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Hist. Ec. y Soc. Gral. Resumen de los temas del 2do Parcial Cátedra: Ferronato  2005  Altillo.com

Texto 1- La era del Imperio, Capitulo 3

I

Ritmo de la economía à determinado por los países capitalistas desarrollados o en proceso de desarrollo existentes en su seno à grandes probabilidades de convertirse en un mundo en que los países avanzados dominaran a los atrasados: en un mundo imperialista. à Pero paradójicamente à período de 1875-1914 à era del imperio à

1) se desarrolló un nuevo tipo de imperialismo: el imperio colonial.

2) fue el período de la historia moderna en que hubo mayor número de gobernantes que se auto titulaban oficialmente “emperadores”o que eran considerados por los diplomáticos occidentales como merecedores de ese título.

La supremacía económica y militar de los países capitalistas no había sufrido un desafío serio desde hacía mucho tiempo. Entre 1880-1914 se realizó el intento por convertir esa supremacía en una conquista, anexión y administración formales y la mayor parte del mundo ajeno a Europa y al continente americano fue dividido formalmente en territorios que quedaron bajo el gobierno formal o bajo el dominio político informal de uno u otro de una serie de estados, fundamentalmente el Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, los Países Bajos, Bélgica, los Estado Unidos y Japón. Las víctimas de ese proceso fueron los antiguos imperios preindustriales supervivientes de España y Portugal, el primero más que el segundo. La mayor parte de los grandes imperios tradicionales de Asia se mantuvieron independientes, aunque las potencias occidentales establecieron en ellos “zonas de influencia” o incluso una administración directa que en algunos casos cubrían todo el territorio.

Dos grandes zonas del mundo fueron totalmente divididas por razones prácticas: África y el Pacífico. En 1914 el continente americano era un conjunto de repúblicas soberanas, con la excepción de Canadá, las islas del Caribe y algunas zonas del litoral caribeño. Nadie dudaba de que desde el punto de vista económico fueran dependencias del mundo desarrollado. En Americana Latina, la dominación económica y las presiones políticas necesarias se realizaban sin una conquista formal.

Este reparto del mundo entre un número reducido de estados era la expresión más espectacular de la progresiva división del globo entre fuertes y débiles, avanzados y atrasados. Entre 1876-1915, aproximadamente una cuarta parte de la superficie del planeta fue distribuida o redistribuida en forma de colonias entre media docena de estados.

Opinión de los analistas respecto al fenómeno de la era:

a) Observadores heterodoxos: lo vieron como nueva fase en el modelo general del desarrollo nacional e internacional en la que consideraron que la creación de imperios coloniales era simplemente uno de sus aspectos. Analizaban más específicamente esa nueva era como una nueva fase del desarrollo capitalista, que surgía de diversas tendencias que creían advertir en ese proceso.

b) Observadores ortodoxos: se abría una nueva era de expansión nacional en la que era imposible separar con claridad los elementos políticos y económicos y en la que el estado desempeñaba un papel cada vez más activo y fundamental tanto en los asuntos domésticos como en el exterior.

De cualquier forma, el colonialismo era el aspecto más aparente del cambio en la situación del mundo. Los emperadores y los imperios eran instituciones antiguas, pero el imperialismo era un fenómeno totalmente nuevo. El término se incorporó a la política británica a partir de 1870 y a finales de ese decenio era considerado todavía como un neologismo. La utilización del término se generalizó recién en 1890. El imperialismo se consideraba como una novedad y como tal fue analizado.

El punto esencial del análisis leninista era que el nuevo imperialismo tenía sus raíces económicas en una nueva fase específica del capitalismo, que, entre otras cosas, conducía a “la división territorial del mundo entre las grandes potencias capitalistas” en una serie de colonias formales e informales y de esferas de influencia. Las rivalidades existentes entre los capitalistas que fueron causa de esa división engendraron también la primera guerra mundial.

Análisis no marxistas del imperialismo à establecían conclusiones opuestas a las de los marxistasà

1) Negaban la conexión específica entre el imperialismo de finales del siglo XIX y del siglo XX con el capitalismo general y con la fase concreta del capitalismo que pareció surgir a finales del siglo XIX.

2) Negaban que el imperialismo tuviera raíces económicas importantes, que beneficiaría económicamente a los países imperialistas y, asimismo, que la explotación de las zonas atrasadas fuera fundamental para el capitalismo y que hubiera tenido efectos negativos sobre las economías coloniales.

3) Afirmaban que el imperialismo no desembocó en rivalidades insuperables entre las potencias imperialistas y que no había tenido consecuencias decisivas sobre el origen de la primera guerra mundial.

4) Rechazando las explicaciones económicas, se concentraban en los aspectos psicológicos, ideológicos, culturales y políticos, aunque por lo general evitando cuidadosamente el terreno resbaladizo de la política interna

5) Tendían también a hacer hincapié en las ventajas que habían supuesto para las clases gobernantes de las metrópolis la política y la propaganda imperialista que entre otras cosas, sirvieron para contrarrestar el atractivo que los movimientos obreros de masas ejercían sobre las clases trabajadoras.

El inconveniente de los escritos antiimperialistas es que no explican la conjunción de procesos económicos y políticos, nacionales e internacionales, de forma que intentaron encontrar una explicación global. Negaban hechos que eran obvios en el momento en que se produjeron y que todavía lo son.

Nadie habría negado en los años de 1890, de que la división del globo tenía una dimensión económica.

El acontecimiento más importante en el siglo XIX es la creación de una economía global, que penetró de forma progresiva en los rincones más remotos del mundo, con un tejido cada vez más denso de transacciones económicas, comunicaciones y movimiento de productos, dinero y seres humanos que vinculaba a los países desarrollados entre sí y con el mundo subdesarrollado. Esta globalización de la economía no era nueva, aunque se había acelerado notablemente en los decenios centrales de la centuria. Continuó incrementándose entre 1875 y 1914.La nueva red de transportes mucho más tupida posibilitó que incluso las zonas más atrasadas y hasta entonces marginales se incorporaran a la economía mundial, y los núcleos tradicionales de riqueza y desarrollo experimentaron un nuevo interés por esas zonas remotas.

La civilización necesitaba ahora el elemento exótico. El desarrollo tecnológico dependía de materias primas que por razones climáticas o por azares de la geología se encontraban exclusiva o muy abundantemente en lugares remotos. El motor de combustión interna, producto típico del período que estudiamos, necesitaba petróleo (procedía casi en su totalidad de los Estados Unidos y de Europa, de Rusia y, en mucho menor medida, de Rumania) y caucho (producto exclusivamente tropical, que se extraía en las selvas del Congo y del Amazonas). Las nuevas industrias del automóvil y eléctricas necesitaban imperiosamente uno de los metales más antiguos, el cobre. Sus principales reservas se hallaban en lo que a finales del siglo XX se denominaría como tercer mundo: Chile, Perú, Zaire, Zambia. Además, existía una constante y nunca satisfecha demanda de metales preciosos que en este período convirtió a Suráfrica en el mayor productor de oro del mundo.

Completamente aparte de las demandas de la nueva tecnología, el crecimiento del consumo de masas en los países metropolitanos significó la rápida expansión del mercado de productos alimenticios. Pero también transformó el mercado de productos conocidos desde hacía mucho tiempo como “productos coloniales” y que se vendían en las tiendas del mundo desarrollado: azúcar, té, café, cacao, y sus derivados. Gracias a la rapidez del transporte y a la conservación, comenzaron a fluir frutas tropicales y subtropicales. Las plantaciones, explotaciones y granjas eran el segundo pilar de las economías imperiales. Los comerciantes y financieros norteamericanos eran el tercero.

De esta manera, el mundo se convirtió en un complejo de territorios coloniales y semicoloniales que progresivamente se convirtieron en productores especializados de uno o dos productos básicos para exportarlos al mercado mundial, de cuya fortuna dependían por completo. Si exceptuamos a los Estados Unidos, ni siquiera las colonias de población blanca se industrializaron (en esta etapa) porque también se vieron atrapadas en la trampa de la especialización internacional.Estos países eran complementos de la economía industrial europea (fundamentalmente la británica) y, por lo tanto, no les convenía -o en todo caso no les convenía a los intereses abocados a la exportación de materias primas- sufrir un proceso de industrialización. La función de las colonias y de las dependencias no formales era la de complementar las economías de las metrópolis y no la de competir con ellas.

Los territorios dependientes que no pertenecían a lo que se ha llamado capitalismo colonizador (blanco) no tuvieron tanto éxito. Su interés económico residía en la combinación de recursos con una mano de obra que por estar formada por “nativos” tenía un coste muy bajo y era barata. Desde su punto de vista, la era imperialista, que comenzó a finales de siglo XIX, se prolongó hasta la gran crisis de 1929-1933. Se mostraron cada vez más vulnerables en el curso de este período, por cuanto su fortuna dependía cada vez más del precio del café, del caucho y del estaño, del cacao del buey o de la lana.

Hasta 1914 las relaciones de intercambio parecían favorecer a los productores de materias primas. Sin embargo, la importancia económica creciente de esas zonas para la economía mundial no explica por qué los principales Estados industriales iniciaron una rápida carrera para dividir el mundo en colonias y esferas de influencia. Del análisis antiimperialista del imperialismo ha sugerido diferentes argumentos que pueden explicar esa actitud. El más conocido de esos argumentos, la presión del capital para encontrar inversiones más favorables que las que se podían realizar en el interior del país, inversiones seguras que no sufrieran la competencia del capital extranjero, es el menos convincente. Dado que las exportaciones británicas de capital se incrementaron vertiginosamente en el último tercio de la centuria y que los ingresos procedentes de esas inversiones tenían una importancia capital para la balanza de pagos británica, era totalmente natural relacionar el “nuevo imperialismo” con las exportaciones de capital. Pero no puede negarse que sólo una muy pequeña parte de ese flujo masivo de capitales acudía a los nuevos imperios coloniales: la mayor parte de las inversiones británicas en el exterior se dirigían a las colonias en rápida expansión y por lo general de población blanca, que pronto serían reconocidas como territorios virtualmente independientes ( Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Suráfrica) y a lo que podríamos llamar territorios coloniales “honoríficos” como Argentina y Uruguay, por no mencionar los Estados Unidos. Además, una parte importante de esas inversiones se realizaba en forma de préstamos públicos a compañías de ferrocarriles y servicios públicos que reportaban rentas más elevadas que las inversiones en la deuda pública británica, pero eran también menos lucrativas que los beneficios del capital industrial en el Reino Unido, naturalmente excepto para los banqueros que organizaban esas inversiones. Se suponía que eran inversiones seguras, aunque no produjeran un elevado rendimiento. Eso no significaba que no se adquirieran colonias porque un grupo de inversores no esperaba obtener un gran éxito financiero o en defensa de inversiones ya realizadas.

Un argumento general de más peso para la expansión colonial era la búsqueda de mercados. La convicción de que el problema de la “superproducción” del período de la gran depresión podía solucionarse a través de un gran impulso exportador era compartida por muchos. Los hombres de negocios, inclinados siempre a llenar los espacios vacíos del mapa del comercio mundial con grandes números de clientes potenciales, dirigían su mirada, naturalmente, a las zonas sin explotar: China era una de esas zonas que captaba la imaginación de los vendedores, mientras que Africa, el continente desconocido, era otra.

El factor fundamental de la situación económica general era el hecho de que una serie de economías desarrolladas experimentaban de forma simultánea la misma necesidad de encontrar nuevos mercados. Cuando eran lo suficientemente fuertes, su ideal era el de “la puerta abierta” en los mercados del mundo subdesarrollado; pero cuando carecían de la fuerza necesaria intentaban conseguir territorios cuya propiedad situara a las empresas nacionales en una posición de monopolio o, cuando menos les diera una ventaja sustancial. La consecuencia lógica fue el reparto de las zonas no ocupadas del tercer mundo. En cierta forma, esto fue una ampliación del proteccionismo que fue ganando fuerza a partir de 1879. Desde este prisma, el “imperialismo” era la consecuencia natural de una economía internacional basada en la rivalidad de varias economías industriales competidoras, hecho al que se sumaban las presiones económicas de los años 1880. Las colonias podían constituir simplemente bases adecuadas o puntos avanzados para la penetración económica regional.

En este punto resulta difícil separar los motivos económicos para adquirir territorios coloniales de la acción política necesaria para conseguirlo, por cuanto el proteccionismo de cualquier tipo no es otra cosa que la operación de la economía con la ayuda de la política. Una vez que las potencias rivales comenzaron a dividirse el mapa de Africa u Oceanía, cada una de ellas intentó evitar que una porción excesiva (un fragmento especialmente atractivo) pudiera ir a parar a manos de los demás. Así la adquisición de colonias se convirtió en un símbolo de status, con independencia de su valor real (moda del momento).

Si las grandes potencias eran Estados que tenían colonias, los pequeños países, por así decirlo, “no tenían derecho a ellas”.

En definitiva, algunos historiadores han intentado explicar el imperialismo teniendo en cuenta factores fundamentalmente estratégicos. Pero estos argumentos no eximen de un análisis económico del imperialismo:

1) Subestiman el incentivo económico presente en la ocupación de algunos territorios africanos, siendo en este sentido el caso más claro el de Suráfrica. Los enfrentamientos por el África occidental y el Congo tuvieron causas fundamentalmente económicas.

2) Ignoran el hecho de que la India era la “joya más radiante de la corona imperial” y la pieza esencial de la estrategia británica global, precisamente por su gran importancia para la economía británica. En este período, el 60 % de las exportaciones británicas de algodón iban a parar a la India y al Lejano Oriente, zona hacia la cual la India era la puerta de acceso -el 40-45 % de las exportaciones las absorbía la India-, y cuando la balanza de pagos del Reino Unido dependía para su equilibrio de los pagos de la India.

3) La desintegración de gobiernos indígenas locales, que en ocasiones llevó a los europeos a establecer el control directo sobre unas zonas que anteriormente no se había ocupado de administrar, se debió al hecho de que las estructuras locales se habían visto socavadas por la penetración económica.

4) No se sostiene el intento de demostrar que no hay nada en el desarrollo interno del capitalismo occidental en el decenio de 1880 que explique la revisión territorial del mundo, pues el capitalismo mundial era muy diferente en ese período del del decenio de 1860. Estaba constituido ahora por una pluralidad de “economías nacionales” rivales, que se “protegían” unas de otras.

Es imposible separar la política y la economía en una sociedad capitalista; así como es poco realista pretender explicar “el nuevo imperialismo” desde una óptica no económica.

La aparición de los movimientos obreros o de forma más general, de la política democrática tuvo una clara influencia sobre el desarrollo del “nuevo imperialismo”. Muchos observadores han tenido en cuenta la existencia del llamado “imperialismo social”, es decir, el intento de utilizar la expansión imperial para amortiguar el descontento interno a través de mejoras económicas o reformas sociales, o de otra forma. Todos los políticos eran perfectamente conscientes de los beneficios potenciales del imperialismo. En algunos casos, ante todo en Alemania, se han apuntado como razón fundamental para el desarrollo del imperialismo “la primacía de la política interior”.

El imperialismo estimuló a las masas, y en especial a los elementos potencialmente descontentos, a identificarse con el Estado y la nación imperial, dando así, de forma inconsciente, justificación y legitimidad al sistema social y político representado por ese Estado. En una era de política de masas incluso los viejos sistemas exigían una nueva legitimidad. En resumen, el imperialismo ayudaba a crear un buen cemento ideológico.

Es difícil precisar hasta qué punto era efectiva esta variante específica de exaltación patriótica, sobre todo en aquellos países donde el liberalismo y la izquierda más radical habían desarrollado fuertes sentimientos antiimperialistas, antimilitaristas, anticoloniales o, de forma más general, antiaristocráticos. De todas formas, no se puede negar que la idea de superioridad y de dominio sobre un mundo poblado por gentes de piel oscura en remotos lugares tenía arraigo popular y que, por tanto, benefició a la política imperialista. En sus grandes exposiciones internacionales la civilización burguesa había glorificado siempre los tres triunfos de la ciencia, la tecnología y las manufacturas. En la era de los imperios también glorificaba sus colonias.

El sentimiento de superioridad que unía a los hombres blancos occidentales, tanto a los ricos como a los de clase media y a los pobres, no derivaba únicamente del hecho de que todos ellos gozaban de los privilegios del dominador, especialmente cuando se hallaban en las colonias.

Esta fue la época clásica de las actividades misioneras a gran escala(e) que no fue de ningún modo un agente de la política imperialista. Pero lo cierto es que el éxito del Señor estaba en función del avance imperialista. La conquista colonial abría el camino a una acción misionera eficaz. Y si el cristianismo insistía en la igualdad de las almas, subrayaba también la desigualdad de los cuerpos, incluso de los cuerpos clericales. Era un proceso que realizaban los blancos para los nativos y que costeaban los blancos. Y aunque multiplicó el número de creyentes nativos, al menos la mitad del clero continuó siendo de raza blanca.

En cuanto al movimiento dedicado más apasionadamente a conseguir la igualdad entre los hombres, las actitudes en su seno se mostraron divididas.

a) La izquierda secular era antiimperialista por principio y, las más de las veces, en la práctica. No flaqueó nunca en su condena de las guerras y conquistas coloniales. Pero, con muy raras excepciones (como la Indonesia neerlandesa), los socialistas occidentales hicieron muy poco por organizar la resistencia de los pueblos coloniales frente a sus dominadores hasta el momento en que surgió la Internacional Comunista.

b) El movimiento socialista y obrero, los que aceptaban el imperialismo como algo deseable, o al menos como una base fundamental en la historia de los pueblos “no preparados para el autogobierno todavía”, eran una minoría de la derecha revisionista y fabiana, aunque muchos líderes sindicales consideraban que las discusiones sobre las colonias eran irrelevantes o veían a las gentes de color ante todo como una mano de obra barata que planteaba una amenaza a los trabajadores blancos. En la esfera internacional, el socialismo fue hasta 1914 un movimiento de europeos y de emigrantes blancos o de los descendientes de éstos. El colonialismo era para ellos una cuestión marginal. En efecto su análisis y su definición de la nueva fase “imperialista” del capitalismo, que detectaron a finales de la década de 1890, consideraba correctamente la anexión y la explotación coloniales como un simple síntoma y una característica de esa nueva fase, indeseable como todas sus características, pero no fundamental. Eran pocos los socialistas que, como Lenin, centraban ya su atención en el “material inflamable” de la periferia del capitalismo mundial.

c) El análisis socialista (es decir, básicamente marxista) del imperialismo, que integraba el colonialismo en un concepto mucho más amplio de una “nueva fase” del capitalismo, era correcto en principio, aunque no necesariamente en los detalles de su modelo teórico. Asimismo, era un análisis que en ocasiones tendía a exagerar la importancia económica de la expansión colonial para los países metropolitanos.

El imperialismo de los últimos años del siglo XIX era un fenómeno “nuevo”. Era el producto de una época de competitividad entre economías nacionales capitalistas e industriales rivales que era nueva y se vio intensificada por las presiones para asegurar y salvaguardar mercados en un período de incertidumbre económica; en resumen, era un período en que “las tarifas proteccionistas y la expansión eran la exigencia que planteaban las clases dirigentes”. Formaba parte de un proceso de alejamiento de un capitalismo basado en la práctica privada y pública del laissez-faire, que también era nuevo, e implicaba la aparición de grandes corporaciones y oligopolios y la intervención cada vez más intensa del Estado en los asuntos económicos. Correspondía a un momento en que las zonas periféricas de la economía global eran cada vez más importantes. Todos los intentos de separar la explicación del imperialismo de los acontecimientos específicos del capitalismo en las postrimerías del siglo XIX han de ser considerados como meros ejercicios ideológicos, aunque muchas veces cultos y en ocasiones agudos.

2

Quedan todavía por responder las cuestiones sobre:

1. El impacto de la expansión occidental (y japonesa desde los años 1890) en el resto del mundo

2. El significado de los aspectos “imperialistas” del imperialismo para los países metropolitanos.

El impacto de la expansión occidental en el resto del mundo

El impacto económico del imperialismo fue importante, pero lo más destacable es que resultó profundamente desigual, por cuanto las relaciones entre las metrópolis y sus colonias eran muy asimétricas. El impacto de las primeras sobre las segundas fue fundamental y decisivo, mientras que el de las colonias sobre las metrópolis tuvo escasa significación y pocas veces fue un asunto de vida o muerte. El comercio metropolitano con Africa, Asia y Oceanía, siguió siendo muy poco importante. El 80 % del comercio europeo, tanto por lo que respecta a las importaciones como a las exportaciones, se realizó, en el siglo XIX, con otros países desarrollados y lo mismo puede decirse sobre las inversiones europeas en el extranjero. Cuando esas inversiones se dirigían a ultramar, iban a parar a un número reducido de economías en rápido desarrollo con población de origen europeo -Canadá, Australia, Suráfrica, Argentina, etc.-, así como, naturalmente, a los Estados Unidos.

Evidentemente, de todos los países metropolitanos donde el imperialismo tuvo más importancia fue en el Reino Unido, porque la supremacía económica de este país siempre había dependido de su relación especial con los mercados y fuentes de materias primas de ultramar. Para la economía británica era de todo punto esencial preservar en la mayor medida posible su acceso privilegiado al mundo no europeo. Lo cierto es que en los años finales del siglo XIX alcanzó un gran éxito en el logro de esos objetivos. Si incluimos el imperio informal, constituido por Estados independientes que, en realidad, eran economías satélites del Reino Unido, aproximadamente una tercera parte del globo era británica en un sentido económico y, desde luego, cultural. Pero en 1914, otras potencias se habían comenzado a infiltrar ya en esa zona de influencia indirecta, sobre todo en Latinoamérica.

Esa brillante operación defensiva no tenía mucho que ver con la “nueva” expansión imperialista. Estos dieron lugares a la aparición de una serie de millonarios, casi todos ellos alemanes.

En gran medida, el éxito del Reino Unido en ultramar fue consecuencia de la explotación más sistemática de las posesiones británicas ya existentes o de la posición especial del país como principal importador e inversor en zonas tales como Suramérica. Con la excepción de la India, Egipto y Suráfrica, la actividad económica británica se centraba en países que eran prácticamente independientes, como los dominions blancos o zonas como los Estados Unidos y Latinoamérica, donde las iniciativas británicas no fueron desarrolladas -no podían serlo- con eficacia.

Si hacemos balance de los años buenos y malos, lo cierto es que los capitalistas británicos salieron bastante bien parados en sus actividades en el imperio informal o “libre”.

Naturalmente, el Reino Unido consiguió su parcela propia en las nuevas regiones colonizadas del mundo y, dada la fuerza y la experiencia británicas, fue probablemente una parcela más extensa y más valiosa que la de ningún otro Estado. Sin embargo, el objetivo británico no era la expansión, sino la defensa frente a otros, atrincherándose en territorios que hasta entonces, como ocurría en la mayor parte del mundo de ultramar, habían sido dominados por el comercio y el capital británicos.

¿Puede decirse que las demás potencias obtuvieron un beneficio similar de su expansión colonial? Es imposible responder a este interrogante porque la colonización formal sólo fue un aspecto de la expansión y la competitividad económica globales y, en el caso de las dos potencias industriales más importantes, Alemania y los Estados Unidos, no fue un aspecto fundamental. Además sólo para el Reino Unido y, tal vez también, para los Países Bajos, era crucial desde el punto de vista económico mantener una relación especial con el mundo no industrializado.

Podemos establecer algunas conclusiones con cierta seguridad:

1. El impulso colonial parece haber sido más fuerte en los países metropolitanos menos dinámicos desde el punto de vista económico, donde hasta cierto punto constituían una compensación potencial para su inferioridad económica y política frente a sus rivales.

2. En todos los casos existían grupos económicos concretos -entre los que destacan los asociados con el comercio y las industrias de ultramar que utilizaban materias primas procedentes de las colonias- que ejercían una fuerte presión en pro de la expansión colonial, que justificaban, naturalmente, por las perspectivas de los beneficios para la nación.

3. Mientras que algunos de esos grupos obtuvieron importantes beneficios de esa expansión la mayor parte de las nuevas colonias atrajeron escasos capitales y sus resultados económicos fueron mediocres.

En resumen, el nuevo colonialismo fue una consecuencia de una era de rivalidad económico-política entre economías nacionales competidoras, rivalidad intensificada por el proteccionismo. En la medida en que ese comercio metropolitano con las colonias se incrementó en porcentaje respecto al comercio global, ese proteccionismo tuvo un éxito relativo.

Pero la era imperialista no fue sólo un fenómeno económico y político, sino también cultural. La conquista del mundo por la minoría “desarrollada” transformó imágenes, ideas y aspiraciones, por la fuerza y por las instituciones, mediante el ejemplo y mediante la transformación social. En los países dependientes, esto apenas afectó a nadie excepto a las elites indígenas, aunque hay que recordar que en algunas zonas, como en el Africa subsahariana, fue el imperialismo, o el fenómeno asociado de las misiones cristianas, el que creó la posibilidad de que aparecieran nuevas élites sociales sobre la base de una educación a la manera occidental. Excepto en Africa y Oceanía, donde las misiones cristianas aseguraron a veces conversiones masivas a la religión occidental, la gran masa de la población colonial apenas modificó su forma de vida, cuando podía evitarlo. Lo que adoptaron los pueblos indígenas no fue tanto la fe importada de occidente como los elementos de esa fe que tenían sentido para ellos en el contexto de su propio sistema de creencias e instituciones o exigencias. La religión colonial aparecía ante el observador occidental como algo inesperado. Pero también pudieron desarrollar sus propias versiones de la fe.

Lo que el imperialismo llevó a las élites potenciales del mundo dependiente fue fundamentalmente la “occidentalización”. Todos los gobiernos y elites de los países que se enfrentaron con el problema de la dependencia o la conquista vieron claramente que tenían que occidentalizarse si no querían quedarse atrás. Además, las ideologías que inspiraban a esas elites en la época del imperialismo se remontaban a los años transcurridos entre la Revolución Francesa y las décadas centrales del siglo XIX. Las elites que se resistían a Occidente siguieron occidentalizándose, aun cuando se oponían a la occidentalización total.

La época imperialista creó una serie de condiciones que determinaron la aparición de líderes antiimperialistas y, asimismo, las condiciones que comenzaron a dar resonancia a sus voces Los movimientos antiimperialistas importantes comenzaron en la mayor parte de los sitios con la primera guerra mundial y la revolución rusa. Fueron las elites occidentalizadas las primeras en entrar en contacto con esas ideas durante sus visitas a Occidente y a través de las instituciones educativas formadas por Occidente, pues de allí era de donde procedían.

El legado cultural más importante del imperialismo fue una educación de tipo occidental para minorías distintas. Naturalmente, se trataba de minorías de animadores y líderes, que es la razón por la que la era del imperialismo, breve incluso en el contexto de la vida humana, ha tenido consecuencias tan duraderas.

El significado de los aspectos “imperialistas” del imperialismo para los países metropolitanos.

¿Qué decir acerca de la influencia que ejerció el mundo dependiente sobre los dominadores? El exotismo había sido una consecuencia de la expansión europea desde el siglo XVI. Cuando se les civilizaba podían ilustrar las deficiencias institucionales de Occidente; cuando eso no ocurría podían ser tratados como salvajes nobles cuyo comportamiento natural y admirable ilustraba la corrupción de la sociedad civilizada. La novedad del siglo XIX consistió en el hecho de que cada vez más y de forma más general se consideró a lo pueblos no europeos y a sus sociedades como inferiores, indeseables, débiles y atrasados, incluso infantiles. Eran pueblos adecuados para la conquista o, al menos, para la conversión a los valores de la única civilización real, la que representaban los comerciantes, los misioneros y los ejércitos de hombres armados, que se presentaban cargados de armas de fuego y de bebidas alcohólicas. En cierto sentido, los valores de las sociedades tradicionales no occidentales fueron perdiendo importancia para su supervivencia, en un momento en que lo único importante eran la fuerza y la tecnología militar. Para el europeo medio, esos pueblos pasaron a ser objeto de su desdén. Los únicos no europeos que les interesaban eran los soldados, con preferencia a aquellos que podían ser reclutados en sus propios ejércitos coloniales.

Sin embargo, la densidad de la red de comunicaciones globales, la accesibilidad de los otros países, ya fuera directa o indirectamente, intensificó la confrontación y la mezcla de los mundos occidental y exótico. Eran pocos los que conocían ambos mundos y se veían reflejados en ellos. Pero lo exótico se integró cada vez más en la educación cotidiana. El exotismo podía llegar a ser incluso una parte ocasional pero esperada de la experiencia cotidiana. Esas muestras de mundos extraños no eran de carácter documental; eran ideológicas, por lo general reforzando el sentido de superioridad de lo “civilizado” sobre lo “primitivo”. Eran imperialistas tan sólo porque el vínculo central entre los mundos de lo exótico y de lo cotidiano era la penetración formal o informal del tercer mundo por parte de los occidentales.

