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Resumen de Toda la Materia  |  Psicoanálisis II (2015)  |  UNCO

Comunicación preliminar 1893

 

habla de rectificación asociativa por abreaccion de los recuerdos traumaticos a través de la hipnosis

 

 

Neuropsicosis de defensa (1894)

En este trabajo Freud introduce el concepto de hipótesis auxiliar, y va a anticipar la compulsión a la repetición.

Y como la exitacion se divorcia de la representación intolerable y tiene otras aplicación, en el caso de la histeria hace una inervación somatica, un síntoma conversivo  y en la neurosis una representación auxiliar, un falso enlace

 

Estudios sobre la Histeria (1895)

 

 

 

 

Sobre la psicoterapia de la Histeria (1895)

En esta obra freu plantea la arborificacion que se produce en el camino de la exitacion o el afecto alejándose de la representación intolerable

 

 

Manuscrito K (1986)

 

Habla de lo que reaparece, de esto que no se desgasta, que insiste refiriéndose a las representaciones compulsivas.

Plantea que debe haber una fuente independiente de displacer y que contraria el principio de homeostasis.

 

 

 

Etiología de la Histeria (1896)

 

  1. El proceso primario y secundario. La represión.

Los pensamientos que surgen durante el sueño se engendraron durante el día, y fueron pasados inadvertidos: son Pcc. Desde una representación meta, una cantidad de energía de investidura se desplaza a lo largo de las vías asociativas. Una ilación de pensamientos que no fue estimada no posee carga de investidura, y si fue sofocada, ésta fue extraída. Una ilación de pensamientos con meta puede atraer la atención de la conciencia y recibir una sobreinvestidura. En el Pcc hay representaciones meta que provienen de deseos Icc que pueden apropiarse de la excitación dentro del círculo de pensamientos librados a sí mismos, establecer una conexión con éstos y transferirles la energía. La ilación de pensamiento fue arrastrada al Icc. Son pensamientos que encontraron investidura desde el deseo Icc. Otros pueden ser pensamientos previamente encadenados a los deseos Icc. A partir de allí los pensamientos sufren trasmudaciones en formaciones psicopatológicas:

Todo el acento se pone en hacer que la energía invistiente se vuelva móvil y susceptible de descarga.

En la formación de sueños participan dos procesos psíquicos de naturaleza diferente: uno crea pensamientos oníricos de perfecta corrección, otro crea sueños extraños, incorrectos. Este es el genuino trabajo del sueño, a través de la condensación, formaciones de compromiso, asociaciones superficiales, encubrimiento de las contradicciones y por vía de la regresión. Esa elaboración anormal sólo ocurre cuando éste último ha devenido la transferencia de un deseo inconsciente que proviene de lo infantil reprimido.

El sistema Icc tiene la finalidad de la libre descarga de la excitación, el Pcc en cambio tiene que inhibirlo, mudarlo en investidura para ser afín a la satisfacción de la necesidad.

Vivencia de terror: sobre el aparato primitivo actúa un estímulo fuente de excitación dolorosa. Sobrevendrán exteriorizaciones motrices que buscarán sustraer al aparato de la percepción (movimiento de huida). No quedará inclinación a reinvertir la percepción, más bien la inclinación a abandonar de nuevo la imagen anémica tan pronto como se evoque de algún modo. El recuerdo no posee cualidad suficiente para excitar a la conciencia y atraer una investidura nueva. Este extrañamiento del aparato respecto del recuerdo es el primer ejemplo de represión psíquica (esfuerzo de desalojo). A consecuencia del principio de placer, el sistema Icc es incapaz de incluir algo desagradable en la trama de pensamientos. No puede hacer otra cosa que desear. El Pcc también está regido por el principio de placer, pero inviste el recuerdo displacentero para inhibir el drenaje desde él, que llevaría al displacer. El Pcc sólo puede investir una representación si está en condiciones de inhibir el desarrollo de displacer que parte de ella.

Al proceso que ocurre en el primer sistema Icc se llama proceso primario, y a aquel que ocurre en el segundo Pc-Cc por la inhibición impuesta proceso secundario. En el Icc hay energía móvil o libre, y en el Pcc ligada. El proceso primario apunta a la identidad de percepción; el secundario a la identidad de pensamiento, pensar como un todo, que equivale a un rodeo desde el recuerdo de satisfacción que se toma como representación meta, hasta la investidura idéntica del recuerdo a través de las vías que conectan representaciones.

Los sueños displacenteros son producto de la represión. Los deseos Icc que provocan una contradicción al trabajo secundario, son sustraídos de las investiduras Pcc, y reprimidos. Pero si éstos son reanimados este último refuerza la oposición mediante una contrainvestidura y trae como consecuencia la irrupción de los pensamientos de transferencia mediante un síntoma de compromiso. Éstos buscan satisfacción, quedan a merced del proceso primario, sólo apuntan a la descarga motriz.

 

23° conferencia: Los caminos de la formación de síntoma

Los síntomas consumen mucha energía. Son el resultado de un conflicto en torno de una nueva modalidad de la satisfacción pulsional. El síntoma es una formación de compromiso entre las dos fuerzas. Una de éstas es la libido insatisfecha rechazada por la realidad que tiene que buscar nuevos caminos para su satisfacción. Si la realidad permanece inexorable, se ve precisada a emprender el camino de la regresión y aspirar a satisfacerse dentro de una de las organizaciones ya superadas o mediante uno de los objetos que ya resignó. La libido es cautivada por la fijación que ella ha dejado tras sí en esos lugares de desarrollo. Pero si el yo no presta acuerdo a estas regresiones la libido es atajada, y escapa donde halle un drenaje para su investidura. Tiene que sustraerse del yo. Le permiten tal escapatoria fijaciones de las cuales el yo en su momento se había protegido mediante represión. Al sustraerse del yo, renuncia a la educación adquirida. Bajo la doble presión de la frustración interna y externa se vuelve rebelde. Las representaciones que inviste son Icc y se sustraen a las leyes de éste (condensación y desplazamiento). Se forman constelaciones similares al sueño. La subrogación (el representante psíquico de la libido) tiene que contar con el poder del yo Prcc. La contradicción que se había levantado con el Yo Cc la persigue y como contrainvestidura (fuerza que actúa en el sentido contrario a la energía pulsional) y la fuerza a escoger una expresión que también sea expresión de ella. El síntoma se engendra como retoño de cumplimiento de deseo libidinoso inconsciente desfigurado de múltiples formas. Es una ambigüedad cuyos dos significados se contradicen. El Prcc se afana por oponérsele a la moción de deseo Icc.

La escapatoria de la libido bajo las condiciones del conflicto es posibilitada por la preexistencia de fijaciones. La investidura regresiva lleva a sortear la represión y a una descarga que respete las condiciones de compromiso. Por los rodeos la libido ha logrado una satisfacción real.

En la neurosis histérica la libido halla las fijaciones en las prácticas y vivencias de la sexualidad infantil, en los afanes parciales abandonados, y en los objetos resignados de la niñez. En él se manifestaron por primera vez las orientaciones pulsionales que el niño traía consigo en su disposición innata; en virtud de las influencias externas se le despertaron otras pulsiones. El hecho de que sobrevengan en una etapa de inmadurez confiere gravedad y posibilita el efecto traumático.

La fijación libidinal del adulto tiene dos factores: la disposición heredada innata y la predisposición adquirida en la primera infancia. Pero las vivencias infantiles cobran importancia por la regresión. También las vivencias infantiles tienen un efecto de atracción sobre la libido, ya que quedó adherida con ciertos montos en ellas.

 

 

 

Los síntomas crean entonces un sustituto para la satisfacción frustrada por medio de una regresión de la libido a estadios anteriores de la elección de objeto u organización. En este período la libido no echaba de menos la satisfacción. El síntoma repite de algún modo aquella modalidad de satisfacción desfigurada por la censura que nace del conflicto y mezclada con elementos que provienen de la ocasión que llevó a contraer la enfermedad. La persona siente la satisfacción como un sufrimiento, provoca su resistencia. Además casi siempre prescinden del objeto y resignan el vínculo con la realidad. Reemplaza una modificación del mundo por una modificación del cuerpo. Además cooperaron la condensación y el desplazamiento.

No siempre las escenas infantiles en las que se fijan la libido son verdaderas. Esto es porque los recuerdos infantiles poseen realidad psíquica por oposición a la realidad material. En el mundo de la neurosis la realidad psíquica es la decisiva. El niño muchas veces se compone la fantasía sobre la base de indicios, o sobre una insatisfacción de la pulsión de ver o saber que se representa en otra observación análoga. Por la fantasía de seducción muchas veces el niño encubre el período autoerótico de su quehacer sexual. El resultado es el mismo corresponda mayor o menor participación de la fantasía o la realidad. La necesidad de crear tales fantasías proviene de las pulsiones. Hay fantasías primordiales que son un legado filogenético.

El yo es educado para obedecer al principio de realidad por influencia del apremio de la vida. Tiene que renunciar transitoria o permanentemente a ciertos objetos y metas. Pero se reserva una actividad que se concede todas esas fuentes de placer resignadas que se emancipan al examen de la realidad (juzgar si algo es real o no). Las aspiraciones alcanzan así la forma de representación de cumplimiento. En la fantasía el hombre sigue gozando de la libertad respecto de la compulsión exterior. Estos sueños diurnos son el modelo y núcleo de los sueños nocturnos, que son desfigurados y experimentan libertad plena por la liberación que las mociones pulsionales. Muchas veces las fantasías diurnas son Icc. Son retoños de aquellas escenas que la libido inviste regresivamente. Los objetos y orientaciones que la libido había resignado son retenidos aún en las fantasías. Estas son toleradas por el Yo mientras cumplan una condición cuantitativa. Pero se elevan y desarrollan un esfuerzo orientado hacia la realidad. Entonces son sometidas a la represión por parte del Yo y atraídas por el Icc. Desde las fantasías Icc la libido vuelve a migrar hasta sus orígenes, en sus puntos de fijación. La retirada de la libido a la fantasía es un estado intermedio de formación de síntomas. Se lo denomina introversión. Significa un extrañamiento de la libido respecto a las posibilidades de satisfacción real y la sobreinvestidura de las fantasías.

