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Resumen de "Socialismo"  |  Teoría del Estado (Cátedra: Scherlis Gabriel - 2019)  |  Derecho  |  UBA
Orígenes del socialismo

I. DEL SOCIALISMO UTÓPICO AL SOCIALISMO CIENTÍFICO

Europa después de 1815. El Congreso de Viena y la Santa Alianza

Tras la derrota final de Napoleón Bonaparte, las potencias vencedoras, es decir, Inglaterra, Austria, Rusia y Prusia se reunieron en el Congreso de Viena para reorganizar Europa. Francia, donde se había vuelto a instalar la monarquía con Luis XVIII, fue reducida a sus límites originales previos a la Revolución. El resto de las fronteras resultó arreglado de acuerdo a la conveniencia y las ambiciones imperialistas de los vencedores.

Estos arreglos entre las grandes potencias (Inglaterra consolidó su dominio en el mar y adquirió gran parte de las colonias holandesas, francesas y españolas de África y Asia, Rusia obtuvo Polonia y Finlandia, etc.), sometió a unos pueblos a otros con los que nada tenían que ver (ej, italianos bajo control austríaco) o mezclaban naciones culturalmente distintas (belgas y holandeses). Esta situación no tardaría en conducir a nuevos levantamientos revolucionarios en las naciones sometidas.

A continuación, se organizó la Santa Alianza, una liga de monarcas cristianos -según la idea de su inspirador, el Zar Alejandro I de Rusia, un místico que cada cinco años cambiaba de opinión- cuyo real objetivo pronto quedó claro: Reprimir cualquier nueva insurrección contra el orden establecido por el Congreso de Viena. Se buscaba “…asegurar el absolutismo, la tradición, el orden y la religión contra un posible retorno de la ‘hiedra revolucionaria’…”.

El Canciller austríaco, Príncipe Clemente de Metternich, un conservador declarado, impulsó el principio de intervención militar, para lo cual, las potencias aliadas acordaron celebrar conferencias periódicas. De joven había visto con desagrado la Revolución Francesa, aunque al convertirse en Canciller en era de Napoleón tuvo que contemporizar con Francia, manteniendo buenas relaciones a causa de las reiteradas derrotas militares austríacas. Apenas se vio que Napoleón perdía capacidad militar, Metternich cambió inmediatamente de bando, sumando su país a los enemigos del Imperio Francés.

En el Congreso de Laibach (1821), se respondió al pedido de auxilio del Rey de Nápoles, cuyo poder había sido limitado por una revolución que impuso una constitución. Las tropas austríacas invadieron Nápoles y restablecieron el absolutismo, permaneciendo en la región como ocupantes hasta 1827. Otro Congreso celebrado en Verona (1822) trató la cuestión de un levantamiento español contra Fernando VII, quien también había sido obligado a aceptar una Constitución. Esta vez le correspondió a la Francia de Luis XVIII restablecer el orden del Congreso de Viena: Cien mil soldados al mando del Duque de Angulema atravesaron los Pirineos y repusieron la autoridad plena de Fernando VII.

La Revolución de 1848

“La Santa Alianza trabajó bajo la ilusión de que, derrotado Napoleón habían derrotado a la Revolución, atrasado el reloj del destino y restablecido la monarquía absoluta, esta vez, sobre una base santificada y para siempre”-H.G. Wells

Como respuesta a la Santa Alianza proliferaron en Europa las sociedades secretas de revolucionarios: Demócratas, nacionalistas, socialistas; es decir, todos aquellos que estaban en contra de las monarquías absolutistas, intentaron sublevaciones con diverso éxito (1830, 1832, etc.).

Fue 1848 la fecha decisiva: en Enero se rebelaron los sicilianos, cuyo triunfo estimuló a Nápoles a imitarlos, obligando al rey a aceptar una constitución. En Febrero estalló una insurrección en Francia que derribó al Rey Luis Felipe y estableció la Segunda República. Siguieron levantamientos en el norte de Italia, que nunca se había resignado al yugo austríaco impuesto por el Congreso de Viena: Comenzó en Milán y le siguieron Venecia, Lombardía, Parma y Módena. En los Estados Pontificios, un alzamiento obligó a huir al Papa y se proclamó la República Romana, con Garibaldi al frente de las fuerzas revolucionarias. Austria envió tropas a Italia, pero en mayo los estudiantes y obreros de la misma Viena se rebelaron. Metternich tuvo que renunciar y huir y poco después el mismo Emperador de Austria abandonaba la ciudad. Metternich era el símbolo viviente del régimen de la Santa Alianza y las ideas conservadoras que predominaron en las Cortes europeas a partir de 1815.