Pero había un aspecto más positivo de ese exotismo. Administradores y soldados con aficiones intelectuales meditaban profundamente sobre las diferencias existentes entre sus sociedades y las que gobernaban. Realizaron importantísimos estudios sobre esas sociedades y las reflexiones teóricas que transformaron las ciencias sociales occidentales. Ese trabajo era fruto se basaba en buena medida en un firme sentimiento de superioridad del conocimiento occidental sobre cualquier otro, con excepción tal vez de la religión. El imperialismo hizo que aumentara notablemente el interés occidental hacia diferentes formas de espiritualidad derivadas de Oriente, e incluso en algunos casos se adoptó esa espiritualidad en Occidente. Los mejores de esos estudios analizaban con seriedad esas culturas, como algo que debía ser respetado y que podía aportar enseñanzas. En el terreno artístico, en especial las artes visuales, las vanguardias occidentales trataban de igual a igual a las culturas no occidentales. Hay que mencionar brevemente un aspecto final del imperialismo: su impacto sobre las clases dirigentes y medias de los países metropolitanos. En cierto sentido, el imperialismo dramatizó el triunfo de esas clases y de las sociedades creadas a su imagen como ningún otro factor podía haberlo hecho. Un conjunto reducido de países, situados casi todos ellos en el noroeste de Europa, dominaban el globo. Algunos imperialistas, con gran disgusto de los latinos y, más aún, de los eslavos, enfatizaban los peculiares méritos conquistadores de aquellos países de origen teutónico y sobre todo anglosajón que, con independencia de sus rivalidades, se afirmaba que tenían una afinidad entre sí. Un puñado de hombres de las clases media y alta de esos países ejercían ese dominio de forma efectiva.

El número de personas implicadas directamente en las actividades imperialistas era relativamente reducido, pero su importancia simbólica era extraordinaria.

Pero el triunfo imperial planteó problemas e incertidumbres. Planteó problemas porque se hizo cada vez más insoluble la contradicción entre la forma en que las clases dirigentes de la metrópoli gobernaban sus imperios y la manera en que lo hacían con sus pueblos. En las metrópolis se impuso, o estaba destinada a imponerse, la política del electoralismo democrático, como parecía inevitable. En los imperios coloniales prevalecía la autocracia, basada en la combinación de la coacción física y la sumisión pasiva a una superioridad tan grande que parecía imposible de desafiar y, por tanto, legítima. Soldados y “procónsules” autodisciplinados, hombres aislados con poderes absolutos sobre territorios extensos como reinos, gobernaban continentes, mientras que en la metrópoli campaban a sus anchas las masas ignorantes e inferiores.

El imperialismo también suscitó incertidumbres. En primer lugar, enfrentó a una pequeño minoría de blancos con las masas de los negros, los oscuros, tal vez y sobre todo los amarillos. ¿Podían durar, esos imperios tan fácilmente ganados, con una base tan estrecha, y gobernados de forma tan absurdamente fácil gracias a la devoción de unos pocos y a la pasividad de los más?

La incertidumbre era de doble filo. En efecto, si el imperio (y el gobierno de las clases dirigentes) era vulnerable ante sus súbditos, aunque tal vez no todavía, no de forma inmediata, ¿no era más inmediatamente vulnerable a la erosión desde dentro del deseo de gobernar, el deseo de mantener la lucha darwinista por la supervivencia de los más aptos? ¿No ocurriría que la misma riqueza y lujo que el poder y las empresas imperialistas habían producido debilitaran las fibras de esos músculos cuyos constantes esfuerzos eran necesarios para mantenerlo? ¿No conduciría el imperialismo al parasitismo en el centro y al triunfo eventual de los bárbaros?

En ninguna parte suscitaban esos interrogantes un eco tan lúgubre como en el más grande y más vulnerable de todos los imperios, aquel que superaba en tamaño y gloria a todos los imperios del pasado, pero que en otros aspectos se halla al borde de la decadencia. Pero incluso los tenaces y enérgicos alemanes consideraban que el imperialismo iba de la mano de ese “Estado rentista” que no podía sino conducir a la decadencia. Si se dividía China, la mayor parte de la Europa occidental podría adquirir la apariencia y el carácter de pequeños núcleos de ricos aristócratas obteniendo dividendos y pensiones del Lejano Oriente, con un grupo algo más extenso de seguidores profesionales y comerciantes y un amplio conjunto de sirvientes personales y de trabajadores del transporte y de las etapas finales de producción de los bienes perecederos: todas las principales industrias habrían desaparecido, y los productos alimenticios y las manufacturas afluirían como un tributo de Africa y de Asia.

Así, la belle époque de la burguesía lo desarmaría. Los encantadores e inofensivos Eloi de la novela de H. G. Wells, que vivían una vida de gozo en el sol, estarían a merced de los negros morlocks, de quienes dependían y contra los cuales estaban indefensos. “Europa traspasará la carga del trabajo físico, primero la agricultura y la minería, luego el trabajo más arduo de la industria, a las razas de color y se contentará con el papel de rentista y de esta forma, tal vez, abrirá el camino para la emancipación económica y, posteriormente, política de las razas de color.”

En las pesadillas que perturbaban el sueño de la belle époque, los ensueño imperialistas se mezclaban con los temores de la democracia.

FIN!!!!

Texto 2- Las economías industriales en la 2º mitad del S. XIX- VARIOS AUTORES

Mediados del siglo XIX à La Revolución Industrial se había difundido desde Gran Bretaña hacia Europa Occidental y los Estados Unidos.

2º mitad del siglo XIX à el proceso de industrialización fue avanzando hacia lso países escandinavos y el este y el sur de Europa.

1. EL PROCESO DE INNOVACIÓN TECNOLÓGICA

1.1 La Revolución de los transportes

1.1.1 EL Ferrocarril

Revolución de los transportes à conjunto de innovaciones que tuvieron lugar a partir de la década de 1830, donde comenzó a usarse la energía del vapor para accionar medios de transporte por tierra y agua à era del ferrocarril y de los barcos a vapor. à el proceso de innovación en el terreno de los transportes fue continuo.

El ferrocarril fue el primero y más dinámico de los medios de transporte que dieron impulso a la Revolución Industrial. Fue muy importante por la integración de los mercados y por el incremento de la demanda de bienes industriales generada por la construcción. Permitió abaratar y agilizar el transporte por tierra, que antes era costoso y lento y dificultaba las comunicaciones en los casos en los que no existían vías fluviales o marítimas. Además pudo construirse en cualquier tipo de terreno y salvar toda clase de obstáculos y en las áreas en que había buenas comunicaciones internas por agua, los ferrocarriles no compitieron sino que complementaron.

En la segunda mitad del siglo XIX, los países más desarrollados completaron sus redes mientras que los de la periferia comenzaron a tender sus líneas.

Las grandes construcciones ferroviarias fueron el principal impulso a la expansión de la industria hasta la década de 1870 y sustentaron el crecimiento económico del periodo 1850 - 1873. Requirieron grandes inversiones de capital y contribuyeron al desarrollo de nuevas formas de financiación y de organización de las empresas.

Desde fines del siglo XIX, los Estados comenzaron a nacionalizar los ferrocarriles o a exigir que fueran equipados por las industrias locales.

1.1.2 La navegación a vapor

Las transformaciones en el transporte marítimo fueron las que permitieron a una Europa en expansión salir hacia el resto del mundo. El papel de los barcos a vapor tomó importancia a partir de 1840, año en el que se incorporan innovaciones revolucionarias en su desarrollo como el reemplazo de la rueda por la hélice y la adopción del motor compuesto. Con esto se lograba dar mayor solidez a los barcos y instalar motores más potentes para aumentar el tonelaje y la velocidad.

Con la reducción significativa en los costos de producción de carbón y el acero, se abarató de modo considerable la construcción de los navíos.

Paralelamente a las innovaciones técnicas, crecieron los costos de construcción de los barcos. El incremento no pudo ser afrontado por los tradicionales armadores. Los capitales fueron provistos por grupos bancarios que sostenían a grandes empresas, con la colaboración en muchos casos del Estado. Esto permitió en ciertos casos el control casi monopólico de las líneas. Si bien todos los países estuvieron involucrados en este proceso, solo los de mayor industrialización pudieron desarrollar las nuevas tecnologías e incrementar su presencia con cada innovación que se incorporaba. Hacia 1850, la dueña indiscutible de los mares era Gran Bretaña. Luego, se encontraba Francia, que sería desplazada para 1870 por Alemania.

El transporte marítimo debió ser acompañado por el desarrollo de una importante infraestructura portuaria que llevó a la concentración en unos pocos puertos de vastas magnitudes para recibir grandes embarcaciones (Londres, Amberes, Marsella, Burdeos).

1.2 La Segunda Revolución Industrial

1.2.1 El concepto de revolución tecnológica

La expresión "Segunda Revolución Industrial" se utiliza para hacer referencia al conjunto de innovaciones técnico-industriales, fundadas en el acero barato, la química, la electricidad, el petróleo, el motor de combustión interna, la nueva empresa moderna y los nuevos tipos de gestión del trabajo y organización industrial, que emergen durante el último tercio del siglo XIX.

Se trata de una revolución tecnológica, que se distingue por su capacidad de transformar el aparato o sistema productivo de una economía industrializada en su conjunto y que como tal tiene un impacto global en la dinámica del crecimiento económico, en las formas socio-institucionales y en el régimen de acumulación de capital.

Desde el punto de vista tecnológico, se pueden distinguir dos tipos de innovaciones de carácter múltiple: radicales e incrementales, que corresponden a las macroinvenciones y las microinvenciones. Las radicales son por definición una ruptura capaz de iniciar un rumbo tecnológico nuevo. Las segundas son las mejores sucesivas a las que son sometidos todos los procesos productivos y productos (incremento en la productividad).

El éxito de la revolución tecnológica dependerá de un "vehículo sencillo de propagación, accesible a millones de agentes individuales de decisión". Cada revolución tecnológica abarca innovaciones en insumos, productos y procesos con innovaciones institucionales, organizativas y gerenciales.

En segundo lugar , con respecto a cu´les son los agenes de los procesos de innovación, hay dos posturas extremas que dominaron por mucho tiempo el escenario del debate:

1. sciencie push: pone énfasis en la oferta del conocimiento científico y técnico en el proceso de innovación, en un modelo lineal que representa la articulación “invento-innovación-difusión”. Dentro de este grupo se encuentra la llamada “teoría evolutiva”, según la cual el proceso tecnológico tiene lugar de una manera evolutiva y compleja en la que interviene el conglomerado institucional de investigación y desarrollo industrial (I&D).

2. Demand pull: se centra en la demanda del mercado, las inversiones de capital y su relación con el nacimiento de las innovaciones

En tercer lugar, se puede debatir cuáles son las razones que llevan a las empresas a introducir innovaciones

Con la Segunda Revolución Industrial se da el paso de la empresa personal a la empresa burocrática, que se acentúa en las primeras décadas del siglo XX.

1.2.2 La innovación tecnológica

Es durante la segunda revolución donde encontramos el auge de la innovación tecnológica del siglo XIX. Existen discusiones sobre dónde encontrar las causas para la innovación: si es en la necesidad de mejorar la producción o si es la misma creatividad científica la que instiga a innovar.

Lo que no podemos discutir es que este período será el gran auge de:

el HIERRO

el CARBÓN (como combustible)

la MÁQUINA DE VAPOR

Estos tres elementos en conjunto favorecieron el desarrollo del ferrocarril, determinando que la segunda mitad del siglo XIX fuera reconocida como la “era del ferrocarril”.

Las innovaciones tecnológicas fueron para los contemporáneos factores que sirvieron para actualizar y relanzar la tecnología de la Primera Revolución Industrial a través de una serie de perfeccionamientos en la tecnología del vapor y del hierro por medio del acero y las turbinas, así como también en la producción y el consumo de carbón.

1.2.3 El carbón

El carbón mantuvo a lo largo de la industrialización de este siglo, la supremacía absoluta como fuente de energía. El impresionante aumento de su producción junto a la reducción de sus costes condujo a la baja de su precio. Se abrió así la posibilidad de un insumo básico barato, de uso extensivo y con una oferta muy elástica. En Europa el carbón fue desplazado hacia mediados del s XX a un segundo lugar por el uso del petróleo.

1.2.4 De una edad del hierro a una edad del acero

La segunda mitad del siglo XIX puede ser caracterizada para toda la industria como la transición de una edad del hierro a una edad del acero. El acero dio el puntapié inicial de la Segunda Revolución Industrial.

Entre mediados de 1850 y fines de 1870, la elaboración del acero fue objeto de notables innovaciones tecnológicas.

La primera fue el proceso Bessemer, que permitió elaborar acero directamente del hierro fundido, eliminando el proceso de pudelado y ofreciendo un producto mejor. El encadenamiento de un conjunto de innovaciones redujo sensiblemente el costo de producción, abaratando el precio del acero.

Los raíles de acero para el ferrocarril duraban más y eran más seguros que los de hierro. El uso de laminado de acero para la construcción naviera permitió construir barcos más grandes, más ligeros y más rápidos y también acorazados de guerra. El uso de travesaños y vigas de acero hizo posible la construcción de importantes obras de ingeniería civil y de industrias pesadas. Reemplazó al hierro en cientos de productos.

1.2.5 La continuidad de la tecnología del vapor como fuerza motriz

La máquina de vapor mantuvo, como el carbón, aunque no con la misma intensidad y duración, el papel de máquina generadora de fuerza motriz.

Superó las limitaciones de la tecnología aumentando su eficacia y su eficiencia técnico-productiva, en virtud de una serie acumulativa e interrelacionada de innovaciones que mejoraron y perfeccionaron su funcionamiento.

La tecnología del vapor alcanzaba a prácticamente todas las industrias existentes. La tecnología del vapor pudo desarrollar la turbina de vapor, que adquirió un gran impulso gracias a las innovaciones de la Segunda Revolución Industrial. Las nuevas industrias que genera la tecnología del vapor comenzaron a desempeñar un papel fundamental en las nuevas economías más dinámicas de la "Belle Epoque", los Estados Unidos y Alemania.

1.2.6 El petróleo y el motor de combustión interna

Comparando el petróleo con el carbón, el primero tiene mayor poder calorífico, es de más fácil transporte y presenta un espectro de uso mucho más amplio, potente y diversificado que aquél. Sus primeros pasos tuvieron lugar en la segunda mitad del siglo XIX cuando empezó su explotación comercial en los Estados Unidos hacia 1859.

Al igual que la electricidad, el petróleo líquido y su derivado, el gas natural, hasta la primera década del siglo XX, se utilizaron en esa como fuentes de iluminación. El motor a combustión interna lo transformó en la principal fuente de energía para todo tipo de equipos de transporte. La aplicación más importante del motor de combustión interna fue el transporte ligero, como los automóviles, los camiones y autobuses y fue llevada a cabo por ARMAND PEUGEOT, LOUIS RENAULT, ANDRE CITRÖEN Y HENRY FORD. Ellos dieron origen a la industria que se convirtió en el paradigma industrial del siglo XX, la AUTOMOTRIZ.

1.2.7 La electricidad

A partir de los nuevos conocimientos adquiridos en este campo (batería, la inducción electromagnética, generador manual), durante todo el siglo XIX diversos científicos experimentaron buscando la forma de generar electricidad. La difusión se retrasó por las dificultades que implicaba la invención de un generador económico eficaz.

Recién hacia fines del siglo XIX se consigue perfeccionar la lámpara eléctrica y luego otros elementos que permitieron el transporte de la electricidad: cables de alta tensión. Más adelante se aplicó la electricidad para la producción de motores dando como resultado maquinarias que funcionaban con electricidad. Otras aplicaciones serían el Telégrafo, luego el teléfono y hacia fines del siglo XIX surgen las primeras grandes industrias y empresas dedicadas a la producción de artículos eléctricos como General Electric, (en Estados Unidos) y Siemens (en Alemania).

1.2.8 La industria química

La ciencia química demostró ser especialmente prolífica en el nacimiento de innovaciones, nuevos productos y procesos productivos. La institucionalización del I&D en las corporaciones químicas fue requisito ineludible para su desarrollo.

Entre las innovaciones se destaca la industria de colorantes sintéticos; con el nacimiento de una nueva industria de productos de química orgánica. De ésta se desprendieron nuevas ramas o subsectores químicos: industria farmacéutica, explosivos, las fibras y el caucho sintético, las telas artificiales y la industrialización de residuos minerales.

Estas innovaciones radicales tuvieron efecto multiplicador en algunas ramas de la industria, asi como en otros sectores de la economía. En la rama metalúrgica al actuar como medio de descubrimiento de nuevos metales, en la rama alimenticia fue menos importante pero dio origen a la agricultura científica. La maquinaria para fabricar papel y la prensa cilíndrica de impresión fueron importantes para reducir el costo de libros y periódicos.

1.3 El nacimiento de la empresa moderna

La segunda mitad del siglo XIX fue la época del nacimiento de la industria moderna, entendiendo como tal a la gran empresa con una organización burocrática, administrada por gerentes asalariados, cuya forma jurídica más característica es la sociedad anónima.

La empresa tradicional es de dimensiones pequeñas, consta de un sola unidad operativa y se especializa en un tipo de función (producción o distribución), o en la producción de un tipo de bien o servicio. Se trata de firmas en las que no se ha producido la separación entre propiedad y gestión, mayoritariamente empresas familiares, dirigidas por una persona o un número reducido de personas que son a la vez sus propietarios.

Las empresas modernas se diferencian de las empresas tradicionales en distintos aspectos. En primer lugar, por sus dimensiones y las actividades que desarrollan, ya que se trata de grandes empresas que han integrado diversas funciones, combinando la producción y la distribución en gran escala.

Los factores produjeron estas modificaciones fueron:

desarrollo de las nuevas ramas de la industria (siderurgia, química, etc.)

ampliación de los mercados (gracias al crecimiento de la demanda global)

estrategias de organización (como las integraciones vertical y horizontal)

Integración horizontal: formación de corporaciones de unidades productivas de un mismo rubro (por opción o cooptación)

Integración vertical: (hacia atrás) formación de corporaciones controlando la producción y la provisión de materias primas; (hacia adelante) controlando la comercialización y distribución.

La constitución de grandes empresas implicó crecientes dificultades en su funcionamiento y en su gestión. Por lo cual, las grandes empresas adquirieron una estructura burocrática y crecientemente descentralizada, gobernadas por gerentes asalariados. El desarrollo del management sistemático en gran escala respondió a las nuevas necesidades de coordinación y eficiencia. Las primeras grandes empresas modernas no fueron aquellas de sesgo industrial, sino los ferrocarriles, que demandaron desde el principio grandes inversiones de capital y un elevado número de trabajadores.

La organización burocrática implicó un funcionamiento más eficiente de las empresas, a través de la adopción de normas generales e impersonales, de la planificación, de la racionalización de los proceso de producción y de la adopción de sistemas más sofisticados de contabilidad y de ventas.

La constitución de grandes empresas cuya gestión revestía una creciente complejidad implicó también inversiones cada vez mayores en la formación y capacitación de recursos humanos.

La gran empresa moderna se convirtió en una de las instituciones características del capitalismo industrial a fines del siglo XIX. Muchas de las empresas de hoy en día datan justamente de este período.

CHANDLER utiliza la expresión "mano invisible" para referirse al proceso por el cual las grandes empresas van reemplazando a los mecanismos del mercado, al internalizar funciones a través de los procesos de integración.

1.4 Las nuevas formas de organización del trabajo: Taylorismo y Fordismo

Con la Segunda Revolución Industrial se produjeron también cambios profundos en el proceso de trabajo, cuyas expresiones más sobresalientes fueron el taylorismo y el fordismo. Ambas se originaron entre fines del S XIX y principios del XX en Estados Unidos, y tienen en común proponer una organización más racional del trabajo con el fin de incrementar su productividad.

Frederik Taylor fue un ingeniero norteamericano que elaboró una propuesta de control de la producción con el objetivo de obtener un nivel más alto de productividad del trabajo. Sostenía que los cálculos de costos y tiempos de producción debían efectuarse a través de un estudio científico requerido por cada tipo de actividad. Proponía además un sistema de premios y castigos, aumento o reducción de la paga.

Los elementos que marcan esta propuesta de control del trabajo para el aumento de la productividad son:

la necesidad de un departamento de Planificación de la producción.

sistema de división del trabajo por Especialización en tareas sencillas. Esto haría elevar la productividad individual.

la utilización de Máquinas que reemplacen tareas que anteriormente hacían los trabajadores

reducción de tiempos improductivos, gracias al Control del Trabajo y a la homogeneización de cada tarea

organización de Equipos de Trabajo

Esta teoría fue gestada en la década de 1890, pero recién en la década de 1910 fue llevada a la práctica por Henry Ford en la fábrica de automóviles de su propiedad.

Si bien Ford aplicó la teoría de Taylor innovó en otras cuestiones dando como resultado un sistema de producción conocido como Fordismo. Se caracterizó, en lo que hace al proceso de trabajo, por la cadena de producción semiautomática. Es a través del fordismo que se llega a un sistema de producción que incluye no sólo el control de la producción sino también la consideración sobre el consumo de la misma.

Esto significa que el fordismo dio como resultado un sistema integrado de producción en masa. Al intensificar aún más el proceso de trabajo y separar el trabajo manual del intelectual a través de la invención de la cadena de producción semiautomática, consiguió alterar las relaciones “de valor” obteniendo a su vez mercancías más baratas y de consumo masivo.

El modelo de producción taylorista-fordista fue practicado intensamente no sólo por Estados Unidos sino por otros países desarrollados industrialmente; en la década de 1970 se logra mejorar aún más el nivel de productividad por adaptación a las nuevas industrias en Japón en la fabricación automotriz de la firma “Toyota”, dando por resultado el sistema del “toyotismo”, reemplazando al modelo anterior.

LOS PAÍSES DE INDUSTRIALIZACIÓN TARDÍA

En la segunda mitad del siglo XIX, la industrialización se fue difundiendo hacia las regiones de la Europa Periférica, es decir, hacia las naciones del este y el sur del continente, y los países de Escandinavia. En estos países, en general, la producción industrial se llevaba a cabo con métodos tradicionales y se destinaba al mercado local, y la demanda de productos manufacturados se satisfacía principalmente mediante la importación. Contaron con la ventaja de disponer de modelos externos y de poder recurrir a la tecnología y los capitales extranjeros, pero también se caracterizaron por la desventaja de tener que competir con países de los que los separaba una distancia cada vez mayor. En algunos países el proceso fue exitoso y en otros no. Esto se debió a la disponibilidad de recursos naturales, la mayor o menos dificultad de las comunicaciones y el desarrollo de los sistemas de transporte. La industrialización también fue condicionada por la disponibilidad de capitales, por la dimensión de los mercados, por la mayor o menor tasa de urbanización y en general por el marco institucional y cultural.

En los procesos de industrialización tardía, el rol del Estado fue MUY ACTIVO. La mayor parte de los casos los Estados contribuyeron a crear condiciones favorables a la industrialización con el fin de compensar las debilidades de los mecanismos de mercado y de cerrar la brecha en aumento entre países industrializados y no industrializados. Por otro lado, desde la década de 1870, la intervención del Estado fue cada vez mayor también en los países de industrialización temprana, en parte como respuesta a la depresión económica que se inició en 1873 y en parte como síntoma del creciente nacionalismo que caracterizó a Europa en esta etapa.

Los países de industrialización tardía tuvieron la posibilidad de recibir capitales y tecnología del exterior. Se industrializaron además, en un nuevo contexto internacional en el que el mercado mundial estaba crecientemente integrado y los intercambios comerciales se habían expandido de modo significativo.

2.1 La Europa periférica en vísperas de la industrialización

A mediados del siglo XIX, en la Europa periférica la agricultura representaba la principal fuente de ocupación y de ingreso. El desarrollo de una economía de mercado fue una condición necesaria para la industrialización, ya que ésta requería de:

1. La modernización institucional.

2. Una oferta creciente de capitales y mano de obra

3. el incremento de la demanda interna de productos manufacturados.

En Europa oriental las transformaciones más importantes que tuvieron lugar en la agricultura a lo largo del siglo XIX consistieron en: la emancipación de los campesinos de servidumbre y la difusión de la economía de mercado en áreas rurales.

En Europa del Sur (Italia, España y Portugal), la servidumbre había sido abolida antes del siglo XVII, y sus vestigios habían desaparecido en la época napoleónica.

En los países escandinavos, la disolución de las relaciones feudales (fines del S XVII) se dio en condiciones mucho más favorables para los campesinos, que se convirtieron en una clase relativamente independiente, abierta a la innovación y orientada hacia el mercado.

En definitiva, en la Europa periférica los modelos de industrialización variaron de país en país, y dentro de ellos hubo también marcadas diferencias regionales.

2.2 La industrialización de la Rusia imperial

El proceso de industrialización de Rusia se inició en el siglo XIX bajo el régimen zarista, en el marco de un sistema capitalista, de propiedad privada de los medios de producción, y se continuó, tras la revolución de 1917, con el régimen socialista, donde dichos medios pasaron a ser propiedad del Estado.

El proceso de industrialización tuvo lugar de un modo discontinuo:

Primera fase à entre 1830 y 1850. El sector más dinámico fue la industria del algodón.

Segunda fase à desde comienzos de la década de 1860. Innovaciones tecnológicas significativas en varios sectores industriales. El desarrolló se dio de forma autónoma sin intervención del Estado, estimulado por el crecimiento interno y por la industrialización de Europa occidental.

Tercera fase à iniciada en la década de 1880. Participación mucho más activa del Estado y efectos de la construcción de ferrocarriles. Los sectores más dinámicos fueron los de la industria pesada: hierro y acero, industria mecánica y explotación del petróleo.

En vísperas de la primera guerra mundial, Rusia tenía una estructura industrial que la ubicaba en el cuarto lugar entre los países de Europa; pero en términos de ingreso per cápita se encontraba en los últimos lugares de los países industrializados.

Ventajas comparativas de Rusia à

- enorme dotación de recursos naturales, que pudieron explotarse cuando se desarrolló el sistema de transporte (ferrocarril).

- Su población era muy superior a la de cualquier otro país europeo. Aunque el 80% de la población era campesina y tenía ingreso muy bajos y una capacidad de consumo muy limitada.

- la abolición de la servidumbre en 1861. Aunque la reforma agraria que la acompañó no favoreció la formación de una clase de pequeños propietarios rurales y limitó la movilidad e la mano de obra.

Las elevadas tasas de crecimiento demográfico explican en gran medida el desarrollo de la economía rusa del siglo XIX: estuvieron en la base del crecimiento de la producción agrícola, que fue consecuencia de una oferta creciente de mano de obra y de tierras no de mayor productividad. Los bajos niveles de consumo de la población campesina independizaron a la industrialización de la demanda de consumidores internos, favoreciendo la inversión en la industria de bienes de capital.

En la mayor parte del siglo XIX el gobierno hizo muy poco por favorecer el desarrollo, pero desde mediados de siglo comenzó a construir líneas de ferrocarriles, y más tarde, a estimular su construcción con el concurso de empresas privadas. La acción del estado fue decisiva a partir de 1890. Se tomaron medidas para la atracción de inversiones extranjeras en la industria, se dio un tratamiento preferencial para las industrias instaladas en el territorio ruso para el abastecimiento del Estado y se adoptó el patrón oro en 1897, lo cual aceleró el ingreso de capitales.

La industrialización rusa tuvo un marcado carácter regional. La industria se concentraba en pocas grandes ciudades y en algunas áreas industriales. En 1913 el 80% de la población seguía viviendo en el campo, y una parte significativa de ella se encontraba en condiciones de gran atraso.

2.3 La Industrialización de Italia

En Italia, el proceso de industrialización se inició lentamente desde mediados del siglo XIX, acelerándose entre las décadas de 1890 y las vísperas de la Primera Guerra Mundial. La unificación política (1861) contribuyó a poner en marcha la modernización económica del país.

No hubo una etapa de despegue, sino diferentes oleadas de industrialización desde la década de 1860, alternadas con períodos de crisis en lo que el proceso se detuvo.

Primera mitad del S XIX à actividad industrial más importante: producción de seda, que se exportaba cruda o hilada a otros mercados donde se fabricaban las telas. A partir de mediados de siglo se modernizó la elaboración del hilado, instalándose fabricas que utilizaban energía hidráulica.

La industria de la seda contribuyó al adiestramiento de los trabajadores, al desvío de la inversión hacia las actividades no agrícolas y al incremento de las actividades comerciales creando economía externas para n desarrollo industrial posterior.

Las otras ramas de la producción textil fueron mucho menos importantes. La industria textil italiana era muy limitada.

Segunda oleada à En las dos primeras décadas posteriores a la unificación (1860-1878) el proceso de industrialización avanzó aunque a un ritmo muy lento. En general, la unificación fue positiva para el desarrollo industrial. Las contribuciones que trajo la unificación fueron:

- la política librecambista adoptada y la inserción de Italia en el mercado internacional, que habría generado una industrialización gradual.

- Unificación del mercado interno, supresión de aduanas interiores y construcción de ferrocarriles.

- Acumulación de capital, gracias a la expansión agraria y a las posibilidades que se abrieron para la inversión en la industria.

En la segunda oleada la industria avanzó muy lentamente y el sector textil siguió siendo el más importante, en el cual se aumentó la producción y la capacidad productiva. En toda esta etapa el desarrollo de la industria del hierro fue muy modesto así como la fabricación de maquinaria.

Tercer oleada à1878-1895. Expansión al principio y crisis al final. Se adoptó una política proteccionista y el gobierno intervino activamente en la promoción de las industrias de hierro y de la maquinaria. El mayor sector industrial siguió siendo el textil.

Cuarta oleada à 1897-1913. El crecimiento industrial alcanzó niveles mayores que los de cualquiera de los períodos precedentes. Se duplicó la fuerza motriz instalada en las industrias manufactureras, y se desarrollaron los sectores industriales más modernos. La industria textil y la alimenticia representaban en 1913 el 60% de la producción manufacturera. Los textiles siguieron siendo el sector más importante y la única gran industria de exportación.

