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Resumen para el Segundo Parcial  |  Adolescencia (Cátedra: Barrionuevo - 2017)  |  Psicología |  UBA
 JUVENTUD. CONCEPTO ARTICULADOR PSICOANÁLISIS – PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA. BARRIONUEVO

Juventud: Tiempo lógico que se extiende desde el momento en el cual el sujeto se desprende de lo endogámico, que lo familiar le provee como espacio protector, y se enfrenta a las exigencias del mundo complejo.
Podría ser considerada expresión del trabajo psíquico supuesto en la salida exogámica de un sujeto que se inserta en la dinámica de las relaciones sociales y económicas que caracterizan al mundo histórico-socio-cultural en el que vive, con el hallazgo del objeto, y la construcción de proyectos: laboral, profesional y maternidad o paternidad.
Juventud como un momento lógico en la que el sujeto se encuentra en condiciones de abandonar el espacio endogámico familiar y reconociendo, definiendo y haciéndose cargo de su propio deseo, identificándose con proyectos propios que tienen un grado de realización diferente que aquellos del tiempo de la niñez o de la adolescencia, marcados por la ilusión de omnipotencia narcisística. El joven debe enfrentar la preparación y construcción de un proyecto de vida propio. Al adentrarse en las condiciones de vida q presenta la sociedad en la q vive, se le plantea un conflicto entre exigencias en relación al futuro por parte de las generaciones que le preceden y la pretensión adolescente de vivir plenamente en el presente.
Los jóvenes tienen ideas, proyectos, propuestas, lo que implica que pretenden hacerse escuchar y no sólo obedecer a los mandatos y esto implica un trabajo psíquico a enfrentar. En tanto el sujeto se encuentra atravesado por lo histórico-socio-cultural que lo determina a través de procesos identificatorios que se inician en el vínculo con el Otro familiar, la compleja tarea que supone construir y asumir un proyecto propio plantea doble trabajo: desasirse del deseo del otro y enfrentar una realidad del mercado con escasas o mezquinas posibilidades para la juventud y para un cada vez mayor desempleo o despidos.
Cuando el trabajo de duelo que caracteriza al inicio de la adolescencia comienza a entrar en su fase final, o de elaboración propia, se presenta otro duelo que reactiva el duelo por los padres infantiles que había conducido a un proceso de desasimiento en dos terrenos:
 de la autoridad y del ideal paterno
 de los vínculos objetales de amor y odio de la trama edípica.
En un comienzo el niño coloca a su padre en el lugar desde el cual provienen sus propios pensamientos, como referente permanente, como garante de su ser. Luego en la adolescencia, con la caída del padre del lugar omnipotente, una idea, una institución o un líder determinado, como subrogado paterno, en conjunción con la identidad sostenida por el grupo de pares, servirán de respaldo para la construcción de valores e ideales propios y toma de decisiones. Ambivalencia afectiva: coexistencia de mociones cariñosas y hostiles hacia el padre, primero amado y admirado y luego reconocido como molesto perturbador de la propia vida pulsional, complejo que luego se desplaza hacia sustitutos o subrogados paternos, los profesores. También se presentará en la órbita del complejo fraterno hacia pares o figuras significativas en procesos identificatorios.
Complementariamente al trabajo de desprendimiento de lo familiar, la posibilidad de investir con libido narcisista a pares le permite desmentir diferencias a través de estados afectivos con un objeto que es amado porque tiene lo que a uno le falta o que desearía tener, como doble especular complementario; mientras que como doble especular opuesto u hostil, otro es ubicado en el lugar de lo insignificante o despreciable, lo que le permite criticar o menospreciar lo que rechaza de sí mismo.
Los procesos identificatorios que unieron al sujeto con los padres de la infancia y de la adolescencia no desaparecen sino que forman parte constitucional del carácter.
En la juventud la construcción de un lugar propio como sujeto, ser, tiene relación directa con la posibilidad de pensar, como síntesis de lo personal y lo social, esencial en la posibilidad de toma de decisiones, en lo referente a la elaboración de un proyecto de vida. Y es en relación con este trabajo de toma de decisiones que se plantea un doble proceso de duelo:
 en cuanto al lugar del propio padre, en su búsqueda de un espacio propio en el aparato productivo de la sociedad, el joven entrevé la posibilidad de equipararse, e incluso llegar a superar al “rey inalcanzable”.
 en tanto al definirse por una dirección otros caminos deben quedar desechados lo cual equivale a realizar el duelo por el reinado del mundo de fantasía que a garantizaba la ilusión de la propia omnipotencia narcisística. Con los años y gracias a la experiencia los proyectos comienzan a hacerse más realistas, quedando la dimensión de la fantasía como preparatorio para la acción.
La construcción de un proyecto de vida se realiza en un terreno de muertes, propias y ajenas, en una encrucijada angustiante ante lo irreductible de lo real representado en el futuro. Esta construcción está en directa relación con la solidez de su posición subjetiva, en tanto el proyecto es uno de los tantos escenarios del fantasma.

Elección de carrea ocupación laboral
La desorientación en cuanto a la elección vocacional sería un equivalente al desorden que en la adolescencia se produce en todo terreno, es consecuencia de la conmoción estructural.
En relación con la toma de decisión respecto de elección de una carrera u ocupación de labora, se plantea un doble duelo:
• En cuanto al lugar del propio padre, cuya caída fuera desmentida o renegada, y que ahora queda nuevamente cuestionada cuando, en su búsqueda de un espacio propio en la sociedad, el joven entrevé la posibilidad de equipararse a su padre.
• En tanto al definirse por una dirección otros caminos deben quedar desechados, lo cual equivale a realizar el duelo por el reinado del mundo de las fantasías que garantizaba la ilusión propia de omnipotencia.
En el tiempo de la globalización la elección de una carrera o de una ocupación laboral enfrenta lo incierto, la inseguridad, a diferencia de lo que sucedía en otras décadas donde la educación y el trabajo poseían y otorgaban estabilidad y regularidad tranquilizadoras.
El joven se encuentra hoy ante un panorama socio-político-económico en el cual la incertidumbre y el azar se integran a las variables que el sujeto debe considerarse para la construcción de proyectos y elección de trabajo.
El proyecto surge en lo esperable desde el propio joven, en tanto el deseo se ubica en relación a un futuro, al producirse la consolidación o fortalecimiento del fantasma. Comienza el joven a re-considerar su posición en relación a los otros y en cuanto a un futuro en el contexto en el q le ha tocado vivir.

La metamorfosis en el hallazgo de objeto
Freud incluye el hallazgo de objeto, el establecimiento de un vínculo amoroso con cierta o relativa estabilidad luego de los intentos de acercamiento al otro sexuado en los primeros tiempos de la adolescencia. Existirían dos caminos para este hallazgo que se realiza por apuntalamiento en los modelos de la temprana infancia y el narcisista que busca al yo propio y lo encuentra en otros.
En la construcción de proyectos para un futuro se incluye como posibilidad la elección de partenaire, o pareja sexual, a quien amar, aceptando las diferencias y las limitaciones o distancias respecto de ideales inalcanzables.
(“Trabajar” supone el sostenimiento de una actividad con cierto grado de creatividad o productividad y no una tarea alienante-alienada)
Amar verdaderamente implicaría poder aceptar al otro con sus virtudes y sus limitaciones, supone reconocer las diferencias entre el sujeto y el objeto de amor, confluyendo corrientes tierna y sensual en un vínculo que adquiere cierta permanencia o estabilidad, superando e integrando el propio narcisismo.Al amar se da lo que no se tiene, teniendo en cuanta que el amor se enlaza con el deseo.
Junto con el amor y la elección de pareja, con el logro de una relación amorosa con relativa estabilidad, se presenta la posibilidad de concretar la maternidad o la paternidad inserta en un proyecto de vida. Ser padre o madre implica reconocer la inevitabilidad de la propia muerte al ubicar al hijo como continuidad de la vida en otro ser en el que se “introduce” el propio narcisismo, enfrentando al mismo tiempo el duelo por la muerte de los propios padres al desplazarlos hacia el lugar de abuelos.La paternidad a igualar o a sobrepasar al propio padre puede llegar a provocar desde fuertes sentimientos ICC de culpa como derivación de la fantasía de asesinato (Winnicott). Ser padre implica un complejo proceso simbólico que supera por cierto la dimensión de la acción de procrear.

Carácter
“Eso difícil de definir que se llama carácter es atribuible por entero al yo” (F). Sería la forma en que el sujeto adquiere expresión en el yo la relación entre los sistemas YO-ELLO-SY como producto de identificaciones diversas que marcaron la historia de la constitución subjetiva en su conjunción con formaciones reactivas y sublimación. El carácter hace al sujeto reconocible a través de sus manifestaciones que le dan un “sello” o “marca” diferenciable, peculiar, en cuanto a su forma de ser en el mundo y en sus relaciones con los otros.
Está construido con el material de las excitaciones sexuales y se compone de pulsiones fijadas desde la infancia, de otras adquiridas por sublimación y de construcción destinadas a sofrenar unas mociones perversas.Importancia de las identificaciones con figuras significativas de distintos momentos de la vida y también aquellas que se produjeron en vínculo que se rompieron o se disolvieron pero dejaron marca como precipitados en el carácter.




Pulsión
Aparece como un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma como una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia da su trabazón corporal.
 Esfuerzo o empuje: factor motor de la pulsión, o la suma de fuerza o medida de exigencia de trabajo que ella representa.
 Meta o fin: es la satisfacción, cancelar el estado de estimulación por caminos diversos.
 Objeto: es aquello en o por lo cual la pulsión puede alcanzar su meta o la satisfacción pulsional.
 Fuente: procesos somático cuyo estímulo es representado en la vida anímica por la pulsión.
Los síntomas se sostienen en la energía de la pulsión sexual, son inconciliables con las restantes por lo que son segregadas por acción de la represión. La pulsión reprimida nunca cesa de aspirar a la satisfacción plena y que todas las formas sustitutivas, reactivas o sublimaciones son insuficientes para cancelar su tensión acuciante.
Cuatro destinos: Trastorno hacia lo contrario / Vuelta hacia la propia persona / Represión / Sublimación.

Sublimación
Explicar ciertas actividades humanas que aparentemente no guardan relación con la sexualidad, pero que hallarían su energía en la fuerza de la pulsión sexual. Es un proceso por el cual la libido es canalizada hacia actividades aparentemente no sexuales (creación artística y trabajo intelectual). Implica el cambio de objeto, permite el pasaje a otra satisfacción distinta de la satisfacción sexual pero igualmente emparentada psíquicamente con ella, siendo lasatisfacción por sublimación comparable a la q se procura por ejercicio directo de la sexualidad.Proceso ICC por el cual la pulsión reemplaza un objeto sexual por otro en apariencia no sexual, connotado con ciertos valores e ideales sociales y además se cambia el fin por otro no sexual sin perder su intensidad. Obtiene la satisfacción sin represión.Posibilita que actividades psíquicas superiores desempeñen un papel tan sustantivo en la vida cultural.
Según Lacan la satisfacción que se obtiene con la sublimación es paradójica pues entra allí en juego algo del orden de lo imposible, con lo real. Implicaría el reemplazo de un goce no conveniente, parasitario, por otro posible, acotado, vía emergencia de deseo. Lo que cambia no es el objeto sino su posición en la estructura del fantasma, cambia la naturaleza del objeto
La sublimación en la adolescencia tardía iniciaría el camino hacia el acatamiento de la normatividad de la moral y las buenas costumbres definidas desde lo cultural.

Sinthome
Sinthome distinto de síntoma (symtome). Para Lacan el síntoma funciona como una metáfora, o sea que opera como una complejidad de significantes que están en relación sustitutiva con algo. Sustitución que deja un resto no simbolizable que denominara objeto a, u objeto causa de deseo. Y en la figura del nudo borromeo el síntoma se encuentra en el lugar de vérselas con lo reala través del registro simbólico, en un avance o desborde de este último sobre aquél con el empuje del goce fálico, como resultado de procurar procesar lo imposible de lo real a través de la dimensión simbólica.
Cuarto anillo que permite a lo R S I mantenerse unidos, garantiza la cohesión del nudo, a través de la compensación o suplencia de la falta o dimensión de la función paterna(Neurosis: reforzamiento de la función del Nombre del Padre). La función del Nombre del Padre es “dar nombre a las cosas” y de estar forcluido (como en la psicosis) tendría consecuencias en la estructuración de la posición del sujeto.
Sinthome como un “artificio”, suplencia, tiene por función reparar el nudo en el lugar de la falla. Solidificación o rectificación de la posición subjetiva. Sólo un “saber hacer allí con” puede ser sinthome si cumple función de anudamiento en un lugar de falta. En tanto el sujeto pueda nombrarse como “siendo” por su quehacer “algo” que lo identifica (Joyce: “soy escritor”). Nombrar, dar nombre, “identifica”, distingue y da existencia.
En la dirección de la cura se podrá ir descubriendo cómo y dónde podrá construirse un sinthome que sea propio porque cada uno es responsable de su saber hacer. Un taller de creación puede ser lugar propicio en donde el decir, a través de diversas formas de expresión estética o de quehacer laboral, encuentre medios para realizar su sinthome como artificio que refuerce la falla o la debilidad del nudo.
Cada quien en lo esperable, ubicará una actividad y un material que la sostenga, que provoque goce y con esto y una nominación para el sujeto como quien a aquella se dedica y así se apuntala la estructura y se sostiene el yo.
La construcción y el fortalecimiento del sinthome están en relación con los avatares de la constitución subjetiva, por lo que en la adolescencia algo referido a un replanteo o a la consolidación del sinthome está en juego.
Freud considera que una energética represión sexual clausura el tiempo de la investigación sexual infantil, y a la pulscion de investigar se le abren tres posibilidades derivadas del temprano enlace con intereses sexuales:
• Inhibición del pensar
• Compulsión del pensamiento, cuando la inteligencia se fortalece.
• La libido escapa a la represión sublimándose desde el comienzo mismo en un “apetito de saber”.
Se debe estudiar la relación permanente entre los destinos de la pulsión en la adolescencia, analizando en cada caso el lugar q la sublimación, en tanto sin represión, posee desde la pubertad, en una interrelación q llevará, con la consolidación del reposicionamiento subjetivo a la construcción de un sinthome en el cual se sostiene el sentimiento de si del sujeto, lo cual se producirá en los momentos subjetivos definidos como “juventud”.

Juventud en tiempos del capitalismo tardío.
Las características del momento histórico-socio-económico en las que se encuentra el sujeto que transita su juventud influyen en expectativas y proyectos que se construyen y en las posibilidades de concreción de los mismos.
Estimulándose el presente y la inmediatez, el sujeto alineado en un frenético universo de compra-venta y consumo, suele vivir expectante y ansioso, sin poder disfrutar de la compra encuentra ya otro producto de última generación para comprar. Este modelo económico genera exclusión y marginación.
Con preocupación por la incertidumbre laboral, por la desocupación y por la corrupción derivada del sistema capitalista, los jóvenes saben que la estabilidad laboral no existe y que en poco tiempo, cualquiera puede ser reemplazado por otro, siendo despedidos con pobre indemnización o con ninguna. Se enfrenta a la inestabilidad laboral como variable permanente, lo cual no le permite construir fácilmente proyectos de vida a largo plazo.
Simultáneamente la sociedad de consumo ofrece al sujeto, amplia gama de recursos que otorgan masivamente goce solitario, en encierro que aísla y debilita los lazos sociales. Y si esto sucede el sujeto pierde pierde de su identidad
Se les pide experiencia cuando se encuentran buscando tenerla. La sociedad de consumo ofrece una amplia gama de recursos que otorgan masivamente goce solitario, en encierro narcisístico que aísla y debilita o deteriora los lazos sociales.

LOS JOVENES ANTE LA INCERTIDUMBRE DE LA ELECCIÓN VOCACIONAL. CIBEIRA

Dos áreas a considerar sobre la orientación vocacional
 Lo subjetivo: Deseos y expectativas e intereses de quien consulta
 La información: Conocimiento de oferta y demanda del sistema educativo y del contexto profesional y ocupacional
La orientación se ubica en el entrecruzamiento de tres campos: El del sujeto de la orientación, el del sistema educativo y el del mundo del trabajo:
1. El sujeto de la orientación.
El sujeto se enfrenta a esta toma de decisiones todavía enmarcado en el reordenamiento narcisista que implica la adolescencia. El espacio de orientación debe ser facilitador de un tiempo de interrogación, de enfrentamiento con esa oferta imaginaria de la completud que el sujeto adquiere y la sociedad ofrece. Los cambios constantes e la elección de carrera, o el no tomar decisión alguna, están determinados por un tiempo de demora en la tarea de apropiación de la realidad.
El adolescente se encuentra apremiado por padres y educadores en un “se debe elegir, libremente”, mientras que desde el aparato productivo las posibilidades se muestras escasas o mezquinas. Clima de incertidumbre, desesperanza y escepticismo. La elección debe constituir un acto en el que el sujeto pueda jugar un deseo propio.
El desempleo puede provocar conmoción que lleva a la desvalorización y al duelo o a la depresión en quien se supone sostén de la economía familiar. Los procesos identificatorios y des-identificación que caracterizan a la adolescencia están marcados por la desilusión o el desprecio que pueden activarse en el joven ante la debilitada imagen paterna ensombrecida por el desempleo o la pobreza. Ésta es la realidad con la que muchos jóvenes se enfrentan en sus hogares: padres sin trabajo frustrados. Los jóvenes no pueden identificarse con ellos, ya que no funcionan como ideales. Hay dos posiciones con relación a esta complejidad: quienes se identifican con el lugar asignado haciéndose cargo de que no hay futuro posible en lo personal y en lo ocupaciones, asumiendo la única salida posible seria la repetición de este sistema que no ofrece alternativas, y por otro lado, aquellos que encarnan una posición cuestionada, creando y jerarquizando respuestas novedosas no reconocidas desde los ámbitos universitarios o de formación terciaria y desde el adulto en general. La elección debe constituir un acto en el que el sujeto pueda jugar su propio deseo.


2. El sistema educativo.
Los adolescentes muestran fallas en el nivel medio. Por un lado falla estructural de no generar las competencias básicas para enfrentar nuevas exigencias académicas; y por otro no haber desplegado alternativas de “la ley simbólica cuya función es anudar el deseo del sujeto a la ley social”.
Nos encontramos con sujetos que demandan orientación y nos muestran carencias importantes para enfrentar un espacio social que establece sus propias reglas de juego, tratando de encauzar el deseo de los sujetos según la demanda de los centros de producción y acordes a las leyes del mercado. Se debe pensar en la práctica de la orientación como una tarea imprescindible del esclarecimiento e información q le permita a un sujeto establecer recorridos q lo capacite para abordar dudas e interrogantes desde una posición pensante, crítica y creativa q permita un movimiento de búsqueda y definición.

3. El mundo del trabajo.
Existen cambios en el mercado laboral y las demandas sociales de empleo; la globalización acentuó la desigualdad social. Incertidumbre ante estos cambios y la permanente transformación del mercado.
La certeza que implicaba en otro momento elegir determinada ocupación, porque garantizaba una inserción en el mundo laboral y social, se ha convertido, a raíz de los cambios en la economía mundial, en incertidumbre ante los cambios en el mercado laboral.
Las instituciones educativas forman parte, de la complejidad de la mirada y de la tarea del orientador, de tensión y de oposición, que está enmarcado por las determinaciones del pasado, icc o cc, a partir de las cuales se construyen fantasías y se imaginariza el futuro facilitando u obstaculizando la elección.
La búsqueda se pone en juego en el marco de indentificaciones y movimientos de des-identificaciones que permiten la apropiación de un lugar singular en el que el azar de un encuentro con un trabajo, ancla al sujeto y facilita la elección que no se presenta como resto de una operación sino como centro de la misma.
Los adultos y los orientadores debemos posibilitar al adolescente que se encuentre con la incertidumbre sin que se amedrente en la bifurcación de caminos que el sujeto puede tomar ante los encuentros azarosos que la realidad propone.
El objetivo es la tarea de facilitar el encuentro de los jóvenes con la incertidumbre q permita desenmascarar y cuestionar la trama socio-económica y cultural q muestra ideales y verdades únicas para dar cuenta de elecciones lo menos discordantes posible con sus creencias y deseos. Se trata de acompañar a un sujeto que puede cambiar la sobredeterminación del lugar asignado, que puede dejar caer unas identificaciones para asumir otras, porque pone en duda e interroga ideales vigentes, aunque los respeta o sabe de su existencia.

