser devorado por el lobo), en vez de ser castrado por el padre. La formación sustitutiva tiene dos manifiestas ventajas; la primera, que esquiva un conflicto de ambivalencia, pues el padre es simultáneamente un objeto amado; y la segunda, que permite al yo suspender el desarrollo de angustia. En efecto, la angustia de la fobia es facultativa, solo emerge cuando su objeto es asunto de la percepción. Esto es enteramente correcto; en efecto solo entonces está presente la situación de peligro. Sólo que no se puede remover al padre: aparece siempre, toda vez que quiere. Pero si se lo sustituye por un animal, no hace falta más que evitar la visión, vale decir la presencia de este, para quedar exento de peligro y de angustia. Por lo tanto, el pequeño Hans impone a su yo una limitación, produce la inhibición de salir para no encontrarse con caballos.

Segunda versión: Se adscribe a la fobia el carácter de una proyección, púes se sustituye entonces un peligro pulsional interior por un peligro de percepción exterior, del que puede protegerse mediante la huida y la evitación de percibirlo, mientras que la huída no vale frente al peligro interno. Tercera versión: La exigencia pulsional no es un peligro en sí misma; lo es solo porque conlleva un auténtico peligro exterior, el de la castración. Por lo tanto, en la fobia, en el fondo sólo se ha sustituido un peligro exterior por otro. El hecho de que el yo pueda sustraerse de la angustia por medio de una evitación o de un síntoma-inhibición armoniza muy bien con la concepción que esa angustia es solo una señal-afecto, y de que nada ha cambiado en la situación económica.

La angustia de las zoofobias es una reacción afectiva del yo frente al peligro; y el peligro frente al cual se emite la señal es el de la castración. La sngustia es ICC, solo es CC mediante desfiguracion.

Nuestra conclusión: la angustia es la reacción frente a la situación de peligro; se le ahorra si el yo hace algo para evitar la situación o sustraerse de ella. Ahora se podría decir que los síntomas son creados para evitar la situación de peligro que es señalada mediante el desarrollo de angustia. Pues bien, en los casos considerados hasta ahora ese peligro era el de la castración o algo derivado de ella, como el peligro interiorizado del super yo.

Si la angustia es la reacción del yo frente al peligro, parece evidente que la neurosis traumática ha de concebirse como una consecuencia directa de la angustia de supervivencia o de muerte, dejando de lados los vasallajes del yo y la castración.

Es harto improbable que una neurosis sobrevenga solo por el hecho objetivo de un peligro mortal, sin que participen los estratos icc más profundos del aparato anímico. En lo inconsciente no hay nada que pueda dar contenido a nuestro concepto de la aniquilación de la vida. La castración se vuelve representable por medio de la experiencia cotidiana de la separación respecto del contenido de los intestinos y la pérdida del pecho materno vivenciada a raíz del separe; nunca se ha experimentado nada semejante a la muerte. Por eso, la angustia de muerte debe concebirse análoga a la de castración, y que la situación frente al cual el yo reacciona es la de ser abandonado por el superyó protector con lo que expiraría ese su seguro para todos los peligros. Además, cuenta el hecho de que a raíz de las vivencias que llevan a la neurosis traumática es quebrada la protección contra los estímulos exteriores y en el aparato anímico ingresan volúmenes hipertróficos de excitación, de suerte que aquí estamos ante una segunda posibilidad: la de que la angustia no se limite a ser una señal-afecto, sino que sea también producida como algo nuevo a partir de las condiciones económicas de la situación.

Mediante esta última puntualización, a saber, que el yo se pondría sobre aviso de la castración a través de pérdidas de objeto repetidas con regularidad, hemos obtenido una nueva concepción de la angustia. Si hasta ahora la considerábamos una señal-afecto del peligro, nos parece que se trata tan a menudo del peligro de la castración como de la reacción frente a una perdida, una separación. La primera vivencia de angustia, al menos del ser humano, es la del nacimiento, y este objetivamente significa la separación de la madre, podría compararse a una castración de la madre (de acuerdo con la ecuación hijo=pene). El nacimiento no es vivenciado subjetivamente como una separación de la madre, pues esta es ignorada como objeto por el feto enteramente narcisista.

VIII. La angustia es algo sentido, un estado afectivo, como sensación tiene un carácter displacentero. Pero no a todo displacer podemos llamarlo angustia, por lo que tiene un carácter particular que sobreviene frecuentemente en los órganos de respiración y en el corazón. El análisis del estado de angustia se distingue: 1) un carácter displacentero especifico, 2) acciones de descarga y 3) percepciones de éstas.

Los puntos 2 y 3 nos proporcionan una diferencia respeto de los estados como el duelo y el dolor. Las exteriorizaciones motrices no forman parte de esos estados; cuando se presentan, se separan de manera nítida, no como componentes de la totalidad, sino como consecuencias o reacciones frente a ella. Por tanto, la angustia es un estado displacentero particular con acciones de descarga que siguen determinadas vías. En la base de la angustia hay un incremento de la excitación, incremento que por una parte da lugar al carácter displacentero y por la otra es aligerado mediante las descargas mencionadas. El estado de angustia es la reproducción de una vivencia que reunió las condiciones para un incremento del estímulo como el señalado y para la descarga por determinadas vías, a raíz de los cual, también, el displacer de la angustia recibió su carácter específico. En el caso de los seres humanos, el nacimiento es una vivencia arquetípica de tal índole y por eso nos inclinamos a ver en el estado de angustia una reproducción del trauma de nacimiento.

La angustia es una reacción probablemente inherente a todos los organismos; al menos, lo es a todos los organismos superiores.

La angustia se generó como reacción a un estado de peligro, en lo sucesivo se la reproducirá regularmente cuando un estado semejante vuelva a presentarse. [arquetipo]

Se separan dos posibilidades de emergencia en la angustia: una, desacorde con el fin, en una situación nueva de peligro; la otra, acorde con el fin, para señalarlo y prevenirlo.

¿Qué es un peligro? En el acto de nacimiento amenaza un peligro objetivo para la conservación de la vida. Lo que ello significa en realidad, pero psicológicamente no nos dice nada [No hay representación. no hay ligadura] [analogía con la angustia traumática] El feto no puede notar más que una enorme perturbación en la economía de su libido narcisista. Grandes sumas de excitación irrumpen hasta él, producen novedosas sensaciones de displacer.

Solo se comprenden los casos de exteriorización infantil de angustia cuando se producen si el niño está solo, si está en la oscuridad y si halla a una persona ajena en lugar de la que le es familiar. La única condición a la que todos conducen es que se echa de menos a la persona amada (añorada).

La imagen mnémica de la persona añorada es investida sin duda intensivamente, y es probable que al comienzo lo sea de manera alucinatoria. Pero esto no produce resultado ninguno, y parece como si esta añoranza se trocara de pronto en angustia. Se tiene directamente la impresión de que esa angustia sería una expresión de desconcierto, como si este ser, muy poco desarrollado todavía, no supiese que hacer con su investidura añorante. Así, la angustia se presenta como una reacción frente a la ausencia del objeto [de amor]; en este punto se nos imponen unas analogías: en efecto, también la angustia de castración tiene por contenido la separación respecto de un objeto estimado en grado sumo, y la angustia más originaria (la angustia primordial del nacimiento) se engendró a partir de la separación de la madre.

La reflexión nos lleva más allá de esa insistencia en la perdida de objeto. Cuando el niño añora la percepción de la madre, es solo porque ya sabe, por experiencia, que ella satisface sus necesidades sin dilación [objeto protector]. Entonces, la situación que valora como "peligro" y de la cual quiere resguardarse es la de la insatisfacción, el aumento de la tensión de necesidad, frente al cual es impotente. La situación de insatisfacción, en que las magnitudes de estímulo alcanzan un nivel displacentero sin que se las domine por empleo psíquico y descarga [perturbación económica], tiene que establecer para el lactante la analogía con la vivencia de nacimiento, la repetición de la situación de peligro; lo común en ambas es la perturbación económica por el incremento de las magnitudes de estímulo en espera de tramitación; este factor constituye el núcleo genuino del "peligro" [!!] En ambos casos sobreviene la reacción de angustia, que en el lactante resulta ser todavía acorde al fin.