Otras naciones que integraban el Imperio austríaco como Bohemia y Hungría aprovecharon también para sublevarse, lo mismo que los polacos de Cracovia. En el norte europeo, Schleswig y Holstein, dos regiones

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pobladas por alemanes, fueron sometidas a Dinamarca y también se levantaron; como los irlandeses bajo dominio británico. Por último, en Marzo la revolución también había llegado a las calles de Berlín, donde se levantaron barricadas exigiendo libertad de asociación y de prensa.

En Alemania la represión había sido específicamente fuerte, generando grupos emigrados o expulsados que marchaban a Francia o a Suiza. Estos grupos fundaron sociedades secretas, como la llamada Liga de los Justos. La Liga de los Justos proyectaba unificar Alemania como una república, eliminando los privilegios de los príncipes y la nobleza, pero se caracterizaba por poner especial consideración hacia los sectores más empobrecidos, a quienes la futura República Alemana garantizaría medios de subsistencia, instrucción pública gratuita, posibilidad de acceder al parlamento, etc. Eran miembros de esta Liga dos jóvenes alemanes: Carlos Marx y Federico Engels, que escribieron el Manifiesto Comunista, ya que la Liga había cambiado su nombre por Liga de los Comunistas y aspiraban a una sociedad futura ideal de completa igualdad.

Terminología: Socialismo y comunismo. -Antes de Marx y Engels ya había “socialismo” y “comunismo”. Para la época, se consideraba que los socialistas eran partidarios de diferentes sistemas utópicos, o diversos curanderos sociales que aspiraban a suprimir, con variadas panaceas y emplastos de toda suerte, las lacras sociales sin dañar en lo más mínimos al capital ni la ganancia. Del texto de Engels se deduce que socialistas y comunistas eran quienes rechazaban la propiedad privada como derecho absoluto. Para los “socialistas” se trataba de moderar las injusticias por mecanismos pacíficos e incluso sin desdeñar “convencer” a las clases altas. Los “comunistas”, en cambio, eran partidarios de alcanzar la igualdad socializando los medios de producción. Y esto, en general, no creían posible por la vía de la simple propaganda, sino mediante un mecanismo revolucionario.

Diferencias entre los revolucionarios de 1848

En las revoluciones de 1848 se mezclaban sectores con el mismo enemigo, pero objetivos finales distintos. Para la burguesía sólo se trataba de limitar el poder del absolutismo mediante constituciones y poder continuar así sus negocios sin trabas. Incluso estaban dispuestos a una transacción, aceptando que se mantuviera la monarquía y la nobleza, en tanto éstos consintieran en un régimen parlamentario y garantizar ciertas libertades básicas.

Pero junto a la burguesía, estaba ahora la clase obrera, desarrollada en consecuencia de la Revolución Industrial. Este sector se hallaba en una situación mucho más desfavorable, padeciendo las subas de productos alimenticios fundamentales -consecuencia de crisis económicas- y la reducción de sus magros salarios. Cuando los burgueses hablaban de libertad e igualdad, la clase obrera interpretaba algo más que meras garantías formales de una constitución; interpretaban fin de la pobreza, trabajo en condiciones dignas, etc. Y pronto la clase obrera advirtió que el proyecto político de sus aliados burgueses no era el mismo al que ellos aspiraban: No se trataba de igualdad “…ante Dios o ante la Ley, sino sobre la igualdad económica”.

El afianzamiento de los principios liberales, sí; por un lado, significó el fin del régimen de la Santa Alianza; por otro lado, abrió la llamada cuestión social; es decir, el conflicto capitalistas-trabajadores.