LAS VERSIONES DEL PADRE: ADOLESCENCIA, JUVENTUD Y SUS POSICIONES. MOREIRA

Es posible advertir una significativa conjetura: la adolescencia y la juventud como posiciones anímicas encuentran su fundamento en ciertas versiones del padre.
Esta función paterna (en Freud) se encuentra en los fundamentos no sólo de la constitución del sujeto, sino también de la masa, de los grupos, es decir, del lazo social.
En Lacan encontramos un padre simbólico, uno imaginario y otro real. Consideramos al padre real como aquel que soporta lo real como imposible, desde luego, no es él de la realidad cotidiana o biológica. El padre real es el agente de la castración simbólica. A su vez, el padre simbólico implica una función que procura imponer la ley y armonizar el deseo en el complejo de Edipo. Se trata del padre muerto. Por otra parte, el padre imaginario remite a una configuración de todos los constructos imaginarios incluidos en el fantasma en derredor de la figura del padre. Es el agente de la privación en el segundo tiempo del Edipo.
Para Freud la función materna, es de carácter anaclítico, e implica que alguien, la madre por ejemplo, ocupe los lugares de filtro de las excitaciones, de descarga, de ritmo y de cierta espacialidad. Por su parte, Lacan sólo hace referencia a la función materna en “Dos notas sobre el niño, y en “La familia”. En “Dos notas”, nos dice que la función paterna y materna “se juzgan según una tal necesidad. La de la madre: en tanto sus cuidados están signados por un interés particularizado, así sea por la vía de sus propias carencias. La del padre, en tanto que su nombre es el vector de una encarnación de la Ley en el deseo”.
En las zagas y mitos que Freud construyó, la muerte de un padre que accede al goce primordial, al supuesto goce puro, se presenta siempre como resultado de un acto criminal. Llamativamente esta muerte del progenitor que prohíbe no abre las puertas al goce desenfrenado, sino que otorga mayor investidura a la prohibición.
Satisfecho el odio con el crimen, el amor cobra valor y por vía de la identificación se instituye el superyó, al que se le atribuye el poder del padre a modo de castigo por la agresión llevada a cabo.
Este asesinato se encuentra en el fundamento del retorno del amor, de la instauración del vínculo social, y de la construcción de toda psicología.
Freud dice con mayor precisión que toda psicología es psicología social, y Lacan afirma la significatividad del lazo social. Para ambos el crimen se va al fundamento.
Podemos definir el lazo o vínculo social, como una estructura en cuya articulación el adolescente se encuentra alienado, identificado de manera inexorable. A esta estructura también la solemos llamar discurso, que como tal involucra por un lado, un modo de relación y por otro, la circunscripción de ciertos modos del goce.
El padre freudiano es considerado como un concepto límite, de corte

Los padres de Tótem y tabú
El Padre, bosquejado con Narciso en una posición adolescente, se constituye al estilo del Dios-Río-Cefiso, que no es otra que una de las versiones del padre del mito inventado por Freud en Tótem y tabú.
El vínculo o lazo social implicado en esta configuración se basa en la identificación a un rasgo (de goce), propio de la masa, que posibilita que el púber en medio de los “tormentos de la adolescencia”, haga en masa lo que sólo no puede hacer.
La historia del padre primordial pone en evidencia que este goce absoluto es imposible. Pero, ¿por qué es imposible?
Porque el destino del padre poderoso es llevarse dicho goce, cuando muere, rumbo al más allá.
La irrupción de goce propio del despertar de Eros y Tánatos en la pubertad depende de la investidura del padre de «Tótem y tabú». El joven sólo puede acceder a goces acotados y circunscriptos por diversas versiones de este padre, como la totémica, la mítica y la religiosa, que oscilan entre el crimen y la restauración en función de una operación defensiva predominante: la desmentida.

El padre del Edipo
Si pensamos en términos de la relación entre ley y goce, hay una inversión dialéctica entre Edipo y el padre terrible de Tótem y tabú: en este último el goce se anticipa a la ley, mientras que en Edipo, la ley habilita al goce fálico, a la par que queda interdicto el goce del incesto materno.
Aquí, el vínculo o lazo social implica la identificación histérica propia de una posición de la adolescencia.
El hijo Edipo se encuentra inmerso en la tragedia de no saber a quién ha matado. Este no saber esţá estrechamente vinculado a la represión que inaugura un tiempo diferente, donde los rastros del asesinato pujan por acceder a la conciencia.

El padre del Moisés
Moisés no es un Dios es un hombre y este Dios es uno. Este ser uno tiene un valor ético, ya que excluye la posibilidad que cualquier individuo se proponga como Dios, a la par que genera una restricción del goce en la idolatría de imágenes, estatuas o sustitutos.
Moisés, es un padre que porta la ley pero no la genera. Se trata de una ley que restringe el goce o dicho de otra manera instaura un goce como prohibido.
Moisés es un hombre como aquellos para los cuáles el adolescente Prometeo robó, conservó y transportó el fuego, como lo nuevo, como un bien cultural, como destino del acto sublimatorio.
Aquí, el padre es ubicado en el lugar de la voz.

El padre del nombre
El segundo despertar de la sexualidad requiere, se lee en Lacan del despertar de los sueños. Aquí, la estructura del sujeto del inconsciente es confrontada por lo real, un agujero en la simbolización, que tiene un efecto traumático. En este contexto, la adolescencia puede ser considerada como un sintoma que se constituye como una respuesta a ese real.
En el Seminario XXIII, se ocupa de un llamativo y curioso texto de James Joyce: “Retrato del artista adolescente”. En el que se narran las relaciones con la falta como pecado y carencia en la vida de un adolescente de nombre Esteban, internado en un colegio jesuita. Este personaje de ficción opera como una especie de alter ego u otro yo de Joyce, de manera que diversos recuerdos y acontecimientos relatados con singular claridad corresponden a fragmentos de la vida del escritor, que perduran en su obra. El apellido “Dedalus” hace referencia a un arquitecto y artesano de la mitología griega, pero también y en castellano remite a “laberinto”. Mientras que Stephen, hace referencia al primer mártir cristiano.
Lacan coloca la falta (faute) como una especie de agujero en el fundamento de la configuración del sintoma. En derredor de este agujero el ser hablante (el parlêtre) hará una tarea de reenlazamiento de los diversos nudos. Para la escritura de este sintoma Lacan apela a Sínthoma (le Sinthome), que es una manera antigua de escribir lo que luego se escribió síntoma (symptôme), donde “sin” remite a pecado en inglés y “home”, hogar, hombre. Sinthome también se enlaza por homofonía a santo hombre, santo Tomás de Aquino o home rule, autogobierno.
Hay un pasaje del Nombre del Padre a el padre del nombre “artista” [Lacan, considera una forclusión de sentido, que es más radical que la llamada forclusión del nombre del padre. Sabemos que la forclusión del nombre del padre es propia de las psicosis. Por el contrario, la forclusión de sentido, posibilita sin procurar divisiones, incluir a todo ser hablante en un mismo campo].
El sinthome implica una suplencia del Nombre del Padre y opera, como el rasgo más singular que diferencia al sujeto. El nombre así logrado suple la función fallida del significante Nombre del Padre.
Aquí, el sintoma adquiere valor no como lazo, mientras que la singularidad adquiere relevancia sobre las identificaciones vinculadas al Otro social y sus criterios. Estas singularidades son las diversas modalidades que el adolescente procura instaurar para resolver el real propio de la pubertad. (Stevens, 2007)
El lazo social implica la identificación al sintoma, a la suplencia del nombre del padre. Esta identificación remite al «tú eres esto» redactado por la sensible prosa de James Joyce. De alguna manera, el joven se constituye en un sujeto joyceano en la medida que le pone un nombre a aquello de lo que no se puede decir nada más.
El sintoma o suplencia, por una parte, es una forma de goce por la muerte del padre primordial, imposible para el sujeto y por otra, se vincula a la verdad inconsciente de un deseo de muerte del padre.
La alienación identificatoria con el destino de los padres puede derivar en una “separación enajenada”, o bien, en una verdadera separación. Bosquejar un capítulo de esta separación fue la meta de este texto.

SUICIDIO E INTENTOS DE SUICIDIO. BARRIONUEVO

Es posible diferenciar, en un primer nivel de generalización:
a) suicidio social o institucional, en el cual se encuentran presentes factores familiares o situacionales
b) suicidio personal o individual, en el cual vamos a detenernos específicamente en tanto fenómeno subjetivo, si bien tiene relación por cierto con lo familiar y lo social.

Desde la sociología:
Desde la perspectiva de la sociología, este autor considera al suicidio como consecuencia de un estado de “enfermedad” o “patología” de la sociedad. Y clasifica 3 formas de expresión del suicidio que están en relación con un estado de aislamiento,
que suponen la desorganización del yo, y que en este espacio sólo enunciaremos y describiremos sintéticamente:
1. Suicidio altruista
2. Egoísta
3. Anómico
Respecto del primer tipo de suicidio, el altruista, se produce cuando el sujeto asume la necesidad de su muerte como acto heroico por el bien de la sociedad o del grupo del que forma parte, generalmente con una marca fuerte de lo religioso en el amplio sentido de la palabra.
El suicidio egoísta se enmarca en el terreno de una decisión individual, que no considera a los otros, y que presenta cuando hay disgregación o pérdida de cohesión de una sociedad y fallas en su función de sostén social.
El anómico se presentaría en una sociedad con un sistema normativo debilitado y con derrumbe de los valores sociales según Durkheim, lo cual se podría enlazar en lo individual con la ausencia de Ley y la desprotección total para los sujetos que se encontrarían entonces en total desamparo.

Desde la psiquiatría:
La psiquiatría considera que las conductas suicidas pueden acompañar a muchos trastornos emocionales como la depresión, la esquizofrenia y el trastorno bipolar.
Los métodos de intento de suicidio varían desde los relativamente no violentos: como envenenamiento o sobredosis, hasta los violentos: como dispararse a sí mismo con un arma o ahorcarse, entre otros. Los hombres tendrían mayor probabilidad de escoger métodos violentos, lo cual puede explicar el hecho de que los intentos de suicidio en hombres tengan más éxito.
En lo referente a las técnicas del “suicidio patológico”, Henri Ey transcribe los resultados de investigaciones realizadas: “Por lo general el suicidio patológico es llevado a cabo por medios triviales: sumersión, precipitación, ahorcamiento, gas, veneno, arma de fuego, etc.
Corresponde enunciar también aquí, como clasificación de los suicidios, la elaborada por un Comité de Nomenclatura y Clasificación, reunido en 1971, que propone considerar tres categorías:
• el suicidio propiamente dicho o completo, que termina con la muerte.
• el intento suicida, que es acto con daño físico pero sin muerte.
• las ideas suicidas, que expresan pérdida del deseo de vivir, pero que no llevan a daño concreto.

Suicidio y psicoanálisis:
Vincula el suicidio de los adolescentes a los traumas que encuentran en la vida y que tanto la familia como la escuela, que se vuelve sustituto de aquella, no puede ayudar a superar a través de una labor de contención para que el sujeto pueda disfrutar de la vida que sólo se puede “soportar”. Entonces, como deber de todo ser vivo, afirma, en un espacio dedicado a reflexionar sobre temas de guerra y de muerte, como frase final en el segundo de los ensayos y modificando un viejo apotegma: “Si quieres soportar la vida prepárate para la muerte”.
Es clara para Freud la relación que existiría entre el suicidio y un estado de duelo en la dimensión de la melancolía. En esta última, el automartirio, la denigración de sí mismo, inequívocamente gozoso, importaría la satisfacción de tendencias sádicas y de odio que recaen primariamente sobre el objeto y que experimentarían una vuelta hacia la propia persona. Y dicho goce estaría sustentado sobre la base de una identificación narcisista.
La energía psíquica para matarse derivaría del deseo de matar a alguien con quien se ha identificado, volviendo hacia sí dicho deseo de muerte.
Freud construye su hipótesis sobre la pulsión de muerte. Freud construye su hipótesis de sobre la pulsión de muerte. La opone a las pulsiones de vida, y hace de esta dualidad la base fundamental sobre la que reposa toda la teoría pulsional. El principio general del funcionamiento psíquico, que marca que el aparato psíquico tiene como tarea fundamental reducir al mínimo la tensión, queda subsumido a la pulsión de muerte, es decir, a la tendencia general de los organismos no ya a reducir la excitación vital interna, sino a volver a un estado primitivo o punto de partida: a la muerte. En 1924 corrobora esta teoría pulsional, que complejiza con la hipótesis de la existencia de la pulsión de muerte, proponiendo allí la expresión del principio de Nirvana que marcaría cómo en la búsqueda de la satisfacción, principio de placer, lleva al sujeto por medio de la descarga pulsional al retorno al punto de partida, al estado primero de no vida, es decir, a la muerte.
El problema de la reversión del sadismo hacia la propia persona, como consecuencia de la “sofocación cultural de las pulsiones”, marcando la importancia de lo socio-cultural en la problemática del masoquismo. Y en lo que respecta a la pulsión de muerte actuante en el organismo la asimila al masoquismo y la explica: después que la parte principal del sadismo primordial fue trasladada afuera, sobre los objetos, en el interior permanece, como su residuo, el genuino masoquismo erógeno. El sadismo entonces, bajo ciertas condiciones, puede ser introyectado de nuevo, vuelto hacia adentro, como masoquismo secundario que viene a añadirse al originario, dando nuevas fuerzas a la pulsión de muerte que puede volver contra la propia persona en el intento de suicidio o en patologías del acto diversas
Karl Menninger sostiene que en la idea de suicidio se encuentran:
• deseo de muerte propia: el ser humano buscaría el reposo, el alivio de tensiones y la satisfacción del deseo de ser pasivo (deseo oral pasivo) y de entregarse al dormir.
• deseo de matar: que se expresa como idea de que en el deseo de matarse subyace la intención de matar a otro.
• y deseo de ser matado: habría búsqueda de un castigo que se debe sufrir o que uno mismo se infringe.
Alude al masoquismo y a la culpabilidad inconciente, con el accionar del sadismo del superyo
Además de la agresión o la violencia que se vuelve contra la propia persona, Menninger marca la existencia del deseo de promover cambios en los sentimientos de los otros, que la muerte del suicida los afecte.
En su consideración sobre suicidio e intentos de suicidio, Nasim Yampey propone 3 etapas en el proceso clínico del suicidio:
1. de “consideración”: al definirse la autoeliminación como única posibilidad para “resolver” problemas,
2. de “ambivalencia”: es momento de indecisión, de pugna de tendencias contrapuestas. Se dan en esta etapa algunas señales o avisos de la intención de llevar a cabo el intento,
3. de “decisión”: es el momento en el que el sujeto “define” llevar a cabo el acto suicida. En esta etapa se manifiestan cambios bruscos de actitud (de angustia o estado depresivo a aparente tranquilidad o buen ánimo)
Enumera Yampey, en otro espacio, “sistemas de fantasías inconcientes” que se manifiestan como deseos, encubiertos o apoyados por racionalizaciones, creencias
y actitudes ante la muerte: “a) deseo de evasión, b) deseo de venganza, c) deseo de castigo, d) deseo desesperado de unión erótica con objeto amado, e) deseo de conmover a otro, f) deseo de renacer, g) deseo de liberación o de eterna felicidad, h) deseo de reconquista o rehabilitación de prestigio o de honor o gloria, y i) deseo de autoaniquilación o de desintegración del yo”.
Afirma este autor que en los suicidas se observa una doble identificación: con el victimario y con la víctima, y además dos modalidades de búsqueda de la “muerte”: dejarse morir o hacerse matar (forma pasiva) y matarse tomando el “rol asesino” (forma activa), predominando en la primera la fusión con la víctima mientras que en la segunda se daría una identificación con el perseguidor.
Edgardo Rolla sostiene que en el tema del suicidio “hay un juego permanente de elementos como esperanza, desesperanza, desesperación, injuria narcisística al sentirse incompetente o más aun con pérdida de la competencia”. Plantea que las motivaciones del suicida no pueden estudiarse si tiene éxito en su objetivo. En los casos de suicidios frustrados, que son la gran mayoría, sería posible pensarlos como desesperados llamados de ayuda o de auxilio. Es decir que, a pese a la intensa depresión, habría una esperanza suficiente que paraliza o desvía el golpe mortal. Ubica como central a la desesperanza, definiéndola como la expectativa acerca de un resultado a lograr acorde al propio deseo.
Tres tipos de intentos que llegan como urgencias subjetivas y con características diferenciales que derivan del decir del sujeto como explicaciones a su acción:
1.- en algunos casos de intentos de suicidio, con cuota de dramatismo e impacto estético, se puede considerar la existencia de un llamado al Otro.
2. hay otros intentos que tienen su base en la desesperanza o intensa desilusión, pudiendo pensarse en éstos una dificultad importante en el procesamiento de un duelo o en una melancolía de base.
3.- y finalmente podemos encontrar intentos que ocurren ante intenso pánico, desbordante y sin palabras, que hacen recordar la expresión de Rolla: “desesperante desesperanza”, como un estado afectivo que desmantela toda posibilidad de pensar y mantener algo de la esperanza.

¿Qué decir de la muerte?
Para los primitivos, la perduración de la vida, la inmortalidad, era lo evidente. Y sostiene Freud:
“La representación de la muerte es tardía, y se la admite sólo con vacilaciones, aun para nosotros sigue siendo vacía de contenido, y no la podemos consumar”. Sin embargo, la inevitabilidad de la propia muerte se presenta como un juicio ante el cual el hombre muestra su flaqueza. Intelectualmente, desde el saber conciente, todos aceptamos la posibilidad de la muerte propia, pero hay renuencia a reconocer que puede ocurrir, estamos en el terreno de la desmentida.
Respecto de la propia muerte dice Freud que la misma no se puede concebir19, es inimaginable e inverosímil, y que cuando pensamos o fantaseamos en ella lo hacemos como espectadores. Propone desde el psicoanálisis la siguiente tesis: “En el fondo, nadie cree en su propia muerte, o, lo que viene a ser lo mismo, en el inconciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad”. La angustia de muerte sería entonces algo secundario, y derivaría de sentimientos o conciencia de culpa, como reacción ante impulsos hostiles que guardamos en nuestro interior para con personas amadas, siendo el castigo temido la pérdida del amor y la soledad consecuente, podríamos decir, como representación de la muerte. El silencio, la ausencia de palabras y del otro, el desconocimiento o el no existir más para el deseo del otro, se presentarían como representaciones de la muerte.

