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Lijphart: Presidencialismo y democracia de mayoría
Lijphart comienzo el texto indicando que revisará algunas falencias de su 
trabajo sobre las democracias de mayoría y consenso, con respecto al 
presidencialismo y el parlamentarismo. Además, será crítico con la primera 
forma, aunque siguiendo argumentos distintos a los de Linz. “Concuerdo 
absolutamente con Linz (…) Mi crítica, en este artículo, se centrará en una 
debilidad adicional de la forma presidencial de gobierno: su fuerte inclinación 
hacia una democracia de mayoría y el hecho de que, esos muchos países en lo que 
falta un consenso, se necesita una forma de democracia consensual en vez de una 
mayoría” (p. 112).
Lijphart comienza recordando que en su otro texto se definen a los regímenes 
presidencialistas y parlamentarios en base a dos diferencias: 1) la dependencia 
del jefe de gobierno del legislativo (o su elección como período fijo) y 2) la 
elección por voto popular del presidente (o por los cuerpos legislativos). 
A estos dos criterios, Lijphart agrega un tercero. “El presidente es un 
ejecutivo unipersonal, mientras que el primer ministro y el gabinete forman un 
cuerpo ejecutivo colectivo” (pág. 53). En base a estas tres variables, Lijphart 
establece una clasificación (Figura 1, pág. 115). 
La dificultad aparece –como siempre- con el semipresidencialismo. Para dar 
cuenta de él –principalmente de la Quinta república francesa- Lijphart considera 
que “no es una síntesis del sistema parlamentario y del presidencial, sino una 
alternancia entre las fases presidencial y parlamentaria” (pág. 118). 
El introducir la variable democracia de mayoría y de consenso, le permite al 
autor empezar con las críticas al presidencialismo. “El presidencialismo, 
invariablemente, comprende creciente mayoría y menores opciones para una 
política de consenso” (pág. 120). Sin importar si es un gobierno monocolor o una 
gran coalición, el presidencialismo va a implicar la concentración del poder en 
una sola persona.
¿A qué lleva esto? A que sea muy difícil introducir el poder ejecutivo 
compartido en los sistemas presidenciales. “El presidencialismo es enemigo de 
los compromisos de consenso y de pactos que puedan ser necesarios en el proceso 
de democratización y durante periodos de crisis, en tanto que la naturaleza 
colegiada de las operaciones ejecutivas parlamentarias las conducen a tales 
pactos” (pág. 121). 
Luego, el autor agrega el sistema de partidos. Ya que el ganador se lleva todo 
el premio, existe un fuerte impulso de multipartidismo al bipartidismo. 
Recuerda, que el número de partidos se relaciona con la dimensionalidad del 
sistema de partidos. Así, el bipartidismo suele implicar una única división 
temática. En cambio, el multipartidismo permite agregar otras. 
A su vez, el presidencialismo afecta el sistema electoral. Para elegir al 
presidente es imposible utilizar un sistema proporcional. 
Entonces, “mientras la separación del poder ejerce alguna presión en la 
democracia de consenso, la elección popular del Presidente y la concentración de 
Poder ejecutivo en una persona son fuertes influencias en dirección a la 
democracia mayoritaria” (pág. 123). 
Otros atributos
En la sección siguiente, Lijphart da otras características del presidencialismo 
que no son fundamentales para su caracterización. Estas son: 
• El presidente no tiene poder para disolver el Congreso
• El presidente tiene poder de veto sobre la legislación
• El presidente puede nombrar a miembros del Gabinete sin interferencia del 
legislativo
• El presidente no es solo el jefe de gobierno sino también Jefe de Estado.
• El presidente no puede permanecer más de dos periodos en el cargo
• El presidente no puede ser simultáneamente miembro del legislativo. 
