Altillo.com
> Exámenes > UBA
- Psicología >
Psicología
Evolutiva Adolescencia
Resumen para el Segundo Parcial | Adolescencia (Cátedra: Barrionuevo - 2017) |
Psicología | UBA
JUVENTUD. CONCEPTO ARTICULADOR PSICOANÁLISIS – PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA.
BARRIONUEVO
Juventud: Tiempo lógico que se extiende desde el momento en el cual el sujeto se
desprende de lo endogámico, que lo familiar le provee como espacio protector, y
se enfrenta a las exigencias del mundo complejo.
Podría ser considerada expresión del trabajo psíquico supuesto en la salida
exogámica de un sujeto que se inserta en la dinámica de las relaciones sociales
y económicas que caracterizan al mundo histórico-socio-cultural en el que vive,
con el hallazgo del objeto, y la construcción de proyectos: laboral, profesional
y maternidad o paternidad.
Juventud como un momento lógico en la que el sujeto se encuentra en condiciones
de abandonar el espacio endogámico familiar y reconociendo, definiendo y
haciéndose cargo de su propio deseo, identificándose con proyectos propios que
tienen un grado de realización diferente que aquellos del tiempo de la niñez o
de la adolescencia, marcados por la ilusión de omnipotencia narcisística. El
joven debe enfrentar la preparación y construcción de un proyecto de vida
propio. Al adentrarse en las condiciones de vida q presenta la sociedad en la q
vive, se le plantea un conflicto entre exigencias en relación al futuro por
parte de las generaciones que le preceden y la pretensión adolescente de vivir
plenamente en el presente.
Los jóvenes tienen ideas, proyectos, propuestas, lo que implica que pretenden
hacerse escuchar y no sólo obedecer a los mandatos y esto implica un trabajo
psíquico a enfrentar. En tanto el sujeto se encuentra atravesado por lo
histórico-socio-cultural que lo determina a través de procesos identificatorios
que se inician en el vínculo con el Otro familiar, la compleja tarea que supone
construir y asumir un proyecto propio plantea doble trabajo: desasirse del deseo
del otro y enfrentar una realidad del mercado con escasas o mezquinas
posibilidades para la juventud y para un cada vez mayor desempleo o despidos.
Cuando el trabajo de duelo que caracteriza al inicio de la adolescencia comienza
a entrar en su fase final, o de elaboración propia, se presenta otro duelo que
reactiva el duelo por los padres infantiles que había conducido a un proceso de
desasimiento en dos terrenos:
de la autoridad y del ideal paterno
de los vínculos objetales de amor y odio de la trama edípica.
En un comienzo el niño coloca a su padre en el lugar desde el cual provienen sus
propios pensamientos, como referente permanente, como garante de su ser. Luego
en la adolescencia, con la caída del padre del lugar omnipotente, una idea, una
institución o un líder determinado, como subrogado paterno, en conjunción con la
identidad sostenida por el grupo de pares, servirán de respaldo para la
construcción de valores e ideales propios y toma de decisiones. Ambivalencia
afectiva: coexistencia de mociones cariñosas y hostiles hacia el padre, primero
amado y admirado y luego reconocido como molesto perturbador de la propia vida
pulsional, complejo que luego se desplaza hacia sustitutos o subrogados
paternos, los profesores. También se presentará en la órbita del complejo
fraterno hacia pares o figuras significativas en procesos identificatorios.
Complementariamente al trabajo de desprendimiento de lo familiar, la posibilidad
de investir con libido narcisista a pares le permite desmentir diferencias a
través de estados afectivos con un objeto que es amado porque tiene lo que a uno
le falta o que desearía tener, como doble especular complementario; mientras que
como doble especular opuesto u hostil, otro es ubicado en el lugar de lo
insignificante o despreciable, lo que le permite criticar o menospreciar lo que
rechaza de sí mismo.
Los procesos identificatorios que unieron al sujeto con los padres de la
infancia y de la adolescencia no desaparecen sino que forman parte
constitucional del carácter.
En la juventud la construcción de un lugar propio como sujeto, ser, tiene
relación directa con la posibilidad de pensar, como síntesis de lo personal y lo
social, esencial en la posibilidad de toma de decisiones, en lo referente a la
elaboración de un proyecto de vida. Y es en relación con este trabajo de toma de
decisiones que se plantea un doble proceso de duelo:
en cuanto al lugar del propio padre, en su búsqueda de un espacio propio en el
aparato productivo de la sociedad, el joven entrevé la posibilidad de
equipararse, e incluso llegar a superar al “rey inalcanzable”.
en tanto al definirse por una dirección otros caminos deben quedar desechados
lo cual equivale a realizar el duelo por el reinado del mundo de fantasía que a
garantizaba la ilusión de la propia omnipotencia narcisística. Con los años y
gracias a la experiencia los proyectos comienzan a hacerse más realistas,
quedando la dimensión de la fantasía como preparatorio para la acción.
La construcción de un proyecto de vida se realiza en un terreno de muertes,
propias y ajenas, en una encrucijada angustiante ante lo irreductible de lo real
representado en el futuro. Esta construcción está en directa relación con la
solidez de su posición subjetiva, en tanto el proyecto es uno de los tantos
escenarios del fantasma.
Elección de carrea ocupación laboral
La desorientación en cuanto a la elección vocacional sería un equivalente al
desorden que en la adolescencia se produce en todo terreno, es consecuencia de
la conmoción estructural.
En relación con la toma de decisión respecto de elección de una carrera u
ocupación de labora, se plantea un doble duelo:
• En cuanto al lugar del propio padre, cuya caída fuera desmentida o renegada, y
que ahora queda nuevamente cuestionada cuando, en su búsqueda de un espacio
propio en la sociedad, el joven entrevé la posibilidad de equipararse a su
padre.
• En tanto al definirse por una dirección otros caminos deben quedar desechados,
lo cual equivale a realizar el duelo por el reinado del mundo de las fantasías
que garantizaba la ilusión propia de omnipotencia.
En el tiempo de la globalización la elección de una carrera o de una ocupación
laboral enfrenta lo incierto, la inseguridad, a diferencia de lo que sucedía en
otras décadas donde la educación y el trabajo poseían y otorgaban estabilidad y
regularidad tranquilizadoras.
El joven se encuentra hoy ante un panorama socio-político-económico en el cual
la incertidumbre y el azar se integran a las variables que el sujeto debe
considerarse para la construcción de proyectos y elección de trabajo.
El proyecto surge en lo esperable desde el propio joven, en tanto el deseo se
ubica en relación a un futuro, al producirse la consolidación o fortalecimiento
del fantasma. Comienza el joven a re-considerar su posición en relación a los
otros y en cuanto a un futuro en el contexto en el q le ha tocado vivir.
La metamorfosis en el hallazgo de objeto
Freud incluye el hallazgo de objeto, el establecimiento de un vínculo amoroso
con cierta o relativa estabilidad luego de los intentos de acercamiento al otro
sexuado en los primeros tiempos de la adolescencia. Existirían dos caminos para
este hallazgo que se realiza por apuntalamiento en los modelos de la temprana
infancia y el narcisista que busca al yo propio y lo encuentra en otros.
En la construcción de proyectos para un futuro se incluye como posibilidad la
elección de partenaire, o pareja sexual, a quien amar, aceptando las diferencias
y las limitaciones o distancias respecto de ideales inalcanzables.
(“Trabajar” supone el sostenimiento de una actividad con cierto grado de
creatividad o productividad y no una tarea alienante-alienada)
Amar verdaderamente implicaría poder aceptar al otro con sus virtudes y sus
limitaciones, supone reconocer las diferencias entre el sujeto y el objeto de
amor, confluyendo corrientes tierna y sensual en un vínculo que adquiere cierta
permanencia o estabilidad, superando e integrando el propio narcisismo.Al amar
se da lo que no se tiene, teniendo en cuanta que el amor se enlaza con el deseo.
Junto con el amor y la elección de pareja, con el logro de una relación amorosa
con relativa estabilidad, se presenta la posibilidad de concretar la maternidad
o la paternidad inserta en un proyecto de vida. Ser padre o madre implica
reconocer la inevitabilidad de la propia muerte al ubicar al hijo como
continuidad de la vida en otro ser en el que se “introduce” el propio
narcisismo, enfrentando al mismo tiempo el duelo por la muerte de los propios
padres al desplazarlos hacia el lugar de abuelos.La paternidad a igualar o a
sobrepasar al propio padre puede llegar a provocar desde fuertes sentimientos
ICC de culpa como derivación de la fantasía de asesinato (Winnicott). Ser padre
implica un complejo proceso simbólico que supera por cierto la dimensión de la
acción de procrear.
Carácter
“Eso difícil de definir que se llama carácter es atribuible por entero al yo”
(F). Sería la forma en que el sujeto adquiere expresión en el yo la relación
entre los sistemas YO-ELLO-SY como producto de identificaciones diversas que
marcaron la historia de la constitución subjetiva en su conjunción con
formaciones reactivas y sublimación. El carácter hace al sujeto reconocible a
través de sus manifestaciones que le dan un “sello” o “marca” diferenciable,
peculiar, en cuanto a su forma de ser en el mundo y en sus relaciones con los
otros.
Está construido con el material de las excitaciones sexuales y se compone de
pulsiones fijadas desde la infancia, de otras adquiridas por sublimación y de
construcción destinadas a sofrenar unas mociones perversas.Importancia de las
identificaciones con figuras significativas de distintos momentos de la vida y
también aquellas que se produjeron en vínculo que se rompieron o se disolvieron
pero dejaron marca como precipitados en el carácter.
Pulsión
Aparece como un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un
representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y
alcanzan el alma como una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo
anímico a consecuencia da su trabazón corporal.
Esfuerzo o empuje: factor motor de la pulsión, o la suma de fuerza o medida de
exigencia de trabajo que ella representa.
Meta o fin: es la satisfacción, cancelar el estado de estimulación por caminos
diversos.
Objeto: es aquello en o por lo cual la pulsión puede alcanzar su meta o la
satisfacción pulsional.
Fuente: procesos somático cuyo estímulo es representado en la vida anímica por
la pulsión.
Los síntomas se sostienen en la energía de la pulsión sexual, son inconciliables
con las restantes por lo que son segregadas por acción de la represión. La
pulsión reprimida nunca cesa de aspirar a la satisfacción plena y que todas las
formas sustitutivas, reactivas o sublimaciones son insuficientes para cancelar
su tensión acuciante.
Cuatro destinos: Trastorno hacia lo contrario / Vuelta hacia la propia persona /
Represión / Sublimación.
Sublimación
Explicar ciertas actividades humanas que aparentemente no guardan relación con
la sexualidad, pero que hallarían su energía en la fuerza de la pulsión sexual.
Es un proceso por el cual la libido es canalizada hacia actividades
aparentemente no sexuales (creación artística y trabajo intelectual). Implica el
cambio de objeto, permite el pasaje a otra satisfacción distinta de la
satisfacción sexual pero igualmente emparentada psíquicamente con ella, siendo
lasatisfacción por sublimación comparable a la q se procura por ejercicio
directo de la sexualidad.Proceso ICC por el cual la pulsión reemplaza un objeto
sexual por otro en apariencia no sexual, connotado con ciertos valores e ideales
sociales y además se cambia el fin por otro no sexual sin perder su intensidad.
Obtiene la satisfacción sin represión.Posibilita que actividades psíquicas
superiores desempeñen un papel tan sustantivo en la vida cultural.
Según Lacan la satisfacción que se obtiene con la sublimación es paradójica pues
entra allí en juego algo del orden de lo imposible, con lo real. Implicaría el
reemplazo de un goce no conveniente, parasitario, por otro posible, acotado, vía
emergencia de deseo. Lo que cambia no es el objeto sino su posición en la
estructura del fantasma, cambia la naturaleza del objeto
La sublimación en la adolescencia tardía iniciaría el camino hacia el
acatamiento de la normatividad de la moral y las buenas costumbres definidas
desde lo cultural.
Sinthome
Sinthome distinto de síntoma (symtome). Para Lacan el síntoma funciona como una
metáfora, o sea que opera como una complejidad de significantes que están en
relación sustitutiva con algo. Sustitución que deja un resto no simbolizable que
denominara objeto a, u objeto causa de deseo. Y en la figura del nudo borromeo
el síntoma se encuentra en el lugar de vérselas con lo reala través del registro
simbólico, en un avance o desborde de este último sobre aquél con el empuje del
goce fálico, como resultado de procurar procesar lo imposible de lo real a
través de la dimensión simbólica.
Cuarto anillo que permite a lo R S I mantenerse unidos, garantiza la cohesión
del nudo, a través de la compensación o suplencia de la falta o dimensión de la
función paterna(Neurosis: reforzamiento de la función del Nombre del Padre). La
función del Nombre del Padre es “dar nombre a las cosas” y de estar forcluido
(como en la psicosis) tendría consecuencias en la estructuración de la posición
del sujeto.
Sinthome como un “artificio”, suplencia, tiene por función reparar el nudo en el
lugar de la falla. Solidificación o rectificación de la posición subjetiva. Sólo
un “saber hacer allí con” puede ser sinthome si cumple función de anudamiento en
un lugar de falta. En tanto el sujeto pueda nombrarse como “siendo” por su
quehacer “algo” que lo identifica (Joyce: “soy escritor”). Nombrar, dar nombre,
“identifica”, distingue y da existencia.
En la dirección de la cura se podrá ir descubriendo cómo y dónde podrá
construirse un sinthome que sea propio porque cada uno es responsable de su
saber hacer. Un taller de creación puede ser lugar propicio en donde el decir, a
través de diversas formas de expresión estética o de quehacer laboral, encuentre
medios para realizar su sinthome como artificio que refuerce la falla o la
debilidad del nudo.
Cada quien en lo esperable, ubicará una actividad y un material que la sostenga,
que provoque goce y con esto y una nominación para el sujeto como quien a
aquella se dedica y así se apuntala la estructura y se sostiene el yo.
La construcción y el fortalecimiento del sinthome están en relación con los
avatares de la constitución subjetiva, por lo que en la adolescencia algo
referido a un replanteo o a la consolidación del sinthome está en juego.
Freud considera que una energética represión sexual clausura el tiempo de la
investigación sexual infantil, y a la pulscion de investigar se le abren tres
posibilidades derivadas del temprano enlace con intereses sexuales:
• Inhibición del pensar
• Compulsión del pensamiento, cuando la inteligencia se fortalece.
• La libido escapa a la represión sublimándose desde el comienzo mismo en un
“apetito de saber”.
Se debe estudiar la relación permanente entre los destinos de la pulsión en la
adolescencia, analizando en cada caso el lugar q la sublimación, en tanto sin
represión, posee desde la pubertad, en una interrelación q llevará, con la
consolidación del reposicionamiento subjetivo a la construcción de un sinthome
en el cual se sostiene el sentimiento de si del sujeto, lo cual se producirá en
los momentos subjetivos definidos como “juventud”.
Juventud en tiempos del capitalismo tardío.
Las características del momento histórico-socio-económico en las que se
encuentra el sujeto que transita su juventud influyen en expectativas y
proyectos que se construyen y en las posibilidades de concreción de los mismos.
Estimulándose el presente y la inmediatez, el sujeto alineado en un frenético
universo de compra-venta y consumo, suele vivir expectante y ansioso, sin poder
disfrutar de la compra encuentra ya otro producto de última generación para
comprar. Este modelo económico genera exclusión y marginación.
Con preocupación por la incertidumbre laboral, por la desocupación y por la
corrupción derivada del sistema capitalista, los jóvenes saben que la
estabilidad laboral no existe y que en poco tiempo, cualquiera puede ser
reemplazado por otro, siendo despedidos con pobre indemnización o con ninguna.
Se enfrenta a la inestabilidad laboral como variable permanente, lo cual no le
permite construir fácilmente proyectos de vida a largo plazo.
Simultáneamente la sociedad de consumo ofrece al sujeto, amplia gama de recursos
que otorgan masivamente goce solitario, en encierro que aísla y debilita los
lazos sociales. Y si esto sucede el sujeto pierde pierde de su identidad
Se les pide experiencia cuando se encuentran buscando tenerla. La sociedad de
consumo ofrece una amplia gama de recursos que otorgan masivamente goce
solitario, en encierro narcisístico que aísla y debilita o deteriora los lazos
sociales.
LOS JOVENES ANTE LA INCERTIDUMBRE DE LA ELECCIÓN VOCACIONAL. CIBEIRA
Dos áreas a considerar sobre la orientación vocacional
Lo subjetivo: Deseos y expectativas e intereses de quien consulta
La información: Conocimiento de oferta y demanda del sistema educativo y del
contexto profesional y ocupacional
La orientación se ubica en el entrecruzamiento de tres campos: El del sujeto de
la orientación, el del sistema educativo y el del mundo del trabajo:
1. El sujeto de la orientación.
El sujeto se enfrenta a esta toma de decisiones todavía enmarcado en el
reordenamiento narcisista que implica la adolescencia. El espacio de orientación
debe ser facilitador de un tiempo de interrogación, de enfrentamiento con esa
oferta imaginaria de la completud que el sujeto adquiere y la sociedad ofrece.
Los cambios constantes e la elección de carrera, o el no tomar decisión alguna,
están determinados por un tiempo de demora en la tarea de apropiación de la
realidad.
El adolescente se encuentra apremiado por padres y educadores en un “se debe
elegir, libremente”, mientras que desde el aparato productivo las posibilidades
se muestras escasas o mezquinas. Clima de incertidumbre, desesperanza y
escepticismo. La elección debe constituir un acto en el que el sujeto pueda
jugar un deseo propio.
El desempleo puede provocar conmoción que lleva a la desvalorización y al duelo
o a la depresión en quien se supone sostén de la economía familiar. Los procesos
identificatorios y des-identificación que caracterizan a la adolescencia están
marcados por la desilusión o el desprecio que pueden activarse en el joven ante
la debilitada imagen paterna ensombrecida por el desempleo o la pobreza. Ésta es
la realidad con la que muchos jóvenes se enfrentan en sus hogares: padres sin
trabajo frustrados. Los jóvenes no pueden identificarse con ellos, ya que no
funcionan como ideales. Hay dos posiciones con relación a esta complejidad:
quienes se identifican con el lugar asignado haciéndose cargo de que no hay
futuro posible en lo personal y en lo ocupaciones, asumiendo la única salida
posible seria la repetición de este sistema que no ofrece alternativas, y por
otro lado, aquellos que encarnan una posición cuestionada, creando y
jerarquizando respuestas novedosas no reconocidas desde los ámbitos
universitarios o de formación terciaria y desde el adulto en general. La
elección debe constituir un acto en el que el sujeto pueda jugar su propio
deseo.
2. El sistema educativo.
Los adolescentes muestran fallas en el nivel medio. Por un lado falla
estructural de no generar las competencias básicas para enfrentar nuevas
exigencias académicas; y por otro no haber desplegado alternativas de “la ley
simbólica cuya función es anudar el deseo del sujeto a la ley social”.
Nos encontramos con sujetos que demandan orientación y nos muestran carencias
importantes para enfrentar un espacio social que establece sus propias reglas de
juego, tratando de encauzar el deseo de los sujetos según la demanda de los
centros de producción y acordes a las leyes del mercado. Se debe pensar en la
práctica de la orientación como una tarea imprescindible del esclarecimiento e
información q le permita a un sujeto establecer recorridos q lo capacite para
abordar dudas e interrogantes desde una posición pensante, crítica y creativa q
permita un movimiento de búsqueda y definición.
3. El mundo del trabajo.
Existen cambios en el mercado laboral y las demandas sociales de empleo; la
globalización acentuó la desigualdad social. Incertidumbre ante estos cambios y
la permanente transformación del mercado.
La certeza que implicaba en otro momento elegir determinada ocupación, porque
garantizaba una inserción en el mundo laboral y social, se ha convertido, a raíz
de los cambios en la economía mundial, en incertidumbre ante los cambios en el
mercado laboral.
Las instituciones educativas forman parte, de la complejidad de la mirada y de
la tarea del orientador, de tensión y de oposición, que está enmarcado por las
determinaciones del pasado, icc o cc, a partir de las cuales se construyen
fantasías y se imaginariza el futuro facilitando u obstaculizando la elección.
La búsqueda se pone en juego en el marco de indentificaciones y movimientos de
des-identificaciones que permiten la apropiación de un lugar singular en el que
el azar de un encuentro con un trabajo, ancla al sujeto y facilita la elección
que no se presenta como resto de una operación sino como centro de la misma.
Los adultos y los orientadores debemos posibilitar al adolescente que se
encuentre con la incertidumbre sin que se amedrente en la bifurcación de caminos
que el sujeto puede tomar ante los encuentros azarosos que la realidad propone.