El carácter cualitativo de las condiciones etiológicas (dinámico) no alcanza, hay que incluir el económico. El conflicto estalla cuando se alcanzó ciertas intensidades de investiduras, por más que preexistieran las condiciones de contenido. Interesa el monto de libido no aplicada que una persona pueda conservar y la cuantía de la fracción de su libido que es capaz de sublimar.

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La represión (1915)

 

Una moción pulsional puede chocar con resistencias que quieran hacerla inoperante. Al ser una pulsión la huída es inoperante porque no puede escapar de sí mismo. Una etapa previa al juicio (que más tarde será un recurso contra la moción pulsional) es la represión, algo intermedio entre la huida y el juicio adverso. Es uno de los destinos de la pulsión. Es posibilitado porque el logro de la meta pulsional depare displacer en lugar de placer. Pero las pulsiones siempre deparan placer. Tiene que haber un proceso por el cual el placer de la satisfacción depare displacer. La satisfacción que sería placentera, entraría en conflicto o sería inconciliable con otras exigencias y designios. Sería placer para un sistema y displacer para otro. La condición para la represión es que el motivo de displacer cobre un poder mayor que el placer de la satisfacción.

La represión no es un mecanismo de defensa presente desde el origen; no puede engendrarse antes que se haya establecido una separación entre actividad conciente e inconsciente del alma, y su esencia consiste en rechazar algo de la conciencia y mantenerlo alejado de ella. La represión funda el Icc.

Hay una represión primordial que consiste en que la representación del representante de la pulsión[1] se le deniega la admisión en lo conciente. Se establece una fijación, el representante queda inmutable y la pulsión sigue ligada a él.

La segunda etapa es la represión propiamente dicha, que recae sobre los retoños psíquicos de la representación del representante de la pulsión reprimida o pensamientos que han entrado en asociación con él. Tales representaciones experimental el mismo destino que lo reprimido primordial. La represión secundaria es un esfuerzo de desalojo post-represión. Ejerce igual efecto la repulsión desde la conciencia sobre lo que ha de reprimirse como la atracción desde lo reprimido primordial sobre aquello con lo cual se puede poner en conexión. Esto reprimido anterior está dispuesto a recoger lo repelido por lo conciente.  El tercer tipo de represión es el retorno de lo reprimido, esa cualidad de insistencia de aquello que ha sido negado al acceso de la conciencia por la represión secundaria pero retorna como síntoma neurótico o fobiaLa represión no impide al representante de la pulsión seguir existiendo en lo Icc y producir retoños, anudar conexiones etc. La represión sólo perturba el vínculo con lo conciente.

Si los retoños de lo reprimido primordial se ha alejado lo suficiente de éste, sea por las desfiguraciones o por el número de eslabones intermedios, tiene expedito el acceso a lo conciente. Las ocurrencias que el análisis hace surgir son una traducción conciente de la representación del representante reprimida. Los síntomas son retoños de lo reprimido que se han procurado el acceso a la conciencia mediante esta formación distanciado de lo primordial. Cada uno de los retoños puede tener su destino particular. Lo  mismo que consigue la desfiguración lo produce la alteración en el juego de las fuerzas psíquicas de placer-displacer.

La represión es móvil; exige un gasto de fuerza constante, que si cesara peligraría su resultado. Lo reprimido ejerce una presión continua en dirección a lo conciente, a raíz de lo cual el equilibrio tiene que mantenerse por medio de una contrapresión. El mantenimiento de la represión supone un dispendio continuo de fuerza, y su cancelación un ahorro.

La moción pulsional puede estar inactiva (escasamente investida con energía psíquica), o investida en grados variables y activa. Su activación pondrá en movimiento los rodeos para acceder a la conciencia. Los retoños representantes de una energía baja generalmente no son reprimidos, aunque su contenido sea idóneo para presentar un conflicto psíquico, ya que el factor cuantitativo es el decisivo. Tan pronto esa representación se refuerce, el conflicto deviene actual y la activación lo lleva a la represión. Un aumento de la investidura enérgica actúa en el mismo sentido que el acercamiento respecto de lo Icc y la disminución del distanciamiento o la desfiguración. Las tendencias represoras pueden ser sustituidas por un debilitamiento de lo desagradable.

 

 

La representación del representante de la pulsión es un grupo de representaciones investidas desde la pulsión con un monto de energía psíquica o libido. Junto a la representación interviene algo que representa a la pulsión y puede experimentar un destino diferente de la representación: el monto de afecto. Corresponde a la pulsión en la medida que se ha desasido de la representación y ha encontrado una expresión proporcionada a su cantidad en afectos. La represión tiene un destino para la representación y otro para la energía pulsional que adhiere a ésta.

El destino general de la representación representante de la pulsión es desaparecer de la conciencia o seguir coartada si nunca devino conciente; el factor cuantitativo, el monto de afecto tiene tres destinos posibles: sofocación completa; salir a la luz como un afecto coloreado cualitativamente; o mudarse en angustia. La represión tenía el propósito de evitar el displacer. Si no ha logrado impedir la producción de angustia entonces el proceso represivo ha fracasado.

Una represión crea una formación sustitutiva de representante: el síntoma. Éste es un indicio de un retorno de lo reprimido, y debe su génesis a un proceso diverso de la represión, pero que convergen. Existen diversos mecanismos de formación sustitutiva; los mecanismos de la represión tienen en común la sustracción de investidura enérgica (libido).

En la fobia la representación fue sustituida vía desplazamiento por otro objeto, y el monto de afecto se ha transpuesto en angustia. En la histeria de conversión el monto de afecto se ha hecho desaparecer completamente, o bien una dosis de sensaciones se anuda a los síntomas y se produce algún desprendimiento de angustia. El contenido produce como formación sustitutiva una inervación hiperintensa somática ya sea como inhibición o excitación sensorial o motriz. El lugar se revela como una porción de la representación que ha atraído hacia sí, por condensación, la investidura. La neurosis obsesiva produce una formación sustitutiva en la alteración del yo como escrúpulos de conciencia extremos. La representación se muda en algo indiferente y conciente, y el modo de afecto en la mayor parte de los casos aparece en angustia, de la cual se huye como en el caso de la fobia.

 

Lo inconsciente (1915)

 

  1. La multivocidad de lo inconsciente y el punto de vista tópico:

Todo lo reprimido es inconsciente pero no todo lo inconsciente es reprimido. Lo inconsciente abarca actos latentes por ahora (preconsciente), pero que lo son de forma descriptiva; procesos reprimidos que de devenir conscientes contrastarían conflictivamente con lo consciente (dinámico).

Un acto psíquico atraviesa por dos fases entre las cuales se encuentra la censura. En la primera fase es inconsciente y pertenece al sistema Icc; si es rechazado por la censura se le deniega el pasaje a la segunda fase; y si pasa pertenece al sistema Cc. Pero no es conciente sino susceptible de conciencia (preconsciente). Este sistema participa de las propiedades del sistema Cc. Se distingue de la concepción descriptiva por la naturaleza dinámica de los procesos anímicos, y tiene en cuenta la tópica psíquica indicando el sistema dentro del cual se consuma el acto.

Hay dos teorías respecto a los procesos que discurren en el aparato:

  1. Que la fase Cc de la representación significa una retranscripción de la representación, que se produce en la nueva localidad psíquica, manteniéndose la originaria inconsciente. (Supuesto tópico).
  2. La transposición consiste en un cambio de estado del mismo material, meramente funcional, en la misma localidad. (Supuesto funcional).

Con el primer supuesto se enlaza un divorcio tópico entre ambos sistemas y la posibilidad de que una representación esté presente al mismo tiempo en dos lugares del aparato, y aún que se traslade regularmente de un lugar a otro si no está inhibido por la censura. La cancelación de la represión sobreviene cuando la representación conciente tras vencer las resistencias, se pone en conexión con la huella mnémica inconsciente.  Pero la identidad entre la comunicación y el recuerdo reprimido es aparente.

III. Sentimientos inconscientes:

Además de representaciones conscientes e inconscientes, la misma caracterización no se puede dar a las mociones pulsionales, ya que una pulsión no puede ser objeto de la conciencia; sólo puede serlo su representante (la representación). También sólo puede estar representada en el Icc por su representación. La pulsión se adhiere a una representación.

Un sentimiento para ser sentido debe ser conciente, entonces la posibilidad de una condición inconsciente falla por entero a sentimientos o afectos.

Puede ocurrir que una moción de afecto sea percibida erradamente. Por represión de su representante fue compelida a enlazarse con otra representación y la conciencia la tiene exteriorizada a ésta. Llamamos inconsciente a la moción afectiva originaria aunque su afecto nunca lo fue porque solo su representación fue reprimida. Los destinos del afecto pueden ser: persistir como tal, ser mudado en un monto de afecto cualitativamente diverso, o ser sofocado. La meta genuina de la represión es la sofocación del monto de afecto. Tras la represión la representación sigue existiendo en el interior del Icc como formación real, y el afecto le corresponde la posibilidad de planteo a la que no se le permite desplegarse. No hay afectos inconscientes como hay representaciones inconscientes. Dentro del sistema Icc hay formaciones de afecto que al igual que otras pueden venir concientes. Las representaciones son investiduras de huellas mnémicas mientras que los afectos son procesos de descarga cuyas exteriorizaciones se perciben como sensaciones.