El acto o pasaje al acto suicida:
El acto suicida es definido como aquel en que se pretende quitar la vida propia guiado por un deseo de muerte. Este acto no implica que su intención siempre sea lograda, pero sí que se cuenta con una ideación suicida, un plan y las herramientas para llevarlo a cabo. El deseo de muerte está presente en todo sujeto a lo largo de su vida, como resultado de la pugna de pulsión de vida y pulsión de muerte, sin embargo, parece estar vigente, victorioso o triunfante, y con fuerza suficiente como para concretar su propósito, en aquellos que al no lograr su intento continúan haciéndolo durante gran parte de su vida, algunos logrando su muerte, otros no.
El acto, en cualquiera de sus formas, se sitúa por fuera de la dimensión del lenguaje. Es decir que la angustia no puede ser tramitada por la vía del síntoma o procesada por el pensar.
“Hemos de temer que el analizado caiga en la compulsión de repetición y entonces reemplaza el impulso a recordar, y no sólo en sus relaciones personales con el médico, sino también en todas las restantes actividades y relaciones de su vida presente...”.
La relación acto - repetición está claramente planteada en esta cita, y podemos extender este enlace articulándolo con el concepto de pulsión de muerte. Freud se refiere a una enigmática tendencia del sujeto a obrar contra sí mismo, como movido por un placer del displacer.
Lacan, por su parte, postula al acto como derivación de la certeza, y lo ubica lindante con la angustia en tanto habría cierto intento de tramitación de la misma por medio de la acción. En esa respuesta del sujeto habría cierta desestabilización subjetiva. Dice Lacan: “…hablamos de acto cuando una acción tiene el carácter de una manifestación significante en la que se inscribe lo que se podría llamar el estado del deseo. Un acto es una acción en la medida en que en él se manifiesta el deseo mismo que habría estado destinado a inhibirlo”.
Es posible diferenciar como modalidades del acto, si bien ambas son recursos contra la angustia:
• acting out, como interpelación al analista a través de una acción, en un exigir una respuesta faltante o una respuesta diferente a la otorgada, y que derivaría de las dificultades del analista en cuanto a su posición, respecto de su lugar. Lo ubicamos pues en el contexto del análisis y supone el establecimiento de cierto nivel de transferencia, así como también respecto de transferencias fuera del vínculo analítico.
• pasaje al acto, como un movimiento de salida de la escena, suponiendo el sujeto que no hay Otro que lo sostenga en su angustia. Hay un intento de salida de la red simbólica hacia lo real, como en la fuga y el vagabundeo. Lacan lo caracterizo. “...salida vagabunda al mundo puro...”.
Respecto de pasaje al acto, si bien Freud no utiliza ese término, podemos remitirnos al escrito sobre la paciente homosexual anteriormente citado27. En el mismo describe la situación en la que se concreta el intento de suicidio:
“Un día sucedió lo que en esas circunstancias tenía que ocurrir alguna vez: el padre topó por la calle con su hija en compañía de aquella dama que se le había hecho notoria. Pasó al lado de ellas con una mirada colérica que nada bueno anunciaba. Y tras eso, enseguida, la muchacha escapó y se precipitó por encima del muro a las vías del ferrocarril metropolitano que pasaba allí abajo. Pagó ese intento de suicidio, indudablemente real, con una larga convalecencia, pero, por suerte, con un muy escaso deterioro verdadero”
Lacan sostiene que ese intento de suicidio es un pasaje al acto, y no un mensaje dirigido a alguien, está ausente el acento demostrativo del acting out, en tanto la simbolización era imposible para la joven en tal circunstancia, y marca el “dejarse caer”, el precipitarse, como peculiar del pasaje al acto28, lo cual no implicaría caer desde cierta altura (desde una ventana, andén de subterráneo o desde lo alto de una escalera, entre otras caídas posibles), sino, en tanto identificación con el objeto, sería caer como el objeto a, como resto de la significación.
En cuanto a la diferencia planteada entre ambas manifestaciones del acto, acting out y pasaje al acto, sostiene Dylan Evans en apretada pero clara síntesis: “El acting out es un mensaje simbólico dirigido al gran Otro, mientras que un pasaje al acto es una huída respecto del Otro, hacia la dimensión de lo real”
En el acto, no en el acting out sino en el verdadero acto: en el pasaje al acto suicida, el sujeto intenta liberarse de los efectos del significante y lo logra con su muerte, porque el único acto exitoso, dice Lacan, es el acto suicida logrado o consumado.
Al respecto sostiene Adriana Fernández en un escrito sobre la melancolía, en cuanto a su relación con el deseo de muerte y con el suicidio: “El deseo de muerte va al lugar de la certeza, da consistencia al objeto. En esa dirección Lacan dice que el melancólico está en el dominio simbólico del tener y que en ese sentido "está arruinado". Pero, sobre todo, volviendo a la diferencia con el narcisismo, la melancolía no podría ser una leyenda porque carecería de la posibilidad de generar un desenlace, como es el caso positivo de la muerte de Narciso y su transformación en un resto”.

A manera de síntesis:
Tomando en cuenta los planteos de Freud acerca de la muerte, respecto de la ausencia de representaciones respecto de la propia muerte, inimaginable e inverosímil, podríamos afirmar que la muerte propia es muerte de Otro, porque con lo que se propone terminar a través del acto es con la palabra que provoca angustia o desesperación o deja al sujeto en la más desvastadora o mortífera desolación. “No querer saber más nada…”, “no querer escuchar”, o “no querer pensar más” es lo buscado en el intento de suicidio, desde las expresiones que en la clínica encontramos en entrevistas con sujetos que recurren al acto que por alguna razón falló y no llegó a la muerte.
Desde la perspectiva que propone el psicoanálisis es posible considerar que la muerte es, para el sujeto de la palabra, simple y llana supresión o ausencia de toda palabra. En esta línea de pensamiento, Lacan en cuanto al tema, sostiene que en el intento de suicidio el sujeto pretendería rechazar el lugar simbólico en el cual el Otro lo ubicara. En el pasaje al acto suicida habría desestimación de la red simbólica a través de la acción, desprendiéndose del lazo social, quedando el sujeto como puro objeto, cayendo como objeto a, como resto.
El suicida pretende salir del lugar simbólico en el cual el Otro lo ubica, escapar a través del pasaje al acto del campo simbólico que lo determina, en loca huída de la alienación con la intención de separarse del Otro con un contundente “¡se terminó!”, “¡basta!”
Así pues, desde el psicoanálisis, retomando las afirmaciones que sostenían que en el suicidio habría un deseo de matar a otro, es evidente que el suicida supone triunfar sobre ese Otro inconsistente, herirlo de muerte o matarlo, con su propia muerte, como recurso último, ofreciendo su desaparición como sujeto y quedando como resto, como cosa, definitivamente, sin pretender un después.

ADICCIONES: DROGADICCIÓN Y ALCOHOLISMO EN LA ADOLSCENCIA. BARRIONUEVO

Toxicomanía, drogadependencia o drogadicción: estado psicofísico causado por la interacción de un organismo vivo con un fármaco o una sustancia, caracterizado por la modificación del comportamiento y otras reacciones, generalmente a causa de un impulso irreprimible por consumir una droga en forma continua o periódica a fin de experimentar sus efectos psíquicos.
El término adicción está vinculado al consumo de sustancias psicoactivas, pero se ha extendido a otras situaciones que no requieren del consumo de ninguna sustancia.
Uso: este término supone un contacto esporádico u ocasional con la droga, con consumo circunstancial y en ocasiones determinadas.
Abuso: reiterado consumo de drogas, recurriendo el sujeto a cantidades y/o frecuencia “que superan en mucho a las iniciales”. Discontínuo o no, el abuso suele ser considerado un riesgo en cuanto a la posibilidad de facilitar el traspaso de los límites que lo separan de la adicción propiamente dicha.
Drogadicción: dependencia, compulsiva y constante, de una sustancia de la cuál el sujeto no puede prescindir, ocasionando trastornos en lo físico y en lo psíquico, constituyéndose el sujeto en peligro para sí y para los demás.

Adicción a drogas:
El consumo de drogas es un problema multicausal, determinado no solo por factores biológicos y psicológicos sino también por razones sociales y culturales.
Respecto de los tipos de drogas hay clasificaciones varias, si bien de manera sencilla y sintéticamente se las puede ordenar de la siguiente manera:
Legales: son usadas por un alto porcentaje de la población. Las más frecuentes son: tabaco, bebidas alcohólicas, fármacos, anabólicos y esteroides. Y entre ellos los ansiolíticos, o tranquilizantes menores, que disminuyen la ansiedad, mitigando estados de zozobra, inquietud o agitación son fármacos que ocupan primeros lugares de venta entre los medicamentos en general. Deben adquirirse con receta archivada, pero es sabido que muchos consiguen dichos psicofármacos sin prescripción médica en un consumo masivo e indiscriminado.
Ilegales: son aquellas sustancias cuyo consumo está prohibido por ley, y pueden dividirse en tres grupos:
Narcóticos o depresores: adormecen los sentidos al actuar sobre el sistema nervioso central (como la marihuana, el opio y la morfina). Una intoxicación aguda con estas sustancias causa vómitos y disminución de la agudeza sensorial. La heroína o “droga heroica”, heredera directa de la morfina, es denominada así por los Laboratorios Bayer, donde fuera creada, por su potencia o “magníficas” propiedades en tanto es tres veces más potente que la morfina. Al ser consumida generalmente por inyección intravenosa, puede producir intensa sensación de tranquilidad o sedación, si bien también causa estados de excitación o euforia.
Estimulantes: la más conocida de estas drogas es la cocaína. Da resistencia física, pero acelera el ritmo cardíaco, provoca parálisis muscular y dificultades respiratorias que pueden desembocar en un coma respiratorio. Las anfetaminas son un producto de laboratorio sintetizado originariamente en Alemania a fines de del siglo XIX cuyo efecto más importante es el aumento de la actividad psicomotora, y que fuera utilizado durante la Segunda Guerra Mundial para levantar el espíritu combativo y la moral de la tropa así como para eliminar el cansancio.
Alucinógenos: el éxtasis es el más consumido entre los jóvenes. Su peligrosidad radica principalmente en que puede causar la muerte por deshidratación o paro respiratorio. Por su parte, el L.S.D. o ácido lisérgico, no tiene circulación o consumo de importancia en nuestro país, es un alcaloide derivado de un hongo que ataca el centeno, descubierto por el químico suizo Albert Hofman en 1943, y provoca mareo, excitación y visiones de formas y colores vivos y cambiantes.
Las drogas han estado presentes desde los comienzos de la historia de la humanidad, aunque con el paso del tiempo hayan ido cambiando el tipo de sustancias y las formas de consumo. Hoy la problemática de las adicciones se presenta como un fenómeno complejo, dinámico, en evolución, con indicadores propios como el inicio del consumo a edades cada vez más tempranas, la aparición de nuevas sustancias en el mercado -generadoras de un deterioro físico y psíquico cada vez más rápido- y diferentes patrones de consumo.
Desde la perspectiva que propone el psicoanálisis la relación se invierte: es el sujeto quien construye a la droga como tal, le otorga valor de droga. No es el drogadicto quien, en tanto consume reiteradamente una sustancia queda dependiendo de ella por su acción, por los efectos que produce, sino que el sujeto le da estatuto o lugar de tal a determinada sustancia que se constituye en droga para sí, pero puede no ser droga para otros. La relación sería entonces: SUJETO -> DROGA
Así pues, no es droga cualquier sustancia, sino la que el sujeto define para sí como droga, otorgándosele importancia al sujeto en esta relación.
Freud se ocupa de investigar los efectos en lo físico del cloruro de cocaína, y dice sobre sus propiedades:“…sacia al hambriento, hace fuerte al débil y permite al desgraciado olvidar su tristeza”.
Para entender la enigmática afirmación de Freud respecto de la relación adicciones - masturbación, recurrimos a otro escrito freudiano de años más tarde refiriéndose al onanismo. En “Contribuciones para un debate sobre el onanismo”, en primera instancia plantea la diferencia:
1. onanismo del lactante (todos los quehaceres autoeróticos al servicio de la satisfacción, sexual),
2. onanismo del niño (derivado directamente del primero y fijado a zonas erógenas definidas), y
3. onanismo de la pubertad (a continuación del anterior o separado de aquél por la latencia),
Y refiriéndose a los daños que puede ocasionar al sujeto la práctica masturbatoria, plantea que desde el psicoanálisis habría que otorgar importancia a la “fijación de metas sexuales infantiles” y la permanencia en el “infantilismo psíquico”, refiriéndose a los perjuicios que ocasionaría el onanismo después de la pubertad o proseguido fuera de tiempo con intensidad. De sostenerse inmodificable pese al paso del tiempo, posibilitaría consumar en la fantasía desarrollos sexuales o desenlaces que no constituirían progreso sino formaciones de compromiso dañinas. En tanto en la pubertad es el momento en que la masturbación asume la función de ejecutora de la fantasía, en “reino intermedio” entre la vida ajustada al principio del placer y la gobernada por el de realidad, lo peligroso es que se sostenga cierto prototipo psíquico por el cual se mantiene la ilusión de que no habría necesidad de modificar el mundo exterior para satisfacer exigencias pulsionales.
Afirma Freud textualmente: “Este daño parece imponerse por tres caminos distintos:
• Como un daño orgánico, ejercido a través de un mecanismo desconocido, debiendo tenerse en cuenta al respecto los criterios, tan a menudo mencionados aquí, de la frecuencia desmesurada y de la insuficiente satisfacción obtenida.
• Por el establecimiento de un prototipo psíquico, al no existir la necesidad de modificar el mundo exterior para satisfacer una profunda necesidad.
• Por la posibilidad de la fijación de fines sexuales infantiles y de la permanencia en el infantilismo psíquico. Con ello está dada la predisposición a la neurosis (…) recordemos cómo la masturbación permite realizar, en la fantasía, desarrollos y sublimaciones sexuales que no representan progresos, sino sólo nocivas formaciones transaccionales…”
En la drogadicción habría desmentida de la castración. Y si sostenemos desde el psicoanálisis, como afirma Lacan, que la castración quiere decir que el goce debe ser rechazado “para que pueda ser alcanzado en la escala invertida de la Ley del deseo”, quedaría el drogadicto aferrado a un goce imposible, sin poder realizar el pasaje de lo pulsional a lo deseante. De allí la fuerza de la definición freudiana de la adicción como sustituto de la masturbación en la cual hay goce con lo que la pulsión reclama del goce perdido.
Refiriéndose al malestar en la cultura, Freud define a los tóxicos como “quitapenas” que permitirían esquivar los límites que la realidad impone al sujeto, refugiándose en un mundo que ofrecería mejores condiciones de sensación, en una definición que parecería tener relación con las ideas planteadas en la carta 79 a Fliess a la que hacíamos referencia, como existencia de un estado expectante referido a la pretensión del reencuentro de un estado mítico, de fusión con el otro materno, proveedor incondicional de alimento y dador de alivio y protección, “sentimiento oceánico”, dice Freud. En las adicciones se mantendría vivo el anhelo, y la sustancia intoxicante vendría al punto de sostener la ilusión de que el reencuentro sería posible. Sostiene Freud en “El malestar en la cultura”:
Lacan nos orienta en esta línea al referirse al tema de la carencia del objeto como el resorte mismo que une al sujeto con el mundo, pues, como ya Freud lo afirmara, es a partir de la pérdida que el niño es capaz de representar, y, en tanto el reencuentro es imposible, el desplazamiento, la metonimia al decir de Lacan, hace que el objeto pueda ser reemplazado, manteniendo en este movimiento la ilusión de haber hecho posible el reencuentro y sabiendo del auto-engaño simultáneamente.
En “Duelo y melancolía”, Freud sostiene que el duelo se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, por la pérdida de la capacidad de amar y por la inhibición de toda productividad. Es posible pensar que el adicto se sostiene en una primera posición propuesta por Freud para el duelo, oponiéndose a reconocer la pérdida, apelando a una cancelación tóxica al problema de la castración.
Como drogadicto, desde el psicoanálisis, se designaría a un sujeto que ha entablado cierto lazo con una sustancia, droga, y él mismo supone que por proclamarse de tal manera, como autodefinición, o como carta de presentación, los demás podrían construir los atributos relativos a su ser. El aceptar definirse como tal lo ubica, en bruta o masiva identificación, en cierto lugar de no falta, y la droga le facilitaría poder sortear el problema de reconocer las diferencias, incluídas en éstas las sexuales, le evita tener que vérselas con los enigmas fundamentales: muerte y sexualidad, con la falta y con lo des-semejante.
Así pues, éste, el fumador, quien porta - soporta el fumar como signo, supone que con el hacer humo los otros podrán deducir los atributos relativos a su ser o intenciones propias, sin necesidad de recurrir a la palabra, y de tal manera hace signo y, como signo, no estaría representado por un significante. Esto se ve con mucha claridad en la clínica con drogadependientes, cuando quienes acuden a consulta llevando a quien se droga le atribuyen a su práctica drogadicta una intencionalidad, intentando encontrar y dar explicaciones a dicha conducta “autodestructiva”. Llamativamente, en tales circunstancias, el drogadicto, en sus casos más graves, no dice estar sufriendo por lo que le pasa, sino que son los otros los que se inquietan o se angustian y construyen hipótesis explicativas. Así pues, el fumar, que el fumador porta y soporta como signo, no representa un interrogante para el sujeto. Habría en ello la suposición de poder ser reconocido en su deseo que sería leído según un sentido otorgado por los demás, especulándose con el deseo del Otro como completud de reconocimiento. Pues, como el mismo Lacan dijera en otro seminario, el dedicado al tema de la angustia, un signo es comprensible por todos, y quien lo emite cuenta con que el otro le atribuirá una intencionalidad o un deseo supuestamente puesto en juego.
La droga ofrece un goce por el cual puede llegar a perderse el sujeto como tal, el sujeto de la palabra, re-jerarquizándose la dimensión de la necesidad en la adicción a drogas propiamente dicha. Podríamos pensar que es posible hablar de un “sujeto del goce”, que porta “la solución” por medio de la cual obtiene un goce que no pasa por el Otro. Goce remite a algo que está más allá del principio del placer, en un exceso o exacerbación de la satisfacción que se encuentra con la pulsión de muerte, en la repetición, que evoca la búsqueda “loca” del objeto perdido, del tiempo mítico del suministro incondicional, sin falta alguna.

Conceptos de otros autores desde el psicoanálisis:
Propone Winnicott: una agonía original pero que el sujeto teme ocurra en cualquier momento, como si fuera por vez primera, y que alude a una muerte que se prolonga agónicamente y no se puede saldar. En las adicciones a drogas el intento es escapar a ese estado anímico mortífero o devastador.

Drogadicción como patología del acto:
Desde el psicoanálisis es posible afirmar que la drogadicción propiamente dicha no constituiría síntoma como tal, sino que se encontraría prioritariamente en la dimensión de las patologías del acto. En la adicción a las drogas el duelo o la angustia son evitados, siendo el anularlos con sustancias diversas la maniobra a la cual el sujeto recurre ante la imposibilidad de su procesamiento psíquico, ante la desesperanza o la desesperación para las cuáles no se cuenta con recursos sólidos o se duda de que lo sean.
En las patologías del acto, incluyéndose entre las mismas a los intentos de suicidio, a anorexia y bulimia veras, a las drogadependencias propiamente dichas o adicción a drogas y a bebidas alcohólicas, o la impulsión o la tendencia a pasar al acto en cualquiera de sus dimensiones, es el recurso utilizado en forma prioritaria en tanto si bien el sujeto en estas problemáticas habita el lenguaje no puede apelar al mismo en ciertas circunstancias en las cuales un pánico sin nombre, sin palabras, o una intensa depresión, devastadora, hacen imposible todo procesamiento psíquico con riesgo consiguiente de quedar a merced del goce del Otro, como objeto. Desde la perspectiva planteada anteriormente en cuanto a la función de la palabra podríamos decir que en las patologías del acto el sistema protector o entramado de contención constituido por el lenguaje tiene puntos de debilidad o fallas, no alcanzando para impedir que el sujeto quede a merced del goce del Otro, no pudiendo hacer uso del lenguaje o no teniendo eficacia el mismo para ponerle límite a dicho goce. Así, podríamos considerar que la drogadicción sería una configuración clínica que se despliega o presenta en cualquiera de las estructuras freudianas (neurosis, perversiones o psicosis).
Las patologías del acto se construyen como configuraciones clínicas o recursos destinados al intento de eludir la angustia desbordante o la intensa depresión que imposibilitan todo procesamiento psíquico, desdibujado el fantasma, acudiéndose a recursos que se encuentran en la gama del acto o del actuar, en un decir sin palabras que adquiere envergadura de repetición producido un cortocircuito en el pensar. En tal caso habría devaluación de la dimensión simbólica, y no se podría hablar de síntoma propiamente dicho, desde una perspectiva psicoanalítica. El acto, en cualquiera de sus formas, se encuentra por fuera de la dimensión del lenguaje, buscando el sujeto por su intermedio un atajo o desvío que eluda la angustia que no ha podido ser tramitada por la vía del síntoma o procesada en el pensar.