El objetivo es la tarea de facilitar el encuentro de los jóvenes con la
incertidumbre q permita desenmascarar y cuestionar la trama socio-económica y
cultural q muestra ideales y verdades únicas para dar cuenta de elecciones lo
menos discordantes posible con sus creencias y deseos. Se trata de acompañar a
un sujeto que puede cambiar la sobredeterminación del lugar asignado, que puede
dejar caer unas identificaciones para asumir otras, porque pone en duda e
interroga ideales vigentes, aunque los respeta o sabe de su existencia.
LAS VERSIONES DEL PADRE: ADOLESCENCIA, JUVENTUD Y SUS POSICIONES. MOREIRA
Es posible advertir una significativa conjetura: la adolescencia y la juventud
como posiciones anímicas encuentran su fundamento en ciertas versiones del
padre.
Esta función paterna (en Freud) se encuentra en los fundamentos no sólo de la
constitución del sujeto, sino también de la masa, de los grupos, es decir, del
lazo social.
En Lacan encontramos un padre simbólico, uno imaginario y otro real.
Consideramos al padre real como aquel que soporta lo real como imposible, desde
luego, no es él de la realidad cotidiana o biológica. El padre real es el agente
de la castración simbólica. A su vez, el padre simbólico implica una función que
procura imponer la ley y armonizar el deseo en el complejo de Edipo. Se trata
del padre muerto. Por otra parte, el padre imaginario remite a una configuración
de todos los constructos imaginarios incluidos en el fantasma en derredor de la
figura del padre. Es el agente de la privación en el segundo tiempo del Edipo.
Para Freud la función materna, es de carácter anaclítico, e implica que alguien,
la madre por ejemplo, ocupe los lugares de filtro de las excitaciones, de
descarga, de ritmo y de cierta espacialidad. Por su parte, Lacan sólo hace
referencia a la función materna en “Dos notas sobre el niño, y en “La familia”.
En “Dos notas”, nos dice que la función paterna y materna “se juzgan según una
tal necesidad. La de la madre: en tanto sus cuidados están signados por un
interés particularizado, así sea por la vía de sus propias carencias. La del
padre, en tanto que su nombre es el vector de una encarnación de la Ley en el
deseo”.
En las zagas y mitos que Freud construyó, la muerte de un padre que accede al
goce primordial, al supuesto goce puro, se presenta siempre como resultado de un
acto criminal. Llamativamente esta muerte del progenitor que prohíbe no abre las
puertas al goce desenfrenado, sino que otorga mayor investidura a la
prohibición.
Satisfecho el odio con el crimen, el amor cobra valor y por vía de la
identificación se instituye el superyó, al que se le atribuye el poder del padre
a modo de castigo por la agresión llevada a cabo.
Este asesinato se encuentra en el fundamento del retorno del amor, de la
instauración del vínculo social, y de la construcción de toda psicología.
Freud dice con mayor precisión que toda psicología es psicología social, y Lacan
afirma la significatividad del lazo social. Para ambos el crimen se va al
fundamento.
Podemos definir el lazo o vínculo social, como una estructura en cuya
articulación el adolescente se encuentra alienado, identificado de manera
inexorable. A esta estructura también la solemos llamar discurso, que como tal
involucra por un lado, un modo de relación y por otro, la circunscripción de
ciertos modos del goce.
El padre freudiano es considerado como un concepto límite, de corte
Los padres de Tótem y tabú
El Padre, bosquejado con Narciso en una posición adolescente, se constituye al
estilo del Dios-Río-Cefiso, que no es otra que una de las versiones del padre
del mito inventado por Freud en Tótem y tabú.
El vínculo o lazo social implicado en esta configuración se basa en la
identificación a un rasgo (de goce), propio de la masa, que posibilita que el
púber en medio de los “tormentos de la adolescencia”, haga en masa lo que sólo
no puede hacer.
La historia del padre primordial pone en evidencia que este goce absoluto es
imposible. Pero, ¿por qué es imposible?
Porque el destino del padre poderoso es llevarse dicho goce, cuando muere, rumbo
al más allá.
La irrupción de goce propio del despertar de Eros y Tánatos en la pubertad
depende de la investidura del padre de «Tótem y tabú». El joven sólo puede
acceder a goces acotados y circunscriptos por diversas versiones de este padre,
como la totémica, la mítica y la religiosa, que oscilan entre el crimen y la
restauración en función de una operación defensiva predominante: la desmentida.
El padre del Edipo
Si pensamos en términos de la relación entre ley y goce, hay una inversión
dialéctica entre Edipo y el padre terrible de Tótem y tabú: en este último el
goce se anticipa a la ley, mientras que en Edipo, la ley habilita al goce
fálico, a la par que queda interdicto el goce del incesto materno.
Aquí, el vínculo o lazo social implica la identificación histérica propia de una
posición de la adolescencia.
El hijo Edipo se encuentra inmerso en la tragedia de no saber a quién ha matado.
Este no saber esţá estrechamente vinculado a la represión que inaugura un tiempo
diferente, donde los rastros del asesinato pujan por acceder a la conciencia.
El padre del Moisés
Moisés no es un Dios es un hombre y este Dios es uno. Este ser uno tiene un
valor ético, ya que excluye la posibilidad que cualquier individuo se proponga
como Dios, a la par que genera una restricción del goce en la idolatría de
imágenes, estatuas o sustitutos.
Moisés, es un padre que porta la ley pero no la genera. Se trata de una ley que
restringe el goce o dicho de otra manera instaura un goce como prohibido.
Moisés es un hombre como aquellos para los cuáles el adolescente Prometeo robó,
conservó y transportó el fuego, como lo nuevo, como un bien cultural, como
destino del acto sublimatorio.
Aquí, el padre es ubicado en el lugar de la voz.
El padre del nombre
El segundo despertar de la sexualidad requiere, se lee en Lacan del despertar de
los sueños. Aquí, la estructura del sujeto del inconsciente es confrontada por
lo real, un agujero en la simbolización, que tiene un efecto traumático. En este
contexto, la adolescencia puede ser considerada como un sintoma que se
constituye como una respuesta a ese real.
En el Seminario XXIII, se ocupa de un llamativo y curioso texto de James Joyce:
“Retrato del artista adolescente”. En el que se narran las relaciones con la
falta como pecado y carencia en la vida de un adolescente de nombre Esteban,
internado en un colegio jesuita. Este personaje de ficción opera como una
especie de alter ego u otro yo de Joyce, de manera que diversos recuerdos y
acontecimientos relatados con singular claridad corresponden a fragmentos de la
vida del escritor, que perduran en su obra. El apellido “Dedalus” hace
referencia a un arquitecto y artesano de la mitología griega, pero también y en
castellano remite a “laberinto”. Mientras que Stephen, hace referencia al primer
mártir cristiano.
Lacan coloca la falta (faute) como una especie de agujero en el fundamento de la
configuración del sintoma. En derredor de este agujero el ser hablante (el
parlêtre) hará una tarea de reenlazamiento de los diversos nudos. Para la
escritura de este sintoma Lacan apela a Sínthoma (le Sinthome), que es una
manera antigua de escribir lo que luego se escribió síntoma (symptôme), donde
“sin” remite a pecado en inglés y “home”, hogar, hombre. Sinthome también se
enlaza por homofonía a santo hombre, santo Tomás de Aquino o home rule,
autogobierno.
Hay un pasaje del Nombre del Padre a el padre del nombre “artista” [Lacan,
considera una forclusión de sentido, que es más radical que la llamada
forclusión del nombre del padre. Sabemos que la forclusión del nombre del padre
es propia de las psicosis. Por el contrario, la forclusión de sentido,
posibilita sin procurar divisiones, incluir a todo ser hablante en un mismo
campo].
El sinthome implica una suplencia del Nombre del Padre y opera, como el rasgo
más singular que diferencia al sujeto. El nombre así logrado suple la función
fallida del significante Nombre del Padre.
Aquí, el sintoma adquiere valor no como lazo, mientras que la singularidad
adquiere relevancia sobre las identificaciones vinculadas al Otro social y sus
criterios. Estas singularidades son las diversas modalidades que el adolescente
procura instaurar para resolver el real propio de la pubertad. (Stevens, 2007)
El lazo social implica la identificación al sintoma, a la suplencia del nombre
del padre. Esta identificación remite al «tú eres esto» redactado por la
sensible prosa de James Joyce. De alguna manera, el joven se constituye en un
sujeto joyceano en la medida que le pone un nombre a aquello de lo que no se
puede decir nada más.
El sintoma o suplencia, por una parte, es una forma de goce por la muerte del
padre primordial, imposible para el sujeto y por otra, se vincula a la verdad
inconsciente de un deseo de muerte del padre.
La alienación identificatoria con el destino de los padres puede derivar en una
“separación enajenada”, o bien, en una verdadera separación. Bosquejar un
capítulo de esta separación fue la meta de este texto.
SUICIDIO E INTENTOS DE SUICIDIO. BARRIONUEVO
Es posible diferenciar, en un primer nivel de generalización:
a) suicidio social o institucional, en el cual se encuentran presentes factores
familiares o situacionales
b) suicidio personal o individual, en el cual vamos a detenernos específicamente
en tanto fenómeno subjetivo, si bien tiene relación por cierto con lo familiar y
lo social.
Desde la sociología:
Desde la perspectiva de la sociología, este autor considera al suicidio como
consecuencia de un estado de “enfermedad” o “patología” de la sociedad. Y
clasifica 3 formas de expresión del suicidio que están en relación con un estado
de aislamiento,
que suponen la desorganización del yo, y que en este espacio sólo enunciaremos y
describiremos sintéticamente:
1. Suicidio altruista
2. Egoísta
3. Anómico
Respecto del primer tipo de suicidio, el altruista, se produce cuando el sujeto
asume la necesidad de su muerte como acto heroico por el bien de la sociedad o
del grupo del que forma parte, generalmente con una marca fuerte de lo religioso
en el amplio sentido de la palabra.
El suicidio egoísta se enmarca en el terreno de una decisión individual, que no
considera a los otros, y que presenta cuando hay disgregación o pérdida de
cohesión de una sociedad y fallas en su función de sostén social.
El anómico se presentaría en una sociedad con un sistema normativo debilitado y
con derrumbe de los valores sociales según Durkheim, lo cual se podría enlazar
en lo individual con la ausencia de Ley y la desprotección total para los
sujetos que se encontrarían entonces en total desamparo.
Desde la psiquiatría:
La psiquiatría considera que las conductas suicidas pueden acompañar a muchos
trastornos emocionales como la depresión, la esquizofrenia y el trastorno
bipolar.
Los métodos de intento de suicidio varían desde los relativamente no violentos:
como envenenamiento o sobredosis, hasta los violentos: como dispararse a sí
mismo con un arma o ahorcarse, entre otros. Los hombres tendrían mayor
probabilidad de escoger métodos violentos, lo cual puede explicar el hecho de
que los intentos de suicidio en hombres tengan más éxito.
En lo referente a las técnicas del “suicidio patológico”, Henri Ey transcribe
los resultados de investigaciones realizadas: “Por lo general el suicidio
patológico es llevado a cabo por medios triviales: sumersión, precipitación,
ahorcamiento, gas, veneno, arma de fuego, etc.
Corresponde enunciar también aquí, como clasificación de los suicidios, la
elaborada por un Comité de Nomenclatura y Clasificación, reunido en 1971, que
propone considerar tres categorías:
• el suicidio propiamente dicho o completo, que termina con la muerte.
• el intento suicida, que es acto con daño físico pero sin muerte.
• las ideas suicidas, que expresan pérdida del deseo de vivir, pero que no
llevan a daño concreto.
Suicidio y psicoanálisis:
Vincula el suicidio de los adolescentes a los traumas que encuentran en la vida
y que tanto la familia como la escuela, que se vuelve sustituto de aquella, no
puede ayudar a superar a través de una labor de contención para que el sujeto
pueda disfrutar de la vida que sólo se puede “soportar”. Entonces, como deber de
todo ser vivo, afirma, en un espacio dedicado a reflexionar sobre temas de
guerra y de muerte, como frase final en el segundo de los ensayos y modificando
un viejo apotegma: “Si quieres soportar la vida prepárate para la muerte”.
Es clara para Freud la relación que existiría entre el suicidio y un estado de
duelo en la dimensión de la melancolía. En esta última, el automartirio, la
denigración de sí mismo, inequívocamente gozoso, importaría la satisfacción de
tendencias sádicas y de odio que recaen primariamente sobre el objeto y que
experimentarían una vuelta hacia la propia persona. Y dicho goce estaría
sustentado sobre la base de una identificación narcisista.
La energía psíquica para matarse derivaría del deseo de matar a alguien con
quien se ha identificado, volviendo hacia sí dicho deseo de muerte.
Freud construye su hipótesis sobre la pulsión de muerte. Freud construye su
hipótesis de sobre la pulsión de muerte. La opone a las pulsiones de vida, y
hace de esta dualidad la base fundamental sobre la que reposa toda la teoría
pulsional. El principio general del funcionamiento psíquico, que marca que el
aparato psíquico tiene como tarea fundamental reducir al mínimo la tensión,
queda subsumido a la pulsión de muerte, es decir, a la tendencia general de los
organismos no ya a reducir la excitación vital interna, sino a volver a un
estado primitivo o punto de partida: a la muerte. En 1924 corrobora esta teoría
pulsional, que complejiza con la hipótesis de la existencia de la pulsión de
muerte, proponiendo allí la expresión del principio de Nirvana que marcaría cómo
en la búsqueda de la satisfacción, principio de placer, lleva al sujeto por
medio de la descarga pulsional al retorno al punto de partida, al estado primero
de no vida, es decir, a la muerte.
El problema de la reversión del sadismo hacia la propia persona, como
consecuencia de la “sofocación cultural de las pulsiones”, marcando la
importancia de lo socio-cultural en la problemática del masoquismo. Y en lo que
respecta a la pulsión de muerte actuante en el organismo la asimila al
masoquismo y la explica: después que la parte principal del sadismo primordial
fue trasladada afuera, sobre los objetos, en el interior permanece, como su
residuo, el genuino masoquismo erógeno. El sadismo entonces, bajo ciertas
condiciones, puede ser introyectado de nuevo, vuelto hacia adentro, como
masoquismo secundario que viene a añadirse al originario, dando nuevas fuerzas a
la pulsión de muerte que puede volver contra la propia persona en el intento de
suicidio o en patologías del acto diversas
Karl Menninger sostiene que en la idea de suicidio se encuentran:
• deseo de muerte propia: el ser humano buscaría el reposo, el alivio de
tensiones y la satisfacción del deseo de ser pasivo (deseo oral pasivo) y de
entregarse al dormir.
• deseo de matar: que se expresa como idea de que en el deseo de matarse subyace
la intención de matar a otro.
• y deseo de ser matado: habría búsqueda de un castigo que se debe sufrir o que
uno mismo se infringe.
Alude al masoquismo y a la culpabilidad inconciente, con el accionar del sadismo
del superyo
Además de la agresión o la violencia que se vuelve contra la propia persona,
Menninger marca la existencia del deseo de promover cambios en los sentimientos
de los otros, que la muerte del suicida los afecte.
En su consideración sobre suicidio e intentos de suicidio, Nasim Yampey propone
3 etapas en el proceso clínico del suicidio:
1. de “consideración”: al definirse la autoeliminación como única posibilidad
para “resolver” problemas,
2. de “ambivalencia”: es momento de indecisión, de pugna de tendencias
contrapuestas. Se dan en esta etapa algunas señales o avisos de la intención de
llevar a cabo el intento,
3. de “decisión”: es el momento en el que el sujeto “define” llevar a cabo el
acto suicida. En esta etapa se manifiestan cambios bruscos de actitud (de
angustia o estado depresivo a aparente tranquilidad o buen ánimo)
Enumera Yampey, en otro espacio, “sistemas de fantasías inconcientes” que se
manifiestan como deseos, encubiertos o apoyados por racionalizaciones, creencias
y actitudes ante la muerte: “a) deseo de evasión, b) deseo de venganza, c) deseo
de castigo, d) deseo desesperado de unión erótica con objeto amado, e) deseo de
conmover a otro, f) deseo de renacer, g) deseo de liberación o de eterna
felicidad, h) deseo de reconquista o rehabilitación de prestigio o de honor o
gloria, y i) deseo de autoaniquilación o de desintegración del yo”.
Afirma este autor que en los suicidas se observa una doble identificación: con
el victimario y con la víctima, y además dos modalidades de búsqueda de la
“muerte”: dejarse morir o hacerse matar (forma pasiva) y matarse tomando el “rol
asesino” (forma activa), predominando en la primera la fusión con la víctima
mientras que en la segunda se daría una identificación con el perseguidor.
Edgardo Rolla sostiene que en el tema del suicidio “hay un juego permanente de
elementos como esperanza, desesperanza, desesperación, injuria narcisística al
sentirse incompetente o más aun con pérdida de la competencia”. Plantea que las
motivaciones del suicida no pueden estudiarse si tiene éxito en su objetivo. En
los casos de suicidios frustrados, que son la gran mayoría, sería posible
pensarlos como desesperados llamados de ayuda o de auxilio. Es decir que, a pese
a la intensa depresión, habría una esperanza suficiente que paraliza o desvía el
golpe mortal. Ubica como central a la desesperanza, definiéndola como la
expectativa acerca de un resultado a lograr acorde al propio deseo.
Tres tipos de intentos que llegan como urgencias subjetivas y con
características diferenciales que derivan del decir del sujeto como
explicaciones a su acción:
1.- en algunos casos de intentos de suicidio, con cuota de dramatismo e impacto
estético, se puede considerar la existencia de un llamado al Otro.
2. hay otros intentos que tienen su base en la desesperanza o intensa
desilusión, pudiendo pensarse en éstos una dificultad importante en el
procesamiento de un duelo o en una melancolía de base.
3.- y finalmente podemos encontrar intentos que ocurren ante intenso pánico,
desbordante y sin palabras, que hacen recordar la expresión de Rolla:
“desesperante desesperanza”, como un estado afectivo que desmantela toda
posibilidad de pensar y mantener algo de la esperanza.
¿Qué decir de la muerte?
Para los primitivos, la perduración de la vida, la inmortalidad, era lo
evidente. Y sostiene Freud:
“La representación de la muerte es tardía, y se la admite sólo con vacilaciones,
aun para nosotros sigue siendo vacía de contenido, y no la podemos consumar”.
Sin embargo, la inevitabilidad de la propia muerte se presenta como un juicio
ante el cual el hombre muestra su flaqueza. Intelectualmente, desde el saber
conciente, todos aceptamos la posibilidad de la muerte propia, pero hay
renuencia a reconocer que puede ocurrir, estamos en el terreno de la desmentida.
Respecto de la propia muerte dice Freud que la misma no se puede concebir19, es
inimaginable e inverosímil, y que cuando pensamos o fantaseamos en ella lo
hacemos como espectadores. Propone desde el psicoanálisis la siguiente tesis:
“En el fondo, nadie cree en su propia muerte, o, lo que viene a ser lo mismo, en
el inconciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad”. La
angustia de muerte sería entonces algo secundario, y derivaría de sentimientos o
conciencia de culpa, como reacción ante impulsos hostiles que guardamos en
nuestro interior para con personas amadas, siendo el castigo temido la pérdida
del amor y la soledad consecuente, podríamos decir, como representación de la
muerte. El silencio, la ausencia de palabras y del otro, el desconocimiento o el
no existir más para el deseo del otro, se presentarían como representaciones de
la muerte.
El acto o pasaje al acto suicida:
El acto suicida es definido como aquel en que se pretende quitar la vida propia
guiado por un deseo de muerte. Este acto no implica que su intención siempre sea
lograda, pero sí que se cuenta con una ideación suicida, un plan y las
herramientas para llevarlo a cabo. El deseo de muerte está presente en todo
sujeto a lo largo de su vida, como resultado de la pugna de pulsión de vida y
pulsión de muerte, sin embargo, parece estar vigente, victorioso o triunfante, y
con fuerza suficiente como para concretar su propósito, en aquellos que al no
lograr su intento continúan haciéndolo durante gran parte de su vida, algunos
logrando su muerte, otros no.
El acto, en cualquiera de sus formas, se sitúa por fuera de la dimensión del
lenguaje. Es decir que la angustia no puede ser tramitada por la vía del síntoma
o procesada por el pensar.
“Hemos de temer que el analizado caiga en la compulsión de repetición y entonces
reemplaza el impulso a recordar, y no sólo en sus relaciones personales con el
médico, sino también en todas las restantes actividades y relaciones de su vida
presente...”.
La relación acto - repetición está claramente planteada en esta cita, y podemos
extender este enlace articulándolo con el concepto de pulsión de muerte. Freud
se refiere a una enigmática tendencia del sujeto a obrar contra sí mismo, como
movido por un placer del displacer.