Al final del artículo, Lijphart descarta que los problemas del presidencialismo 
puedan resolverse quitándole poder al presidente. “Aunque una carencia de poder 
decisorio del Presidente lo induciría hacía la búsqueda de consenso y 
compromiso, el sentimiento de una legitimidad democrática superior puede hacer 
que el Presidente no esté dispuesto ni psicológicamente capacitado para tomar 
compromisos (…) El presidencialismo es inferior al parlamentarismo, 
independientemente de la fortaleza o debilidad del presidente” (pág. 128).
Lijphart: Cáp. 9
Lijphart busca aplicar el estudio de los sistemas electorales a su distinción 
entre democracia de mayoría y de consenso. Así, en las primeras existirá un 
sistema de mayoría de distrito uninominal o de mayoría relativa y en las 
segundas habrá un sistema de representación proporcional. ¿Por qué? Porque en 
las democracias de mayoría se busca que quien obtenga una mayoría relativa 
obtenga una mayoría desproporcionada en términos de escaños y en las democracias 
de consenso se busca que tanto mayorías como minorías obtengan representación.
Pero esto no acaba con el tema. Lijphart sostiene que se hace necesario tratar 
otros factores que se agrupan en cinco dimensiones: 1) fórmula electoral, 2) 
tamaño de los distritos, 3) previsión de escaños suplementarios, 4) umbral 
electoral y 5) estructuración de la papeleta de voto. 
Con respecto a la primera dimensión, las fórmulas de mayoría pueden dividirse en 
tres clases. Primero, la fórmula clásica de mayoría relativa. Segundo, la misma 
fórmula pero estableciendo una segunda vuelta entre los más votados que superan 
cierta cantidad de votos. Tercero, el voto alternativo en el que los electores 
señalan un orden de preferencia de los candidatos. 
Al mismo tiempo, las formulas proporcionales se dividen en la forma más común de 
sistema de listas y la forma de voto personal transferible en la que se vota a 
candidatos individuales extraídos de las listas. 
Existe un tipo intermedio de representación semi-proporcional (Lijphart solo 
señala que se usa en Japón). 
La segunda dimensión es la magnitud del distrito. Esta depende de la cantidad de 
representantes del distrito no teniendo relación con la población o la 
geografía. En las formular proporcionales (o semi) se requiere de que haya como 
mínimo dos representes. El máximo posible es convertir a todo el país en una 
jurisdicción en la que se elige a todo el parlamento. 
Con respecto a los escaños suplementarios –tercera dimensión- estos suponen una 
reserva de escaños para los partidos que quedan sin representación. 
El umbral electoral implica “umbrales mínimos de representatividad que se 
definen en función de un número mínimo de escaños a ganar a nivel de distrito y 
un porcentaje mínimo de votos del total nacional o ambos” (pág. 86). 
La última dimensión es la papeleta de voto que puede ser de partidos u 
ordinales. Las primeras implican entregar el mandato a uno más candidatos de un 
solo partido y las ordinales permiten dividir el mandato entre candidatos de 
diferentes partidos. 
Para continuar, Lijphart recuerda la ley sociológica de Duverger que establecía 
relaciones entre el sistema electoral y el de partidos. Luego, retoma los tres 
aspectos que Rae considera tienen los sistemas electorales sobre el de partidos: 
1) Todos los sistemas electorales suelen reflejar resultados no proporcionales; 
2) Todos los sistemas electorales 
reducen el número efectivo de partidos parlamentarios en relación con los que se 
han presentado a elecciones y 3) Todos los sistemas electorales pueden 
manufacturar una mayoría parlamentaria .
Saguir: Las democracias latinoamericanas
Saguir trata en este artículo el tema de los regímenes democráticos y sobre como 
“si bien todos esos regímenes parecen pertenecer al género democrático, no todos 
son lo que parecen, por que resultó y resulta crucial responder al siguiente 
interrogante: ¿Qué son aquellos regímenes que no son lo que parecen? (pág. 33). 
Es así como Saguir realizara un estado de la cuestión y luego propondrá una 
tipologia para poder clasificar a los distintos regímenes . 