Drogadicción y alcoholismo en la adolescencia.
Para referirnos al tema de las adicciones en la adolescencia propondría una primera diferenciación en cuanto al consumo de drogas y bebidas alcohólicas que puede presentarse en la adolescencia y la drogadicción o el alcoholismo propiamente dichos, remitiéndose a un libro en el cual se otorga mayor espacio a la misma26.
La diferencia entre ambas posiciones se sostiene en la intención, inconciente, puesta en juego:
• Hacerlo por placer o buscando encontrar fuerzas cuando las propias flaquean, en búsqueda de sostén identificatorio, como primera posición.
• O bien cuando se ubica a la sustancia en el intento de reforzar el esfuerzo desmentidor o renegatorio, patológico, ante la ley en sus diversas manifestaciones, en la otra.
Desarrollemos esta diferencia.
Las drogas pueden aparecer durante la adolescencia ante el replanteo de la posición subjetiva, cuando el trabajo de duelo o los desbordes de angustia se presentan como costosos o insalvables. Enfrentado a la estructura opositiva falo-castración el sujeto en distintos momentos de su vida puede buscar atajos o eludir afectos desbordantes. Es entendible entonces que en caso de los adolescentes el apego a drogas se presente en relación con las dificultades inherentes a la tramitación de los duelos a los que diversos autores hicieran referencia repetidamente.
Las sustancias intoxicantes vendrían al lugar de facilitar una sutura ante dificultades propias del esfuerzo identificatorio en ciertos sujetos y en determinadas situaciones de pérdida importantes; en este caso pensamos en la adolescencia: cuando se plantea la exigencia de tener que abandonar la seguridad del mundo endogámico de la infancia y ante el juicio que enuncia la posibilidad de muerte del padre, muerte de los padres de la infancia, combinatoria que lo enfrenta a la soledad y a la desprotección aterradoras.
En las toxicomanías o en la drogadicción propiamente dichas la pretensión es enfrentar o cuestionar imperativos categóricos que dicen de límites que la cultura impone a todo aquel que quiera pertenecer a ella, pero, fundamentalmente, supone un intento de desconocer la distancia entre el yo y el ideal y como consecuencia el juicio referido a la necesariedad del morir personal. Estamos hablando, digámoslo con otras palabras, de falta, de castración, ante lo cual irrumpe la angustia, el terror desbordante, o bien el sujeto se sume en amarga desazón, de lo cual se pretende “salir” apelándose al consumo de drogas al no poder procesar el afecto por medio del pensar, psíquicamente.
Podríamos proponer entonces, como primera aproximación, que las bebidas espirituosas tendrían desde esta perspectiva la "virtud" de dotar a quien bebe de las fuerzas necesarias para triunfar sobre los límites materiales, al darle “ánimo”. Esta operación supondría, desde lo inconciente, la pretensión de tener éxito en el esfuerzo por oponerse a la existencia de una realidad traumatizante o desquiciante, que cuestiona el propio sentimiento de sí, con la creación de un “doble” al que por proyección se adjudica la victoria sobre la muerte y a cuya imagen se supone poder transformarse al beber. Freud afirma que el doble sería una formación oriunda de épocas primordiales, y que implicaría una lógica del sentimiento yoico en que no habría deslinde neto del mundo exterior ni "del Otro", dice textualmente, y escribiendo Otro con mayúscula inicial, recurso de la duplicación para protegerse del aniquilamiento, como "enérgica desmentida del poder de la muerte" que hunde sus raíces en la concepción del animismo que se caracteriza por llenar el mundo de espíritus humanos, la omnipotencia del pensamiento y la técnica de la magia basada en ella. En su escrito “Lo ominoso”, Freud sostiene al respecto que estas últimas serían: "...creaciones todas con las que el narcisismo se protegiera ante el inequívoco veto de la realidad",
Por su parte, en el extremo del alcoholismo se marcaría el exceso en la pretensión de encontrar un reaseguro, vaso tras vaso, botella tras botella, ante la inevitabilidad con la que la muerte se presenta como límite para la propia existencia. La desconexión que sigue al exceso en la borrachera, y luego la depresión y la resaca, mostrarían en su secuencia lo fallido del intento y la eficacia del accionar de la pulsión de muerte en la búsqueda de la bebida nuevamente, en forma compulsiva. En el alcoholismo en sus casos más graves se caería como estado final en la borrachera en un estado estuporoso, con amnesia parcial o total de lo ocurrido, como expresión evidente de una retracción narcisista tras los intentos fallidos de fundirse amorosamente con los otros, con declaraciones pasionales, abrazos y besos.
En el alcoholismo propiamente dicho se busca "nada", no se intenta reforzar sentimiento de sí, o identidad, sino la búsqueda es desaparecer.
La cuestión es desdramatizar el problema, aunque tampoco desentenderse del mismo, manteniéndolo en su justo lugar, tanto en el terreno del beber como en el tema de las drogas, porque suele confundirse el consumo con la adicción. Uno y otra: consumo o adicción vera o propiamente dicha están diciendo de una posición del sujeto respecto de la vida y de la muerte, o, como lo diríamos desde el psicoanálisis, en cuanto al límite, a la castración.
Entonces, también en la adolescencia, el lazo con la droga o con las bebidas alcohólicas puede ser noviazgo, uno de tantos, o instalarse como casamiento sin separación posible o con divorcio complicado.
Noviazgo ocasional: intento de identificación con un doble en procura de entablar lazo social en el beber "para levantar el espíritu", "para "darse ánimos", o matrimonio feliz, estable y duradero: artimaña líquida fallida para esquivar la falta en el bebedor empedernido. Este último elegirá esta vía al no poder soportar no hallar satisfacción plena, sin resquicios.
Se considera drogadependencia o drogadicción “vera” cuando el consumo de drogas está al servicio de reforzar la desmentida o la oposición a la ley en todas sus expresiones, que, decíamos tramos atrás, nos habla de una posición ultra-desafiante del sujeto ante la falta.
Podríamos decir, recurriendo a conceptos que propone Lacan, que en la problemática de las patologías del acto, drogadicción y alcoholismo incluídos en ellas, habría un déficit importante en la función paterna, en el significante del Nombre del Padre, de dimensión o categoría diferente a su ausencia en las psicosis. En este caso el sujeto no posee sostén identificatorio suficientemente fuerte como para "bancarse" o soportar la angustia o la depresión.
• Hay casos en los cuales el consumo se inicia probando drogas, incitado muchas veces por el grupo de amigos, o bien recurriendo al tóxico en situaciones puntuales inmanejables circunstancialmente, o incluso consumiendo sólo por placer. No podríamos sostener que por el hecho de que haya consumo de drogas se pueda hablar de un “caso” de drogadependencia, en tanto en esta circunstancia la droga puede presentarse como refuerzo del sostén identificatorio durante un tiempo y luego es abandonada u ocupa un lugar accesorio según la elaboración en cada quien realizada.
• El problema se plantea cuando el “ser drogadicto” se instala como carta de presentación con la que supone el otro debe poder construir los atributos relativos a su “ser”, y es “la” solución que se construye para, supuestamente, responder a los enigmas de la vida, a los límites o a la castración. Estaríamos en tan circunstancia en presencia de lo que denominábamos “patologías del acto”. En ellas el sujeto no soporta las diferencias y recurre la droga que las borra pues iguala a todos: “drogadictos”, “del palo”, y el sujeto se muestra poseedor de certeza, sin preguntas, porque las dudas, los interrogantes, angustian en tanto dicen de la falta, de la castración, de la muerte. Y a través del acto, del actuar, en alcoholismo o en drogadicción, así como en otras patologías del acto, se intenta eludir o borrar intensa angustia o desvastadora depresión. Se instala la creencia de ser dueño de un saber sin fisuras para el cual no son necesarias las palabras, perdiendo éstas valor de intercambio, aunque muchos piensan que existe diálogo en los grupos de drogadictos. En realidad, a la palabra los drogadependientes le atribuyen una cualidad especial: que permitiría la transmisión de pensamiento, suponiendo que, mágicamente, con una palabra se puede decir “todo”, conformándose de esta forma la jerga de los “drogones” con palabras-frases, algunas de cuyas expresiones son adoptadas por los jóvenes y luego se extienden en el uso popular.

CONSIDERACIONES SOBRE LA ANOREXIA DESDE EL PSICOANÁLISIS. CIBEIRA.

Se propicia en nuestra sociedad de consumo el "exceso de goce", goce autoerótico y autista, debilitándose de tal manera el deseo del sujeto y el lazo social. En las patologías que se denominan actuales, dicho exceso puede presentarse como compulsión a no parar de consumir, y en ello se evidenciaría la marca de las adicciones, o bien el goce se orienta a "nada", expresándose el encierro narcisista en el rechazo a recibir algo del Otro, siendo esta segunda opción la que nos lleva a pensar en la anorexia que a su vez se enlaza a la fuerza de un “ideal” estético femenino de suma delgadez, expresión clara en la sexualidad del goce en exceso presente en la civilización contemporánea.
El psicoanálisis afirma que lo que se proyecta en el "ideal" es el sustituto del perdido narcisismo infantil, en un punto donde deben confluir la pretensión de satisfacer exigencias libidinales y el acatamiento de los límites que provienen de la cultura, si bien los ideales del capitalismo cuestionan dichos límites y llevan el sello del autoerotismo como derivación de la desmentida.
Características centrales que se presentan en la anorexia:
c) búsqueda desenfrenada de pérdida de peso,
d) miedo al aumento del mismo,
e) distorsión de la imagen corporal,
f) amenorrea (presente en por lo menos tres períodos)
g) y negación del riesgo clínico que puede acarrear la malnutrición.


¿Y desde el psicoanálisis?
Dos modalidades en las que la anorexia aparece:
• una: como formación o manifestación “sintomática”,
• y la otra: como expresión de “falla en la estructuración subjetiva” (dificultades que se producen en la construcción de la identidad del sujeto), tratándose en este caso de una “patología del acto” en tanto anorexia vera o propiamente dicha.

Anorexia como formación sintomática:
Y es en el síntoma donde se pone en juego el deseo y su conflicto con el goce.
Es en el redimensionamiento del complejo de Edipo donde toda marca del erotismo genital es rehusada y desmentida a través de la pérdida de las formas que denuncian el ser mujer, como expresión de la dificultad para enfrentar la complejidad de las transformaciones propias de la pubertad, en un intento de abolir aquello que da cuenta en las adolescentes de su pasaje de niña a mujer.
Cuando hay rehusamiento de lo femenino se produce una disyunción entre el cuerpo mediatizado por el significante, la imagen del cuerpo y el organismo, convirtiéndose en siniestro, algo que cambia de signo, que de familiar y conocido aparece como extraño y terrorífico en el espejo, reflejando aquello que da cuenta de la mirada de un otro. Allí donde la mirada de amor de un padre recubre la marca de la sexualidad, en el espejo de la anoréxica la sexualidad desaparece. Aquello que debería quedar invisible queda visible, no adquiere el velamiento amoroso que recubre lo sexual.
La intensificación del erotismo genital implicará un verdadero reordenamiento del psiquismo en tanto es desde allí que serán resignificados los contenidos edípicos. La eficacia de la operación psíquica que es la castración organiza y define el destino que la niña dará a su sexualidad. El complejo de castración ordena, normativiza, el deseo sexual. La niña se orientará o no hacia el padre, y es a partir de ese momento cuando se establecerá la elección de objeto sexual y cuando quedará, o no, definida su heterosexualidad. Es entonces fundamental la posición de la niña en relación a la castración para poder devenir en ser mujer.
La anorexia en su vertiente neurótica se presenta como expresión de las dificultades en la asunción de la genitalidad y de lo femenino. Es en el momento de los cambios puberales que el cuerpo denuncia formas de mujer y se constituye en una de las exigencias de trabajo psíquico la asunción de la genitalidad. Este quiebre narcisista, que remite al narcisismo primario pero lleva la marca del Edipo, desarticula la libidinización de ese cuerpo, desconstituyendo representaciones y apareciendo la imposibilidad de simbolización del nuevo cuerpo puberal, intentando, vía manejo de la alimentación, la apropiación de un cuerpo ya cargado de significaciones sociales ligadas a un ideal estético. Las adolescentes realizan un trabajo de reconstrucción de la dimensión sujeto - objeto apuntalada en la dinámica oral y anal, cobrando especificidad la subjetividad de cada caso, el reposicionamiento subjetivo en el marco de lo edípico. Entonces, este cuerpo de la adolescencia vehiculiza interrogantes acerca de qué quiere el Otro y respecto de qué es ser mujer.
La anorexia ofrece descompletar al Otro con su propia pérdida. La desmentida coloca un cuerpo ofreciendo el ideal estético por su delgadez extrema, delgadez que nunca se alcanza suficientemente como significante fálico, y cuya producción reenvía al adolescente al autoerotismo y a la identificación con el objeto “nada”. Esto lleva a Lacan a decir que la anoréxica come “nada”.
Es en el adelgazamiento y en la distorsión de la imagen corporal (esa distancia que nunca puede achicarse entre cómo están y cómo se ven físicamente), como despliegue sintomático, donde se implementan recursos a través de los cuáles las adolescentes hablan y dicen de su sufrimiento. Su cuerpo es un cuerpo imaginario, fantasmático, que se le oculta por aquello que le pesa por pesar. La preocupación por el peso muestra la transposición del conflicto y vehiculiza interrogantes acerca de qué quiere el Otro, encontrándose allí como respuesta la falta del Otro ofreciendo sus propias pérdidas, que siempre son de aquello que denuncia la sexualidad.
Cuando la anorexia es una formación sintomática, la anorexia funciona como una provocación dirigida al Otro, como un interrogante sobre su deseo. El eje central es cómo faltarle al Otro, es decir: cómo poder escribir en el Otro una falta, cómo poder hacerle desear.

La Anorexia como expresión de las “patologías del acto”
En las patologías del acto, ponen como escenario al cuerpo y tienen al acto como recurso privilegiado. “El pasaje al acto no necesita de la mirada del Otro y consiste en la separación radical de la escena, del Otro. Es un movimiento de transgresión radical de una norma, de un límite que implica la mutación del sujeto. El pasaje al acto apunta siempre al corazón del ser. En él, la certeza es el motor y su carácter es definitivo. El pasaje al acto suicida es el paradigma de la separación radical de un sujeto de la alienación significante”
En las patologías del acto, la impulsión o la tendencia a recurrir al acto, es el recurso utilizado en forma prioritaria en tanto si bien el sujeto en estas problemáticas habita el lenguaje no puede apelar al mismo en ciertas circunstancias en las cuales “...un pánico sin nombre, sin palabras, o una intensa depresión, devastadora, hacen imposible todo procesamiento psíquico con el riesgo consiguiente de quedar a merced del goce del Otro, como objeto”
Jacques-Alain Miller plantea al hablar de un tercer paradigma del goce, "el goce imposible", y dice que el goce aquí es real y, para alcanzarlo, el sujeto no sólo ha de atravesar la barrera simbólica, la que encarna la ley, y la barrera imaginaria, la de lo bello, sino que también ha de atravesar la barrera del real. Este paradigma, "el goce como imposible", demuestra que deseo y fantasma no consiguen suturar lo que es, fundamentalmente, disarmónico entre el goce y el sujeto.
El deseo del sujeto se constituye, bajo efectos de la “mediación” del deseo del Otro. En el sujeto el dolor devastador o el pánico sin palabras son respuesta a lo real, acciones transgresoras a través del pasaje al acto en el cual incluimos maniobras con la comida. Pues es por este medio que el sujeto intenta no saber nada respecto de lo Real.
Recordemos al respecto que Lacan define como “pasión de la ignorancia” al no querer saber de lo Real, expulsándolo o no haciéndole lugar.
A veces la demanda sexual del Otro primordial, en su faz traumática, actúa como un Real inabordable. La aparición de la angustia desborda al sujeto sin posibilidades de acudir al fantasma, ubicándose la angustia ante lo irreductible de lo real, ante la falta de la falta, y “la acción toma su certeza justamente de la angustia” y difiere del actuar “que le arranca a la angustia su certeza”.
Entonces, es posible afirmar que el pasaje al acto, como identificación absoluta con el a, clausura la angustia. Así pues, en estas problemáticas el sujeto pretende eludir la angustia de castración, no quedándole otra salida que ofrecer el cuerpo como “instrumento” o como “escenario”, en procura de suprimir lo Real sexual.
Es en “Más allá del principio de placer” donde Freud incluye y liga la compulsión como placer no inhibible a pulsión de muerte. Es decir como algo irrepresentable, como lo que no tiene inscripción. O también podemos pensarlo, desde el decir de Lacan, como aquello que no está dentro de las posibilidades del significante. Freud señala que es lo que excede a la transmisión entre el proceso primario y el proceso secundario. Es lo que excede a la dialéctica de condensaciones y desplazamientos.
En “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis” Freud dice: “He intentado traducir al lenguaje de nuestro pensar normal, lo que en realidad tiene que ser un cierto proceso, no conciente ni preconciente, entre montos de energía en substratum irrepresentable”.
Es interesante remitirnos a estas expresiones de Freud para pensar cómo trabajar para que pueda lograrse la transformación de lo no pensado en pensamiento en la clínica con pacientes anoréxicas. Dice Freud en “Esquema del psicoanálisis” que algo que está en el Ello, pero no se sabe, puede ser disparado hacia la percepción de tal manera que “lo real objetivo no discernible pueda hacerse discernible”.
En las patologías del acto, la impulsión es la tendencia a actuar negativamente, en contra del cuerpo y/o del sujeto. Estos recursos son utilizados cuando el sujeto no puede apelar a lo simbólico y un afecto de intensidad desbordante hace imposible todo procesamiento psíquico.
En las patologías del acto, la impulsión es la tendencia a actuar negativamente, en contra del cuerpo y/o del sujeto. Estos recursos son utilizados cuando el sujeto no puede apelar a lo simbólico y un afecto de intensidad desbordante hace imposible todo procesamiento psíquico.