Lacan, por su parte, postula al acto como derivación de la certeza, y lo ubica
lindante con la angustia en tanto habría cierto intento de tramitación de la
misma por medio de la acción. En esa respuesta del sujeto habría cierta
desestabilización subjetiva. Dice Lacan: “…hablamos de acto cuando una acción
tiene el carácter de una manifestación significante en la que se inscribe lo que
se podría llamar el estado del deseo. Un acto es una acción en la medida en que
en él se manifiesta el deseo mismo que habría estado destinado a inhibirlo”.
Es posible diferenciar como modalidades del acto, si bien ambas son recursos
contra la angustia:
• acting out, como interpelación al analista a través de una acción, en un
exigir una respuesta faltante o una respuesta diferente a la otorgada, y que
derivaría de las dificultades del analista en cuanto a su posición, respecto de
su lugar. Lo ubicamos pues en el contexto del análisis y supone el
establecimiento de cierto nivel de transferencia, así como también respecto de
transferencias fuera del vínculo analítico.
• pasaje al acto, como un movimiento de salida de la escena, suponiendo el
sujeto que no hay Otro que lo sostenga en su angustia. Hay un intento de salida
de la red simbólica hacia lo real, como en la fuga y el vagabundeo. Lacan lo
caracterizo. “...salida vagabunda al mundo puro...”.
Respecto de pasaje al acto, si bien Freud no utiliza ese término, podemos
remitirnos al escrito sobre la paciente homosexual anteriormente citado27. En el
mismo describe la situación en la que se concreta el intento de suicidio:
“Un día sucedió lo que en esas circunstancias tenía que ocurrir alguna vez: el
padre topó por la calle con su hija en compañía de aquella dama que se le había
hecho notoria. Pasó al lado de ellas con una mirada colérica que nada bueno
anunciaba. Y tras eso, enseguida, la muchacha escapó y se precipitó por encima
del muro a las vías del ferrocarril metropolitano que pasaba allí abajo. Pagó
ese intento de suicidio, indudablemente real, con una larga convalecencia, pero,
por suerte, con un muy escaso deterioro verdadero”
Lacan sostiene que ese intento de suicidio es un pasaje al acto, y no un mensaje
dirigido a alguien, está ausente el acento demostrativo del acting out, en tanto
la simbolización era imposible para la joven en tal circunstancia, y marca el
“dejarse caer”, el precipitarse, como peculiar del pasaje al acto28, lo cual no
implicaría caer desde cierta altura (desde una ventana, andén de subterráneo o
desde lo alto de una escalera, entre otras caídas posibles), sino, en tanto
identificación con el objeto, sería caer como el objeto a, como resto de la
significación.
En cuanto a la diferencia planteada entre ambas manifestaciones del acto, acting
out y pasaje al acto, sostiene Dylan Evans en apretada pero clara síntesis: “El
acting out es un mensaje simbólico dirigido al gran Otro, mientras que un pasaje
al acto es una huída respecto del Otro, hacia la dimensión de lo real”
En el acto, no en el acting out sino en el verdadero acto: en el pasaje al acto
suicida, el sujeto intenta liberarse de los efectos del significante y lo logra
con su muerte, porque el único acto exitoso, dice Lacan, es el acto suicida
logrado o consumado.
Al respecto sostiene Adriana Fernández en un escrito sobre la melancolía, en
cuanto a su relación con el deseo de muerte y con el suicidio: “El deseo de
muerte va al lugar de la certeza, da consistencia al objeto. En esa dirección
Lacan dice que el melancólico está en el dominio simbólico del tener y que en
ese sentido "está arruinado". Pero, sobre todo, volviendo a la diferencia con el
narcisismo, la melancolía no podría ser una leyenda porque carecería de la
posibilidad de generar un desenlace, como es el caso positivo de la muerte de
Narciso y su transformación en un resto”.
A manera de síntesis:
Tomando en cuenta los planteos de Freud acerca de la muerte, respecto de la
ausencia de representaciones respecto de la propia muerte, inimaginable e
inverosímil, podríamos afirmar que la muerte propia es muerte de Otro, porque
con lo que se propone terminar a través del acto es con la palabra que provoca
angustia o desesperación o deja al sujeto en la más desvastadora o mortífera
desolación. “No querer saber más nada…”, “no querer escuchar”, o “no querer
pensar más” es lo buscado en el intento de suicidio, desde las expresiones que
en la clínica encontramos en entrevistas con sujetos que recurren al acto que
por alguna razón falló y no llegó a la muerte.
Desde la perspectiva que propone el psicoanálisis es posible considerar que la
muerte es, para el sujeto de la palabra, simple y llana supresión o ausencia de
toda palabra. En esta línea de pensamiento, Lacan en cuanto al tema, sostiene
que en el intento de suicidio el sujeto pretendería rechazar el lugar simbólico
en el cual el Otro lo ubicara. En el pasaje al acto suicida habría desestimación
de la red simbólica a través de la acción, desprendiéndose del lazo social,
quedando el sujeto como puro objeto, cayendo como objeto a, como resto.
El suicida pretende salir del lugar simbólico en el cual el Otro lo ubica,
escapar a través del pasaje al acto del campo simbólico que lo determina, en
loca huída de la alienación con la intención de separarse del Otro con un
contundente “¡se terminó!”, “¡basta!”
Así pues, desde el psicoanálisis, retomando las afirmaciones que sostenían que
en el suicidio habría un deseo de matar a otro, es evidente que el suicida
supone triunfar sobre ese Otro inconsistente, herirlo de muerte o matarlo, con
su propia muerte, como recurso último, ofreciendo su desaparición como sujeto y
quedando como resto, como cosa, definitivamente, sin pretender un después.
ADICCIONES: DROGADICCIÓN Y ALCOHOLISMO EN LA ADOLSCENCIA. BARRIONUEVO
Toxicomanía, drogadependencia o drogadicción: estado psicofísico causado por la
interacción de un organismo vivo con un fármaco o una sustancia, caracterizado
por la modificación del comportamiento y otras reacciones, generalmente a causa
de un impulso irreprimible por consumir una droga en forma continua o periódica
a fin de experimentar sus efectos psíquicos.
El término adicción está vinculado al consumo de sustancias psicoactivas, pero
se ha extendido a otras situaciones que no requieren del consumo de ninguna
sustancia.
Uso: este término supone un contacto esporádico u ocasional con la droga, con
consumo circunstancial y en ocasiones determinadas.
Abuso: reiterado consumo de drogas, recurriendo el sujeto a cantidades y/o
frecuencia “que superan en mucho a las iniciales”. Discontínuo o no, el abuso
suele ser considerado un riesgo en cuanto a la posibilidad de facilitar el
traspaso de los límites que lo separan de la adicción propiamente dicha.
Drogadicción: dependencia, compulsiva y constante, de una sustancia de la cuál
el sujeto no puede prescindir, ocasionando trastornos en lo físico y en lo
psíquico, constituyéndose el sujeto en peligro para sí y para los demás.
Adicción a drogas:
El consumo de drogas es un problema multicausal, determinado no solo por
factores biológicos y psicológicos sino también por razones sociales y
culturales.
Respecto de los tipos de drogas hay clasificaciones varias, si bien de manera
sencilla y sintéticamente se las puede ordenar de la siguiente manera:
Legales: son usadas por un alto porcentaje de la población. Las más frecuentes
son: tabaco, bebidas alcohólicas, fármacos, anabólicos y esteroides. Y entre
ellos los ansiolíticos, o tranquilizantes menores, que disminuyen la ansiedad,
mitigando estados de zozobra, inquietud o agitación son fármacos que ocupan
primeros lugares de venta entre los medicamentos en general. Deben adquirirse
con receta archivada, pero es sabido que muchos consiguen dichos psicofármacos
sin prescripción médica en un consumo masivo e indiscriminado.
Ilegales: son aquellas sustancias cuyo consumo está prohibido por ley, y pueden
dividirse en tres grupos:
Narcóticos o depresores: adormecen los sentidos al actuar sobre el sistema
nervioso central (como la marihuana, el opio y la morfina). Una intoxicación
aguda con estas sustancias causa vómitos y disminución de la agudeza sensorial.
La heroína o “droga heroica”, heredera directa de la morfina, es denominada así
por los Laboratorios Bayer, donde fuera creada, por su potencia o “magníficas”
propiedades en tanto es tres veces más potente que la morfina. Al ser consumida
generalmente por inyección intravenosa, puede producir intensa sensación de
tranquilidad o sedación, si bien también causa estados de excitación o euforia.
Estimulantes: la más conocida de estas drogas es la cocaína. Da resistencia
física, pero acelera el ritmo cardíaco, provoca parálisis muscular y
dificultades respiratorias que pueden desembocar en un coma respiratorio. Las
anfetaminas son un producto de laboratorio sintetizado originariamente en
Alemania a fines de del siglo XIX cuyo efecto más importante es el aumento de la
actividad psicomotora, y que fuera utilizado durante la Segunda Guerra Mundial
para levantar el espíritu combativo y la moral de la tropa así como para
eliminar el cansancio.
Alucinógenos: el éxtasis es el más consumido entre los jóvenes. Su peligrosidad
radica principalmente en que puede causar la muerte por deshidratación o paro
respiratorio. Por su parte, el L.S.D. o ácido lisérgico, no tiene circulación o
consumo de importancia en nuestro país, es un alcaloide derivado de un hongo que
ataca el centeno, descubierto por el químico suizo Albert Hofman en 1943, y
provoca mareo, excitación y visiones de formas y colores vivos y cambiantes.
Las drogas han estado presentes desde los comienzos de la historia de la
humanidad, aunque con el paso del tiempo hayan ido cambiando el tipo de
sustancias y las formas de consumo. Hoy la problemática de las adicciones se
presenta como un fenómeno complejo, dinámico, en evolución, con indicadores
propios como el inicio del consumo a edades cada vez más tempranas, la aparición
de nuevas sustancias en el mercado -generadoras de un deterioro físico y
psíquico cada vez más rápido- y diferentes patrones de consumo.
Desde la perspectiva que propone el psicoanálisis la relación se invierte: es el
sujeto quien construye a la droga como tal, le otorga valor de droga. No es el
drogadicto quien, en tanto consume reiteradamente una sustancia queda
dependiendo de ella por su acción, por los efectos que produce, sino que el
sujeto le da estatuto o lugar de tal a determinada sustancia que se constituye
en droga para sí, pero puede no ser droga para otros. La relación sería
entonces: SUJETO -> DROGA
Así pues, no es droga cualquier sustancia, sino la que el sujeto define para sí
como droga, otorgándosele importancia al sujeto en esta relación.
Freud se ocupa de investigar los efectos en lo físico del cloruro de cocaína, y
dice sobre sus propiedades:“…sacia al hambriento, hace fuerte al débil y permite
al desgraciado olvidar su tristeza”.
Para entender la enigmática afirmación de Freud respecto de la relación
adicciones - masturbación, recurrimos a otro escrito freudiano de años más tarde
refiriéndose al onanismo. En “Contribuciones para un debate sobre el onanismo”,
en primera instancia plantea la diferencia:
1. onanismo del lactante (todos los quehaceres autoeróticos al servicio de la
satisfacción, sexual),
2. onanismo del niño (derivado directamente del primero y fijado a zonas
erógenas definidas), y
3. onanismo de la pubertad (a continuación del anterior o separado de aquél por
la latencia),
Y refiriéndose a los daños que puede ocasionar al sujeto la práctica
masturbatoria, plantea que desde el psicoanálisis habría que otorgar importancia
a la “fijación de metas sexuales infantiles” y la permanencia en el
“infantilismo psíquico”, refiriéndose a los perjuicios que ocasionaría el
onanismo después de la pubertad o proseguido fuera de tiempo con intensidad. De
sostenerse inmodificable pese al paso del tiempo, posibilitaría consumar en la
fantasía desarrollos sexuales o desenlaces que no constituirían progreso sino
formaciones de compromiso dañinas. En tanto en la pubertad es el momento en que
la masturbación asume la función de ejecutora de la fantasía, en “reino
intermedio” entre la vida ajustada al principio del placer y la gobernada por el
de realidad, lo peligroso es que se sostenga cierto prototipo psíquico por el
cual se mantiene la ilusión de que no habría necesidad de modificar el mundo
exterior para satisfacer exigencias pulsionales.
Afirma Freud textualmente: “Este daño parece imponerse por tres caminos
distintos:
• Como un daño orgánico, ejercido a través de un mecanismo desconocido, debiendo
tenerse en cuenta al respecto los criterios, tan a menudo mencionados aquí, de
la frecuencia desmesurada y de la insuficiente satisfacción obtenida.
• Por el establecimiento de un prototipo psíquico, al no existir la necesidad de
modificar el mundo exterior para satisfacer una profunda necesidad.
• Por la posibilidad de la fijación de fines sexuales infantiles y de la
permanencia en el infantilismo psíquico. Con ello está dada la predisposición a
la neurosis (…) recordemos cómo la masturbación permite realizar, en la
fantasía, desarrollos y sublimaciones sexuales que no representan progresos,
sino sólo nocivas formaciones transaccionales…”
En la drogadicción habría desmentida de la castración. Y si sostenemos desde el
psicoanálisis, como afirma Lacan, que la castración quiere decir que el goce
debe ser rechazado “para que pueda ser alcanzado en la escala invertida de la
Ley del deseo”, quedaría el drogadicto aferrado a un goce imposible, sin poder
realizar el pasaje de lo pulsional a lo deseante. De allí la fuerza de la
definición freudiana de la adicción como sustituto de la masturbación en la cual
hay goce con lo que la pulsión reclama del goce perdido.
Refiriéndose al malestar en la cultura, Freud define a los tóxicos como
“quitapenas” que permitirían esquivar los límites que la realidad impone al
sujeto, refugiándose en un mundo que ofrecería mejores condiciones de sensación,
en una definición que parecería tener relación con las ideas planteadas en la
carta 79 a Fliess a la que hacíamos referencia, como existencia de un estado
expectante referido a la pretensión del reencuentro de un estado mítico, de
fusión con el otro materno, proveedor incondicional de alimento y dador de
alivio y protección, “sentimiento oceánico”, dice Freud. En las adicciones se
mantendría vivo el anhelo, y la sustancia intoxicante vendría al punto de
sostener la ilusión de que el reencuentro sería posible. Sostiene Freud en “El
malestar en la cultura”:
Lacan nos orienta en esta línea al referirse al tema de la carencia del objeto
como el resorte mismo que une al sujeto con el mundo, pues, como ya Freud lo
afirmara, es a partir de la pérdida que el niño es capaz de representar, y, en
tanto el reencuentro es imposible, el desplazamiento, la metonimia al decir de
Lacan, hace que el objeto pueda ser reemplazado, manteniendo en este movimiento
la ilusión de haber hecho posible el reencuentro y sabiendo del auto-engaño
simultáneamente.
En “Duelo y melancolía”, Freud sostiene que el duelo se singulariza en lo
anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el
mundo exterior, por la pérdida de la capacidad de amar y por la inhibición de
toda productividad. Es posible pensar que el adicto se sostiene en una primera
posición propuesta por Freud para el duelo, oponiéndose a reconocer la pérdida,
apelando a una cancelación tóxica al problema de la castración.
Como drogadicto, desde el psicoanálisis, se designaría a un sujeto que ha
entablado cierto lazo con una sustancia, droga, y él mismo supone que por
proclamarse de tal manera, como autodefinición, o como carta de presentación,
los demás podrían construir los atributos relativos a su ser. El aceptar
definirse como tal lo ubica, en bruta o masiva identificación, en cierto lugar
de no falta, y la droga le facilitaría poder sortear el problema de reconocer
las diferencias, incluídas en éstas las sexuales, le evita tener que vérselas
con los enigmas fundamentales: muerte y sexualidad, con la falta y con lo
des-semejante.
Así pues, éste, el fumador, quien porta - soporta el fumar como signo, supone
que con el hacer humo los otros podrán deducir los atributos relativos a su ser
o intenciones propias, sin necesidad de recurrir a la palabra, y de tal manera
hace signo y, como signo, no estaría representado por un significante. Esto se
ve con mucha claridad en la clínica con drogadependientes, cuando quienes acuden
a consulta llevando a quien se droga le atribuyen a su práctica drogadicta una
intencionalidad, intentando encontrar y dar explicaciones a dicha conducta
“autodestructiva”. Llamativamente, en tales circunstancias, el drogadicto, en
sus casos más graves, no dice estar sufriendo por lo que le pasa, sino que son
los otros los que se inquietan o se angustian y construyen hipótesis
explicativas. Así pues, el fumar, que el fumador porta y soporta como signo, no
representa un interrogante para el sujeto. Habría en ello la suposición de poder
ser reconocido en su deseo que sería leído según un sentido otorgado por los
demás, especulándose con el deseo del Otro como completud de reconocimiento.
Pues, como el mismo Lacan dijera en otro seminario, el dedicado al tema de la
angustia, un signo es comprensible por todos, y quien lo emite cuenta con que el
otro le atribuirá una intencionalidad o un deseo supuestamente puesto en juego.
La droga ofrece un goce por el cual puede llegar a perderse el sujeto como tal,
el sujeto de la palabra, re-jerarquizándose la dimensión de la necesidad en la
adicción a drogas propiamente dicha. Podríamos pensar que es posible hablar de
un “sujeto del goce”, que porta “la solución” por medio de la cual obtiene un
goce que no pasa por el Otro. Goce remite a algo que está más allá del principio
del placer, en un exceso o exacerbación de la satisfacción que se encuentra con
la pulsión de muerte, en la repetición, que evoca la búsqueda “loca” del objeto
perdido, del tiempo mítico del suministro incondicional, sin falta alguna.
Conceptos de otros autores desde el psicoanálisis:
Propone Winnicott: una agonía original pero que el sujeto teme ocurra en
cualquier momento, como si fuera por vez primera, y que alude a una muerte que
se prolonga agónicamente y no se puede saldar. En las adicciones a drogas el
intento es escapar a ese estado anímico mortífero o devastador.
Drogadicción como patología del acto:
Desde el psicoanálisis es posible afirmar que la drogadicción propiamente dicha
no constituiría síntoma como tal, sino que se encontraría prioritariamente en la
dimensión de las patologías del acto. En la adicción a las drogas el duelo o la
angustia son evitados, siendo el anularlos con sustancias diversas la maniobra a
la cual el sujeto recurre ante la imposibilidad de su procesamiento psíquico,
ante la desesperanza o la desesperación para las cuáles no se cuenta con
recursos sólidos o se duda de que lo sean.
En las patologías del acto, incluyéndose entre las mismas a los intentos de
suicidio, a anorexia y bulimia veras, a las drogadependencias propiamente dichas
o adicción a drogas y a bebidas alcohólicas, o la impulsión o la tendencia a
pasar al acto en cualquiera de sus dimensiones, es el recurso utilizado en forma
prioritaria en tanto si bien el sujeto en estas problemáticas habita el lenguaje
no puede apelar al mismo en ciertas circunstancias en las cuales un pánico sin
nombre, sin palabras, o una intensa depresión, devastadora, hacen imposible todo
procesamiento psíquico con riesgo consiguiente de quedar a merced del goce del
Otro, como objeto. Desde la perspectiva planteada anteriormente en cuanto a la
función de la palabra podríamos decir que en las patologías del acto el sistema
protector o entramado de contención constituido por el lenguaje tiene puntos de
debilidad o fallas, no alcanzando para impedir que el sujeto quede a merced del
goce del Otro, no pudiendo hacer uso del lenguaje o no teniendo eficacia el
mismo para ponerle límite a dicho goce. Así, podríamos considerar que la
drogadicción sería una configuración clínica que se despliega o presenta en
cualquiera de las estructuras freudianas (neurosis, perversiones o psicosis).
Las patologías del acto se construyen como configuraciones clínicas o recursos
destinados al intento de eludir la angustia desbordante o la intensa depresión
que imposibilitan todo procesamiento psíquico, desdibujado el fantasma,
acudiéndose a recursos que se encuentran en la gama del acto o del actuar, en un
decir sin palabras que adquiere envergadura de repetición producido un
cortocircuito en el pensar. En tal caso habría devaluación de la dimensión
simbólica, y no se podría hablar de síntoma propiamente dicho, desde una
perspectiva psicoanalítica. El acto, en cualquiera de sus formas, se encuentra
por fuera de la dimensión del lenguaje, buscando el sujeto por su intermedio un
atajo o desvío que eluda la angustia que no ha podido ser tramitada por la vía
del síntoma o procesada en el pensar.
Drogadicción y alcoholismo en la adolescencia.
Para referirnos al tema de las adicciones en la adolescencia propondría una
primera diferenciación en cuanto al consumo de drogas y bebidas alcohólicas que
puede presentarse en la adolescencia y la drogadicción o el alcoholismo
propiamente dichos, remitiéndose a un libro en el cual se otorga mayor espacio a
la misma26.