Paralelamente, se fueron expandiendo las ramas características de la Segunda Revolución Industrial: electricidad, siderurgia, maquinarias y, en menor medida, la química. El conjunto de la actividad industrial se vio beneficiado por la explotación de la energía eléctrica.

Se le atribuye al desarrollo industria italiano un rol muy activo de los bancos de inversión (principalmente alemanes) y a los empresarios privados (con peso significativo de pequeñas y mediana empresas).

Desde antes de la industrialización, Italia tenía fuertes contrastes regionales entre el norte, que era la zona más dinámica, y el sur, la región más estancada. Con la industrialización, el dualismo se acentuó.

2.4 Los países escandinavos: los casos de Dinamarca y Suecia

A mediados del S XIX, los países escandinavos eran principalmente agrícolas, con muy pocas industrias modernas. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo iniciaron un exitoso proceso de industrialización, que se aceleró desde la década de 1870. Fueron países que pudieron sostener una industrialización exitosa, a partir de la exportación de productos primarios y de los eslabonamientos generados por el sector agrario y la minería.

Se dio una fuerte complementación entre desarrollo agrario e industrialización. El desarrollo del sector agrícola, orientado a la exportación, contribuyó a la expansión de la economía y creó un mercado interno para los productos industriales.

Las exportaciones de bienes primarios fueron reemplazadas paulatinamente por las de productos crecientemente elaborados. Los bienes de exportación tuvieron cada vez mayor valor agregado y la industria se desarrolló a la par del comercio exterior.

Los cuatro países escandinavos (Dinamarca, Suecia, Noruega y Finlandia) poseían a mediados del siglo XIX una serie de características comunes:

- amplio comercio ultramarino, basado en pocos productos de exportación. Ostentaban una muy buena localización geográfica para el intercambio comercial.

- Todos carecían de carbón.

- Hacia mediados del S XIX las zonas rurales estaban superpobladas, lo cual dio origen a un masivo proceso de emigración.

- Habían sido abolidas las instituciones feudales y se había formado una clase de pequeños propietarios rurales fuertemente orientados al mercado, lo que contribuyó al desarrollo de las actividades agrícolas, que a su vez generaron eslabonamiento hacia el sector industrial.

- Calidad del sistema educativo. Además, un fuerte énfasis en la ciencia aplicada y la educación para adultos, lo cual contribuyó a la capacitación de la mano de obra.

- El Estado asumió desde una etapa temprana el papel de proporcionar infraestructura y servicios administrativos y sociales, mientras que la actividad productiva permaneció en manos privadas.

- En los comienzos de la industrialización fue muy importante el papel de la tecnología y del capital extranjero, aunque ello no obstaculizó el desarrollo de empresas locales.

Dinamarca à agricultura: papel decisivo en el proceso de crecimiento e industrialización. Hasta los años 70 los cereales eran el principal producto de exportación, pero frente a la competencia se sustituyó por la producción y exportación de carne y lácteos. La competitividad de sus productos en el mercado mundial se basó en la innovación tecnológica y los controles de calidad, favorecidos por el desarrollo de las cooperativas y la educación técnica.

El desarrollo de las exportaciones agrícolas generó un fuerte ingreso de divisas y el aumento de la renta agrícola, la que contribuyó a incrementar la demanda de bienes industriales., y a su vez, la producción de maquinarias destinadas a la industria alimenticia.

El desarrollo de un mercado interno para los bienes de consumo favoreció el desarrollo de u industria local sustitutiva de importaciones. La producción de bienes industriales, a diferencia de los otros países escandinavos, estuvo destinada al mercado interno.

Suecia à El proceso de industrialización se aceleró a partir de 1870, y se basó en la creciente explotación de los recursos mineros y forestales, así como en el desarrollo de las exportaciones de bienes industriales cada vez más elaborados. Los dos sectores que lideraron el proceso fueron la industria del hierro y la de la madera y el papel. Se fue especializando en la producción de acero de gran calidad, aprovechando sus recursos hídricos cuando empezó a utilizarse la energía eléctrica. Al mismo tiempo, se fue incrementando la producción de maquinaria y de productos de metal con alto valor agregado.

Desde la década de 1890, la industria orientada al mercado interno tuvo una expansión al mismo tiempo que la de la exportación. Lo que se dio fue una complementariedad entre diversas ramas.

3. EL CRECIMIENTO DE LA ECONOMIA MUNDIAL EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX (185-1914)

3.1 El ritmo del crecimiento y los ciclos económicos

El ritmo de crecimiento de la economía en los países industrializados a lo largo del siglo XIX fue muy rápido. Pero, debe aclararse dos cosas:

1. La tasa de crecimiento varió entre los países

2. El ritmo de crecimiento no fue uniforme a lo largo del período.

3.1.1 Los ciclos económicos

Uno de los rasgos característicos de la economía industrial en los países capitalistas ha sido la aparición de nuevos tipos de fluctuaciones económicas.

Una de las mejores maneras de comprender las fluctuaciones económicas de la segunda mitad del siglo XIX es a través de ciclos que representan períodos de crisis y períodos de auge económico.

Los ciclos característicos de las economías industriales son de diversos tipos y se clasifican según su duración:

1. ciclos largos o de Kondratieff: son ciclos recurrente de aproximadamente 50 años de duración, que a su vez se dividen en dos períodos, uno de alza y otro de descenso de precios.

2. Ciclos comerciales o de Juglar: constituyen movimientos de corta duración, de 4 o 5 años de buenos negocios y alza de precios, a los que sigue una crisis que produce quiebras y desempleo y luego una depresión relativa que permite el saneamiento del mercado por la eliminación de empresas ineficientes.

Los ciclos se dividen en cuatro momentos económicos:

Expansión económica

Crisis económica

Depresión y contracción económica

Recuperación económica

Las crisis pueden entenderse como parte constitutiva del ciclo económico. Se pueden identificar distintos tipos de crisis

- endógenas o cíclicas: se deben a alguna perturbación externa, consecuencia de las tensiones generadas en períodos de expansión.

- Grandes crisis o crisis estructurales: se producen cuando no está asegurada la compatibilidad de las formas institucionales con la dinámica económica.

Posturas sobre los factores causales de las crisis:

1. las que priorizan los factores financieros y/o monetarios como factores causales. Remarcan el carácter inflacionario del momento de expansión que crea importantes distorsiones y eclosiona en crisis, seguida por un reajuste de la economía a través de un proceso deflacionario que corrige los excesos del auge, fase de depresión.

2. los modelos que parten de la relación entre producción y consumo. Los momentos de crisis serían caracterizados por la existencia de una oferta superior a la demanda.

3. las interpretaciones que relacionan los ciclos económicos con las innovaciones. El equilibrio se rompe cuando el empresario es llevado a innovar debido a un aumento del conocimiento y deseo de aumentar las ganancias. Esta conducta es seguida por otros, llevando a la fluctuación de ka coyuntura económica hasta un punto en que la expansión encuentra sus límites naturales.

3.1.2 Las fluctuaciones en la segunda mitad del siglo XIX

En términos relativos, el siglo XIX fue más inestable que los anteriores.

3.1.3 La expansión de 1850-1873

Durante este período la industrialización se generaliza como proceso en varios países europeos que a su vez intercambian productos entre sí dando lugar a un mercado abierto dentro de una economía liberal-capitalista.

3.1.4 La Gran depresión 1873-1896

En 1873 el capitalismo como sistema sufre su primera crisis.

Entre las distintas explicaciones podemos destacar la que considera que se trató de una crisis de sobreproducción. El nivel de industrialización llegó a niveles tan altos que sobrepasó las capacidades de demanda. Esta etapa entonces es reconocida como “La gran depresión”.

Esta contracción del comercio implicó el fin de la era del librecambio, obligando a los distintos países europeos a desarrollar políticas económicas proteccionistas.

3.1.5 La Belle Epoque (1896-1913)

A pesar del proteccionismo reinante, a partir de 1896 las economías de los países industriales experimentarían un período de auge que si bien no llegó a ser como el vivido antes de 1873 tuvo su clímax hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial.

El sistema internacional funcionaba satisfactoriamente gracias a una División Internacional del Trabajo: un mercado internacional integrado por:

· -países exportadores de materias primas y al mismo tiempo compradores de productos terminados

· -países industrializados exportadores de productos terminados o manufacturados (bienes de consumo y de capital).

Esta etapa llamada Bèlle Époque coincide con otra denominación del período

3.2 El comercio internacional y la integración del mercado mundial.

3.2.1 La era del librecambio

El mercado mundial de la primera mitad del siglo XIX registraba una dimensión económica y una escala de relaciones internacionales relativamente modesta con una limitada capacidad de flujos internacionales masivos. Esto se debía a:

a. falta de excedentes para la exportación y atraso de los transportes

b. saldos modestos para invertir en el extranjero

c. restricciones arancelarias y discriminaciones comerciales por parte de todos los gobiernos.

Libre cambio à entre 1860 y 1875. Constituido por la libre circulación entre países de:

flujos de Capital

Trabajo

Mercancías

Funcionó gracias a:

la restricción de los aranceles aduaneros

adopción de un mismo patrón de intercambio (Patrón Oro)

El régimen de libre comercio, que se generalizó a partir de 1850:

1. Favoreció espectacularmente al comercio internacional, lo integró y lo multiplicó.

2. Promovió la difusión y transmisión de la tecnología.

3. Se convirtió en uno de los soporte de la onda larga ascendente. Los beneficios parecía alcanzar a todo los países por igual.

Antecedentes teóricos del librecambismo

Fundamentalmente fue la Escuela Clásica (Adam Smith y David Ricardo) la que dio forma a la teoría. Partiendo de la base de una división del trabajo como eje del crecimiento económico, siendo este último posible sólo si existe un mercado internacional libre y amplio.

La división del trabajo a nivel mundial (o la llamada división internacional del trabajo) se efectúa sobre el concepto de las “Ventajas comparativas”.

¿Qué significa esto?

Que cada país debe orientar su producción hacia los costos más bajos de producción. Que están dados por las condiciones específicas de cada país.

Es decir que si por cuestiones de avance tecnológico o por condiciones materiales determinado país podía producir determinado bien a bajo costo, la venta del mismo no sólo beneficiaría al mismo país por su bajo costo de producción sino que además podría adquirir a buen precio los elementos que no podía producir gracias al intercambio con otros países que sí gozaban de esa producción.

3.2.2 El retorno al neo mercantilismo proteccionista

Con la crisis de 1873 desbordaban los productos agrícolas e industriales, que no encontraban cauce en un mercado mundial que parecía haber llegado a su techo. La competencia se tornaba más intensa y agresiva. A muchos países el miedo los unió en una misma reivindicación: la protección estatal.

A partir de la crisis de 1873 todos los países europeos volvieron a establecer aranceles aduaneros y los intercambios o tratados comerciales no volverían a ser multilaterales sino bilaterales.

El primer estado europeo que reinstaló sus aranceles fue el Reich alemán, y más adelante otros como Francia, Italia, Austria-Hungría.

Solamente Gran Bretaña, Holanda, Suiza, Dinamarca y Bélgica mantuvieron el librecambio.

La acción estatal se fue fortaleciendo de manera progresiva. En su afán de proteger, terminó incidiendo poderosamente en la vida económica. En el ámbito nacional, en lo relativo a la industrialización y al resguardo de los intereses locales. En el espacio internacional, interrumpiendo el movimiento de mercancías e incrementando la rivalidad entre las naciones.

¿Fue literalmente una gran depresión la sufrida por la economía mundial entre 1873 y 1896? ¿Fue tan grande la marea proteccionista como para frenar el crecimiento del comercio internacional?

La tasa de crecimiento del comercio internacional, aunque disminuyó, siguió siendo positiva. La producción mundial, tuvo un crecimiento sustancial. La base geográfica de la economía industrial se expandía. El mercado internacional de materias primas y alimentos se amplió extraordinariamente. Al final de la onda larga depresiva, la economía mundial era mucho más plural que antes.

La emergencia de sólidas economías nacionales definidas por las fronteras de los estados aparecía como la principal razón del desarrollo económico; era el neomercantilismo. La manera desigual en la que los distintos países se desarrollaban industrialmente produjo una creciente competencia entre ellos y fomentó el régimen proteccionista. En la segunda mitad del siglo XIX el núcleo fundamental del capitalismo mundial lo constituían cada vez más las economías nacionales; la industrialización y la depresión hicieron de ellas un grupo de economías rivales.

Naturalmente, este modelo se limita al sector desarrollado del mundo. El proteccionismo que se extendió con fuerza no era extensivo ni tampoco excesivamente riguroso. Con lo cual, no frenó ni perjudicó el crecimiento del comercio internacional. Prevaleció un tipo de proteccionismo selectivo, que al mismo tiempo podía variar de acuerdo con los grados de desarrollo alcanzados por cada sector.

A lo largo de las dos décadas de la Gran Depresión, la economía mundial fue también escenario de un profundo cambio en la distribución del poder económico entre las grandes potencias. Inglaterra, que hacia mediados del siglo ocupaba el lugar del “taller del mundo”, entre 1880y 1895 no pudo mantener tal exclusividad; su industria había sido superada por la de Estados Unidos y Alemania, más dinámicas e innovadoras. No obstante, continuó conservando y movilizando sus recursos de tal forma que mantuvo el liderazgo de la economía mundial.

3.2.3 El patrón oro internacional

El patrón oro internacional era el eje en torno al cual giraba el sistema monetario y el comercio multilateral de las últimas décadas del siglo XIX, lo cual para varios expertos fue la principal razón del alto grado de integración conseguido en la economía mundial entre 1890-1895 y 1914.

Es un sistema de tipo de cambio fijo con respaldo en oro, alrededor del cual comerciaban los distintos países. Un país se encuentra dentro del sistema cuando su banco nacional y/o central está en condiciones de aseguraba la libre convertibilidad de los billetes de banco y depósitos bancarios en oro y cuando no impone restricción alguna a la importación y exportación de oro, función de la Balanza de pagos. La oferta monetaria del país, por lo tanto, está vinculada a las reservas de oro en el Banco central.

¿Cómo funcionaba?

En la práctica nunca se produjeron los intercambios en ORO pero éste servía como base de relación fija entre las diferentes monedas.

La función de un patrón monetario es definir la unidad de valor de un sistema monetaria, la unidad de cuenta en la cual son convertibles todas las demás formas de moneda.

Históricamente, los patrones eran el oro y la plata; hasta fines del siglo XVIII todos los países tenían un patrón bimetálico. A fines del siglo XVII y mediados del XVIII la escasez de palta y mayor ingreso de oro en Gran Bretaña desestabilizaron el patrón bimetálico. Eso llevó a fijar la libra esterlina en oro. Por el contrario, el continente europeo continuaba adherido al patrón bimetálico: su centro era Francia.

Con e aumento del libre comercio y por consiguiente, la mayor integración de la economía mundial, el liderazgo británico llevó a que el conjunto de Europa, entre 1875 y 1878, se pasara al patrón oro; aunque esto no ocurrió sin resistencia.

Con respecto a la universalización del patrón oro desde 1880 hasta 1914, resta plantear dos puntos de vista:

1. monetarismo mundial.: la producción y el stock mundial de oro determina la oferta monetaria y los precios internacionales, sin que las políticas de los bancos centrales puedan modificar dichas condiciones.

2. patrón oro como patrón libra esterlina: Se decía que el Patrón Oro en realidad estaba dirigido desde Gran Bretaña que era el primer Estado europeo en el comercio internacional y que entonces el tipo de cambio muchas veces era la libra esterlina antes que el oro. Esto otorgaba ventajas a Gran Bretaña en cuanto a sus inversiones en el exterior haciéndolas en libras.

3.3 La emigración transoceánica

Las migraciones internacionales fueron un fenómeno característico del siglo comprendido entre 1815 y 1914. En un contexto de libertad de migración por parte de los países americanos y de relativa libertad de emigración por parte de los europeos, el movimiento migratorio alcanzó niveles enormes.

El movimiento migratorio transoceánico se desplaza de oeste a esta hasta afectar todo el viejo continente. Si bien afectó a toda Europa, el porcentaje de los migrantes por habitante es significativamente diferente en las diversas naciones y regiones.

Si la emigración hacia América fue elevada, también lo fue el retorno. El mismo fue muy desigual según regiones y naciones. Las áreas del norte de Europa (Escandinavia y Alemania) tuvieron bajos índices de emigrantes retornados, mientras que los países del centro de Europa e Inglaterra vieron retornar a mayor número de personas, y todavía más los de Italia.

Se dio una dicotomía entre un antigua emigración con un alto porcentaje de grupos familiares, profesionalmente más calificada y permanente, y una nueva emigración, integrada de manera predominante por hombres jóvenes, trabajadores menos calificados que aspiraban obtener buenos ingresos en el corto plazo para luego retornar a sus hogares (aves de paso o golondrinas), característicos de la emigración del sur y del este de Europa en la década anterior a la Primera Guerra Mundial.

La tasa de retorno fue más elevada entre lo grupos migrantes que se dirigieron a América en los 20 años precedentes a1914. Los costos de la experiencia migratoria se redujeron principalmente por la reducción en el tiempo del viaje.

Los migrantes europeos, en su mayoría procedentes de áreas rurales, se dirigieron hacia numerosos destinos dentro de Europa o más allá del océano. La experiencia transoceánica atraía más que nada a pequeños propietarios, arrendatarios o colonos que podían darse el lujo de pagar el viaje y prescindir durante algún tiempo de los ingresos.

De los destinos americanos, los Estados Unidos recibieron el mayor número de inmigrantes, luego la Argentina, y luego Canadá y Brasil. Sin embargo, los países de la península ibérica (España y Portugal), proveyó sus inmigrantes a los países del sur, siendo la Argentina el principal destino para los españoles y Brasil para los portugueses.

Las migraciones e producen en gran parte a través del mecanismo de cadena migratoria, que es el movimiento a través le cual los futuros inmigrantes conocen las oportunidades, son provistos de medios de transporte y obtienen la primera habitación y empleo a través de las relaciones sociales primarias con inmigrantes anteriores. Por tanto la cadena provee información y asistencia, instrumentos básicos para tomar la decisión de emigrar y decidir a dónde hacerlo. La información más confiable es la que circula por lazos familiares o interpersonales.

¿Por qué las personas resuelven emigrar? Podemos hablar de dos tipos de explicaciones opuestas:

1. Pesimistas: hacen hincapié en los factores de expulsión desde los países de origen. La emigración masiva fue el resultado del empeoramiento relativo de las condiciones de vida generado por las grandes transformaciones que acompañaron al desarrollo del capitalismo industrial en sus primeras etapas.

2. Optimistas: ponen el énfasis en los factores de atracción que ofrecían los países de destino. Las nuevas oportunidades que surgían n los países nuevos eran lo que alentaba a las personas a emigrar, al darles una posibilidad concreta de modificar una situación estancada. Era el diferencial salario entre el lugar de origen y el de destino lo que explicaba por qué las personas decidían ir de un país a otro. Sin embargo, lo que más interesaba al inmigrante no era tanto el salario sino más bien la capacidad de ahorro.

En el caso de Inglaterra, cuando en la segunda mitad del siglo XIX las condiciones económicas habían mejorado para las clases populares, la emigración continuó creciendo, lo cual explica que hasta cierto punto los movimientos migratorios se independicen de las condiciones en el país de origen.

En el caso de España lo que atraía eran otras condiciones existentes en el lugar de arribo antes que al diferencial de salarios (lengua, sociedad, clase de trabaja, presencia de amigos, parientes e instituciones).Esto demuestra que no todos los emigrantes actúan movidos pro los mismo estímulos.

Otro elemento a tener en cuenta a la hora de explicar las migraciones son las transformaciones demográficas que se produjeron a lo largo del siglo XIX. En los 100 años anteriores a la Primera Guerra Mundial, el enorme crecimiento de la población estuvo ligado a las transformaciones en los comportamientos demográficos por parte de los habitantes de Europa (transición demográfica). La transición demográfica consiste en el paso de un régimen antiguo, donde predominan la alta natalidad y mortalidad, a otro moderno, en el que se prevalece la baja natalidad y mortalidad., lo cual implica, durante el período de transición, un fuerte crecimiento de la población (la mortalidad desciende antes que la natalidad, generando excedente de población). El elemento calve no es tanto la transición, sino la duración de la misma.

A las causas de los movimientos migratorios habría que agregar otras ligadas a los regimenes agrarios, las características de la estructura familiar o los sistemas de herencia.

4. EL CRECIMIENTO DEMOGRÁFICO Y LA URBANIZACIÓN

Transformaciones del mercado mundial en la segunda mitad del siglo XIX

4.1 La población

La transición demográfica se caracteriza por ser una etapa en que se combinan latas tasas de natalidad y tasas decrecientes de mortalidad, debido principalmente al aumento de los recursos alimenticios, los progresos de la medicina y la higiene y luego, la difusión de la educación, lo cual genera un incremento sin precedentes de la población. Entre principios del siglo XIX y el 1900 la población se duplicó. El descenso de la mortalidad infantil fue una de las principales causas del aumento de la esperanza de vida al nacer.

4.2 La urbanización.

La industrialización fue acompañada por cambios profundos en la distribución ocupacional y espacial de la población.

En las actividades de la estructura económica se dio una disminución continua de la importancia del sector primario (descenso del 40% de la población empleada) y un aumento de la del sector secundarios (aumento del 32% de la población empleada) y terciario (aumento del 38% de la población empleada).

A medida que creía el sector secundario y los servicios, la población se fue nucleando crecientemente en las áreas urbanas. Uno de los rasgos más característicos de las sociedades industriales fue el proceso de urbanización, resultado del crecimiento de las ciudades y del nacimiento de ciudades nuevas. La explosión urbana del siglo XIX fue posible gracias a la combinación de diversos factores, entre los que se destacan:

- las transformaciones en la agricultura. Incremento de la productividad agrícola que permitió alimentar un número creciente de habitantes de las ciudades.

- la revolución de los transportes. Los ferrocarriles ayudaron para el abastecimiento de alimentos, de combustible y de materia prima.

- la difusión del vapor como fuente de energía. La industria así se fue independizando de las condiciones geográficas, radicándose crecientemente en las ciudades.

Con el desarrollo de las ciudades industriales, el espacio urbano sufrió profundas modificaciones:

1. En el centro tendieron a concentrarse las actividades comerciales y financieras, y surgieron nuevas zonas en las que se localizaba la industria.

2. Las fábricas pasaron a ocupar un lugar central dentro de las áreas urbanas

3. Alrededor de las fábricas se fueron poblando los barrios obreros.

4. Hubo una tendencia a la segmentación y diferenciación entre los espacios ocupados por los distintos sectores sociales.

5. Tendieron a crecer más rápidamente las grandes ciudades y las capitales más vastas, así como los centros industriales, administrativos, financieros y comerciales.

6. se incrementó el número de grandes ciudades.

No hubo un modelo uniforme, y la situación cambió de país en país, y de región en región.

Junto con el proceso de urbanización se dio una gran expansión de la industria de la construcción. Los servicios urbanos comenzaron a modernizarse en las últimas décadas del siglo. Nacieron los sistemas de transporte urbano (tranvías, luego, subterráneos) y las redes de desagüe.

4.3 Hacia una nueva sociedad

La industrialización fue cambiando gradualmente la estructura social y las relaciones sociales durante todo el siglo XIX. Fue creciendo el número de trabajadores industriales en detrimento de los campesinos los artesanos y trabajadores a domicilio son paulatinamente reemplazadas por los obreros de fábrica, y sus condiciones de vida tienden a uniformarse.

Hasta la segunda mitad del siglo XIX las condiciones de vida de los trabajadores industriales fueron en general muy penosas. A causa de las condiciones de trabajo y las deficiencias de las condiciones de vivienda, salubridad e higiene en las nuevas aglomeraciones urbanas.

Recién después de 1850 la clase obrera ve mejorar lentamente su condición, en parte por la expansión económica así como también por sus organizaciones y su acción en pos de una sociedad menos injusta.

Una de las características de la nueva sociedad industrial fue la difusión de las relaciones de mercado y de los principios de laissez faire (dejar hacer).

La opinión tradicional había sostenido que los ricos eran los responsables de la sociedad y que los pobres debían depender de ellos. Con al Revolución Industrial se fue imponiendo la idea de que los individuos eran responsables de sus condiciones de existencia. La abolición de los gremios contribuyó a la desarticulación de los viejos mecanismos de solidaridad. Las nuevas condiciones de trabajo y la nueva legislación generaron desde los inicios la resistencia de los trabajadores.

La segunda mitad del siglo XIX asistió al nacimiento del socialismo, el anarquismo y el comunismo, que pasaron a tener un papel decisivo en la organización del movimiento obrero.

En vísperas de la primera guerra mundial, en los países más desarrollados se había logrado notables mejores en las condiciones de trabajo y se habían implementado los primeros sistemas modernos de protección social.

Junto a los obreros, fue creciendo, sobre todo en las últimas décadas del siglo, el número de los empleados, que realizan trabajos no directamente relacionados con la producción, en general, no manuales, y tienen una identidad que los separa de los obreros.

El siglo XIX suele ser caracterizado como el siglo de al burguesía, que se define parcialmente por la exclusión; no forman parte de ella los nobles, el clero, los campesinos y los sectores más bajos urbanos y rurales. La burguesía incluye a:

1. Los asalariados

2. Burguesía económica: comerciantes, fabricantes, banqueros, financistas, empresarios, managers.

3. Burguesía culta: profesionales, profesores, jueces, altos funcionarios administrativos, científicos, empleados jerárquicos.

Ella es la principal beneficiaria del proceso de industrialización y de la expansión económica. Puede hablarse de una burguesía triunfante que fue imponiendo su modo de vida al resto de la sociedad.

Fin!!!

Texto 3. La revolución industrial en los Estados Unidos, R. Killick

Al comienzo de la primera guerra mundial los Estados Unidos se habían convertido en la mayor potencia industrial del mundo, resultado de:

- la adición de producción industrial, población y territorio

- las transformaciones fundamentales de todas las relaciones económicas y sociales

- la creación de una sociedad nueva

1. Sus orígenes en el siglo XVIII

A diferencia de otras muchas sociedades próximas a la industrialización, la América del siglo XVIII era una comunidad bien organizada, próspera y dotada de un gran potencial de crecimiento. Pero a pesar de esta prosperidad, existían barreras que obstaculizaban el desarrollo económico: mano de obra cara debido a la atracción de la frontera, propietarios de tierras y comerciantes más pobre que en Gran Bretaña, y los bancos y demás intermediarios financieros eran inexistentes.

A finales del siglo XVIII una serie de acontecimientos se combinaron proporcionándole a América excelentes oportunidades para superar sus limitaciones. La Revolución la liberó del mercantilismo británico, y la creación de un gobierno eficaz le dio la estabilidad política necesaria para la expansión comercial; las guerras desencadenadas por la Revolución francesa entre 1793 y 1815 colocaron a su comercio en situación ventajosa, al menos hasta 1807, pero más importancia tuvo aún la Revolución Industrial británica.

El rápido crecimiento de la industria textil algodonera abrió un gigantesco mercado al algodón en bruto de los Estados sudistas. La más diversa información científica, mecánica e institucional cruzaba rápidamente el Atlántico siendo a menudo modificada y perfeccionada al ser utilizada en América. Por otra parte, la transferencia de tecnología británica resultó relativamente sencilla, habida cuenta de lo mucho que tenían en común ambas naciones.

Finalmente, la Revolución Industrial en Europa llevó aparejados el crecimiento y la creciente movilidad de su población, siendo muchos los emigrantes que se desplazaron de sus países de origen y fueron atraídos a Estados Unidos. De aquí que resulte muy difícil ver en la Revolución industrial en Estados Unidos algo distinto de una prolongación del proceso iniciado poco antes en Gran Bretaña.

A lo largo del siglo XIX, a medida que los Estados Unidos crecían en riqueza y poderío, disminuía paulatinamente la influencia que sobre ellos ejercía Europa, de tal forma que su continua expansión dependió cada vez más de la favorable interacción de los diferentes sectores de su propia economía nacional.

2. La Revolución del transporte

a comienzos del siglo XIX, el elevado costo del tranporte interior anulaba las riquezas de América en tierra y recursos naturales y otorgaba a lso pequeños países europeos una decidida ventaja sorbe ella.

El problema que planteaban las vías de comunicación terrestres situadas fuera del Nordeste urbanizado derivaba de las distancias existentes y de la densidad de tráfico relativamente baja, lo que hacía que fueran pocas las mejoras que podían introducirse y que no se consiguiera fomentar el tráfico. La mala construcción de las carreteras llevó a que se deterioraran y por consiguiente nunca pudieran utilizarse para abrir el país a la colonización.

Mucha mayor importancia tuvieron las diversas formas de transporte fluvial. Probablemente la innovación más decisiva fue la utilización de buques de vapor en el Missisipi y sus afluyentes, que facilitó el acceso a un área gigantesca en el Sur y el Medio Oeste. Estos barcos estaban perfectamente adaptados a los tramos más estrechos y someros, aguas arriba del río y a sus niveles rápidamente cambiantes, y se convirtieron en el nexo indispensable entre las explotaciones agrícolas del Oeste, los plantadores del Sur y los mercados de Nueva Orleáns hasta su sustitución por los ferrocarriles después de la guerra civil.

El éxito alcanzado por la explotación de las vías fluviales condujo inevitablemente, como en Europa, a la elaboración de planes para enlazar las cabeceras de los ríos y lagos por medio de canales para completar así los sistemas.