Respecto de la distorsión de la imagen corporal:
La búsqueda de un cuerpo ideal de extrema delgadez comenzó a ser considerada como efecto de una disfunción perceptiva fundamental de la imagen del propio cuerpo y, por lo tanto, como indicador de una dificultad en la constitución de esta imagen. A esta disconformidad con el cuerpo se la define como “distorsión de la imagen corporal”.
La percepción alterada que las adolescentes tienen de sí es del orden de una perturbación provocada por un ideal que nunca se alcanza. La anoréxica en busca de lograr un ideal de extrema delgadez borra todas las formas, predominantemente las sexuales. No tienen registro de la diferencia entre la forma en que se sienten y se ven y la forma en que están realmente o cómo están para la mirada de los demás.
El sufrimiento definido como distorsión es una realidad psíquica inconciente para las adolescentes. Este fenómeno implica dos perspectivas diferentes y contrapuestas, dos maneras de ver ese cuerpo: la percepción que se tiene de sí y la manera en que el otro las percibe y decodifica. Esta decodificación queda del lado del Otro, en cambio otro anoréxico no re-interpreta.
El fenómeno de la distorsión se establece por la diferencia entre lo visto por el sujeto y la angustia en el otro. Es una percepción de suma rigidez y refractaria a toda consideración del decir del otro.
Las pacientes, a pesar de su delgadez, ven alguna parte del cuerpo distorsionada, siempre hay un exceso perceptivo, un defecto que aparece en lo Real, una desvalorización del Yo y un defecto en el gozar de la vida. Se evidencian un grado de rigidez extremo y de encierro narcisista en esa problemática. El mundo y su vida se centran en estas vivencias y restringen su vida social y afectiva.
Cuando la adolescente anoréxica se mira en el espejo no coinciden la imagen que percibe y la interpretación que hace de esa percepción. Cuanto mayor es esta falta de concidencia, el grado de distorsión y de perturbación de la imagen son mayores. Se coloca la disrupción entre el Yo y el Ideal en una imagen estereotipada y rígida.
Una de las características de la distorsión es la convicción, o la certeza, con que las pacientes con anorexia viven la imagen del propio cuerpo. Las anoréxicas muestran convicción de ser lo que ven en el espejo ante la certeza subjetiva de no tener un lugar diferenciado para el otro.
Lo que se pone en juego en el discurso de todo sujeto no es la realidad de un acontecimiento sino la realidad de lo percibido y esta percepción corre por cuenta del deseo del sujeto. Lo percibido en su discurso es su realidad psíquica, correspondiendo la perturbación de la imagen en la anorexia a una perturbación del deseo, siendo a esta correspondencia a la que se debe orientar la clínica con pacientes anoréxicas en lo relativo al trabajo sobre la distorsión de la imagen corporal.
Quieren desprenderse de aquello que denuncia la sexualidad y proyecta como producto de la desmentida. Se proyecta en la imagen en el espejo aquello que fue expulsado por la desmentida. Lo que ve es la imagen sin vaciamiento del a, en algunos puntos del cuerpo o en toda su extensión.
El fenómeno de la distorsión se establece por la diferencia entre lo visto por el sujeto y la angustia en el otro.
Garner y Garfinkel (1981), en estudios sobre el tema, al realizar una revisión de protocolos de sistemas de evaluación de la imagen corporal en anorexia nerviosa, señalan que la alteración puede expresarse a dos niveles:
a) Una alteración perceptual, que se manifiesta en la incapacidad de las pacientes para estimar con exactitud el tamaño corporal.
b) Una alteración cognitivo-afectiva hacia el cuerpo. Que se manifiesta por la presencia de emociones o pensamientos negativos por culpa de la apariencia física.
Podríamos definir como distorsión de la imagen corporal al “desajuste entre aquello que la adolescente dice de sí y los parámetros establecidos para evaluar el peso esperable en cada ser humano”, considerando el fenómeno de la distorsión de la imagen corporal como expresión de la distorsión perceptual y la insatisfacción consigo mismo.
Por lo tanto, distorsión es un fenómeno complejo que habla del sujeto que lo sufre. Es una sensación, una percepción que tienen las adolescentes de sí mismas, de su cuerpo y de los demás que tiñe la relación con los pares y con los otros en general.
A manera de cierre:
Una de las particularidades de la problemática aquí estudiada, decíamos, es la frecuencia de su aparición en la pubertad, en un momento de la vida de un sujeto en el que se enfrenta ante lo real de la sexuación. Y ubicamos como marco social de este rasgo de época al discurso capitalista que implica el rechazo o la desmentida de la castración, expresándose en el “vale todo”, en la valoración de ideales de omnipotencia y propiciando exceso de goce. En dicho marco es evidente el incremento de la anorexia, pudiéndose diferenciar dos modos de presentación o manifestación: como síntoma y como anorexia propiamente dicha, incluyéndose esta última modalidad entre las denominadas patologías actuales o “patologías del acto”, haciendo la salvedad de que la anorexia es la única problemática en la que puede observarse que el sujeto busca que el cuerpo pueda representar para un sujeto otro significante. La anorexia hace signo en el cuerpo de la adolescente de la sociedad de consumo.
Respecto de las “patologías del acto” remarcamos que el sistema protector o entramado de contención constituído por el lenguaje tiene puntos de debilidad o fallas, no alcanzando para impedir que el sujeto quede a merced del goce del Otro. El sujeto en tales circunstancias no pude hacer uso del lenguaje, o bien el mismo no es eficaz para ponerle límite a dicho goce. “En el acto se perfila un sujeto en una posición de goce silencioso, si bien en el callar no se libera del lenguaje. Estamos en terreno del autoerotismo, más allá de la demanda y con un deseo disminuido, en un goce diferente y apartado de la palabra, en un apelar a un acto con el cual el sujeto supone poder ponerse a salvo de la castración.” Las “patologías del acto” muestran que algo no tramitado y sin anclaje en la palabra retorna como una búsqueda “loca” de salida ante la angustia a través del acto, como acting out o pasaje al acto, o encarnándose en el cuerpo, en procura de encontrar un lugar simbólico propio, pero, como este accionar lleva el sello inconfundible de la pulsión de muerte el fracaso es inevitable, quedando al sujeto en un oscuro callejón que sólo puede conducir a “nada” de deseo.

ANOREXIA Y BULIMIA. NUEVAS FORMAS DE SUBJETIVACIÓN. VEGA

La sociedad actual.
Los jóvenes de hoy se enfrentan a un doble desborde. Por un lado, no hallan bordes en lo social (por la caída de ideales); por el otro existe un desborde pulsional por la irrupción de la tensión genital, que corta ligaduras representacionales y ocasiona un trauma psíquico en donde faltan palabras. El desenfreno pulsional se ve así reforzado por los mandatos sociales, por un superyó sádico cultural que ordena el goce “mientras el mundo dure”. La sociedad impone y regula entonces formas específicas para el goce, y la comida no está ajena a estas formas.

La alimentación
El niño desarrolla sus experiencias inaugurales de contacto con otro significativo a través del acto alimentario e incorpora no solo alimento a su organismo sino también a su mente. Por medio del alimento, el bebé descubre al mundo, juega y goza de la relación con su madre. En ese acto de alimentarse, la mirada de ese Otro (la madre o los grupos en la adolescencia por ejemplo) es fundamental. Con el tiempo el niño irá transformando la dimensión especular de la alimentación en un acto simbólico por medio del cual incorpora y adquiere también una identidad cultural, religiosa y grupal.

Breve descripción de la anorexia y la bulimia.
Lo que se privilegia en las pacientes anoréxicas de los últimos años es la distorsión de la imagen corporal. En las primeras descripciones clínicas no se reseña dicha distorsión, de manera tal que esta distorsión parece ser un síntoma actual y probablemente su importancia se relaciones con las características descriptas anteriormente de la cultura postmoderna, en la cual la imagen determina la existencia. Las imágenes de la televisión, de las modelos publicitarias, de los blogs, aportan el goce a la anoréxica que es mirada por Otro social.
La paciente anoréxica aspira a una utopía, la de ser un esqueleto viviente; se trata de un ideal puramente especular y virtual, que actúa en sintonía con el discurso del capitalismo tardío (Barrionuevo, 2008) y se constituye en una trampa en cual la anoréxica cree tener acceso a la respuesta sobre las transformaciones del cuerpo y sobre la sexualidad, a la vez que se constituye en ¨alguien¨, la enfermedad le otorga una identidad: “soy anoréxica”. Mejor ser anoréxica que no ser, aunque la trampa es que la anorexia la lleva a la nada misma.
El patrón común en la bulimia nerviosa es la sensación de descontrol. Este descontrol (recordemos nuevamente el desborde pulsional propio de la adolescencia) es un concepto subjetivo que determina claramente el atracón. En el atracón el objeto alimentario no es objeto de necesidad (no es alimento) ni de placer, sino de goce.

La relación temprana con la madre en la construcción de la subjetividad.
Continuando entonces, Freud afirma que dado que las pulsiones autoeróticas son primordiales, algo debe agregarse al autoerotismo para que el narcisismo se constituya; a esta nueva acción psíquica la llama identificación primaria. Define a la identificación primaria como el primer enlace afectivo con otro investido como modelo o ideal, al cual el yo aspira fusionarse. El resultado de esta identificación primaria es un estado de fusión entre el bebé y el objeto (vivido como parte del yo); una relación narcisista en la que madre y el bebé se sienten completos (sentimiento oceánico).
Estas identificaciones atañen al ser y su desarrollo implica que el yo ha alcanzado un sentimiento de existencia, de ser un sujeto para el otro. Cuando este proceso fracasa, el goce que obtiene con el atracón y el vómito lo fijan a esa posición, donde encuentra algo que lo asegura y por lo cual ¨es¨.
La subjetividad se construye, entonces, a partir de la relación con otro (la madre). El niño aceptará la demanda de la madre de ser alimentado o no, no tanto por el objeto en sí, sino por el hecho de decir sí o no al Otro.
En los años 50 Lacan decía en relación a la anorexia, que la madre “confunde sus cuidados con el don de su amor” y por lo tanto, se entromete y ahoga al niño con su “papilla asfixiante”. Esto es una madre que lejos de dar lo que no tiene (la falta) suministra lo que sí tiene (la comida) y el bebé al negarse a satisfacer la demanda de la madre, intenta exigirle a la madre que tenga un deseo por fuera de él.
La díada primaria permite rastrear el por qué de la carencia representacional y la falla en el pasaje de la cantidad a la cualidad. Winnicott plantea que para el advenimiento de un verdadero self es requisito fundamental que el bebé cuente con una madre empática y un ambiente facilitador que lo sostenga (holding) frente a la no integración y desorganización primitiva. Winnicott considera que la eficacia del apoyo materno, neutraliza además la "ansiedad inconcebible" que se haría realidad ante una falla materna intensa y precoz. Los cuidados pacientes, regulares de la madre permiten que el desarrollo se inicie sin que se comprometa la unidad psicosomática. La madre da al bebé‚ un breve período en que la omnipotencia es cuestión de experiencia. Así el bebé va integrándose, personalizándose y va relacionándose con el mundo externo (al cual siente como interno) siendo a la vez cada vez más, él mismo.
El ¨sostén¨ permite integrar mecanismos psíquicos y constituir una relación de objeto. Winnicott sostiene que el vacío primario es un requisito previo al anhelo de recibir algo dentro de sí, de ¨ser llenado¨. Observa que cuando no se cuenta con una madre suficientemente buena, se establecen vínculos adhesivos (no objetales) como manera de enfrentar el vacío y se busca compulsivamente la muerte física ya que la psíquica ya aconteció. Estos pacientes poseen ¨miedo al derrumbe¨ (Winnicott, 1963) entendido éste como una falla en la organización de las defensas que sostienen al self. El self organiza defensas para evitar el derrumbe de su organización psíquica pero nada puede hacer si tal derrumbe proviene de un hecho externo como la falla ambiental (ausencia de madre empática). Sólo se puede entonces intentar controlar el terror al vacío.
Las pacientes con anorexia y bulimia sienten el terror al vacío ya experimentado y vivenciado como agujero que se intenta controlar mediante el no comer (anorexia), y que fracasa en el des-control de un atracón (bulimia). Así, se repite una actitud materna en la cual el sujeto se tapa, se ahoga. Se trata de una actitud descualificada de afectos –a diferencia de la melancolía- donde la paciente se da de baja a sí misma, sin sentimientos negativos, pero sin haber podido construir su subjetividad y desestimando su propio sentir –tal como su madre-; donde el temor a la muerte no existe porque la muerte ya aconteció.

VIOLENCIA SOCIAL Y TRANGRESIÓN ADOLESCENTE. BARRIONUEVO

Trabajo del duelo, la pérdida tiene consecuencias en la vida anímica del sujeto (Ej, perdida de trabajo, de ser amado, de expectativas o probabilidades, debilitamiento de objetivos o proyectos vitales). El duelo patológico se haya ligado a las actuaciones transgresoras.
Lo que se perdió (ser amado, posicióneconómica, trabajo, etc) eran puntos de anclaje q brindaron al sujeto cierto reconocimiento de ser. Con el duelo queda implícita la propia muerte, hay una doble pérdida: del objeto amado y del sujeto en ese espacio de amor. No es ante cualquier pérdida q sobreviene el duelo sino cuando esta arrastra un pedazo del sujeto. Es la existencia la q se pone en juego.
En la clínica se escucha que ahora que perdió el amor/puesto en la empresa/etc ya no tiene nada por lo que vivir, que “es nada”, apelándose a una identificación con lo inanimado, identificación q puede tomar diferentes formas de expresión en el discurso, significando el desfallecimiento de la imagen especular y el estrechamiento o clausura del horizonte para la propia vida. El orden simbólico se trastoca y es en referencia a la imagen de quien partió desde donde el sujeto se anuda, y ya no se enuncian preguntas por lo q perdió sino q se hace frente a lo real de la pérdida con la certeza de q lo q se perdió fue el propio sujeto, y como consecuencia, el sentido de la vida.
Aparece el odio como posibilidad de ligar la palabra a la imagen del objeto perdido, pero q en la melancolía se vuelve contra la propia persona. Se afirma la negación de su existencia, quedando todo el tiempo al borde del acto con riesgo de la propia vida como forma de poner fin a su dolor de existir.
En el mejor de los casos es el acting out, q está dirigido a Otro y supone una demande de amor. Cuando el cuarto nudo (sinthome) se muestra frágil o débil para sostener la cohesión del nudo borromeo de 3, puede buscarse una supuesta salida: a través del acto, como salida del mundo simbólico y como cultivo puro de pulsión de muerte, la agresión puede manifestarse en violencia hacia la propia persona o hacia otros.
Ante la injusticia o la violencia social (o bien cuando se supone q existen) la actuación transgresora lejos de está de constituirse en respuesta valedera a aquella, es una búsqueda de salida individual dentro de las patologías del acto.
En las patologías del acto (intentos de suicidio, drogodependencias, actuaciones trasgresoras) la impulsión o la tendencia a pasar al acto es el recurso utilizado en tanto si bien el sujeto en estas problemáticas habita el lenguaje no puede apelar a este en ciertas circunstancias en las q el afecto desborda el procesamiento psíquico. En las patologías del acto el sistema protector o entramado de contención constituido por el lenguaje tiene puntos de debilidad o fallas, no alcanzando para impedir q el sujeto quede a merced del goce del Otro (no teniendo eficacia para ponerle limite a dicho goce)
En el acto se perfila un sujeto en una posición de goce silencioso, en el terreno del autoerotismo, un goce apartado de la palabra. Un apelar al acto con el cual es sujeto supone poder ponerse a salvo de la castración.
Es la función paterna la q permite poner coto al goce materno (producciones diversas pueden instalarse en procura de ese objetivo, pero la privilegiada es el lenguaje), resultado de procesos intelectuales superiores. El pasaje de la madre al padre puede ser entendido como transmutación de goce: de un goce casi mitifcable (arcaico) a formas de goce fálico (enlazado a la palabra, al STE; procesos superiores, reflexiones, juicios)
Cuando en esa transmutación se producen fallas, es posible ubicar vacilaciones o fracasos en la reconstrucción del fantasma. La presentificación de un goce arcaico es fuente de impulsiones y formas de acting out y pasaje al acto.
Hay tres caminos frente a la privación: 1. La palabra cuando la reconstrucción del fantasma se produce adecuadamente en la adolescencia y el sujeto busca caminos posibles creativamente. 2. Puede caerse en la resignación, duelo patológico (regresión del narcisismo y a la fase sádica, suicidio). 3. Salida a través del acto (acting out o pasaje al acto) puede conducir a la transgresión, es estimulada por el Otro social que ofrece goce potencial con lo cual se procura compensar la precariedad de la función paterna y consecuente insuficiencia de proyectos de vida. El acto hace presente el objeto como real y provoca un retorno al plano de la frustración, forma de la perdida de objeto
En tanto la frustración no encuentra caminos de dialectización en el Otro social, la actuación es marca de la desmentida y conjuntamente con la desestimación de los peligros q puede llegar a afrontar, en ciertos casos la vida se pone en riesgo en la transgresión, mientras q en otros la marca de la aceptación de la existencia de una salida se orienta hacia la resignación (abandono de la propia persona)

ADOLESCENTES QUE SE AUTOLESIONAN. BELCAGUY

En los últimos años comenzaron a presentarse con frecuencia en la clínica una serie de conductas autolesivas voluntarias. Encontraremos un déficit en la disponibilidad de recursos psíquicos de mayor nivel de complejidad para hacer frente al conflicto y la angustia; la agresión hacia el objeto se dirige al sujeto. Se trata de un modo de funcionamiento primario, en que el psiquismo no parece disponer de defensas más complejas y eficaces, en forma permanente o transitoria; dentro de una lógica en la que predomina lo cuantitativo, las acciones son descargas de una tensión que no puede ser cualificada. El dolor físico puede ser utilizado para aliviar o anestesiar el sufrimiento psíquico.
Estas diversas practicas (dibujar las paredes, pintarse y cortarse) parecen destinadas a delimitar un espacio: tanto el lugar en el que vive como su propio cuerpo. En adolescentes gravemente perturbados, los cortes en la piel serían modos de hacer borde donde no lo hay o donde es precario. La conducta masoquista puede ser un intento de apuntalar a un self tambaleante. El placer y el dolor actúan recortando ciertos estímulos con respecto al resto, contribuyendo a definir como real lo q tenga esas cualidades (si algo duele, o si produce placer, entonces existe). Lo que debió ser sentido y pensado, escapa la simbolización y se convierte en una acción ejecutada sobre la piel. Se produce la acción pulsional directa a través del cuerpo.
En los orígenes de estas patologías se encuentra una insuficiente empatía de la madre (o sustituto) q no le permite decodificar las sensaciones y desarrollos de afecto del bebe, con lo cual éste va a permanecer en un estado donde dichas sensaciones y afectos no podrán ser cualificados. Además de un aporte insuficiente del asistente externo en la instauración de la función del yo de autoapaciguar o autocalmar la angustia. Ante el ingreso al parato psíquico de un estimulo displacentero de cualquier tipo, del interior o exterior, no pueden calmarse a sí mismos y tienen dificultades para tramitar el estímulo, sólo tienen disponible la vía de la supresión inmediata del estímulo a través de una acción motriz. Los jóvenes q se lastiman no buscan el alivio en el contacto reparador con el semejante ni consigo mismos, sino q evitan el sufrimiento emocional a través del dolor físico.
En la historia de estos sujetos encontramos que los objetos primarios no han podido ayudarlos, desde el inicio de la vida, a resolver sus estados de tensión por medio de la contención física y de la investidura de su cuerpo. A medida que un niño crece, si todo va bien, cuando se golpea o se lastima, sigue siendo auxiliado por las caricias maternas, acompañadas de palabras de consuelo, que se inscriben la huella mnémica del dolor en simultaneidad con la huella de alivio producido por la palabra y el contacto erógeno, dando lugar, a través de reiteradas experiencias, a asociaciones por analogía y por casualidad entre ambas huellas. Es de este modo como queda facilitada una via saludable de resolución de tensiones a través de la simbolización y el encuentro intersubjetivo.
¿Por qué se da tanto en la adolescencia? La oferta (difusión de prácticas de modificación voluntaria del cuerpo) q proviene de la cultura de pertenencia se combina con la necesidad del adolescente de adquirir o afianzar su identidad; y de q en la adolescencia hay un exceso de difícil tramitación (plus q queda sin representación y va a buscar la vía de la acción)

ADOLESCENCIA Y TECNOLOGÍAS DE LA INFORMACIÓN Y DE LA COMUNICACIÓN. BELCAGUY

El empleo de las TICs guarda una relación particular con la utilización del tiempo ya que no es necesario esperar para hablar con otros; es posible estar conectado, al instante, las 24 horas, todos los días del año, desde cualquier lugar. La comunicación virtual permite además que no haya pausas, intervalos ni demoras.
Los celulares brindan un soporte técnico a una modalidad de vínculo fusional con el objeto, sin solución de continuidad. El celular ocupa un lugar central en la adolescencia. Con sus innumerables funciones (música, direccionario, agenda, conexión a Internet, SMS, juegos, orientación en la calle), se convierte en una prolongación de sí, y su falta provoca un estado de angustia y vacío. Veremos más adelante que dicho estado ha recibido una denominación: nomofobia.