La diferencia entre ambas posiciones se sostiene en la intención, inconciente,
puesta en juego:
• Hacerlo por placer o buscando encontrar fuerzas cuando las propias flaquean,
en búsqueda de sostén identificatorio, como primera posición.
• O bien cuando se ubica a la sustancia en el intento de reforzar el esfuerzo
desmentidor o renegatorio, patológico, ante la ley en sus diversas
manifestaciones, en la otra.
Desarrollemos esta diferencia.
Las drogas pueden aparecer durante la adolescencia ante el replanteo de la
posición subjetiva, cuando el trabajo de duelo o los desbordes de angustia se
presentan como costosos o insalvables. Enfrentado a la estructura opositiva
falo-castración el sujeto en distintos momentos de su vida puede buscar atajos o
eludir afectos desbordantes. Es entendible entonces que en caso de los
adolescentes el apego a drogas se presente en relación con las dificultades
inherentes a la tramitación de los duelos a los que diversos autores hicieran
referencia repetidamente.
Las sustancias intoxicantes vendrían al lugar de facilitar una sutura ante
dificultades propias del esfuerzo identificatorio en ciertos sujetos y en
determinadas situaciones de pérdida importantes; en este caso pensamos en la
adolescencia: cuando se plantea la exigencia de tener que abandonar la seguridad
del mundo endogámico de la infancia y ante el juicio que enuncia la posibilidad
de muerte del padre, muerte de los padres de la infancia, combinatoria que lo
enfrenta a la soledad y a la desprotección aterradoras.
En las toxicomanías o en la drogadicción propiamente dichas la pretensión es
enfrentar o cuestionar imperativos categóricos que dicen de límites que la
cultura impone a todo aquel que quiera pertenecer a ella, pero,
fundamentalmente, supone un intento de desconocer la distancia entre el yo y el
ideal y como consecuencia el juicio referido a la necesariedad del morir
personal. Estamos hablando, digámoslo con otras palabras, de falta, de
castración, ante lo cual irrumpe la angustia, el terror desbordante, o bien el
sujeto se sume en amarga desazón, de lo cual se pretende “salir” apelándose al
consumo de drogas al no poder procesar el afecto por medio del pensar,
psíquicamente.
Podríamos proponer entonces, como primera aproximación, que las bebidas
espirituosas tendrían desde esta perspectiva la "virtud" de dotar a quien bebe
de las fuerzas necesarias para triunfar sobre los límites materiales, al darle
“ánimo”. Esta operación supondría, desde lo inconciente, la pretensión de tener
éxito en el esfuerzo por oponerse a la existencia de una realidad traumatizante
o desquiciante, que cuestiona el propio sentimiento de sí, con la creación de un
“doble” al que por proyección se adjudica la victoria sobre la muerte y a cuya
imagen se supone poder transformarse al beber. Freud afirma que el doble sería
una formación oriunda de épocas primordiales, y que implicaría una lógica del
sentimiento yoico en que no habría deslinde neto del mundo exterior ni "del
Otro", dice textualmente, y escribiendo Otro con mayúscula inicial, recurso de
la duplicación para protegerse del aniquilamiento, como "enérgica desmentida del
poder de la muerte" que hunde sus raíces en la concepción del animismo que se
caracteriza por llenar el mundo de espíritus humanos, la omnipotencia del
pensamiento y la técnica de la magia basada en ella. En su escrito “Lo ominoso”,
Freud sostiene al respecto que estas últimas serían: "...creaciones todas con
las que el narcisismo se protegiera ante el inequívoco veto de la realidad",
Por su parte, en el extremo del alcoholismo se marcaría el exceso en la
pretensión de encontrar un reaseguro, vaso tras vaso, botella tras botella, ante
la inevitabilidad con la que la muerte se presenta como límite para la propia
existencia. La desconexión que sigue al exceso en la borrachera, y luego la
depresión y la resaca, mostrarían en su secuencia lo fallido del intento y la
eficacia del accionar de la pulsión de muerte en la búsqueda de la bebida
nuevamente, en forma compulsiva. En el alcoholismo en sus casos más graves se
caería como estado final en la borrachera en un estado estuporoso, con amnesia
parcial o total de lo ocurrido, como expresión evidente de una retracción
narcisista tras los intentos fallidos de fundirse amorosamente con los otros,
con declaraciones pasionales, abrazos y besos.
En el alcoholismo propiamente dicho se busca "nada", no se intenta reforzar
sentimiento de sí, o identidad, sino la búsqueda es desaparecer.
La cuestión es desdramatizar el problema, aunque tampoco desentenderse del
mismo, manteniéndolo en su justo lugar, tanto en el terreno del beber como en el
tema de las drogas, porque suele confundirse el consumo con la adicción. Uno y
otra: consumo o adicción vera o propiamente dicha están diciendo de una posición
del sujeto respecto de la vida y de la muerte, o, como lo diríamos desde el
psicoanálisis, en cuanto al límite, a la castración.
Entonces, también en la adolescencia, el lazo con la droga o con las bebidas
alcohólicas puede ser noviazgo, uno de tantos, o instalarse como casamiento sin
separación posible o con divorcio complicado.
Noviazgo ocasional: intento de identificación con un doble en procura de
entablar lazo social en el beber "para levantar el espíritu", "para "darse
ánimos", o matrimonio feliz, estable y duradero: artimaña líquida fallida para
esquivar la falta en el bebedor empedernido. Este último elegirá esta vía al no
poder soportar no hallar satisfacción plena, sin resquicios.
Se considera drogadependencia o drogadicción “vera” cuando el consumo de drogas
está al servicio de reforzar la desmentida o la oposición a la ley en todas sus
expresiones, que, decíamos tramos atrás, nos habla de una posición
ultra-desafiante del sujeto ante la falta.
Podríamos decir, recurriendo a conceptos que propone Lacan, que en la
problemática de las patologías del acto, drogadicción y alcoholismo incluídos en
ellas, habría un déficit importante en la función paterna, en el significante
del Nombre del Padre, de dimensión o categoría diferente a su ausencia en las
psicosis. En este caso el sujeto no posee sostén identificatorio suficientemente
fuerte como para "bancarse" o soportar la angustia o la depresión.
• Hay casos en los cuales el consumo se inicia probando drogas, incitado muchas
veces por el grupo de amigos, o bien recurriendo al tóxico en situaciones
puntuales inmanejables circunstancialmente, o incluso consumiendo sólo por
placer. No podríamos sostener que por el hecho de que haya consumo de drogas se
pueda hablar de un “caso” de drogadependencia, en tanto en esta circunstancia la
droga puede presentarse como refuerzo del sostén identificatorio durante un
tiempo y luego es abandonada u ocupa un lugar accesorio según la elaboración en
cada quien realizada.
• El problema se plantea cuando el “ser drogadicto” se instala como carta de
presentación con la que supone el otro debe poder construir los atributos
relativos a su “ser”, y es “la” solución que se construye para, supuestamente,
responder a los enigmas de la vida, a los límites o a la castración. Estaríamos
en tan circunstancia en presencia de lo que denominábamos “patologías del acto”.
En ellas el sujeto no soporta las diferencias y recurre la droga que las borra
pues iguala a todos: “drogadictos”, “del palo”, y el sujeto se muestra poseedor
de certeza, sin preguntas, porque las dudas, los interrogantes, angustian en
tanto dicen de la falta, de la castración, de la muerte. Y a través del acto,
del actuar, en alcoholismo o en drogadicción, así como en otras patologías del
acto, se intenta eludir o borrar intensa angustia o desvastadora depresión. Se
instala la creencia de ser dueño de un saber sin fisuras para el cual no son
necesarias las palabras, perdiendo éstas valor de intercambio, aunque muchos
piensan que existe diálogo en los grupos de drogadictos. En realidad, a la
palabra los drogadependientes le atribuyen una cualidad especial: que permitiría
la transmisión de pensamiento, suponiendo que, mágicamente, con una palabra se
puede decir “todo”, conformándose de esta forma la jerga de los “drogones” con
palabras-frases, algunas de cuyas expresiones son adoptadas por los jóvenes y
luego se extienden en el uso popular.
CONSIDERACIONES SOBRE LA ANOREXIA DESDE EL PSICOANÁLISIS. CIBEIRA.
Se propicia en nuestra sociedad de consumo el "exceso de goce", goce autoerótico
y autista, debilitándose de tal manera el deseo del sujeto y el lazo social. En
las patologías que se denominan actuales, dicho exceso puede presentarse como
compulsión a no parar de consumir, y en ello se evidenciaría la marca de las
adicciones, o bien el goce se orienta a "nada", expresándose el encierro
narcisista en el rechazo a recibir algo del Otro, siendo esta segunda opción la
que nos lleva a pensar en la anorexia que a su vez se enlaza a la fuerza de un
“ideal” estético femenino de suma delgadez, expresión clara en la sexualidad del
goce en exceso presente en la civilización contemporánea.
El psicoanálisis afirma que lo que se proyecta en el "ideal" es el sustituto del
perdido narcisismo infantil, en un punto donde deben confluir la pretensión de
satisfacer exigencias libidinales y el acatamiento de los límites que provienen
de la cultura, si bien los ideales del capitalismo cuestionan dichos límites y
llevan el sello del autoerotismo como derivación de la desmentida.
Características centrales que se presentan en la anorexia:
c) búsqueda desenfrenada de pérdida de peso,
d) miedo al aumento del mismo,
e) distorsión de la imagen corporal,
f) amenorrea (presente en por lo menos tres períodos)
g) y negación del riesgo clínico que puede acarrear la malnutrición.
¿Y desde el psicoanálisis?
Dos modalidades en las que la anorexia aparece:
• una: como formación o manifestación “sintomática”,
• y la otra: como expresión de “falla en la estructuración subjetiva”
(dificultades que se producen en la construcción de la identidad del sujeto),
tratándose en este caso de una “patología del acto” en tanto anorexia vera o
propiamente dicha.
Anorexia como formación sintomática:
Y es en el síntoma donde se pone en juego el deseo y su conflicto con el goce.
Es en el redimensionamiento del complejo de Edipo donde toda marca del erotismo
genital es rehusada y desmentida a través de la pérdida de las formas que
denuncian el ser mujer, como expresión de la dificultad para enfrentar la
complejidad de las transformaciones propias de la pubertad, en un intento de
abolir aquello que da cuenta en las adolescentes de su pasaje de niña a mujer.
Cuando hay rehusamiento de lo femenino se produce una disyunción entre el cuerpo
mediatizado por el significante, la imagen del cuerpo y el organismo,
convirtiéndose en siniestro, algo que cambia de signo, que de familiar y
conocido aparece como extraño y terrorífico en el espejo, reflejando aquello que
da cuenta de la mirada de un otro. Allí donde la mirada de amor de un padre
recubre la marca de la sexualidad, en el espejo de la anoréxica la sexualidad
desaparece. Aquello que debería quedar invisible queda visible, no adquiere el
velamiento amoroso que recubre lo sexual.
La intensificación del erotismo genital implicará un verdadero reordenamiento
del psiquismo en tanto es desde allí que serán resignificados los contenidos
edípicos. La eficacia de la operación psíquica que es la castración organiza y
define el destino que la niña dará a su sexualidad. El complejo de castración
ordena, normativiza, el deseo sexual. La niña se orientará o no hacia el padre,
y es a partir de ese momento cuando se establecerá la elección de objeto sexual
y cuando quedará, o no, definida su heterosexualidad. Es entonces fundamental la
posición de la niña en relación a la castración para poder devenir en ser mujer.
La anorexia en su vertiente neurótica se presenta como expresión de las
dificultades en la asunción de la genitalidad y de lo femenino. Es en el momento
de los cambios puberales que el cuerpo denuncia formas de mujer y se constituye
en una de las exigencias de trabajo psíquico la asunción de la genitalidad. Este
quiebre narcisista, que remite al narcisismo primario pero lleva la marca del
Edipo, desarticula la libidinización de ese cuerpo, desconstituyendo
representaciones y apareciendo la imposibilidad de simbolización del nuevo
cuerpo puberal, intentando, vía manejo de la alimentación, la apropiación de un
cuerpo ya cargado de significaciones sociales ligadas a un ideal estético. Las
adolescentes realizan un trabajo de reconstrucción de la dimensión sujeto -
objeto apuntalada en la dinámica oral y anal, cobrando especificidad la
subjetividad de cada caso, el reposicionamiento subjetivo en el marco de lo
edípico. Entonces, este cuerpo de la adolescencia vehiculiza interrogantes
acerca de qué quiere el Otro y respecto de qué es ser mujer.
La anorexia ofrece descompletar al Otro con su propia pérdida. La desmentida
coloca un cuerpo ofreciendo el ideal estético por su delgadez extrema, delgadez
que nunca se alcanza suficientemente como significante fálico, y cuya producción
reenvía al adolescente al autoerotismo y a la identificación con el objeto
“nada”. Esto lleva a Lacan a decir que la anoréxica come “nada”.
Es en el adelgazamiento y en la distorsión de la imagen corporal (esa distancia
que nunca puede achicarse entre cómo están y cómo se ven físicamente), como
despliegue sintomático, donde se implementan recursos a través de los cuáles las
adolescentes hablan y dicen de su sufrimiento. Su cuerpo es un cuerpo
imaginario, fantasmático, que se le oculta por aquello que le pesa por pesar. La
preocupación por el peso muestra la transposición del conflicto y vehiculiza
interrogantes acerca de qué quiere el Otro, encontrándose allí como respuesta la
falta del Otro ofreciendo sus propias pérdidas, que siempre son de aquello que
denuncia la sexualidad.
Cuando la anorexia es una formación sintomática, la anorexia funciona como una
provocación dirigida al Otro, como un interrogante sobre su deseo. El eje
central es cómo faltarle al Otro, es decir: cómo poder escribir en el Otro una
falta, cómo poder hacerle desear.
La Anorexia como expresión de las “patologías del acto”
En las patologías del acto, ponen como escenario al cuerpo y tienen al acto como
recurso privilegiado. “El pasaje al acto no necesita de la mirada del Otro y
consiste en la separación radical de la escena, del Otro. Es un movimiento de
transgresión radical de una norma, de un límite que implica la mutación del
sujeto. El pasaje al acto apunta siempre al corazón del ser. En él, la certeza
es el motor y su carácter es definitivo. El pasaje al acto suicida es el
paradigma de la separación radical de un sujeto de la alienación significante”
En las patologías del acto, la impulsión o la tendencia a recurrir al acto, es
el recurso utilizado en forma prioritaria en tanto si bien el sujeto en estas
problemáticas habita el lenguaje no puede apelar al mismo en ciertas
circunstancias en las cuales “...un pánico sin nombre, sin palabras, o una
intensa depresión, devastadora, hacen imposible todo procesamiento psíquico con
el riesgo consiguiente de quedar a merced del goce del Otro, como objeto”
Jacques-Alain Miller plantea al hablar de un tercer paradigma del goce, "el goce
imposible", y dice que el goce aquí es real y, para alcanzarlo, el sujeto no
sólo ha de atravesar la barrera simbólica, la que encarna la ley, y la barrera
imaginaria, la de lo bello, sino que también ha de atravesar la barrera del
real. Este paradigma, "el goce como imposible", demuestra que deseo y fantasma
no consiguen suturar lo que es, fundamentalmente, disarmónico entre el goce y el
sujeto.
El deseo del sujeto se constituye, bajo efectos de la “mediación” del deseo del
Otro. En el sujeto el dolor devastador o el pánico sin palabras son respuesta a
lo real, acciones transgresoras a través del pasaje al acto en el cual incluimos
maniobras con la comida. Pues es por este medio que el sujeto intenta no saber
nada respecto de lo Real.
Recordemos al respecto que Lacan define como “pasión de la ignorancia” al no
querer saber de lo Real, expulsándolo o no haciéndole lugar.
A veces la demanda sexual del Otro primordial, en su faz traumática, actúa como
un Real inabordable. La aparición de la angustia desborda al sujeto sin
posibilidades de acudir al fantasma, ubicándose la angustia ante lo irreductible
de lo real, ante la falta de la falta, y “la acción toma su certeza justamente
de la angustia” y difiere del actuar “que le arranca a la angustia su certeza”.
Entonces, es posible afirmar que el pasaje al acto, como identificación absoluta
con el a, clausura la angustia. Así pues, en estas problemáticas el sujeto
pretende eludir la angustia de castración, no quedándole otra salida que ofrecer
el cuerpo como “instrumento” o como “escenario”, en procura de suprimir lo Real
sexual.
Es en “Más allá del principio de placer” donde Freud incluye y liga la
compulsión como placer no inhibible a pulsión de muerte. Es decir como algo
irrepresentable, como lo que no tiene inscripción. O también podemos pensarlo,
desde el decir de Lacan, como aquello que no está dentro de las posibilidades
del significante. Freud señala que es lo que excede a la transmisión entre el
proceso primario y el proceso secundario. Es lo que excede a la dialéctica de
condensaciones y desplazamientos.
En “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis” Freud dice: “He
intentado traducir al lenguaje de nuestro pensar normal, lo que en realidad
tiene que ser un cierto proceso, no conciente ni preconciente, entre montos de
energía en substratum irrepresentable”.
Es interesante remitirnos a estas expresiones de Freud para pensar cómo trabajar
para que pueda lograrse la transformación de lo no pensado en pensamiento en la
clínica con pacientes anoréxicas. Dice Freud en “Esquema del psicoanálisis” que
algo que está en el Ello, pero no se sabe, puede ser disparado hacia la
percepción de tal manera que “lo real objetivo no discernible pueda hacerse
discernible”.
En las patologías del acto, la impulsión es la tendencia a actuar negativamente,
en contra del cuerpo y/o del sujeto. Estos recursos son utilizados cuando el
sujeto no puede apelar a lo simbólico y un afecto de intensidad desbordante hace
imposible todo procesamiento psíquico.
En las patologías del acto, la impulsión es la tendencia a actuar negativamente,
en contra del cuerpo y/o del sujeto. Estos recursos son utilizados cuando el
sujeto no puede apelar a lo simbólico y un afecto de intensidad desbordante hace
imposible todo procesamiento psíquico.
Respecto de la distorsión de la imagen corporal:
La búsqueda de un cuerpo ideal de extrema delgadez comenzó a ser considerada
como efecto de una disfunción perceptiva fundamental de la imagen del propio
cuerpo y, por lo tanto, como indicador de una dificultad en la constitución de
esta imagen. A esta disconformidad con el cuerpo se la define como “distorsión
de la imagen corporal”.
La percepción alterada que las adolescentes tienen de sí es del orden de una
perturbación provocada por un ideal que nunca se alcanza. La anoréxica en busca
de lograr un ideal de extrema delgadez borra todas las formas, predominantemente
las sexuales. No tienen registro de la diferencia entre la forma en que se
sienten y se ven y la forma en que están realmente o cómo están para la mirada
de los demás.
El sufrimiento definido como distorsión es una realidad psíquica inconciente
para las adolescentes. Este fenómeno implica dos perspectivas diferentes y
contrapuestas, dos maneras de ver ese cuerpo: la percepción que se tiene de sí y
la manera en que el otro las percibe y decodifica. Esta decodificación queda del
lado del Otro, en cambio otro anoréxico no re-interpreta.
El fenómeno de la distorsión se establece por la diferencia entre lo visto por
el sujeto y la angustia en el otro. Es una percepción de suma rigidez y
refractaria a toda consideración del decir del otro.
Las pacientes, a pesar de su delgadez, ven alguna parte del cuerpo
distorsionada, siempre hay un exceso perceptivo, un defecto que aparece en lo
Real, una desvalorización del Yo y un defecto en el gozar de la vida. Se
evidencian un grado de rigidez extremo y de encierro narcisista en esa
problemática. El mundo y su vida se centran en estas vivencias y restringen su
vida social y afectiva.
Cuando la adolescente anoréxica se mira en el espejo no coinciden la imagen que
percibe y la interpretación que hace de esa percepción. Cuanto mayor es esta
falta de concidencia, el grado de distorsión y de perturbación de la imagen son
mayores. Se coloca la disrupción entre el Yo y el Ideal en una imagen
estereotipada y rígida.
Una de las características de la distorsión es la convicción, o la certeza, con
que las pacientes con anorexia viven la imagen del propio cuerpo. Las anoréxicas
muestran convicción de ser lo que ven en el espejo ante la certeza subjetiva de
no tener un lugar diferenciado para el otro.
Lo que se pone en juego en el discurso de todo sujeto no es la realidad de un
acontecimiento sino la realidad de lo percibido y esta percepción corre por
cuenta del deseo del sujeto. Lo percibido en su discurso es su realidad
psíquica, correspondiendo la perturbación de la imagen en la anorexia a una
perturbación del deseo, siendo a esta correspondencia a la que se debe orientar
la clínica con pacientes anoréxicas en lo relativo al trabajo sobre la
distorsión de la imagen corporal.