Con la experiencia de que un objeto exterior, aprehensible por vía de percepción, puede poner término a la situación peligrosa que recuerda al nacimiento, el contenido del peligro se desplaza de la situación económica a su condición, la pérdida del objeto. Ahora el peligro es la ausencia de la madre; el lactante da la señal de angustia tan pronto ella se ausenta, antes que sobrevenga la situación económica temida. Esta mudanza significa un primer gran progreso en el logro de la autoconservación; simultáneamente encierra el pasaje de la neoproducción involuntaria y automática de la angustia a su reproducción deliberada como señal del peligro.

En ambos aspectos, como fenómeno automático y como señal de socorro, la angustia demuestra ser producto del desvalimiento psíquico del lactante. Tanto la angustia del nacimiento como la angustia del lactante reconocen por condición la separación de la madre.

La función de la angustia es ser una señal para la evitación de la situación de peligro. La pérdida del objeto como condición de la angustia persiste por todo un tramo. También la siguiente mudanza de la angustia, la angustia de castración que sobreviene en la fase fálica, es una angustia de separación y está ligada a idéntica condición. El peligro es aquí la separación de los genitales.

En la castración la alta estima narcisista por el pene se basa en la garantía de la reunión con la madre en el coito. La privación de este órgano equivale a una nueva separación con la madre y un nuevo desvalimiento a una tensión displacentera de la necesidad.

La angustia de castración se desarrolla como angustia de la Cc moral, como angustia social. Es la ira, el castigo del superyó, la pérdida de amor de parte de él, aquello q el yo valora como peligro y a lo cual responde con la señal de angustia.

Yo antes creía que la angustia se generaba de manera automática en todos los casos mediante un proceso económico, mientras que la concepción de la angustia que ahora sustento, como una señal deliberada del yo hecha con el propósito de influir sobre la instancia placer-displacer, nos dispensa de esta compulsión económica.

El yo es el genuino almácigo de la angustia. No hay motivos para atribuirle al superyó una exteriorización de angustia. La angustia es un estado afectivo que solo puede ser registrado por el yo. El ello no puede tener angustia como el yo, no aprecia situaciones de peligro. En el ello se preparan o consumen procesos que dan ocasión al yo para desarrollar la angustia. Se distinguen dos casos, que en el ello suceda algo que active una de las situaciones de peligro para el yo y lo mueva a dar la señal de angustia a fin de inhibirlo, o que en el ello se produzca la situación análoga al trauma de nacimiento, en que la reacción de angustia sobreviene de manera automática. En las psiconeurosis el yo intenta ahorrarse la angustia que ha aprendido a mantener en suspenso por un lapso de tiempo y luego ligarla mediante una formacion de sintoma.

XI. ADDENDA

A. RESISTENCIA Y CONTRAINVESTIDURA

Nueva sistematización de las resistencias a partir de las conceptualizaciones que se derivan de la formulación de la segunda tópica. Durante el tratamiento analítico surgen resistencias que provienen de distintos lados, el campo de las resistencias no se agota en las resistencias provenientes del yo.

La represión reclama un gasto permanente. Si esta falta, la moción reprimida, que recibe continuos aflujos desde sus fuentes, retomaría el mismo camino que fue esforzada a desalojar y, la represión quedaría despojada de su éxito o debería repetirse indefinidamente. La naturaleza de la pulsión exige asegurar al yo su acción defensiva mediante un gasto continuo: esta acción en resguardo de la represión es la resistencia, y esta última presupone una contrainvestidura. La contrainvestidura, necesaria para la resistencia, presupone una alteración del yo como formación reactiva en el interior del mismo como refuerzo de la actitud opuesta a la orientación pulsional que ha de reprimirse. En la NO las formaciones reactivas se generalizan como rasgos de carácter (desplazamiento en la eleccion de objeto), en la histeria retienen un objeto en particular, evita la percepción peligrosa de el.

La resistencia que debemos superar en el análisis, es operada por el yo, que se afirma a sus contrainvestiduras. Hacemos consciente la resistencia toda vez que ella misma es inconsciente a raíz de su nexo con lo reprimido; si ha devenido consciente, o después que lo ha hecho, le contraponemos argumentos lógicos, y prometemos al yo ventajas y premios si abandona la resistencia. En cuanto a la resistencia de yo, entonces no hay nada que poner en duda o rectificar. En cambio, es cuestionable que ella sola recubra el estado de cosas que nos sale al paso en el análisis. Hacemos la experiencia de que el yo sigue hallando dificultades para deshacer las represiones aun después que se formó el designio de resignar sus resistencias, y llamamos "reelaboración” la fase de trabajoso empeño que sigue a ese loable designio: tras cancelar la resistencia yoica, es preciso superar todavía el poder de la compulsión de repetición, la atracción de los arquetipos inconscientes sobre el proceso pulsional reprimido; y nada habría que objetar si se quisiese designar ese factor como resistencia de lo inconsciente.

Debemos librar combate contra 5 clases de resistencias que provienen de 3 lados, del yo, del ello y del superyó. Demostrando ser el yo la fuente de tres formas de ella, diversas por su dinámica:

Resistencias Yoicas: resistencia de la represión (resistencia radial y longitudinal), la resistencia de transferencia (que consigue reanimar la represión mediante un vínculo con el analista) y la resistencia que parte de la ganancia de la enfermedad (se basa en la integración del síntoma en el yo. Corresponde a la renuencia a renunciar a una satisfacción a o un aligeramiento).

Resistencia Del ello: es la responsable de la necesidad de reelaboración (condición de satisfacción de una fantasía Icc que es necesario elaborarla varias veces en el análisis para que el paciente tome noticia q en su padecimiento hay algo que le produce satisfacción).

Resistencia Del superyó: brota de la Cc de culpa o necesidad de castigo (se opone a todo éxito y a la curación mediante el análisis).

B. COMPLEMENTO SOBRE LA ANGUSTIA

La angustia está vinculada con la expectativa; es angustia ante algo. Lleva adherido un carácter de indeterminación y ausencia de objeto; cuando ha hallado un objeto es miedo. La angustia también tiene un vínculo con la neurosis. ¿Por qué no todas las reacciones de angustia son neuróticas? Se hace necesaria una apreciación de la diferencia entre angustia realista y angustia neurótica.

Peligro realista es uno del que tomamos noticia, y angustia realista es la que sentimos frente a un peligro notorio de esa clase. La angustia neurótica lo es ante un peligro del que no tenemos noticia. El peligro neurótico es un peligro pulsional. Tan pronto como llevamos a la cc este peligro desconocido para el yo, borramos la diferencia entre angustia realística y neurótica, y podemos tratar a esta como aquella.

En el peligro realista desarrollamos dos reacciones: la afectiva, el estallido de angustia, y la acción protectora.

El núcleo de la situación de peligro es el desvalimiento material en el caso del peligro realista, y psíquico en el del peligro pulsional. Llamemos traumática a una situación de desvalimiento vivenciada; tenemos entonces razones para diferenciar la situación traumática de la situación de peligro.

Constituye un importante progreso en nuestra autopreservación no aguardar a que sobrevenga una de esas situaciones traumáticas de desvalimiento, sino preverla, estar esperándola. Llámese situación de peligro a aquella en que se contiene la condición de esa expectativa; en ella se da la señal de angustia. Esto quiere decir: yo tengo la expectativa de que se produzca una situación de desvalimiento, o la situación presente me recuerda a una de las vivencias traumáticas que antes experimenté. Por eso anticipo ese trauma, quiero comportarme como si ya estuviera ahí, mientras es todavía tiempo de extrañarse de él. La angustia es entonces, por una parte, expectativa del trauma, y por la otra, una repetición amenguada de él. Su vínculo con la expectativa se atañe a la situación de peligro; su indeterminación y ausencia de objeto, a la situación traumática del desvalimiento que es anticipada en la situación de peligro.

La situación de peligro es la situación de desvalimiento discernida, recordada, esperada. La angustia es la reacción originaria frente al desvalimiento en el trauma, que más tarde es reproducida como señal de socorro en la situación de peligro. El yo, que ha vivenciado pasivamente el trauma, repite ahora de manera activa una reproducción moderada de este, con la esperanza de poder guiar de manera autónoma su decurso.