Puede discernirse una pugna permanente de los sistemas Cc e Icc en torno al primado sobre la afectividad y se deslindan esferas de influencia. El desprendimiento de afecto proviene del Icc, en cuyo caso tiene un carácter de angustia, por la cual son trocados los afectos reprimidos. La moción pulsional tiene que aguardar hasta encontrar una representación sustitutiva en la Cc, y desde el sustituto se desarrolla el afecto, cuya naturaleza determina el carácter cualitativo del afecto. La represión produce un divorcio entre el afecto y su representación a raíz de lo cual ambos van al encuentro de sus destinos separados.

  1. Tópica y dinámica de la represión:

La represión se lleva a cabo en la frontera entre los sistemas Icc y Prcc. Se trata de una sustracción de investidura. La representación reprimida conserva su investidura ya que sigue produciendo efectos en el Icc. A la representación se le sustrae la investidura Prcc, y puede quedar desinvestida o recibir investidura del Icc, o conservar la investidura Icc que ya poseía. Por lo tanto hay: sustracción de investidura Prcc, sustitución de la Prcc por la Icc, o conservación de investidura Icc. El supuesto funcional superó al tópico, al afirmar no una retranscripción, sino una mudanza de investidura, un cambio de estado. La sustracción de libido no explica que la representación intente penetrar al sistema Prcc, y una nueva sustracción de libido tendría que llevarse a cabo. Tampoco se trata de la represión primordial que es puramente inconsciente, y no ha recibido investidura Prcc (por lo tanto no puede ser sustraída).

Tiene que haber otro proceso que mantenga la represión y cuide a la represión primordial de su producción y permanencia: la contrainvestidura que protege al sistema Prcc contra el asedio de la representación inconsciente. Representa el gasto permanente de energía de una represión primordial, y garantiza su permanencia. En la represión primordial es el único mecanismo; en la secundaria se suma a la sustracción de investidura. Y posiblemente la investidura sustraída de la representación se aplique a la contrainvestidura. Investidura es lo mismo que libido al tratarse de destinos de la pulsión sexual.

En la histeria de angustia se trata de una moción de amor que demandaba transponerse al Prcc, pero la investidura Prcc se le retiró y la Icc fue descargada como angustia. La investidura Prcc fue volcada a una representación sustitutiva que se entramó por vía asociativa con la representación rechazada, y se sustrajo de la represión por su distanciamiento (sustituto por desplazamiento). La representación sustituta es para la conciencia una contrainvestidura asegurándolo contra la emergencia de la representación reprimida. Es de donde arranca el desprendimiento de afecto (en la fobia cuando ve al animal). Es el lugar de transmisión desde el Icc al interior del Cc y es una fuente autónoma de desprendimiento de angustia. La contrainvestidura del sistema Cc ha llevado a la formación sustitutiva. Todo el entorno asociado de la representación sustitutiva es investido con una sensibilidad particular, y cualquier excitación dará un desarrollo de angustia, que es aprovechado como señal para inhibirse mediante la huida de la percepción. Este mecanismo no sirve contra la moción pulsional que alcanza a la percepción sustitutiva con su conexión con la representación reprimida. Solo empiezan a producir efectos cuando el sustituto ha tomado sobre sí la subrogación de lo reprimido. Cada acrecimiento de la moción pulsional, la muralla protectora que rodea a la representación debe ser trasladada un tramo más allá. Esa construcción es la fobia.

  1. Las propiedades particulares del sistema Icc:

El núcleo del Icc consiste en mociones de deseo, o representantes de la pulsión que quieren descargar su investidura. Cuando pulsiones de metas distintas son activadas al mismo tiempo, confluyen en una formación de meta intermedia, en un compromiso.

Dentro del Icc no existe la negación; esto es introducido por la censura como sustituto de la represión. En el Icc hay contenidos investidos con más o menos intensidad.

Prevalece una movilidad mucho mayor de las intensidades de investidura. El proceso de desplazamiento permite a una representación entregar a otra toda su investidura, y la condensación tomar sobre sí la investidura de muchas otras. En cambio dentro del Prcc rige el proceso secundario.

Los procesos del Icc son atemporales, no están ordenados ni se modifican por el transcurso del tiempo. La temporalidad es una forma de trabajo de la conciencia.

No conocen un miramiento por la realidad. Están sometidos al principio de placer, su destino depende de la fuerza que posean y que cumplan con la regulación placer-displacer.

 

El sistema Prcc presenta una inhibición de la proclividad a la descarga. Cuando el proceso traspasa de una representación a otra la primera tiene gran parte de su investidura. Desplazamiento y condensación son muy limitados en el Prcc. La energía de investidura puede estar ligada o móvil y proclive de descarga, característico del Icc.

Al Prcc compete también un comercio entre los contenidos de las representaciones a fin de que se influyan unas a otras, el ordenamiento temporal de ellas, la censura, el examen de realidad y el principio de realidad. La memoria consciente depende del Prcc, que se diferencia de las huellas mnémicas en que se fijan las vivencias del Icc, y que corresponden a una trascripción particular.

  1. Comercio entre los dos sistemas:

El Icc es susceptible de desarrollo y coopera con el Prcc. Se continúa en los retoños, es asequible a las vicisitudes de la vida, influye sobre el Prcc y está también sometido a las influencias de éste.

Hay retoños que cualitativamente, por su alto grado de organización, pertenecen al Prcc, pero se encuentran en el Icc y son insusceptibles de conciencia. Su origen es decisivo para su destino. Son las formaciones de fantasía, que se individualizaron como etapas previas en la formación del sueño y del síntoma, que permanecen reprimidas. Otros retoños de alta organización son las formaciones sustitutivas, pero a diferencia logran irrumpir en la conciencia merced a una relación favorable.

Un sector del Prcc proviene del Icc, y sucumbe a la censura antes del devenir conciente. Otro sector es susceptible de conciencia sin censura. Esto supone a la censura no entre el Prcc y el Icc, sino entre el Prcc y la Cc, echando por tierra el supuesto de una renovación continuada de las transcripciones.

Los retoños del Icc devienen conscientes como formaciones sustitutivas y síntomas tras grandes desfiguraciones aunque conservan ciertos caracteres.

Lo Icc es rechazado por la censura con el Prcc pero sus retoños pueden sortearla; cuando estos ganan intensidad el Prcc pueden ser rechazados y reconocidos y vuelven a reprimirse en la frontera de censura con el Cc; la primer censura es contra el Icc y la segunda contra los retoños. El devenir consciente es más que un mero acto de percepción, es una sobreinvestidura. En las raíces de la actividad pulsional los sistemas se comunican entre sí de la manera más amplia. Una parte de los procesos ahí excitados pasan por el Icc, y en la Cc alcanzan la conformación psíquica más alta; otra parte es retenida como Icc. El Icc es alcanzado también por las vivencias que provienen desde la percepción exterior.

El contenido del Prcc proviene de la vida pulsional y de la percepción.

VII. El discernimiento de lo inconsciente:

El sustituto del síntoma no se produce por referencia a la cosa, sino a la palabra, por la semejanza a la expresión lingüística. Toda vez que ambas, palabra y cosa, no coinciden, la formación sustitutiva mantiene la investidura de la representación-palabra (significante), pero no así la representación-cosa (significado). Estos son los dos la representación objeto está formado de ambas representaciones. Las representaciones-cosa consisten en la investidura de las huellas mnémicas derivadas de las imágenes mnémicas de las cosas. Esta es la diferencia entre representaciones Icc y Prcc: no son diversas transcripciones de la misma cosa en lugares distintos, sino que la representación Cc abarca la representación cosa más la correspondiente representación palabra; la Icc es la representación cosa sola. El sistema Icc contiene las investiduras de cosa de los objetos, que son las investiduras de objeto primeras y genuinas. El sistema Prcc nace cuando esa representación cosa es sobreinvestida por el enlace con su correspondiente representación palabra. Esto posibilita una organización psíquica más alta y el relevo del proceso primario por el secundario. La represión rehúsa la traducción en palabras de la representación rechazada. La representación no aprehendida en palabras, o el acto psíquico no sobreinvestido queda en el interior del Icc.

Las representaciones objeto provienen de la percepción, pero no pueden devenir concientes por medio de sus restos, primero porque pensar se desenvuelve dentro de sistema tan distanciado de los restos de percepción originarios que no conserva nada de sus cualidad, necesita un refuerzo de cualidades nuevas; y también que mediante el enlace con palabras pueden proveerse de cualidad investiduras que no pudieron llevarse cualidad alguna de las percepciones porque correspondían a meras relaciones de las representaciones objeto. El enlace con la representación palabra, entonces, posibilita pero no determina el devenir conciente.

retenido, mediante asociaciones anudadas a partir de un sustituto.

 

Recordar, repetir y reelaborar (1914)

 

El médico pone en descubierto resistencias desconocidas del enfermo, el paciente narra situaciones y nexos olvidados, con el objeto de llenar las lagunas del recuerdo y vencer las resistencias de la represión. El olvido de impresiones, escenas y vivencia se produce por un bloqueo; el olvido experimenta otra restricción al apreciarse los recuerdos encubridores. Los recuerdos encubridores son a las vivencias infantiles como el contenido manifiesto del sueño a los pensamientos latentes. El convencimiento que el enfermo llega durante la terapia es de otra índole: se recuerda algo que nunca pudo ser olvidado porque nunca se lo advirtió, no fue conciente. Muchas vivencias infantiles que lograron expresarse con efecto retardado no poseen un recuerdo susceptible de ser despertado.