Los primeros ferrocarriles del Este fueron construidos durante la década de 1830 a partir de Boston, Baltimore y Charleston, ciudades que disponían de peores conexiones fluviales y estaban esforzándose por ampliar sus mercados occidentales.

¿Qué ventajas tenían respectivamente los caminos, los canales y las vías férreas? ¿Cuál era el valor absoluto del sistema de comunicaciones en su conjunto?

Aun cuando, por regla general, el trazado de las vías férreas se superponía al de los canales, resulta difícil saber en qué medida aquéllas eran más eficaces que éstos, ya que, naturalmente, sus ventajas relativas variaban con su trazado, longitud, estación del año y productos transportados. Aun cuando la condición previa y esencial de la mayor parte de los proyectos era la eficacia del transporte, no siempre era la fuerza creadora inicial la que los animaba. Las mejoras introducidas a principios del siglo XIX en el transporte, facilitaron el desplazamiento de algodón, cereales, productos manufacturados y emigrantes, pero a menudo eran resultado y no causa del creciente comercio.

Los canales y las vías férreas produjeron también otros efectos. Durante su construcción contribuyeron a desarrollar la industria metalúrgica y la fabricación de maquinarias, y absorbieron un importante volumen de mano de obra. En la década de 1870, cuando la economía comenzó a reactivarse, los ferrocarriles se convirtieron en los principales consumidores de hierro y acero. Finalmente, tanto los canales como los ferrocarriles tuvieron importantes repercusiones institucionales. Las primeras compañías realmente grandes se constituyeron en torno a ellos y fue en el seno de estas compañías donde por primera vez fueron plenamente visibles muchas de sus características más modernas, tales como la separación entre propietarios, directores y trabajadores. Por otra parte, la construcción de los canales y ferrocarriles exigía la colocación de enormes emisiones de acciones y bonos entre los inversores privados, lo que incidió sobre sus hábitos de ahorro y contribuyó a la expansión de los mercados de valores, donde se negociaban y utilizaban como garantía adicional.

3. La industrialización y la urbanización en el nordeste

El verdadero motor de la expansión de los Estados Unidos fue el desarrollo alcanzado por la población y la industria en el Nordeste. La gran mayoría de las nuevas industrias y de las grandes ciudades se concentraban en aquella zona. El éxito de la industrialización de América se debió, sobre todo, al desarrollo cualitativo y a la vinculación mutua de estas industrias en grandes y nuevas regiones urbanas.

En 1815, todavía el NE era predominantemente agrícola y comercial, pero cuando de las décadas de 1840 y 1850 comenzaron a llegar masivamente los cereales del Oeste muchas de las granjas alejadas de los centros urbanos fueron abandonadas.

En el NE se desarrolló un comercio activo y los navíos de Boston y Nueva York surcaban todos los mares. Pero el tráfico marítimo americano no alcanzaría su apogeo hasta mediados del siglo XIX.

Los primeros telares de algodón de los Estados Unidos, copia de los británicos, se fabricaron en las décadas de 1790 y 1800. El hilo era transformado en tejido por tejedores independientes o se vendía directamente al consumidor final. En el interior del país, y en la frontier, las grandes distancias hacían que incluso este procedimiento de fabricación doméstica resultara extremadamente lento. La provisión de hilados de confección barata de telares que en su mayor parte estaban localizados en Nueva Inglaterra significaba un paso adelante en relación con esta primitiva organización. El siguiente paso se dio con la aparición, durante y después de la guerra de 1812, de las grandes máquinas de hilar y tejer movidas por energía hidráulica. Las nuevas fábricas eran tan grandes porque proyectos en menor escala no habían logrado sobrevivir a la competencia británica. El problema de la mano de obra que se había planteado allí donde los telares estaban instalados en zonas despobladas, se resolvió empleando a las hijas de los agricultores. Los mercados del sur y del oeste se desarrollaban con gran rapidez gracias al crecimiento de la población y también a los adelantos de los transportes que facilitaban el acceso de los agricultores y de los hombres de la frontera en busca de vestidos acabados. Las florecientes ciudades del Este representaban un mercado que crecía a mayor velocidad que las de cualquier país europeo, al haber quedado excluidos los productos británicos e ir en aumento la inmigración.

Pero los tejidos de algodón no eran en modo alguno la única industria de Nueva Inglaterra; en 1900 la región producía tejidos de lana, zapatos y todo tipo de maquinaria textil y general. Por supuesto, muchas de estas industrias estaban relacionadas de algún modo con los tejidos de algodón.

Las grandes industrias de la segunda revolución industrial (acero, productos químicos, maquinaria pesada y automóviles) no se desarrollaron en Nueva Inglaterra, en parte porque carecía de las materia primas necesarias. En la América del siglo XVIII no se utilizaba mucho carbón ni hierro, los abundantes bosques proporcionaban tanto el material necesario para la construcción de las estructuras y las máquinas como el combustible doméstico y el carbón vegetal empleado en la fabricación del hierro imprescindible en los primitivos utensilios de trabajo.

El hierro y el acero eran necesarios para la fabricación de maquinaria potente y precisa y de las máquinas de vapor de las nuevas factorías, de los raíles que comunicaron al país y de los nuevos y elevados edificios que comenzaron a alzarse en las ciudades a partir de la década de 1870, así como para gran número de otras aplicaciones. Esta masiva expansión de la producción de hierro y acero no habría sido posible sin un crecimiento paralelo de la minería del carbón y del hierro, que se convirtieron en importantes industrias por derecho propio. Aun cuando también se desarrollaron otras industrias extractivas y metalúrgicas, solamente desempeñaron papeles complementarios y nunca pudieron amenazar el carácter esencial del hierro en esa época.

La gran transformación se produjo a mediados del siglo XIX, con la aparición de acero barato producido por el método Bessemer, de tal forma que en 1900 los procedimientos empíricos de las primitivas forjas estaban siendo reemplazados por un conocimiento más preciso de la química de la fabricación del acero; al mismo tiempo fueron descubiertas fórmulas para reducir al mínimo el empleo del calor y de la mano de obra. Los más importantes productores de acero de América, como Andrew Carnegie, se hallaban en condiciones de instalar el equipo más avanzado y complejo debido al gigantesco incremento de la demanda procedente de las ciudades y los ferrocarriles americanos al término de la guerra civil; gracias a los beneficios obtenidos, podían sustituir los viejos hornos y superar a sus competidores.

Una consecuencia importante de la concentración del comercio y de la industria en el Nordeste fue la rápida expansión de las más importantes ciudades allí ubicadas: Nueva York, Chicago y Pittsburg.

4. El sur

Aun cuando durante el siglo XIX los estados del Sur y del Oeste siguieron siendo fundamentalmente agrícolas, desempeñaron una importante función de estímulo de la industrialización americana al tiempo que influía sobre ellos la presión industrial procedente del Este. La tragedia de la historia económica sudista estriba en que, a pesar de esta contribución, tras la guerra civil su sociedad se convirtió en el arquetipo de la pobreza rural.

La importancia del Sur para el resto de Estados Unidos radicaba en sus enormes exportaciones de algodón en bruto a Gran Bretaña. Estas exportaciones no sólo dieron vida a la sociedad sudista y a la esclavitud sino que alrededor de 1810 generaron un activo comercio fluvial de maíz y carne de cerdo. Los beneficios de este comercio fueron compartidos también por los mercaderes y los fabricantes del Nordeste, que proporcionaban bienes y servicios al Sur y al Oeste, lo que enriqueció enormemente a ciudades como Nueva York y Boston. Todo ello explica que algunos hayan insistido en que, al igual que ocurrió en otros países como Gran Bretaña y Japón, América se industrializó sobre la base de las exportaciones. No hay que sobrestimar, sin embargo, la importancia de este estímulo. Entre 1800 y 1840, el algodón fue ciertamente el factor más dinámico en las exportaciones, pero los Estados Unidos dependían menos del comercio exterior que otros muchos países que carecían de sus variados recursos continentales

Al término de la guerra civil, los estados sudistas se convirtieron en los más pobre de la Unión. Ello se debió en parte al impacto de la industrialización del Norte, pero también a las propias deficiencias de la región. La economía del sur fue próspera hasta la guerra civil, deteriorándose después. El hecho de que el Sur no lograra industrializarse antes del conflicto incidió fatalmente tanto sobre su capacidad bélica como sobre sus oportunidades subsiguientes de prosperidad. La esclavitud podría ser una posible explicación de este fracaso; muchos escritores del siglo XIX sostuvieron que la esclavitud era menos eficaz que el trabajo libre porque los esclavos carecían de los incentivos necesarios para trabajar duramente o de manera inteligente. Esto explicaría que al margen de la superproducción y de la caída de los precios del algodón, el Sur estuviera condenado a producir exclusivamente materias primas y no pudiera industrializarse. En épocas más recientes sin embargo, los historiadores han estudiado las contabilidades de las plantaciones y han demostrado que desde el punto de vista comercial era rentable poseer esclavos, especialmente si se tiene en cuenta la posibilidad de vender los niños. Existía un próspero mercado de esclavos y éstos podían ser alquilados localmente, vendidos a patronos del Sudoeste o enviados allí donde su trabajo fuera más rentable. Había además un pequeño número de esclavos que trabajaban con eficacia en la industria y que podían recibir pequeñas recompensas a modo de estímulo.

Pero en cualquier caso, aun cuando se lograra que los esclavos trabajaran eficazmente, la propia naturaleza económica de la plantación pudo haber retrasado el cambio. Llama mucho la atención en el Sur de aquella época la relativa escasez de ciudades y de una vida comercial activa; las plantaciones eran unidades autosuficientes que cubrían muchas de sus propias necesidades. La demanda local de maquinaria era muy escasa porque resultaba difícil la mecanización del cultivo; es más, fue precisamente la necesidad de emplear abundante mano de obra en la recolección de los productos básicos lo que originó la introducción de la esclavitud. Tampoco era importante la demanda de productos manufacturados locales de los plantadores que, por lo general, los adquirían en Europa o en el Norte, y menor aún, por supuesto, la de los esclavos (que sin embargo solían estar bien alimentados y alojados). El carácter de la sociedad producía también otros efectos indirectos. El cultivo del algodón no requería una particular capacitación de los esclavos, y los patronos tenían una comprensible aversión a educarlos. Sin perjuicio de que algunos plantadores aislados fueran frecuentemente muy emprendedores, como clase les desagradaba cuanto conocían de la sociedad urbana industrial. Una activa clase media artesanal habría significado una amenaza para ellos, por lo que no fomentaban la industria. En estas circunstancias se explica que no surgieron allí ciudades importantes, a excepción de Nueva Orleáns y que la industrialización no resultara fácil.

Los comerciantes sudistas preferían por o general invertir su capital en nuevas plantaciones de algodón porque los beneficios eran mayores y los riesgos menores. La ventaja comparativa del sur seguía surtiendo efectos y todo parecía indicar que la suya seguía siendo una economía viable.

Pero la guerra y la industrialización del Norte modificaron su posición tanto desde el punto de vista interno como en relación con el resto de la Unión. En muchas zonas, la esclavitud fue reemplazada por un régimen de aparcería, especie de arrendamiento en que los propietarios de las tierras recibían una parte de las cosechas, y por una mentalidad de embargo preventivo sobre las mismas, forma de compra a crédito en los almacenes en cuya virtud los comerciantes adelantaban a los agricultores las provisiones que necesitaban con la garantía de sus cosechas. En ocasiones el control del sistema siguió en manos de la vieja clase plantadora, pero muy a menudo eran nuevas gentes las que poseían tanto las tierras como los almacenes, de tal forma que en muchas zonas no fueran sólo los libertos, sino también los agricultores blancos pobres quienes se vieron sometidos a la nueva forma de servidumbre.

Los orígenes de este nuevo sistema radicaban en la resolución de los blancos de preservar su predominio y en la inadecuación del sistema bancario del Sur, pero en cualquier caso era menos eficaz y en cierto modo menos humano que el sistema de la preguerra, que al menos contaba con gran número de importantes y rentables plantaciones en las que los esclavos eran bien tratados por ser una mercancía cara. Después de la guerra, los pequeños arrendatarios apenas lograban subsistir, malviviendo en diminutas parcelas donde sistemáticamente se producía demasiado algodón, cuya demanda siempre era accesoria, contando con insuficientes alimentos. A medida que aumentaba la producción de algodón, los precios caían y la tierra se esquilmaba. El resultado fue un mundo de pobreza desesperada que subsistiría hasta la década de 1940.

Después de la guerra la situación del Sur en el seno de la Unión experimentó una modificación porque el gobierno federal. dominado ya entonces por los intereses comerciales del Norte promulgó una legislación bancaria y arancelaria que incidió negativamente sobre aquél; pero mayor importancia tuvo aún la creciente agresividad comercial de la industria y las finanzas nordistas.

A partir de 1880 una corriente cada vez mayor de capitales y empresas nordistas se volcó sobre el Sur y desde 1912 la balanza federal de impuestos y gastos ha arrojado generalmente un saldo favorable a esta área. A lo largo del presente siglo, el cultivo del algodón ha sido sustituido por otros cultivos y por la industria, produciéndose un éxodo considerable desde las zonas rurales del Sur a las ciudades del Norte y a California

5. El oeste

La industrialización, además de transformar el Este, fue un factor determinante en el desplazamiento de la frontera de las tierras colonizadas y, a pesar de las enormes distancias, en la transformación de las áreas que iban quedando tras ella. Durante el siglo XIX, los límites políticos de los Estados Unidos se movieron constantemente hacia el Oeste.

Las puntas de lanza de la explotación y de la colonización, sobre las que se basó esta expansión política, han sido enumeradas tradicionalmente por los historiadores en términos de Frontier.

Durante la década de 1830, la brutal política contra los indios del gobierno federal presidido por Jackson condujo al traslado forzoso de unos 100.000 indios a miles de kilómetros de su lugar de origen. En las tres décadas de implacable guerra a los indios (1864-1890) y de incontables epidemias, las tribus fueron aniquiladas y sus zonas de asentamiento reducidas a reservas cada vez más estrechas, destruyéndose sus formas tradicionales de vida. En las décadas que siguieron a la guerra civil, los colonos blancos se asentaron en las praderas para dedicarse a la ganadería y al cultivo de cereales. Hacia 1890 los europeos se habían apoderado de las últimas regiones fronterizas.

La densidad de los asentamientos en el Oeste, las modalidades de empleo de la tierra y la velocidad a la que se desplazaron las sucesivas fronteras han de contemplarse como resultado de la relación existente entre la problemática de la colonización del Oeste y la demanda de los productos que de allí procedían. A medida que la colonización se iba alejando del Missisipi y se aproximaba a las Rocosas, las tierras eran cada vez más altas y el clima más duro; los colonos allí asentados tenían que renunciar a las técnicas de cultivo aplicadas en Europa y en el Este y desarrollar maquinaria y métodos enteramente nuevos. Las explotaciones agrarias empleaban máquinas gigantescas para cosechar un trigo de escaso rendimiento sembrado en grandes superficies y con riesgo frecuente de sequías y tempestades de arena. Todo ello explica que la colonización fuera necesariamente muy irregular y la población diseminada.

El tipo de sociedad que se desarrolló en el Oeste fue resultado de la combinación de la política de los poderes públicos y de una serie de factores económicos y geográficos. El gobierno tenía una excelente oportunidad para moldear la sociedad conforme a sus deseos, pero naturalmente la capacidad para lograr este objetivo estaba limitada por la inexistencia de una maquinaria administrativa competente y por el poder de los intereses creados. De aquí que el gobierno se limitara a intentar desprenderse de la tierra de modo ordenado y socialmente beneficioso y a un precio tal que, sin impedir el desarrollo, engrosara las arcas federales. La tierra fue distribuida con muy diversos fines, como la fundación de escuelas y el fomento de la construcción de ferrocarriles, pero el experimento social más interesante fue el que tendía a alentar la creación de explotaciones familiares en lugar de grandes propiedades o plantaciones. La idea de una democracia de pequeños propietarios, databa por supuesto de antiguo en los Estados Unidos y en Europa, pero su consagración se produjo a mediados del siglo XIX con la ley Homestead de 1862, que permitía a los colonos asentados en las tierras de dominio público adquirir extensiones no superiores a 160 acres (64,8 Ha.) por un precio simbólico, siempre que las habitaran y las trabajaran por espacio de cinco años.

La política seguida en materia de tierras tuvo resultados positivos; la tierra fue rápidamente distribuida, a pesar de que los indios originaran más desórdenes y conflictos de lo que hubieran deseado las gentes del Este; se construyeron ferrocarriles y escuelas y las explotaciones familiares se establecieron con éxito en las praderas, donde el gobierno se amoldaba a las corrientes dominantes de desarrollo, pues las explotaciones familiares de 10 a 40 Ha. se adaptaban bien a estas regiones.

¿Cuál fue la incidencia del Oeste sobre el resto de los Estados Unidos?

Frederick Jackson escribía en 1893 que “la existencia de una zona de tierras libres, su constante retroceso y la progresión de la colonización hacia el Oeste explican el desarrollo americano”.

La tesis de la frontera ha acabado por tener significados diferentes. Los historiadores políticos siguen discutiendo en torno a los efectos democratizadores de las instituciones fronterizas. Por la general, durante el siglo XIX, las instituciones políticas americanas que recibían la influencia del Oeste eran más progresistas que las de Europa y eran muy elogiadas por los radicales europeos. Los historiadores sociales, por su parte, han estudiado los efectos de las actitudes y los hábitos de la frontera; algunos de los rasgos que todavía hoy subsisten son una cierta rudeza, franqueza y flexibilidad.

Las condiciones en que se debatían los pioneros contribuyeron a que los hombres de la frontera fueran rabiosamente igualitarios e individualistas, pero también a que en ocasiones estuvieran dispuestos a colaborar en actividades comunitarias específicas.

La frontera tuvo cierto número de efectos económicos sobre la industrialización americana. Una de sus funciones vitales fue la de actuar como fuente de abastecimiento del Este, al que enviaba pieles, cueros, oro, minerales y productos alimenticios a cambio de productos manufacturados y servicios..

Aun cuando es dudoso que fueran muchos los obreros industriales que acudieron a las instalaciones industriales del Oeste, la presión laboral indirecta en el Este resultó aliviada por la emigración de agricultores que, de otro modo, hubieran acabado en la industria, y de los habitantes de las ciudades que se trasladaron a las del Oeste. Todo ello provocó una probable subida de los salarios en el Este, una suavización de las tensiones laborales y un vacío que pudieron llenar los inmigrantes europeos. Otra consecuencia de las oportunidades que se presentaban en el Oeste fue la prolongación de las etapas de Prosperidad relacionadas con determinadas innovaciones

Texto 4- Los EEUU entre las dos guerras

 

D.E. Baines : Estados Unidos entre las dos guerras

La vida política y social a partir de la primera guerra mundial estuvo dominada cada vez más por consideraciones económicas y este período se contempla generalmente como un ciclo económico completo. A la depresión posbélica le siguió una fase de prosperidad en la década de 1920. La sociedad americana de la década de 1920 fue la primera sociedad de consumo de masas. Los artículos de consumo duros, utilizable durante avriso años, eran producidos en abundancia y a ajo precio. La demanda de un producto determinado fomentaba la de productos complementarios. Los niveles de venta se mantenían mediante la publicidad en los periódicos y en la radio, hecho novedoso de por sí. El cine llevaba a todos los rincones del país una imagen estereotipada de la “buena vida”.

Pero a partir de mediados de 1929 el país se sumió en un gran desconcierto económico. El sistema financiero se derrumbó y en todas partes los agricultores se arruinaron. Para la primavera de 1935 millones de personas dependían de la caridad y hombres y mujeres morían de hambre en las calles de Nueva York.

El proceso de recuperación fue lento y penoso y no se había completado cuando el inicio de la segunda guerra mundial convirtió nuevamente a América en el “arsenal de la democracia”, lo que provocó un profundo cambio en la sociedad americana modificando en particular las relaciones entre el gobierno y la economía.

Con el New Deal, no sólo el gobierno federal intervenía en prácticamente todos los aspectos de la vida americana sino que la mayor parte d ela población esperaba que él garantizase su nivel de vida.

 

La vuelta al aislacionismo

Al término de lo que se llamó “la gran guerra”, los Estados Unidos se habían convertido en la primera potencia económica.

La preponderancia de los Estados Unidos era muy evidente en el plano económico, y el hecho de que se convirtiera en país acreedor tendría efectos negativos sobre el comercio y las finanzas de posguerra.

En 1918 Estados Unidos podía producir bienes industriales y alimentos más baratos que los europeos, y más de lo que consumía su población. Prácticamente no había nada que Estados Unidos tuviera que importar, lo que significaba que los americanos acumulaban grandes cantidades de oro, con consecuencias fatales para Europa. Los países europeos, especialmente Alemania, dependieron cada vez más de los préstamos americanos a corto plazo, sujetos a devolución inmediata. Ése fue el principal motivo de las constantes dificultades económicas del mundo en la década del 20 y de la rapidez con que se extendió de los Estados Unidos a Europa, así como su gravedad.

 

Americanos y extranjeros

Tan pronto como concluyó la primera guerra mundial, la mayor parte de la población americana manifestó su deseo de tener el menor contacto posible con Europa o con los europeos. Esto afectó a los nuevos inmigrantes de las grandes ciudades cuya situación había sido motivo de prolongadas tensiones que la guerra no había hecho más que disimular.

Este violento nacionalismo se vio fomentado por la Revolución rusa y se dirigió sobre todo contra los radicales políticos y los militantes sindicalistas. Estos grupos eran básicamente urbanos, estaban formados en gran parte por inmigrantes y, consecuentemente, “poco americanos”

En ese contexto, toda huelga era presentada como una amenaza a la Constitución. La histeria se generalizó y en Chicago, a donde habían inmigrado muchos negros durante la guerra, se produjeron motines raciales.

El “Red Scare” (miedo a los rojos) de 1919 fue manifiestamente exagerado, y todavía a finales del año 1921 los anarquistas italianos Sacco y Vanzetti no lograron ser juzgados de modo imparcial en Massachussets, y cuando por fin fueron ejecutados en 1927 el movimiento de protesta en los Estados Unidos fue mínimo.

En esas condiciones, y gracias a la tremenda potencia de su economía, los Estados Unidos podían permitirse el lujo de optar por el aislacionismo político.

Los rasgos más característicos de la prosperidad americana eran la fabricación en serie de vehículos de motor, y en particular el automóvil privado, y la producción y el consumo masivos de energía eléctrica. Estas dos innovaciones resultaron esenciales para el mantenimiento de un alto grado de inversión y, consecuentemente, de expansión..

También tuvieron gran importancia los cambios introducidos en los sistemas de distribución, siempre tendientes a una mayor especialización de las ventas tanto al por mayor como al por menor. Una amplísima gama de productos, desde los cosméticos a los productos alimenticios y farmacéuticos, era vendida bajo marcas registradas, a menudo con el apoyo de una publicidad a escala nacional, lo que redundaba también en beneficio del pequeño minorista.

El ejemplo de Henry Ford refleja perfectamente el proceso de conformación del mercado americano de consumo. La intuición más importante de Ford fue la existencia de un mercado potencial y la posibilidad de satisfacerlo con un producto único.

A los dos años de su presentación, Ford fabricaba exclusivamente el modelo T, del cual se habían vendido 15 millones de unidades en 1927. Ford se percató que el automóvil podía reemplazar al caballo y a la carreta siempre que tuviera tanta aplicaciones como aquellos. El Ford modelo T no era sólo un artículo de consumo los domingos, entre semana se utilizaba para el transporte de las cosechas al mercado y realizaba muchas de las funciones del moderno tractor. Era, en definitiva, un factor de producción.

 

La ciudad contra el campo: conflicto entre dos sistemas de valores

La crisis agrícola de la década de 1920 puso de manifiesto el conflicto entre los valores rurales y urbanos subyacentes en muchos acontecimientos de la época. Y la radio, la prensa y las películas de Hollywood divulgaban una imagen de la cultura de la gran ciudad que los jóvenes del campo absorbían como nunca lo habían hecho antes.

Sin embargo, resulta significativo que el gran héroe popular de esa década no fuese ningún tecnócrata, sino un hombre que debía su éxito exclusivamente a su propio esfuerzo, habilidad y coraje.

Se trató del piloto postal Charles Lindbergh que se construyó su aeroplano privado y en 1927 fue el primer hombre que atravesó el Atlántico. Necesitó treinta y tres horas y media de vuelo para cubrir el trayecto Nueva York-París.

 

Las consecuencias sociales y políticas de la depresión

La depresión modificó la apariencia social de América. En primer término, muchos de los que todavía disfrutaban de pleno empleo percibían salarios de poca subsistencia. Este grupo incluía, por supuesto, a los agricultores, pero al margen de la agricultura la filosofía que se impuso fue la de “compartir el trabajo” entre tantos trabajadores como fuera posible.

Más importante que el alcance de la depresión, resultó ser su duración. En un país rico como Estados Unidos un trabajador o un empleado estaba en condiciones de sobrevivir durante un año de paro a base de despojarse paulatinamente de los bienes que poseía. Las mujeres soportaban mejor la presión, al menos si se juzga por el número de suicidios que aumentó en un 20% entre los hombres, permaneciendo estable entre las mujeres. Para entonces, de a uno a dos millones de desocupados vagabundeaba por el país cobijándose en cajas de cartón y hojalata en las afueras de las ciudades y tratando de sobrevivir.

 

El primer New Deal

Era obvio que algo extraordinario flotaba en el ambiente a partir del momento en que Roosevelt pronunció su discurso de toma de posesión, el sábado 4 de marzo de 1933. Inmediatamente decretó un feriado bancario de cuatro días y convocó para el lunes siguiente a una sesión extraordinaria del Congreso. A lo largo de los siguientes “cien días” como se conoce a este período de la Historia, el Congreso aprobó una avalancha de leyes sobre fondos asistenciales para los desocupados, precios de apoyo para los agricultores, servicios de trabajo voluntario para los desocupados menores de veinticinco años, proyectos de obras públicas en gran escala, reorganización de la industria privada, financiación de hipotecas para los compradores de viviendas y para los agricultores, seguros para los depósitos bancarios y reglamentación de las transacciones de valores.

Tal compromiso financiero del gobierno federal no tenía precedentes en tiempos de paz.

 

El segundo New Deal

En las elecciones presidenciales de 1936 Roosevelt no tenía rival posible, ganó en 46 de los 48 Estados. En su segundo discurso de toma de posesión, habló de la “tercera parte de la nación mal vestida y mal alimentada”. El mensaje estaba claro: los empresarios debían ser considerados como enemigos porque podían frustrar el cambio social, y eran muy pocos los que podían poner en duda que el cambio social no fuera esencial.

El gobierno anunció la próxima promulgación de una ley sobre la vivienda, la puesta en marcha de la seguridad social y su propósito de crear nuevos organismos de planificación regional.

La forma en que eran llevados los asuntos exteriores era una fuente adicional de descontento; seguía siendo opinión generalizada que la entrada de América en la primera guerra mundial había sido innecesaria salvo tal vez para llenar los bolsillos de banqueros e industriales. Roosevelt estaba convencido de que América podía mantenerse al margen de un conflicto en Europa pero únicamente si disponía del necesario poderío militar. Hasta 1940 no se pudo contar con un ejército moderno y la única flota de guerra existente era la del Pacífico.

La derrota de Francia a manos de Alemania transformó radicalmente la situación. La guerra relámpago y el aparentemente inminente derrumbamiento de Gran Bretaña pusieron de manifiesto la debilidad militar de América, pues a nadie se le escapaba que si los alemanes ponían un pie en México, grandes zonas del Medio Oeste quedarían a merced de sus bombardeos.

El alto mando japonés, por otra parte, llegó a la conclusión de que los Estados Unidos, potencialmente más poderosos, no podían mantenerse al margen y decidió desencadenar un ataque preventivo.

A primera hora del domingo 7 de diciembre los aparatos de los portaaviones japoneses atacaron y destruyeron gran parte de la flota americana estacionada en Pearl Harbour, en las islas Hawai. Este hecho podría atribuirse a incompetencia militar: el 8 de diciembre de 1941 el Congreso apoyó la declaración de guerra a Japón con un solo voto en contra. Alemania e Italia declararon la guerra a Estados Unidos, como habían estipulado y los Estados Unidos volcaron la totalidad de los recursos de su economía y de su sociedad contra las potencias del Eje.

Texto 5- Vistas panorámicas el siglo XX

I

Las visiones del fin del siglo son contradictorias: el siglo más terrible, de matanzas y guerras, pero también de avance de la mujer y reconocimiento de los derechos de los más débiles, junto con la multiplicación de la población y el progresos de la ciencia. Uno de los rasgos de este fin de siglo es la DESTRUCCIÓN DEL PASADO: los jóvenes actuales viven una suerte de presente perpetuo, si raíces, lo cual aumenta la responsabilidad de los historiadores.

Para los más grandes, el mundo del siglo XX fue el de la confrontación entre dos maneras antagónicas de organizar el mundo: el capitalismo y el socialismo. El segundo identificaba las economías organizadas según el modelo de URSS y el primero designaba a todas las demás. El mundo que ha sobrevivido una vez concluida la revolución de octubre es un mundo cuyas instituciones y principios básicos cobraron forma por obra de quienes se alinearon en el bando de los vencedores en la segunda guerra mundial. Fue normal que quienes ganaran las diversas batallas, silenciaran a los derrotados; quines no sólo fueron silenciados sino prácticamente borrados de la historia y de la vida intelectual, salvo en su papel de enemigo en el drama moral universal que enfrenta al bien con el mal. El siglo XX es el de las “guerras de religión”, no por ser necesariamente religiosas, sino porque el enfrentamiento se basó en la INTOLERANCIA.