Lo decisivo es el primer desplazamiento de la reacción de angustia desde su origen en la situación de desvalimiento hasta su expectativa, la situación de peligro. Y de ahí se siguen los ulteriores desplazamientos del peligro a la condición del peligro, si como la pérdida de objeto y sus ya mencionadas modificaciones.

El peligro realista amenaza desde su objeto externo, el neurótico desde una exigencia pulsional. En la medida en que esta exigencia pulsional es algo real, puede reconocerse también a la angustia neurótica un fundamento real. Hay un vínculo íntimo entre angustia y neurosis que se reconduce al hecho de que el yo se defiende, con auxilio de la reacción de angustia, del peligro pulsional del mismo modo que del peligro realista externo, pero esta orientación de la actividad defensiva desemboca en la neurosis a consecuencia de una imperfección del aparato anímico.

La exigencia pulsional a menudo sólo se convierte en un peligro, interno, porque su satisfacción conllevaría un peligro externo, porque ese peligro interno representa uno externo. La exigencia pulsional ante cuya satisfacción el yo retrocede aterrado sería entonces la masoquista, la pulsión de destrucción vuelta hacia la persona propia.

También el peligro exterior, realista, tiene que haber encontrado una interiorización si es que ha de volverse significativo para el yo, vinculado con una situación vivenciada de desvalimiento.

Las fobias de la primera infancia son reacciones frente al peligro de la perdida de objeto. Cuando estas fobias se fijan y perduran se puede demostrar que su contenido se ha puesto en conexion con exigencias libidinales, ha devenido tambien la subrogacion de peligros internos.

Conferencia 32: Angustia y vida pulsional

La angustia es un estado afectivo, es la reunión de determinadas sensaciones de la serie placer-displacer con las correspondientes inervaciones de descarga y su percepción.

La angustia realista se produce frente al peligro real, un daño esperado de afuera, está al servicio de la autoconservación y produce un estado de atención sensorial incrementada y tensión motriz llamado apronte angustiado. Se desarrolla la reaccion de angustia. Puede ser repeticion de vivencia pasada traumatica con reaccion adaptada al presente o paralizante

La angustia neurótica es enigmática, carente de fin. Puede ser:

-Un estado de angustia libremente flotante, pronta a enlazarse de manera pasajera con cada nueva posibilidad que emerja (angustia expectante)

-Fobias: ligada firmemente a determinados contenidos de representación. Un peligro interior se traspone a uno exterior. De ésta forma cree poder defenderse mejor mediante la huida. En la fobia sobreviene un desplazamiento.

-Histeria: acompaña a síntomas o emerge de manera independiente como ataque o estado prolongado sin fundamento exterior.

La angustia neurótica se genera por transmudación directa de la libido producto de la represión de la representación, y cuyo monto de afecto es mudado en ésta. Los síntomas revelan la angustia, se crean para evitarla. Aquello a lo q se tiene miedo es a la propia libido. A diferencia de la angustia real, el peligro es interno y no se discierne conscientemente. La angustia se genera porque la libido se ha vuelto inaplicable.

El yo es el único almácigo de la angustia (el solo puede producirla y sentirla), hay 3 variedades de angustia y cada una corresponde a los 3 vasallajes del yo: respecto del mundo exterior (realista), del ello (neurótica), y del superyó (Cc moral).

La función de la angustia como señal que indica una situación de peligro.

No es la represión la que crea la angustia, sino que ésta crea la represión.

El varón siente angustia ante una exigencia de su libido, ante el amor de su madre, pero ese enamoramiento le aparece como un peligro interno del que debe sustraerse porque provoca un peligro externo. El peligro real, externo, es la amenaza de castración, la pérdida de su miembro. La angustia de castración es uno de los motores de la represión. En la mujer, no hay amenaza de castración sino aparece la angustia a la pérdida de amor porque sin el amor de la madre queda expuesta a los sentimientos de tensión.

Repiten en el fondo la angustia de nacimiento (la castración es también la imposibilidad de reunificación con la madre). Lo esencial en el nacimiento, como en cualquier otra situación de peligro, es que provoque en el vivenciar anímico un estado de excitación de elevada tensión q sea sentido como displacer y del cual uno no pueda apropiarse por vía de descarga. Se llama factor traumático a un estado así, en que fracasan los empeños del Ppio de Placer.

La vivencia de angustia del nacimiento es el arquetipo de todas las situaciones posteriores de peligro.

A cada fase del desarrollo le corresponde una condición de angustia, con el tiempo las situaciones peligrosas son desvalorizadas por el fortalecimiento del yo, pero sólo de forma incompleta.

El yo nota q la satisfacción de una exigencia pulsional convocaría una de las recordadas situaciones de peligro. Por lo tanto, esa investidura pulsional debe ser sofocada de algún modo, cancelada. Dirige una investidura tentativa y suscita el automatismo placer-displacer mediante la señal de angustia q lleva a cabo la represión de la moción pulsional peligrosa. La angustia neurótica se ha mudado en angustia realista, en angustia ante determinadas situaciones externas de peligro.

El yo es endeble frente al ello, se empeña en llevar a cabo sus órdenes. Ese yo es parte del ello mejor organizada, orientada hacia la realidad. Influye sobre los procesos del ello cuando por medio de la señal de angustia pone en actividad el principio placer-displacer.

Solo la magnitud de la suma de excitación convierte a una impresión en factor traumático, paraliza la operación del P de P y confiere su significatividad a la situación de peligro. Por lo tanto, las represiones originarias nacen directamente a raíz del encuentro del yo con una exigencia libidinal hipertrófica proveniente de factores traumáticos, y crean la angustia como algo nuevo. Ahora consideramos a la angustia como la reacción frente a exigencias libidinales consecuencia directa del factor traumático (lo no ligado) y como la señal de q amenaza la repetición de un factor así.

En el momento en que la vida anímica o la vegetativa, sufre una perturbación, nace una pulsión a crearlo y produce la compulsión de repetición, que expresa la naturaleza conservadora de las pulsiones. Las vivencias olvidadas y reprimidas de la primera infancia se reproducen en el curso del análisis en sueños y las de la transferencia. En estos casos una compulsión de repetición se impone más allá del principio de placer. Las pulsiones se separan en dos grupos: las eróticas, que quieren producir ligadura cada vez más sustancia viva en unidades mayores, y las pulsiones de muerte, que reconducen lo vivo al estado inorgánico. De la acción conjugada y contraria de ambas surgen los fenómenos de la vida, a que la muerte pone término. El paciente que ofrece la resistencia, no sabe nada de ella ni sus motivos. Esos motivos son una necesidad de castigo, clasificada entre los deseos masoquistas. Esa necesidad de castigo es el peor enemigo de la cura. Se satisface con el padecimiento que la neurosis conlleva, y por eso se aferra a la condición de enfermo. Esta necesidad icc de castigo se comporta como un fragmento de la cc moral, por lo tanto, tiene el mismo origen que está y corresponde a una porción de agresión interiorizada y asumida por el superyó. Lo llamamos sentimiento icc de culpa. Una parte de ella ejercita su actividad muda como pulsión de destrucción en el yo y el ello. Las personas en quienes es hiperpotente ese sentimiento inconciente de culpa se delatan en el tratamiento analítico por la reacción terapéutica negativa, se refuerza el síntoma y el padecimiento. Las pulsiones de agresión son las que dificultan la convivencia humana y amenazan su perduración, que limite su agresión es el sacrificio que la sociedad le pide al individuo. La institución del superyó que trae hacia sí las peligrosas mociones agresivas establece un resguardo en los lugares inclinados a la revuelta pero tampoco se siente bien el yo cuando se lo sacrifica a las necesidades de la sociedad, cuando tiene que someterse a las tendencias destructivas de la agresión que habría dirigido contra otros. Siempre están ligadas a las eroticas que mitigan las condiciones de la cultura.

Conferencia 23: los caminos de la formación de síntoma

Fundamentar la nueva serie etiológica del síntoma como la consecuencia de la introducción del concepto de pulsión en la teoría (pulsión-fantasía-síntoma).

Síntomas = Actos perjudiciales, inútiles para la vida en su conjunto. Se realizan contra la voluntad, conllevan displacer o sufrimiento para la persona. Su principal perjuicio consiste en el gasto anímico que ellos mismos cuestan y, además, en el que se necesita para combatirlos. Todos estamos enfermos, somos neuróticos debido a que las condiciones para la formación de síntomas pueden pesquisarse también en personas normales.

