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Hist. Ec. y Soc. Gral. De los años dorados a la gran depresión. Estados Unidos entre 1918 y 1945 Altillo.com

Los dorados años 20
Crisis y auge
  Entre 1920 y 1921 Estados Unidos debió afrontar una profunda crisis económica, ya que la finalización del conflicto armado significó la pérdida de un fabuloso mercado protegido, el de las naciones beligerantes, abastecidas hasta entonces por la industria y la agricultura norteamericanas. Asimismo, el retorno de los soldados norteamericanos multiplicó los índices de desocupación en la industria, tras la reducción de las exportaciones señalada y la caída de los salarios.
  Se iniciaba entonces una década de expansión económica y optimismo sin precedentes que quedaría instalada en la memoria colectiva como los desenfrenados años locos. Los norteamericanos eligieron consecutivamente tres presidentes republicanos, Warren Harding (1921-1923), Calvin Coolidge (1923-1929) y Herbert Hoover (1929-1933), quienes fueron fieles representantes de los intereses de los hombres de negocios. Durante sus respectivos gobiernos, la postura oficial se caracterizó por la no intervención del Estado en cuestiones económicas y por una participación limitada en la política europea.
  Los gobiernos republicanos beneficiaron considerablemente a los sectores empresarios. De hecho, el primer rasgo fundamental fue la creciente concentración de la riqueza.
  Dado que la política de intervención estatal en materia económica era muy limitada, el gasto público se mantuvo bajo y por lo tanto la presión fiscal fue leve, concediendo incluso rebajas impositivas a ciertas corporaciones. La disminución de la presión fiscal incrementaba la disponibilidad de capital de los empresarios para ser destinada a inversiones productivas y especulativas.
  El segundo rasgo distintivo de esta década de expansión en Estados Unidos fue el impresionante desarrollo industrial que descansó fundamentalmente en la producción de bienes durables, cuya producción y consumo se basaba en el acceso a la energía eléctrica a un precio razonable. El impresionante auge de estos sectores se debió, he aquí el tercer rasgo, al boom de productividad desencadenado por la difusión de las formas de organización científica del trabajo desarrolladas por Taylor. El taylorismo permitió producir grandes cantidades de unidades en tiempos decrecientes, con el consiguiente abaratamiento de costos y aumento de beneficios.
  Estrechamente ligado al desarrollo de la industria automovilística, el sector de la construcción fue el otro pilar del crecimiento económico de la década.
  Gracias a los medios y la publicidad no sólo se abría un mercado potencial de millones de consumidores sino que surgía una nueva forma de competencia que evitaba la ruinosa guerra de precios. En efecto, las técnicas publicitarias comenzaron a hacer hincapié en la calidad de los productos antes que en sus precios, estrategia muy difundida en los mercados de estructura oligopólica.
  La prosperidad de los años 20 se asentó también en el desarrollo de novedosos sistemas de crédito al consumo, que alcanzaron a sectores a los que hasta entonces les habían estado prácticamente vedados. Otra novedad fue que el mercado de valores se abrió a los sectores medios e, incluso, asalariados, y rápidamente se generalizó la compra a créditos de acciones con garantía hipotecaria.
  La agricultura fue el único sector al margen de la prosperidad.

La industria automotriz
  Ford organizó la producción aplicando los principios de la organización científica del trabajo, a los que sumó una innovación tecnológica decisiva: la cadena de montaje. Ésta consistía en un conjunto de bandas transportadoras interconectadas por las cuales se iban trasladando las unidades en procesos de montaje a un ritmo uniforme. En cada etapa, un grupo de obreros realizaba una serie de operaciones específicas. Tales innovaciones permitieron un notable aumento de la productividad.
  El otro pilar fundamental en la reducción de costos operada por la empresa Ford fue la eliminación de los proveedores externos.
  La nueva organización de la producción planteó en nuevos términos la relación entre empresa y trabajadores. Ford duplicó el salario de sus obreros fijándolo en cinco dólares diarios, y bajó de nueve a ocho horas la jornada laboral.
  La habilidad de Ford consistió también en asociar esa producción con el consumo masivo.
  La rigidez del modelo de producción en masa quedó demostrada con el rotundo fracaso del modelo A, lanzado al mercado en mayo de 1927. La empresa líder en autos de consumo popular por aquellos años ya no era Ford sino General Motors, que había comenzado a utilizar técnicas de mercadotecnia para responder adecuadamente a los cambios en los gustos de los consumidores.