Para realizar ese estado de la cuestión, Saguir empieza por las consideraciones 
de Collier y Levitsky y descarta la definición que estos dan porque no toma en 
cuenta la accountability horizontal. Luego, Saguir toma en cuenta a Munck quien 
retoma la diferenciación de O’Donnell de poliarquías informalmente y formalmente 
institucionalizadas. Para Munck, lo que O’Donnell ha hecho es crear un subtipo 
híbrido de democracia con el que se evita el estiramiento conceptual. 
De manera tal que O’Donnell indica que las poliarquías informalmente 
institucionalizadas se caracterizan por la falta de accountability horizontal. 
Saguir plantea dudas sobre que, siendo así, sigan siendo poliarquías. Por lo 
tanto, de lo que se trata es de incluir esa dimensión en la definición de 
poliarquía de Dahl para mostrar que esos regímenes no son poliarquías sino un 
tipo propio. 
Antes de continuar, Saguir también relata la postura de Huntington en la tercera 
ola . Más tarde descarta la idea de Cassino de que la ciencia política ha muerto 
por no poder resolver problemas como este. Para Saguir, los problemas de la 
ciencia política son producto del tiempo que se requiere para culminar el 
esfuerzo necesario para dar cuenta de ciertos objetos de estudio . 
Para resolver las dificultades, Saguir propone una tipologia que “sea lo 
suficientemente exhaustiva y excluyente de manera que los tipos resultantes sean 
precisos y definitorios y permitan distinguir, diferenciar y denominar todo 
régimen político, incluyendo y diferenciando a las mal llamadas “democracias 
dudosas”” (pág. 41). La tipologia es la forma más adecuada para marcar los 
límites de cada concepto. Así, “los tipos resultantes de una tipología excluyen 
lógica y operativamente el contrario, con lo que el referente empírico no puede 
pertenecer al mismo tiempo a dos tipos opuesto (con lo que se evita el 
estiramiento de casos) (…) ni un mismo concepto tipo puede aplicarse a casos 
diferentes (con lo que se evita el estiramiento de conceptos)” (pág. 44). 
La tipologia se elabora a partir de dos conceptos presentes en toda sociedad: el 
poder político y el régimen político. 
El concepto de poder político es weberiano, implica una relación que se 
concretiza cuando una voluntad se impone sobre otras. No es algo que se posea 
sino que se ejerce. Cuando las relaciones de poder conducen hacia una última 
instancia de decisión, esta suele coincidir con el gobierno. 
Con respecto al régimen político: “al observar distintas sociedades pasadas y 
actuales, vemos que todas ellas tienen un rasgo común,, están regidas por un 
régimen (…) y definimos como el conjunto interrelacionado de normas 
procedimientos, institucionales, roles de gobierno y comportamientos formales e 
informales que culminan en una última instancia de acción y decisión (poder 
político) y que en una sociedad determinan a) el modo y las condiciones de 
acceso al ejercicio del poder y b) la manera en que se ejerce el poder” (pág. 
45/46). El acceso al poder puede ser: 1) competitivo; 2) parcialmente 
competitivo y 3) no competitivo. El ejercicio del poder puede ser: 1) limitado; 
parcialmente limitado o 3) ilimitado.
Saguir entonces cruza las tres categorías de esas dos últimas variables y 
elabora 9 tipos: 
Poliarquía: acceso competitivo al poder y ejercicio limitado del mismo . 
Demiarquía: ejercicio limitado del poder con acceso parcialmente competitivo. 
Esto no es un tipo intermedio entre la poliarquía y un régimen autoritario, sino 
un tipo en si mismo . 
Monarquía constitucional: ejercicio limitado del poder con acceso no competitivo 
. 
Régimen electo delegativo: ejercicio parcialmente limitado del poder con acceso 
competitivo. Aquí hay poca accountability horizontal y suele haber mucho 
particularismo en el Congreso. Corresponde a las poliarquías informalmente 
institucionalizadas . 