Surgimiento de la clase obrera. La situación en la primera mitad del XIX

La clase obrera como tal es producto de la Revolución Industrial y del ascenso de la burguesía. Se trata de un fenómeno histórico relativamente nuevo, que data de los últimos dos o tres siglos. Ni en la Antigüedad, ni en la Edad Media existió clase obrera con las características actuales, por la misma razón que tampoco existía el capitalismo. La Antigüedad se basaba en el trabajo de los esclavos y la Edad Media en las labores agrícolas de los campesinos y artesanos de las ciudades. Es cierto que hubo trabajadores libres en Grecia y en Roma, los mecanismos productivos eran completamente distintos de la forma de producción capitalista. En primer lugar, porque el obrero actual carece de medios de producción. Es el capitalista quien tiene la propiedad de la maquinaria o de la fábrica. Por el contrario, el trabajador libre de la Antigüedad o el campesino medieval eran dueños de sus herramientas e incluso poseían alguna huerta para su subsistencia. Lo característico de la producción capitalista es la producción en serie y la división del trabajo dentro de la fábrica. Mientras el artesano medieval elaboraba por sí mismo el producto íntegramente -lo cual demandaba más tiempo y un mayor esfuerzo-, en el sistema fabril capitalista cada obrero efectúa una tarea específica y limitada, como, por ejemplo, ajustar una pieza o ensamblar una parte sobre otra. De aquí empieza una crítica al régimen capitalista: El obrero queda limitado a una operación rutinaria y simple y como debe ganarse la subsistencia, es decir, invertir varias horas de su vida en ello, todas sus capacidades potenciales se atrofian y desaparecen, en contraste con el artesano medieval que adquiría una especialidad completa del oficio.

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La transición del sistema económico medieval al régimen capitalista arranca con el crecimiento comercial de la burguesía y se potencia con los descubrimientos geográficos en América, Asia y África. Se abren así nuevos mercados -y es por eso que no podía haber existido el capitalismo antes- y surge la necesidad de producción más veloz y de aplicación de las máquinas. Si la burguesía mercantil va a generar a la clase capitalista gracias a la acumulación de riqueza en sus manos; por otro lado, los campesinos y los artesanos van a convertirse en la clase obrera.

A principios del siglo XIX la burguesía había desarrollado la ideología liberal con Locke y Adam Smith como sus voceros más importantes. En lo político, el liberalismo combatía al absolutismo monárquico, representaba el conflicto entre la burguesía y la vieja nobleza. En lo económico permitía el afianzamiento de la burguesía frente a la clase obrera. Según los principios burgueses de “libertad de contratación” y “libertad de mercado”, los capitalistas resistían cualquier intervención del Estado para regular las condiciones laborales, entendiendo que eso “no distorsionaba la economía”. Por eso, no había nada que obligara al empresario a mantener su establecimiento en condiciones higiénicas elementales, si el obrero se enfermaba allí, no era responsabilidad del empleador.

En El Capital de Marx hay un largo capítulo titulado La Jornada de Trabajo que describe las duras condiciones laborales en Reino Unido. Marx se basó en fuentes inobjetables, como los informes oficiales de inspectores o médicos. Hay que señalar que Gran Bretaña es considerado el país más avanzado de Europa, y se trataba de la primera potencia mundial. La situación era peor en las naciones relativamente más retrasadas -como Bélgica, Alemania y Rusia-, y muchísimo peor en países fuera de Europa como China, India y Latinoam

Como el fin del capitalista es obtener ganancia, se procuraba hacer trabajar a los operarios la mayor cantidad de horas. Hombres mujeres y niños eran sometidos a brutales jornadas de 14, 16 o 18 hs continuas y a veces, mucho más. Esto se vinculaba a las maquinarias y a la técnica de la división del trabajo. La labor del operario exigía cada vez menos esfuerzo y menos capacitación. Por lo tanto, las mujeres y los niños eran contratados, aunque pagándoles jornales menores. Era imposible la instrucción escolar básica y la vida se acortaba. En las condiciones dictadas por la “libertad de mercado”, quienes más sufrían eran los más débiles: las mujeres y los niños. Marx cita el caso de una costurera muerta por “sobretrabajo”. Las mujeres trabajaban las mismas horas que los hombres y sus salarios solían ser inferiores. La “libertad de contratación” regía para todo. Los más terribles ejemplos de la “avidez del capital para incrementar las ganancias”, como dice Marx, son los casos de niños de 8 a 13 años puestos a trabajar a la par de los adultos.