Problemas vinculados al uso de las TICs
Trastornos físicos
Entre los trastornos físicos se destacan las lesiones por movimientos repetitivos por el uso constante de computadoras, tabletas, smartphones y celulares (las más conocidas son el síndrome del túnel carpiano y la tendinitis), la tensión ocular que se produce por permanecer más de ocho horas diarias frente a una pantalla (cansancio visual, deshidratación, ojos rojos o secos, dolores de cabeza, cansancio visual, fotofobia, visión doble y borrosa), los daños en la audición (escuchar música a todo volumen con audífonos puede provocar hipoacusia y problemas en el equilibrio) y el sobrepeso u obesidad debido a la gran cantidad de tiempo frente a la computadora o los dispositivos móviles, que llevan a adoptar un estilo de vida sedentario.
Un tema a destacar es el insomnio adolescente generado por el uso de múltiples redes sociales disponibles.
Trastornos psicológicos
• El síndrome de la llamada imaginaria hace referencia a que los usuarios de dispositivos móviles han sufrido alguna vez la alucinación de que su celular había sonado o vibrado sin que en realidad lo hubiera hecho.
• La nomofobia, que es un término derivado de las palabras 'no', 'móvil' y 'fobia', describe la angustia causada por no tener acceso al celular, que puede variar desde una ligera sensación de incomodidad hasta un ataque grave de ansiedad.
• El cibermareo que hace referencia al mareo que sienten los usuarios de aparatos de realidad virtual, parecidos a los que algunas personas sufren cuando viajan en un medio de transporte.
• La depresión del Facebook alude a que algunas personas se deprimen porque tienen muchos contactos en las redes sociales, otros por la falta de ellos. Esto se debe a que lo habitual es entrar en Facebook para alabar a los amigos, subir fotos o escribir sobre acontecimientos agradables. Los usuarios que pasan mucho tiempo en las páginas de redes sociales de otras personas suelen sentirse deprimidos por su vida cotidiana al compararla con la que muestran los demás.
• La dependencia de Internet es la necesidad enfermiza de estar todo el tiempo conectado a la red. En casos extremos, se configura un vínculo adictivo que puede llegar a afectar seriamente la vida privada y social.
• La dependencia de videojuegos en línea, muy extendida en los últimos tiempos, ha sido incorporada como adicción en el DSM-V (Carbonell, 2014)13. Se destacan los videojuegos denominados MMORPG ("Massively Multiplayer Online Role-PlayingGame") cuyas siglas significan “juego de rol multijugador masivo en línea”, que permite a miles de personas interactuar en forma simultánea en un mundo virtual. El más popular es el World of Warcraft que cuenta con once millones de suscriptores en todo el mundo.
• Las personas afectadas de cibercondria están convencidas de que padecen alguna o varias enfermedades de cuya existencia se han enterado por Internet.
• El efecto Google ocurre cuando el cerebro se niega a recordar información como consecuencia de la posibilidad de acceder a ella en cualquier momento vía Internet. Esto lleva a las personas a preguntarse para qué aprender algo de memoria si los buscadores nos permitirán encontrar un dato cuando lo necesitemos.
• Otro trastorno muy actual que se podría agregar a esta lista es el síndrome del 'doble check' que está relacionado con el uso del Whatsapp. Se trata de un estado de ansiedad que padece el sujeto al ver que el destinatario del mensaje no respondió pero ha estado conectado después de recibirlo o está 'en línea'. Se denomina así porque al mandar un mensaje por Whatsapp, cuando el destinatario lo recibe aparecen dos 'ticks' o 'vistos' que indican que le ha llegado y es posible saber a qué hora se ha conectado.

Riesgos
El ciberbullying es una de las formas de acoso cibernético más frecuente y riesgosa. Consiste en una acción entre pares, en la cual se atormenta, amenaza, hostiga, humilla o molesta a otro a través de Internet u otras tecnologías telemáticas. Se trata de una problemática grave dado el anonimato de quien lo ejerce, la no percepción directa e inmediata del daño causado y la adopción de roles imaginarios en la red. Algunas de las formas en que se manifiesta el ciberbullying son las siguientes (Jofre, 2014):
1. Subir a Internet una imagen comprometedora (real o modificada), información personal sensible o cosas que avergüencen o perjudiquen a la víctima y se hace circular en su entorno de relaciones.
2. Crear un perfil falso en redes sociales con información difamatoria, contenido sexual o cualquier otro contenido falso y reprobable.
3. Hacerse pasar por la víctima en sitios de Internet o chats, y realizar acciones que no respeten las pautas del sitio, logrando así que el acosado quede excluido de ciertos espacios virtuales.
4. Realizar comentarios ofensivos o denigratorios en las redes sociales, en grupos, juegos online o por celular.
5. Usurpar la identidad del acosado o robar información, contraseñas de redes sociales o correo electrónico, obteniendo acceso a material de índole personal.
6. Hacer circular rumores sobre la víctima que supongan acciones reprochables o condenables, haciendo que otros, sin cuestionar lo publicado, acosen o maltraten a la víctima por tales hechos.
7. Enviar mensajes amenazantes por sms, e-mails u otras redes, persiguiendo y acechando a la víctima, provocándole una sensación de opresión constante.

• Otra práctica online muy frecuente es el denominado grooming, realizada por un adulto para ganarse la confianza de un menor, fingiendo empatía y cariño. Es un acto preparatorio de otro, de carácter sexual más grave, ya que el acosador, al ganarse la amistad y crear una conexión emocional con la víctima, disminuye sus inhibiciones y facilita el acercamiento progresivo, propiciando el abuso sexual fuera del ámbito virtual.
• El sexting consiste en el envío de contenidos de tipo sexual producidos generalmente por el remitente, a través de celulares.
• Cuando el sexting es utilizado para chantajear a otro se lo denomina sextorsión, un procedimiento delictivo mediante el cual se amenaza con la publicación de fotos o vídeos para obtener algún beneficio, como medio de presión, chantaje o explotación. La difusión a terceros de las imágenes o textos de contenido

Diferentes modos de utilización de las redes virtuales
Para algunos adolescentes, la comunicación virtual reemplaza parcial o totalmente a la comunicación “real” y su aislamiento está apenas velado. En su imaginario conocen a otro/s y se dan a conocer, cuando en verdad se trata de vínculos de desconocimiento.
En jóvenes con inhibiciones, para quienes la computación ha representado una suerte de espacio transicional, al modo en que lo ha trabajado Winnicott (1971), una “zona intermedia de experiencia”, de transición entre el yo y el no-yo, facilitadora y a veces precursora de experiencias de socialización, de encuentros en el mundo externo.

TICs y su impacto en la subjetividad de los adolescentes
Marshall McLuhan, precursor en el estudio de los medios, fue quien acuñó el término “aldea global” para describir la interconexión humana a escala global generada por los medios electrónicos de comunicación. Afirmaba: “La prolongación de cualquier sentido modifica nuestra manera de pensar, nuestra manera de percibir el mundo”.
Sostenía que los medios pueden considerarse extensiones de nuestro cuerpo y son esas extensiones las que reestructuran nuestra sensibilidad y cambian nuestra visión del mundo.
Las TICs tienen, en efecto, esta propiedad de ampliar los órganos de los sentidos, pero además modifican los modos de interactuar, de pensar, de expresarse e informarse; en consecuencia, su impacto en la subjetividad es elevado. Este impacto
es mayor entre quienes se encuentran atravesando esa “…encrucijada fundamental que se da en llamar ´adolescencia” .

Redes virtuales e imagen corporal
La sociedad de consumo nos seduce con un ideal de perfección que sería posible comprar, una imagen perfectamente amable si se “completa” con las prótesis que el mercado ofrece.
Una de las particularidades de la comunicación a través de las redes sociales reside en que el usuario puede generar una imagen virtual de sí mismo que lo presente como poseedor de los atributos que le otorguen completud imaginaria, al modo en que se produjo la experiencia del infans frente al espejo durante la fase del espejo descripta por Lacan. Identificado con una imagen completa y valorada de sí, buscará cierta seguridad de ser aceptado por el otro, un otro que adopta la misma actitud, es decir, que también busca un “me gusta” de parte de su interlocutor.
El concepto de imagen virtual se asocia a lo que tiene existencia aparente, opuesta a lo real. Ha adquirido una utilización en el ámbito de la informática y la tecnología para referirse a la realidad construida mediante sistemas o formatos digitales, que permitirían al usuario tener la sensación de estar inmerso en un mundo diferente al real.
Los vínculos virtuales tienen la particularidad de que se pueden establecer sin necesidad de la presencia física del otro. A esto P. Sibilia (2014) lo denomina descorporificación: nos comunicamos a través de un aparato con alguien que está en algún lugar, pero estamos en realidad en contacto con un aparato. “Ese cuerpo está virtualizado, hay una descorporificación”.
A través de una imagen que lo representa (su mejor foto, un símbolo) el adolescente se mostrará ante el otro con una imagen integrada, lograda, de acuerdo a sus intereses, preferencias o ideales. La imagen elegida será aquella que lo acerque a la perfección deseada, que lo muestre como quisiera ser frente a su interlocutor.
Sabemos de las dificultades del adolescente con su propio cuerpo ´metamorfoseado´, tan propio y tan extraño al mismo tiempo, y del proceso de duelo que debe llevarse a cabo para tramitar los cambios que acontecen en un corto período de tiempo. También es muy fuerte el deseo de encuentro con otro que es temido en la misma medida en que se lo desea. Las experiencias en la red, dentro de ciertos límites, ayudan a tramitar los cambios corporales a través de la construcción de estas representaciones imaginarias con las que se identifica y también le darían la posibilidad de ir graduando el acercamiento/alejamiento del objeto real.

Empleo de las TICs y sociedad de consumo
El planteamiento de esta problemática supone, al menos, dos cuestiones a considerar:
• se trataría de la recreación o reformulación del lazo social en el contexto de una sociedad de consumo que promueve la constante apropiación de “gadgets”
• o bien pondría en evidencia la devaluación de la subjetividad, es decir, el predominio de lo virtual-imaginario sobre el orden simbólico, reforzando así la retracción narcisista de un goce en soledad que, paradójicamente, “conecta” al sujeto, en todo momento y en todo lugar, con una multiplicidad de otros, muchos de ellos casi anónimos y con una superficial implicancia afectiva.
Podríamos afirmar que existe un Otro de la tecnología cuyos efectos se vinculan con un estado de saturación que abruma al sujeto con un exceso de información, que conviene diferenciar, como ya se ha expuesto, de otras posibilidades que las herramientas virtuales proporcionan, tales como la incorporación de conocimientos y saberes que favorecen la eficaz inclusión del adolescente en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
La diversidad de herramientas tecnológicas de última generación, en tanto oferta del mercado, no supone la satisfacción de “nuevas” necesidades, sino la creación de las mismas: el sujeto se dirige, sin más, a su encuentro, sellando así el vínculo con el objeto.
Considerando, de acuerdo a Lacan (1949)30, que el yo (moi) se constituye por alienación en una exterioridad-gestalt que lo sustenta, de manera tal que “el yo es otro”, es indudable que aquellos vínculos virtuales que el adolescente establece con un universo casi infinito de otros, abrirán paso a una diversidad de identificaciones que reproducen la dramática propia de la fase del espejo, a la que nos referimos en un apartado anterior. La fragmentación corporal que reaparece en la adolescencia puede ser velada por el amplio abanico de “espejos” que las nuevas tecnologías proporcionan.
La utilización compulsiva de dichos medios revelaría un imperativo de goce que comanda la acuciante “necesidad” de permanecer conectado para ser parte de un mundo que ofrece estilos de vida, imágenes corporales, quehaceres con marcados ribetes de ficción.
El observar-ser observados se inscribirá en dirección a ser aceptados por la mirada del Otro: aquellos otros-contactos-twitteros que forman parte del universo de pares, amigos, familiares o casi desconocidos.
¿Qué lugar ocupa lo privado en el mundo global? Parecería que todo puede o debe ser público.
En los siglos XIX y XX el espacio público (de las calles, bares, foros, donde se discutían las cosas del ámbito público) y el espacio privado (delimitado por paredes, puertas, cortinas y también por el pudor y la discreción) eran excluyentes. Pero a partir de los años 60 y 70 las redes atraviesan esas paredes y muestran públicamente la intimidad en un nuevo espacio. “No es en la calle exactamente pero también es en un espacio que es público porque los otros tienen acceso y esto es muy complicado porque entonces pareciera que la intimidad dejó de existir. …Habría un desplazamiento del eje que abandona ese núcleo interior para depositarse cada vez más en lo que se ve”. Se trata de una verdadera transformación en el plano de la subjetividad en donde “…es cada vez más en la visibilidad donde construimos lo que somos y los vínculos con los demás”.
En relación a este nuevo fenómeno podríamos rescatar el término “extimidad”, neologismo que inventa Lacan, y que aparece esbozado por primera vez en el seminario sobre “La ética del Psicoanálisis” (1959-60). Es J.A. Miller (2010) quien lo trabaja y le dedica un escrito.
Extimidad alude a lo más íntimo reconocido en el afuera, un hacer externa la intimidad. Se trata de la paradoja respecto de lo más íntimo que se encuentra en el exterior, en tanto vacila la dualidad interior-exterior. Al respecto, recordemos que Lacan (1961-62) emplea la imagen de una banda de Moebius para dar cuenta de una superficie que posee una sola cara, en la que interior y exterior se confunden.
Si el sujeto contemporáneo se encuentra exiliado de sí mismo, parecería encontrar su ser más íntimo en aquello que está por fuera de él; en tal sentido se trataría de un real en lo imaginario.
De acuerdo a la afirmación de Lacan, el término extimidad posee esta particularidad: “lo que es lo más íntimo justamente es lo que estoy constreñido a no poder reconocer más que fuera” (Lacan 1968-69)35. Por lo tanto, no debemos concebir la extimidad como el opuesto a intimidad, sino como un interjuego entre ambas; tal dinámica colaboraría en la construcción de la propia identidad, problemática central en el proceso adolescente.
Desde tal perspectiva podemos sostener que el sujeto no se muestra tan sólo para compartir algo con sus interlocutores, sino que se genera una interacción a través de la cual construye una imagen con la que se identifica ante el otro, y también se identifica con las imágenes ofrecidas por el/los otro/s. En este doble juego identificatorio, se exhibe al modo de un personaje y utiliza a los otros como espejos para reafirmarse.
De tal manera, se conforman diversas ficciones que se articularán, en lo esperable, con los recursos simbólicos de los que el adolescente disponga en dirección a la progresiva construcción del “fantasma”, respuesta subjetiva desde la cual intentará inscribirse en el enigma que representa el deseo del Otro.
Si enfocamos la temática abordada desde una óptica diferente, podemos considerar que la utilización de los medios virtuales podría concebirse como una modalidad, acorde al tiempo actual, del reposicionamiento subjetivo inherente al proceso adolescente.

A modo de cierre
El vertiginoso desarrollo científico-tecnológico que, desde una lectura lacaniana, forcluye al sujeto, promueve un apego ininterrumpido al objeto. Estos gadgets, pequeños objetos a, concentran una diversidad de funciones, como se expuso cuando nos referimos a los usos del celular.
Acorde a la velocidad del actual modo de producción de mercancías-objetos y la estimulación del consumo que el discurso capitalista promueve, el aparato tecnológico de última generación pronto será reemplazado por otro que, al cabo de un lapso de tiempo más o menos breve, será también obsoleto.
La promesa en juego es que dichos objetos conducen al logro de la felicidad, posibilitando un goce pleno al obturar la falta. Tal supuesto implícito en el discurso capitalista, opera en detrimento del deseo, ya que éste queda reducido o degradado a la necesidad (instinto), que logra su satisfacción a través de un objeto apropiado, precisamente aquel que el mercado proporciona.
La ilusión de un goce solitario y generalizado representa no sólo un imperativo de consumo, sino una modalidad de disciplinamiento de la que los adolescentes son protagonistas privilegiados, aunque no de manera exclusiva.
Mientras que otros adolescentes, como se ha expuesto, podrán utilizar las nuevas tecnologías “…como espacio transicional, de preparación para el encuentro-desencuentro con amigos y con partenaire, con sus satisfacciones y problemas, y con el “malentendido” inevitable que, el psicoanálisis sostiene, es de estructura.” Estas tecnologías pueden ponerse al servicio “…del trabajo psíquico específico del reposicionamiento adolescente, como apoyo desde lo imaginario para fortalecer lo simbólico que supone ese consolidarse como ya no más niño en camino de definiciones subjetivas” (Barrionuevo, 2013).
Nuestras observaciones en lo cotidiano y en la clínica con adolescentes serán el material que nos permita continuar con estas reflexiones en futuros trabajos.

IDENTIDAD DE GÉNERO, CONSTRUCCIÓN SUBJETIVA LA ADOLESCENCIA. VEGA

Sobre la Identidad en relación a la Sexualidad: El género.
El ser humano nace inmerso en una cultura que indica también “cómo son y deben ser” los hombres y las mujeres, cómo deben comportarse y relacionarse entre sí. A través de esos elementos simbólicos va construyendo la escena fantasmática de quién es cada uno. Los significantes que provienen del Otro, entonces nos harán pasar de una dimensión biológica a una subjetiva, de machos y hembras a hombres y mujeres. Ahora bien, ¿qué define a un hombre o a una mujer como tal? La cuestión anatómica ya no es una categoría útil para entender si un sujeto es un hombre o una mujer. En este sentido solo nos indica si es macho-hembra.
La identidad sexual es una construcción gradual que depende de múltiples factores: la relación con la madre, el padre, la de ambos entre sí, la escuela, los pares, los emblemas en los medios de comunicación, el ambiente socio- cultural en el que se vive, para mencionar solo algunos.
Atravesado por otros discursos, el discurso sobre lo sexual establece diferencias y desigualdades en sustento de intereses político-económicos, criterios morales e ideológicos, y objetivos hetero-normativos.
El lugar de la mujer moderna estaba vinculado a 3 mitos: la maternidad natural, la pasividad en la erótica femenina y el amor romántico. Estos tres pilares tenían a su vez, su correlato en el mundo de los varones: como seres proveedores en lo económico, racionales (altísimo valor para la modernidad) y conquistadores. Este entramado indicaba las bases sobre las que se ordenaban, legitimaban y disciplinaban los lugares de los actores de la desigualdad de género; sosteniendo la importancia del lugar del varón en el régimen patriarcal. Es decir, la asimetría que caracteriza la relación de poder entre varones y mujeres de la modernidad, ubicaba a la mujer en inferioridad de condiciones respecto del varón, delegándola a determinados ámbitos privados y relegándola de muchos protagonismos sociales.
Una de las características principales de este orden es configurar el “dispositivo de la sexualidad moderna” que entrelaza las nociones de: heterosexualidad, homosexualidad y bisexualidad al sexo biológico, al deseo y al género. Se trata entonces de un sistema binario (hombre-mujer, público-privado, fálico-castrado, masculino-femenino) que asigna categorías y roles específicos a los individuos según su sexo biológico y su práctica sexual. Todo este contexto cultural es telón de fondo en la teoría freudiana.
El Género es una construcción social y no la resultante de la separación natural de roles inherentes a la condición biológica de los sujetos. La diferenciación entre los géneros es configurada y delimitada por la estrategia histórico-política de disciplinamiento del cuerpo social e individual propio de las sociedades. El discurso patriarcal y capitalista, las religiones occidentales, y todo un conjunto de representaciones colectivas, reproducen el marco ideológico, político y económico que normativiza y legitima la dinámica de las relaciones entre hombres y mujeres.