El analizado en general no recuerda nada de lo olvidado, sino que lo actúa. No lo reproduce como un recuerdo sino como acción, lo repite, sin saberlo. Durante el tratamiento no logra recordar, pero escenifica distintas situaciones de su vida. Esta compulsión de repetición es su manera de recordar. La transferencia misma es sólo una pieza de repetición. La transferencia no ocurre solo con el médico sino en otros ámbitos también. La compulsión de repetir le sustituye el impulso de recordar. Mientras mayor sea la resistencia, más será sustituido el recordar por el actuar. Las resistencias comandan la secuencia de lo que repetirá. Repite todo cuanto desde las fuentes de lo reprimido se ha abierto paso hasta su ser manifiesto: sus inhibiciones y actitudes inviables, sus rasgos patológicos de carácter. Durante el tratamiento repite todos sus síntomas. El hacer repetir durante la técnica psicoanalítica equivale a convocar un fragmento de la vida real, que puede ser peligroso. Este es el empeoramiento durante la cura. Desde la introducción al tratamiento el enfermo cambia su actitud frente a la enfermedad: es preparado para la reconciliación con eso reprimido que se exterioriza en los síntomas. Al progresar la cura pueden conseguir la repetición mociones pulsionales nuevas, más profundas, que no se habían abierto paso.

Para el médico el recordar reproduciendo psíquicamente sigue siendo la meta, aunque la repetición en acto no lo permita. Cuando la ligazón transferencial se ha vuelto viable, el tratamiento logra impedir al enfermo todas las acciones de repetición y permite usarlo como material terapéutico. El manejo de la transferencia es el principal recurso para transformar la compulsión de repetición en un motivo para recordar. Esa compulsión se vuelve inocua, y aprovechable; tiene permitido desplegarse con libertad escenificando todo pulsional patógeno. Sustituye la neurosis ordinaria a neurosis de transferencia, una enfermedad artificial y asequible, de la que es curado por análisis. Es también un fragmento del vivenciar real pero posibilitado por unas condiciones favorables y es provisional.

Es preciso que una vez expuesta la resistencia, el enfermo se enfrasque en ella para reelaborarla, vencerla prosiguiendo el trabajo obedeciendo a la regla analítica. Sólo en el apogeo de la resistencia se descubren las mociones pulsionales reprimidas que la alimentan y de cuya existencia el paciente se convence. La reelaboración es la pieza de trabajo que produce el máximo efecto alterador sobre el paciente similar a la abreacción (desgaste) del tratamiento hipnótico.

 

Pegan a un niño (1919)

 

  1. La fantasía se halla anudada a una satisfacción onanista de carácter compulsivo. Cuando el niño co-presencia como otro es azotado, puede convocar aquellas fantasías presentes en la vida anímica. La representación-fantasía “un niño es azotado” es investido con elevado placer y desemboca en un acto de satisfacción autoerótica.
  2. Una fantasía así que emerge a raíz de ocasiones casuales y se retiene para la satisfacción autoerótica es un rasgo primario de perversión. Uno de los componentes de la función sexual se anticipa a los otros y se vuelve autónomo fijándose y sustrayéndose del desarrollo. Puede caer bajo la represión, ser sustituida por una formación reactiva, ser sublimada o convertirse en perversión.

III. Esta fantasía presenta una historia evolutiva en cuyo desarrollo cambia su vínculo con la persona fantaseadora, su objeto, contenido y significado.

1° fase: el niño azotado es otro, casi siempre un hermanito. El que pega no es el fantaseador sino un adulto indeterminado. Más adelante se vuelve reconocible como el padre. El padre pega al niño que yo odio.

2° fase: sigue pegando el padre, pero el niño deviene el fantaseador mismo, la fantasía se ha teñido de placer. Yo soy azotado por el padre. Posee un carácter masoquista. No ha existido realmente, no es recordada ni puede devenir conciente, es una construcción del análisis.

3° fase: la persona que pega es indeterminada o es investida por un subrogante del padre. La persona propia del niño no aparece en la fantasía, y ahora son muchos niños.

  1. La niña está fijada tiernamente al padre y posee una actitud de odio y competencia hacia la madre. Los otros hijos son con quienes debe compartir el amor de los padres. Ser azotado significa una destitución del amor y una humillación. Que el padre le pegue significa que no lo ama a él, sino “sólo a mí”. En la primera fase satisface los celos y la dependencia. En esta prematura elección de objeto del amor incestuoso, la vida sexual del niño alcanza el estadio de la organización genital. No falta en el niño el deseo de tener un hijo con la madre y en la niña el de recibir un hijo del padre. Estos enamoramientos son reprimidos a raíz de desengaños como afrentas, nacimientos indeseados, o desde adentro a consecuencia de la falta de un cumplimiento demasiado tiempo anhelado. Sucumben porque su tiempo ha expirado. Al mismo tiempo aparece una conciencia de culpa anudada a los deseos incestuosos. La fantasía era “mi padre me ama sólo a mí pues al otro niño le pega”. La conciencia de culpa produce una inversión, la fantasía de la segunda fase en la que es uno azotado por el padre, y deviene masoquista. Es siempre la conciencia de culpa la que deviene el sadismo en masoquismo. Pero además se suma una regresión a la organización sádico-anal de la vida sexual. Cuando la represión afecta la organización recién alcanzada no solo el amor incestuoso deviene inconsciente sino también la organización experimenta un rebajamiento regresivo. El padre me ama se transforma en el padre me pega. El ser azotado es una conjunción entre conciencia de culpa y erotismo: no sólo es un castigo sino su sustituto regresivo y recibe a partir de esta fuente su excitación libidinosa que se descargará en actos onanistas. La fantasía de la tercera fase es una sustitución de fantasías inconscientes, que retorna al sadismo. En la frase “El padre pega a otro niño, sólo me ama a mí” la primer parte posee el acento y la segunda es reprimida. Solo la forma de la fantasía es sádica, la satisfacción es masoquista al sustituir los niños por la persona propia. Ha tomado sobre sí la investidura libidinosa reprimida y la conciencia de culpa adhiere al contenido.
  2. La perversión es parte del proceso de desarrollo normal del niño; se refiere al amor incestuoso, al complejo de Edipo que al ser quebrantado permanece como una secuela heredera de su carga libidinosa y poseedora de su conciencia de culpa.

El complejo de Edipo es el núcleo de la neurosis y la sexualidad infantil, que culmina en él, es la condición efectiva, cuyos restos son secuelas para la posterior enfermedad. La fantasía de paliza y otras fijaciones perversas son las cicatrices del complejo tras su expiración como el complejo de inferioridad corresponde a la cicatriz narcisista.

El masoquismo no es una exteriorización pulsional primaria sino una reversión del sadismo hacia el Yo, por regresión del objeto al Yo. Pulsiones de meta pasiva son dadas desde el comienzo, pero al masoquismo además de esto hay que agregarle el carácter de displacer. El sadismo se muda en masoquismo bajo el influjo de la conciencia de culpa durante la represión. Los efectos de ésta son: vuelve inconsciente el resultado de la organización genital; le provoca la regresión al estadio sádico-anal (gracias a la endeblez de la organización genital); muda su sadismo en el masoquismo pasivo, narcisista, porque a la conciencia de culpa le escandaliza tanto el sadismo como la elección incestuosa de objeto.

  1. En la niña la segunda fase surge por represión y regresión del deseo incestuoso de ser amado por el padre. Entre la segunda y la tercera cambian de vía su sexo, por un deseo a ser varoncito. En el niño la madre remplaza al padre, y la segunda fase podría devenir conciente. La fantasía susceptible de conciencia cuyo contenido es ser azotado por la madre no es primaria, sino lo es ser azotado por el padre. La fantasía notoria de ser azotado por la madre corresponde a la tercera fase. El ser azotado es un ser amado en el sentido genital el cual se degrada vía regresión. Entonces la fantasía inconsciente no es “Soy azotado por el padre” sino “Soy amado por el padre” que ha sido transmudada en la fantasía conciente “Soy azotado por la madre”. La fantasía en el varón es al comienzo pasiva nacida de una actitud femenina hacia el padre. En ambos niña y niño la fantasía de paliza deriva de la ligazón incestuosa con el padre.

En la niña la fantasía masoquista inconsciente (fase 2) parte de la postura edípica normal, en el niño (fase 1) de la trastornada. En la niña hay una fase anterior en que la acción recae sobre a quien se odia por celos lo cual falta en el varón. En el paso a la fantasía conciente la niña (la fase 3) retiene al padre y cambia a la persona azotada; el varón (fase 2) cambia la persona del padre a la madre y sigue siendo él mismo el azotado. En la niña la situación originariamente masoquista (fase 2) es sustituida por una sádica tras la represión; en el varón sigue siendo masoquista. Se sustrae de su homosexualidad reprimiendo y refundiendo la fantasía inconsciente. La niña se fantasea varón sin volverse varonilmente activa y sólo presencia el acto como espectadora.

Todo lo reprimido y sustituido sigue siendo inconsciente y eficaz; la regresión modifica las constelaciones inconscientes de modo que no se conservaría la fantasía pasiva de ser amado por el padre, sino la masoquista, de ser azotado por él. El muchacho se siente mujer en su fantasía conciente y dota a las mujeres azotadoras propiedades masculinas; la niña ha resignado su sexo no se suelta del padre y puesto que ha devenido muchacho, hace que sean ellos los azotados.

 

Psicología de las masas y análisis del Yo (1921)

 

VII: La identificación: Es la más temprana exteriorización de ligazón afectiva con otra persona. Desempeña un papel en la prehistoria del complejo de Edipo: el varoncito manifiesta un interés hacia su padre, toma al padre como su ideal o modelo. Al mismo tiempo emprende una investidura de objeto sexual de la madre apuntalada en las necesidades básicas. Ambos lazos confluyen en el Complejo de Edipo. El padre le significa un estorbo, su identificación con él cobra un tinte hostil y quiere sustituirlo. La identificación es ambivalente: puede tornarse tierna o querer eliminarlo. Es un retoño de la fase oral en la que el objeto anhelado se incorpora por devoración y se aniquila.

El Complejo puede sufrir una inversión y tomarse a la madre como objeto para el cual la identificación es precursora; en un caso es lo que el niño quisiera ser, en el segundo lo que quisiera tener. La diferencia radica en que la ligazón recaiga en el sujeto o en el objeto.