Agréguese la situación miserable de los barrios obreros. La aristocracia vivía en palacios, la burguesía engrandes casa de las ciudades. Los obreros ocupaban viviendas pequeñas en las zonas más sucias de la ciudad, donde se hacinaba una familia entera o a veces varias en el mismo cuarto. La población campesina emigraba a las ciudades, porque la vida se había vuelto más dura en el interior. El pequeño agricultor tendía a desaparecer ante el avance de la burguesía. El campesino propietario se veía obligado a buscar nuevas fuentes de ingresos al no poder competir. Las deudas terminaban con la ejecución de la pequeña propiedad, entonces la familia iba a la ciudad donde les esperaba un destino igual o peor.

A todos los males, se sumaban las ya dichas condiciones de trabajo en la fábrica.

La actividad sindical era perseguida u hostigada. En Francia hasta el siglo XIX se prohibió por ley cualquier organización de trabajadores tendiente a “distorsionar” la libertad de mercado. Las primeras organizaciones obreras fueron a menudo una labor riesgosa y a menudo, clandestina en la mayor parte de Europa durante la primera mitad del s. XIX. La burguesía las aceptó sólo en la medida que enfrentaban al régimen de la Santa Alianza y por eso hubo contactos entre sociedades secretas republicanas y círculos de obreros, en tanto existió el enemigo común.

Por otra parte, el principio de “libertad de asociación” -que el capitalismo requería para desarrollar sociedades anónimas u otros mecanismos similares- fue utilizado por los obreros para crear organizaciones aparentemente inofensivas, como mutuales, corporativas, etc., cuya actividad era, de hecho, un sindicato. Hay que destacar que los trabajadores no participaban en la formación del gobierno porque no había voto universal, sólo podían elegir diputados los burgueses o los nobles.

Surgimiento del Socialismo. Los Socialistas Utópicos

La situación de la clase obrera generó la reacción de un grupo de intelectuales a quienes se conoce como socialistas utópicos. La distinción entre “socialismo utópico” y “socialismo científico” proviene de Marx y Engels. Denominaron “utópicos” a sus predecesores, por cuanto éstos pensaban corregir los males de la

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sociedad industrial mediante apelaciones a la razón y utilizando mecanismos pacíficos de convencimiento. Tradicionalmente, siguiendo la explicación de Engels, se mencionan como socialistas utópicos a Saint Simón, Owen y Fourier. En el Manifiesto también se menciona a Babeuf y Cabet. Saint Simón había nacido conde de Saint Simon y fue a combatir por EEUU en la Guerra de la Independencia, cuando volvió a Francia apoyó la Revolución de 1789, renunció a su título nobiliario y criticó a las clases “ociosas” -los “privilegiados” (Nobleza y Clero) del Antiguo Régimen-. Owen fue uno de los fundadores del primer sindicato británico en 1833 e inspirador del movimiento cooperativo internacional. Conoció el trabajo infantil. Aprovechando su posición de socio y gerente de una fábrica -gracias a su matrimonio con la hija de un textil-, pudo poner en práctica sus ideas reformistas. Owen también creó una colonia en EE.UU. llamada “New Harmony”, uno de los primeros experimentos comunistas en el sentido moderno. Fourier fue un filósofo que propuso una nueva sociedad basada en el principio de la “armonía”. Al igual que Owen, trató de llevar sus principios a la práctica. En las ideas de Fourier está la doctrina marxista sobre la extinción del Estado, en consecuencia de la evolución a una sociedad ideal comunista.