Sobre la adolescencia:
El ¨saber hacer con la sexualidad”, posición fantasmática construida durante la niñez, vacilará en la adolescencia, se reformulará y habrá que construir en el mejor de los casos, un nuevo “saber hacer” al respecto, un nuevo lugar en la escena fantasmática para el sujeto. La necesidad de diferenciación, en procura de un lugar propio distinto al niño que fue y diferente a los padres es paralela a la diferenciación en el interior del grupo de pares, para no perderse en la masa. Se trata de una búsqueda de nuevas y propias experiencias. Es este proceso de contundente conmoción de la estructura, cuando se espera que el sujeto pueda descubrir, definir y actuar conforme a su deseo. Diferenciar aquí lo “actuable” por su imposibilidad de procesamiento (lo real), de “aquello que se actúa” por su dificultad de elaborar, es vital para entender cómo los nuevos paradigmas van creando un nuevo sujeto. Se pondrá en juego la oportunidad de elegir, de que el sujeto se juegue un “margen de libertad” respecto de cómo ha quedado su deseo enganchado al deseo del Otro.
Entendemos entonces la complejidad que conlleva la elección sexual puesto que significa “desasirse” no solo del Otro familiar sino también del Otro social/cultural y todos los entramados simbólicos que antecedieron y persistieron junto al sujeto.
El concepto de discurso es fundamental para entender los efectos en la estructuración del género y fue desarrollado por Lacan (1972a) como aquello que permite hacer lazo social: “A fin de cuentas no hay más que eso, el vínculo social. Lo designo con el término de discurso porque no hay otro modo de designarlo desde el momento en que uno se percata de que el vínculo social no se instaura sino anclándose en la forma cómo el lenguaje se sitúa y se imprime, se sitúa en lo que bulle, a saber, en el ser que habla”
Benjamin propone los conceptos de intersubjetividad, complementariedad post-convencional y el de identificaciones plurales. Considera que el desarrollo no es unilineal y que es fundamental que pueda sostenerse la diferencia. “La forma postconvencional más diferenciada de la complementariedad simbólica, que ya no es concreta y proyectiva, requiere el acceso a las capacidades identificatorias flexibles de la vida preedípica”. El objeto mantiene entonces solo una ubicación temporaria en la mente del otro, puesto que cada quien constituye un centro de subjetividad en sí mismo. La relación intersubjetiva no es ni recíproca ni acorde. La tensión se da entre el deseo de cada sujeto de incorporar al otro y el de restringirlo a ser una imago intrapsíquica, una parte de su sí-mismo.
El concepto de la complementariedad postconvencional, Benjamin sienta sus bases en la capacidad psíquica del sujeto para construir un puente simbólico sobre las oposiciones escindidas cuestionadas (falo-castración; masculino-femenino) que se sostienen en la sobreinclusividad preedípica.
En este sentido, el género de una persona sería el resultado de la lógica binaria impuesta culturalmente, en donde el varón edípico discrimina de la representación que tiene de sí mismo todos los aspectos asociados a la fragilidad, la debilidad, etc, proyectando dichas cualidades al campo de lo femenino, de manera que las representaciones y; podríamos agregar “los estigmas” de la pasividad, la debilidad, hacen a la castración, y por ende al campo de lo femenino. Mediante esta lógica sostenida desde el discurso simbólico imperante, se perfilaría lo que tradicionalmente fue esperable para cada género.
El acceso a la educación, la información y la globalización son recursos simbólicos que habilitan a los y las adolescentes al cuestionamiento respecto de su posición sexuada Parafraseando a Lacan, si “La relación sexual no existe” lo que hay son relaciones sociales posibles, y éstas serán -en mayor o en menor medida-, habilitadas o no por el Otro social. La nueva representación de la sexualidad, esta re-novada –y re-nombrada- “Otredad” de la cultura y la sociedad es posible porque está habilitada institucionalmente. Las llamadas “nuevas subjetividades” de nuestros tiempos remiten a una nueva ley, la ley del deseo, proveniente del Otro-Estado que sostiene un orden legal simbólico para su inscripción (en nuestro país con la ley de matrimonio igualitario y la ley de identidad de género).
La necesidad de experimentar nuevas sensaciones con innovadoras experiencias le permite ensayos en el camino hacia el hallazgo de objeto. Lo esencial resulta el logro psíquico que representa que el sujeto pueda tomar un posicionamiento sexual y desde allí logre relacionarse con otro sujeto, reconocido en su alteridad como otro, externo y diferente a sí. El devenir como sujeto sexuado encuentra al adolescente ante su propio real, inmerso en una sociedad en donde la sexualidad no le está totalmente velada sino habilitada y que lo cuestiona desde los nuevos paradigmas de la diversidad, sin obturar su propio deseo en el camino hacia la elección de objeto exogámico.

EL ADULTO DEL PSICOANÁLISIS.

Freud, S.:
1. “El deseo que se figura en el sueño tiene que ser un deseo infantil. Por tanto, en el adulto proviene del Icc; en el niño, en quien la separación y la censura entre Prcc e Icc todavía no existen o sólo están constituyéndose poco a poco, es un deseo incumplido, no reprimido de la vida de vigilia…”.
2. “Otro descubrimiento, mucho más sorprendente, nos dice que de las formaciones anímicas infantiles nada sucumbe en el adulto a pesar de todo el desarrollo posterior. Todos los deseos, mociones pulsionales, modos de reaccionar y actitudes del niño son pesquisables todavía presentes en el hombre maduro, y bajo constelaciones apropiadas pueden salir a la luz nuevamente. No están destruídos, sino situados bajo unas capas que se les han superpuesto, como se ve precisada a decirlo la psicología psicoanalítica con su modo de figuración espacial. Así, se convierte en un carácter del pasado anímico no devorado por sus retoños, como lo es el histórico; persiste junto a lo que devino desde él, sea de una manera sólo virtual o en una simultaneidad real. Prueba de esta aseveración es que el sueño de los hombres normales revive noche tras noche el carácter infantil de estos y reconduce su entera vida anímica a un estadio infantil”

Lacan, J.:
1. “… la familia aparece como un grupo natural de individuos unidos por una doble relación biológica: la generación, que depara los miembros del grupo; las condiciones de ambiente, que postulan el desarrollo de los jóvenes y que mantienen al grupo, siempre que los adultos progenitores aseguren su función”.
2. “… los complejos desempeñan un papel de ‘organizadores’ en el desarrollo psíquico. (…) Complejos, imagos, sentimientos y creencias serán estudiados en relación con la familia y en función del desarrollo psíquico que organizan, desde el niño educado en la familia hasta el adulto que la reproduce”.
3. “…para el muchacho, se trata en la adultez de hacer de hombre… A la luz de esto, que constituye una relación fundamental, debe interrogarse todo lo que en el comportamiento del niño puede interpretarse como orientándose hacia ese hacer de hombre.” (...) “Esto es lo importante: que para hablar de identidad de géneros, que no es otra cosa que lo que acabo de expresar en estos términos, el hombre y la mujer, es claro que la cuestión no se plantea sólo porque eso surja precozmente a partir de que en la edad adulta es destino de los seres parlantes repartirse entre hombre y mujer y para comprender el acento que se pone sobre estas cosas, sobre esta instancia, es necesario darse cuenta que aquello que define al hombre en su relación con la mujer e inversamente, nada nos permite en estas definiciones del hombre y de la mujer abstraerlos por completo de la experiencia parlante, incluso en las instituciones en donde esta experiencia se expresa, a saber el matrimonio”.

Sobre los padres, adultos, del psicoanálisis:
Freud, S.:
1. “El superyó, proveniente del complejo paterno, es el monumento recordatorio de la endeblez y dependencia en que el yo se encontró en el pasado… así como el niño estaba compelido a obedecer a sus progenitores, de la misma manera el yo se somete al imperativo categórico de su super yo”
2. “Franz Alexander (…) ha formulado acertados juicios con respecto a los dos tipos principales de métodos patógenos de educación: la severidad excesiva y el consentimiento. El padre ‘desmedidamente blando e indulgente’ ocasionará en el niño la formación de un superyó hipersevero, porque ese niño, bajo la impresión del amor que recibe, no tiene otra salida para su agresión que volverla hacia adentro. En el niño desamparado, educado sin amor, falta la tensión entre el yo y el superyó, y toda su agresión puede dirigirse hacia afuera. Por lo tanto, si se prescinde de un factor constitucional que cabe admitir, es lícito afirmar que la conciencia moral severa es engendrada por la cooperación de dos influjos vitales: la frustración pulsional que desencadena la agresión, y la experiencia de amor, que vuelve esta agresión hacia adentro y la transfiere al superyó”

Lacan, J.:
1. “…el psiquismo se constituye tanto a través de la imagen del adulto como contra su coacción: ese efecto opera mediante la transmisión del Ideal del yo, y por lo general, como ya hemos dicho, de padre a hijo”.
2. “Las funciones del padre y de la madre… La de la madre: en tanto sus cuidados están signados por un interés particularizado, así sea por la vía de sus propias carencias. La del padre, en tanto que su nombre es el vector de una encarnación de la Ley en el deseo”.
3. "Pero Freud nos revela que es gracias al Nombre-del-Padre que el hombre no permanece atado al servicio sexual de la madre, que la agresión contra el Padre está en el principio de la Ley y que la Ley está al servicio del deseo que ella instituye por la prohibición del incesto".

Castoriadis-Aulagnier, Piera:
1. “Tanto el niño como la niña heredan un deseo de tener hijos. Es cierto, entonces, que el deseo de hijo por parte del padre está íntimamente ligado a anhelos que se relacionaban con la esfera materna y la era de su poder. Cuando se trata de un niño, la anticipación característica de su discurso le transmitirá un anhelo identificatorio –llegar a ser padre-que se vincula a una función que ella no posee y que sólo puede referir a la de su propio padre. En ese sentido, su discurso habla de una función que pasa de padre en padre: su anhelo reúne dos posiciones y dos funciones, la ocupada por su propio padre y la que podrá ocupar el infans como padre futuro. Entre estos dos eslabones se sitúa el padre real del niño, hacia el cual este último dirigirá su mirada para intentar saber lo que significa el término padre y cuál es el sentido del concepto “función paterna”.
De ese modo, la significación “función paterna” será enmarcada por tres referentes: a) la interpretación que la madre se ha hecho acerca de la función de su propio padre; b) la función que el niño asigna a su padre y la que la madre atribuye a este último; c) lo que la madre desea trasmitir acerca de esta función y lo que pretende prohibir acerca de ella.
Se deduce de ello que el anhelo materno, que el niño hereda, condensa dos relaciones libidinales: la que la madre había establecido con la imagen paterna y la que vive con aquel a quien, efectivamente, le dio un hijo. Que el niño llegue a ser padre, puede referirse tanto a la esperanza de que se repita la función del padre de ella como a la esperanza de que el niño retome por cuenta propia la función del padre de él.
Si situamos esta pareja en nuestra cultura, comprobamos que, si de acuerdo con la expresión de Lacan la madre es el primer representante del Otro en la escena de lo real, el padre, en esta misma escena, es el primer representante de los otros o del discurso de los otros.
Nuestra cultura propone un modelo de la función materna, una ley que decide en qué condiciones el hombre puede o no dar su nombre, las reglas y prestaciones que exige el sistema de parentesco; este conjunto de prescripciones instaura un modelo de la relación de la pareja parental y de su relación con el niño, en el que el padre hereda un poder de jurisdicción. En la estructura familiar de nuestra cultura, el padre representa al que permite a la madre designar, en relación con el niño y en la escena de lo real, un referente que garantice que su discurso, sus exigencias, sus prohibiciones no son arbitrarias, y se justifican por su adecuación a un discurso cultural que le delega el derecho y el deber de trasmitirlos. La referencia al padre es la más apta para testimoniar ante el niño que se trata, efectivamente, de una delegación y no de un poder abusivo y autárquico: en efecto, también en este caso observamos el rasgo específico del funcionamiento psíquico que determina que el conocimiento, o el reconocimiento, sea precedido por una precatectización de lo que luego se reconocerá…
Aquel que podrá convertirse en padre reconoce en un primer momento al representante de esta función en aquel a quien el discurso de la madre le designa como tal, pero también (olvidarlo sería un grave error) en el discurso efectivo pronunciado por la voz paterna. En el encuentro con el padre es posible diferenciar dos momentos y dos experiencias: 1) el encuentro con la voz del padre (si nos situamos del lado del niño) y el acceso a la paternidad (si nos referimos al padre); 2) el deseo del padre, entendiendo por ello tanto el deseo del niño por el padre como el del padre por el niño.”
2. “…el contexto que caracteriza a la paternidad:
• La incertidumbre para el padre de su rol procreador. La duda es siempre posible; la certeza de paternidad no pude referirse a la relación carnal de la madre.
• La paternidad está directamente ligada a una designación que, en nombre de la ley, rotula a aquel o aquellos que pueden ser llamados padres. Ello explica que en algunas culturas el rol procreador del padre puede no ser reconocido, ya que en ellas el hombre se convierte en el puro intermediario entre la mujer y el espíritu que la fecunda.
• En el niño, el padre encuentra la prueba de que su propia madre le ha trasmitido un anhelo referente a su función y las leyes de su trasmisión. De deduce de ello que el niño constituye para el padre un signo y una prueba de la función fálica de su propio pene.
• Al darle el hijo, su mujer le muestra el deseo que tiene de trasmitir una función que pasa de padre en padre. Al aceptar este don, el hombre puede considerar, finalmente, que su deuda frente a su propio padre ha sido pagada, deuda cuya carga recae ahora sobre su hijo. Como eco a la voz materna y gracias a su presencia, resuena el discurso de los padres, serie de enunciados que, al trasmitirse, asegura la permanencia de la ley que rige el sistema de parentesco.”
“En la relación padre-hijo, la muerte estará doblemente presente: el padre del padre, en efecto, es aquel que en una época lejana se ha querido matar, y el hijo propio, aquel que deseará la muerte de uno. Este doble deseo de muerte sólo puede ser reprimido gracias a la conexión que se establece entre muerte y sucesión y entre transmisión de la ley y aceptación de la muerte. Será necesario que el deseo de muerte, reprimido en el padre, sea reemplazado por el anhelo consciente de que su hijo legue a ser, no aquel que lo arranque de su lugar, sino aquel a quien se le da el derecho a ejercer una misma función en un tiempo futuro. Lo que ofrece el padre a través de la mediación se su nombre es un derecho de herencia sobre estos dones para que se los legue a otro hijo. De ese modo enuncia la aceptación de su propia muerte. Mientras el padre ocupa su lugar, entre el sujeto y la muerte hay un padre que, a través de su muerte, pagará su tributo a la vida: después de su muerte, es el propio sujeto quien deberá pagar con su muerte el derecho a la vida de los demás.
En la relación del padre con la hija las cosas serán diferentes: ella corre menos peligro de suscitar en el padre el anhelo de odio reprimido. Por otra parte, a su muerte no es ella la que ocupará su lugar sino, eventualmente, su hijo. La relación del padre con la hija comporta una menor rivalidad directa. Lo demuestra la posibilidad que ella tiene de anular la vigilancia de la censura. En algunos casos, el presentimiento del padre de que el anhelo de la niña, contrariamente al del varón, será seducirlo y no matarlo, parece favorecer en él el deseo de ser seducido, deseo que, visto el desfasaje de edad, le parece “inocente”. Ello determina una especie de erotización, más o menos larvada, de la relación, con el peligro de que lo latente pueda convertirse en manifiesto. Se explica así la mayor frecuencia del incesto en el caso de esta pareja que en el de la constituida por la madre y el hijo, originado en la irrupción en lo consciente de un deseo que convierte a la niña en la que permite, bajo forma invertida, realizar el anhelo incestuoso. Al no haber podido despojar al padre de la madre, despojará a los hombres de su hija. Si volvemos a la relación padre-hijo, diremos que sólo el hijo le puede garantizar que la ley y la función paternas tienen un sentido.”
“El niño es aquel a quien se le demuestra que aceptar la castración es tener acceso al lugar en el cual, al convertirse en el referente de la ley sobre el incesto, se descubre que nunca estuvo en juego la posibilidad de castrarlo, que sus temores eran imaginarios. Pero el acceso a ese lugar exige que el sujeto se descubra mortal: reconocer el valor de lo que se debe trasmitir supone el conocimiento de que sólo se existe temporariamente, de que sólo se es el ocupante transitorio de un lugar que otro había ocupado y que otro ocupará después de uno. Para concluir, diremos que:
• El deseo del padre catectiza al niño, no como un equivalente fálico (como se podría decir en relación con la mujer, pese a lo somero de esta afirmación), sino como signo de que su propio padre no lo ha ni castrado ni odiado. De allí deriva la importancia de la prueba que le proporciona el hijo acerca de la función fálica de su pene.
• A este precio, el padre reconocerá que morirá, no a causa del odio del hijo ni para ser castigado por su odio hacia su padre, sino a causa de que, al aceptar reconocerse como sucesor y reconocer un sucesor, acepta legar en algún momento su función a este último. Se decide que el deseo del padre apunta al niño como una voz, un nombre, un después: ve en él al que le confirma que la muerte es la consecuencia de una ley universal y no el precio con el que paga su propio deseo de muerte en relación con su padre.”
“Si intentamos formular a grandes rasgos lo que diferencia el deseo de la madre del deseo del padre por el hijo, podemos distinguir las siguientes características:
a. El deseo del padre apunta al hijo como sucesor de su función, lo proyecta más rápidamente a su lugar de futuro sujeto. Desde un primer momento, privilegia en el hijo el poder paterno y el poder de filiación futura.
b. El narcisismo proyectado por el padre sobre el hijo se apoyará, en mayor medida que el de la madre, en valores culturales.
El pasaje del niño al estado de adulto será experimentado en menor medida como una separación o una pérdida por el padre que por la madre. A menudo, incluso, lo que se observa es lo opuesto. A través del hijo, lo que el padre catectiza es el sujeto futuro que al ocupar un lugar análogo al suyo en el registro de la función. Le ofrece un reaseguro en lo referente a su función paterna y a su rol de transmisor de la ley. Pero se observan también los riesgos de una relación semejante y la rivalidad que suscita…”

EL MALESTAR EN EL CULTURA.