La crisis de 1929, la Depresión y los planes New Deal
El crac del 29
  El gran negocio bursátil de la época fueron los llamados call-loans. Este mecanismo le permitía al comprador adquirir acciones pagando en efectivo solamente el 10 por ciento. El 90 por ciento restante lo pedía prestado al agente de bolsa, quien a su vez solicitaba ese monto al banco por un préstamo al día. Cuando las cotizaciones subían, se revendían las acciones con un beneficio que era repartido entre el comprador y el agente.
  A su vez, los bancos obtenían sus fondos de la Reserva Federal a una tasa del 5 por ciento, beneficiándose de la política de crédito barato implementada por las administraciones republicanas, mientras los prestaban a los agentes de bolsa a un provechoso interés del 12 por ciento.
  Otra pieza clave de los mecanismos especulativos fueron los trusts de inversión. Los inversionistas depositaban su capital en estas compañías que aplicaban los fondos adquiridos a la negociación de títulos y acciones. El sistema resultaba muy tentador para los pequeños ahorristas, pues podían diversificar su riesgo colocando su capital mucho más ampliamente de lo que permitía su modesta capacidad de inversión.
  Recién a partir del verano de 1929 el fin de la expansión de la economía "real" comenzó a percibirse en tres elementos que marcaron la contracción de la demanda: las crecientes dificultades agrícolas, la desaceleración del ritmo de la construcción y, finalmente, la caída de la producción industrial.
  El mercado de valores estaba fuera de control. Los booms especulativos se apoyan inevitablemente en la confianza y cualquier pequeño traspié puede destruirlos en un instante. El crac de la Bolsa sólo era cuestión de tiempo. El 20 de septiembre la quiebra fraudulenta en Londres de Clarence Hatry, un poderoso empresario de suministros fotográficos, máquinas tragamonedas y sociedad financieras, desató una ola de pánico que pronto se trasladó a la Bolsa neoyorquina, sacudida por el temor a una fuga masiva del capital extranjero. El 24 de octubre de 1929, la Bolsa de Nueva York quebró.

Las causas estructurales de la crisis
 
Entre 1921 y 1929, el factor estructural desestabilizador sería el exorbitante incremento de la productividad, más allá de las posibilidades de expansión del mercado norteamericano que no dejaba de crecer. Sin embargo, aun en esta interpretación el énfasis está puesto en el exceso de productividad en relación con la capacidad de consumo de la población. En cambio, la interpretación de J.K.Galbraith elude el dilema "subconsumo" versus "sobreproducción", pues pone el énfasis en la inversión como componente principal de la demanda, al tiempo que resulta adecuada para explicar puntualmente la coyuntura de la crisis. Teniendo en cuenta que la demanda se sostiene no sólo por el consumo privado sino también por el gasto de inversión, no era de esperar que semejante masa de beneficios pudiera ser absorbida únicamente por el consumo privado ni que éste pudiera compensar automáticamente una disminución del gasto de inversión. La mayor parte de los beneficios eran gastados mediante la reinversión. En teoría, el sistema podría haberse mantenido en equilibrio siempre que aseguraran crecientes niveles de inversión, conforme los beneficios iban aumentando. Sólo cuando las empresas frenaron la inversión, aquel verano de 1929, se produjo la caída vertical de la demanda agregada.

La "Gran Depresión"
  La "Gran Depresión" tuvo una duración y una profundidad desconocidas. Los sectores más afectados fueron los que habían protagonizado la gran expansión de la década, los bienes durables y la construcción. Pronto la industria y el comercio sintieron los efectos; la producción se redujo entre un 30 por ciento y un 50 por ciento y los precios de los bienes durables bajaron casi un 19 por ciento. A consecuencia de esto, se disparó el desempleo y los mercados consumidores se contrajeron.
  En 1929 la población agrícola representaba un 20 por ciento del total, con lo cual la contracción de su poder adquisitivo tenía un impacto importante.
  Los asalariados perdieron sus empleos en un porcentaje desconocido hasta entonces y muchos de ellos también sus viviendas construidas durante la década previa, sobre las que pesaban garantías hipotecarias.
  Los alcances de la crisis no conocieron fronteras dentro del mundo capitalista. Tras el impacto en Estados Unidos, sus efectos rápidamente se dejaron sentir en Europa y el resto del mundo. Su consecuencia social más grave e instantánea fue un espectacular avance del desempleo, especialmente en Estados Unidos y Alemania: hacia 1933 se alcanzaron los 15 millones y 6 millones de desocupados.
  El libre comercio internacional desapareció, así como los intercambios multilaterales y el patrón oro. El proteccionismo, la conformación de áreas monetarias y comerciales cerradas y el comercio bilateral surgieron como alternativas. Aunque todos los precios cayeron, los correspondientes a los productos primarios se deterioraron mucho más que los industriales, lo que perjudicó fundamentalmente las economías más atrasadas.