Quieren desprenderse de aquello que denuncia la sexualidad y proyecta como
producto de la desmentida. Se proyecta en la imagen en el espejo aquello que fue
expulsado por la desmentida. Lo que ve es la imagen sin vaciamiento del a, en
algunos puntos del cuerpo o en toda su extensión.
El fenómeno de la distorsión se establece por la diferencia entre lo visto por
el sujeto y la angustia en el otro.
Garner y Garfinkel (1981), en estudios sobre el tema, al realizar una revisión
de protocolos de sistemas de evaluación de la imagen corporal en anorexia
nerviosa, señalan que la alteración puede expresarse a dos niveles:
a) Una alteración perceptual, que se manifiesta en la incapacidad de las
pacientes para estimar con exactitud el tamaño corporal.
b) Una alteración cognitivo-afectiva hacia el cuerpo. Que se manifiesta por la
presencia de emociones o pensamientos negativos por culpa de la apariencia
física.
Podríamos definir como distorsión de la imagen corporal al “desajuste entre
aquello que la adolescente dice de sí y los parámetros establecidos para evaluar
el peso esperable en cada ser humano”, considerando el fenómeno de la distorsión
de la imagen corporal como expresión de la distorsión perceptual y la
insatisfacción consigo mismo.
Por lo tanto, distorsión es un fenómeno complejo que habla del sujeto que lo
sufre. Es una sensación, una percepción que tienen las adolescentes de sí
mismas, de su cuerpo y de los demás que tiñe la relación con los pares y con los
otros en general.
A manera de cierre:
Una de las particularidades de la problemática aquí estudiada, decíamos, es la
frecuencia de su aparición en la pubertad, en un momento de la vida de un sujeto
en el que se enfrenta ante lo real de la sexuación. Y ubicamos como marco social
de este rasgo de época al discurso capitalista que implica el rechazo o la
desmentida de la castración, expresándose en el “vale todo”, en la valoración de
ideales de omnipotencia y propiciando exceso de goce. En dicho marco es evidente
el incremento de la anorexia, pudiéndose diferenciar dos modos de presentación o
manifestación: como síntoma y como anorexia propiamente dicha, incluyéndose esta
última modalidad entre las denominadas patologías actuales o “patologías del
acto”, haciendo la salvedad de que la anorexia es la única problemática en la
que puede observarse que el sujeto busca que el cuerpo pueda representar para un
sujeto otro significante. La anorexia hace signo en el cuerpo de la adolescente
de la sociedad de consumo.
Respecto de las “patologías del acto” remarcamos que el sistema protector o
entramado de contención constituído por el lenguaje tiene puntos de debilidad o
fallas, no alcanzando para impedir que el sujeto quede a merced del goce del
Otro. El sujeto en tales circunstancias no pude hacer uso del lenguaje, o bien
el mismo no es eficaz para ponerle límite a dicho goce. “En el acto se perfila
un sujeto en una posición de goce silencioso, si bien en el callar no se libera
del lenguaje. Estamos en terreno del autoerotismo, más allá de la demanda y con
un deseo disminuido, en un goce diferente y apartado de la palabra, en un apelar
a un acto con el cual el sujeto supone poder ponerse a salvo de la castración.”
Las “patologías del acto” muestran que algo no tramitado y sin anclaje en la
palabra retorna como una búsqueda “loca” de salida ante la angustia a través del
acto, como acting out o pasaje al acto, o encarnándose en el cuerpo, en procura
de encontrar un lugar simbólico propio, pero, como este accionar lleva el sello
inconfundible de la pulsión de muerte el fracaso es inevitable, quedando al
sujeto en un oscuro callejón que sólo puede conducir a “nada” de deseo.
ANOREXIA Y BULIMIA. NUEVAS FORMAS DE SUBJETIVACIÓN. VEGA
La sociedad actual.
Los jóvenes de hoy se enfrentan a un doble desborde. Por un lado, no hallan
bordes en lo social (por la caída de ideales); por el otro existe un desborde
pulsional por la irrupción de la tensión genital, que corta ligaduras
representacionales y ocasiona un trauma psíquico en donde faltan palabras. El
desenfreno pulsional se ve así reforzado por los mandatos sociales, por un
superyó sádico cultural que ordena el goce “mientras el mundo dure”. La sociedad
impone y regula entonces formas específicas para el goce, y la comida no está
ajena a estas formas.
La alimentación
El niño desarrolla sus experiencias inaugurales de contacto con otro
significativo a través del acto alimentario e incorpora no solo alimento a su
organismo sino también a su mente. Por medio del alimento, el bebé descubre al
mundo, juega y goza de la relación con su madre. En ese acto de alimentarse, la
mirada de ese Otro (la madre o los grupos en la adolescencia por ejemplo) es
fundamental. Con el tiempo el niño irá transformando la dimensión especular de
la alimentación en un acto simbólico por medio del cual incorpora y adquiere
también una identidad cultural, religiosa y grupal.
Breve descripción de la anorexia y la bulimia.
Lo que se privilegia en las pacientes anoréxicas de los últimos años es la
distorsión de la imagen corporal. En las primeras descripciones clínicas no se
reseña dicha distorsión, de manera tal que esta distorsión parece ser un síntoma
actual y probablemente su importancia se relaciones con las características
descriptas anteriormente de la cultura postmoderna, en la cual la imagen
determina la existencia. Las imágenes de la televisión, de las modelos
publicitarias, de los blogs, aportan el goce a la anoréxica que es mirada por
Otro social.
La paciente anoréxica aspira a una utopía, la de ser un esqueleto viviente; se
trata de un ideal puramente especular y virtual, que actúa en sintonía con el
discurso del capitalismo tardío (Barrionuevo, 2008) y se constituye en una
trampa en cual la anoréxica cree tener acceso a la respuesta sobre las
transformaciones del cuerpo y sobre la sexualidad, a la vez que se constituye en
¨alguien¨, la enfermedad le otorga una identidad: “soy anoréxica”. Mejor ser
anoréxica que no ser, aunque la trampa es que la anorexia la lleva a la nada
misma.
El patrón común en la bulimia nerviosa es la sensación de descontrol. Este
descontrol (recordemos nuevamente el desborde pulsional propio de la
adolescencia) es un concepto subjetivo que determina claramente el atracón. En
el atracón el objeto alimentario no es objeto de necesidad (no es alimento) ni
de placer, sino de goce.
La relación temprana con la madre en la construcción de la subjetividad.
Continuando entonces, Freud afirma que dado que las pulsiones autoeróticas son
primordiales, algo debe agregarse al autoerotismo para que el narcisismo se
constituya; a esta nueva acción psíquica la llama identificación primaria.
Define a la identificación primaria como el primer enlace afectivo con otro
investido como modelo o ideal, al cual el yo aspira fusionarse. El resultado de
esta identificación primaria es un estado de fusión entre el bebé y el objeto
(vivido como parte del yo); una relación narcisista en la que madre y el bebé se
sienten completos (sentimiento oceánico).
Estas identificaciones atañen al ser y su desarrollo implica que el yo ha
alcanzado un sentimiento de existencia, de ser un sujeto para el otro. Cuando
este proceso fracasa, el goce que obtiene con el atracón y el vómito lo fijan a
esa posición, donde encuentra algo que lo asegura y por lo cual ¨es¨.
La subjetividad se construye, entonces, a partir de la relación con otro (la
madre). El niño aceptará la demanda de la madre de ser alimentado o no, no tanto
por el objeto en sí, sino por el hecho de decir sí o no al Otro.
En los años 50 Lacan decía en relación a la anorexia, que la madre “confunde sus
cuidados con el don de su amor” y por lo tanto, se entromete y ahoga al niño con
su “papilla asfixiante”. Esto es una madre que lejos de dar lo que no tiene (la
falta) suministra lo que sí tiene (la comida) y el bebé al negarse a satisfacer
la demanda de la madre, intenta exigirle a la madre que tenga un deseo por fuera
de él.
La díada primaria permite rastrear el por qué de la carencia representacional y
la falla en el pasaje de la cantidad a la cualidad. Winnicott plantea que para
el advenimiento de un verdadero self es requisito fundamental que el bebé cuente
con una madre empática y un ambiente facilitador que lo sostenga (holding)
frente a la no integración y desorganización primitiva. Winnicott considera que
la eficacia del apoyo materno, neutraliza además la "ansiedad inconcebible" que
se haría realidad ante una falla materna intensa y precoz. Los cuidados
pacientes, regulares de la madre permiten que el desarrollo se inicie sin que se
comprometa la unidad psicosomática. La madre da al bebé‚ un breve período en que
la omnipotencia es cuestión de experiencia. Así el bebé va integrándose,
personalizándose y va relacionándose con el mundo externo (al cual siente como
interno) siendo a la vez cada vez más, él mismo.
El ¨sostén¨ permite integrar mecanismos psíquicos y constituir una relación de
objeto. Winnicott sostiene que el vacío primario es un requisito previo al
anhelo de recibir algo dentro de sí, de ¨ser llenado¨. Observa que cuando no se
cuenta con una madre suficientemente buena, se establecen vínculos adhesivos (no
objetales) como manera de enfrentar el vacío y se busca compulsivamente la
muerte física ya que la psíquica ya aconteció. Estos pacientes poseen ¨miedo al
derrumbe¨ (Winnicott, 1963) entendido éste como una falla en la organización de
las defensas que sostienen al self. El self organiza defensas para evitar el
derrumbe de su organización psíquica pero nada puede hacer si tal derrumbe
proviene de un hecho externo como la falla ambiental (ausencia de madre
empática). Sólo se puede entonces intentar controlar el terror al vacío.
Las pacientes con anorexia y bulimia sienten el terror al vacío ya experimentado
y vivenciado como agujero que se intenta controlar mediante el no comer
(anorexia), y que fracasa en el des-control de un atracón (bulimia). Así, se
repite una actitud materna en la cual el sujeto se tapa, se ahoga. Se trata de
una actitud descualificada de afectos –a diferencia de la melancolía- donde la
paciente se da de baja a sí misma, sin sentimientos negativos, pero sin haber
podido construir su subjetividad y desestimando su propio sentir –tal como su
madre-; donde el temor a la muerte no existe porque la muerte ya aconteció.
VIOLENCIA SOCIAL Y TRANGRESIÓN ADOLESCENTE. BARRIONUEVO
Trabajo del duelo, la pérdida tiene consecuencias en la vida anímica del sujeto
(Ej, perdida de trabajo, de ser amado, de expectativas o probabilidades,
debilitamiento de objetivos o proyectos vitales). El duelo patológico se haya
ligado a las actuaciones transgresoras.
Lo que se perdió (ser amado, posicióneconómica, trabajo, etc) eran puntos de
anclaje q brindaron al sujeto cierto reconocimiento de ser. Con el duelo queda
implícita la propia muerte, hay una doble pérdida: del objeto amado y del sujeto
en ese espacio de amor. No es ante cualquier pérdida q sobreviene el duelo sino
cuando esta arrastra un pedazo del sujeto. Es la existencia la q se pone en
juego.
En la clínica se escucha que ahora que perdió el amor/puesto en la empresa/etc
ya no tiene nada por lo que vivir, que “es nada”, apelándose a una
identificación con lo inanimado, identificación q puede tomar diferentes formas
de expresión en el discurso, significando el desfallecimiento de la imagen
especular y el estrechamiento o clausura del horizonte para la propia vida. El
orden simbólico se trastoca y es en referencia a la imagen de quien partió desde
donde el sujeto se anuda, y ya no se enuncian preguntas por lo q perdió sino q
se hace frente a lo real de la pérdida con la certeza de q lo q se perdió fue el
propio sujeto, y como consecuencia, el sentido de la vida.
Aparece el odio como posibilidad de ligar la palabra a la imagen del objeto
perdido, pero q en la melancolía se vuelve contra la propia persona. Se afirma
la negación de su existencia, quedando todo el tiempo al borde del acto con
riesgo de la propia vida como forma de poner fin a su dolor de existir.
En el mejor de los casos es el acting out, q está dirigido a Otro y supone una
demande de amor. Cuando el cuarto nudo (sinthome) se muestra frágil o débil para
sostener la cohesión del nudo borromeo de 3, puede buscarse una supuesta salida:
a través del acto, como salida del mundo simbólico y como cultivo puro de
pulsión de muerte, la agresión puede manifestarse en violencia hacia la propia
persona o hacia otros.
Ante la injusticia o la violencia social (o bien cuando se supone q existen) la
actuación transgresora lejos de está de constituirse en respuesta valedera a
aquella, es una búsqueda de salida individual dentro de las patologías del acto.
En las patologías del acto (intentos de suicidio, drogodependencias, actuaciones
trasgresoras) la impulsión o la tendencia a pasar al acto es el recurso
utilizado en tanto si bien el sujeto en estas problemáticas habita el lenguaje
no puede apelar a este en ciertas circunstancias en las q el afecto desborda el
procesamiento psíquico. En las patologías del acto el sistema protector o
entramado de contención constituido por el lenguaje tiene puntos de debilidad o
fallas, no alcanzando para impedir q el sujeto quede a merced del goce del Otro
(no teniendo eficacia para ponerle limite a dicho goce)
En el acto se perfila un sujeto en una posición de goce silencioso, en el
terreno del autoerotismo, un goce apartado de la palabra. Un apelar al acto con
el cual es sujeto supone poder ponerse a salvo de la castración.
Es la función paterna la q permite poner coto al goce materno (producciones
diversas pueden instalarse en procura de ese objetivo, pero la privilegiada es
el lenguaje), resultado de procesos intelectuales superiores. El pasaje de la
madre al padre puede ser entendido como transmutación de goce: de un goce casi
mitifcable (arcaico) a formas de goce fálico (enlazado a la palabra, al STE;
procesos superiores, reflexiones, juicios)
Cuando en esa transmutación se producen fallas, es posible ubicar vacilaciones o
fracasos en la reconstrucción del fantasma. La presentificación de un goce
arcaico es fuente de impulsiones y formas de acting out y pasaje al acto.
Hay tres caminos frente a la privación: 1. La palabra cuando la reconstrucción
del fantasma se produce adecuadamente en la adolescencia y el sujeto busca
caminos posibles creativamente. 2. Puede caerse en la resignación, duelo
patológico (regresión del narcisismo y a la fase sádica, suicidio). 3. Salida a
través del acto (acting out o pasaje al acto) puede conducir a la transgresión,
es estimulada por el Otro social que ofrece goce potencial con lo cual se
procura compensar la precariedad de la función paterna y consecuente
insuficiencia de proyectos de vida. El acto hace presente el objeto como real y
provoca un retorno al plano de la frustración, forma de la perdida de objeto
En tanto la frustración no encuentra caminos de dialectización en el Otro
social, la actuación es marca de la desmentida y conjuntamente con la
desestimación de los peligros q puede llegar a afrontar, en ciertos casos la
vida se pone en riesgo en la transgresión, mientras q en otros la marca de la
aceptación de la existencia de una salida se orienta hacia la resignación
(abandono de la propia persona)
ADOLESCENTES QUE SE AUTOLESIONAN. BELCAGUY
En los últimos años comenzaron a presentarse con frecuencia en la clínica una
serie de conductas autolesivas voluntarias. Encontraremos un déficit en la
disponibilidad de recursos psíquicos de mayor nivel de complejidad para hacer
frente al conflicto y la angustia; la agresión hacia el objeto se dirige al
sujeto. Se trata de un modo de funcionamiento primario, en que el psiquismo no
parece disponer de defensas más complejas y eficaces, en forma permanente o
transitoria; dentro de una lógica en la que predomina lo cuantitativo, las
acciones son descargas de una tensión que no puede ser cualificada. El dolor
físico puede ser utilizado para aliviar o anestesiar el sufrimiento psíquico.
Estas diversas practicas (dibujar las paredes, pintarse y cortarse) parecen
destinadas a delimitar un espacio: tanto el lugar en el que vive como su propio
cuerpo. En adolescentes gravemente perturbados, los cortes en la piel serían
modos de hacer borde donde no lo hay o donde es precario. La conducta masoquista
puede ser un intento de apuntalar a un self tambaleante. El placer y el dolor
actúan recortando ciertos estímulos con respecto al resto, contribuyendo a
definir como real lo q tenga esas cualidades (si algo duele, o si produce
placer, entonces existe). Lo que debió ser sentido y pensado, escapa la
simbolización y se convierte en una acción ejecutada sobre la piel. Se produce
la acción pulsional directa a través del cuerpo.
En los orígenes de estas patologías se encuentra una insuficiente empatía de la
madre (o sustituto) q no le permite decodificar las sensaciones y desarrollos de
afecto del bebe, con lo cual éste va a permanecer en un estado donde dichas
sensaciones y afectos no podrán ser cualificados. Además de un aporte
insuficiente del asistente externo en la instauración de la función del yo de
autoapaciguar o autocalmar la angustia. Ante el ingreso al parato psíquico de un
estimulo displacentero de cualquier tipo, del interior o exterior, no pueden
calmarse a sí mismos y tienen dificultades para tramitar el estímulo, sólo
tienen disponible la vía de la supresión inmediata del estímulo a través de una
acción motriz. Los jóvenes q se lastiman no buscan el alivio en el contacto
reparador con el semejante ni consigo mismos, sino q evitan el sufrimiento
emocional a través del dolor físico.
En la historia de estos sujetos encontramos que los objetos primarios no han
podido ayudarlos, desde el inicio de la vida, a resolver sus estados de tensión
por medio de la contención física y de la investidura de su cuerpo. A medida que
un niño crece, si todo va bien, cuando se golpea o se lastima, sigue siendo
auxiliado por las caricias maternas, acompañadas de palabras de consuelo, que se
inscriben la huella mnémica del dolor en simultaneidad con la huella de alivio
producido por la palabra y el contacto erógeno, dando lugar, a través de
reiteradas experiencias, a asociaciones por analogía y por casualidad entre
ambas huellas. Es de este modo como queda facilitada una via saludable de
resolución de tensiones a través de la simbolización y el encuentro
intersubjetivo.
¿Por qué se da tanto en la adolescencia? La oferta (difusión de prácticas de
modificación voluntaria del cuerpo) q proviene de la cultura de pertenencia se
combina con la necesidad del adolescente de adquirir o afianzar su identidad; y
de q en la adolescencia hay un exceso de difícil tramitación (plus q queda sin
representación y va a buscar la vía de la acción)
ADOLESCENCIA Y TECNOLOGÍAS DE LA INFORMACIÓN Y DE LA COMUNICACIÓN. BELCAGUY
El empleo de las TICs guarda una relación particular con la utilización del
tiempo ya que no es necesario esperar para hablar con otros; es posible estar
conectado, al instante, las 24 horas, todos los días del año, desde cualquier
lugar. La comunicación virtual permite además que no haya pausas, intervalos ni
demoras.
Los celulares brindan un soporte técnico a una modalidad de vínculo fusional con
el objeto, sin solución de continuidad. El celular ocupa un lugar central en la
adolescencia. Con sus innumerables funciones (música, direccionario, agenda,
conexión a Internet, SMS, juegos, orientación en la calle), se convierte en una
prolongación de sí, y su falta provoca un estado de angustia y vacío. Veremos
más adelante que dicho estado ha recibido una denominación: nomofobia.
Problemas vinculados al uso de las TICs
Trastornos físicos
Entre los trastornos físicos se destacan las lesiones por movimientos
repetitivos por el uso constante de computadoras, tabletas, smartphones y
celulares (las más conocidas son el síndrome del túnel carpiano y la
tendinitis), la tensión ocular que se produce por permanecer más de ocho horas
diarias frente a una pantalla (cansancio visual, deshidratación, ojos rojos o
secos, dolores de cabeza, cansancio visual, fotofobia, visión doble y borrosa),
los daños en la audición (escuchar música a todo volumen con audífonos puede
provocar hipoacusia y problemas en el equilibrio) y el sobrepeso u obesidad
debido a la gran cantidad de tiempo frente a la computadora o los dispositivos
móviles, que llevan a adoptar un estilo de vida sedentario.
Un tema a destacar es el insomnio adolescente generado por el uso de múltiples
redes sociales disponibles.
Trastornos psicológicos
• El síndrome de la llamada imaginaria hace referencia a que los usuarios de
dispositivos móviles han sufrido alguna vez la alucinación de que su celular
había sonado o vibrado sin que en realidad lo hubiera hecho.
• La nomofobia, que es un término derivado de las palabras 'no', 'móvil' y
'fobia', describe la angustia causada por no tener acceso al celular, que puede
variar desde una ligera sensación de incomodidad hasta un ataque grave de
ansiedad.
• El cibermareo que hace referencia al mareo que sienten los usuarios de
aparatos de realidad virtual, parecidos a los que algunas personas sufren cuando
viajan en un medio de transporte.