II

Ha terminado una época de la historia del mundo, la del “Siglo XX corto”, que va desde la Primera Guerra mundial, en 1914, hasta la caída de la URSS, en 1989. Ignoramos que ocurrirá a continuación, pero sabemos con certeza que será el siglo XX el que le habrá dado forma.

El siglo se ha dividido en tres etapas:

1. Las dos guerras mundiales, desde 1914 hasta el fin de la segunda guerra mundial. (la era de las catástrofes)

2. la edad de oro, de crecimiento económico y cambios sociales, entre 1945-73

3. la etapa de descomposición e incertidumbre, y para vastas zonas del mundo como África, la ex Unión Soviética y los antiguos países socialistas de Europa, de catástrofes, desde 1973 a la fecha.

La Primera Guerra Mundial marcó el derrumbe de la civilización occidental del siglo XIX. Esa civilización era capitalista desde el punto de vista económico, liberal en su estructura jurídica y constitucional, burguesa por la imagen de su clase hegemónica característica y brillante por los adelantos alcanzados en el ámbito de la ciencia, el conocimiento y la educación, así como el progreso material y moral.

Los decenios transcurridos desde el comienzo de la primera guerra mundial hasta la conclusión de la segunda fueron una época de catástrofes para esta sociedad, que durante cuarenta años sufrió una serie de desastres sucesivos. Desde allí se abrió la etapa de rebeliones y revoluciones, con el socialismo como alternativa al capitalismo, con la crisis de las potencias colonialistas, con crisis económicas sin precedentes, con el derribe del capitalismo liberal y de la democracia, con el avance del fascismo. Y ese avance fascista permitió una rara alianza entre el capitalismo liberal y el comunismo, que permitió salar la democracia. La derrota del fascismo fue el momento decisivo del siglo XX.

La revolución de octubre tenía el objetivo de acabar con el capitalismo a escala planetaria. La gran paradoja fue que el comunismo salvó al capitalismo, y le permitió, con la victoria militar de la Unión Soviética sobre la Alemania nazi de Hitler, comenzar la Edad de Oro. En tanto, la repercusión más importante y duradera de los regimenes inspirados en la revolución de octubre, los países llamados socialistas, fue la de haber acelerado la modernización de los países agrarios atrasados. La tercera etapa tiene como elemento central la crisis del socialismo real, abriendo una etapa de crisis general, universal. Ya en la Edad de oro la economía mundial era universal, y su funcionamiento traspasaba las fronteras estatales. Por consiguiente, resultaron afectadas las ideas de todos los regimenes y sistemas. El capitalismo de bienestar se derrumbó. Gradualmente se hizo patente que había comenzado un período de dificultades duraderas y los países capitalistas buscaron soluciones radicales, en muchos casos ateniéndose al mercado libre sin restricciones. El retorno del liberalismo estuvo ligado al surgimiento de viejos problemas: desempleo, crisis, pobreza, déficit de Estado, etc. Los países socialistas, con unas economías débiles y vulnerables, se vieron abocados a una ruptura radical con el pasado y al hundimiento, lo cual marca el fin del siglo XX corto.

El derrumbamiento de una parte del mundo reveló el molestar existente en el resto. Mostró que venía una larga lista de problemas. Las democracias se desprestigiaron, los estados nación se vieron impotentes ante los entes supranacionales, aparecieron grupos étnicos o religiosos que los cuestionaron, etc. Se produjo la crisis moral de los ideales racionalistas y humanistas compartidos por el capitalismo liberal y el comunismo. La ciencia y la tecnología, nacidas supuestamente para el progreso y el bienestar, comenzaron a ser vistas también como productoras de catástrofes y guerras.

III

El mundo de los 90 es diferente al de 1914. A pesar de las aproximadamente 187 millones de personas que murieron a lo largo del siglo por causas de guerras y otras formas de violencia, la población se triplicó. Los rasgos positivos:

1. los habitantes son más altos, pesan más, viven más y están mejor alimentados y viven más años.

2. el mundo es más rico, ya que produce infinitamente más productos y en gran variedad, aunque esto no resolvió las grandes desigualdades

3. los hombres son hoy más instruidos

4. la tecnología avanza sin cesar, hay revoluciones todos los días en los transportes y las comunicaciones.

Rasgos negativos:

1. guerras: ha sido el siglo más mortífero de la historia a causa de la envergadura, la frecuencia y duración de los conflictos bélicos que lo han asolado sin interrupción.

2. catástrofes humanas: han causado hambrunas y genocidios sistemáticos.

3. vida en condiciones brutales

4. muertes por millones

5. ataques a civiles indefensos, más incluso que a las fuerzas militares. Las guerras se han librado cada vez más, contra la economía y la infraestructura de los estados y contra la población civil.

6. torturas o incluso asesinatos como regla de seguridad para los Estados modernos.

El mundo de finales del s XX con el que existía a comienzos del período, es un mundo cualitativamente distinto al menos en 3 aspectos:

1. No es euro céntrico, ya no tiene a Europa como principal potencia. Europa ha entrado en decadencia, a excepción tal vez de Alemania. Las industrias que Europa inició emigran a otros continentes y los países que en otro tiempo buscaban en Europa el punto de referencia, dirigen su mirada hacia otras partes. Las grandes potencias de 1914, todas ellas europeas, han desaparecido o han quedado reducidas a un magnitud regional o provincial. Sin embargo, Europa occidental y EEUU han liderado el desarrollo industrial, y han concentrado las riquezas y el poder, elevando el nivel de vida de sus habitantes.

2. El mundo ha avanzado notablemente en el camino que ha de convertirlo en una única unidad operativa. Las economías transnacionales sobrepasan el poder de autonomía de las economías nacionales.

3. La desintegración de las antiguas pautas por las que se regían las relaciones sociales entre los seres humanos y, con ella, la ruptura de los vínculos entre el pasado y el presente. Individualismo asocial absoluto. Una sociedad constituida por individuos egocéntricos completamente desconectados entre sí y que persiguen tan sólo su propia gratificación, lo que estuvo implícitamente siempre en la teoría de la economía capitalista.

En la práctica, la nueva sociedad n ha destruido completamente toda la herencia del pasado, sino que la ha adaptado de forma selectiva. Mundialización, pérdida de contacto entre las generaciones, predominio del egoísmo individualista, debilitamiento de las religiones y los ideales revolucionarios, son algunos de los rasgos actuales. Se trata de un mundo que no sabe a dónde va, pero que tampoco sabe a dónde quisiera ir. No hay muchos motivos para ser optimistas.

Fin!!!

Texto 6- La era de las catástrofes, Cáp. II, El abismo económico

“El abismo económico”

 

I

Si no se hubiera producido la crisis económica de la década de 1930, no habría existido Hitler, y casi con seguridad tampoco Roosevelt. En otras palabras el mundo de la segunda mitad del siglo XX es incomprensible sin entender el impacto de esta catástrofe económica.

La Primera Guerra Mundial sólo devastó algunas zonas del viejo mundo, principalmente en Europa. La revolución mundial, que es el aspecto más llamativo del derrumbamiento de la civilización burguesa del siglo XIX, tuvo una difusión más amplia: desde México a China y a través de los movimientos de liberación colonial, desde el Magreb hasta Indonesia. Sin embargo Estados Unidos tampoco se libró de convulsiones en este caso económicas: la Gran Depresión que se registró entre las dos guerras mundiales. La economía capitalista mundial pareció derrumbarse en el período de entreguerras y nadie sabía cómo recuperarse.

Durante el s XIX el llamado ciclo económico de expansión y depresión de la economía era un elemento con el que ya estaban familiarizados todos los hombres de negocios. A una fase de prosperidad sin precedentes entre 1850 y los primeros años de la década de 1870 habían seguido veinte años de incertidumbre económica (una gran Depresión) y luego otro período de gran expansión de la economía mundial. A principios de 1920 Kondratiev, un economista ruso, formuló las pautas a las que se había ajustado el desarrollo económico desde finales del siglo XVIII; una serie de ondas largas de una duración aproximada de entre cincuenta y sesenta años. Por cierto Kondratiev anunciaba en ese momento que iba a comenzar la onda descendente y no estaba errado.

Sólo los socialistas que, con Karl Marx consideraban que los ciclos eran parte de un proceso mediante el cual el capitalismo generaba unas contradicciones internas que acabarían siendo insuperables, creían que suponían una amenaza para la existencia del sistema económico. Existía la convicción de que la economía mundial continuaría creciendo y progresando como había sucedido durante más de un siglo, excepto durante las breves catástrofes de las depresiones cíclicas. Lo novedoso era que probablemente pro primera vez, sus fluctuaciones parecían poner realmente en riesgo al sistema.

Desde la revolución industrial, la historia de la economía mundial se había caracterizado por u progreso técnico acelerado, y una mundialización mayor de la división del trabajo y el progreso técnico económico (aunque desigual). El progreso técnico continuó e incluso se aceleró en la era de las catástrofes, transformando las guerras mundiales y reforzándose gracias a ellas. Sin embargo, la mundialización de le economía parecía haberse interrumpido. Según todos los parámetros, la integración de la economía mundial se estancó o retrocedió. En los años anteriores a la guerra se había registrado la migración más masiva de la historia, pero esos flujos migratorios habían cesado, o más bien habían sido interrumpidos por las guerras y las restricciones políticas.

Durante la gran Depresión pareció interrumpirse el flujo internacional de capitales. Entre 1927 y 1933 el volumen de los préstamos internacionales disminuyó más del 90%. Hay varias explicaciones a este fenómeno, una de ellas es que la principal economía del mundo, los Estados Unidos, estaba alcanzando la situación de autosuficiencia excepto en el suministro de algunas materias primas y que nunca había tenido una gran dependencia del comercio exterior. Todos los Estados hacían todo cuanto podían por proteger su economía frente a las amenazas del exterior, es decir, frente a una economía mundial que se hallaba en una difícil situación.

Al principio, tanto los agentes económicos como los gobiernos esperaban que, una vez superadas las perturbaciones causadas por la guerra, volvería la situación de prosperidad económica anterior a 1914. Los precios y la prosperidad se derrumbaron en 1920 socavando el poder de la clase obrera y desequilibrando de nuevo la balanza a favor de los empresarios. A pesar de ello, la prosperidad continuaba sin llegar.

El mundo anglosajón, los países que habían permanecido neutrales y Japón, hicieron cuánto les fue posible para iniciar un proceso deflacionario. Lo consiguieron en alguna medida entre 1922 y 1926. En cambio en los países derrotados las convulsiones sociales se extendían desde Alemania en el oeste hasta la Rusia Soviética y se registró un hundimiento espectacular del sistema monetario. La moneda perdió completamente su valor.

Se esfumó por completo el ahorro privado, lo cual provocó una falta casi total de capital circulante para las empresas. Eso explica en gran medida que durante los años siguientes la economía alemana tuviera una dependencia tan estrecha de los créditos exteriores. Cuando terminó la gran inflación en 1922-1923 los alemanes y los polacos se vieron igualmente en dificultades. Esa situación preparó a la Europa central para el fascismo.

La situación parecía haber vuelto a la calma en 1924. En efecto, se reanudó el crecimiento económico mundial. Los años veinte no fueron una época dorada para las explotaciones agrícolas en los Estados Unidos. Además en la mayor parte de los países de la Europa occidental el desempleo continuaba siendo sorprendentemente alto.

Es necesario tener en cuenta que la expansión económica fue alimentada en gran medida por las grandes corrientes de capital internacional que circularon por el mundo industrializado, y en especial hacia Alemania. Lo que nadie esperaba era que la extraordinaria generalidad y profundidad de la crisis que se inició con el crack de la Bolsa de Nueva York fuera un acontecimiento de extraordinaria magnitud que supuso poco menos que el colapso de la economía capitalista mundial. La recesión norteamericana no tardó en golpear otras economías, como la alemana.

En general, se produjo una crisis en la producción de artículos de primera necesidad, tanto alimentos como materias primas, dado que sus precios iniciaron una caída libre. Los precios del té y del trigo cayeron en dos tercios y el de la seda en bruto en tres cuartos. Eso supuso el hundimiento de Argentina, Australia, Bolivia, Brasil, Canadá, Colombia, Cuba, Chile, Egipto, Ecuador, Finlandia, Hungría, India, las Indias Holandesas (la actual Indonesia), Malasia (británica), México, Nueva Zelanda, Países Bajos, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela. Esta crisis llevó a la ruina a los agricultores, especialmente aquellos que se dedicaban a la exportación.

El único Estado occidental que logró acabar con el paro fue la Alemania nazi entre 1933 y 1938.

Lo que hizo aún más dramática la situación fue que los sistemas públicos de seguridad social no existían, incluso en el país donde los sistemas de seguro de desempleo estaban más desarrollados antes de la Depresión (Gran Bretaña). Las imágenes predominantes de la época eran los comedores de beneficencia y los ejércitos de desempleados que convergían hacia las capitales. Un editorial del diario Times londinense decía “después de la guerra el desempleo ha sido la enfermedad más extendida, insidiosa y destructiva de nuestra generación: es la enfermedad de la civilización occidental en nuestra época.”

El sentimiento de catástrofe y desorientación causado por la Gran Depresión fue mayor entre los hombres de negocios, los economistas y los políticos que entre las masas. La inexistencia de soluciones en el marco de la viejo economía liberal era lo que hacía tan dramática la situación de los responsables de las decisiones económicas. En un momento en que el comercio mundial disminuyó el 60% en 4 años (1929-1932) los Estados comenzaron a levantar barreras cada vez mayores para proteger sus mercados nacionales y sus monedas frente a los ciclones económicos mundiales, aún sabedores de que eso significaba desmantelar el sistema mundial de comercio multilateral en el que, según creían, debía sustentarse la prosperidad del mundo. La gran Depresión desterró el liberalismo económico durante medio siglo. Se abandonó el patrón oro, quien había sido considerado siempre patrón de un intercambio internacional estable. Se dio una rápida generalización del proteccionismo en ese momento. Los gobiernos pusieron y elevaron los ya existentes aranceles para proteger la agricultura frente a la competencia extranjera. Subvencionaron la actividad agraria garantizando los precios al productor, comprando los excedentes o pagando a los agricultores para que no produjeran. En cuanto a los trabajadores, la eliminación del desempleo generalizado pasó a ser el objetivo básico de la política económica en los países en los que se instauró un capitalismo democrático reformado (célebre profeta y pionero: Keynes). Se consideraba que el desempleo generalizado era social y políticamente explosivo. Se implantaron sistemas modernos de seguridad social.

Un hecho subraya el trauma de la Gran Depresión: la URSS que había rechazado al capitalismo, parecía ser inmune a sus consecuencias. Entre 1929 y 1940 la producción industrial soviética se multiplicó al menos por tres mientras que en el mismo período la de EE.UU. y Gran Bretaña disminuyó del 59 al 52%.

¿Cuál era el secreto del sistema soviético? A raíz de los planes quinquenales de Rusia, los términos “plan” y “planificación” estaban en boca de todos los políticos.

II

¿Cuál fue la causa del mal funcionamiento de la economía capitalista de entreguerras? Los EE.UU. habían tenido una breve intervención en el conflicto bélico. Éste, lejos de desquiciar su economía la favoreció de manera espectacular. En 1913 ya tenían la mayor economía del mundo. Los demás países no se encontraron en ningún momento después de la guerra en situación similar. La guerra no sólo reforzó su posición de principal productor mundial, sino que lo convirtió en el principal acreedor del mundo.

Sólo la situación de Estados Unidos puede explicar la crisis económica mundial, así como fue también la principal víctima de la crisis. Esto no supone subestimar las raíces estrictamente europeas del problema, cuyo origen era fundamentalmente político. En el tratado de paz se declaraba a Alemania como única responsable de la guerra imponiéndole unos pagos onerosos y no definidos en concepto de “reparaciones” por el costo de la guerra. En suma el pago no se concretó y EE.UU. acordó con ese país un compromiso de acuerdo a sus capacidades. Esto sirvió de presión y para perpetuar la debilidad de Alemania.

Dos cuestiones estaban en juego:

1) la problemática suscitada por Keynes: las consecuencias económicas de la paz

2) Cómo debían pagarse las reparaciones. Si no se reconstruía la economía alemana (argumentaba Keynes) la restauración de una civilización y una economía liberal estables en Europa sería imposible. Se obligó a Alemania a recurrir sobre todo a los créditos, lo cual la hizo quedar con terriblemente endeudada.

Sin embargo las conmociones de la guerra y la posguerra y los problemas políticos europeos sólo explican en parte la gravedad del hundimiento de la economía en el período de entreguerras.

El análisis económico debe centrarse en dos aspectos:

El primero es la existencia de un desequilibrio notable y creciente en la economía internacional como consecuencia de la asimetría existente entre el nivel de desarrollo de los Estados Unidos y el del resto del mundo. Estados Unidos no necesitaba del resto del mundo porque desde el final de la guerra mundial necesitaba exportar menos capital, mano de obra y nuevas mercancías. Sus exportaciones tenían mucho menos trascendencia para la renta nacional que en cualquier otro país industrial.

El segundo aspecto destacable de la Depresión es la incapacidad de la economía mundial para generar una demanda suficiente que pudiera sustentar una expansión duradera. Las bases de la prosperidad en los años veinte no eran firmes. Cuando se produjo el hundimiento, éste fue lógicamente mucho más espectacular en EE.UU. donde se había intentado reforzar la demanda mediante una gran expansión del crédito a los consumidores. Los bancos afectados ya por la euforia inmobiliaria especulativa que, con la contribución habitual de los optimistas ilusos y de la legión de negociantes sin escrúpulos, habían alcanzado su cenit algunos años antes del gran Crack, y abrumados por deudas incobrables, se negaron a conceder nuevos créditos y a refinanciar los existentes.

Lo que hacía que la economía fuera especialmente vulnerable a ese boom crediticio era que los prestatarios no utilizaban el dinero para comprar los bienes de consumo tradicionales, necesarios para subsistir, cuya demanda era por lo tanto, muy inelástica: alimentos, prendas de vestir etc.

Mas pronto o más tarde hasta que la peor de las crisis cíclicas llega a su fin, a partir de 1932 ya había claros indicios de que lo peor había pasado. De hecho algunas economías se hallaban en situación floreciente como Japón y Suecia.

Sin embargo, en Estados Unidos la impronta del New Deal de la mano del presidente Roosevelt no había dado sus resultados. A unos años de fuerte actividad siguió una crisis en 1937-1938, aunque de proporciones más modestas que la de 1929. El sector más importante, la producción automovilística, nunca recuperó el nivel alcanzado en 1929, y en 1938 su situación era poco mejor que la de 1920.

III

La gran depresión confirmó tanto a los intelectuales como a los activistas y a los ciudadanos comunes que algo funcionaba muy mal en el mundo en que vivían. A medida que aumentaba vertiginosamente el desempleo, resultaba difícil de creer que las obras públicas no aumentarían el empleo porque el dinero invertido se retraería al sector privado que de haber podido disponer de él habría generado el mismo nivel de empleo. Tampoco parecían hacer nada por mejorar la situación los economistas que afirmaban que había que dejar que la economía siguiera su curso y los gobiernos cuyo primer instinto, además de proteger el patrón oro mediante políticas deflacionarias, les llevaba a aplicar la ortodoxia financiera, equilibrar los presupuestos y reducir gastos.

Se dio un fracaso de la libere economía de mercado. Las ortodoxias liberales de la competencia en un mercado libre habían quedado desprestigiadas. No era necesario ser marxista ni sentirse interesado por la figura de Marx, para comprender que el capitalismo del período de entreguerras estaba muy alejado de la libre competencia de la economía del siglo XIX.

En los últimos años del decenio de 1930 la economía mundial podía considerarse como un triple sistema formado por:

a) un sector de mercado

b) un sector intergubernamental ( en el que realizaban sus transacciones economías planificadas o controladas como Japón, Turquía, Alemania y la Unión Soviética)

c) un sector constituido por poderes internacionales públicos o semipúblicos que regulaban determinadas partes de la economía.

Los efectos de la crisis sobre la política:

En América Latina 12 países conocieron un cambio de gobierno o de régimen de 1930 a 1940, 10 de ellos a través de un golpe militar.

En Japón y Europa se produjo un fuerte giro hacia la derecha (Mussolini y Hitler) excepto en Escandinavia donde Suecia inició en 1932 sus 50 años de gobierno socialdemócrata, y un importante retroceso de la izquierda.

En España, la monarquía borbónica dejó paso a una efímera república en 1931.

Japón y Alemania con gobiernos de tipo nacionalista y belicista fue la consecuencia más siniestra de la Gran Depresión.

En EEUU, hubo un vuelco hacia una izquierda reformista, con el New Deal de Roosvelt

En América Latina, se conjugaron gobiernos de derecha (Argentina) y de izquierda (Chile, Colombia)

La crisis del treinta fue una catástrofe que acabó con cualquier esperanza de reestablecer la economía y la sociedad del siglo XIX.

El viejo liberalismo estaba muerto o parecía condenado a desaparecer. Tres opciones competían por la hegemonía político-intelectual:

El comunismo marxista. La URSS parecía inmune a la catástrofe.

Social democracia moderada. Un capitalismo que había abandonado la fe en los principios del mercado libre, y que había sido reformado informalmente con la socialdemocracia moderada.

El fascismo, que la Depresión convirtió en un peligro mundial

 

Fin!!!

 

Texto 7- Los años dorados

I

Hacia 1950, la mayoría de los países que había participado de la segunda guerra mundial (1939-1945) lograron volver a la situación económica en la que estaban antes de empezar la guerra.

En el caso japonés y alemán la recuperación tardó unos años más. A principios de los años cincuenta la mejora de la economía todavía no había repercutido en los salarios ni en la situación general de los trabajadores y las clases medias.

Desde los años cincuenta hubo tres décadas que fueron de prosperidad económica y de mejora de los sueldos y de las condiciones de vida. Este período que va desde los cincuenta hasta los setenta se lo conoce, en Inglaterra, como período de “el gran boom”, o, en Francia, “los treinta años gloriosos”.

Se pensó que la prosperidad ero lo típico del capitalismo, por lo que no se pudo percibir que la prosperidad era una excepción más que la regla. Esto se vio así, entre otras cosas, porque para Estados Unidos, por ejemplo, no significó un gran cambio; supuso una prolongación de la expansión de los años de la guerra, que fueron de una benevolencia excepcional para con el país. Debido al tamaño y a lo avanzado de la economía estadounidense, su comportamiento durante los años dorados no fue tan impresionante como los índices de crecimiento de otros países, que partían de una base mucho menor. En el resto de los países industrializados la edad de oro batió todas las marcas anteriores.

Recién entre mediados y fines de los años cincuenta la mejoría comenzó a notarse para la gran mayoría de la población. Desde los años cincuenta hubo tres décadas que fueron de prosperidad económica y de mejora de sueldos y condiciones de vida. No fue hasta los años setenta cuando Europa acabó dando pro sentado su prosperidad. Ciertos observadores empezaron a admitir que la economía en su conjunto continuaría subiendo y subiendo para siempre.

En los años sesenta se generalizó el pleno empleo y así terminó una de las pesadillas más grandes que había sufrido la economía en la crisis del treinta. En los años cincuenta el crecimiento económico parecía de ser de ámbito mundial con independencia de los regimenes económicos. La edad de oro fue un fenómeno de ámbito mundial. Los años setenta y ochenta volvieron a conocer las grandes hambrunas, pero durante las décadas doradas no hubo grandes épocas de hambre. De hecho, al tiempo que se multiplicaba la población, la esperanza de vida se prolongó; eso significa que la producción de alimentos aumentó más deprisa que la población. En los años setenta siguió aumentando en todas partes en el mundo no industrializado. En los años ochenta la producción per cápita de los países subdesarrollados no aumentó en absoluto.

Mientras tanto, el problema de los países desarrollados era que producían unos excedentes de productos alimentarios tales, que ya no sabía qué hacer con ellos. A partir de los ochenta comenzaron a producir menos y a exportar, inundando algunos mercados de países dependientes. El contraste entre los excedentes de alimentos, por una parte, y, por otra, personas hambrientas, fue un aspecto de la divergencia creciente entre el mundo rico y el mundo pobre que se puso cada vez más de manifiesto a partir de los años setenta.

La idea de que la prosperidad no finalizaría, también surgió porque el auge económico no sólo se daba en el capitalismo, sino también en los países socialistas. El mundo industrial se expandió por doquier, por los países capitalistas y socialista y por el tercer mundo. La Unión Soviética y los países de Europa del este crecieron a una velocidad significativa, aunque para los años sesenta era claro que los países industriales capitalistas avanzaban más rápido económicamente. La economía mundial crecía a un ritmo explosivo. Al llegar los años setenta era evidente que nunca había existido algo semejante.

Hubo un efecto secundario de esta extraordinaria explosión: la contaminación y el deterioro ecológico. Durante la edad de oro apenas nadie se fijó en ello, porque la ideología del progreso daba por sentado que el creciente dominio de la naturaleza por parte del hombre era la justa medida del avance de la humanidad. La ecología y la contaminación no eran consideradas un problema. El impacto de las actividades humanas sobre la naturaleza sufrió un pronunciado incremento a partir de mediados del siglo, debido en gran medida al enorme aumento del uso de combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas natural, etc.).

Mientras el petróleo fue barato y permitió el crecimiento económico tan fuerte durante estas décadas, la preocupación ecológica no fue importante. Cuando su precio aumentó y fue necesario recurrir a menores niveles de consumo, comenzó a hablarse de smog y de las consecuencias contaminantes.

II

Al principio, este asombroso estallido económico parecía no ser más que una versión gigantesca de lo que había sucedido antes; como una especia de universalización de la situación de los Estados Unidos antes de 1945, con la adopción de este país como modelo de la sociedad capitalista industrial. Y, en cierta media, así fue. La era del automóvil, que ya había llegado a Estados Unidos llegó a Europa, e inclusive , el coche comenzó a ser accesible para sectores de la clase media de los países del tercer mundo, sobre todo en Latinoamérica.

Buena parte de la gran expansión mundial fue un proceso de ir acortando distancias o, en los Estados Unidos, la continuación de viejas tendencias. Lo que en otro tiempo había sido un lujo se convirtió en indicador de bienestar habitual, por lo menos en los países ricos: neveras, lavadoras, teléfonos. Ahora le ciudadano medio de esos países le era posible vivir como sólo los ricos habían vivido en tiempos d sus padres, con la natural diferencia de que la mecanización había sustituido a los sirvientes.

Lo más notable de este período fue la revolución tecnológica., que no sólo contribuyó a la multiplicación de los productos de antes sino a la de productos desconocidos. La guerra, con su demanda de alta tecnología, preparó una serie de proceso revolucionarios luego adaptados al uso civil. La edad de oro descansaba sobre la investigación científica más avanzada, que ahora encontraba una aplicación práctica al cabo de pocos años.

Hubo tres efectos fundamentales generados por la tecnología:

1. transformó la vida cotidiana, más en los países ricos que en los pobres, mediante la aparición de la radio, el cine, el televisor y las heladeras, así como el progreso del transporte.

2. a medida que la tecnología se complejizabam, más complicados e hizo el camino desde el descubrimiento o la invención hasta la producción. Cada vez se emplearon más cantidades de científicos. La ya entonces ventaja de las economías de mercado desarrolladas sobre las demás se consolidó.

3. las tecnologías desarrolladas requería cada vez menos mano de obra y una inversión mayor. Se necesitaban grandes inversiones constantes y en contrapartida menos hombres, salvo como consumidores. Sin embargo, el ímpetu y la velocidad de la expansión económica fueron tales, que durante una generación, eso no resultó evidente.

Todos los problemas que habían afligido al capitalismo en la era de las catástrofes perecieron disolverse y desaparecer.

El mensaje comunista hacia los parias y los pobres se debilitó, al menos en los países más desarrollados, donde la clase obrera percibía un aumento permanente de sus ingresos.

III

Vista en perspectiva, la edad de oro fue sólo otra fase culminante del ciclo de Kondratiev. Al igual que otras fases semejantes, estuvo precedida y seguida por fases de declive. Lo sorprendente es el gran salto que se dio.

Los demás países trataron sistemáticamente de imitar a los Estados Unidos, un proceso que aceleró el desarrollo económico, ya que siempre resulta más fácil adaptar la tecnología ya existente que inventar una nueva. Sin embargo, es evidente que el gran salto no fue sólo eso, sino que se produjo una reestructuración y una reforma sustanciales del capitalismo, y un avance espectacular en la globalización e internacionalización de la economía.

Se produjo una economía mixta, que facilitó a los estados la planificación y gestión de la modernización económica, además de incrementar muchísimo la demanda. La industrialización no se desarrollaba espontáneamente como antes, sino que era producto de esfuerzos realizados por el estado en base a una planificación previa. Los gobiernos adoptaron el compromiso de llegar al pleno empleo y en menor medida, de reducir las desigualdades económicas. Esto generó un mercado masivo en el cual muchas personas podían comprar productos antes inaccesibles. La edad de oro democratizó el mercado.

Un segundo factor de importancia fue el surgimiento de una nueva división del trabajo en los países desarrollados capitalistas. Los países del tercer mundo que lograron industrializarse lo hicieron con una planificación independiente y sin una conexión importante con el mercado mundial.