Síntomas neuróticos = resultado de un conflicto que se libra en torno de una nueva modalidad de la satisfacción pulsional. Las dos fuerzas que se han enemistado vuelven a coincidir en el síntoma; se reconcilian, gracias al compromiso de la formación de síntoma. Por eso el síntoma es tan resistente; está sostenido desde ambos lados. Una de las dos partes envueltas en el conflicto es la libido insatisfecha, rechazada por la realidad, que ahora tiene que buscar otros caminos para su satisfacción. Si a pesar de que la libido está dispuesta a aceptar otro objeto en lugar del denegado, la realidad permanece inexorable, aquella se verá finalmente precisada a emprender el camino de la regresión y a aspirar a satisfacerse dentro de una de las organizaciones ya superadas o por medio de uno de los objetos que resigno antes. En el camino de la regresión, la libido es cautivada por la fijación que ella ha dejado tras sí en esos lugares de su desarrollo.

El camino de la perversión se separa tajantemente del de la neurosis. Si estas regresiones no despiertan la contradicción del yo, tampoco sobrevendrá la neurosis, y la libido alcanzará alguna satisfacción real, aunque no una satisfacción normal. Pero el conflicto queda planteado si el yo no presta su acuerdo a estas regresiones. La libido tiene que intentar escapar a algún lado: adonde halle un drenaje para su investidura energética, según lo exige el principio de placer. Tiene que sustraerse del yo. Le permiten tal escapatoria las fijaciones dejadas en la vía de su desarrollo, que ahora ella recorre en sentido regresivo, y de las cuales el yo, en su momento, se había protegido por medio de represiones. Cuando en su reflujo la libido inviste estas posiciones reprimidas, se sustrae del yo y de sus leyes. (carácter inmutable). Las representaciones sobre las cuales la libido transfiere ahora su energía en calidad de investidura pertenecen al sistema del inconsciente y están sometidas a los procesos allí posibles, en particular la condensación y desplazamiento. La subrogación (el representante psíquico de la libido) tiene que contar con el poder del yo Prcc. La contradicción que se había levantado contra ella en el interior del Yo la persigue como contrainvestidura y la fuerza a escoger una expresión que también sea expresión de ella. El síntoma se engendra como retoño de cumplimiento de deseo libidinoso inconsciente desfigurado de múltiples formas.

La escapatoria de la libido bajo las condiciones del conflicto es posibilitada por la preexistencia de fijaciones. La investidura regresiva lleva a sortear la represión y a una descarga que respete las condiciones de compromiso. Por los rodeos la libido ha logrado una satisfacción real, aunque restringida y apenas reconocible ya.

La libido halla las fijaciones que le hacen falta para quebrantar las represiones en las prácticas y vivencias de la sexualidad infantil (neurosis histérica). La importancia de este periodo infantil es doble = En él se manifestaron por primera vez las orientaciones pulsionales que el niño traía consigo en su disposición innata. Y, en virtud de influencias externas, de vivencias accidentales, se le despertaron y activaron por primera vez otras pulsiones. Vivencias puramente contingentes de la infancia son capaces de dejar como secuela fijaciones de la libido, el hecho de que sobrevengan en periodos en el que el desarrollo no se ha completado confiere a sus consecuencias una gravedad mayor, las habilita para tener efectos traumáticos.

La fijación libidinal del adulto, que hemos introducido en la ecuación etiológica de las neurosis como representante constitucional, tiene dos factores: la disposición heredada innata y la predisposición adquirida en la primera infancia. Pero las vivencias infantiles cobran importancia por la regresión. También las vivencias infantiles tienen un efecto de atracción sobre la libido, ya que quedó adherida con ciertos montos de energía libidinosa en ellas.

Los síntomas crean entonces un sustituto para la satisfacción frustrada por medio de una regresión de la libido a estadios anteriores de la elección de objeto u organización. En este período la libido no echaba de menos la satisfacción. El síntoma repite de algún modo aquella modalidad de satisfacción desfigurada por la censura que nace del conflicto y mezclada con elementos que provienen de la ocasión que llevó a contraer la enfermedad. La persona siente la satisfacción como un sufrimiento, provoca su resistencia. Además, casi siempre prescinden del objeto y resignan el vínculo con la realidad, retroceso al autoerotismo. Reemplaza una modificación del mundo por una modificación del cuerpo. Además, cooperaron la condensación y el desplazamiento.

No siempre las escenas infantiles en las que se fijan la libido son verdaderas. Esto es porque los recuerdos infantiles poseen realidad psíquica por oposición a la realidad material. En el mundo de la neurosis la realidad psíquica es la decisiva. El niño muchas veces se compone la fantasía sobre la base de indicios, o sobre una insatisfacción de la pulsión de ver o saber que se representa en otra observación análoga. Por la fantasía de seducción muchas veces el niño encubre el período autoerótico de su quehacer sexual. El resultado es el mismo corresponda mayor o menor participación de la fantasía o la realidad. La necesidad de crear tales fantasías proviene de las pulsiones. Hay fantasías primordiales que son un legado filogenético por ello tienen idéntico contenido, llena lagunas de su vivenciar individual con una verdad prehistórica.

El yo es educado para obedecer al principio de realidad por influencia del apremio de la vida. Tiene que renunciar transitoria o permanentemente a ciertos objetos y metas de su aspiración de placer. Pero se reserva una actividad que se concede todas esas fuentes de placer resignadas que se emancipan al examen de la realidad (juzgar si algo es real o no). Las aspiraciones alcanzan así la forma de representación de cumplimiento. En la fantasía el hombre sigue gozando de la libertad respecto de la aprobación de la realidad. Las fantasias mas conocidas son los sueños diurnos. Estos son el modelo y núcleo de los sueños nocturnos, que son desfigurados y experimentan libertad plena por la liberación que las mociones pulsionales. Muchas veces las fantasías diurnas son Icc. Son retoños de aquellas escenas que la libido inviste regresivamente. Los objetos y orientaciones que la libido había resignado son retenidos aún en las fantasías. Estas son toleradas por el Yo mientras cumplan una condición cuantitativa. Pero se elevan y desarrollan un esfuerzo orientado hacia la realidad. Entonces son sometidas a la represión por parte del Yo y atraídas por el Icc. Desde las fantasías Icc la libido vuelve a migrar hasta sus orígenes, en sus puntos de fijación. La retirada de la libido a la fantasía es un estado intermedio de formación de síntomas. Se lo denomina introversión. Significa un extrañamiento de la libido respecto a las posibilidades de satisfacción real y la sobreinvestidura de las fantasías.

El carácter cualitativo de las condiciones etiológicas (dinámico) no alcanza, hay que incluir el punto de vista económico de los procesos anímicos. El conflicto estalla cuando se alcanzó ciertas intensidades de investiduras, por más que pre existieran las condiciones de contenido. Interesa el monto de libido no aplicada que una persona pueda conservar flotante y la cuantía de la fracción de su libido que es capaz de sublimar. La meta del alma es domeñar los volúmenes de excitación que operan en el interior del aparato anímico e impedir su éxtasis generadora de displacer.

Conferencia 28: la terapia analitica

La terapia hipnótica usa la sugestión para prohibir los síntomas, refuerza la represión, deja intactos los procesos que han llevado a la formación de síntoma; la terapia analítica llega hasta los conflictos de donde nacen los síntomas, se sirve de la sugestión para modificar el desenlace de ellos; impone un difícil trabajo para cancelar las resistencias internas. Se trabaja con la transferencia resolviendo lo que se contrapone. La superación de los conflictos y la superación de las resistencias se logra si se le han dado las representaciones-expectativa que coinciden con su realidad interior. La transferencia es objeto de tratamiento, es descompuesta en sus manifestaciones debe ser desmontada para la cura. El éxito del tratamiento, la cura analitica, se produce por superación de las resistencias y la transformación interior.