• La depresión del Facebook alude a que algunas personas se deprimen porque
tienen muchos contactos en las redes sociales, otros por la falta de ellos. Esto
se debe a que lo habitual es entrar en Facebook para alabar a los amigos, subir
fotos o escribir sobre acontecimientos agradables. Los usuarios que pasan mucho
tiempo en las páginas de redes sociales de otras personas suelen sentirse
deprimidos por su vida cotidiana al compararla con la que muestran los demás.
• La dependencia de Internet es la necesidad enfermiza de estar todo el tiempo
conectado a la red. En casos extremos, se configura un vínculo adictivo que
puede llegar a afectar seriamente la vida privada y social.
• La dependencia de videojuegos en línea, muy extendida en los últimos tiempos,
ha sido incorporada como adicción en el DSM-V (Carbonell, 2014)13. Se destacan
los videojuegos denominados MMORPG ("Massively Multiplayer Online
Role-PlayingGame") cuyas siglas significan “juego de rol multijugador masivo en
línea”, que permite a miles de personas interactuar en forma simultánea en un
mundo virtual. El más popular es el World of Warcraft que cuenta con once
millones de suscriptores en todo el mundo.
• Las personas afectadas de cibercondria están convencidas de que padecen alguna
o varias enfermedades de cuya existencia se han enterado por Internet.
• El efecto Google ocurre cuando el cerebro se niega a recordar información como
consecuencia de la posibilidad de acceder a ella en cualquier momento vía
Internet. Esto lleva a las personas a preguntarse para qué aprender algo de
memoria si los buscadores nos permitirán encontrar un dato cuando lo
necesitemos.
• Otro trastorno muy actual que se podría agregar a esta lista es el síndrome
del 'doble check' que está relacionado con el uso del Whatsapp. Se trata de un
estado de ansiedad que padece el sujeto al ver que el destinatario del mensaje
no respondió pero ha estado conectado después de recibirlo o está 'en línea'. Se
denomina así porque al mandar un mensaje por Whatsapp, cuando el destinatario lo
recibe aparecen dos 'ticks' o 'vistos' que indican que le ha llegado y es
posible saber a qué hora se ha conectado.
Riesgos
El ciberbullying es una de las formas de acoso cibernético más frecuente y
riesgosa. Consiste en una acción entre pares, en la cual se atormenta, amenaza,
hostiga, humilla o molesta a otro a través de Internet u otras tecnologías
telemáticas. Se trata de una problemática grave dado el anonimato de quien lo
ejerce, la no percepción directa e inmediata del daño causado y la adopción de
roles imaginarios en la red. Algunas de las formas en que se manifiesta el
ciberbullying son las siguientes (Jofre, 2014):
1. Subir a Internet una imagen comprometedora (real o modificada), información
personal sensible o cosas que avergüencen o perjudiquen a la víctima y se hace
circular en su entorno de relaciones.
2. Crear un perfil falso en redes sociales con información difamatoria,
contenido sexual o cualquier otro contenido falso y reprobable.
3. Hacerse pasar por la víctima en sitios de Internet o chats, y realizar
acciones que no respeten las pautas del sitio, logrando así que el acosado quede
excluido de ciertos espacios virtuales.
4. Realizar comentarios ofensivos o denigratorios en las redes sociales, en
grupos, juegos online o por celular.
5. Usurpar la identidad del acosado o robar información, contraseñas de redes
sociales o correo electrónico, obteniendo acceso a material de índole personal.
6. Hacer circular rumores sobre la víctima que supongan acciones reprochables o
condenables, haciendo que otros, sin cuestionar lo publicado, acosen o maltraten
a la víctima por tales hechos.
7. Enviar mensajes amenazantes por sms, e-mails u otras redes, persiguiendo y
acechando a la víctima, provocándole una sensación de opresión constante.
• Otra práctica online muy frecuente es el denominado grooming, realizada por un
adulto para ganarse la confianza de un menor, fingiendo empatía y cariño. Es un
acto preparatorio de otro, de carácter sexual más grave, ya que el acosador, al
ganarse la amistad y crear una conexión emocional con la víctima, disminuye sus
inhibiciones y facilita el acercamiento progresivo, propiciando el abuso sexual
fuera del ámbito virtual.
• El sexting consiste en el envío de contenidos de tipo sexual producidos
generalmente por el remitente, a través de celulares.
• Cuando el sexting es utilizado para chantajear a otro se lo denomina
sextorsión, un procedimiento delictivo mediante el cual se amenaza con la
publicación de fotos o vídeos para obtener algún beneficio, como medio de
presión, chantaje o explotación. La difusión a terceros de las imágenes o textos
de contenido
Diferentes modos de utilización de las redes virtuales
Para algunos adolescentes, la comunicación virtual reemplaza parcial o
totalmente a la comunicación “real” y su aislamiento está apenas velado. En su
imaginario conocen a otro/s y se dan a conocer, cuando en verdad se trata de
vínculos de desconocimiento.
En jóvenes con inhibiciones, para quienes la computación ha representado una
suerte de espacio transicional, al modo en que lo ha trabajado Winnicott (1971),
una “zona intermedia de experiencia”, de transición entre el yo y el no-yo,
facilitadora y a veces precursora de experiencias de socialización, de
encuentros en el mundo externo.
TICs y su impacto en la subjetividad de los adolescentes
Marshall McLuhan, precursor en el estudio de los medios, fue quien acuñó el
término “aldea global” para describir la interconexión humana a escala global
generada por los medios electrónicos de comunicación. Afirmaba: “La prolongación
de cualquier sentido modifica nuestra manera de pensar, nuestra manera de
percibir el mundo”.
Sostenía que los medios pueden considerarse extensiones de nuestro cuerpo y son
esas extensiones las que reestructuran nuestra sensibilidad y cambian nuestra
visión del mundo.
Las TICs tienen, en efecto, esta propiedad de ampliar los órganos de los
sentidos, pero además modifican los modos de interactuar, de pensar, de
expresarse e informarse; en consecuencia, su impacto en la subjetividad es
elevado. Este impacto
es mayor entre quienes se encuentran atravesando esa “…encrucijada fundamental
que se da en llamar ´adolescencia” .
Redes virtuales e imagen corporal
La sociedad de consumo nos seduce con un ideal de perfección que sería posible
comprar, una imagen perfectamente amable si se “completa” con las prótesis que
el mercado ofrece.
Una de las particularidades de la comunicación a través de las redes sociales
reside en que el usuario puede generar una imagen virtual de sí mismo que lo
presente como poseedor de los atributos que le otorguen completud imaginaria, al
modo en que se produjo la experiencia del infans frente al espejo durante la
fase del espejo descripta por Lacan. Identificado con una imagen completa y
valorada de sí, buscará cierta seguridad de ser aceptado por el otro, un otro
que adopta la misma actitud, es decir, que también busca un “me gusta” de parte
de su interlocutor.
El concepto de imagen virtual se asocia a lo que tiene existencia aparente,
opuesta a lo real. Ha adquirido una utilización en el ámbito de la informática y
la tecnología para referirse a la realidad construida mediante sistemas o
formatos digitales, que permitirían al usuario tener la sensación de estar
inmerso en un mundo diferente al real.
Los vínculos virtuales tienen la particularidad de que se pueden establecer sin
necesidad de la presencia física del otro. A esto P. Sibilia (2014) lo denomina
descorporificación: nos comunicamos a través de un aparato con alguien que está
en algún lugar, pero estamos en realidad en contacto con un aparato. “Ese cuerpo
está virtualizado, hay una descorporificación”.
A través de una imagen que lo representa (su mejor foto, un símbolo) el
adolescente se mostrará ante el otro con una imagen integrada, lograda, de
acuerdo a sus intereses, preferencias o ideales. La imagen elegida será aquella
que lo acerque a la perfección deseada, que lo muestre como quisiera ser frente
a su interlocutor.
Sabemos de las dificultades del adolescente con su propio cuerpo
´metamorfoseado´, tan propio y tan extraño al mismo tiempo, y del proceso de
duelo que debe llevarse a cabo para tramitar los cambios que acontecen en un
corto período de tiempo. También es muy fuerte el deseo de encuentro con otro
que es temido en la misma medida en que se lo desea. Las experiencias en la red,
dentro de ciertos límites, ayudan a tramitar los cambios corporales a través de
la construcción de estas representaciones imaginarias con las que se identifica
y también le darían la posibilidad de ir graduando el acercamiento/alejamiento
del objeto real.
Empleo de las TICs y sociedad de consumo
El planteamiento de esta problemática supone, al menos, dos cuestiones a
considerar:
• se trataría de la recreación o reformulación del lazo social en el contexto de
una sociedad de consumo que promueve la constante apropiación de “gadgets”
• o bien pondría en evidencia la devaluación de la subjetividad, es decir, el
predominio de lo virtual-imaginario sobre el orden simbólico, reforzando así la
retracción narcisista de un goce en soledad que, paradójicamente, “conecta” al
sujeto, en todo momento y en todo lugar, con una multiplicidad de otros, muchos
de ellos casi anónimos y con una superficial implicancia afectiva.
Podríamos afirmar que existe un Otro de la tecnología cuyos efectos se vinculan
con un estado de saturación que abruma al sujeto con un exceso de información,
que conviene diferenciar, como ya se ha expuesto, de otras posibilidades que las
herramientas virtuales proporcionan, tales como la incorporación de
conocimientos y saberes que favorecen la eficaz inclusión del adolescente en el
proceso de enseñanza-aprendizaje.
La diversidad de herramientas tecnológicas de última generación, en tanto oferta
del mercado, no supone la satisfacción de “nuevas” necesidades, sino la creación
de las mismas: el sujeto se dirige, sin más, a su encuentro, sellando así el
vínculo con el objeto.
Considerando, de acuerdo a Lacan (1949)30, que el yo (moi) se constituye por
alienación en una exterioridad-gestalt que lo sustenta, de manera tal que “el yo
es otro”, es indudable que aquellos vínculos virtuales que el adolescente
establece con un universo casi infinito de otros, abrirán paso a una diversidad
de identificaciones que reproducen la dramática propia de la fase del espejo, a
la que nos referimos en un apartado anterior. La fragmentación corporal que
reaparece en la adolescencia puede ser velada por el amplio abanico de “espejos”
que las nuevas tecnologías proporcionan.
La utilización compulsiva de dichos medios revelaría un imperativo de goce que
comanda la acuciante “necesidad” de permanecer conectado para ser parte de un
mundo que ofrece estilos de vida, imágenes corporales, quehaceres con marcados
ribetes de ficción.
El observar-ser observados se inscribirá en dirección a ser aceptados por la
mirada del Otro: aquellos otros-contactos-twitteros que forman parte del
universo de pares, amigos, familiares o casi desconocidos.
¿Qué lugar ocupa lo privado en el mundo global? Parecería que todo puede o debe
ser público.
En los siglos XIX y XX el espacio público (de las calles, bares, foros, donde se
discutían las cosas del ámbito público) y el espacio privado (delimitado por
paredes, puertas, cortinas y también por el pudor y la discreción) eran
excluyentes. Pero a partir de los años 60 y 70 las redes atraviesan esas paredes
y muestran públicamente la intimidad en un nuevo espacio. “No es en la calle
exactamente pero también es en un espacio que es público porque los otros tienen
acceso y esto es muy complicado porque entonces pareciera que la intimidad dejó
de existir. …Habría un desplazamiento del eje que abandona ese núcleo interior
para depositarse cada vez más en lo que se ve”. Se trata de una verdadera
transformación en el plano de la subjetividad en donde “…es cada vez más en la
visibilidad donde construimos lo que somos y los vínculos con los demás”.
En relación a este nuevo fenómeno podríamos rescatar el término “extimidad”,
neologismo que inventa Lacan, y que aparece esbozado por primera vez en el
seminario sobre “La ética del Psicoanálisis” (1959-60). Es J.A. Miller (2010)
quien lo trabaja y le dedica un escrito.
Extimidad alude a lo más íntimo reconocido en el afuera, un hacer externa la
intimidad. Se trata de la paradoja respecto de lo más íntimo que se encuentra en
el exterior, en tanto vacila la dualidad interior-exterior. Al respecto,
recordemos que Lacan (1961-62) emplea la imagen de una banda de Moebius para dar
cuenta de una superficie que posee una sola cara, en la que interior y exterior
se confunden.
Si el sujeto contemporáneo se encuentra exiliado de sí mismo, parecería
encontrar su ser más íntimo en aquello que está por fuera de él; en tal sentido
se trataría de un real en lo imaginario.
De acuerdo a la afirmación de Lacan, el término extimidad posee esta
particularidad: “lo que es lo más íntimo justamente es lo que estoy constreñido
a no poder reconocer más que fuera” (Lacan 1968-69)35. Por lo tanto, no debemos
concebir la extimidad como el opuesto a intimidad, sino como un interjuego entre
ambas; tal dinámica colaboraría en la construcción de la propia identidad,
problemática central en el proceso adolescente.
Desde tal perspectiva podemos sostener que el sujeto no se muestra tan sólo para
compartir algo con sus interlocutores, sino que se genera una interacción a
través de la cual construye una imagen con la que se identifica ante el otro, y
también se identifica con las imágenes ofrecidas por el/los otro/s. En este
doble juego identificatorio, se exhibe al modo de un personaje y utiliza a los
otros como espejos para reafirmarse.
De tal manera, se conforman diversas ficciones que se articularán, en lo
esperable, con los recursos simbólicos de los que el adolescente disponga en
dirección a la progresiva construcción del “fantasma”, respuesta subjetiva desde
la cual intentará inscribirse en el enigma que representa el deseo del Otro.
Si enfocamos la temática abordada desde una óptica diferente, podemos considerar
que la utilización de los medios virtuales podría concebirse como una modalidad,
acorde al tiempo actual, del reposicionamiento subjetivo inherente al proceso
adolescente.
A modo de cierre
El vertiginoso desarrollo científico-tecnológico que, desde una lectura
lacaniana, forcluye al sujeto, promueve un apego ininterrumpido al objeto. Estos
gadgets, pequeños objetos a, concentran una diversidad de funciones, como se
expuso cuando nos referimos a los usos del celular.
Acorde a la velocidad del actual modo de producción de mercancías-objetos y la
estimulación del consumo que el discurso capitalista promueve, el aparato
tecnológico de última generación pronto será reemplazado por otro que, al cabo
de un lapso de tiempo más o menos breve, será también obsoleto.
La promesa en juego es que dichos objetos conducen al logro de la felicidad,
posibilitando un goce pleno al obturar la falta. Tal supuesto implícito en el
discurso capitalista, opera en detrimento del deseo, ya que éste queda reducido
o degradado a la necesidad (instinto), que logra su satisfacción a través de un
objeto apropiado, precisamente aquel que el mercado proporciona.
La ilusión de un goce solitario y generalizado representa no sólo un imperativo
de consumo, sino una modalidad de disciplinamiento de la que los adolescentes
son protagonistas privilegiados, aunque no de manera exclusiva.
Mientras que otros adolescentes, como se ha expuesto, podrán utilizar las nuevas
tecnologías “…como espacio transicional, de preparación para el
encuentro-desencuentro con amigos y con partenaire, con sus satisfacciones y
problemas, y con el “malentendido” inevitable que, el psicoanálisis sostiene, es
de estructura.” Estas tecnologías pueden ponerse al servicio “…del trabajo
psíquico específico del reposicionamiento adolescente, como apoyo desde lo
imaginario para fortalecer lo simbólico que supone ese consolidarse como ya no
más niño en camino de definiciones subjetivas” (Barrionuevo, 2013).
Nuestras observaciones en lo cotidiano y en la clínica con adolescentes serán el
material que nos permita continuar con estas reflexiones en futuros trabajos.
IDENTIDAD DE GÉNERO, CONSTRUCCIÓN SUBJETIVA LA ADOLESCENCIA. VEGA
Sobre la Identidad en relación a la Sexualidad: El género.
El ser humano nace inmerso en una cultura que indica también “cómo son y deben
ser” los hombres y las mujeres, cómo deben comportarse y relacionarse entre sí.
A través de esos elementos simbólicos va construyendo la escena fantasmática de
quién es cada uno. Los significantes que provienen del Otro, entonces nos harán
pasar de una dimensión biológica a una subjetiva, de machos y hembras a hombres
y mujeres. Ahora bien, ¿qué define a un hombre o a una mujer como tal? La
cuestión anatómica ya no es una categoría útil para entender si un sujeto es un
hombre o una mujer. En este sentido solo nos indica si es macho-hembra.
La identidad sexual es una construcción gradual que depende de múltiples
factores: la relación con la madre, el padre, la de ambos entre sí, la escuela,
los pares, los emblemas en los medios de comunicación, el ambiente socio-
cultural en el que se vive, para mencionar solo algunos.
Atravesado por otros discursos, el discurso sobre lo sexual establece
diferencias y desigualdades en sustento de intereses político-económicos,
criterios morales e ideológicos, y objetivos hetero-normativos.
El lugar de la mujer moderna estaba vinculado a 3 mitos: la maternidad natural,
la pasividad en la erótica femenina y el amor romántico. Estos tres pilares
tenían a su vez, su correlato en el mundo de los varones: como seres proveedores
en lo económico, racionales (altísimo valor para la modernidad) y
conquistadores. Este entramado indicaba las bases sobre las que se ordenaban,
legitimaban y disciplinaban los lugares de los actores de la desigualdad de
género; sosteniendo la importancia del lugar del varón en el régimen patriarcal.
Es decir, la asimetría que caracteriza la relación de poder entre varones y
mujeres de la modernidad, ubicaba a la mujer en inferioridad de condiciones
respecto del varón, delegándola a determinados ámbitos privados y relegándola de
muchos protagonismos sociales.
Una de las características principales de este orden es configurar el
“dispositivo de la sexualidad moderna” que entrelaza las nociones de:
heterosexualidad, homosexualidad y bisexualidad al sexo biológico, al deseo y al
género. Se trata entonces de un sistema binario (hombre-mujer, público-privado,
fálico-castrado, masculino-femenino) que asigna categorías y roles específicos a
los individuos según su sexo biológico y su práctica sexual. Todo este contexto
cultural es telón de fondo en la teoría freudiana.
El Género es una construcción social y no la resultante de la separación natural
de roles inherentes a la condición biológica de los sujetos. La diferenciación
entre los géneros es configurada y delimitada por la estrategia
histórico-política de disciplinamiento del cuerpo social e individual propio de
las sociedades. El discurso patriarcal y capitalista, las religiones
occidentales, y todo un conjunto de representaciones colectivas, reproducen el
marco ideológico, político y económico que normativiza y legitima la dinámica de
las relaciones entre hombres y mujeres.
Sobre la adolescencia:
El ¨saber hacer con la sexualidad”, posición fantasmática construida durante la
niñez, vacilará en la adolescencia, se reformulará y habrá que construir en el
mejor de los casos, un nuevo “saber hacer” al respecto, un nuevo lugar en la
escena fantasmática para el sujeto. La necesidad de diferenciación, en procura
de un lugar propio distinto al niño que fue y diferente a los padres es paralela
a la diferenciación en el interior del grupo de pares, para no perderse en la
masa. Se trata de una búsqueda de nuevas y propias experiencias. Es este proceso
de contundente conmoción de la estructura, cuando se espera que el sujeto pueda
descubrir, definir y actuar conforme a su deseo. Diferenciar aquí lo “actuable”
por su imposibilidad de procesamiento (lo real), de “aquello que se actúa” por
su dificultad de elaborar, es vital para entender cómo los nuevos paradigmas van
creando un nuevo sujeto. Se pondrá en juego la oportunidad de elegir, de que el
sujeto se juegue un “margen de libertad” respecto de cómo ha quedado su deseo
enganchado al deseo del Otro.
Entendemos entonces la complejidad que conlleva la elección sexual puesto que
significa “desasirse” no solo del Otro familiar sino también del Otro
social/cultural y todos los entramados simbólicos que antecedieron y
persistieron junto al sujeto.
El concepto de discurso es fundamental para entender los efectos en la
estructuración del género y fue desarrollado por Lacan (1972a) como aquello que
permite hacer lazo social: “A fin de cuentas no hay más que eso, el vínculo
social. Lo designo con el término de discurso porque no hay otro modo de
designarlo desde el momento en que uno se percata de que el vínculo social no se
instaura sino anclándose en la forma cómo el lenguaje se sitúa y se imprime, se
sitúa en lo que bulle, a saber, en el ser que habla”
Benjamin propone los conceptos de intersubjetividad, complementariedad
post-convencional y el de identificaciones plurales. Considera que el desarrollo
no es unilineal y que es fundamental que pueda sostenerse la diferencia. “La
forma postconvencional más diferenciada de la complementariedad simbólica, que
ya no es concreta y proyectiva, requiere el acceso a las capacidades
identificatorias flexibles de la vida preedípica”. El objeto mantiene entonces
solo una ubicación temporaria en la mente del otro, puesto que cada quien
constituye un centro de subjetividad en sí mismo. La relación intersubjetiva no
es ni recíproca ni acorde. La tensión se da entre el deseo de cada sujeto de
incorporar al otro y el de restringirlo a ser una imago intrapsíquica, una parte
de su sí-mismo.