II. EL MARXISMO. LAS PRIMERAS INTERNACIONALES.

El Socialismo Científico. Marx y Engels

A diferencia de los socialistas utópicos, Marx y Engels, fundadores del “socialismo científico”, se propusieron estudiar científicamente al capitalismo, es decir, buscar las leyes internas que lo regían. Llegaron a la conclusión de que el régimen capitalista engendraba las mismas fuerzas que terminarían destruyéndolo: como el capitalista sólo persigue el propósito de obtener una mayor ganancia, se desentiende de cualquier otro efecto o finalidad que no sea el acrecentamiento del capital invertido. Los capitalistas arruinados por la competencia quiebran y despiden a sus obreros, mientras que los vencedores se convierten en monopolistas. En otras ocasiones, la perspectiva de una ganancia lleva a los capitalistas a invertir masiva en un tipo de producción, lo que causa una saturación del mercado, la sobreabundancia de oferta provoca el derrumbe. En todos los casos se advierte que el “libre mercado” desemboca en colapsos.

Otro efecto del capitalismo es la polarización social. Los pobres son más pobres y crecen continuamente, y los ricos se vuelven más ricos y son cada vez menos. Es inevitable que el capitalismo desemboque en una revolución. Diferencia entre el socialismo utópico y el científico: Las revoluciones no son consecuencia de simples actos voluntarios de un grupo minúsculo de dirigentes, sino, para los marxistas, derivan de un proceso histórico, son generadas por las condiciones sociales.

La revolución será conducida por los perjudicados por el régimen capitalista, el proletariado, que al mismo tiempo es la mayoría de la población.

Su primera medida será expropiar los medios de producción en manos de los capitalistas para ponerlos al servicio de la sociedad. Algo sencillo y consecuencia del proceso histórico previo.

Con la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, se instalará el régimen socialista. Pero este régimen deberá afrontar la oposición y resistencia de los capitalistas. En consecuencia, el gobierno revolucionario deberá afianzarse a la fuerza, pasando por una etapa denominada dictadura del proletariado.

Una vez que el socialismo está asegurado, vendrá la etapa final, el comunismo. En la sociedad comunista ya no será necesaria la dictadura del proletariado, tampoco el Estado mismo, como consecuencia de la desaparición de clases. Las personas serán iguales y vivirán en libertad.

Otros principios del marxismo. –Del folleto titulado Tres Fuentes y Tres Partes Integrantes del Marxismo, escrito en el aniversario 30 de la muerte de Marx por Lenin.

I. Materialismo: “La filosofía del marxismo es el materialismo”. Debe entendérsela idea de que el origen y la esencia del mundo es la materia. El marxismo se opone a la religión. Al declararse materialistas se oponen a cualquier creencia de una divinidad creadora del Universo.

II. La Dialéctica: “La principal adquisición de Marx desde la filosofía clásica alemana es la dialéctica”. El materialismo del punto 1 no es simplle materialismo mecanicista, sino un materialismo dialéctico. La materia no es estática, cambia y se transforma con complejos procesos generados

internamente.
III. La plusvalía

IV. Materialismo histórico. Lucha de clases: Son las relaciones de producción las que determinan la visión del mundo de cada persona.

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Los Internacionales Socialistas. La Primera Internacional.

El Manifiesto Comunista concluía con la frase “El proletariado sólo tiene cadenas para perder y un mundo que ganar ¡Proletarios todos los países, uníos!”. Esta última exclamación se convirtió en un slogan en banderas o carteles convirtiéndose en síntesis y consigna de la teoría del internacionalismo proletario. Esta concepción dice que frente al carácter internacional del capitalismo, es decir, frente al hecho de que el capital no tiene nacionalidad, sino persigue la explotación por igual en cualquier parte del mundo; el proletariado debe unirse por sobre las barreras artificiales de las fronteras. Cuando se advierte, esta concepción distingue claramente a los marxistas de los nacionalistas.

A pesar de que la idea de formar la alianza internacional de la clase obrera ya estaba presente en las ideas de Marx y Engels desde la publicación del Manifiesto, hubo que esperar hasta 1864 para que comenzaran a darse pasos efectivos en tal sentido. Fue recién en este año -1864- cuando se organizó la Asociación Internacional de los Trabajadores, conocida en la historia como “Primera Internacional Socialista”.

La I Internacional funcionó entre 1864 y 1873, conducida por un Consejo General, donde Marx estuvo electo casi continuamente. Junto al Consejo General, existía también un Congreso o Conferencia de representantes de todas las seccionales de la Internacional. El Congreso o Conferencia se reunía una vez por año, hacia Septiembre y se rotaba el lugar de las sesiones, a diferencia del Consejo General que residía en Londres.