Teoría de la libido: el neurótico es incapaz de gozar y producir porque la libido no está dirigida a objetos reales, y porque tiene que gastar gran parte de la energía en mantener la libido reprimida y defenderse de ella. La terapia consiste en desasir la libido de sus provisionales ligaduras sustraídas al Yo para ponerla al servicio de él. La libido del neurótico está ligada a los síntomas, que le procuran la satisfacción sustitutiva. Por eso es necesario resolverlos; para esto hay que remontarse hasta su génesis, renovar el conflicto del que surgieron, llevarlo a otro desenlace con el auxilio de fuerzas no disponibles en ese momento, pero no en las huellas mnémicas de los sucesos que originaron la represión sino en transferencia, creando versiones nuevas del viejo conflicto. La transferencia es el campo de batalla en el que se reencuentran las fuerzas que combaten. Toda la libido converge en la relación con el médico, los síntomas quedan despojados de libido. La transferencia aparece en lugar de la enfermedad. En lugar de los objetos libidinales irreales, aparece un único objeto fantaseado: el médico. Cuando la libido vuelve a desasirse del objeto provisional no puede volver atrás a sus primeros objetos, sino que queda a disposición del Yo. Se libró batalla con la repugnancia del Yo hacia ciertas orientaciones de la libido (inclinación a reprimir) y la viscosidad de la libido que no quiere abandonar los objetos antes investidos.

Hay dos fases en el tratamiento: de los síntomas a la transferencia, y librar a éste nuevo objeto de la libido, para eliminar la represión, de suerte que no pueda sustraerse más la libido del Yo. Bajo la influencia de la sugestión se produce un cambio en el Yo; el Yo es engrosado por lo inconsciente que se hace conciente, se reconcilia con la libido, se le concede alguna satisfacción y se reduce el horror ante sus reclamos por la posibilidad de neutralizar un monto de ella por sublimación.

Los límites están en la falta de movilidad de la libido que no quiere abandonar sus objetos, y en la rigidez del narcisismo, que no permite que la transferencia sobre objetos sobrepase cierta frontera.

Los sueños, así como los actos fallidos y ocurrencias libres sirven para colegir el sentido de los síntomas y descubrir la colocación de la libido. Nos muestran los deseos que cayeron bajo la represión y los objetos a los cuales quedó aferrada la libido sustraída al Yo. Son la mejor vía de acceso al ICC reprimido a lo cual pertenece la libido sustraída al yo.

El sano también ha realizado represiones y hace un cierto gasto para mantenerlas, su Icc oculta mociones reprimidas, investidas de energía y una parte de su libido no está disponible para su Yo. La persona sana es virtualmente neurótica. La diferencia entre salud y neurosis se circunscribe a lo práctico, y se define por el resultado, si le ha quedado a la persona capacidad para gozar y producir; el sano puede poseer innumerables formaciones de síntoma, aunque mínimas y carentes de importancia práctica. La diferencia es de índole cuantitativa, los montos de energía que han quedado libres y los ligados por represión.

La escisión del yo en el proceso defensivo

El Yo del niño se encuentra al servicio de una poderosa exigencia pulsional que está habituado a satisfacer, hasta que es aterrorizado por una vivencia que le enseña que proseguir con esa satisfacción le traería un peligro real difícil de soportar. Se produce un conflicto entre la exigencia de la pulsión y el veto de la realidad objetiva. Responde al conflicto con dos reacciones contrapuestas: rechaza la realidad objetiva con ayuda de ciertos mecanismos y no se deja prohibir nada; y al mismo tiempo reconoce el peligro de la realidad objetiva, asume la angustia y busca defenderse de él. Esto produjo una desgarradura del Yo. Las dos reacciones contrapuestas subsistirán como núcleo de una escisión del Yo.

Al ver genitales femeninos piensa que el miembro todavía no le creció. Amenaza de castración por su onanismo manual, rehúsa la creencia le parece imposible. Pero al ver genitales femeninos nuevamente, la amenaza recuerda la percepción que se tuvo por inofensiva y encuentra en ella la temida corroboración. El niño cree que la niña fue castrada y ya no se atreve a poner en duda que su propio genital pueda correr la misma suerte. Cree en la realidad objetiva del peligro de castración.

Esquema del psicoanálisis:
El yo infantil bajo el imperio del mundo real objetivo, tramita una exigencias pulsionales desagradables mediante las llamadas represiones. El yo se defiende mediante la desmentida de las percepciones que anoticias de ese reclamo de la realidad objetiva. La desautorización es completada por un reconocimiento, siempre hay dos posturas opuestas independientes entre si que dan por resultado la escisión del yo. El desenlace dependerá de cuál de las dos pueda arrastrar hacia si la intensidad mas grande. Las posturas opuestas e independientes son un rasgo universal de las neurosis, en este caso una pertenece al yo y la otra al ello.
No interesa que emprenda el yo en su afán defensivo (rechazar mundo exterior real o interior pulsional) el resultado nunca es perfecto siempre siguen las dos posturas opuestas.

Analisis terminable e interminable

II. Hay dos condiciones para dar por concluido el análisis: que el paciente no padezca más a causa de sus síntomas y haya superado sus angustias y sus inhibiciones; y que el analista juzgue haber hecho conciente en el enfermo tanto de lo reprimido, esclarecido tanto de lo incomprensible, eliminado de la resistencia interior, que no quepa temer que se repitan los procesos patológicos.

Para que la perturbación no retorne ni se sustituya por otra, el Yo no tenía que estar alterado. La etiología de las perturbaciones neuróticas es mixta: son pulsiones hiperintensas (factor constitucional) y es efecto de traumas prematuros (factor accidental). En el caso de predominio traumático el análisis conseguirá, merced al fortalecimiento del Yo, sustituir la decisión deficiente de la edad temprana por la correcta tramitación. La intensidad constitucional de las pulsiones y la alteración perjudicial del Yo, adquirida en la lucha defensiva, son los factores desfavorables para el análisis y capaces de prolongar su duración.

III. El factor constitucional es de intensidad de las pulsiones. Domeñamiento de la pulsión se utiliza para enunciar que la mezcla de la libido con la pulsión de muerte torna inocua a ésta. La tramitación duradera de una exigencia pulsional o domeñamiento quiere decir que la pulsión es admitida en su totalidad dentro de la armonía del Yo, no sigue más su camino propio hacia la satisfacción. Para domeñar o tramitar duraderamente una exigencia pulsional, la intensidad cumple un papel primordial, como por ejemplo en la pubertad y menopausia, en que emergen refuerzos de ciertas pulsiones y pueden desencadenar una neurosis. El domeñamiento fracasa con el refuerzo, las represiones se alzan. El mismo refuerzo lo pueden provocar influjos accidentales.

En el sano toda decisión de un conflicto pulsional vale sólo para una determinada intensidad de la pulsión, en relación con la robustez pulsional y robustez del Yo. Si el Yo se relaja las pulsiones dominarán y pueden aspirar a sus satisfacciones sustitutivas por caminos anormales. La salud depende de proporciones de fuerzas entre las instancias del aparato anímico.

Todas las represiones acontecen en la primera infancia como medidas de defensa. En años posteriores no se consuman represiones nuevas pero se conservan las antiguas para gobernar las pulsiones. Las represiones infantiles no se pueden mantener frente a un acrecentamiento de la intensidad de las pulsiones. Los conflictos nuevos son tramitados por post-represión. El análisis hace que el Yo maduro emprenda una revisión de las represiones: algunas serán liquidadas, otras reconocidas, pero se las edificará de nuevo sobre un material más sólido. Estos nuevos diques tienen una consistencia diversa y no cederán fácilmente al acrecentamiento pulsional. La rectificacion del proceso represivo originario pone termino al hiperpoder del factor cuantitativo, es la operacion genuina de la terapia analitica

El desarrollo siempre arrastra estratos anteriores; la evolución libidinal produce sustituciones de estadios cuya transmudación no acontece de modo integral, fragmentos de la organización anterior persisten junto a la más reciente. Por eso en la plasmación definitiva pueden conservarse restos de las fijaciones anteriores. Igual ocurre en el trabajo analítico: sectores del mecanismo antiguo permanece intocado. El factor cuantitativo de la intensidad pulsional se contrapone a los empeños defensivos del Yo; el resultado final del trabajo analítico dependerá de la proporción relativa entre las fuerzas de las instancias en recíproca lucha.