El concepto de la complementariedad postconvencional, Benjamin sienta sus bases
en la capacidad psíquica del sujeto para construir un puente simbólico sobre las
oposiciones escindidas cuestionadas (falo-castración; masculino-femenino) que se
sostienen en la sobreinclusividad preedípica.
En este sentido, el género de una persona sería el resultado de la lógica
binaria impuesta culturalmente, en donde el varón edípico discrimina de la
representación que tiene de sí mismo todos los aspectos asociados a la
fragilidad, la debilidad, etc, proyectando dichas cualidades al campo de lo
femenino, de manera que las representaciones y; podríamos agregar “los estigmas”
de la pasividad, la debilidad, hacen a la castración, y por ende al campo de lo
femenino. Mediante esta lógica sostenida desde el discurso simbólico imperante,
se perfilaría lo que tradicionalmente fue esperable para cada género.
El acceso a la educación, la información y la globalización son recursos
simbólicos que habilitan a los y las adolescentes al cuestionamiento respecto de
su posición sexuada Parafraseando a Lacan, si “La relación sexual no existe” lo
que hay son relaciones sociales posibles, y éstas serán -en mayor o en menor
medida-, habilitadas o no por el Otro social. La nueva representación de la
sexualidad, esta re-novada –y re-nombrada- “Otredad” de la cultura y la sociedad
es posible porque está habilitada institucionalmente. Las llamadas “nuevas
subjetividades” de nuestros tiempos remiten a una nueva ley, la ley del deseo,
proveniente del Otro-Estado que sostiene un orden legal simbólico para su
inscripción (en nuestro país con la ley de matrimonio igualitario y la ley de
identidad de género).
La necesidad de experimentar nuevas sensaciones con innovadoras experiencias le
permite ensayos en el camino hacia el hallazgo de objeto. Lo esencial resulta el
logro psíquico que representa que el sujeto pueda tomar un posicionamiento
sexual y desde allí logre relacionarse con otro sujeto, reconocido en su
alteridad como otro, externo y diferente a sí. El devenir como sujeto sexuado
encuentra al adolescente ante su propio real, inmerso en una sociedad en donde
la sexualidad no le está totalmente velada sino habilitada y que lo cuestiona
desde los nuevos paradigmas de la diversidad, sin obturar su propio deseo en el
camino hacia la elección de objeto exogámico.
EL ADULTO DEL PSICOANÁLISIS.
Freud, S.:
1. “El deseo que se figura en el sueño tiene que ser un deseo infantil. Por
tanto, en el adulto proviene del Icc; en el niño, en quien la separación y la
censura entre Prcc e Icc todavía no existen o sólo están constituyéndose poco a
poco, es un deseo incumplido, no reprimido de la vida de vigilia…”.
2. “Otro descubrimiento, mucho más sorprendente, nos dice que de las formaciones
anímicas infantiles nada sucumbe en el adulto a pesar de todo el desarrollo
posterior. Todos los deseos, mociones pulsionales, modos de reaccionar y
actitudes del niño son pesquisables todavía presentes en el hombre maduro, y
bajo constelaciones apropiadas pueden salir a la luz nuevamente. No están
destruídos, sino situados bajo unas capas que se les han superpuesto, como se ve
precisada a decirlo la psicología psicoanalítica con su modo de figuración
espacial. Así, se convierte en un carácter del pasado anímico no devorado por
sus retoños, como lo es el histórico; persiste junto a lo que devino desde él,
sea de una manera sólo virtual o en una simultaneidad real. Prueba de esta
aseveración es que el sueño de los hombres normales revive noche tras noche el
carácter infantil de estos y reconduce su entera vida anímica a un estadio
infantil”
Lacan, J.:
1. “… la familia aparece como un grupo natural de individuos unidos por una
doble relación biológica: la generación, que depara los miembros del grupo; las
condiciones de ambiente, que postulan el desarrollo de los jóvenes y que
mantienen al grupo, siempre que los adultos progenitores aseguren su función”.
2. “… los complejos desempeñan un papel de ‘organizadores’ en el desarrollo
psíquico. (…) Complejos, imagos, sentimientos y creencias serán estudiados en
relación con la familia y en función del desarrollo psíquico que organizan,
desde el niño educado en la familia hasta el adulto que la reproduce”.
3. “…para el muchacho, se trata en la adultez de hacer de hombre… A la luz de
esto, que constituye una relación fundamental, debe interrogarse todo lo que en
el comportamiento del niño puede interpretarse como orientándose hacia ese hacer
de hombre.” (...) “Esto es lo importante: que para hablar de identidad de
géneros, que no es otra cosa que lo que acabo de expresar en estos términos, el
hombre y la mujer, es claro que la cuestión no se plantea sólo porque eso surja
precozmente a partir de que en la edad adulta es destino de los seres parlantes
repartirse entre hombre y mujer y para comprender el acento que se pone sobre
estas cosas, sobre esta instancia, es necesario darse cuenta que aquello que
define al hombre en su relación con la mujer e inversamente, nada nos permite en
estas definiciones del hombre y de la mujer abstraerlos por completo de la
experiencia parlante, incluso en las instituciones en donde esta experiencia se
expresa, a saber el matrimonio”.
Sobre los padres, adultos, del psicoanálisis:
Freud, S.:
1. “El superyó, proveniente del complejo paterno, es el monumento recordatorio
de la endeblez y dependencia en que el yo se encontró en el pasado… así como el
niño estaba compelido a obedecer a sus progenitores, de la misma manera el yo se
somete al imperativo categórico de su super yo”
2. “Franz Alexander (…) ha formulado acertados juicios con respecto a los dos
tipos principales de métodos patógenos de educación: la severidad excesiva y el
consentimiento. El padre ‘desmedidamente blando e indulgente’ ocasionará en el
niño la formación de un superyó hipersevero, porque ese niño, bajo la impresión
del amor que recibe, no tiene otra salida para su agresión que volverla hacia
adentro. En el niño desamparado, educado sin amor, falta la tensión entre el yo
y el superyó, y toda su agresión puede dirigirse hacia afuera. Por lo tanto, si
se prescinde de un factor constitucional que cabe admitir, es lícito afirmar que
la conciencia moral severa es engendrada por la cooperación de dos influjos
vitales: la frustración pulsional que desencadena la agresión, y la experiencia
de amor, que vuelve esta agresión hacia adentro y la transfiere al superyó”
Lacan, J.:
1. “…el psiquismo se constituye tanto a través de la imagen del adulto como
contra su coacción: ese efecto opera mediante la transmisión del Ideal del yo, y
por lo general, como ya hemos dicho, de padre a hijo”.
2. “Las funciones del padre y de la madre… La de la madre: en tanto sus cuidados
están signados por un interés particularizado, así sea por la vía de sus propias
carencias. La del padre, en tanto que su nombre es el vector de una encarnación
de la Ley en el deseo”.
3. "Pero Freud nos revela que es gracias al Nombre-del-Padre que el hombre no
permanece atado al servicio sexual de la madre, que la agresión contra el Padre
está en el principio de la Ley y que la Ley está al servicio del deseo que ella
instituye por la prohibición del incesto".
Castoriadis-Aulagnier, Piera:
1. “Tanto el niño como la niña heredan un deseo de tener hijos. Es cierto,
entonces, que el deseo de hijo por parte del padre está íntimamente ligado a
anhelos que se relacionaban con la esfera materna y la era de su poder. Cuando
se trata de un niño, la anticipación característica de su discurso le
transmitirá un anhelo identificatorio –llegar a ser padre-que se vincula a una
función que ella no posee y que sólo puede referir a la de su propio padre. En
ese sentido, su discurso habla de una función que pasa de padre en padre: su
anhelo reúne dos posiciones y dos funciones, la ocupada por su propio padre y la
que podrá ocupar el infans como padre futuro. Entre estos dos eslabones se sitúa
el padre real del niño, hacia el cual este último dirigirá su mirada para
intentar saber lo que significa el término padre y cuál es el sentido del
concepto “función paterna”.
De ese modo, la significación “función paterna” será enmarcada por tres
referentes: a) la interpretación que la madre se ha hecho acerca de la función
de su propio padre; b) la función que el niño asigna a su padre y la que la
madre atribuye a este último; c) lo que la madre desea trasmitir acerca de esta
función y lo que pretende prohibir acerca de ella.
Se deduce de ello que el anhelo materno, que el niño hereda, condensa dos
relaciones libidinales: la que la madre había establecido con la imagen paterna
y la que vive con aquel a quien, efectivamente, le dio un hijo. Que el niño
llegue a ser padre, puede referirse tanto a la esperanza de que se repita la
función del padre de ella como a la esperanza de que el niño retome por cuenta
propia la función del padre de él.
Si situamos esta pareja en nuestra cultura, comprobamos que, si de acuerdo con
la expresión de Lacan la madre es el primer representante del Otro en la escena
de lo real, el padre, en esta misma escena, es el primer representante de los
otros o del discurso de los otros.
Nuestra cultura propone un modelo de la función materna, una ley que decide en
qué condiciones el hombre puede o no dar su nombre, las reglas y prestaciones
que exige el sistema de parentesco; este conjunto de prescripciones instaura un
modelo de la relación de la pareja parental y de su relación con el niño, en el
que el padre hereda un poder de jurisdicción. En la estructura familiar de
nuestra cultura, el padre representa al que permite a la madre designar, en
relación con el niño y en la escena de lo real, un referente que garantice que
su discurso, sus exigencias, sus prohibiciones no son arbitrarias, y se
justifican por su adecuación a un discurso cultural que le delega el derecho y
el deber de trasmitirlos. La referencia al padre es la más apta para testimoniar
ante el niño que se trata, efectivamente, de una delegación y no de un poder
abusivo y autárquico: en efecto, también en este caso observamos el rasgo
específico del funcionamiento psíquico que determina que el conocimiento, o el
reconocimiento, sea precedido por una precatectización de lo que luego se
reconocerá…
Aquel que podrá convertirse en padre reconoce en un primer momento al
representante de esta función en aquel a quien el discurso de la madre le
designa como tal, pero también (olvidarlo sería un grave error) en el discurso
efectivo pronunciado por la voz paterna. En el encuentro con el padre es posible
diferenciar dos momentos y dos experiencias: 1) el encuentro con la voz del
padre (si nos situamos del lado del niño) y el acceso a la paternidad (si nos
referimos al padre); 2) el deseo del padre, entendiendo por ello tanto el deseo
del niño por el padre como el del padre por el niño.”
2. “…el contexto que caracteriza a la paternidad:
• La incertidumbre para el padre de su rol procreador. La duda es siempre
posible; la certeza de paternidad no pude referirse a la relación carnal de la
madre.
• La paternidad está directamente ligada a una designación que, en nombre de la
ley, rotula a aquel o aquellos que pueden ser llamados padres. Ello explica que
en algunas culturas el rol procreador del padre puede no ser reconocido, ya que
en ellas el hombre se convierte en el puro intermediario entre la mujer y el
espíritu que la fecunda.
• En el niño, el padre encuentra la prueba de que su propia madre le ha
trasmitido un anhelo referente a su función y las leyes de su trasmisión. De
deduce de ello que el niño constituye para el padre un signo y una prueba de la
función fálica de su propio pene.
• Al darle el hijo, su mujer le muestra el deseo que tiene de trasmitir una
función que pasa de padre en padre. Al aceptar este don, el hombre puede
considerar, finalmente, que su deuda frente a su propio padre ha sido pagada,
deuda cuya carga recae ahora sobre su hijo. Como eco a la voz materna y gracias
a su presencia, resuena el discurso de los padres, serie de enunciados que, al
trasmitirse, asegura la permanencia de la ley que rige el sistema de
parentesco.”
“En la relación padre-hijo, la muerte estará doblemente presente: el padre del
padre, en efecto, es aquel que en una época lejana se ha querido matar, y el
hijo propio, aquel que deseará la muerte de uno. Este doble deseo de muerte sólo
puede ser reprimido gracias a la conexión que se establece entre muerte y
sucesión y entre transmisión de la ley y aceptación de la muerte. Será necesario
que el deseo de muerte, reprimido en el padre, sea reemplazado por el anhelo
consciente de que su hijo legue a ser, no aquel que lo arranque de su lugar,
sino aquel a quien se le da el derecho a ejercer una misma función en un tiempo
futuro. Lo que ofrece el padre a través de la mediación se su nombre es un
derecho de herencia sobre estos dones para que se los legue a otro hijo. De ese
modo enuncia la aceptación de su propia muerte. Mientras el padre ocupa su
lugar, entre el sujeto y la muerte hay un padre que, a través de su muerte,
pagará su tributo a la vida: después de su muerte, es el propio sujeto quien
deberá pagar con su muerte el derecho a la vida de los demás.
En la relación del padre con la hija las cosas serán diferentes: ella corre
menos peligro de suscitar en el padre el anhelo de odio reprimido. Por otra
parte, a su muerte no es ella la que ocupará su lugar sino, eventualmente, su
hijo. La relación del padre con la hija comporta una menor rivalidad directa. Lo
demuestra la posibilidad que ella tiene de anular la vigilancia de la censura.
En algunos casos, el presentimiento del padre de que el anhelo de la niña,
contrariamente al del varón, será seducirlo y no matarlo, parece favorecer en él
el deseo de ser seducido, deseo que, visto el desfasaje de edad, le parece
“inocente”. Ello determina una especie de erotización, más o menos larvada, de
la relación, con el peligro de que lo latente pueda convertirse en manifiesto.
Se explica así la mayor frecuencia del incesto en el caso de esta pareja que en
el de la constituida por la madre y el hijo, originado en la irrupción en lo
consciente de un deseo que convierte a la niña en la que permite, bajo forma
invertida, realizar el anhelo incestuoso. Al no haber podido despojar al padre
de la madre, despojará a los hombres de su hija. Si volvemos a la relación
padre-hijo, diremos que sólo el hijo le puede garantizar que la ley y la función
paternas tienen un sentido.”
“El niño es aquel a quien se le demuestra que aceptar la castración es tener
acceso al lugar en el cual, al convertirse en el referente de la ley sobre el
incesto, se descubre que nunca estuvo en juego la posibilidad de castrarlo, que
sus temores eran imaginarios. Pero el acceso a ese lugar exige que el sujeto se
descubra mortal: reconocer el valor de lo que se debe trasmitir supone el
conocimiento de que sólo se existe temporariamente, de que sólo se es el
ocupante transitorio de un lugar que otro había ocupado y que otro ocupará
después de uno. Para concluir, diremos que:
• El deseo del padre catectiza al niño, no como un equivalente fálico (como se
podría decir en relación con la mujer, pese a lo somero de esta afirmación),
sino como signo de que su propio padre no lo ha ni castrado ni odiado. De allí
deriva la importancia de la prueba que le proporciona el hijo acerca de la
función fálica de su pene.
• A este precio, el padre reconocerá que morirá, no a causa del odio del hijo ni
para ser castigado por su odio hacia su padre, sino a causa de que, al aceptar
reconocerse como sucesor y reconocer un sucesor, acepta legar en algún momento
su función a este último. Se decide que el deseo del padre apunta al niño como
una voz, un nombre, un después: ve en él al que le confirma que la muerte es la
consecuencia de una ley universal y no el precio con el que paga su propio deseo
de muerte en relación con su padre.”
“Si intentamos formular a grandes rasgos lo que diferencia el deseo de la madre
del deseo del padre por el hijo, podemos distinguir las siguientes
características:
a. El deseo del padre apunta al hijo como sucesor de su función, lo proyecta más
rápidamente a su lugar de futuro sujeto. Desde un primer momento, privilegia en
el hijo el poder paterno y el poder de filiación futura.
b. El narcisismo proyectado por el padre sobre el hijo se apoyará, en mayor
medida que el de la madre, en valores culturales.
El pasaje del niño al estado de adulto será experimentado en menor medida como
una separación o una pérdida por el padre que por la madre. A menudo, incluso,
lo que se observa es lo opuesto. A través del hijo, lo que el padre catectiza es
el sujeto futuro que al ocupar un lugar análogo al suyo en el registro de la
función. Le ofrece un reaseguro en lo referente a su función paterna y a su rol
de transmisor de la ley. Pero se observan también los riesgos de una relación
semejante y la rivalidad que suscita…”
EL MALESTAR EN EL CULTURA.
El hombre común entiende por su religión: el sistema de doctrinas y promesas que
por un lado le esclarece con envidiable exhaustividad los enigmas de este mundo,
y por otro le asegura que una cuidadosa Providencia vela por su vida y resarcirá
todas las frustraciones padecidas en el más acá. El hombre común no puede
representarse esta Providencia sino en la persona de un Padre.
La vida, como nos es impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores,
desengaños, tareas insolubles. Para soportarla, no
podemos prescindir de calmantes. Los hay, quizá, de tres clases: a. poderosas
distracciones, que nos hagan
valuar en poco nuestra miseria; b. satisfacciones sustitutivas, que la reduzcan,
y c. sustancias embriagadoras que nos vuelvan insensibles a ellas. Una tal
distracción es también la actividad científica. Las satisfacciones sustitutivas,
como las que ofrece el arte, son ilusiones respecto de la realidad. Las
sustancias embriagadoras influyen sobre nuestro cuerpo, alteran su quimismo. No
es sencillo indicar el puesto de la religión dentro de esta serie. Tendremos que
proseguir nuestra busca.
Los seres humanos quieren alcanzar la dicha, conseguir la felicidad y
mantenerla. Esta aspiración tiene dos costados, una
meta positiva y una negativa: por una parte, quieren la ausencia de dolor y de
displacer; por la otra, vivenciar intensos sentimientos de placer.
Es simplemente, el programa del principio de placer el que fija su fin a la
vida. Ya nuestra constitución, pues, limita nuestras posibilidades de dicha.
Desde tres lados amenaza el sufrimiento: a. desde el cuerpo propio, que,
destinado a la ruina y la disolución, no puede prescindir del dolor y la
angustia como señales de alarma; b. desde el mundo exterior, que puede abatir
sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras;
por fin, c. desde los vínculos con otros seres humanos.
Una soledad buscada, mantenerse alejado de los otros, es la protección más
inmediata que uno puede procurarse contra las penas que depare la sociedad de
los hombres. Bien se comprende: la dicha que puede alcanzarse por
este camino es la del sosiego. Del temido mundo exterior no es posible
protegerse excepto extrañándose de él de algún modo, si es que uno quiere
solucionar por sí solo esta tarea. Hay por cierto otro camino, un camino mejor:
como miembro de la comunidad, y con ayuda de la técnica guiada por la ciencia,
pasar a la ofensiva contra la naturaleza y someterla a la voluntad del hombre.
Entonces se trabaja con todos para la dicha de todos. Empero, los métodos más
interesantes de precaver el sufrimiento son los que procuran influir sobre el
propio organismo. Es que al fin todo sufrimiento es sólo sensación, no subsiste
sino mientras lo sentimos, y sólo lo sentimos a consecuencia de ciertos
dispositivos de nuestro organismo. El método más tosco, pero también el más
eficaz, la intoxicación nos procura sensaciones directamente placenteras, nos
vuelven incapaces de recibir mociones de displacer. Ambos efectos no sólo son
simultáneos; parecen ir estrechamente enlazados entre sí. Pero también dentro de
nuestro quimismo propio deben de existir sustancias que provoquen parecidos
efectos. Bien se sabe que con ayuda de los «quitapenas» es posible sustraerse en
cualquier momento de la presión de la realidad y refugiarse en un mundo propio,
que ofrece mejores condiciones de sensación. Es notorio que esa propiedad de los
medios embriagadores determina justamente su carácter peligroso y dañino. Así
como satisfacción pulsional equivale a dicha, así también es causa de grave
sufrimiento cuando el mundo exterior nos deja en la indigencia, cuando nos
rehusa la saciedad de nuestras necesidades. Por tanto, interviniendo sobre estas
mociones pulsionales uno puede esperar liberarse de una parte del sufrimiento.