El capitalismo posterior a la segunda guerra mundial era una mezcla de liberalismo económico y socialdemocracia. Cuando estas políticas comenzaron a fallar a mediados de los setenta los liberales las atacaron duramente, pero la ortodoxia liberal, que había subsistido precariamente durante la edad de oro, no había tenido repercusión entonces, cuando el estado de bienestar permitía un avance económico considerable.

Había cuatro cosas que los responsables de tomar decisiones económicas tenían claras:

1. no debía producirse nuevamente el colapso de los treinta

2. así como a finales del siglo pasado y principios de este Inglaterra había desempeñado un papel central en la economía mundial y la libra esterlina tenía un papel preponderante, ese lugar debía ocuparlo ahora Estados Unidos, y su divisa, el dólar.

3. el mercado libre, sin intervención del estado había sido un fracaso y había provocado la Gran depresión. Se debía implementar una planificación de la economía por parte del Estado.

4. era necesario evitar el desempleo masivo y sus consecuencias políticas y sociales.

A los responsables de tomar decisiones fuera del mundo anglosajón, les resultaba atractivo el rechazo al viejo liberalismo económico.

En cuanto a los partidos socialistas y a los movimientos obreros que tan importantes habían sido en Europa después de la guerra, habían moderado sus posiciones y ahora no entraban en contradicción con el capitalismo y el modelo económico que se implantaba.

Lo único que exigía la socialdemocracia era una prosperidad económica que permitiera mejorar el nivel de vida de las masas, y esto no sólo era posible en los años dorados, sino que era lo que los gobiernos proyectaban.

Los objetivos económicos fundamentales de los gobiernos capitalistas keynesianos eran:

- generar pleno empleo

- detener el avance del comunismo (que ya se había extendido a Europa del este)

- modernizar la economía.

Todo esto, se pensaba, debía lograrse con una planificación estatal y no debía volverse al laissez faire, dejar hacer, es decir, una política liberal en la que el estado no interviene y deja hacer al mercado lo que éste decide por su cuenta.

La edad de oro del capitalismo hubiera sido imposible sin el consenso de que la economía de la empresa privada tenía que ser salvada de sí misma para sobrevivir, que no podía permitirse que los empresarios individuales tomaran decisiones sin que el estado controlara os posible resultados negativos que podían ocasionar.

IV

Es innegable que en muchos países la nueva política económica tuvo repercusiones positivas. En 1944 se realizaron en Brettin Woods una serie de acuerdos económicos internacionales, entre los cuales figuró la creación del Banco mundial y del FMI, instituciones que todavía hoy siguen en pie.

Al principio estas instituciones, aunque con el predominio de EEUU, eran manejadas pro el conjunto de los países integrantes. Pero gradualmente quedaron subordinadas a la política de los Estados Unidos. Tenían como objetivo , supuestamente, facilitar la inversión internacional a largo plazo e impedir la inflación, además de resolver cuestiones en torno a la balanza de pagos.

El abrumador dominio de los Estados Unidos y del dólar, funcionó como estabilizador gracias a que estaba vinculado a una cantidad concreta de oro hasta que el sistema vino abajo a finales de los sesenta y principios de los setenta.

Luego de la segunda guerra mundial, estados unidos ayudó a Europa, empujado por la guerra fría.

La Unión Soviética había logrado fortalecer su lugar político económico en el mundo, había sido una de las potencias vencedoras y eso le había permitido extender su régimen político a todo el este de Europa.

Europa occidental, bajo el régimen capitalista, se hallaba desbastada por la guerra. La otra potencia que había surgido victoriosa de la segunda guerra mundial eran los Estados unidos. Luego de los años cincuenta, Estados Unidos y la URSS tenían un lugar de preeminencia mundial. Estados dos países se encontraban en una competencia que en algunos momentos alcanzó niveles de tensión considerables. Como no se trataba de una guerra abierta, sino de una hostilidad permanente se la llamó guerra fría. Se disputaba en ella el dominio político sobre el mundo, y la prosperidad soviética generó un miedo, por parte de los poderosos del mundo, a la expansión del comunismo.

Luego de la crisis del treinta y dos guerras mundiales, una Europa destruida y con una población con altos niveles de desocupación y pobreza, era el terreno propicio para la extensión del auge del comunismo como tendencia política.

Esto llevó a EEUU a decidir que era necesario dar una ayuda económica a Europa como medio de facilitar su desarrollo e impedir el avance del comunismo. De esta manera, la guerra fría contribuyó al crecimiento económico de los años dorados.

Otro aspecto de la Guerra fría, como la magnitud del gasto militar, actuaron de un modo contrario, retrasando el desarrollo de la economía.

La economía capitalista mundial se desarrolló en torno a los Estados Unidos. La inmigración hacia los países del Primer Mundo comenzó a recomponerse aunque nunca alcanzó los niveles anteriores a la Primera Guerra Mundial, en parte por las trabas que establecieron los gobiernos respecto del ingreso de inmigrantes.

Durante la edad de oro la economía siguió siendo más internacional (entre naciones) que transnacional (por encima de las naciones). El comercio recíproco entre países era cada vez mayor. Aunque las economías industrializadas comprasen y vendiesen cada vez más los productos de unas y otras, el grueso de su actividad económica siguió siendo doméstica.

Llamamos internacional a una economía cuando existe un intercambio comercial entre los países, y transnacional, cuando existen empresas transnacionales, que no pertenece a un solo país, y que no tienen intereses particulares en depositar sus ganancias en un país en especial. Las empresas transnacionales aparecieron en los años sesenta, hasta entonces la economía había sido internacional y no transnacional.

La economía desde allí, comenzó a transnacionalizarse a pasos agigantados. Las empresas trasnacionales pretenden convertirse en independientes de los estados y de su territorio.

Nace una economía mundial, que se convirtió en una fuerza de alcance mundial en los principios de los años setenta. Este proceso vino de la mano con una creciente internacionalización. De ella resultaban particularmente visibles tres aspectos las compañías transnacionales (multinacionales), la nueva división internacional del trabajo y el surgimiento de actividades offshore (extraterritoriales) en paraísos fiscales, lo que permitía a los empresarios evitar impuestos y demás limitaciones que les imponían sus propios países.

El surgimiento de empresas transnacionales no hacía más que continuar la concentración de capitales que venía ocurriendo desde hacía bastante. La concentración de capital es el proceso económico en el que desaparecen los pequeños capitales y se fortalecen los grandes.

Las economías nacionales de los grandes estados se vieron desplazadas.

V

Las industrias comenzaron a desplazarse lentamente a los países donde la mano de obra era más barata, fortaleciendo así la industrialización en muchos países del tercer mundo.

Las nuevas industrias del tercer mundo abastecían no sólo a unos mercados locales en expansión, sino también al mercado mundial, cosa que podían hacer tanto exportando artículos como elaborando una parte del producto que luego se ensamblaría con otras partes provenientes de otras regiones del mundo. Esto en gran medida fue posible por el desarrollo del transporte.

La tendencia de las transacciones comerciales y de las empresas de negocios a emanciparse de los estados nacionales se hizo evidente, las industrias comenzaron a trasladarse, lentamente al principio, más aceleradamente luego, fuera de los países europeos y norteamericanos. Ya que en estos países existían leyes laborales que protegían a la clase obrare, pleno empleo, mejoras salariales y de condiciones de vida, etc.

Con lo cual, las ganancias de las empresas eran mejores en los países del Tercer mundo donde los sueldos eran más bajos.

A partir de fines de los años sesenta comenzaron a aparecer una serie de indicios que mostraban que la edad de oro y su auge económico no podía continuar indefinidamente.

Los movimientos estudiantiles tomaron por sorpresa a los políticos maduros. Los estudiantes franceses tomaron el control del país en mayo del 68, en lo que se conoció como el mayo francés, y varias ciudades del mundo vieron masivas marchas de estudiantes contra la invasión de los estadounidenses en Vietnam o contra dictaduras, etc.

A fines de los años sesenta también cambió la relación entre la clase obrera y los empresarios. Repentinamente la clase obrera comenzó a pasar por encima de los sindicalistas y a exigir sumas mayores en los sueldos, lo cual era posible para los empresarios aunque disminuía sus ganancias.

Otro signo de decadencia fue la decadencia del rol hegemónico de los Estados Unidos y, como consecuencia, del sistema monetario mundial, basado en la convertibilidad del dólar, que se vino abajo.

 

Fin!!!

Texto 8- cap. XIV Las décadas de crisis

I

La historia de los veinte años que siguieron a 1973 es la historia de un mundo que perdió su rumbo y se deslizó hacia la inestabilidad y la crisis. Sin embargo, hasta la década de los ochenta no se vio con claridad hasta qué punto estaban minados los cimientos de la edad de oro. Hasta que una parte del mundo -la Unión Soviética y la Europa oriental del “socialismo real”- se colapsó por completo, no se percibió la naturaleza mundial de la crisis. Durante muchos años los problemas económicos siguieron siendo “recesiones”. Hubo que esperar a principios de los años noventa para que se admitiese que los problemas económicos del momento eran peores que los de los años treinta.

¿Por qué el mundo económico era ahora menos estable? Los elementos estabilizadores de la economía eran más fuertes ahora que antes. Los controles de almacén informatizados, la mejora de las comunicaciones y la mayor rapidez de los transportes redujeron la importancia del “ciclo de stocks” de la vieja producción en masa. El nuevo método permitía tener stocks menores, producir lo suficiente para atender al momento a los compradores y tener una capacidad mucho mayor de adaptarse a corto plazo a los cambios de la demanda. El considerable peso del consumo gubernamental y de la parte de los ingresos privados que procedían del gobierno (“transferencias” como la seguridad social y otros beneficios del estado de bienestar) estabilizaban la economía. En conjunto sumaban casi un tercio del PIB, y crecían en tiempo de crisis, aunque sólo fuese por el aumento de los costes del desempleo, de las pensiones y de la atención sanitaria.

Las “décadas de crisis” que siguieron a 1973 no fueron una “Gran Depresión”, a la manera de la de 1930. La economía global no quebró. En el mundo capitalista avanzado continuó el desarrollo económico, aunque a un ritmo más lento que en la edad de oro. El crecimiento del PIB colectivo de las economías avanzadas apenas fue interrumpido por cortos períodos de estancamiento en los años de recesión de 1973-1975 y de 1981-1983. El comercio internacional de productos manufacturados, motor del crecimiento mundial, continuó, e incluso se aceleró, en los prósperos años ochenta, a un nivel comparable al de la edad de oro. A fines del siglo XX los países del mundo capitalista desarrollado eran, en conjunto, más rico y productivos que a principios de los setenta y la economía mundial de la que seguían siendo el núcleo central era mucho más dinámica.

Por otra parte, la situación en zonas concretas del planeta era bastante menos halagüeña. En África, Asia occidental y América Latina, el crecimiento del PIB se estancó. La mayor parte de la gente perdió poder adquisitivo y la producción cayó. Nadie dudaba de que en estas zonas del mundo la década de los ochenta fuese un período de grave depresión. En la antigua zona del “socialismo real” de Occidente, las economías se hundieron por completo después de 1989. No sucedió lo mismo en Oriente. El término “depresión” carecía de significado, excepto, curiosamente, en el Japón de principios de los noventa. Sin embargo, si la economía mundial capitalista prosperaba, no lo hacía sin problemas. Los problemas que habían dominado en la crítica al capitalismo de antes de la guerra, y que la edad de oro había eliminado en buena medida durante una generación -“la pobreza, el paro, la miseria y la inestabilidad” reaparecieron tras 1973. El crecimiento volvió a verse interrumpido por graves crisis.

Por lo que se refiere a la pobreza y la miseria, en los años ochenta incluso muchos de los países más ricos y desarrollados tuvieron que acostumbrarse de nuevo a la visión cotidiana de mendigos en las calles, así como al espectáculo de las personas sin hogar refugiándose en los soportales al abrigo de cajas de cartón.

La reaparición de los pobres sin hogar formaba parte del gran crecimiento de las desigualdades sociales y económicas de la nueva era.

En las décadas de crisis la desigualdad creció inexorablemente en los países de las “economías desarrolladas de mercado”, en especial desde el momento en que el aumento casi automático de los ingresos reales al que estaban acostumbradas las clases trabajadoras en la edad de oro llegó a su fin. Aumentaron los extremos de pobreza y riqueza, al igual que lo hizo el margen de la distribución de las rentas en la zona intermedia.. Como los países capitalistas ricos eran más ricos que nunca con anterioridad, y sus habitantes, en conjunto, estaban protegidos por los generosos sistemas de bienestar y seguridad social de la edad oro, hubo menos malestar social. Pese a los esfuerzos realizados, casi ninguno de los gobiernos de los países ricos lograron reducir, o mantener controlada, la gran proporción del gasto público destinada a los gastos sociales.

A principios de los noventa empezó a difundirse un clima de inseguridad y de resentimiento incluso en muchos de los países ricos. Esto contribuyó a la ruptura de sus pautas políticas tradicionales. Entre 1990 y 1993 no se intentaba negar que incluso el mundo capitalista desarrollado estaba en una depresión. Nadie sabía qué había que hacer con ella. El hecho central de las décadas de crisis es que las operaciones del capitalismo estaban fuera de control. La acción política coordinada nacional o internacionalmente, ya no funcionaba. Las décadas de crisis fueron la época en la que el estado nacional perdió sus poderes económicos.

Esto no resultó evidente enseguida, porque la mayor parte de los políticos, los economistas y los hombres de negocios no percibieron la persistencia del cambio en la coyuntura económica. Se daba por supuesto que los problemas eran temporales. La historia de esta década fue, esencialmente, la de unos gobiernos que compraban tiempo y aplicaban las viejas recetas de la economía keynesiana. Durante gran parte de la década de los setenta sucedió también que en la mayoría de los países capitalistas avanzados se mantuvieron en el poder gobiernos socialdemócratas, que no estaban dispuestos a abandonar la política de la edad de oro.

La única alternativa que se ofrecía era la propugnada por la minoría de los teólogos ultraliberales, creyentes en el libre mercado sin restricciones. El celo ideológico de los antiguos valedores del individualismo se vio reforzado por la aparente impotencia y el fracaso de las políticas económicas convencionales, especialmente después de 1973. Tras 1974 los partidarios del libre mercado pasaron a la ofensiva, aunque no llegaron a dominar las políticas gubernamentales hasta 1980

La batalla entre los keynesianos y los neoliberales se trataba de una guerra entre ideologías incompatibles. Los keynesianos afirmaban que los salarios altos, el pleno empleo y el estado del bienestar creaban la demanda del consumidor que alentaba la expansión, y que bombear más demanda en la economía era la mejor manera de afrontar las depresiones económicas. Los neoliberales aducían que la economía y la política de la edad de oro dificultaban el control de la inflación y el recorte de los costes, que habían de hacer posible el aumento de los beneficios, que era el auténtico motor del crecimiento en una economía capitalista. Sostenían, la “mano oculta” del libre mercado de Adam Smith produciría con certeza un mayor crecimiento de la “riqueza de las naciones” y una mejor distribución posible de la riqueza y las rentas; afirmación que los keynesianos negaban.

Los defensores de la libertad individual absoluta permanecieron inmutables ante las evidentes injusticias sociales del capitalismo de libre mercado, aun cuando éste no producía crecimiento económico. Por el contrario, quienes creen en la igualdad y la justicia social agradecieron la oportunidad de argumentar que el éxito económico capitalista podría incluso asentarse más firmemente en una distribución de la renta relativamente igualitaria. Ambos bandos tenían que elaborar fórmulas políticas para enfrentarse a la ralentización económica.

Los defensores de la economía de la edad de oro no tuvieron éxito. Esto se debió, en parte, a que estaban obligados a mantener su compromiso político e ideológico con el pleno empleo, el estado del bienestar y la política de consenso de la posguerra. Se encontraban atenazados entre las exigencias del capital y del trabajo. En los años setenta y ochenta Suecia, el estado socialdemócrata por excelencia, mantuvo el pleno empleo con bastante éxito gracias a los subsidios industriales, creando puestos de trabajo y aumentando considerablemente el empleo estatal y público, lo que hizo posible una notable expansión del sistema de bienestar. A finales del siglo XX, el “modelo sueco” estaba en retroceso, incluso en su propio país de origen.

Sin embargo, este modelo fue también minado por la mundialización de la economía que se produjo a partir de 1970, que puso a los gobiernos de todos los estados a merced de un incontrolable “mercado mundial”.

Por otra parte, los neoliberales estaban también perplejos. Tuvieron pocos problemas para atacar las rigideces, ineficiencias y despilfarros económicos que a veces, conllevaban las políticas de la edad de oro, cuando éstas ya no pudieron mantenerse a flote gracias a la creciente marea de prosperidad, empleo e ingresos gubernamentales.

Sin embargo, la simple fe en que la empresa era buena y el gobierno malo no constituía una política económica alternativa. Ni podía serlo en un mundo en el cual, incluso en los Estados Unidos “reaganianos”, el gasto del gobierno central representaba casi un cuarto del PNB, y en los países desarrollados de la Europa comunitaria, casi el 40 por 100. Estos enormes pedazos de la economía no podían operar como mercados, aunque lo pretendiesen los ideólogos. En cualquier caso, la mayoría de los gobiernos neoliberales se vieron obligados a gestionar y a dirigir sus economías. Además, no existía ninguna fórmula con la que se pudiese reducir el peso del estado. De hecho, no hubo nunca una política económica neoliberal única y específica. El principal régimen neoliberal, los Estados Unidos del presidente Reagan, utilizaró en realidad métodos keynesianos para intentar salir de la depresión de 1979-1982, creando un déficit gigantesco y poniendo en marcha un no menos gigantesco plan armamentístico. Así ocurrió que los regímenes más profundamente comprometidos con la economía del laissez-faire resultaron algunas veces ser, especialmente los Estados Unidos de Reagan y el Reino Unido de Tatcher, profunda y visceralmente nacionalistas y desconfiados ante el mundo exterior.

Lo que hizo que los problemas económicos de las décadas de crisis resultaran más preocupantes -y socialmente subversivos- fue que las fluctuaciones coyunturales coincidiesen con cataclismos estructurales. El sistema productivo de la economía mundial que afrontaba los problemas de los setenta y los ochenta quedó transformado por la revolución tecnológica, y se globalizó o “transnacionalizó” extraordinariamente, con unas consecuencias espectaculares. Además, en los años setenta era imposible intuir las revolucionarias consecuencias sociales y culturales de la edad de oro, así como sus potenciales consecuencias ecológicas.

La tendencia general de la industrialización ha sido la de sustituir la destreza humana por la de las máquinas. Se supuso, correctamente, que el vasto crecimiento económico crearía automáticamente puestos de trabajo más que suficientes para compensar los antiguos puestos perdidos. El crecimiento de la industria era tan grande que la cantidad y la proporción de trabajadores industriales no descendió significativamente. Pero las décadas de crisis empezaron a reducir el empleo en proporciones espectaculares, incluso en las industrias en proceso de expansión. El número de trabajadores disminuyó rápidamente en términos relativos y absolutos. El creciente desempleo de estas décadas no era simplemente cíclico, sino estructural. Los puestos de trabajo perdidos en las épocas malas no se recuperaban en las buenas.

El rendimiento y la productividad de la maquinaria podían ser constante y infinitamente aumentados por el progreso tecnológico, y su coste ser reducido de manera espectacular. No sucede lo mismo con los seres humanos. El coste del trabajo humano no puede ser en ningún caso inferior al coste de mantener vivos a los seres humanos al nivel mínimo considerado aceptable en su sociedad, o, de hecho, a cualquier nivel. Cuanto más avanzada es la tecnología, más caro resulta el componente humano de la producción comparado con el mecánico.

La tragedia histórica de las décadas de crisis consistió en que la producción prescindía de los seres humanos a una velocidad superior a aquella en que la economía de mercado creaba nuevos puestos de trabajo para ellos. Además, este proceso fue acelerado por la competencia mundial, por las dificultades financieras de los gobiernos, así como, después de 1980, por la teología imperante del libre mercado, que presionaba para que se transfiriese el empleo a formas de empresa maximizadoras del beneficio, en especial a las privadas, que, por definición, no tomaban en cuenta otro interés que el suyo. Los gobiernos y otras entidades públicas dejaron de ser contratistas de trabajo en última instancia. El declive del sindicalismo aceleró este proceso, puesto que una de las funciones que más cuidaba era precisamente la protección del empleo..

¿Qué les sucedería, entonces, a los campesinos del tercer mundo que seguían abandonando sus aldeas?

En los países ricos del capitalismo tenían sistemas de bienestar en los que apoyarse. En los países pobres entraban a formar parte de la amplia y oscura economía “informal” o “paralela”, en la cual hombres, mujeres y niños vivían, nadie sabe cómo, gracias a una combinación de trabajos ocasionales, servicios, chapuzas, compra, venta y hurto. En los países ricos empezaron a constituir, o a reconstituir, una “subclase” cada vez más segregada, cuyos problemas se consideraban de facto insolubles, pero secundarios, ya que formaban tan sólo una minoría permanente.

II

La combinación de depresión y de una economía reestructurada en bloque para expulsar trabajo humano creó una sorda tensión que impregnó la política de las décadas de crisis.

Esta sensación de desorientación y de inseguridad produjo cambios y desplazamientos significativos en la política de los países desarrollados. En épocas de problemas económicos los votantes suelen inclinarse a culpar al partido o régimen que está en el poder, pero la novedad de las décadas de crisis fue que la reacción contra los gobiernos no beneficiaba necesariamente a las fuerzas de la oposición. Los máximos perdedores fueron los partidos socialdemócratas o laboristas occidentales, cuyo principal instrumento para satisfacer las necesidades de sus partidarios perdió fuerza, mientras que el bloque central de sus partidarios, la clase obrera, se fragmentaba. En la nueva economía transnacional, los salarios internos estaban más directamente expuestos que antes a la competencia extranjera, y la capacidad de los gobiernos para protegerlos era bastante menor. Al mismo tiempo, en una época de depresión los intereses de varias de las partes que constituían el electorado socialdemócrata tradicional divergían: los de quienes tenían un trabajo (relativamente) seguro y los que no lo tenían. Además, desde 1970 muchos de sus partidarios abandonaron los principales partidos de la izquierda para sumarse a movimientos de cariz más específico, con lo cual aquéllos se debilitaron. A principios de la década de los noventa los gobiernos socialdemócratas eran tan raros como en 1950.

Las nuevas fuerzas políticas que vinieron a ocupar este espacio cubrían un amplio espectro, que abarcaba desde los grupos xenófobos y racistas de derechas a través de diversos partidos secesionistas hasta los diversos partidos “verdes” y otros “nuevos movimientos sociales” que reclamaban un lugar en la izquierda.

Mientras tanto, el apoyo electoral a los otros partidos experimentaba grandes fluctuaciones. La importancia de estos movimientos no reside tanto en su contenido positivo como en su rechazo de la “vieja política”. Algunos de los más importantes fundamentaban su identidad en esta afirmación negativa.

Desde principios de los años treinta no se había visto nada semejante al colapso del apoyo electoral que experimentaron, a finales de los ochenta y principios de los noventa, partidos consolidados y con gran experiencia de gobierno, como el Partido Socialista en Francia (1990), el Partido Conservador en Canadá (1993), y los partidos gubernamentales italianos (1993). Durante las décadas de crisis las estructuras políticas de los países capitalistas democráticos, hasta entonces estables, empezaron a desmoronarse. Y las nuevas fuerzas políticas que mostraron un mayor potencial de crecimiento eran las que combinaban una demagogia populista con fuertes liderazgos personales y la hostilidad hacia los extranjeros. Los supervivientes de la era de entreguerras tenían razones para sentirse descorazonados.

III

También fue alrededor de 1970 cuando empezó a producirse una crisis similar, que comenzó a minar el “segundo mundo” de las “economías de planificación centralizada”. Esta crisis resultó primero encubierta, y posteriormente acentuada, por la inflexibilidad de sus sistemas políticos, de modo que el cambio, cuando se produjo, resultó repentino. Desde el punto de vista económico, estaba claro desde mediados de la década de los sesenta que el socialismo de planificación centralizada necesitaba reformas urgentes. Estas economías se vieron expuestas a los movimientos incontrolables y a las impredecibles fluctuaciones de la economía mundial transnacional. La entrada masiva de la Unión Soviética en el mercado internacional de cereales y el impacto de las crisis petrolíferas de los setenta representaron el fin del “campo socialista” como una economía regional autónoma, protegida de los caprichos de la economía mundial.

Curiosamente, el Este y el Oeste estaban unidos no sólo por la economía transnacional, sino también por la extraña interdependencia del sistema de poder de la guerra fría. Con el súbito desmoronamiento del sistema político soviético, se hundieron también la división interregional del trabajo y las redes de dependencia mutua desarrolladas en la esfera soviética, obligando a los países y regiones ligados a éstas a enfrentarse individualmente a un mercado mundial para el cual no estaban preparados.

Finlandia, un país que experimentó uno de los éxitos económicos más espectaculares de la Europa de la posguerra, se hundió en una gran depresión debido al derrumbamiento de la economía soviética. Alemania, la mayor potencia económica de Europa, tuvo que imponer tremendas restricciones a su economía, y a la de Europa en su conjunto, porque su gobierno (contra las advertencias de sus banqueros, todo hay que decirlo) había subestimado la dificultad y el coste de la absorción de una parte relativamente pequeña de la economía socialista.

En los años setenta, tanto en el Este como en el Oeste la defensa del medio ambiente se convirtió en uno de los temas de campaña política más importantes. Es difícil determinar el momento exacto en el que los dirigentes comunistas abandonaron su fe en el socialismo, ya que después de 1989-1991 tenían interés en anticipar retrospectivamente su conversión. Si esto es cierto en el terreno económico, aún lo es más en el político. Muchos comunistas reformistas hubiesen querido abandonar gran parte de la herencia política del leninismo, aunque pocos de ellos estaban dispuestos a admitirlo.

Lo que muchos reformistas del mundo socialista hubiesen querido era transformar el comunismo en algo parecido a la socialdemocracia occidental. La desgracia de estos reformistas fue que la crisis de los sistemas comunistas coincidiese con la crisis de la edad de oro del capitalismo, que fue a su vez la crisis de los sistemas socialdemócratas. Y todavía fue peor que el súbito desmoronamiento del comunismo hiciese indeseable e impracticable un programa de transformación gradual, y que esto sucediese durante el (breve) intervalo en que en el Occidente capitalista triunfaba el radicalismo rampante de los ideólogos del ultraliberalismo.

Muchos aspectos las crisis divergían en dos puntos fundamentales. Para el sistema comunista, que era inflexible e inferior, se trataba de una cuestión de vida o muerte, a la que no sobrevivió. En los países capitalistas desarrollados lo que estaba en juego nunca fue la supervivencia del sistema económico y, pese a la erosión de sus sistemas políticos, tampoco lo estaba la viabilidad de éstos. Sólo en un aspecto crucial estaban estos sistemas en peligro: su futura existencia como estados territoriales individuales ya no estaba garantizada. Pese a todo, a principios de los noventa, ni uno solo de estos estados-nación occidentales amenazados por los movimientos secesionistas se había desintegrado.

Durante la era de las catástrofes, el final del capitalismo había parecido próximo. Debido precisamente al mayor y más incontrolable dinamismo de la economía capitalista, el tejido social de las sociedades occidentales estaba bastante más minado que el de las sociedades socialistas, y por tanto, en este aspecto la crisis del Oeste era más grave. El tejido social de la Unión Soviética y de la Europa oriental se hizo pedazos a consecuencia del derrumbamiento del sistema, y no como condición previa del mismo..

En algunos aspectos, este y oeste evolucionaron en la misma dirección. En ambos, las familias eran cada vez más pequeñas, los matrimonios se rompían con mayor facilidad que en otras partes, y la población de los estados se reproducía poco. En ambos también se debilitó el arraigo de las religiones occidentales tradicionales. Evidentemente los regímenes comunistas dejaban menos espacio para las subculturas, las contraculturas o los submundos de cualquier especie, y reprimían las disidencias. El sistema aisló a sus ciudadanos del pleno impacto de las transformaciones sociales de Occidente porque los aisló del pleno impacto del capitalismo occidental. Los cambios que experimentaron procedían del estado o eran una respuesta al estado. Lo que el estado no se propuso cambiar permaneció como estaba antes. La paradoja del comunismo en el poder es que resultó ser conservador.

IV

Las décadas de crisis afectaron a las regiones del tercer mundo de maneras muy diferentes. La única generalización que podía hacerse con seguridad era la de que, desde 1970, casi todos los países de esta categoría se habían endeudado profundamente. En 1990 se los podía clasificar, desde los tres gigantes de la deuda internacional (entre 60.000 y 110.000 millones de dólares), que eran Brasil, México y Argentina, pasando por los otro veintiocho que debían más de 10.000 millones cada uno, hasta los que sólo debían de 1.000 o 2.000 millones.

Era muy improbable que ninguna de estas deudas acabase saldándose, pero mientras los bancos siguiesen cobrando intereses por ellas les importaba poco. A comienzos de los ochenta se produjo un momento de pánico cuando, empezando por México, los países latinoamericanos con mayor deuda no pudieron seguir pagando, y el sistema bancario occidental estuvo al borde del colapso, puesto que en 1970 (algunos de los bancos más importantes habían prestado su dinero con tal descuido que ahora se encontraban técnicamente en quiebra. Por fortuna para los países ricos, los tres gigantes latinoamericanos de la deuda no se pusieron de acuerdo para actuar conjuntamente, hicieron arreglos separados para renegociar las deudas, y los bancos, apoyados por los gobiernos y las agencias internacionales, dispusieron de tiempo para amortizar gradualmente sus activos perdidos y mantener su solvencia técnica. La crisis de la deuda persistió, pero ya no era potencialmente fatal

Mientras las deudas de los estados pobres aumentaban, no lo hacían sus activos, reales o potenciales. En las décadas de crisis la economía capitalista mundial, que juzga exclusivamente en función del beneficio real o potencial, decidió “cancelar” una gran parte del tercer mundo.