Régimen hegemónico delegativo: acceso parcialmente competitivo al poder con 
ejercicio parcialmente limitado. La competencia esta semiabierta y por eso 
existe una mínima posibilidad de que gane la oposición .
Autoritario: acceso no competitivo al poder con ejercicio parcialmente limitado.
Autocracia electiva: proceso razonablemente competitivo pero con ejercicio 
ilimitado del poder.
Autocracia hegemónica: acceso parcialmente competitivo con poder ilimitado. 
Monocracia: acceso no competitivo y poder ilimitado .
“El gobierno de la democracia presidencial: Argentina, Brasil, Chile y 
Uruguay en una perspectiva comparada” Por Berhard Thibaut
Propósito: análisis comparativo del funcionamiento de los sistemas de gobierno 
presidenciales reintroducidos luego de las transiciones democráticas. Para ello, 
examina la interacción de aspectos formal-institucionales de los sistemas de 
gobierno, las características de la representación política y algunos rasgos 
propios de los procesos de formación de los gobiernos y de su conducta en los 
países estudiados.
• Bases institucionales y político-estructurales de las relaciones entre 
presidentes y parlamentos
El argumento más fuerte contra el presidencialismo, es la posibilidad de 
“gobierno dividido” (el partido del presidente posee minoría parlamentaria), 
trayendo conflictos entre los poderes ejecutivo y legislativo y consecuentes 
problemas de eficacia y estabilidad política (Linz y Valenzuela plantean una 
relación directa entre la estructura institucional presidencial y los problemas 
de gobernabilidad e inestabilidad del régimen, aduciendo que estructuralmente 
producen constelaciones de gobierno dividido). 
Es indudable la existencia de esta posibilidad, aunque haya diferencias en cada 
caso estudiado; la magnitud de esta probabilidad depende de variables 
relacionadas con la vinculación mandato presidencial y los parlamentarios y 
otras referidas al sistema de partidos.
Probabilidad (siempre ceteris paribus) más alta donde no hay sincronización 
entre los períodos electorales presidencial y parlamentarios; o donde de 
haberla, la vinculación técnica electoral es baja (voto separada, diferentes 
boletas) y la estructura parlamentaria corresponde a un bicameralismo fuerte.
En cuanto a las variables relacionadas con la estructura de los sistemas de 
partidos, la probabilidad de “gobierno dividido”(mayorías no concordantes aunque 
sea en una de las cámaras) parece disminuir a medida que aumenta el grado de 
institucionalización y concentración de un sistema de partidos. (Ver cuadro 1).
Advertencias: 
1) lo dicho vale plenamente sólo en un sistema con estrecha vinculación entre 
mandato presidencial y mandatos parlamentarios; sólo así la institucionalización 
y concentración de un sistema de partidos pueden considerarse condiciones 
suficientes para disminuir la probabilidad de “gobierno dividido”. En el caso en 
que haya poca vinculación entre ambos tipos de mandatos, serán condiciones 
necesarias, más no suficientes.
2) Estructura y grado de institucionalización de un sistema de partidos, pueden 
ser explicados parcialmente con referencia a variables institucionales. Cuanta 
más cercanía haya entre elecciones presidenciales y parlamentarias, mayor será 
la influencia que el sistema electoral presidencial (siempre mayoritario y con 
efectos de concentración) pueda ejercer sobre la estructuración de un sistema de 
partidos.
Para el análisis histórico-empírico considera oportuno distinguir entre 
variables puramente institucionales y los aspectos organizativos de la 
representación política para evaluar la probabilidad de “gobierno dividido”. Por 
eso prefiere tratar un sistema de partidos en 1º lugar como una realidad 
independiente buscando sólo en una 2º etapa aquellas variables institucionales 
que podrían explicar su estructura. (Ver en el cuadro 2 para cada caso la 
evolución de los sistemas de partidos, y el aspecto de fragmentación 
partidaria).