Este modo de defensa frente al padecer ya no injiere en el aparato de la
sensación; busca enseñorearse de las fuentes internas de las necesidades. De
manera extrema, es lo que ocurre cuando se matan las pulsiones. Si se lo
consigue, entonces se ha resignado toda otra actividad, para recuperar, por otro
camino, sólo la dicha del sosiego. Con metas más moderadas, es la misma vía que
se sigue cuando uno se limita a proponerse el gobierno sobre la propia vida
pulsional. Las que entonces gobiernan son las instancias psíquicas más elevadas,
que se han sometido al principio de realidad. Así, en modo alguno se ha
resignado el propósito de la satisfacción; no obstante, se alcanza cierta
protección del sufrimiento por el hecho de que la insatisfacción de las
pulsiones sometidas no se sentirá tan dolorosa como la de las no inhibidas. Pero
a cambio de ello, es innegable que sobreviene una reducción de las posibilidades
de goce. El sentimiento de dicha provocado por la satisfacción de una pulsión
silvestre, no domeñada por el yo, es incomparablemente más intenso que el
obtenido a raíz de la saciedad de una pulsión enfrenada. Aquí encuentra una
explicación económica el carácter incoercible de los impulsos perversos, y acaso
también el atractivo de lo prohibido como tal. Otra técnica para la defensa
contra el sufrimiento se vale de los desplazamientos libidinales que nuestro
aparato anímico consiente, y por los cuales su función gana tanto en
flexibilidad. Nos aparecen «más finas y superiores», pero su intensidad está
amortiguada por comparación a la que produce saciar mociones pulsionales más
groseras, primarias; no conmueven nuestra corporeidad. Ahora bien, los puntos
débiles de este método residen en que no es de aplicación universal.
En él se afloja aún más el nexo con la realidad; la satisfacción se obtiene con
ilusiones admitidas como tales, pero sin que esta divergencia suya respecto de
la realidad efectiva arruine el goce. El ámbito del que provienen estas
ilusiones es el
de la vida de la fantasía; en su tiempo, cuando se consumó el desarrollo del
sentido de la realidad, ella fue sustraída expresamente de las exigencias del
examen de realidad y quedó destinada al cumplimiento de deseos de difícil
realización. Cimero entre estas satisfacciones de la fantasía está el goce de
obras de arte, accesible, por mediación del artista, aun para quienes no son
creadores. Las personas sensibles al influjo del arte nunca lo estimarán
demasiado como fuente de placer y consuelo en la vida. Empero, la débil narcosis
que el arte nos causa no puede producir más que una sustracción pasajera de los
apremios de la vida; no es lo bastante intensa para hacer olvidar una miseria
objetiva {real}.
Hay otro procedimiento más enérgico y radical. Discierne el único enemigo en la
realidad, que es la fuente de todo padecer y con la que no se puede convivir;
por eso es preciso romper todo vínculo con ella, si es que uno quiere ser
dichoso en algún sentido. El eremita vuelve la espalda a este mundo, no quiere
saber nada con él. Pero es posible hacer algo más: pretender recrearlo, edificar
en su remplazo otro donde sus rasgos más insoportables se hayan eliminado y
sustituido en el sentido de los deseos propios. Por regla general, no conseguirá
nada quien emprenda este camino hacía la dicha en sublevación desesperada; la
realidad efectiva es demasiado fuerte para él. Se convierte en un delirante que
casi nunca halla quien lo ayude a ejecutar su delirio. Empero, se afirmará que
cada uno de nosotros se comporta en algún punto
como el paranoico, corrige algún aspecto insoportable del mundo por una
formación de deseo e introduce este delirio en lo objetivo. No podemos menos que
caracterizar como unos tales delirios de masas a las religiones de la humanidad.
Técnica del arte de vivir. También aspira a independizarnos del «destino» y, con
tal propósito, sitúa la satisfacción en procesos anímicos internos; para ello se
vale de la ya mencionada desplazabilidad de la libido, pero no se extraña
del mundo exterior, sino que, al contrario, se aferra a sus objetos y obtiene la
dicha a partir de un vínculo de sentimiento con ellos. Tampoco se da por
contento con la meta de evitar displacer, fruto por así decir de un resignado
cansancio; más bien no hace caso de esa meta y se atiene a la aspiración
originaria, apasionada, hacia un cumplimiento positivo de la dicha. Y quizá se
le aproxime efectivamente más que cualquier otro método. Me estoy refiriendo,
desde
luego, a aquella orientación de la vida que sitúa al amor en el punto central,
que espera toda satisfacción del hecho de amar y ser-amado.
El programa que nos impone el principio de placer, el de ser felices, es
irrealizable; empero, no es lícito resignar los empeños por acercarse de algún
modo a su cumplimiento. Para esto pueden emprenderse muy diversos caminos,
anteponer el contenido positivo de la meta, la ganancia de placer, o su
contenido negativo, la evitación de displacer. Por ninguno de ellos podemos
alcanzar todo lo que anhelamos. Discernir la dicha posible en ese sentido
moderado es un
problema de la economía libidinal del individuo. Sobre este punto no existe
consejo válido para todos; cada quien tiene que ensayar por sí mismo la manera
en que puede alcanzar la bienaventuranza. Los más diversos factores intervendrán
para indicarle el camino de su opción. Lo que interesa es cuánta satisfacción
real pueda esperar del mundo exterior y la
medida en que sea movido a independizarse de él; en último análisis, por cierto,
la fuerza con que él mismo crea contar para modificarlo según sus deseos. Ya en
esto, además de las circunstancias externas, pasará a ser decisiva la
constitución psíquica del individuo. Si es predominantemente erótico, antepondrá
los vínculos de sentimiento con otras personas; si
tiende a la autosuficiencia narcisista, buscará las satisfacciones sustanciales
en sus procesos anímicos internos; el hombre de acción no se apartará del mundo
exterior, que le ofrece la posibilidad de probar su fuerza (. En el caso de
quien tenga una posición intermedia entre estos tipos, la índole de sus dotes y
la medida de sublimación de pulsiones que
pueda efectuar determinarán dónde haya de situar sus intereses. Toda decisión
extrema será castigada, exponiéndose el individuo a los peligros que conlleva la
insuficiencia de la técnica de vida elegida con exclusividad.
Quien en una época posterior de su vida vea fracasados sus empeños por obtener
la dicha, hallará consuelo en la ganancia de placer de la intoxicación crónica,
o emprenderá el desesperado intento de rebelión de la psicosis. La religión
perjudica este juego de elección y adaptación imponiendo a todos por igual
sucamino para conseguir dicha y protegerse del sufrimiento. Su técnica consiste
en deprimir el valor de la vida y en desfigurar de manera delirante la imagen
del mundo real, lo cual presupone el amedrentamiento de la inteligencia. A este
precio, mediante la violenta fijación a un
infantilismo psíquico y la inserción en un delirio de masas, la religión
consigue ahorrar a muchos seres humanos la neurosis individual. Pero
difícilmente obtenga algo más; según dijimos, son muchos los caminos que pueden
llevar a la felicidad tal como es asequible al hombre, pero ninguno que lo guíe
con seguridad hasta ella. Tampoco la religión puede mantener su promesa. Cuando
a la postre el creyente se ve precisado a hablar de los «inescrutables
designios» de Dios, no hace sino confesar que no le ha quedado otra posibilidad
de consuelo ni fuente de placer en el padecimiento que la sumisión
incondicional. Y toda vez que está dispuesto a ella, habría podido ahorrarse,
verosímilmente, aquel rodeo.
CARÁCTER Y EROTISMO ANAL.
Las personas que me propongo describir sobresalen por mostrar, en reunión
regular, las siguientes tres cualidades: son particularmente ordenadas,
ahorrativas y pertinaces. Cada uno de estos términos abarca en verdad un pequeño
grupo o serie de rasgos de carácter emparentados entre sí. «Ordenado» incluye
tanto el aseo corporal como la escrupulosidad en el cumplimiento de pequeñas
obligaciones y la formalidad. Lo contrario sería: desordenado, descuidado. El
carácter ahorrativo puede aparecer extremado hasta la avaricia; la pertinacia
acaba en desafío, al que fácilmente se anudan la inclinación a la ira y la manía
de venganza. Las dos cualidades mencionadas en último término -el carácter
ahorrativo y la pertinacia- se entraman con mayor firmeza entre sí que con la
primera, el carácter «ordenado»; son también la pieza más constante de todo el
complejo, no obstante lo cual me parece innegable que las tres se copertenecen.
De la historia de estas personas en su primera infancia se averigua con
facilidad que les llevó un tiempo relativamente largo gobernar la incontinencia
fecal y aun en años posteriores de la niñez tuvieron que lamentar fracasos
aislados de esta función. Parecen haber sido de aquellos lactantes que se
rehusan a vaciar el intestino cuando los ponen en la bacinilla, porque extraen
de la defecación una ganancia colateral de placer; en efecto, indican que
todavía años más tarde les deparó contento retener las heces, y recuerdan, si
bien antes y más fácilmente acerca de sus hermanitos que de su persona propia,
toda clase de ocupaciones inconvenientes con la caca que producían. De esas
indicaciones inferimos, en su constitución sexual congénita, un resalto erógeno
hipernítido de la zona anal; pero como concluida la niñez no se descubre en
estas personas nada de tales flaquezas y originalidades, nos vemos precisados a
suponer que la zona anal ha perdido su significado erógeno en el curso del
desarrollo, y luego conjeturamos que la constancia de aquella tríada de
cualidades de su carácter puede lícitamente ser puesta en conexión con el
consumo del erotismo anal.
Hacia la época de la vida que es lícito designar como «período de latencia
sexual», desde el quinto año cumplido hasta las primeras exteriorizaciones de la
pubertad (en torno del undécimo año), se crean en la vida anímica, a expensas de
estas excitaciones brindadas por las zonas erógenas, unas formaciones reactivas,
unos poderes contrarios, .como la vergüenza, el asco y la moral, que a modo de
unos diques se contraponen al posterior quehacer de las pulsiones sexuales.
Ahora bien: el erotismo anal es uno de esos componentes de la pulsión que en el
curso del desarrollo y en el sentido de nuestra actual educación cultural se
vuelven inaplicables para metas sexuales; y esto sugiere discernir en esas
cualidades de carácter que tan a menudo resaltan en quienes antaño sobresalieron
por su erotismo anal -vale decir, orden, ahorratividad y pertinacia- los
resultados más inmediatos y constantes de la sublimación de este.
Los nexos más abundantes son los que se presentan entre los complejos, en
apariencia tan dispares, del interés por el dinero y de la defecación. En
efecto, como es bien sabido para todo médico que ejerza el psicoanálisis, las
constipaciones más obstinadas y rebeldes de neuróticos, llamadas habituales,
pueden eliminarse por este camino. El asombro que esto pudiera provocar
disminuye si se recuerda que esta función ha demostrado responder también, de
manera parecida, a la sugestión hipnótica. Ahora bien, en el psicoanálisis sólo
se obtiene ese efecto cuando se toca en el paciente el complejo relativo al
dinero, moviéndolo a que lo lleve a su conciencia con todo lo que él envuelve.
Podría creerse que aquí la neurosis no hace más que seguir un indicio del
lenguaje usual, que llama «roñosa», «mugrienta» a una persona que se aferra al
dinero demasiado ansiosamente. Es fama que el dinero que el diablo obsequia a
las mujeres con quienes tiene comercio se muda en excremento después que él se
ausenta, y el diablo no es por cierto otra cosa que la personificación de la
vida pulsional inconciente reprimida. Por tanto, si la neurosis obedece al uso
lingüístico, toma aquí como en otras partes las palabras en su sentido
originario, pleno de significación; y donde parece dar expresión figural a una
palabra, en la generalidad de los casos no hace sino restablecer a esta su
antiguo significado.
Es posible que la oposición entre lo más valioso que el hombre ha conocido y lo
menos valioso que él arroja de sí como desecho haya llevado a esta
identificación condicionada entre oro y caca.
Si los nexos aquí aseverados entre el erotismo anal y aquella tríada de
cualidades de carácter tienen por base un hecho objetivo, no será lícito esperar
una modelación particular del «carácter anal» en personas que han preservado
para sí en la vida madura la aptitud erógena de la zona anal; por ejemplo,
ciertos homosexuales. Si no estoy errado, la experiencia armoniza bien en la
mayoría de los casos con esta conclusión.
Sería preciso considerar, en general, si otros complejos de carácter no
permitirán discernir su pertenencia a las excitaciones de determinadas zonas
erógenas. En ese sentido, hasta ahora sólo he tenido noticia sobre la desmedida,
«ardiente», ambición de los otrora enuréticos. Por lo demás, es posible indicar
una fórmula respecto de la formación del carácter definitivo a partir de las
pulsiones constitutivas: los rasgos de carácter que permanecen son
continuaciones inalteradas de las pulsiones originarias, sublimaciones de ellas,
o bien formaciones reactivas contra ellas.
PULSIONES Y DESTINOS DE PULSIONES.
P. 121-122
Tendremos que circunscribir a las pulsiones sexuales, mejor conocidas por
nosotros, la indagación de los destinos que las pulsiones pueden experimentar en
el curso de su desarrollo. La observación nos enseña a reconocer, como destinos
de pulsión de esa índole, los siguientes:
a. El trastorno hacia lo contrario.
b. La vuelta hacía la persona propia.
c. La represión.
d. La sublimación.
Los destinos de pulsión pueden ser presentados también como variedades de la
defensa contra las pulsiones.
El trastorno hacia lo contrario se resuelve, ante una consideración más atenta,
en dos procesos diversos: la vuelta de una pulsión de la actividad a la
pasividad, y el trastorno en cuanto al contenido. Por ser ambos procesos de
naturaleza diversa, también ha de tratárselos por separado.
Ejemplos del primer proceso brindan los pares de opuestos sadismo-masoquismo y
placer de ver-exhibición. El trastorno sólo atañe a las metas de la pulsión; la
meta activa es remplazada por la pasiva -ser mirado- El trastorno en cuanto al
contenido se descubre en este único caso: la mudanza del amor en odio.
La vuelta hacia la persona propia se nos hace más comprensible si pensamos que
el masoquismo es sin duda un sadismo vuelto hacia el yo propio, y la exhibición
lleva incluido el mirarse el cuerpo propio. La observación analítica no deja
subsistir ninguna duda en cuanto a que el masoquista goza compartidamente la
furia que se abate sobre su persona, y el exhibicionista, su desnudez. Lo
esencial en este proceso es entonces el cambio de vía del objeto, manteniéndose
inalterada la meta.
En cuanto al par de opuestos sadismo-masoquismo, el proceso puede presentarse
del siguiente modo:
a. El sadismo consiste en una acción violenta, en una afirmación de poder
dirigida a otra persona como objeto.
b. Este objeto es resignado y sustituido por la persona propia. Con la vuelta
hacía la persona propia se ha consumado también la mudanza de la meta pulsional
activa en una pasiva.
c. Se busca de nuevo como objeto una persona ajena, que, a consecuencia de la
mudanza sobrevenida en la meta, tiene que tomar sobre sí el papel de sujeto.
El caso c es el del masoquismo, como comúnmente se lo llama. La satisfacción se
obtiene, también en él, por el camino del sadismo originario, en cuanto el yo
pasivo se traslada en la fantasía a su puesto anterior, que ahora se deja al
sujeto ajeno. El supuesto de la etapa b no es superfluo, como lo revela la
conducta de la pulsión sádica en la neurosis obsesiva. Aquí hallamos la vuelta
hacia la persona propia sin la pasividad hacia una nueva. La mudanza llega sólo
hasta la etapa b. De la manía de martirio se engendran automartirio,
autocastigo, no masoquismo.
P. 132
La palabra «amar» se instala entonces, cada vez más, en la esfera del puro
vínculo de placer del yo con el objeto, y se fija en definitiva en los objetos
sexuales en sentido estricto y en aquellos objetos que satisfacen las
necesidades de las pulsiones sexuales sublimadas.
Y aun puede afirmarse que los genuinos modelos de la relación de odio no
provienen de la vida sexual, sino de la lucha del yo por conservarse y
afirmarse. Amor y odio, que se nos presentan como tajantes opuestos materiales,
no mantienen entre sí, por consiguiente, una relación simple. No han surgido de
la escisión de algo común originario, sino que tienen orígenes diversos, y cada
uno ha recorrido su propio desarrollo antes que se constituyeran como opuestos
bajo la influencia de la relación placer-displacer.
El amor proviene de la capacidad del yo para satisfacer de manera autoerótica,
por la ganancia de un placer de órgano, una parte de sus mociones pulsionales.
Etapas previas del amar se presentan como metas sexuales provisionales en el
curso del complicado desarrollo de las pulsiones sexuales. Discernimos la
primera de ellas en el incorporar o devorar, una modalidad del amor compatible
con la supresión de la existencia del objeto como algo separado, y que por tanto
puede denominarse ambivalente. Sólo con el establecimiento de la organización
genital el amor deviene el opuesto del odio.
El odio es, como relación con el objeto, más antiguo que el amor; brota de la
repulsa primordial que el yo narcisista opone en el comienzo al mundo exterior
prodigador de estímulos.
EL YO Y EL ELLO.
P. 48-49
Castigo tiene que haber, aunque no recaiga sobre el culpable. Fue en los
desplazamientos del proceso primario dentro del trabajo del sueño donde notamos
por primera vez esa misma laxitud. En ese caso eran los objetos los relegados a
un segundo plano; en e! que ahora consideramos serían los caminos de la acción
de descarga. Más parecido, más afín al yo sería el persistir con mayor exactitud
en la selección del objeto así como de la vía de descarga. Si esta energía de
desplazamiento es libido desexualizada, es lícito llamarla también sublimada,
pues seguiría perseverando en el propósito principal del Eros, el de unir y
ligar, en la medida en que sirve a la produción de aquella unicidad por la cual
-o por la pugna hacia la cual- . el yo se distingue.
Recordamos el otro caso, en que este yo tramita las primeras investiduras de
objeto del ello, acogiendo su libido en el yo y ligándola a la alteración del yo
producida por identificación. Esta trasposición de libido erótica en libido
yoica conlleva, desde luego, una resignación de las metas sexuales, una
desexualización. Comoquiera que fuese, adquirimos la intelección de una
importante operación del yo en su nexo con el Eros. Al apoderarse así de la
libido de las investiduras de objeto, al arrogarse la condición de único objeto
de amor, desexualizando o sublimando la libido del ello, trabaja en contra de
los propósitos del Eros, se pone al servicio de las mociones pulsionales
enemigas. En cambio, tiene que dar su consentimiento a otra parte de las
investiduras de objeto del ello, acompañarlas, por así decir.
Ahora habría que emprender una importante ampliación en la doctrina del
narcisismo. Al principio, toda libido está acumulada en el ello, en tanto el yo
se encuentra todavía en proceso de formación o es endeble. El ello envía una
parte de esta libido a investiduras eróticas de objeto, luego de lo cual el yo
fortalecido procura apoderarse de esta libido de objeto e imponerse al ello como
objeto de amor. Por lo tanto, el narcisismo del yo es un narcisismo secundario,
sustraído de los objetos. Las pulsiones de muerte son, en lo esencial, mudas, y
casi todo el alboroto de la vida parte del Eros.
Es imposible rechazar la intuición de que el principio de placer sirve al ello
como una brújula en la lucha contra la libido, que introduce perturbaciones en
el decurso vital. Son las exigencias del Eros, de las pulsiones sexuales, las
que, como necesidades pulsionales, detienen la caída del nivel e introducen
nuevas tensiones. El ello, guiado por el principio de placer, o sea por la
percepción del displacer, se defiende de esas necesidades por diversos caminos.
En primer lugar, cediendo con la mayor rapidez posible a los reclamos de la
libido no desexualizada, esto es, pugnando por la satisfacción de las
aspiraciones directamente sexuales. De manera más vasta, en la medida en que a
raíz de una. de estas satisfacciones, en que se conjugan todas las exigencias
parciales, libra las sustancias sexuales, que son, por así decir, portadores
saturados de las tensiones eróticas.
P. 55
Desde el punto de vista de la limitación de las pulsiones, esto es, de la
moralidad, u no puede decir: El ello es totalmente amoral, el yo se empeña por
ser moral, el superyo puede ser hipermoral y, entonces, volverse tan cruel como
únicamente puede serlo el ello. Es asombroso que el ser humano, mientras más
limita su agresión hacia afuera, tanto más severo -y por ende más agresivo- se
torna en su ideal del yo. A la consideración ordinaria le parece lo inverso: ve
en el reclamo del ideal del yo el motivo que lleva a sofocar la agresión. Pero
el hecho es tal como lo hemos formulado: Mientras más un ser humano sujete su
agresión, tanto más aumentará la inclinación de su ideal a agredir a su yo.
El superyó se ha engendrado, sin duda, por una identificación con el arquetipo
paterno. Cualquier identificación de esta índole tiene el carácter de una
desexualización o, aun, de una sublimación. Y bien; parece que a raíz de una tal
trasposición se produce también una des mezcla de pulsiones. Tras la
sublimación, el componente erótico ya no tiene más la fuerza para ligar toda la
destrucción aleada con él, y esta se libera como inclinación de agresión y
destrucción. Sería de esta desmezcla, justamente, de donde el ideal extrae todo
el sesgo duro y cruel del imperioso deber ser.