La identificación es parcial porque solo toma rasgos. Puede ser: por identificación de la persona no amada (ej. en la histeria, si el amor de objeto es hacia el padre y la identificación hostil hacia la madre, puede heredar su tos, en la voluntad de sustituirla, su síntoma expresa el amor de objeto por el padre y la conciencia de culpa) o de la persona amada (la identificación reemplaza la elección de objeto, el Yo toma sobre sí las propiedades del objeto). Hay otra identificación en la que prescinde de relación con la persona copiada: se basa en el poder o querer ponerse en la misma situación, y bajo la conciencia de culpa aceptan el sufrimiento emparejado.

-La identificación es la forma más originaria de ligazón afectiva con un objeto;

-Sustituye una ligazón libidinosa de objeto por la vía regresiva mediante introyección del objeto en el Yo;

-Puede nacer a raíz de cualquier comunidad que llegue a percibirse en una persona que no es objeto de las pulsiones sexuales.

 

 

 

 

 

 

En nuestro Yo hay una instancia que se separa del resto del Yo y puede entrar en conflicto con él, es el ideal del Yo, que se encarga de la auto-observación, la conciencia moral, la censura onírica e influencia en la represión. Es la herencia del narcisismo en que el Yo se contentaba a sí mismo, pero que toma las influencias del medio.

 

El sepultamiento del complejo de Edipo (1924)

 

El complejo de Edipo sucumbe a la represión y es seguido por el período de latencia. Se viene a pique a raíz de las dolorosas desilusiones acontecidas. La niña quiere ser objeto de amor del padre, pero vivirá una reprimenda por parte de él. El varón considera a la madre su propiedad, pero experimenta como la madre le quita amor y cuidados para dárselos a un recién nacido. Estos acontecimientos, la falta de satisfacción esperada, son inevitables. Así, el Complejo de Edipo caería a causa de una imposibilidad interna (desde un punto de vista ontogenético). 

También cae por llegado el tiempo de su disolución. Es un fenómeno heredado y tiene que desvanecerse cuando llega la fase evolutiva siguiente (desde el punto de vista filogenético)

La fase fálica, contemporánea al Complejo de Edipo, no prosigue su desarrollo hasta la organización genital definitiva, sino que es relevada por el período de latencia. Cuando el niño vuelca su interés sobre el miembro genital masculino, lo deja translucir por su vasta ocupación manual en ellos, pero hace la experiencia de que los adultos no están de acuerdo con ese obrar. Sobreviene la amenaza de que se le arrebatará. Primero el niño no presta obediencia a la amenaza; hay dos experiencias por las que se prepara para la pérdida de partes muy apreciadas de su cuerpo: el retiro del pecho materno y la separación del contenido del intestino. Solo tras hacer una nueva experiencia empieza el niño a contar con la posibilidad de la castración: la observación de los genitales femeninos. La falta de pene ha vuelto representable la pérdida de propio pene y la amenaza de castración posteriormente.

La sexualidad del niño se puede ver en la actitud edípica hacia sus progenitores; la masturbación es sólo la descarga genital de la excitación sexual perteneciente al complejo. El complejo de Edipo ofrece dos posibilidades de satisfacción: una activa, situándose en el lugar del padre (a raíz de lo cual es sentido como un obstáculo); y una pasiva: sustituir a la madre y hacerse amar por el padre. La intelección de que la mujer es castrada puso fin a las dos posibilidades de satisfacción derivadas del complejo. Ambas conllevan a la pérdida del pene: la masculina en calidad de castigo, y la femenina como premisa. Si la satisfacción amorosa cuesta el pene, estallará un conflicto entre el interés narcisista y la investidura libidinosa de los objetos parentales. El Yo del niño entonces, se extraña del Complejo de Edipo. Las investiduras de objeto son resignadas y sustituidas por identificación. La autoridad del padre, introyectada en el Yo, forma el núcleo del Superyo, que toma prestada su severidad, perpetúa la prohibición del incesto y asegura al Yo contra el retorno de la investidura libidinosa de objeto. Las aspiraciones libidinosas son desexualizadas y sublimadas, son inhibidas en su meta y mudadas en mociones tiernas. Se inicia el período de latencia que interrumpe el desarrollo sexual del niño. El extrañamiento del Yo respecto del Complejo de Edipo es producto de la represión, pero equivale a la destrucción del complejo. Si esto último no se logra, el complejo subsistirá en el inconsciente y más tarde exteriorizará su efecto patógeno.

En la niña el clítoris se comporta como un pene, pero es demasiado corto y se siente inferior. Tiene la esperanza de que crezca. La niña no comprende su falta sino que lo explica mediante el supuesto de que poseyó un miembro igualmente grande y lo perdió por castración. La niña acepta su castración, como un hecho consumado, mientras que el niño tiene miedo frente a la posibilidad de su consumación. La muchacha se desliza a lo largo de la ecuación simbólica, del pene al hijo. Su Complejo de Edipo culmina con el deseo de recibir como regalo un hijo del padre. Ambos deseos, de poseer un pene y recibir un hijo, permanecen en el Icc, donde se conservan con fuerte investidura y preparan la posterior sexualidad.

 

El problema económico del masoquismo (1924)

 

El dolor y el placer dejan de evitarse y se constituyen en metas. El Principio de Nirvana tiene el propósito de reducir a cero las sumas de excitación. Placer y displacer no corresponde a aumento y disminución de una cantidad o “tensión de estímulo”. No depende del factor cuantitativo sino de un carácter de él cualitativo. El principio de Nirvana, súbdito de la pulsión de muerte, experimentó una modificación por la cual devino principio de placer. Esta modificación fue la pulsión de vida que se conquistó un lugar junto a la pulsión de muerte en la regulación de los procesos vitales. El principio de Nirvana expresa la tendencia de la pulsión de muerte cuya meta es conducir la inquietud de la vida a la estabilidad de lo inorgánico; el principio de placer, el guardián de la vida, subroga la exigencia de la de la libido, y su modificación, el principio de realidad, el influjo del mundo exterior.

El masoquismo se expresa de tres formas: como condición de excitación sexual (erógeno), como expresión de la naturaleza femenina, y como norma de la conducta de vida (moral). En el primero, el placer de recibir dolor, se encuentra el fundamento de las otras dos formas. La tercera es un sentimiento inconsciente de culpa.

En el masoquismo femenino las escenificaciones de los perversos responden a fantasías de personas masoquistas que desembocan en el acto onanista o figuran la satisfacción sexual por sí solos. El masoquista quiere ser tratado como un niño pequeño, desvalido y dependiente. Ponen a la persona en una situación femenina: castrado, poseído sexualmente o parir.

Se basa en el masoquismo primario, erógeno, el placer de recibir dolor. La excitación sexual se genera como efecto colateral a raíz de una serie de procesos internos para lo cual basta que la intensidad rebase ciertos límites cuantitativos. La excitación de dolor y displacer tendrían esa consecuencia. En el ser vivo la libido se enfrenta con la pulsión de destrucción que querría desagregarlo y llevarlo a la condición de estabilidad inorgánica pulsión de muerte versus pulsión de vida. La tarea de la libido es volver inocua esta pulsión desviándola (con ayuda de la musculatura) hacia fuera hacia los objetos del mundo. Un sector de esta pulsión se pone al servicio de la función sexual: es el sadismo. Otro sector no obedece este traslado, permanece en el interior y es ligado libidinosamente con la ayuda de la coexcitación sexual: el masoquismo erógeno originario.

Se produce una mezcla y una combinación de proporciones variables entre las dos pulsiones. Se encuentran contaminadas. A una mezcla puede corresponderle una desmezcla.

La pulsión de muerte en el interior del organismo (el sadismo primordial) es idéntica al masoquismo. Después que su parte primordial fue trasladada afuera, en el interior permanece el genuino masoquismo erógeno, que devino un componente de la libido pero tiene como objeto al ser propio. Es un testigo de la ligazón entre Eros y Thánatos. El sadismo proyectado puede ser introyectado y producir un masoquismo secundario que se añade al originario.

El masoquismo erógeno acompaña a la libido en sus fases de desarrollo: la angustia de ser devorado por el padre (o animal totémico) proviene de la organización oral; el deseo de ser golpeado por él de la sádico-anal; la castración interviene en el contenido de las fantasías masoquistas como sedimento del estadio fálico; las situaciones de ser poseído sexualmente y parir derivan de la organización genital.

En el masoquismo moral no importa quien infrinja el padecimiento; son los casos de reacción terapéutica negativa por sentimiento inconsciente de culpa. Este sentimiento es una necesidad de castigo cuya satisfacción es el rubro más fuerte de la ganancia de la enfermedad. El Superyo tiene la función de la conciencia moral, el sentimiento de culpa expresa una tensión entre el Yo y el Superyo. El Yo reacciona con angustia de la conciencia moral ante la percepción que no está a la altura de los reclamos de su Superyo. Él posee el arquetipo a que puede aspirar el Yo. El Superyo es subrogado tanto del Ello como del mundo exterior. Debe su génesis a los primeros objetos de las mociones libidinosas del Ello: la pareja parental. Ésta fue introyecta en el Yo a raíz de lo cual el vínculo fue desexualizado y se superó el Complejo de Edipo. El Superyo conservó caracteres esenciales de las personas introyectadas: su poder, severidad, inclinación a la vigilancia y castigo. La severidad resulta acrecentada por la desmezcla de pulsiones que acompaña la introducción en el Yo. Ahora el Superyo, la conciencia moral, se vuelve duro, cruel. El Superyo es el sustituto del Complejo de Edipo; deviene representante del mundo exterior y arquetipo para el querer alcanzar del Yo.

Las personas aquejadas por una inhibición moral poseen un sadismo acrecentado del Superyo que somete al Yo; en el masoquismo moral es un genuino masoquismo del Yo que pide castigo. En ambos casos se satisface mediante castigos.