La economía mundial transnacional, crecientemente integrada, no se olvidó totalmente de las zonas proscritas. Las más pequeñas y pintorescas de ellas tenían un potencial como paraísos turísticos y como refugios extraterritoriales offshore del control gubernamental, y el descubrimiento de recursos aprovechables en territorios poco interesantes hasta el momento podría cambiar su situación. Sin embargo, una gran parte del mundo iba quedando, en conjunto, descolgada de la economía mundial. De una forma u otra, gran parte de lo que había sido el “segundo mundo” iba asimilándose a la situación del tercero.

El principal efecto de las décadas de crisis fue, pues, el de ensanchar la brecha entre los países ricos y los países pobres.

V

En la medida en que la economía transnacional consolidaba su dominio mundial iba minando una grande, y desde 1945 prácticamente universal, institución: el estado-nación, puesto que tales estados no podían controlar más que una parte cada vez menor de sus asuntos. Organizaciones cuyo campo de acción se circunscribía al ámbito de las fronteras territoriales, como los sindicatos, los parlamentos y los sistemas nacionales de radiodifusión, perdieron terreno, en la misma medida en que lo ganaban otras organizaciones que no tenían estas limitaciones, como las empresas multinacionales, el mercado monetario internacional y los medios de comunicación global de la era de los satélites.

La desaparición de las superpotencias, que podían controlar en cierta medida a sus estados satélites, vino a reforzar esta tendencia. Durante el apogeo de los teólogos del mercado libre, el estado se vio minado también por la tendencia a desmantelar actividades hasta entonces realizadas por organismos públicos, dejándoselas “al mercado”.

Paradójica, pero quizá no sorprendentemente, a este debilitamiento del estado-nación se le añadió una tendencia a dividir los antiguos estados territoriales en lo que pretendían ser otros más pequeños. En las zonas en que durante los años ochenta y noventa se produjo el desmoronamiento y la desintegración de los estados, como en Afganistán y en partes de África, la alternativa al antiguo estado no fue su partición sino la anarquía.

Este desarrollo resultaba paradójico, puesto que estaba perfectamente claro que los nuevos miniestados tenían los mismos inconvenientes que los antiguos, acrecentados por el hecho de ser menores.

El nuevo nacionalismo separatista de las décadas de crisis era un fenómeno bastante diferente del que había llevado a la creación de estados-nación en los siglos XIX y principios del XX. Se trataba de una combinación de tres fenómenos:

El primero era la resistencia de los estados-nación existentes a su degradación. Resulta significativo que el proteccionismo, el principal elemento de defensa con que contaban los estados-nación, fuese mucho más débil en las décadas de crisis que en la era de las catástrofes. El libre comercio mundial seguía siendo el ideal y la realidad, sobre todo tras la caída de las economías controladas por el estado, pese a que varios estados desarrollaron métodos hasta entonces desconocidos para protegerse contra la competencia extranjera.

Los franceses, y en menor medida los alemanes, lucharon por mantener las cuantiosas ayudas para sus campesinos, no sólo porque éstos tenían en sus manos unos votos vitales, sino también porque creían que la destrucción de las explotaciones agrícolas, significaría la destrucción de un paisaje, de una tradición y de una parte del carácter de la nación.

El segundo puede describirse como el egoísmo colectivo de la riqueza, y refleja las crecientes disparidades económicas entre continentes, países y regiones. Los gobiernos de viejo estilo de los estados-nación, centralizados o federales, así como las entidades supranacionales como la Comunidad Europea, habían aceptado la responsabilidad de desarrollar todos sus territorios y, por tanto, hasta cierto punto, la responsabilidad de igualar cargas y beneficios en todos ellos. Esto significaba que las regiones más pobres y atrasadas recibirían subsidios (a través de algún mecanismo distributivo central) de las regiones más ricas y avanzadas, o que se les daría preferencia en las inversiones con el fin de reducir las diferencias. La Comunidad Europea fue lo bastante realista como para admitir tan sólo como miembros a estados cuyo atraso y pobreza no significasen una carga excesiva para los demás. La resistencia de las zonas ricas a dar subsidios a las pobres es harto conocida por los estudiosos del gobierno local, especialmente en los Estados Unidos. El problema de los “centros urbanos” habitados por los pobres, y con una recaudación fiscal que se hunde a consecuencia del éxodo hacia los suburbios, se debe fundamentalmente a esto.

Algunos de los nacionalismos separatistas de las décadas de crisis se alimentaban de este egoísmo colectivo.

El tercero de estos fenómenos tal vez corresponda a una respuesta a la “revolución cultural” de la segunda mitad del siglo: esta extraordinaria disolución de las normas, tejidos y valores sociales tradicionales, que hizo que muchos habitantes del mundo desarrollado se sintieran huérfanos y desposeídos.

La política de los grupos de identidad no tiene una conexión intrínseca con la “autodeterminación nacional”, esto es, con el deseo de crear estados territoriales identificados con un mismo “pueblo” que constituía la esencia del nacionalismos

La esencia de las políticas étnicas, o similares, en las sociedades urbanas -es decir, en sociedades heterogéneas casi por definición- consistía en competir con grupos similares por una participación en los recursos del estado no étnico, empleando para ello la influencia política de la lealtad de grupo.

Lo que las políticas de identidad tenían en común con el nacionalismo étnico de fin de siglo era la insistencia en que la identidad propia del grupo consistía en alguna característica personal, existencial, supuestamente primordial e inmutable -y por tanto permanente- que se compartía con otros miembros del grupo y con nadie más. La exclusividad era lo esencial, puesto que las diferencias que separaban a una comunidad de otra se estaban atenuando.

La misma fluidez de la etnicidad en las sociedades urbanas hizo su elección como el único criterio de grupo algo arbitrario y artificial. Hubo que construir cada vez más la propia identidad sobre la base de insistir en la no identidad de los demás.

La tragedia de esta política de identidad excluyente, tanto si trataba de establecer un estado independiente como si no, era que posiblemente no podía funcionar. Sólo podía pretenderlo. La pretensión de que existiese una verdad negra, hindú, rusa o femenina inaprehensible y por tanto esencialmente incomunicable fuera del grupo, no podía subsistir fuera de las instituciones cuya única función era la de reforzar tales puntos de vista. Para desenvolverse en la aldea global de los científicos y técnicos que hacían funcionar el mundo, necesitaban comunicarse en un único lenguaje global, análogo al latín medieval, que resultó basarse en el inglés. Incluso un mundo dividido en territorios étnicos teóricamente homogéneos mediante genocidios, expulsiones masivas y “limpiezas étnicas” volvería a diversificarse inevitablemente con los movimientos en masa de personas (trabajadores, turistas, hombres de negocios, técnicos) y de estilos y como consecuencia de la acción de los tentáculos de la economía global.

Las políticas de identidad y los nacionalismos de fines del siglo XIX no eran, por tanto, programas, y menos aún programas eficaces, para abordar los problemas de fines del siglo XX, sino más bien reacciones emocionales a estos problemas. A medida que el siglo marchaba hacia su término, la ausencia de mecanismos y de instituciones capaces de enfrentarse a estos problemas resultó cada vez más evidente. El estado-nación ya no era capaz de resolverlos.

Se han ideado diversas fórmulas para este propósito desde la fundación de las Naciones Unidas en 1945, creadas con la esperanza, de que los Estados Unidos y la Unión Soviética seguirían poniéndose de acuerdo para tomar decisiones globales. Lo mejor que puede decirse de esta organización es que, a diferencia de su antecesora, la Sociedad de Naciones, ha seguido existiendo a lo largo de la segunda mitad del siglo, y que se ha convertido en un club la pertenencia al cual como miembro demuestra que un estado ha sido aceptado internacionalmente como soberano. Por la naturaleza de su constitución, no tenía otros poderes ni recursos que los que le asignaban las naciones miembro y, por consiguiente, no tenía capacidad para actuar con independencia.

La pura y simple necesidad de coordinación global multiplicó las organizaciones internacionales con mayor rapidez aún que en las décadas de crisis. Cada vez se consideraba más urgente la necesidad de emprender acciones globales para afrontar problemas como los de la conservación y el medio ambiente. Pero, lamentablemente, los únicos procedimientos formales para lograrlo resultaban lentos, toscos e inadecuados. El mismo hecho de que en los años ochenta el gobierno de Irak matase a miles de sus ciudadanos con gas venenoso puso de manifiesto la debilidad de los instrumentos internacionales existentes.

Sin embargo, se disponía de dos formas de asegurar la acción internacional, que se reforzaron notablemente durante las décadas de crisis. Una de ellas era la abdicación voluntaria del poder nacional en favor de autoridades supranacionales efectuada por estados de dimensiones medianas que ya no se consideraban lo suficientemente fuertes como para desenvolverse por su cuenta en el mundo. La Comunidad Económica Europea (que en los años ochenta cambió su nombre por el de Comunidad Europea, y por el de Unión Europea en los noventa) dobló su tamaño en los setenta y se preparó para expandirse aún más en los noventa, mientras reforzaba su autoridad sobre los asuntos de sus estados miembros.

La fuerza de la Comunidad/Unión residía en el hecho de que su autoridad central en Bruselas, no sujeta a elecciones, emprendía iniciativas políticas independientes y era prácticamente inmune a las presiones de la política democrática excepto, de manera muy indirecta, a través de las reuniones y negociaciones periódicas de los representantes (elegidos) de los diversos gobiernos miembros. Esta situación le permitió funcionar como una autoridad supranacional efectiva, sujeta únicamente a vetos específicos.

El otro instrumento de acción internacional estaba igualmente protegido -si no más- contra los estados-nación y la democracia. Se trataba de la autoridad de los organismos financieros internacionales constituidos tras la segunda guerra mundial, especialmente el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Estos organismos, respaldados por la oligarquía de los países capitalistas más importantes -progresivamente institucionalizada desde los años setenta con el nombre de “Grupo de los Siete”-, adquirieron cada vez más autoridad durante las décadas de crisis, en la medida en que las fluctuaciones incontrolables de los cambios, la crisis de la deuda del tercer mundo y, después de 1989, el hundimiento de las economías del bloque soviético hizo que un número creciente de países dependiesen de la voluntad del mundo rico para concederles préstamos, condicionados cada vez más a la adopción de políticas económicas aceptables para las autoridades bancarias mundiales.

En los años ochenta, el triunfo de la teología neoliberal se tradujo, en efecto, en políticas de privatización sistemática y de capitalismo de libre mercado impuestas a gobiernos demasiado débiles para oponerse a ellas.

Dos extensas regiones del mundo las están poniendo a prueba. Una de ellas es la zona de la Unión Soviética y de las economías europeas y asiáticas asociadas a ella, que están en la ruina desde la caída de los sistemas comunistas occidentales. La otra zona es el polvorín social que ocupó gran parte del tercer mundo. Como veremos en el capítulo siguiente, desde los años cincuenta esta zona ha constituido el principal elemento de inestabilidad política del planeta.

Fin!!!!!!!!

Texto 9- Neoliberalismo, conferencia dictada por Perry Anderson

· El Neoliberalismo es un fenómeno distinto de un liberalismo clásico

· Nace inmediatamente después de la segunda Guerra Mundial

· Es una reacción teórico política contra el Estado intervencionista y de bienestar

· Su texto fundador es el Camino de servidumbre, escrito en 1944. una polémica apasionada por cualquier limitación a los mecanismos

Con la crisis del modelo económico de posguerra de 1973 el capitalismo cayó en una larga y profunda recesión combinando tasas bajas de crecimiento con tasas altas de deflación.

Ahora, las ideas neoliberales ganaron rápidamente terreno. Hayek y sus colegas decían que las raíces de la crisis se localizaban en el poder excesivo y nefasto de los sindicatos y en el movimiento obrero que habían socavado las bases de al acumulación privada, con su presión sobre los salarios y sobre el Estado para sacar cada vez más gastos sociales a su favor. El remedio era:

1. volver hacia un estado mínimo, fuerte en sus capacidades de romper el poder de los sindicatos y en su control del dinero, peor parco en todos sus gastos sociales se intervenciones económicas.

2. La estabilidad monetaria debía ser la meta suprema de cualquier gobierno necesitando disciplina presupuestaria, o sea, la contención del bienestar y la restauración de la tasa natural de desempleo. O sea, la creación de un ejército de reserva del trabajo para estropear los sindicatos.

3. Los bonos fiscales eran además imprescindibles para incentivar a los agentes económicos, o sea, reducción de os impuestos sobre los ingresos más altos.

4. anticomunismo, que fue el más intransigente de todas las corrientes capitalistas modernas.

Una nueva y saludable desigualdad iba a dinamizar las economías avanzadas. La hegemonía de este programa llevó más o menos un decenio, los años setenta.

¿Qué hicieron en la práctica lo gobiernos neoliberales del momento?

Inglaterra à modelo más puro de neoliberalismoà

- contrajeron la emisión monetaria y alzaron las tasas de interés

- rebajaron drásticamente los impuestos sobre los ingresos más altos

- aflojaron los controles sobre los flujos financieros

- crearon millones de desempleados

- aplastaron huelgas e impusieron una nueva legislación antisindical.

- Cortaron gastos sociales

- Se lanzaron en programas amplios de privatizaciones.

Estados Unidos à la prioridad neoliberal era más bien la competencia militar con la Unión Soviética concebida como una estrategia para quebrar la economía soviética y por esta vía derrocar el régimen comunista en Rusia. También Reagan redujo los impuestos a favor de los ricos, alzo las tasas de interés y aplastó a la única huelga serie de su intendencia. Pero no respetó la disciplina presupuestaria, sino que se lanzó n una carrera armamentista sin precedentes que creo un gran déficit público.

Por primera vez, gobiernos llamados eurosocialistas (Francia, España, Portuga, Italia y Grecia) comenzaron a aplicar medidas neoliberales.

¿Cuál ha sido el balance efectivo de la hegemonía neoliberal en el capitalismo avanzado de los años ochenta? ¿Ha cumplido con sus promesas?

1. La prioridad más inmediata del neoliberalismo era detener la gran inflación de los años setenta. En esto, su éxito ha sido innegable.

2. A su vez, la desinflación debía ser la condición para la recuperación de las ganancias. En esto también fue exitoso. La razón principal de esta transformación ha sido la derrota del movimiento sindical.

3. finalmente, el grado de desigualdad como otro objetivo del neoliberalismo aumentó precipitadamente.

Por lo tanto, en cuanto a la deflación, ganancias, desempleo, salarios, podemos decir que el programa neoliberal se mostró realista y exitoso. Pero ellos habían sido concebidos con el fin de la reanudación del capitalismo avanzado a escala mundial restaurando tasas altas de crecimiento estable. El cuadro aquí ha sido absolutamente decepcionante. A pesar de todas las nuevas condiciones institucionales creadas a favor del capital, la tasa de acumulación, es decir, la inversión efectiva en el campo del equipamiento productivo cayó en los ochenta en relación con los niveles ya mediocres de los setenta. La desregulación financiera, elemento muy importante de todo el programa, ha creado condiciones mucho más propicias para la inversión especulativa que productiva. El segundo fracaso del neoliberalismo es que el peso del Estado de bienestar no ha disminuido mucho a pesar de todas las medidas tomadas para contener los gastos sociales. No obstante, la tasa de crecimiento del PBN consumido por el estado ha decrecido notablemente peor la proporción absoluta aumentó. Esto se debe al aumento social del desempleo costando billones en seguridad social y el aumento demográfico de los jubilados en la población, costando otros billones en pensión.

Cuando en el año 1991 el capitalismo entró en una profunda recesión, la deuda pública comenzó a asumir dimensiones alarmantes en casi todos los países occidentales mientras que el endeudamiento privado de familias y empresas había alcanzado niveles sin precedentes. En estas condiciones de crisis muy aguda, el neoliberalismo ganó un segundo aliento al menos en Europa. La hegemonía neoliberal persiste firmemente en el comportamiento de partidos o gobiernos que redefienden como sus opositores.

¿Cómo explicar este segundo aliento del neoliberalismo?

1. Por la victoria espectacular del neoliberalismo en el mundo del comunismo de Europa oriental y la Unión Soviética de 1989-1991

2. Por la victoria del occidente en la guerra fría. El dinamismo del neoliberalismo como fuerza ideológica a escala mundial, está actualmente sustentado en gran parte por esta penetración en el mundo posoviético.

El impacto del neoliberalismo no tardó en llegar a América Latina, que hoy en día se ha convertido en el tercer gran escenario de experimentación neoliberal. El ejemplo más claro es Chile en la dictadura de Pinochet (programas de desrregularización, desempleo masivo, represión sindical, redistribución del ingreso hacia los sectores ricos y privatización de bienes públicos). Cabe destacar que la democracia en sí mismas jamás había sido un valor central del neoliberalismo. América Latina también inició la variante del neoliberalismo progresista más tarde difundida en Europa del Sur en los años del eurosocialismo. De las cuatro experiencias claves de esta década, podemos decir que tres han registrado éxitos al corto plazo: México, Argentina y Perú, y uno ha fracasado, Venezuela.

La condición política de la deflación, el desempleo, desregulación y privatización en las economías mexicana, argentan y peruana ha sido una concentración formidable. Esta dosis de autoritarismo político no fue tan activa en Venezuela. Sería arriesgado concluir que sólo regimenes autoritarios pueden imponer políticas neoliberales en América Latina. Bolivia sirve para comprobar esto.

La hiperinflación aparecía como la condición para obligar a la gente a aceptar la medicina drástica.

El más exitosos sector del capitalismo mundial de los últimos veinte años ha sido el menos neoliberal, o sea, las economías del extremo oriente: Japón, Corea, Taiwán, Singapur, Indonesia, Malasia.

Económicamente el neoliberalismo ha fracasado. No consiguió ninguna revitalización básica del capitalismo avanzado.

Socialmente, ha logrado muchos de sus objetivos, creando sociedades notablemente más desiguales aunque no tan desestatizadas como hubiera querido.

Política e ideológicamente, ha logrado un importante grado de éxito, diseminando la idea de que no hay alternativa a sus principios, que todos tienen que adaptarse a sus normas. Es decir, alcanzó una hegemonía.

Es peligroso quedarse con la idea de que el neoliberalismo es un fenómeno débil. Continúa siendo una amenaza activa y poderosa. No debemos olvidar tres lecciones básicas dadas por el neoliberalismo:

1. no tener ningún miedo de estar contracorriente del consenso político del tiempo.

2. no transigir en ideas, no aceptar ninguna dilución de principios. Las teorías neoliberales han sido extremas.

3. no aceptar ninguna institución establecida como inmutable.

Fin!!!

 

 

Texto 10- Convertibilidad y deuda externa, Jorge Schvarzer

Dependencia externa y transformación interna: la Argentina frente a la larga crisis de la deuda

La crisis de la deuda externa estalló a comienzos de la década del 80 y sorprendió a todos por su brusca aparición y por su intensidad. Pocos imaginaron que el problema perduraría largo plazo. Pocos se percataron que en toda América latina se abría una larga etapa de conflictos y cambios.

Hoy, la deuda y sus efectos son la causa de las mayores transformaciones operadas en cada nación y su sombra se proyecta sobre todos los cambios recientes.

1. El origen de la deuda y la crisis

Durante casi medio siglo y hasta comienzo de la década del setenta, las naciones latinoamericanas sufrieron una intensa y persistente restricción externa. Dada la ausencia de financiamiento en divisas, cada nación debía limitar sus compras externas, y el pago de otras obligaciones surgidas de sus relaciones con el resto del mundo, al monto permitido por el valor de sus exportaciones. La mayoría de los países optó por:

1. reducir las importaciones

2. regular el comercio exterior, y

3. aplicar otras herramientas propias de una economía cerrada.

El crédito disponible era escaso y su oferta se concentraba en pocas manos: las agencias oficiales de algunas naciones más desarrolladas, las cuales planteaban grandes exigencias para conceder fondos.

A comienzos de la década del setenta la situación cambio a un ritmo muy rápido; lo grandes Bancos transnacionales comenzaron a ofrecer créditos abundantes a toda América Latina con pocas, o ninguna, exigencias formales. Los agentes consideraron que prestar dinero a una nación era más simple que operar con empresas privadas, ya que una nación no podía quebrar, con lo que no se planteaba un análisis de riesgo como el que demandaban otras clases de préstamos. Los bancos se convirtieron en los mayores proveedores de fondos de la región.

Los banqueros sólo se reservaron una medida elemental de seguridad; acordar sus préstamos a corto plazo (más o menos un año), con lo que en cada refinanciación podían ajustar la tasa de interés de acuerdo con la evolución el mercado; a modo de compensación, aseguraban la renovación de los préstamos a lo largo del tiempo.

La oferta de fondos fue generalizada, pero su uso dependió de la estrategia de los gobiernos tomadores. Países como Brasil, los usaron para seguir adelante con su programa de desarrollo industrial. Otros como México, buscaron atender las demandas de ingreso al mercado local de bienes de consumo provenientes del exterior. En el otro extremo se encuentran Argentina y Chile, que usaron esos fondos en un juego especulativo, como masa de maniobra destinada a sostener una estrategia de contención inflacionaria basada casi exclusivamente en el control del tipo de cambio. Los gobiernos ofrecieron comprar o vender dólares a un precio fijo para asegurar el valor del tipo de cambio, con la esperanza de frenar la marcha alcista e los precios cuando la tasa de devaluación llegara a cero.

El uso que se le dio a los fonos explica la situación en que se encontraba cada país en el momento en que estallo la crisis de la deuda. Brasil se encontraba en la mejor situación productiva. Argentina, padecía los resultados de una inédita especulación financiera; la contrapartida de su deuda eran divisas en poder de una parte de la sociedad que se enriqueció gracias al tipo de cambio, mientras que la mayor parte de la población se empobrecía. Esa política generó un atraso en la inversión productiva, una brecha en el equilibrio fiscal y un impulso hacia al inflación.

El 24 de marzo de 1981 ocurrió un relevo programado del equipo de gobierno militar surgido del golpe de estado de 1976. Ese cambio fue la señal para el estallido de al crisis externa. En los meses previos, el gobierno saliente vendió todas las divisas que le quedaban, dejando al país sin reservas y con una deuda a corto plazo, contratada con los bancos, que alcanzaba montos inéditos. Esa presión resultaba insostenible si no se refinanciaban dichos compromisos de modo inmediato; la carencia de beneficios obligó a devaluar, generando una nueva onda inflacionaria, una profunda recesión y una gran incertidumbre entre los agente económicos. Exigió llevar adelante una negociación con los acreedores, quienes se mostraban reacios a otorgar nuevos préstamos.

Los acreedores reclamaron que la Argentina lanzara un programa de ajuste, haciendo el clásico pasaje por el FMI, y comenzara a pagar como fuera.

Todos actuaban como si el problema de la deuda fuera menor y pasajero. A partir de la crisis mexicana de 1982, la crisis argentina quedó inserta en el ámbito global.

2. Razones y efectos de la crisis

Los préstamos otorgados por los bancos durante al década del setenta tenía dos fines:

1. una parte ampliaba la oferta de fondos a las naciones de al región

2. la otra se destinaba a compensar el pago de intereses generados por los préstamos previos.

Con el paso del tiempo y el aumento de la deuda total, esta última parte fue reclamando una porción creciente de los nuevos préstamos. Este fenómeno se agudizó en la década del ochenta debido a que la Reserva Federal de los estados Unidos provocó, a fines de 1979, un alza brutal e inesperada de las tasas de interés, como parte de su nueva estrategia de lucha contra la inflación. Esas tasas alcanzaron índices del orden de un 20% anual y se trasladaron a todos los préstamos para América Latina, a medida que eran renovados.

Esa acumulación de compromisos comenzó a ser vista como peligrosa pro los acreedores, pues superaba con exceso cualquier límite prudencial para los bancos. Por otra parte, la deuda continuaba creciendo, tanto en relación a las dimensiones económicas de las naciones endeudadas como frente al estado patrimonial de los acreedores.

Ante estos riesgos, los bancos intentaron retacear la concesión de nuevos créditos. Durante 1982 los bancos aumentaban al máximo las restricciones para facilitar nuevos préstamos.

El gobierno mexicano afirmó públicamente que, en esas condiciones, no podía pagar. La crisis mexicana puso en evidencia la gravedad del problema y motivó una rápida reacción del gobierno norteamericano en procurar salvar su sistema financiero. Washington ofreció una ayuda inmediata a México, y comenzó a organizar un sistema de salvataje de su propio sistema financiero. Se insistió en que la crisis no era general sino una sumatoria azarosa de casos nacionales. Se diagnosticó que la crisis era de liquidez y no de solvencia, con lo que se podía resolver con medidas de ajuste clásica y sin apelar a un shock profundo y estructural. Por último, se hizo recaer la responsabilidad e la crisis en los tomadores de dinero o en factores imprevisibles y externos la voluntad de los agentes involucrados. Así, lo acreedores quedaban librados de toda responsabilidad y eximidos de afrontar los costos potenciales de la crisis.

De allí se dedujo una estrategia basada en el accionar del FMI, que debía inducir las políticas de ajuste necesarias en las naciones endeudadas mientras presionaba a los bancos para que mantuvieran la renovación de sus préstamos durante un período de transición relativamente breve. Las recetas del FMI fueron:

1. devaluación de la moneda para aumentar la oferta exportadora y disminuir importaciones;

2. reducción del gasto público;

3. ejecución de una política de estabilización de precios mediante una restricción de la emisión monetaria.

Estas medidas tuvieron:

a) un impacto inflacionario: provocado por la devaluación y el alza de las tarifas de los servicio públicos

b) un impacto recesivo: generado por la reducción del gasto.

que agudizaron el proceso de caída de salarios y pérdida de ingresos de los sectores populares. El FMI se negó a aceptar otro tipo de propuestas.

Ningún país puede absorber una transferencia brusca del 10% de sus ingresos al exterior sin afrontar desequilibrios profundos en su interior. No resulta casual que Argentina entrara en una crisis recesiva e inflacionaria, agudizada por desequilibrios globales en todas las variables relevantes.

Esos desequilibrios, que se mantuvieron durante toda la década de 1980, desgastaron el primer gobierno democrático posterior a la dictadura militar. El conflicto social había terminado por cargar todo el peso de esos nuevos costos sobre los menos favorecidos.

La condición para pagar la deuda consistía en generar una masa de divisas suficiente a partir de las exportaciones. El primer paso para obtener ese superávit fue la recesión, dado que la caída de la demanda interna reducía rápidamente las importaciones. Aumentar las exportaciones no resultaba tan simple, a que requería disponer de una producción local que pudiera ser colocada en los mercados internacionales, y el país no exhibía esta capacidad debido a la estrategia aplicada en el período anterior. .

La generación de divisas por el superávit comercial no resolvía el problema. Como la deuda era pública, el Estado debía disponer de recursos propios para comprar esas divisas a los exportadores. El estado debía destinar el 40% de su presupuesto anual a comprar divisas para pagar el servicio de intereses. Este conflicto presupuestario resultó uno de los más graves de todo el período y se mantiene hasta la actualidad.

Para atender este compromiso presupuestario, un gobierno debe bajar su gasto o aumentar sus ingresos. En la Argentina se optó por la primera opción. , reduciendo el número de sus empleados y los salarios medios y disminuyendo la inversión pública. El gobierno apeló al método más simple a su alcance: la emisión de moneda, con o que no hizo más que acompañar pasivamente el incontenible proceso inflacionario.

3. El doloroso período del mudding through

La Argentina atravesó solitaria la primera parte de la crisis de su deuda: durante 1981 y 1982, las preocupaciones se centraron en la gran crisis interna, los problemas políticos y las repercusiones de la guerra de Malvinas. El país entró en la transición a la democracia que culmino en diciembre de 1983 con la instalación de un gobierno electo por el pueblo.

El nuevo gobierno democrático estaba convencido de que la deuda era injusta (por haber sido contraída por el gobierno militar) y espuria (por los objetivos a los que había sido destinado el dinero). Tenía la firme esperanza que la recuperada democracia argentina sería sostenida por las naciones desarrolladas, que colaborarían en la solución del problema de la deuda teniendo en cuenta los graves costos sociales que sufrió el pueblo argentino durante el período militar. Sin embargo, muy pronto se comprendió que el diálogo sería imposible. Los responsables del tema en Washington exigían un proceso de ajuste para pagar la deuda. Los bancos no aceptan negociar mientas el país no firmara una cuerdo con el FMI que a su vez sólo aceptaba un plan de ajuste ortodoxo.

Librado a su sola fuerza, el gobierno ensayó ajustes n ortodoxos par frenar la inflación y la recesión interna (Plan Australes junio de 1985). Luego del éxito inicial el programa fracasó. Posteriormente, el gobierno argentino logró el apoyo del Banco Mundial, que durante la década del ochenta era más proclive a una política de desarrollo que el FMI. Pero ante las presiones del FMI, el banco retiró el apoyo.