V. Para el éxito del tratamiento son decisivos los influjos de la etiología traumática, la intensidad de las pulsiones que es preciso gobernar y la alteración del Yo. Respecto del Yo, la situación analítica consiste en aliarse a él con el fin de someter sectores no gobernados de su Ello e integrarlos en la síntesis del Yo. Tiene que ser un Yo normal, pero en la práctica, éste se asemeja al del psicótico en alguna cosa. El monto de aproximación y distanciamiento de estos extremos designa la medida de alteración del Yo. Los grados de alteración son originarios o adquiridos. Si se adquirió fue en el curso del desarrollo. Desde el comienzo el Yo tiene que procurar el cumplimiento de su tarea: mediar entre el Yo y el mundo externo al servicio del principio de placer. Si adopta una actitud defensiva tanto con el mundo externo como con su Ello, y a tratar sus exigencias como peligros externos, es que comprendió que la satisfacción pulsional llevaría a conflictos con el mundo exterior. Más tarde se agregará un tercer factor (el Superyo). Para cumplir su tarea y evitar el peligro, la angustia y el displacer, se vale de mecanismos de defensa, de los cuales represión (esfuerzo de desalojo y suplantación) es uno de ellos. Contra el peligro interno no hay huída posible, entonces los mecanismos de defensa están condenados a falsificar la percepción interna y posibilitarnos una noticia deficiente y desfigurada de nuestro Ello. Los mecanismos sirven para apartar peligros pero el precio es demasiado alto, el gasto dinámico que se requiere así como las limitaciones del Yo que conllevan demuestran ser unos pesados lastres para la economía psíquica. Y no son resignados después de socorrer al Yo en los años difíciles. Estos mecanismos se fijan en el interior del Yo, devienen modos regulares de carácter, que se repiten frente a situaciones parecidas. Pasan a ser infantilismos, se afanan en conservarse cuando ha pasado su idoneidad. El Yo fortalecido se sigue defendiendo de peligros que no existen en la realidad objetiva, y se ve forzado a rebuscar situaciones de la realidad para justificar sus modos defensivos. Los mecanismos mediante una enajenación del mundo exterior, ganan más y más terreno, y debilitando el Yo favorecen el estallido de la neurosis.

El análisis tiene que lidiar entonces no sólo con el Ello, hacerlo conciente, sino con el Yo, corregirlo. Los mecanismos retornan en la cura como resistencia, porque es tratada como un nuevo peligro. El efecto terapéutico se liga con el hacer conciente lo reprimido. Estas resistencias son inconscientes, están segregadas dentro del Yo. Durante el trabajo con las resistencias el Yo no deja que afloren los retoños de lo reprimido. Bajo la reescenificación de los conflictos defensivos se producen mociones de displacer que pueden provocar una transferencia negativa y cancelar el análisis. Hay una resistencia a la puesta en descubierto de las resistencias. No solo son resistencias contra el hacer concientes los contenidos del Ello, sino contra la cura. Al efecto que en el interior del Yo tiene el defender es la alteración del Yo. El análisis puede costear sólo unos volúmenes determinados de energía.

VIII. En la mujer la envidia del pene, y en el hombre la revuelta contra su actitud pasiva, femenina, conducta frente al Complejo de Castración o “protesta masculina” son características del análisis. Ésta desautorización de la feminidad empieza en la niñez con la represión de la actitud pasiva, ya que presupone la castración; también en la mujer el querer alcanzar la masculinidad es acorde con el Yo en la etapa fálica, pero luego sucumbe a la represión. Grandes sectores del complejo son transmudados para contribuir a la edificación de la feminidad, del deseo del pene al deseo del hijo. Pero muchas veces el deseo de masculinidad se conserva en lo Icc y produce efectos. Lo que sucumbe a la represión es lo del sexo contrario. El hombre puede desatar una transferencia negativa; la mujer puede caer bajo grave depresión.

_Se termina dejándole al paciente herramientas para enfrentar nuevos conflictos. El análisis debe crear las condiciones psicológicas más favorables para las funciones del yo, así quedaría tramitada su tarea. Pero esto no es para siempre.

_Tiene un final sin garantías (otra forma de la castración).

Lo que queda como resto es intratable. Siempre pueden retornar síntomas o conflictos (la roca viva de la castración). En la mujer hace limite la envidia del pene (en análisis aparece como decepción). En el hombre hace limite la posición pasiva o femenina respecto a otro hombre, “protesta masculina”; “desautorización de la feminidad” (aparece como un no querer recibir más nada del analista hombre). Ambos son el resto insolucionable del análisis.

Hay que tener en consideración que la castración en el análisis es todo aquello que descompleta la imagen que queremos tener de nosotros mismos (yo ideal), todo lo que nos aleja del narcisismo primario: muerte, enfermedad, frustración, fracaso, Edipo, etc.

A veces se tiene la impresión de haber atravesado todos los estratos psicológicos, llegado, con el deseo del pene y la protesta masculina, a la “roca de base” y de ese modo al término de la actividad.

En la primera tópica Freud se preguntaba ¿Cuál es la cura?, en la segunda tópica la pregunta se convierte en ¿Cuáles son los obstáculos en la cura? Se encuentra con resistencias que no sabe explicar.

Pasaje de sistemas a instancias (segunda tópica), para incluir resistencias icc. El modelo del yo y el ello es la consecuencia lógica de introducir la pulsión de muerte.

Reformula el concepto de pulsión, introduce la pulsión de muerte, estimulo no ligado a las representaciones. Aquello de la pulsión que no se inscribe en el campo de las representaciones (buscar los antecedentes)

Primero planteaba el principio de constancia, solidario del modelo del arco reflejo, que tendía a una homeostasis, un equilibrio, descarga de estímulos. El método catártico, la abre acción descargaba el afecto que estaba estrangulado, expresado por el síntoma. Reformula esto a partir de la experiencia de la vivencia de satisfacción, introduce el aparato psíquico, el método psicoanalítico, el principio del placer. El cumplimiento de deseo como operador del aparato, se parte de displacer y apunta al placer.

Reconoce una satisfacción pulsional que no está en el campo del principio del placer, da cuenta de un más allá de ese principio. Se interesa por el particular apego al sufrimiento, por la reacción negativa. Se pregunta si hay un placer en el displacer. Se va a centrar en la tendencia del sujeto a repetir lo doloroso, fracaso, decepción, aquello que nunca fue ni pudo ser fuente de placer, y, sin embargo, se busca repetirlo. Aquí no habla de aquello que podría ser placentero para un sistema y displacentero para otro, como se da con la percepción del displacer, la represión y el principio de realidad, puesto que estos no contradicen al principio del placer, resguardan el placer. Comienza a cuestionar el imperio irrestricto del principio del placer, no le va a quitar validez sino a su alcance, ya no lo tomara como irrestricto debido a que encuentra fenómenos que lo contradicen, estos marcaran los límites de la primera tópica y exigirán una nueva. El más allá ubica un límite al principio del placer, no un nuevo principio regulador. Se integra la primera tópica, no la anula. El más allá indica la repetición de lo ligado a la pulsión de muerte

Para pensar el más allá, se basa en tres referentes clínicos:

- Sueños de la neurosis traumática: hay algo no desfigurado, conduce al enfermo una y otra vez a la situación del accidente, se repite con identidad inusitada, no actúa la condensación y el desplazamiento operaciones que permiten llevar adelante la realización del deseo, la emergencia de terror irrumpe el sueño, produce el despertar con renovado terror, como si fuera la primera vez, no hay tramitación del afecto. Vía para pensar algo nuevo del aparato psíquico, otra función del sueño. Caso menos dubitable para pensar el más allá. La neurosis traumática se diferencia de la histeria dado que en ella se presenta la bella indiferencia y participa el proceso primario.

- Juego infantil: Juega a que el otro primordial se va, repite lo displacentero, hay una ganancia de placer de otra índole. El juego completo si se marca en el principio de placer.

- Compulsión de repetición en la transferencia: fuerza a la reproducción con fidelidad no deseada lo doloroso, vivencias que no tienen ni tvieron algo placentero. Lo que se repite es el trauma tan potente que hace caer al Edipo.

Lo traumático son excitaciones que pueden perforar la protección anti estímulo. La respuesta frente a lo traumático es = tarea.

Tarea: esfuerzo por dominar psíquicamente el estímulo/lo desagradable por la vía de la compulsión de repetición para conducirlo a su tramitación. Se intenta dominar lo traumático que es primario y anterior al principio del placer, para que ese funcione primero hay que dominar al estímulo, hacerlo entrar en el aparato psíquico.