El masoquismo moral es el testimonio de la mezcla pulsional; su peligro se debe a que desciende de la pulsión de muerte, que se ha sustraído a su vuelta hacia fuera. Tiene el valor de un componente erótico, por lo que la autodestrucción se produciría con satisfacción libidinosa.

Resexualizacion de la moral

En el texto El Yo y el Ello (1923):el Superyo es sublimación, identificación con el arquetipo paterno que fue desexualizado;

 

Más allá del principio de placer (1920)

 

  1. El decurso de los procesos anímicos es regulado en parte por el principio de placer. Lo pone en marcha una tensión displacentera y adopta tal orientación que su resultado coincide con una disminución de aquella. La exposición metapsicológica tiene en cuenta el papel económico. Placer y displacer dependen de la cantidad de excitación presente en la vida anímica y no ligada. El aparato se afana por mantener lo más bajo posible la cantidad de excitación presente en él. El principio de placer es el modo de trabajo primario del aparato anímico y se deriva del principio de constancia. Sin embargo existen también fuerzas que contrarían este principio.

Una de las inhibiciones el principio de realidad que pospone la satisfacción tolerando el displacer. Otra fuente de desprendimiento de displacer surge de los conflictos y escisiones producidos en el aparato, por medio de la represión de ciertas pulsiones que se les cohíbe la satisfacción. Si consiguen procurarse una satisfacción por ciertos rodeos, es sentido por el aparato como displacer. El principio de placer sufre otra ruptura en el momento en que las pulsiones ganan un placer en obediencia a ese principio. Todo displacer neurótico es un placer que no puede ser sentido como tal.

  1. La neurosis traumática sobreviene tras conmociones mecánicas u accidentes que aparejaron riesgo de muerte. La causación se sitúa en el factor sorpresa: el terror.

La angustia designa un estado de expectativa frente al peligro y preparación para él.

El miedo requiere un objeto determinado.

El terror se produce cuando se corre un peligro sin estar preparado.

En la angustia hay algo que protege contra el terror. La vida onírica de la neurosis traumática reconduce al enfermo una y otra vez a la situación de su accidente de la cual despierta con renovado terror. El enfermo está fijado psíquicamente al trauma. La función del sueño resultó afectada y desviada de sus propósitos.

En el juego del fort-da, el niño arroja lejos de sí un juguete con un fuerte y prolongado “o-o-o-o” (fort = se fue). Cuando jugaba con un carretel, lo atraía hacia sí tirando del piolín mientras  decía “da” (acá está). La más de las veces sólo se observaba el juego del fort. El juego se entramaba con su renuncia pulsional de admitir la partida de la madre. La repetición iba conectada a una ganancia de placer de otra índole. Presupone la existencia de tendencias situadas más allá del principio de placer, originarias e independientes.

III. En la cura psicoanalítica el enfermo se ve forzado a repetir lo reprimido como vivencia presente, en vez de recordarlo. Esta reproducción tiene siempre un fragmento del complejo de Edipo que se juega en el terreno de la transferencia. En éste momento la anterior neurosis se sustituyó por una neurosis de transferencia. Lo reprimido no ofrece resistencia alguna a la cura. La resistencia proviene de los mismos estratos de la vida psíquica que llevaron a la represión. El yo coherente se opone a lo reprimido. En el primero, de modo inconsciente, se encuentra el núcleo del yo. La resistencia parte del Yo, y la compulsión a la repetición se adscribe a lo reprimido inconsciente. La resistencia del Yo está al servicio del principio de placer. Quiere ahorrar el displacer que produciría la liberación de lo reprimido. La compulsión de repetición hace revivenciar operaciones de mociones pulsionales reprimidas que provocan displacer al Yo. La compulsión a la repetición devuelve, además de vivencias que puede hacer sentir placer para un sistema, otras que bajo ningún punto de vista puede producir placer.

El florecimiento temprano de la vida sexual infantil estaba destinado a sepultarse porque sus deseos eran inconciliables con la realidad. La pérdida de amor y el fracaso dejaron un daño permanente del sentimiento de sí, como cicatriz narcisista, que provocará más adelante un sentimiento de inferioridad. La investigación sexual así como el vínculo establecido con el progenitor sucumbieron al desengaño. Los neuróticos repiten en la transferencia todas estas ocasiones indeseadas y dolorosas reanimándolas. Las pulsiones que estaban destinadas a conducir a la satisfacción llevaron a displacer; y más allá de eso se la repite compulsivamente. Este eterno retorno de lo igual se instaura más allá del principio de placer. A esto se adhieren los sueños traumáticos y el juego del fort-da.

  1. La conciencia es sólo una función de los procesos anímicos. Brinda percepciones de excitación que provienen del exterior, y sensaciones del interior. El Prcc está vuelto hacia el mundo externo y envuelve los otros sistemas psíquicos. Todos los procesos excitatorios de los otros sistemas dejan como secuela huellas permanentes que son la base de la memoria. Los más permanentes son los dejados por un proceso que nunca llegó a la conciencia. Si permanecieran siempre concientes pronto reducirían la aptitud de este sistema para la recepción de nuevas excitaciones. Para un sistema es inconciliable el devenir-conciente y dejar como secuela una huella mnémica. En el sistema Cc el proceso excitatorio deviene conciente pero no le deja huella; todas las huellas se producen a raíz de la propagación de la excitación a los sistemas internos contiguos. La conciencia surge en reemplazo de la huella mnémica. En la Cc a diferencia de los otros sistemas psíquicos, el proceso de excitación no deja tras sí una alteración permanente en sus elementos sino que se agota en el devenir conciente. Esto es porque el sistema Cc está en constante contacto con el mundo exterior.

La superficie o corteza en contacto con el mundo sirve como órgano receptor de estímulo. Por el incesante embate de los estímulos externos sobre la superficie de la vesícula, la sustancia de ésta se alteró hasta una cierta profundidad, de modo que el proceso excitatorio discurriese de distinta manera en los estratos más profundos. La corteza ofrece las condiciones favorables para la recepción de estímulos y no es susceptible de ulterior modificación. El paso de la excitación ya no puede imprimir ninguna alteración permanente a sus elementos. En el avance de un elemento al otro la excitación tiene que vencer una resistencia, y la reducción de ésta es un proceso de facilitación, que crea la huella permanente. En la Cc no subsisten resistencias de pasaje de esa índole entre un elemento y otro. La energía de investidura quiescente (ligada) no es conducida en la Cc sino la móvil (libre) susceptible de descarga.

Esta vesícula flota en medio de mundo cargado de energías y sería aniquilada si no estuviera provista de una protección antiestímulo. La superficie más externa se vuelve inorgánica, y opera apartando estímulos como una membrana. Las energías externas se propagan con una fracción de su intensidad. Los estratos contiguos que continúan vivos pueden recibir los volúmenes de estímulos filtrados. El estrato externo al morir preservó a los otros de sufrir tal destino. La tarea de protegerse es más importante que la de recibirlos. El organismo está dotado de una reserva enérgica propia, y en su interior se despliegan formas particulares de trasformación de la energía, y debe preservarlas del influjo nivelador de las energías hipergrandes. Estos estratos se internaron en lo profundo del cuerpo, pero parte quedó atrás en los órganos sensoriales, que tienen dispositivos destinados a recibir acciones estimuladoras específicas, y mecanismos preventivos para una ulterior protección contra volúmenes de estímulo y apartamento de variedades inadecuadas tomando solo pizcas del mundo exterior.

Los procesos anímicos inconscientes son atemporales. El tiempo no altera nada en ellos, no pueden representarse temporalmente y su ordenamiento no es temporal. Nuestra representación del tiempo corresponde al modo de trabajo del sistema Prcc.

El sistema Cc o estrato cortical sensitivo recibe también excitaciones desde adentro, pero la protección desde adentro es imposible, y recibe excitaciones desde los estragos más profundos de manera directa. Esto determina la prevalencia de sensaciones de placer-displacer por sobre los estímulos externos, y la orientación de la conducta respecto de las excitaciones internas que produzcan una multiplicación de displacer demasiado grande. Se tenderá a tratarlas como si obrasen desde afuera a fin de poder aplicarles el medio defensivo. Este es el origen de la proyección.

Las excitaciones externas que poseen fuerza suficiente para perforar la protección son traumáticas. Un trauma provocará una perturbación en la economía energética del organismo y pondrá en acción la defensa. El principio de placer quedará abolido; el aparato quedó avasallado por grandes volúmenes de estímulo que penetraron, y la tarea es dominar el estímulo ligando psíquicamente los volúmenes de estímulo a fin de conducirlos a su tramitación.

Donde la protección fue perforada, afluyen continuas excitaciones al aparato, y es movilizada la energía de investidura a fin de crear en el entorno del punto de intrusión una investidura energética de nivel correspondiente. Se produce una contrainvestidura que empobrece los otros sistemas, rebajando cualquier otra operación psíquica. Un sistema de elevada investidura es capaz de recibir nuevos aportes de energía y trasmudarlos en investidura ligada. Cuanta mayor energía quiescente posea, mayor será su fuerza ligadora.

Hay dos formas de energía, una investidura en libre fluir que esfuerza en pos de su descarga, y una quiescente de los elementos del sistema. La ligazón consiste en un pasaje de libre fluir al estado quiescente.

La neurosis traumática es resultado de la ruptura de la protección antiestímulo del órgano anímico. El terror es producto de la falta de apronte angustiado que conlleva la sobreinvestidura de los sistemas que reciben el estímulo. A falta de éste los sistemas no están en buena situación para ligar los volúmenes de excitación sobrevivientes. El apronte angustiado constituye la última trinchera de la protección. Los sueños que reconducen al enfermo a la situación no están al servicio del cumplimiento de deseo, contribuyen a otra tarea: buscan recuperar el dominio sobre el estímulo por medio de un desarrollo de angustia cuya omisión causó la neurosis. Esta función es independiente y más originaria que el propósito de ganar placer. Los sueños de angustia son una excepción al cumplimiento de deseo. Obedecen a la compulsión de repetición que se apoya en el deseo de convocar lo olvidado y reprimido. Hubo un tiempo anterior a la tendencia del sueño al cumplimiento de deseo.