Aunque la I Internacional creció rápidamente, incorporando muchos adherentes a lo largo de Europa, pronto tuvo conflictos internos que terminaron por arruinarla. El problema consistió en el enfrentamiento entre marxistas, proudhonistas y bakuninistas. Las primeras discusiones giraban en torno al rol del Estado y a la estrategia revolucionaria. Aunque todos coincidían en el objetivo final de una sociedad completamente comunista, sin clases sociales ni Estado; para los marxistas el objetivo se lograba pasando una etapa de transición, la dictadura del proletariado; donde se afianzaba el poder revolucionario y se establecían las bases para el nuevo orden comunista. En cambio, tanto los proudhnositas como los bakuninistas, creían que disolver al Estado era el primer paso de la Revolución. Existían diferencias de estrategia política, los marxistas no desdeñaban el uso de mecanismos legales burgueses, siempre que no se convirtieran en los fines últimos, es decir; teniendo presente que sólo la revolución implicaría modificar el sistema capitalista. Por el contrario, los partidos de Proudhon y Bakunin creían que el poder de autoridad del Estado era un mal en sí mismo y toda participación en él terminaría corrompiendo al revolucionario.

La disputa culminó cuando el Congreso General de La Haya expulsó a Bakunin y sus partidarios, acusándolos de actividades divisionistas y de desarrollar prácticas opuestas a los Estatutos de la Internacional. Los bakuninistas respondieron cuestionando la legitimidad de las resoluciones del Congreso, arguyendo que se lo había convocado de tal modo que se aseguraba una mayoría marxista. Un nuevo Congreso convocado por los anarquistas en Ginebra, que desconoció las resoluciones de La Haya, confirmó la división de hecho de la Internacional.

La Segunda Internacional

Tras la disolución de la Primera Internacional, siguió un período donde se organizaron y consolidaron los partidos socialistas nacionales. Hacia 1889 los más importantes en Europa eran el Partido Socialdemócrata Alemán y el Partido Socialdemócrata Francés.

Alemania se había unificado en 1871. No fue desde abajo como querían los revolucionarios de 1848, pero fue. En 1890 dejaron de renovarse las “leyes antisocialistas” el Partido Socialdemócrata Alemán obtuvo 35 diputados en el Reichstag (Parlamento). La historia de persecuciones llevó a la socialdemócrata alemana a sobrevalorar la actividad parlamentaria y temer el restablecimiento de las leyes “antisocialistas”. Esto incidirá en el destino de la Segunda Internacional.

En Francia, la Segunda República había dado paso al Segundo Imperio. Durante el Segundo Imperio hubo persecuciones, pero lo más terrible para los socialistas franceses fue recuperarse tras la derrota de la Comuna de París, primer gobierno marxista que se mantuvo unos pocos meses. Esta derrota llevó al exilio de muchos dirigentes socialistas sobrevivientes. Cuando la Tercera República se consolidó, se dictó una amnistía, que permitió reconstruir al partido.

El renacimiento de la Internacional se vinculó a la lucha por la reducción de la jornada de 8 horas. Esta se había puesto en algunas regiones, como en Melbourne debido a la relativa escasez de trabajadores.

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Aprovechando las circunstancias favorables, los socialistas franceses proyectaron coordinar la acción con el resto de los socialistas, lo que significó el nacimiento de una nueva Internacional. Se despacharon invitaciones y nació la Segunda Internacional Socialista, integrada por franceses, alemanes, austríacos, belgas, ingleses, italianos, entre otros, donde el socialismo, la socialdemocracia o el marxismo se habían difundido.

La vida de la Segunda Internacional estuvo marcada por dos grandes cuestiones: el surgimiento del revisionismo y la actitud frente a la guerra.