Novedoso: diferencia a lo reprimido, al icc dinámico, insistente de un yo con un núcleo icc, no reprimido. Desde el yo y el ello, se habla de este icc no reprimido que parte del yo.

Conceptualizaciones del yo:

- Primer módulo: yo como una masa homogénea de representaciones, coherente estética y ética. El yo se encuentra escindido por la representación inconciliable, de origen sexual infantil

- Segundo modulo: Yo como imagen unificada, producto de la identificación, este es objeto de la libido. El yo se encuentra escindido por el resto auto erótico que no se integra ni pasa a los objetos, el cuerpo propio se mantiene ajeno a la imagen unificada.

Yo: no está presente desde el origen, nace de un ello originario se constituye por relación con el mundo exterior. Es la parte del ello alterada por la relación con el mundo exterior. No es solo una superficie que percibe, no es solo sensaciones corporales, es un derivado de ellas. El mismo es la proyección de esa superficie. A las percepciones se les agrega una proyección psíquica, y ahí se constituye el yo. Almacigo de angustia, instancia donde se produce la angustia como reacción frente a un peligro. Ese peligro es la amenaza del avallecimiento del yo por alguno de sus amos, es decir, el mundo exterior, el ello y el superyó. Funciones: síntesis y dominio pulsional, ordenamiento del tiempo y espacio, dominio de la motilidad, resguardo del principio del placer y de realidad. Estas tareas fallan dado que el yo se escinde. No es tanto un yo dominante, sino un yo dominado, endeble. Hace valer el influjo del mundo exterior sobre el ello, el yo intenta limitar al ello en orden de guardar relación con el mundo exterior, busca imponerle restricciones. El yo hace posible que el ello rechace una moción pulsional, como compensación por el objeto exterior al que el ello renuncia, el yo reconstruye internamente al objeto al que se renunció, se produce una identificación. El yo está constituido como un sedimento de identificaciones que tiene como origen a todos esos objetos a los que amamos y renunciamos. El yo se ofrece como objeto de amor a las pulsiones, dice tener los rasgos de aquel objeto al que se

pide que renuncie. La identificación permite dominar al ello a costa de una gran docilidad, para lograr la renuncia de la moción pulsional, debe ofrecerse como objeto de amor al ello.

Giro del yo como dominador y dominado: Lo vemos en su potencia y endeblez. Se comporta de manera pasiva ante los poderes ingobernables del ello, para el yo, el ello es otro mundo exterior. Freud refiere al yo como un jinete sin fuerzas propias, como un monarca constitucional y como una pobre cosa.

Ello: Instancia psíquica que permite inscribir formalmente en el aparato psíquico al concepto de pulsión. Les da un lugar central a los estímulos interiores que no se ligan al campo de representaciones. Sede de pulsiones. Cuerpo pulsional, Originario, todo individuo es primero un ello psíquico, solo después se constituye el yo. Se altera a partir de que se hace posible la perdida de amor de los padres y se realizan las primeras renuncias. Lo otro psíquico icc en lo que el yo se continua. Gran reservorio libidinal, el ello es el estado inicial de la libido en el cuerpo propio antes de la constitución del yo, reemplaza al concepto de narcisismo primario por el del ello. No puede acceder al mundo sino es a través del yo.

Superyó: Instancia diferenciada del yo, se ubica sobre él y es capaz de dominarlo. Nace de una identificación específica, de la renuncia de objeto de amor de los padres en la infancia, es el heredero del complejo de Edipo.

SEMINARIO:

Pene es el órgano, no es el falo, este lo hace serlo por la investidura narcisista.

En el varón, el complejo de Edipo sucumbe por amenaza de castración, abandona a la madre como objeto de amor. En la mujer, la madre también es la primera seductora, su primer objeto de amor (ligazón pre edipica) hasta que descubre su castración, nace la envidia de pene, complejo de castración la dirige al complejo de Edipo donde se liga al padre puesto que el si tiene pene, se le demanda el falo.

Asimetría de los edipos: Niña el complejo de castración la dirige al complejo de Edipo del que sale de a poco. En el niño, la salida del complejo de Edipo se da por el complejo de castración.

Mujer: cambiar el objeto, madre por padre. Y debe cambiar la zona erógena, clítoris (pequeño pene) por la vagina.

Se necesita de la castración en el otro para la referencia a la castración propia. Solo se habla de castración en la fase fálica, las anteriores eran perdidas reales, esta es fantaseada.

Núcleo de la neurosis es el complejo de castración

Inhibición: limitación de una función del yo. Síntoma: proceso en el cual funciona la represión, sustitución de representaciones. Angustia: anterior a la represión (tercera versión)

El yo da la señal de angustia cuando advierte el peligro de la castración, inhibe el proceso de investidura amenazador en el ello.

La segunda versión: La fobia opera por proyección, sustitución de un peligro interno por uno externo.

NOTAS SOBRE LA REFORMULACIÓN DE LAS RESISTENCIAS EN LA ADDENDA DE INHIBICIÓN, SÍNTOMA Y ANGUSTIA

-Nueva sistematización de las resistencias, construida a partir de la formulación de la segunda tópica

Las resistencias se ordenan de acuerdo a las instancias psíquicas propuestas en la segunda tópica

Se trata de 5 resistencias, que parten de 3 lugares o instancias psíquicas diferentes (yo, el ello y el superyó).

Las resistencias del ello y del superyó van a ser la novedad más importante de este texto, y van a ser nombradas como resistencias estructurales

Antecedente: Primer sistematización de las resistencias en Psicoterapia de la histeria: resistencia de asociación, radial y de transferencia

1)RESISTENCIAS DEL YO

“En cuanto a la resistencia del yo, entonces, no hay nada que poner en duda o rectificar. En cambio, es cuestionable que ella sola recubra el estado de cosas que nos sale al paso en análisis”p.149, II

a)Resistencias de represión

Son las fuerzas que impiden que el material reprimido devenga conciente.

Coinciden con las Resistencias que encontramos en la censura, y que habíamos nombrado como resistencia longitudinal o de asociación en psicoterapia de la histeria

Recuerden que La naturaleza continua de la pulsión renueva el esfuerzo del material reprimido por acceder a la conciencia

Para mantener la represión se hace necesario por lo tanto un gasto permanente de energía que se oponga a la tentativa de lo reprimido de acceder a la conciencia

Ese gasto permanente se denomina resistencia

Podemos observarlo clínicamente a partir de la función de la contrainvestidura, pensando la contrainvestidura como una formación particular que funciona como tapón e impide el devenir conciente del material reprimido

Freud diferencia las distintas modalidades de contrainvestidura en cada neurosis:

En la neurosis obsesiva las contrainvestiduras son formaciones reactivas en el interior del yo, refuerzo de rasgos de carácter contrarios a la orientación pulsional

En la histeria y la fobia las contrainvestiduras son limitaciones orientadas a evitar el encuentro con una percepción exterior que despertaría una moción pulsional peligrosa

b) las Resistencias de transferencia.

Son las mismas resistencias que las de represión, pero ahora en juego en el mismo dispositivo analítico. Esto es, produciendo formas de retorno de lo reprimido que implican al analista, como lo hemos trabajado anteriormente en relación al síntoma neoproducido y la neurosis de transferencia.

En su momento hemos hablado de ellas al tomar las versiones resistenciales de la transferencia: la transferencia negativa y la positiva erótica.

c) Beneficio secundario de la neurosis

Se refiere al beneficio narcisista obtenido por la integración del síntoma al yo

Nos remite a un modo muy particular de ser amado: ser amado por lo que padezco. Padezco la neurosis, la enfermedad, pero a cambio soy compensado por ello con el amor del otro, que puede por ejemplo tenerme lástima o compasión.

2)RESISTENCIAS DEL ELLO

En la adenda dice muy poco, apenas nos remite a la compulsión de repetición, e indica que requieren de “Reelaboración”

Cuando se refiere a ellas como “resistencia de lo inconciente” no se refiere a lo inconciente reprimido, que como ya hemos trabajado en otra ocasión no se resiste, sino que insiste en hacerse conciente. Por el contrario, remite al inconciente estructural o tercer inconciente. Solo en este sentido podemos decir que el inconciente resiste.