La única opción era aceptar las condiciones de ese ajuste imposible, a la espera de una solución futura. Argentina, al igual que los países deudores, no podía pagar su deuda. La decisión de pagar permitía aliviar las presiones y refinanciar parte de lo compromisos de la deuda hasta que apareciera una solución diferente. Las amenazas de represalias no eran suaves ni implícitas.

El ajuste provocó numerosas conmociones políticas en toda la región, que, sin embargo, fueron absorbidas, mientras las presiones de los acreedores proseguían su marcha exitosa.

Hacia 1987, luego de cinco años de crisis, la mayoría de los gobiernos de los países deudores estaban convencidos que tales exigencias eran imposibles de cumplir. Un fenómeno característico del período fueron las moratorias silenciosas asumidas por diversos países ante la imposibilidad de mantener siquiera una fachada de normalidad. Argentina recurrió a esa medida en abril de 1988.

En 1987 en Washington el secretario del Tesoro de los Estados Unidos Baker lanza un plan para enfrentar el problema de la deuda. Se limitaba a ofrecer préstamos adicionales del Banco Mundial destinados a reciclar compromisos anteriores, mientras pedía a los bancos que mantuvieran los suyos. Condicionaba el apoyo futuro de los acreedores al compromiso de los deudores de llevar a cabo una serie de reformas estructurales en sus propias economías. El plan Baker no proponía soluciones reales ni posibles al problema de la deuda. La hipótesis de que la salida pasaba por la reforma de las economías de al región, se convirtió en una idea de fuerza en toda el continente.

Las amenazas de represalias de la primera etapa, daban paso a exigencias formales de ejecución de políticas concretas, orientadas a la realización de las reformas estructurales surgidas del Consenso de Washington.

4. De la desesperación a la reforma

Los conflictos del gobierno argentino con los acreedores durante la década del ochenta profundizaron la inestabilidad de la economía y su fragilidad frente a los shocks externos. La inflación provocó una progresiva reducción del uso de la moneda loca y una creciente demanda de dólares. Esa tendencia llevó a que los agentes locales expresaran sus precios en dólares, convirtiéndolos a pesos según el tipo de cambio del momento. El alza del tipo de cambio provocaba a suba generalizada de los precios en el mercado interno, que se traducía en más inflación.

En ese momento bastaba una chispa para incendiar la pradera. Una primera señal de riesgo provino del Banco Mundial, que se negó a otorgar un nuevo crédito al país. Otra estuvo dada por el avance en las encuestas del candidato a presidente por la oposición Carlos Menem, que tenía un discurso claramente populista. Una suma de hechos como este llevaron a una corrida hacia el dólar. Menem obtuvo la presidencia, y de inmediato dejó su discurso populista y se acercó a los economistas ortodoxos, al tiempo que los precios subían en la misma proporción que el dólar. El huracán inflacionario derribó al gobierno saliente, que tuvo que entregar el poder anticipadamente, y generó un clima de desesperación que otorgó el consenso social para iniciar cambios profundos en el funcionamiento de la economía. La solución consistía en llevar a cabo las propuestas del Consenso de Washington:

1. privatización de empresas públicas, una de las primeras medidas adoptadas. Las más significativas fueron ENTEL y Aerolíneas Argentinas.

2. apertura económica

3. eliminación de regulaciones sobre el mercado

4. reducción del tamaño del estado

5. refinanciación de la deuda.

Las privatizaciones se basaron en el cambio por títulos de deuda que estaban en manos de los acreedores. Una de las primeras medidas del proceso privatizador fue elevar las tarifas y prometer a los presuntos beneficiarios que éstas mantendrían sus niveles reales, evitando al erosión inflacionaria. Se aseguró el monopolio del servicio durante una década para dar un horizonte de seguridad a los adquirentes mientras, proclamaba la importancia de atraer al país capital de riesgo. Las ventas de empresas públicas prosiguieron hasta alcanzar prácticamente a todas las compañías del Estado. Este proceso redujo el rol del estado a su mínima expresión y provocó una disminución masiva del personal. Al menos 200.000 personas perdieron sus puestos de trabajo entre 1990 y 1994.

Aun así, las privatizaciones no sirvieron para mejorar significativamente las cuentas públicas. El Estado siguió operando con recursos limitados y restricciones que llevaron a la caída de los salarios de su personal y de las jubilaciones, el deterioro de ciertas actividades básicas, la contracción de la inversión y el mantenimiento de las obras públicas. La deuda siguió aumentando por la capitalización de intereses devengados.

5. El plan Brady y el nuevo sistema financiero

Este brusco cambio de orientación de la política económica argentina coincidió con el lanzamiento del Plan Brady. Permitía cambiar las acreencias de los banco por títulos de deuda conocidos como bonos cero, con vencimiento a treinta años de plazo. Debido a que el capital se amortizaría a treinta años, el valor inicial de estos títulos era muy bajo. El alivio ofrecido por el plan fue relativamente pequeño, por lo que fue una paradoja que haya tenido tanto éxito. La transformación de la deuda en títulos abrió paso a un nuevo mercado financiero para las naciones endeudadas.

El gobierno argentino, al igual que muchos otros de la región, se lanzó a usar y abusar de esa nueva fuente de crédito externo. En diciembre de 1996, la deuda argentina, que ascendía a 100.000 millones de dólares, estaba compuesta en un 60% por bonos, el 15% compromisos con organismos internacionales, y el 3% permanecía en manos de los bancos, el resto estaba formado por préstamos oficiales y comerciales de otros países.

La necesidad de atraer capitales para resolver las cuentas externas llevó a buscar nuevas alternativas. Una de ellas fue la apertura de todas las actividades a la inversión extranjera, lo que generó un flujo apreciable de compra de empresas locales.

Una estrategia que buscó atraer ese flujo de fondos hacia la Bolsa de Comercio local fue la incorporación de algunas de las empresas privatizadas al mercado bursátil, para darle una dimensión acorde a la oferta potencial de dinero. El resultado no fue muy exitosos prouqe so precios se derrumbaron y la bolsa dejo de ser una alternativa para el mercado de capitales.

Otras medidas alentaron una mayor apertura del mercado local de capitales al exterior, denominada también apertura financiera. Esto llevó a que la mayor parte de los bancos privados locales fuera adquirida por entidades extranjeras. Estos cambios no contribuyeron a reducir la tasa de interés, que se mantiene en niveles muy elevados, lo que afecta principalmente a las empresas medianas y pequeñas.

Las exigencias que planteaba el cierre de las cuentas externas en condiciones de levado endeudamiento fueron prioritarias en las decisiones de la política económica.

6. El comercio y el tipo de cambio

La persistencia del problema de la deuda influyó también en el nivel del tipo de cambio aplicado en el país. En una primera etapa la presión de lso acreedores obligó a devaluar para aumentar las exportaciones. La devaluación, al encarecer el valor del dólar en moneda local, exigía una mayor cantidad e recursos públicos para adquirir divisas destinadas al pago de la deuda. Al tiempo que se alentaban las exportaciones, se ampliaba el déficit público, agravando las tensiones internas de la economía.

A partir de 1987 el gobierno argentino buscó un punto de equilibrio entre la exigencia de exportar y la de equilibrar el presupuesto. En 1990, en cambio, la nueva estrategia económica llevó a apreciar al peso frente al dólar. El tipo de cambio se sostuvo debido al establecimiento, por ley del Congreso, de un valor fijo de 1 peso iguala 1 solar.

El nuevo tipo de cambio desalentó las exportaciones no tradicionales y condicionó a la economía local a orientarse a la producción y exportación de aquellas materias primas en las que el país cuenta con ventajas comparativas naturales.

Ese relativo auge exportador generó un aumento de la producción. La estrategia de apertura económica que lo acompañó generó un salto súbito y considerable de las importaciones. El tipo de cambio alentaba el ingreso de mercancías de todo tipo que inundaron rápidamente el mercado local. El país pasó del superávit comercial del ochenta, a un déficit continuo y errático en el período de 1992-1998.

Este cambio, que a primera vista parece implicar una disminución de las restricciones externas, pudo ocurrir debido a una nueva relación de los Estados unidos con América Latina, que tendía a resolver lo que se conoce como el problema de la transferencia. Era necesario que los países compradores aceptar un balance negativo, para que los países de la región obtuvieran un excedente comercial para pagar la deuda.

La mayor parte de las nuevas actividades dinámicas vinculadas al comercio exterior tenían baja demanda de empleo, y, al mismo tiempo, se cerraban fábricas locales, con lo que no resultó sorpresiva a la reducción de la demanda de trabajo.

7. Evolución de la deuda y la crisis

La deuda presenta dos problemas convergentes:

1. Sus vencimientos de capital son de orden de 10.000 millones de dólares anuales. Monto que no exhibe cambios significativos a pesar de los esfuerzos por refinanciar los compromisos a largo plazo.

2. el gobierno debe pagar intereses variables sobre la deuda que renueva cada año que constituye una proporción apreciable del total.

Los mercados de bonos para los países como la Argentina no admiten emisiones masivas de deuda. Esa limitación obligó al gobierno a recurrir semanalmente a dichos mercados, para emitir bonos por montos que van de 300 a 800 millones de dólares para atender los pagos de capital e intereses. Esa práctica generó una dependencia estrecha de lso mercados de capital y de sus exigencias de política económica. Los agentes que operan en estos mercados valoran aspectos tales como la austeridad en el gasto público, la tendencia al equilibrio presupuestario y el sector externo y la ortodoxia que puedan exhibir sus ministros y funcionarios de gobierno. De allí que la política económica local esté marcada por la ideología de estos agentes y sus reacciones en el mercado.

La deuda tiene aparte de costos tangible (los pagos), otros derivados de la capacidad de disciplinar a los gobiernos de las naciones comprometidas, que son la casi totalidad de los países subdesarrollados.

8. Fuerza externas y hegemonía interna

Esta larga etapa de dependencia de los agentes financieros extranjeros contribuyó a modificar la estructura social tanto como las fuerzas hegemónicas que orientan a la Argentina. Quienes estaban a cargo de bienes productivos, los empresarios fabriles y los asalariados fueron los más afectados por los cambios estructurales ocurridos en el país, en beneficio de los nuevos concesionarios de empresas de servicios públicos y los agentes financieros e inmobiliarios.

El cierre de establecimientos industriales tuvo como correlato el retiro de gran cantidad de empresarios de la actividad productiva.

El estancamiento económico estuvo acompañado de una redistribución del ingreso, cuyo carácter regresivo agravó aún más la situación de los sectores humildes.

El aumento de la pobreza tiene sus orígenes en la caída del salario real, el aumento del desempleo y la reducción de las transferencias sociales realizadas por el gobierno (especialmente las relacionados con la jubilación y la salud).

La pobreza y la desocupación aumentaron la marginación social. Mientras el poder se concentró en los sectores favorecidos que lograron el control del dinero, una parte decisiva de la población perdió la capcidad de representación política y social.

Uno de los grande sproblemas que persisite de la deuda consiste en la forma de pagarla. Otro, reside en su presencia como instrumento de dominación totalmente integrado al funcionamiento de la economía y a la sociedad argentina.

 

 

FIN!

 

Texto 11- Aproximaciones a la globalización

De la Guerra fría a la tecnología del silicio

Luego de la segunda guerra mundial y del triunfo de los aliados sobre los nazis, el mundo se dividió en dos bloques económicos, políticos y militares:

- occidente (EEUU, Japón y Europa del Oeste), y

- el bloque socialista (URSS y Europa Oriental).

Capitalismo y socialismo, pugnaron por una hegemonía político-económica y militar, que condujo al mundo a una tensionada relación internacional.

La competencia por el predominio mundial los inclinó hacia una carrera armamentista (proliferación de armamento nuclear).

En todo este período la industria obtuvo una importante expansión. Los recursos energéticos, y especialmente el petróleo, fueron el factor clave del desarrollo industrial. La Guerra Fría estaba en su apogeo y las dos superpotencias procuraron controlar las rutas de navegación de los grandes buques petroleros, generando una inestabilidad política que preanunciaba un enfrentamiento mayor.

La paridad de las fuerzas estratégicas y el temor de desatar una catástrofe en cadena, indujeron a los líderes mundiales a la no utilización de dicho armamento.

Durante la guerra fría el poder militar se había jerarquizado de una manera extraordinaria.

La industria de armamento creció en este período ininterrumpidamente, tanto en los EEUU como en la URSS. Cualquiera de las dos potencias podía reducir a escombros a cientos de ciudades en pocos minutos.

A principios de esta década se desintegró la URSS; se disolvió el pacto de Varsovia; Alemania Occidental y Alemania Oriental se unificaron; se derrumbó el muro de Berlín y toda la coalición Soviética colapsó.

El capitalismo entró en una nueva dimensión, se introdujo en la ex URSS y en toda su zona de influencia. Se agilizó el proceso globalizador del capitalismo.

En la ex Unión Soviética, se trocó de una economía colectivista, centralizada y planificada por el Estado, a una economía que intenta ser abierta y de mercado. Así se posibilitó la inversión privada, acelerando una etapa de desestatización de la economía, fomentada por el mercado mundial, que apostó categóricamente a la articulación e interdependencia de la economía, con sus correlativos procesos de inversión, producción, intercambio y circulación, adquiriendo un alcance generalizado y mundializado.

La globalización, como política del mercado internacional, es una tendencia de conformación de una sociedad capitalista mundial homogeneizada, que se afianzó, paralelamente, a la crisis y posterior desmoronamiento de la URSS y el socialismo histórico. Este proceso global se asienta en algunos pilares claves, en especial la eficiencia, competitividad e innovaciones tecnológicas.

Hacia el interior social, la redistribución de la riqueza se ha hecho cada vez más asimétrica, provocando la exclusión de vastos sectores de la sociedad. En la última década, en la mayoría de los países, ha crecido la economía, pero en todos han aumentado la pobreza y el desempleo.

La sociedad de consumo de los países centrales se ha presentado como el norte ha seguir. Esta tendencia mundializada se expresa en valores culturales novedosos creando verdaderas fronteras internas entre los beneficiarios del sistema consumista y los que quedan fuera del mismo. La expulsión del mercado laboral de amplios sectores de trabajadores está suscitando temor y desazón social.

En la era postmoderna se da un achicamiento palpable del Estado, quien no se hace cargo del sustantivo aumento de la pobreza y la exclusión.

El cuerpo social se ha fragmentado y se va abriendo paso al hiperindividualismo del consumo privado y de mercado. La imagen de los nuevos modelos sociales queda proporcionada por la dispersión social y el individualismo. El Estado, débil y deficiente, no ha reaccionado, y, sumisamente, se somete a los dictados del mercado. Ha aumentado la desorientación y el desencanto de los sectores desplazadas que no obtienen del Estado un paliativo a su miseria estructural y aquellos trabajadores que aún conservan su empleo se encuentras angustiados y con una profunda sensación de inestabilidad.

La globalización y regionalización de la economía, al finalizar los 90, marcan una inercia a la formación de una economía mundial interdependiente. El presente proceso de globalización y regionalización económica esta motorizado por decisiones políticas e intereses privados, que esquivan el control de los gobiernos.

Para lograr una mayor participación en el mercado mundial, las empresas han iniciado un complejo camino de reestructuraciones y fusiones, que fueron dando origen a gigantescas empresas multinacionales que se han posicionado en el mundo, independientemente del país de origen y de la política y estrategia de cualquier Estado - nación.

La competitividad que exige el mercado actual conduce a las empresas a adoptar por medidas y realizar maniobras de alianzas, muchas veces con su propia competencia. Actualmente se realizan estas uniones para lograr mejores resultados y beneficios, limitando la posibilidad de un enfrentamiento costos, por la exacerbada competencia.

Pilares de la sociedad global

La alta tecnología se ha introducido en todos los ámbitos de la vida del hombre, lo que ha producido grandes cambios. La revolución de las finanzas y de las comunicaciones y el auge de la sociedad multinacional dan testimonio de un proceso acumulativo de transformaciones que han modificado el mundo y lo orientan hacia un nuevo orden global. El planeta en que vivimos se encoge.

Distinguiremos seis facetas tecnológicas, económicas, políticas y socioculturales que constituyen el sustento de la era global.

1. La erosión del Estado nacional (Estado nación vs organismos internacionales)

El estado nación surge de manera evidente luego de la Revolución Francesa; la nación legitima al Estado, tiene un espacio fijo, una cultura y una historia propia. Es un ser social, un colectivo simbólico. Los estados nacionales demarcan importantes diferencias culturales y políticas.

A causa de la progresiva incorporación de normas regulatorias internacionales, los Estados Nacionales han disminuido sensiblemente su capacidad soberana. Los organismos internacionales evalúan y siguen las políticas de los países, al tiempo que imponen reglas de juego. Los actuales estados nacionales quedan subordinados a los inversores extranjeros.

Nada o muy poco queda del estado protagonista. El concepto de Estado intervencionista (New Deal de Roosvelt, inspirado por Keynes) ha entrado definitivamente en decadencia. Con la modernización del estado, la reducción del aparato estatal, la descentralización de tareas y funciones se conduce a un estado más eficiente y dinámico, con una relación horizontal y cercana a los ciudadanos, últimos y único destinatarios de toda política de desarrollo.

Uno de los mayores problemas a solucionar de los estados nacionales es la aceptación de la globalización adecuando todas sus estructuras para lograr una competitividad inclusiva a los mercados mundiales, lo cual implica provocar legítimos despegues productivos hacia un desarrollo sustentable que suavice la desigualdad social.

La regionalización económica y política disminuye la potencialidad soberana e interdependiente de los estados Nacionales que la componen. La integración regional actúa minando las soberanías nacionales. Es un escenario de alianzas estratégicas entre países diferentes que conforman espacios regionales comunes, que se integran al resto del sistema mundial construyendo un entramado complejo de intereses y objetivos orientados a lograr un mejor posicionamiento en el mercado global. (ej, MERCOSUR, UNION EUROPEA)

Las asociaciones regionales desmitifican creencias, acercan a los pueblos, debilitan las fronteras y aduanas desaldeanizando hábitos de consumo. La división política del mundo en Estados Nacionales empieza a quedar obsoleta en una economía de escala global.

2. El impacto tecnológico y la comunicación global

Las innovaciones tecnológicas que se incorporaron a la industria de las comunicaciones han constituido una fuerza dinámica, que acerca a los pueblos más remotos. La progresiva difusión de la tecnología en las comunicaciones coincide con una creciente subordinación de una gran porción de la población mundial hacia las culturas transnacionales hegemónicas que presionan para imponer una homogeneización estética e ideológica planetaria. En la actualidad, los medios de comunicación masiva atraviesan con facilidad las fronteras nacionales y culturales.

Las sociedades capitalistas industrializadas producen mensajes mass- mediáticos. El avance tecnológico nos acerca y globaliza.

Foucault planteó que existen cuatro tipos de tecnologías:

1) de la producción: permite al hombre transformar y manipular la naturaleza, modificaciones en su hábitat.

2) de los sistemas de los signos: nuevos lenguajes, símbolos y emblemas.

3) del poder: sobre la base del conocimiento científico técnico, determina la conducta de los individuos y los someten a ciertos tipos de dominación.

4) del yo: permite a los individuos efectuar por cuenta propia o con ayuda de otros, cierto número de operaciones sobre sus pensamientos y conductas, tendientes a alcanzar la felicidad, la sabiduría, el bienestar o el poder.

El proceso globalizador de los noventa sería una combinación de innovación tecnológica, con nuevos espacios culturales y novedosos perfiles productivos en una ingeniería económica global, donde las sociedades se fragmentan y s mundializan al mismo tiempo. Los propietarios de la industria mass- mediática intentan proyectar sus puntos de vista y una batería de ideas, que les son favorables a sus intereses y negocios. La sociedad, generalmente de manera ingenua, consume sus ofertas. La acción persuasiva de la publicidad sugiere al público lo que debe desear. Los medios de comunicación social logra mejor que ningún otro transmitir un pensamiento ideológico de un modo seductor expandido y permanente.

3. La mundialización de las finanzas

Las finanzas en la era de la globalización se caracterizan por dos tendencias paralelas:

1) la progresiva liberalización de las normas que regulan los movimientos del capital en los países desarrollados y en los países que ahora se llaman emergentes.

2) El persistente aumento de los flujos internacionales (colocaciones, compra-venta de acciones, bonos e inversión extranjera directa y préstamos) que se han precipitado sobre el mapa mundial fomentando un mercado global.

La globalización financiera es la punta del iceberg, lo sumergido es la mundialización económica. Las economías nacionales se han vuelo cada vez más interdependientes ya que los procesos de producción, intercambio y circulación han adquirido alcance global. La integración financiera internacional promueve desarrollos discontinuos (necesidad creciente de negocios e inversiones de mínimo riesgo y máxima rentabilidad). La velocidad cumple un rol estratégico.

Las exigencias que el mercado mundial impone son:

- redimensionamiento del Estado

- desregulación de los mercados

- eliminación de trabas burocráticas a la acción privada

- achicamiento del déficit fiscal

- privatizaciones

- descentralización

- etc.

La incertidumbre que genera la inestabilidad de los mercados, muestra claramente lo falible que puede ser el mundo de los negocios internacionales. La gran especulación está tabulada en te dimensiones:

1. Hacia el mercado financiero, luego

2. La inversión se destina a “procesos intangibles” basados en el conocimiento y la información, por último

3. En la producción de bienes relegada de su posición de privilegio tradicional.

La estabilización macroeconómica se ha convertido en la “Ley de leyes” de la política internacional y su potente instalación se ha llevada adelante con un costo social conmovedor.

4. Los cambios en los sistemas de producción industrial

Desde fines del siglo pasado y principios del actual, con el fordismo y taylorismo, la competitividad de la industria se cimentó en su elevada productividad, la expansión del comercio exterior, un constante proceso de innovación tecnológica y nuevas formas de organización del trabajo en el taller.

La globalización ha traído consigo el desplazamiento del orden industrial predominante a un segundo plano, ocupado ahora por la producción de servicios.

La transformación de la industria transitó una doble carretera de cambio: 1) la mano de obra se cambio por tecnología y capital; 2) las materias primas naturales fueron reemplazadas por insumos de origen sintético y desarrollo de laboratorios técnicos. A la luz de las innovaciones técnicas, en el nuevo sistema tecno industrial, ha surgido una nueva división del trabajo, donde sólo hay lugar para los más aptos, cualificados y entrenados.

5. La aldea global, mega ciudades, política y cultura

El mundo de la política y de las ideas muestra una profunda crisis de valores.

Las transformaciones culturales y los patrones de comportamiento político se han ido manifestando de distintas formas:

1) por una lado, la exigencia de sociedades abiertas y democráticas,

2) Por el otro lado, la tendencia a extremar el individualismo, la fragmentación social, la compulsiva creencia en el éxito en términos de Hollywood, la despolitización, la conquista del mercado sobre el ámbito público, la exclusión social, etc. Escenario poco propicio para el desarrollo democrático.

Dentro de la “Aldea Global”, existen parámetros estandarizados que la población va adoptando de la televisión. Promueve valores efímeros y errantes.

El proceso de homogeneización y uniformación de la cultura se va inclinando a elegir nuevos mediadores entre el poder y la gente (televisión y periodismo televisivo, elevados niveles de credibilidad). Los partidos políticos y los políticos sufren un descrédito preocupante (por la corrupción, sistema inestable de partidos que lleva a la volatilidad del voto). Otro concepto que se fue diluyendo es el de derecha e izquierda. Presenciamos una política ambidiestra en el manejo de la cosa pública. Las grandes utopías se trasvistieron al llegar al poder.

Sartori encuentra tres factores que hacen que la democracia se encuentre debilitada:

1) deterioro de la educación en general

2) auge de la televisión que empobrece drásticamente la información del ciudadano

3) el mundo de las imágenes desactiva la capacidad de abstracción y con ella la capacidad de comprender los problemas y afrontarlos racionalmente.

Las sociedades post industriales se acercan a un escenario de despolitización, fragmentación e individualismo exacerbado.

La cultura electrónica se va transmitiendo velozmente. En la nueva era de la economía global, la alta tecnología posibilitó la aparición de una “inteligencia artificial” que optimizó el sistema. Cientos de trabajadores no cualificados son considerados no necesarios.

Amenazas y oportunidades de la globalización:1) mundialización de la economía, 2) la irrupción de las tecnologías de punta, 3) los pronunciados cambios en los procesos de producción, comercialización y consumo, 4) la debilidad de los Estados Nacionales,5) la exclusión y fragmentación social.

Las mega ciudades, con sus zonas de influencia, tienen una oscilación continua entre la pertenencia y el extrañamiento. Al multiplicarse nuevas relaciones comerciales entre las ciudades, se entrecruzan intereses variados, que no necesariamente responden verticalmente a objetivos nacionales. La ciudad se vincula al mundo sin necesidad manifiesta de relación con un poder central o federal. Las mega ciudades desempeñan un papel preponderante en la economía global. Las actividades económicas mundiales se llevan a cabo cada vez más entre ciudades que entre naciones. Por otro lado, el proceso de transformación hacia una nueva estética urbana se produce en todas las ciudades con gran voracidad (parecen todas iguales).

En las principales áreas metropolitanas del mundo se han multiplicado las ventajas relativas de la era global, aunque se han acentuada gravísimos problemas (inseguridad urbana, violencia, exclusión social, déficit de servicios sanitarios, etc.).

Las estructuras productivas giraron en sus objetivos de altos volúmenes hacia alto valor agregado (más calidad); otorgando al conocimiento tecnológico una preponderancia decisiva.

La transformación del capitalismo ha permitido la instalación de tendencias marcadas hacia la coexistencia de estilos de vida globales, con culturas locales o regionales. El impacto de las comunicaciones en la vida social modificó un sistema de creencias, relativizando conceptos y valores de la era industrial.

Las organizaciones no gubernamental (ONG) se han multiplicado y difundido. Este tercer sector, se ocupa de servicios a la comunidad y voluntariado, poseen habilidad para detectar y resolver, rápida y eficazmente, las necesidades locales. Cuando el estado es inexistente o se desentiende del problema aparecen las ONG en defensa del ámbito público y de los ciudadanos. El extraordinario crecimiento del sector empieza a fomentar nuevas redes internacionales. Las ONG reciben financiación del el Banco mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.

6. Impacto global sobre el medio ambiente

La larga etapa de la Modernidad Industrial produjo un colosal deterioro ambiental. El crecimiento industrial requiere de cada vez más recursos naturales y crea desechos que han producida la contaminación de casi todo el planeta. El estudia de los sistemas ecológicos se ha ido desarrollando en los últimos treinta años vertiginosamente hasta llega a constituirse en una economía de a naturaleza.

En el siglo XX el hombre ha destruido el 75% de las especies vivientes. También tiene gran importancia los aspectos devastadores del efecto invernadero (cambio de régimen de precipitaciones, temperatura del planeta se eleva.

El crecimiento de la población mundial en las últimas décadas, los grandes conglomerados urbanos, la expansión del consumo y la creciente demanda de alimentos, vestimenta y transporte, requiere una creciente utilización de materias primas y combustibles cuyos enormes volúmenes contribuyeron a ensuciar y contaminar las napas de agua, los mares, los ríos y la atmósfera.

La crisis ambiental debe ser contemplada con responsabilidad por las políticas gubernamentales. El mercado global tiene gran responsabilidad en el menoscabo del medio ambiente.

En estos últimos tiempos han surgido grupos de ciudadanos voluntarios que están contribuyendo a la difusión de la problemática ecológica. La contaminación ambiental nos concierne a todos.

Conclusión

Hemos entrado en un nuevo período de la historia, ye s indispensable pensar en un modelo de sociedad en que quepamos todos. Primero, habrá que reconstruir conjuntamente el papel del Estado y la sociedad civil. La política tendrá una nueva función, humanizar la globalización. La sociedad civil será fértil a la política, si ésta construye una perspectiva abarcativa. La incertidumbre y el desencanto han opacado el panorama social.

La política global tiene una deuda social impostergable. Deberá tener como prioridad de acción inmediata la elevación del estándar de ida de los grupos más vulnerables y pobres de la sociedad.

El capitalismo actual puede y debe superarse a sí mismo, utilizando todos los enormes recursos a su alcance para adaptar los mecanismos tecno científicos a un modelo de prosperidad, bienestar e inclusión social.

La globalización es un mercado mundial donde circulan libremente los capitales financieros, comerciales y productivos. Características principales: expansión del comercio exterior, exportación de capitales, menor uso de materias primas, desagregación de los procesos productivos, utilizacifgón de innovaciones tecnológicas, implantación de un nuevo orden internacional (Estados nacionales disminuyen su injerencia) y el advenimiento de un pensamiento cada vez más fragmentado que se rehúsa a una visión crítica.

Si efectivamente la dinámica de los tiempos postmodernos conlleva a una energía globalizadora hacia un solo y único mundo, el nuevo orden económico internacional deberá crear la condiciones para superar el abismo que separa a los países del primer mundo de los subdesarrollados.

Al advenimiento del nuevo orden económico mundial se le está anexando nuevas propuestas políticas globales, una tendencia hacia la construcción de una justicia Planetaria, que juzgue y condene a todos aquellos gobiernos que cometen crímenes de lesa humanidad. La dictaduras de cualquier signo ideológico no tienen cabida, ni defensa, ni admisión. Las dudas que sobresalen sobre la Justicia Global: 1) la viabilidad de la actual estructura de las Naciones Unidas, que en el pasado mas o menos inmediato ha tenido actuaciones falaces, contradictorias y nimias (difusas); 2) muchos de los más crueles acontecimientos del s XX fueron provocados por esas mismas naciones que han pretendido imponer sus puntos de vista sin necesidad e construir un consenso mundial.