El hombre común entiende por su religión: el sistema de doctrinas y promesas que por un lado le esclarece con envidiable exhaustividad los enigmas de este mundo, y por otro le asegura que una cuidadosa Providencia vela por su vida y resarcirá todas las frustraciones padecidas en el más acá. El hombre común no puede representarse esta Providencia sino en la persona de un Padre.
La vida, como nos es impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles. Para soportarla, no
podemos prescindir de calmantes. Los hay, quizá, de tres clases: a. poderosas distracciones, que nos hagan
valuar en poco nuestra miseria; b. satisfacciones sustitutivas, que la reduzcan, y c. sustancias embriagadoras que nos vuelvan insensibles a ellas. Una tal distracción es también la actividad científica. Las satisfacciones sustitutivas, como las que ofrece el arte, son ilusiones respecto de la realidad. Las sustancias embriagadoras influyen sobre nuestro cuerpo, alteran su quimismo. No es sencillo indicar el puesto de la religión dentro de esta serie. Tendremos que proseguir nuestra busca.
Los seres humanos quieren alcanzar la dicha, conseguir la felicidad y mantenerla. Esta aspiración tiene dos costados, una
meta positiva y una negativa: por una parte, quieren la ausencia de dolor y de displacer; por la otra, vivenciar intensos sentimientos de placer.
Es simplemente, el programa del principio de placer el que fija su fin a la vida. Ya nuestra constitución, pues, limita nuestras posibilidades de dicha. Desde tres lados amenaza el sufrimiento: a. desde el cuerpo propio, que, destinado a la ruina y la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma; b. desde el mundo exterior, que puede abatir sus furias sobre nosotros con fuerzas hiperpotentes, despiadadas, destructoras; por fin, c. desde los vínculos con otros seres humanos.
Una soledad buscada, mantenerse alejado de los otros, es la protección más inmediata que uno puede procurarse contra las penas que depare la sociedad de los hombres. Bien se comprende: la dicha que puede alcanzarse por
este camino es la del sosiego. Del temido mundo exterior no es posible protegerse excepto extrañándose de él de algún modo, si es que uno quiere solucionar por sí solo esta tarea. Hay por cierto otro camino, un camino mejor: como miembro de la comunidad, y con ayuda de la técnica guiada por la ciencia, pasar a la ofensiva contra la naturaleza y someterla a la voluntad del hombre. Entonces se trabaja con todos para la dicha de todos. Empero, los métodos más interesantes de precaver el sufrimiento son los que procuran influir sobre el propio organismo. Es que al fin todo sufrimiento es sólo sensación, no subsiste sino mientras lo sentimos, y sólo lo sentimos a consecuencia de ciertos dispositivos de nuestro organismo. El método más tosco, pero también el más eficaz, la intoxicación nos procura sensaciones directamente placenteras, nos vuelven incapaces de recibir mociones de displacer. Ambos efectos no sólo son simultáneos; parecen ir estrechamente enlazados entre sí. Pero también dentro de nuestro quimismo propio deben de existir sustancias que provoquen parecidos efectos. Bien se sabe que con ayuda de los «quitapenas» es posible sustraerse en cualquier momento de la presión de la realidad y refugiarse en un mundo propio, que ofrece mejores condiciones de sensación. Es notorio que esa propiedad de los medios embriagadores determina justamente su carácter peligroso y dañino. Así como satisfacción pulsional equivale a dicha, así también es causa de grave sufrimiento cuando el mundo exterior nos deja en la indigencia, cuando nos rehusa la saciedad de nuestras necesidades. Por tanto, interviniendo sobre estas mociones pulsionales uno puede esperar liberarse de una parte del sufrimiento. Este modo de defensa frente al padecer ya no injiere en el aparato de la sensación; busca enseñorearse de las fuentes internas de las necesidades. De manera extrema, es lo que ocurre cuando se matan las pulsiones. Si se lo consigue, entonces se ha resignado toda otra actividad, para recuperar, por otro camino, sólo la dicha del sosiego. Con metas más moderadas, es la misma vía que se sigue cuando uno se limita a proponerse el gobierno sobre la propia vida pulsional. Las que entonces gobiernan son las instancias psíquicas más elevadas, que se han sometido al principio de realidad. Así, en modo alguno se ha resignado el propósito de la satisfacción; no obstante, se alcanza cierta protección del sufrimiento por el hecho de que la insatisfacción de las pulsiones sometidas no se sentirá tan dolorosa como la de las no inhibidas. Pero a cambio de ello, es innegable que sobreviene una reducción de las posibilidades de goce. El sentimiento de dicha provocado por la satisfacción de una pulsión silvestre, no domeñada por el yo, es incomparablemente más intenso que el obtenido a raíz de la saciedad de una pulsión enfrenada. Aquí encuentra una explicación económica el carácter incoercible de los impulsos perversos, y acaso también el atractivo de lo prohibido como tal. Otra técnica para la defensa contra el sufrimiento se vale de los desplazamientos libidinales que nuestro aparato anímico consiente, y por los cuales su función gana tanto en flexibilidad. Nos aparecen «más finas y superiores», pero su intensidad está amortiguada por comparación a la que produce saciar mociones pulsionales más groseras, primarias; no conmueven nuestra corporeidad. Ahora bien, los puntos débiles de este método residen en que no es de aplicación universal.
En él se afloja aún más el nexo con la realidad; la satisfacción se obtiene con ilusiones admitidas como tales, pero sin que esta divergencia suya respecto de la realidad efectiva arruine el goce. El ámbito del que provienen estas ilusiones es el
de la vida de la fantasía; en su tiempo, cuando se consumó el desarrollo del sentido de la realidad, ella fue sustraída expresamente de las exigencias del examen de realidad y quedó destinada al cumplimiento de deseos de difícil realización. Cimero entre estas satisfacciones de la fantasía está el goce de obras de arte, accesible, por mediación del artista, aun para quienes no son creadores. Las personas sensibles al influjo del arte nunca lo estimarán demasiado como fuente de placer y consuelo en la vida. Empero, la débil narcosis que el arte nos causa no puede producir más que una sustracción pasajera de los apremios de la vida; no es lo bastante intensa para hacer olvidar una miseria objetiva {real}.
Hay otro procedimiento más enérgico y radical. Discierne el único enemigo en la realidad, que es la fuente de todo padecer y con la que no se puede convivir; por eso es preciso romper todo vínculo con ella, si es que uno quiere ser dichoso en algún sentido. El eremita vuelve la espalda a este mundo, no quiere saber nada con él. Pero es posible hacer algo más: pretender recrearlo, edificar en su remplazo otro donde sus rasgos más insoportables se hayan eliminado y sustituido en el sentido de los deseos propios. Por regla general, no conseguirá nada quien emprenda este camino hacía la dicha en sublevación desesperada; la realidad efectiva es demasiado fuerte para él. Se convierte en un delirante que casi nunca halla quien lo ayude a ejecutar su delirio. Empero, se afirmará que cada uno de nosotros se comporta en algún punto
como el paranoico, corrige algún aspecto insoportable del mundo por una formación de deseo e introduce este delirio en lo objetivo. No podemos menos que caracterizar como unos tales delirios de masas a las religiones de la humanidad.
Técnica del arte de vivir. También aspira a independizarnos del «destino» y, con tal propósito, sitúa la satisfacción en procesos anímicos internos; para ello se vale de la ya mencionada desplazabilidad de la libido, pero no se extraña
del mundo exterior, sino que, al contrario, se aferra a sus objetos y obtiene la dicha a partir de un vínculo de sentimiento con ellos. Tampoco se da por contento con la meta de evitar displacer, fruto por así decir de un resignado cansancio; más bien no hace caso de esa meta y se atiene a la aspiración originaria, apasionada, hacia un cumplimiento positivo de la dicha. Y quizá se le aproxime efectivamente más que cualquier otro método. Me estoy refiriendo, desde
luego, a aquella orientación de la vida que sitúa al amor en el punto central, que espera toda satisfacción del hecho de amar y ser-amado.
El programa que nos impone el principio de placer, el de ser felices, es irrealizable; empero, no es lícito resignar los empeños por acercarse de algún modo a su cumplimiento. Para esto pueden emprenderse muy diversos caminos, anteponer el contenido positivo de la meta, la ganancia de placer, o su contenido negativo, la evitación de displacer. Por ninguno de ellos podemos alcanzar todo lo que anhelamos. Discernir la dicha posible en ese sentido moderado es un
problema de la economía libidinal del individuo. Sobre este punto no existe consejo válido para todos; cada quien tiene que ensayar por sí mismo la manera en que puede alcanzar la bienaventuranza. Los más diversos factores intervendrán para indicarle el camino de su opción. Lo que interesa es cuánta satisfacción real pueda esperar del mundo exterior y la
medida en que sea movido a independizarse de él; en último análisis, por cierto, la fuerza con que él mismo crea contar para modificarlo según sus deseos. Ya en esto, además de las circunstancias externas, pasará a ser decisiva la constitución psíquica del individuo. Si es predominantemente erótico, antepondrá los vínculos de sentimiento con otras personas; si
tiende a la autosuficiencia narcisista, buscará las satisfacciones sustanciales en sus procesos anímicos internos; el hombre de acción no se apartará del mundo exterior, que le ofrece la posibilidad de probar su fuerza (. En el caso de quien tenga una posición intermedia entre estos tipos, la índole de sus dotes y la medida de sublimación de pulsiones que
pueda efectuar determinarán dónde haya de situar sus intereses. Toda decisión extrema será castigada, exponiéndose el individuo a los peligros que conlleva la insuficiencia de la técnica de vida elegida con exclusividad.
Quien en una época posterior de su vida vea fracasados sus empeños por obtener la dicha, hallará consuelo en la ganancia de placer de la intoxicación crónica, o emprenderá el desesperado intento de rebelión de la psicosis. La religión perjudica este juego de elección y adaptación imponiendo a todos por igual sucamino para conseguir dicha y protegerse del sufrimiento. Su técnica consiste en deprimir el valor de la vida y en desfigurar de manera delirante la imagen del mundo real, lo cual presupone el amedrentamiento de la inteligencia. A este precio, mediante la violenta fijación a un
infantilismo psíquico y la inserción en un delirio de masas, la religión consigue ahorrar a muchos seres humanos la neurosis individual. Pero difícilmente obtenga algo más; según dijimos, son muchos los caminos que pueden llevar a la felicidad tal como es asequible al hombre, pero ninguno que lo guíe con seguridad hasta ella. Tampoco la religión puede mantener su promesa. Cuando a la postre el creyente se ve precisado a hablar de los «inescrutables designios» de Dios, no hace sino confesar que no le ha quedado otra posibilidad de consuelo ni fuente de placer en el padecimiento que la sumisión incondicional. Y toda vez que está dispuesto a ella, habría podido ahorrarse, verosímilmente, aquel rodeo.

CARÁCTER Y EROTISMO ANAL.

Las personas que me propongo describir sobresalen por mostrar, en reunión regular, las siguientes tres cualidades: son particularmente ordenadas, ahorrativas y pertinaces. Cada uno de estos términos abarca en verdad un pequeño grupo o serie de rasgos de carácter emparentados entre sí. «Ordenado» incluye tanto el aseo corporal como la escrupulosidad en el cumplimiento de pequeñas obligaciones y la formalidad. Lo contrario sería: desordenado, descuidado. El carácter ahorrativo puede aparecer extremado hasta la avaricia; la pertinacia acaba en desafío, al que fácilmente se anudan la inclinación a la ira y la manía de venganza. Las dos cualidades mencionadas en último término -el carácter ahorrativo y la pertinacia- se entraman con mayor firmeza entre sí que con la primera, el carácter «ordenado»; son también la pieza más constante de todo el complejo, no obstante lo cual me parece innegable que las tres se copertenecen.
De la historia de estas personas en su primera infancia se averigua con facilidad que les llevó un tiempo relativamente largo gobernar la incontinencia fecal y aun en años posteriores de la niñez tuvieron que lamentar fracasos aislados de esta función. Parecen haber sido de aquellos lactantes que se rehusan a vaciar el intestino cuando los ponen en la bacinilla, porque extraen de la defecación una ganancia colateral de placer; en efecto, indican que todavía años más tarde les deparó contento retener las heces, y recuerdan, si bien antes y más fácilmente acerca de sus hermanitos que de su persona propia, toda clase de ocupaciones inconvenientes con la caca que producían. De esas indicaciones inferimos, en su constitución sexual congénita, un resalto erógeno hipernítido de la zona anal; pero como concluida la niñez no se descubre en estas personas nada de tales flaquezas y originalidades, nos vemos precisados a suponer que la zona anal ha perdido su significado erógeno en el curso del desarrollo, y luego conjeturamos que la constancia de aquella tríada de cualidades de su carácter puede lícitamente ser puesta en conexión con el consumo del erotismo anal.
Hacia la época de la vida que es lícito designar como «período de latencia sexual», desde el quinto año cumplido hasta las primeras exteriorizaciones de la pubertad (en torno del undécimo año), se crean en la vida anímica, a expensas de estas excitaciones brindadas por las zonas erógenas, unas formaciones reactivas, unos poderes contrarios, .como la vergüenza, el asco y la moral, que a modo de unos diques se contraponen al posterior quehacer de las pulsiones sexuales. Ahora bien: el erotismo anal es uno de esos componentes de la pulsión que en el curso del desarrollo y en el sentido de nuestra actual educación cultural se vuelven inaplicables para metas sexuales; y esto sugiere discernir en esas cualidades de carácter que tan a menudo resaltan en quienes antaño sobresalieron por su erotismo anal -vale decir, orden, ahorratividad y pertinacia- los resultados más inmediatos y constantes de la sublimación de este.
Los nexos más abundantes son los que se presentan entre los complejos, en apariencia tan dispares, del interés por el dinero y de la defecación. En efecto, como es bien sabido para todo médico que ejerza el psicoanálisis, las constipaciones más obstinadas y rebeldes de neuróticos, llamadas habituales, pueden eliminarse por este camino. El asombro que esto pudiera provocar disminuye si se recuerda que esta función ha demostrado responder también, de manera parecida, a la sugestión hipnótica. Ahora bien, en el psicoanálisis sólo se obtiene ese efecto cuando se toca en el paciente el complejo relativo al dinero, moviéndolo a que lo lleve a su conciencia con todo lo que él envuelve. Podría creerse que aquí la neurosis no hace más que seguir un indicio del lenguaje usual, que llama «roñosa», «mugrienta» a una persona que se aferra al dinero demasiado ansiosamente. Es fama que el dinero que el diablo obsequia a las mujeres con quienes tiene comercio se muda en excremento después que él se ausenta, y el diablo no es por cierto otra cosa que la personificación de la vida pulsional inconciente reprimida. Por tanto, si la neurosis obedece al uso lingüístico, toma aquí como en otras partes las palabras en su sentido originario, pleno de significación; y donde parece dar expresión figural a una palabra, en la generalidad de los casos no hace sino restablecer a esta su antiguo significado.
Es posible que la oposición entre lo más valioso que el hombre ha conocido y lo menos valioso que él arroja de sí como desecho haya llevado a esta identificación condicionada entre oro y caca.
Si los nexos aquí aseverados entre el erotismo anal y aquella tríada de cualidades de carácter tienen por base un hecho objetivo, no será lícito esperar una modelación particular del «carácter anal» en personas que han preservado para sí en la vida madura la aptitud erógena de la zona anal; por ejemplo, ciertos homosexuales. Si no estoy errado, la experiencia armoniza bien en la mayoría de los casos con esta conclusión.
Sería preciso considerar, en general, si otros complejos de carácter no permitirán discernir su pertenencia a las excitaciones de determinadas zonas erógenas. En ese sentido, hasta ahora sólo he tenido noticia sobre la desmedida, «ardiente», ambición de los otrora enuréticos. Por lo demás, es posible indicar una fórmula respecto de la formación del carácter definitivo a partir de las pulsiones constitutivas: los rasgos de carácter que permanecen son continuaciones inalteradas de las pulsiones originarias, sublimaciones de ellas, o bien formaciones reactivas contra ellas.

PULSIONES Y DESTINOS DE PULSIONES.
P. 121-122
Tendremos que circunscribir a las pulsiones sexuales, mejor conocidas por nosotros, la indagación de los destinos que las pulsiones pueden experimentar en el curso de su desarrollo. La observación nos enseña a reconocer, como destinos de pulsión de esa índole, los siguientes:
a. El trastorno hacia lo contrario.
b. La vuelta hacía la persona propia.
c. La represión.
d. La sublimación.
Los destinos de pulsión pueden ser presentados también como variedades de la defensa contra las pulsiones.
El trastorno hacia lo contrario se resuelve, ante una consideración más atenta, en dos procesos diversos: la vuelta de una pulsión de la actividad a la pasividad, y el trastorno en cuanto al contenido. Por ser ambos procesos de naturaleza diversa, también ha de tratárselos por separado.
Ejemplos del primer proceso brindan los pares de opuestos sadismo-masoquismo y placer de ver-exhibición. El trastorno sólo atañe a las metas de la pulsión; la meta activa es remplazada por la pasiva -ser mirado- El trastorno en cuanto al contenido se descubre en este único caso: la mudanza del amor en odio.
La vuelta hacia la persona propia se nos hace más comprensible si pensamos que el masoquismo es sin duda un sadismo vuelto hacia el yo propio, y la exhibición lleva incluido el mirarse el cuerpo propio. La observación analítica no deja subsistir ninguna duda en cuanto a que el masoquista goza compartidamente la furia que se abate sobre su persona, y el exhibicionista, su desnudez. Lo esencial en este proceso es entonces el cambio de vía del objeto, manteniéndose inalterada la meta.
En cuanto al par de opuestos sadismo-masoquismo, el proceso puede presentarse del siguiente modo:
a. El sadismo consiste en una acción violenta, en una afirmación de poder dirigida a otra persona como objeto.
b. Este objeto es resignado y sustituido por la persona propia. Con la vuelta hacía la persona propia se ha consumado también la mudanza de la meta pulsional activa en una pasiva.
c. Se busca de nuevo como objeto una persona ajena, que, a consecuencia de la mudanza sobrevenida en la meta, tiene que tomar sobre sí el papel de sujeto.
El caso c es el del masoquismo, como comúnmente se lo llama. La satisfacción se obtiene, también en él, por el camino del sadismo originario, en cuanto el yo pasivo se traslada en la fantasía a su puesto anterior, que ahora se deja al sujeto ajeno. El supuesto de la etapa b no es superfluo, como lo revela la conducta de la pulsión sádica en la neurosis obsesiva. Aquí hallamos la vuelta hacia la persona propia sin la pasividad hacia una nueva. La mudanza llega sólo hasta la etapa b. De la manía de martirio se engendran automartirio, autocastigo, no masoquismo.
P. 132
La palabra «amar» se instala entonces, cada vez más, en la esfera del puro vínculo de placer del yo con el objeto, y se fija en definitiva en los objetos sexuales en sentido estricto y en aquellos objetos que satisfacen las necesidades de las pulsiones sexuales sublimadas.
Y aun puede afirmarse que los genuinos modelos de la relación de odio no provienen de la vida sexual, sino de la lucha del yo por conservarse y afirmarse. Amor y odio, que se nos presentan como tajantes opuestos materiales, no mantienen entre sí, por consiguiente, una relación simple. No han surgido de la escisión de algo común originario, sino que tienen orígenes diversos, y cada uno ha recorrido su propio desarrollo antes que se constituyeran como opuestos bajo la influencia de la relación placer-displacer.
El amor proviene de la capacidad del yo para satisfacer de manera autoerótica, por la ganancia de un placer de órgano, una parte de sus mociones pulsionales. Etapas previas del amar se presentan como metas sexuales provisionales en el curso del complicado desarrollo de las pulsiones sexuales. Discernimos la primera de ellas en el incorporar o devorar, una modalidad del amor compatible con la supresión de la existencia del objeto como algo separado, y que por tanto puede denominarse ambivalente. Sólo con el establecimiento de la organización genital el amor deviene el opuesto del odio.
El odio es, como relación con el objeto, más antiguo que el amor; brota de la repulsa primordial que el yo narcisista opone en el comienzo al mundo exterior prodigador de estímulos.

EL YO Y EL ELLO.
P. 48-49
Castigo tiene que haber, aunque no recaiga sobre el culpable. Fue en los desplazamientos del proceso primario dentro del trabajo del sueño donde notamos por primera vez esa misma laxitud. En ese caso eran los objetos los relegados a un segundo plano; en e! que ahora consideramos serían los caminos de la acción de descarga. Más parecido, más afín al yo sería el persistir con mayor exactitud en la selección del objeto así como de la vía de descarga. Si esta energía de desplazamiento es libido desexualizada, es lícito llamarla también sublimada, pues seguiría perseverando en el propósito principal del Eros, el de unir y ligar, en la medida en que sirve a la produción de aquella unicidad por la cual -o por la pugna hacia la cual- . el yo se distingue.
Recordamos el otro caso, en que este yo tramita las primeras investiduras de objeto del ello, acogiendo su libido en el yo y ligándola a la alteración del yo producida por identificación. Esta trasposición de libido erótica en libido yoica conlleva, desde luego, una resignación de las metas sexuales, una desexualización. Comoquiera que fuese, adquirimos la intelección de una importante operación del yo en su nexo con el Eros. Al apoderarse así de la libido de las investiduras de objeto, al arrogarse la condición de único objeto de amor, desexualizando o sublimando la libido del ello, trabaja en contra de los propósitos del Eros, se pone al servicio de las mociones pulsionales enemigas. En cambio, tiene que dar su consentimiento a otra parte de las investiduras de objeto del ello, acompañarlas, por así decir.
Ahora habría que emprender una importante ampliación en la doctrina del narcisismo. Al principio, toda libido está acumulada en el ello, en tanto el yo se encuentra todavía en proceso de formación o es endeble. El ello envía una parte de esta libido a investiduras eróticas de objeto, luego de lo cual el yo fortalecido procura apoderarse de esta libido de objeto e imponerse al ello como objeto de amor. Por lo tanto, el narcisismo del yo es un narcisismo secundario, sustraído de los objetos. Las pulsiones de muerte son, en lo esencial, mudas, y casi todo el alboroto de la vida parte del Eros.
Es imposible rechazar la intuición de que el principio de placer sirve al ello como una brújula en la lucha contra la libido, que introduce perturbaciones en el decurso vital. Son las exigencias del Eros, de las pulsiones sexuales, las que, como necesidades pulsionales, detienen la caída del nivel e introducen nuevas tensiones. El ello, guiado por el principio de placer, o sea por la percepción del displacer, se defiende de esas necesidades por diversos caminos. En primer lugar, cediendo con la mayor rapidez posible a los reclamos de la libido no desexualizada, esto es, pugnando por la satisfacción de las aspiraciones directamente sexuales. De manera más vasta, en la medida en que a raíz de una. de estas satisfacciones, en que se conjugan todas las exigencias parciales, libra las sustancias sexuales, que son, por así decir, portadores saturados de las tensiones eróticas.
P. 55
Desde el punto de vista de la limitación de las pulsiones, esto es, de la moralidad, u no puede decir: El ello es totalmente amoral, el yo se empeña por ser moral, el superyo puede ser hipermoral y, entonces, volverse tan cruel como únicamente puede serlo el ello. Es asombroso que el ser humano, mientras más limita su agresión hacia afuera, tanto más severo -y por ende más agresivo- se torna en su ideal del yo. A la consideración ordinaria le parece lo inverso: ve en el reclamo del ideal del yo el motivo que lleva a sofocar la agresión. Pero el hecho es tal como lo hemos formulado: Mientras más un ser humano sujete su agresión, tanto más aumentará la inclinación de su ideal a agredir a su yo.
El superyó se ha engendrado, sin duda, por una identificación con el arquetipo paterno. Cualquier identificación de esta índole tiene el carácter de una desexualización o, aun, de una sublimación. Y bien; parece que a raíz de una tal trasposición se produce también una des mezcla de pulsiones. Tras la sublimación, el componente erótico ya no tiene más la fuerza para ligar toda la destrucción aleada con él, y esta se libera como inclinación de agresión y destrucción. Sería de esta desmezcla, justamente, de donde el ideal extrae todo el sesgo duro y cruel del imperioso deber ser.

 

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