Respuestas frente a la crisis: los planes New Deal
  Tres eran los mecanismos clave para controlar el ciclo económico: gasto público deficitario, redistribución del ingreso y facilidades monetarias. El déficit fiscal constituía una herramienta esencial para el financiamiento de la recuperación económica. La aplicación de su propuesta económica sólo se generalizó después de la Segunda Guerra Mundial.
  En Estados Unidos el candidato demócrata Franklin D. Roosevelt ganó las elecciones presidenciales de 1932 anunciando durante su campaña que su gobierno celebraría un "Nuevo Trato" (New Deal) con la sociedad, como única alternativa para salvar a Estados Unidos.

El Primer New Deal
  El primer plan New Deal (1933-1935) apuntó a restablecer el beneficio privado y a paliar el desempleo masivo mediante la adopción de medidas de emergencia.
  El principal problema a resolver era la quiebra del sistema bancario, ya que la espiral deflacionaria se había prolongado como consecuencia de la contracción del crédito, causando una parálisis casi total de la economía. Se amplió la ayuda financiera federal lanzada por el gobierno anterior a través de la creación del Fondo de Reconstrucción Financiera (RFC), cuya finalidad consistía en garantizar los depósitos bancarios y financiar las hipotecas sobre las exportaciones agrícolas y las viviendas particulares. La Reserva Federal estableció el encaje bancario y también se prohibió la compra de acciones financiada sobre la base de las ganancias esperadas, uno de los mecanismos clave de la especulación financiera.
  Con respecto al sector industrial, se dictó la Ley de Recuperación Nacional (NRA). La ley apuntaba a fijar acuerdos de precios y cuotas de producción con sanción oficial, aunque el acatamiento voluntario, a fin de limitar la competencia ruinosa y aumentar los precios, buscando de ese modo incentivar la inversión. Finalmente, el fuerte rechazo público que inspiraba la Ley de Recuperación Nacional impidió que el gobierno se comprometiera abiertamente en su defensa, y en mayo de 1935 fue declarada inconstitucional por el Tribunal Supremo de Justicia.
  El farm block (bloque de legisladores nacionales correspondientes a los estados agrícolas) era un aliado tradicional del partido demócrata, por lo que ahora podía exigir una respuesta muy diferente al rechazo expresado por las administraciones del partido republicano de la década de 1920. Justamente, la Ley de Ajustes Agrícolas (AAA) apuntaba a realizar una planificación parcial de las actividades agrícolas, implementando un sistema de cuotas de producción y subsidios. En 1936 la Ley de Ajustes Agrícolas también fue impugnada por el Tribunal Supremo, pero el Ejecutivo se las ingenió para restablecerla, de manera encubierta, bajo un programa de protección del subsuelo nacional.
  Acompañando esta operación de salvataje de los sectores productores, el gobierno puso en marcha proyectos poco sistemáticos de construcción de obras públicas y ayuda a los desempleados. Con esto se perseguía el doble objetivo social y económico de aliviar la emergencia ocasionada por el desempleo y, a la vez, incentivar la demanda agregada inyectando mayor poder adquisitivo en el mercado al multiplicar el número de asalariados.

El Segundo New Deal
  Las reformas más perdurables se iniciaron con el segundo plan New Deal (1936-1941), caracterizado por el llamado "giro a la izquierda". La intransigencia de los sectores conservadores llevó al gobierno demócrata a aliarse con los sindicatos, adoptar una retórica fuertemente antitrust y comprometerse a implementar una recaudación tributaria más progresista.
  En realidad, la aplicación de las leyes antitrust, si bien continuada teniendo por objeto la defensa de los consumidores, se llevó a cabo con un espíritu totalmente nuevo. Lejos de apuntar a la fragmentación de las corporaciones los hombres del segundo New Deal aceptaban la concentración económica del capitalismo norteamericano como un hecho irreversible en tanto significaba una mayor eficiencia económica. La acción reguladora del Estado debía orientarse no ya a desarticular estas colosales fusiones sino a garantizar la vigencia de la competencia de precios, asegurando de este modo que las corporaciones cumplieran su reconocido rol de fuerzas dinámicas de la economía. A tal fin se creó el Comité Económico Nacional Temporal (TNEC) para controlar los efectos de la concentración en la competencia de precios.
  A fin de acabar con las crecientes huelgas y cumplir con su compromiso político, el gobierno sancionó en 1936 la Ley Wagner que establecía el reconocimiento obligatorio de la libertad de afiliación sindical, la negociación de contratos colectivos y garantizaba la seguridad laboral de los delegados sindicales.
  En materia tributaria, se sancionó un impuesto a la riqueza que engendró una virulenta oposición entre las franjas más ricas de la población, aunque estaba bastante lejos del proyecto original, puesto que se suprimió el impuesto sobre la herencia y se redujeron drásticamente los nuevos impuestos previstos sobre las corporaciones. De este modo, sus efectos redistributivos fueron prácticamente nulos.