En resumen, las bases institucionales y político-estructurales de las relaciones 
entre Presidentes y parlamentos en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay no son 
“favorables” en el sentido de que disminuyan por sí mismas la probabilidad de un 
“gobierno dividido”. Esto significa que en todos los casos, hay fuertes 
obstáculos contra un efectivo gobierno mayoritario; queda claro que no 
pertenecen al grupo de democracias de mayoría aunque no pueda afirmarse por su 
formato institucional que sean democracias de consenso.
• La formación de los gobiernos y las relaciones entre PE y PL desde la 
redemocratización
En la medida en que la institucionalidad y la estructura representativa de un 
orden político definen las exigencias que los actores políticos deben satisfacer 
en la lógica de funcionalidad democrática, la configuración de los sistemas 
políticos de los 4 casos demanda que los ppales actores políticos sean capaces 
de negociar y concertar compromisos. Desde la redemocratización a 1996 hubo 12 
presidencias, de las cuales sólo una contó con mayoría parlamentaria en ambas 
cámaras; aunque cabe recordar que muchas veces esto no se debió al 
presidencialismo per se, sino al bicameralismo.
Para la investigación empírica, se considera que la conformación de las 
relaciones entre PE y PL comienzan cuando un presidente asume o cuando se 
constituye una nueva legislatura. Por lo que dicha conformación puede ser 
analizada en dos niveles: 
1) A nivel de los procesos de la formación del gabinete: momento en que el 
presidente tiene la posibilidad de conseguir el respaldo político-institucional 
para un gobierno exitoso. 
Tipos de gabinete: 
1.1) Gobierno presidencial partidario (pudiendo tener un gabinete más 
presidencial o más partidario); 1.2) Gobierno de coalición; 1.3) Gobierno de 
cooptación parlamentaria; 1.4) Gobiernos de cooptación extra-parlamentaria 
(actores poderosos extra-parlamento o equipo de tecnócratas). Durante la fase 
posautoritaria, la formación de gobiernos tenía como objetivo el fortalecimiento 
del respaldo político de los PE en el parlamento, e incluso la formación de 
<rías.
2) A nivel de las interacciones entre el gobierno y las fuerzas parlamentarias 
con respecto a las políticas públicas: necesario ver las distintas categorías de 
estrategia presidencial: 
a) Supremacía presidencial: dominación del proceso de toma de decisiones sin 
intervención significativa de actores parlamentarios; b) relaciones coordinadas: 
proceso de tomas de decisiones marcado por negociaciones y gralmente se llega a 
resultados que reflejan un compromiso entre las distintas posiciones; c) 
bloqueo: los actores utilizan sus ppales recursos de poder como veto, no 
pudiendo gobernar efectivamente el presidente, ni tampoco influir positivamente 
la oposición. ( cuadro 3).
Afinidades entre los 4 casos en torno a ambos puntos; ya que en los casos en que 
los presidentes tomaron en consideración las relaciones de mayoría dentro del 
parlamento en la formación del gabinete, se pudo contrarrestar en gran parte el 
potencial “gobierno dividido”, predominando procesos de toma de decisión 
coordinados y orientados hacia el compromiso. Donde esto no se logró, hubo 
esfuerzos por organizar, en cada circunstancia, mayorías parlamentarias. 
(recordar que los 4 países lograron llevar adelante proyectos de reforma 
controvertidos y complejos). 
A pesar de los eventuales conflictos, las relaciones entre PE y PL no mostraron 
en ninguno de los 4 casos, las tendencias a la confrontación antagónica de los 
procesos de quiebre democráticos.