En los casos de herida física, la conmoción mecánica al ser una de las fuentes de excitación sexual y los dolores al ser un poderoso influjo sobre la distribución de la libido, liberan el quantum de excitación sexual cuya acción traumática es debida a la falta de apronte angustiado, y ligarían el exceso de excitación al reclamar una sobreinvestidura narcisista del órgano doliente.

  1. Las excitaciones que ingresan al aparato sin el resguardo de la protección, adquieren la mayor importancia económica y dan ocasión a perturbaciones. Las fuentes de esa excitación interna son las pulsiones: los representantes de todas las fuerzas eficaces del interior del cuerpo que se transfieren al aparato anímico. Las mociones pulsionales obedecen al proceso libremente móvil que esfuerza en pos de la descarga. En el inconsciente las investiduras pueden trasferirse, desplazarse y condensarse. Estos procesos que ocurren en el inconsciente son el proceso primario, y el que rige la vida de vigilia el secundario, que posee investidura ligada. La tarea de los estratos superiores (Prcc-Cc) es ligar las excitaciones de las pulsiones del proceso primario. El fracaso de la ligazón produce una perturbación análoga a la neurosis traumática. Solo tras una ligazón se produce el imperio del principio de placer con su modificación en el principio de realidad. En el juego infantil se repite la vivencia displacenterajuego del fort-da. Además el niño repite activamente para dominar lo que vivió pasivamente; pero exigirá la identidad de la impresión. El reencuentro de la identidad por la repetición constituye una fuente de placer. En el analizado, en cambio, la compulsión a la repetición de la transferencia se sitúa en todos los sentidos más allá del principio de placer. Las huellas mnémicas reprimidas de sus vivencias infantiles subsisten en estado libre, y son insusceptibles del proceso secundario. Esta condición es esencial para formar, adhiriéndose a los restos diurnos, una fantasía de deseo figurada en el sueño.

La compulsión a la repetición es un carácter universal de las pulsiones. La pulsión es un esfuerzo, inherente a lo vivo, de reproducción de un estado anterior que lo vivo debió resignar bajo el influjo de fuerzas perturbadoras externas. Las pulsiones tienen una naturaleza conservadora. Todas las pulsiones quieren reproducir algo anterior, dirigidas a la regresión, al restablecimiento de lo anterior. La meta es un estado antiguo, inicial que lo vivo abandonó y al que aspira a regresar por todos los rodeos de la evolución. La meta de la vida es la muerte, lo inanimado estuvo antes que lo vivo.esta es la pulsión que existe mas alla del principio del placer, TANATHOS, la pulsión de muerte

En algún momento por intervención de fuerzas se suscitó en la materia inanimada las propiedades de la vida. La tensión generada pugnó por nivelarse: así nació la primera pulsión, de regresar a lo inanimado. Hasta que decisivos influjos externos se alteraron de tal modo que forzaron a la sustancia aún sobreviviente a desviarse respecto del camino vital originario y dar rodeos más complicados antes de alcanzar la meta. Estos rodeos son retenidos por las pulsiones conservadores, que luchan contra influencias que podrían ayudar al organismo a alcanzar su meta vital por el camino más corto. Son pulsiones parciales destinadas a asegurar el camino hacia a la muerte y alejar otras posibilidades de regreso a lo inorgánico que no sean las inmanentes. Las pulsiones sexuales son conservadoras en el mismo sentido que las otras en cuanto espejan estados anteriores de la sustancia viva, son resistentes a injerencias externas, y conservan la vida por lapsos más largos. Las pulsiones que llevan a la muerte buscan el camino más corto; las sexuales llegadas a cierto punto, se lanzan hacia atrás para volver a retomar el camino y prolongar la duración del trayecto. Tanto el progreso evolutivo como involutivo es resultado de fuerzas externas que esfuerzan a la adaptación, y las pulsiones intentan conservar la alteración impuesta. Un mayor perfeccionamiento se alcanza como resultado de la represión de las pulsiones sobre lo cual se edifica lo más valioso que hay en la cultura humana. La pulsión aspira a su plena satisfacción, que consiste en la vivencia primaria de satisfacción; toda sublimación o formación sustitutiva es insuficiente para cancelar su tensión y la diferencia entre la satisfacción hallada y la pretendida engendra el factor pulsionante. El camino a la satisfacción es obstruido por las resistencias; entonces no queda más que avanzar por la otra dirección.

  1. Las pulsiones Yoicas (de muerte) provienen de la animación de la materia inanimada y quieren restablecer la condición originaria; las sexuales reproducen estados primitivos del ser, pero la meta es la fusión de dos células sexuales germinales diferenciadas. Si esta unión no se produce la célula germinal muere. Sólo bajo ésta condición puede prolongar la vida. Desde el punto de vista biológico, el soma o cuerpo es mortal, pero las células germinales son potentia, inmortales en cuanto son capaces de desarrollarse en un nuevo soma. Hay un componente pronunciado hacia la muerte, excepto el material genésico y hereditario. Desde el psicoanálisis este material corresponde a las pulsiones sexuales que aspiran a la renovación de la vida y la realizan.

Una parte de las pulsiones Yoicas que hasta ahora eran tratadas como opuestas a las sexuales, tienen también una parte libidinosa que se ha tomado por objeto al yo propio. Estas pulsiones de autoconservación narcisista debieron computarse entre las pulsiones sexuales libidinosas. Las pulsiones sexuales entonces son yoicas y de objeto, contrapuestas a las pulsiones de muerte. La pulsión sexual es el Eros que conserva y une, y tiende a la cohesión. La unión genésica produce un efecto fortalecedor y rejuvenecedor. El proceso vital del individuo lleva a la nivelación de tensiones (a la muerte), mientras que la unión con una sustancia viva o un individuo diferente aumenta estas tensiones, introduce nuevas diferencias vitales. La tendencia dominante de la vida anímica es la de rebajar la tensión interna de estímulo. La reproducción produjo una ventaja que fue mantenida durante la evolución; las pulsiones que quieren producir la unión sexual repetirían algo que una vez ocurrió por casualidad y se afianzó por ser ventajoso. El Eros procura esforzar las partes de las sustancia viva hacia otras y cohesionarlas. Las pulsiones sexuales son parte de este Eros vueltos hacia el objeto. Actúa desde el comienzo de la vida y entra en oposición a la pulsión de muerte.

La afirmación del carácter regresivo de las pulsiones descansa, también, en la compulsión a la repetición. 

VII. Una de las tareas más tempranas e importantes del aparato es ligar las mociones pulsionales que le llegan, sustituir el proceso primario que gobierna en ellas por el secundario. La ligazón es un acto preparatorio que introduce el principio de placer. El principio de placer es una tendencia que está al servicio de la función de mantener el aparato exento de excitación, y mantener en el mínimo el monto de excitación. La función participa en la aspiración de volver hacia lo inorgánico. El acto sexual trae aparejado una momentánea extinción de una excitación extrema. La ligazón acomoda la excitación para luego tramitarla hacia la descarga.

Los procesos no ligados provocan sensaciones más intensas que los ligados. Los primarios son más tempranos. Las pulsiones de vida aportan tensiones cuya tramitación es sentida como placer, mientras que las pulsiones de muerte parecen realizar su trabajo en forma inadvertida.

El Yo y el Ello (1923)

 

  1. Conciencia e Inconsciente: La conciencia es una cualidad de lo psíquico que puede añadirse a otras cualidades o faltar. La conciencia es una expresión descriptiva que invoca la percepción más inmediata y segura. Un elemento psíquico, (ej. una representación) no es conciente de forma duradera. El estado de la conciencia pasa con rapidez y puede volver a serlo bajo ciertas condiciones. Mientras tanto estuvo latente, fue susceptible de conciencia. Ha sido inconsciente desde el punto de vista descriptivo.

Desde el punto de vista dinámico, puede haber representaciones que no puedan ser concientes porque cierta fuerza se resista a ello. La represión (esfuerzo de desalojo) es el estado en que estas representaciones se encontraban antes de hacerse concientes y la resistencia es la fuerza que produjo y mantuvo la represión.

Hay dos modelos de Inconsciente: lo latente, susceptible de conciencia, y lo reprimido, insusceptible de conciencia. La primera es preconsciente y el segundo es inconsciente. El Prcc está mucho más cerca de la Cc que el Icc. En el sentido descriptivo hay dos clases de Icc, en el dinámico solo uno.

La conciencia depende del Yo; él gobierna los accesos a la motilidad, a la descarga de las excitaciones en el mundo exterior. Es la instancia anímica que ejerce un control sobre los procesos parciales, y que por la noche aplica la censura onírica. De él parten las represiones, que se contraponen al Yo y produce resistencias. Hay en el Yo algo inconsciente que se comporta como lo reprimido, exterioriza efectos sin devenir conciente. Hay una oposición entre el Yo coherente y lo reprimido escindido de él. Esta concepción estructural confirma que todo lo reprimido es Icc, pero lo Icc no coincide con lo reprimido. Una parte del Yo es Icc, no latente (no Prcc), es un tercer Icc, no reprimido.