En otros textos va a hablar de ella como “inercia psíquica”, “estasis libidinal” o “viscosidad de la libido”.

Remite a los puntos de fijación de la libido. Un Monto imovilizado, que no puede ser utilizado más que para los síntomas, justificando su compulsión, y supone un empobrecimiento del resto de la vida, una imposibilidad de usar esa libido para amar o trabajar.

Está directamente ligada a la figura del masoquismo femenino y a la fijación de la libido en determinadas fantasías primordiales que estructuran las formas de satisfacción en la neurosis

3) RESISTENCIA DEL SUPERYÓ

“Es la resistencia más oscura pero no la más débil, parece brotar de la conciencia de culpa o necesidad de castigo; se opone a todo éxito y por tanto, también a la curación mediante el análisis” p.150

Freud se refiere aquí a un problema que ya hemos trabajado en el yo y el ello y en el problema económico del masoquismo: la reacción terapéutica negativa.

Refiere a esos paciente que con el avance del tratamiento empeoran en lugar de mejorar.

Algo se opone en ellos a la cura, que es temida como un peligro.

No prevalece la voluntad de curación, sino la necesidad de estar enfermo

Se exterioriza como una resistencia a la curación. Y es el obstáculo a ella que parece ser más poderoso y el mayor peligro para el éxito terapéutico.

Freud oscila en llamarlo sentimiento inconciente de culpa o Necesidad de Castigo.

Esta forma de resistencia se encuentre en directa relación con la figura del masoquismo moral que Freud trabaja en el Problema Económico del Masoquismo, donde explica cómo el padecimiento que la neurosis supone puede volverse un valor para esta tendencia masoquista.

PREGUNTAS TERCER PARCIAL

1. Asimetria complejo de edipo entre niño y niña/ la relacion del c de edipo con el c de castracion es asimetrica para ambos sexos

2. por que la compulsion de repeticion en transferencia cuestiona el imperio irrestricto del ppio de placer

3. desarrolle la nocion de trauma a partir de Mas alla del ppio de placer, articule y diferencie con las primeras formulaciones sobre el tema

4. todo lo reprimido es icc pero no todo lo icc es por serlo reprimido. fundamente dicha afirmacion 3er ICC que utilidad tiene para pensar la 2da topica nucleo icc del yo, resistencias yoicas

5. cuales son los motivos que llevan a plantear la 2da topica. situe las diferencias con los alcances de la primera topica/ ¿Cómo conceptualiza el aparato psíquico en el texto “El yo y el ello” (1923) y en “La interpretación de los sueños”? ¿Qué lo lleva a Freud a producir este giro?

6. desarrolle la 3era version de la angustia y diferencie de la 2da version/ angustia y represion en la 2da teoria como lo modifica en la tercera

7. caracterice al super yo, explique su procedencia

8. como formula freud las resistencias en el analisis a partir de la 2da topica (resistencias del super yo y del ello se agregan) como las repiensa

9. establezca relaciones y diferencias entre el icc dinamico (reprimido) y el ello

10. que modifica freud en la teoria de los sueños a partir de los sueños traumaticos en Mas alla del ppio de placer

11. Por qué los sueños de las neurosis traumáticas dan cuenta del fracaso del principio del placer como regulador del aparato

12. relacione el juego del carretel del Fort da con mas alla del ppio de placer

13. a que llama reaccion terapeutica nagativa, cual es su relacion con el masoquismo moral

14. ¿Dónde ubica el punto de viraje en la niña que lo lleva al desarrollo de la femineidad? ¿Qué importancia le otorga a la fase pre-edipica?

15. que factores explora freud en analisis terminable e interminable respecto de los obstaculos de la curacion desarrolle uno

16. cuales son los vasallajes del yo respecto de la 2da topica/ en relacion al yo y el ello

17. como explica la ruptura del ppio de placer que fenomenos clinicos (tres) utiliza para dar cuenta de ello desarrolle uno

18. como conceptualizaba freud el yo a partir de la 2da topica. que diferencia hay con el yo del narcisismo

19. como continua freud sus resistencias en analisis terminable o interminable

20. relacion complejo de edipo y fase falica

21. relacione fase falica y complejo de castracion con la asimetria edipica

22. pasaje del primer dualismo al segundo dualismo pulsional

23. relacionar resistencias de psiqcoterapia de la histeria con resistencias de inhibicion sintoma y angustia

24. primera y tercera teoria de la angustia como se articula con la nueva topica

25. como articula concepto de castracion con el de complejo de edipo

26. Teniendo en cuenta que la angustia vale como reacción frente a un peligro, cuál es el factor que Freud propone como genuino núcleo del peligro en Inhibición, Síntoma y Angustia?

27. ¿En qué basa Freud la analogía de la situación de peligro con la vivencia del nacimiento y qué es lo común entre ambas? ¿Cómo aparece allí el "núcleo genuino" del pelgro?

28. Articule y diferencie los sueños traumáticos y el juego del carretel

29. distintas concepciones del icc

30. neurosis en estudios sobre la histeria y neurosis en mas alla

31. Por que la primacia del falo es concebible con el complejo de edipo

32. porque la repeticion pone en cuestion la teoria del recuerdo, ejempl con comp de rep en trasferencia

33. porque la fuente independiente de desprendimiento de displacer es un antecedente del mas alla del ppio de placer

34. como reformula el icc en la 2da topica que concecuencias tiene respecto a la cura (nucleo icc del yo)

35. respesto de la angustia de castracion, diferencia la señar de angustia de la angustia arquetipica del nacimiento.

36. modificacion concepto de pulsion a partir del texto mas alla del ppio de placer

37. ambos sexos creen poseer pene

38. en el texto pegan a un niño en que momento del desarrollo del niño ubica freud a la fantasia de paliza. en que fase se producen trasmudaciones y cuales son con respecto a la niña

39. como piensa freud al masoquismo moral a partir de la 2da topica

40. como se entrama la pulsion de muerte con la necesidad de castigo

41. poruqe la disposicion a la angustia no aparece inmediatamente despues del nacimiento sino ulterioremente con el progreso del desarrollo animico

42. porque se repite siempre la primera parte del juego del fort da

43. que modificacion introduce en la teoria de la sexualidad en 1923 con la org genital infantil

44. que e sla resistencia y que tipos describe freud a lo largo de su obra

45. que es la etapa falica porque la amenaza de castracion no cobra efecto en dicha etapa

46. porque es insuficiente la 1era topica desde la perspectiva de las resistencias

47. como conceptualiza el sintoma en 23 conf y ISA

48. como articula el nucleo patogeno y la fuente independiente de displacer

49. Relacione la siguiente frase de inhibición, síntoma y angustia con la teoría de la angustia que Freud desarrolla en dicho texto. "El contenido del peligro desplaza de la situación económica a su condición la pérdida de objeto".

50. "El complejo de castración sólo toma recta significatividad si es entendido dentro de la fase fálica.", de "La organización genital infantil" Explique la frase. Explique el viraje en la niña y las 3 salidas posibles del complejo de Edipo.

51. Explique la relación entre las exigencias del Superyó y la renuncia pulsional. (paradoja, sentimiento icc de culpa y reaccion terapeutica negativa)

52. angustia de nacimiento vivida subjetivamente solo por la madre

53. como se reformula la clinica freudiana a partir de la redefinicion de las resist

54. Tal como Freud lo postula en "inhibición, síntoma y angustia" analice la siguiente afirmación: "la exigencia pulsional no es un peligro en si misma, lo es sólo porque conlleva un auténtico peligro exterior, el de la castración". Ejemplifique con el caso Juanito.

55. ¿Qué implica que Freud plantee que el superyo es un subrogado del ello frente al yo?

56. relacion entre recuerdo actual de la primera epoca y la caida de la teoria del recuerdo a partir de mas alla

57. porque el sentimiento icc de culpa es obstaculo para la cula

58. que innovacion se produce en mas alla del ppio en relacion al ppio de constancia planteado en manuscrito k

59. porque el sintoma es formacion y satisfaccion sustitutiva

60. la primera vivencia de angustia es la del nacimiento y este objetivamente significa la separacion de la madre, podria compararse a una castracion de la madre. que relacion se establece con la ecuacion hijo = falo. las objeciones planteadas por freud para desmentir esta premisa.


 

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