Los presidentes usaron sus recursos de poder para entablar negociaciones con los 
parlamentarios; por lo que no necesariamente los mismos son disfuncionales para 
la gobernabilidad y consolidación democrática. Y en aquellos casos donde la 
formación de gabinetes no fue realizada teniendo presente la constelación de 
fuerzas parlamentarias, las relaciones PE-PL fueron determinadas a través de 
bloqueos estructurales o a través del modelo de supremacía presidencial (sólo un 
caso: Menem).
Los factores de influencia más importantes que inciden sobre la configuración de 
las relaciones PE-PL vienen caracterizados por los sistemas de partidos. 
Especial importancia revisten los aspectos de la institucionalización y de la 
polarización; esto se relaciona directamente con los procesos de aprendizaje y 
de adaptación en el comportamiento de los actores políticos.
Las experiencias de los 4 casos hablan en contra de la idea extendida acerca de 
la existencia de una hostilidad estructural de los sistemas presidenciales 
frente a la formación de gobiernos de coalición. Los problemas en la formación 
de coaliciones en los 4 países son el resultado de las características del 
sistema de partidos, antes que de la falta de una obligación de coalición 
institucional. El modelo de relaciones entre ambos poderes no depende del poder 
formal del presidente; en estos casos sucede que el escenario central para la 
regulación de conflictos en forma de negociaciones es mucho más el gobierno que 
el parlamento, y continúa teniendo un rol ppal el respaldo parlamentario (aunque 
sea latente) del partido del presidente.
(Casos según la clase: Sólo Uruguay presenta posibilidades de <rías concordantes 
porque tiene= coincidencia de mandatos+vinculación técnica=misma boleta+ 
bicameralismo débil+ sist de partidos altamente institucionalizado y 
estructurado (Chile igual en este aspecto). 
En los otros 3 hay sincronización electoral parcial+bicameralismo fuerte (en Arg 
y Brasil se elegían con distintos ppios de representación). El sist de partidos 
en Arg institucionalizado al momento del artículo; en el caso de Brasil, no 
institucionalizado y con el rasgo de pluralismo extremo).
• A modo de conclusión: formas de funcionamiento del sistema presidencial en 
América Latina
Las explicaciones de los diferentes funcionamientos de los 4 sistemas 
estudiados, no pueden basarse sólo en la división horizontal de los poderes; 
dichas diferencias están explicadas por las diferentes configuraciones de 
instituciones políticas, estructuras políticas y actores políticos. (cuadro 4).
El aspecto decisivo de la capacidad funcional de las democracias presidenciales 
en Latinoamérica, es que la formación de gobierno (gabinete) y la actividad 
gubernamental tengan en cuenta las relaciones de mayoría en el parlamento. Que 
esto se logre depende menos del nro de partidos en el parlamento, que sobre todo 
de la capacidad de agregación y representación de dichos partidos y del grado de 
polarización del respectivo sistema de partidos. Tmbn desempeñan un rol ppal la 
sincronización de los períodos presidenciales y del parlamento, así como la 
estructura del parlamento (si existe o no un bicameralismo fuerte=cámaras con 
igual peso); más, las características del sistema electoral (vinculación 
técnica, en relación a la sincronización, por caso de voto diferenciado, con 
boletas separadas o urnas distintas) que influyen indirectamente sobre la 
institucionalización y la fragmentación de los sistema de partidos. Sin embargo, 
la influencia que ejercen las instituciones sobre la estructuración de los 
procesos políticos parece depender en gran parte de condiciones históricas, 
estructurales y culturales. “…Las instituciones cuentan, pero su impacto muchas 
veces es indirecto, y sobre todo, sólo efectivo a mediano y largo plazo…”. 
Por lo tanto el autor considera más prometedores los análisis que apuntan a 
captar la interacción entre variables macroestructurales, institucionales y 
relativas a los actores, que aquellos intentos de establecer relaciones causales 
(=considerar estas condiciones como suficientes para la explicación del quiebre 
democrático) entre instituciones y fenómenos del desarrollo político (como 
estabilidad política, consolidación democrática o efectividad gubernativa).
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