A fines del siglo XIX se produjo una etapa de prosperidad y gran desarrollo económico. Los sindicatos obreros se iban afianzando y sus luchas estaban conquistando mejores condiciones laborales -como lo prueba la difusión del nuevo límite de la jornada de 8 hs-. Fue así que en el seno de la Internacional, más específicamente, en el Partido Socialdemócrata Alemán, apareció un sector que postulaba una revisión de las hipótesis originales de Marx y Engels: El Socialismo ya no sería consecuencia de una gran crisis capitalista, ni de una revolución; sino se impondría gradual y pacíficamente.

Frente a los revisionistas, se plantaron los que sostenían que la prosperidad capitalista era transitoria -la crisis de 1930 les daría la razón-, que las ventajas obtenidas por la clase obrera no modificaban la esencia de la explotación de la fuerza de trabajo o, en todo caso, se lograban a costa de las colonias y otros países dependientes; que cualquier intento serio por modificar verdaderamente al capitalismo, encontraría enseguida la resistencia de la burguesía, es decir, seguían vigentes las hipótesis de Marx y Engels en cuanto a la lucha de clases y las crisis económicas. En este sector, que configuraría la izquierda de la Internacional, se encontraban varios intelectuales alemanes, polacos, y un miembro del incipiente y clandestino partido obrero socialdemócrata ruso, cuya captura reclamaba el gobierno zarista, que se llamaba Vladimir Illich Ulianov, quien empezaba a firmar sus artículos con un seudónimo: Lenin.

La actitud frente a la Guerra. -Hacia principios del siglo XX se vivió una era denominada “Paz Armada”. La consolidación del Imperio Alemán, la expansión de Inglaterra y Francia, la situación de minorías oprimidas por Austria y Turquía conducían a un nuevo enfrentamiento internacional.

Todos los Congresos socialistas celebrados durante la Segunda Internacional se manifestaron unánimemente contrario a cualquier guerra. Acá coincidían revisionistas y antirevisionistas. El problema era qué hacer. Se propuso una huelga general en todos los países pero la iniciativa asustó a la derecha, principalmente a los socialdemócratas alemanes que temían ser tratados de “traidores” en su país y que volvieran las “leyes antisocialistas”. Algunos representantes del socialismo francés sugirieron distinguir “guerra ofensiva” de “guerra defensiva”: frente a la primera, era legítima la oposición activa, incluyendo la huelga general. En la segunda, cuando el propio país era atacado; el socialismo debía sumarse a la “defensa nacional”.

Un reducido sector de la izquierda -Liebnecht, Luxemburgo, Lenin- fue mucho más audaz: Caracterizaron

a la guerra como “imperialista”, es decir, desecharon la distinción entre “agresores” y “agredidos”, explicando que todas las potencias involucradas sólo buscaban repartirse el mercado colonial y sugirieron usar la crisis que provocaría la guerra para sublevarse contra la burguesía, o sea, convertir la guerra mundial en una revolución mundial.

El día 4 de Agosto los 111 parlamentarios del Partido Socialdemócrata Alemán aprueban los créditos de guerra. Los votos son un símbolo de la quiebra de la Segunda Internacional. Hubo excepciones: Unos muy pocos representantes de la izquierda de la Internacional se mantuvieron leales a las resoluciones contra la guerra. La voz solitaria de Liebnecht se alzó, enfrentando incluso a sus compañeros de partido. Fue privado de sus fueros parlamentarios y sometido a proceso por “alta traición”, aunque, tras la derrota alemana en 1918 le fue reconocido su mérito.

H.G. Wells fue un escritor inglés imparcial que consideraba al socialismo como un producto de las circunstancias históricas, sin por ello dejar de manifestar sus objeciones a la doctrina socialista; afirmaba en la primera mitad del siglo XX: “Todos somos hoy socialistas, decía sir William Harcourt hace años; y hay que confesar que esto es cada día más cierto. Muy pocos serán hoy los que no se den cuenta de la naturaleza provisional y de la peligrosa inestabilidad de nuestro actual sistema político y económico, y aún menos serán los que crean, con los individualistas doctrinarios, que la simple actividad individual, bien encauzada, es capaz de guiar a la humanidad a puerto seguro”. Muchas de las tesis de Marx forman parte del análisis económico que se aprende actualmente en cualquier escuela. Por ejemplo, la caracterización de la Revolución Francesa de 1789 como “revolución burguesa” ya no es discutida.

 

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