 

 

 

  1. El Yo y el Ello: La conciencia es la superficie del aparato anímico, es el primero desde el mundo exterior, espacialmente. Son Cc todas las percepciones que nos vienen de afuera (sensoriales) y de adentro sensaciones y sentimientos. La diferencia entre una representación Icc y Prcc es que la primera se consuma en algún material desconocido, y la Prcc se añade a la conexión con representaciones-palabra. Estas representaciones-palabra son restos mnémicos, fueron percepción y pueden devenir de nuevo concientes. Los restos son contenidos en sistemas contiguos al Prcc, por lo cual sus investiduras fácilmente pueden transmitirse hacia delante. En el caso de reanimación de un recuerdo la investidura se conserva en el sistema mnémico, mientras que en la alucinación o la percepción nace cuando la investidura desborda desde la huella mnémica sobre el elemento P y lo traspasa enteramente. Lo que quiere devenir conciente tiene que trasponerse en percepciones exteriores, a través de las huellas mnémicas.

Los restos de palabras provienen de percepciones acústicas a través de lo cual es dado un origen sensorial para el Prcc. La palabra es el resto mnémico de la palabra oída.

La manera de hacer Prcc lo Icc es restableciendo mediante el análisis, aquellos eslabones intermedios de palabras.

Las sensaciones displacenteras esfuerzan a la alteración y a la descarga, y el placer, en cambio se produce por la disminución de la investidura energética. Lo que deviene conciente como placer y displacer es un otro cuantitativo-cualitativo. Eso otro que se comporta como una moción reprimida puede desplegar fuerzas pulsionantes sin que el Yo note la compulsión. Sólo una resistencia a la compulsión, un retardo de la reacción de descarga hace conciente eso otro. También sensaciones y sentimientos sólo devienen concientes si alcanzan al sistema P. Las representaciones Icc necesitan eslabones de conexión Prcc, en cambio las sensaciones Icc no, ya que afloran directamente a la conciencia. Por mediación de las representaciones palabra los procesos internos de pensamiento se convierten en percepciones. A raíz de una sobreinvestidura del pensar los pensamientos devienen percibidos real y efectivamente como si fueran externos.

El Yo se ve a partir del sistema P, primero pasa por el Prcc, que se apuntala en los restos mnémicos, pero es además Icc. Esto otro en que se continúa el Yo y se comporta como Icc es Ello. El individuo es un Ello desconocido e inconsciente sobre lo cual se asienta el Yo, desde el sistema P, como si fuera su núcleo. El Yo no envuelve al Ello por completo sino en la extensión en que el sistema P forma su superficie. El Yo no está tajantemente separado del Ello, confluye hacia abajo con él. Pero también lo reprimido confluye con el Ello, es una parte de él. El Yo lleva además un casquete auditivo que se le asienta transversalmente.

 

 

El Yo es la parte del Ello alterada por la influencia directa del mundo exterior, con mediación de sistema P. Se empeña por hacer valer sobre el Ello el influjo del mundo externo, y reemplazar el principio de placer por el de realidad. La percepción es para el Yo como la pulsión para el Ello. Al Yo se le asigna el acceso a la motilidad. Toma las fuerzas del Ello, al que suele cumplir sus deseos haciéndolos pasar como la voluntad propia. Es una proyección psíquica de la superficie del cuerpo, además de representar la superficie del aparato.

La autocrítica y la conciencia moral son inconscientes y exteriorizan sus efectos. El sentimiento inconsciente de culpa desempeña un papel económico en un gran número de neurosis y levanta los más poderosos obstáculos para la curación.

III. El Yo y el Superyo: En la fase oral es imposible distinguir entre investidura de objeto e identificación. Las investiduras de objeto parten del Ello, el Yo recibe noticia de ellas y busca satisfacerlas o defenderse mediante la represión. El Ello sólo resigna sus objetos mediante una elección del objeto en el Yo; introyectándolo e identificándose con él. El carácter del Yo es una sedimentación de las investiduras de objeto resignadas.

Otro punto de vista enuncia que esta transposición de elección erótica de objeto en una alteración del Yo permite a éste dominar al Ello y profundizar sus vínculos con el Ello. Cuando el Yo cobra los rasgos del objeto se impone al Ello como objeto de amor; transpone libido de objeto en libido narcisista, resignando las metas sexuales y sublimando las mociones pulsionales. El Ello es el gran reservorio de la libido. La libido que afluye al Yo a través de las identificaciones produce el narcisismo secundario.

Los efectos de las primeras identificaciones serán universales y duraderos. La identificación con el padre de la prehistoria personal es una identificación inmediata y directa anterior a cualquier investidura de objeto. Las elecciones de objeto del primer período sexual tienen su desenlace en la identificación primaria, responsable de la conformación del Superyo. Dos factores intervienen: la disposición triangular Edípica y la bisexualidad constitucional del individuo.

La identificación primaria es la de los progenitores de la prehistoria personal, del complejo de Edipo, la identificación secundaria es la investidura de objetos en la que el Yo toma los rasgos de ellos para ser tomado por objeto de sí mismo.

El niño desarrolla una investidura de objeto hacia la madre, apuntalado en el pecho como ejemplo arquetípico de elección de objeto. Del padre se apodera por identificación. Por refuerzo de los deseos sexuales hacia la madre y la percepción del obstáculo que representa el padre, nace el complejo: la identificación con el padre se vuelve hostil, se trueca en el deseo de eliminarlo y sustituirlo. La relación se vuelve ambivalente. Con la caída del complejo se resigna la investidura de objeto de la madre: se reemplaza por una identificación con la madre o un refuerzo de la identificación-padre.

En la niña más que en el varón las identificaciones introducen en el Yo al objeto resignado: cuando renuncia al padre retoma y destaca su masculinidad y se identifica con el padre que es el objeto perdido. Depende de que sus disposiciones masculinas posean intensidad suficiente.

Por lo tanto el desenlace de la situación Edípica depende de la intensidad de las disposiciones sexuales. Otro de los modos en que la bisexualidad interviene en el destino del complejo, es en caso de duplicación del mismo: el niño tiene Edipo positivo y negativo al mismo tiempo, posee una actitud ambivalente hacia el padre y una elección tierna hacia la madre, pero simultáneamente se comporta como niña, mostrando una actitud femenina hacia el padre y una hostil hacia la madre. Esto dificulta penetrar en las constelaciones de las elecciones de objeto e identificación primarias. El Edipo Completo culmina cuando las cuatro aspiraciones se desdoblan de tal manera de que surge una identificación padre y madre; la identificación padre retendrá el objeto madre del complejo positivo y el padre del complejo invertido; y lo mismo la identificación madre. Estas identificaciones que son alteraciones del Yo se enfrentan al otro contenido del Yo como Superyo. No es un residuo de las primeras elecciones de objeto del Ello, sino que son una formación reactiva frente a ellas. Su vínculo con el Yo no es sólo una advertencia (ser como el padre) sino es también una prohibición (no puede ser como el padre = debe resignar a su madre como objeto de amor). Debe su génesis a la represión del Complejo de Edipo. El padre fue el obstáculo para la realización de los deseos y el Yo se fortaleció de la represión erigiendo sobre sí el mismo obstáculo: al padre. Toma prestada del padre su fuerza, conserva su carácter en el Superyo y cuanto más intenso fue el complejo y más rápido se produjo su represión, tanto más riguroso devendrá el Superyo como sentimiento inconsciente de culpa del Yo.

La génesis del Superyo es el resultado de dos factores biológicos: el desvalimiento y la dependencia del ser humano durante su infancia, y el Complejo de Edipo. El Superyo es la representación del representante de nuestro vínculo parental. Es la herencia del Complejo de Edipo, expresión de las más potentes mociones y los más importantes destinos libidinales del Ello. Mediante su institución el Yo se apodera del complejo y se somete al Ello. El Yo representa el mundo exterior; el Superyo es el abogado del mundo interior: del Ello. La tensión entre las exigencias de la conciencia moral y las operaciones del Yo es sentida como sentimiento de culpa.

La diferenciación entre Yo y Ello es la expresión necesaria del influjo del mundo exterior. El Superyo se genera por aquellas vivencias que llevaron al totemismo. Las vivencias del Yo parecen perderse, pero si se repiten con frecuencia e intensidad en muchos individuos se transponen en vivencias del Ello cuyas impresiones son conservadas por herencia. El Ello albergo los restos de innumerables existencias-yo y cuando el Yo extrae del Ello la fuerza para su Superyo, saca plasmaciones yoicas más antiguas.

  1. Las dos clases de pulsiones: El Yo se encuentra bajo la influencia de la percepción; el Ello bajo las pulsiones; pero el Yo está sometido a la acción de las pulsiones lo mismo que el Ello, del que no es más que un sector modificado.

Hay dos tipos de pulsiones: las sexuales o Eros, formadas por las pulsiones sexuales no inhibidas, las sublimadas y de meta inhibida, y las pulsiones de autoconservación; y la pulsión de muerte, encargada de reconducir al ser vivo al estado inerte. El Eros persigue la meta de complicar la vida mediante la reunión, la síntesis de la sustancia viva dispersada en partículas para conservarla.

Ambas se comportan de manera conservadora en sentido estricto, pues aspiran a restablecer un estado perturbado por la génesis de la vida. La vida sería un compromiso entre dos aspiraciones: la causa de que continúe la vida y la pugna hacia la muerte. Con cada una de estas clases de pulsiones se coordinaría un proceso fisiológico particular: anabolismo y catabolismo. En cada fragmento estarían activas ambas en una mezcla desigual. Como consecuencia de la unión de los organismos elementales en seres pluricelulares se consiguió neutralizar la pulsión de muerte de las células singulares y desviar hacia el mundo exterior las mociones destructivas por mediación de la musculatura. La pulsión de muerte se exteriorizaría como pulsión de destrucción dirigida al mundo exterior y a otros seres vivos. La pulsión de destrucción es sincronizada a fines de la descarga al servicio del Eros. La esencia de una regresión libidinal estriba en una desmezcla de pulsiones y a la inversa, el progreso tiene por condición un suplemento de componentes eróticos.

En la vida anímica hay una energía desplazable que puede agregarse a una moción erótica o destructiva y elevar su investidura. En las pulsiones sexuales parciales, es posible comprobar algunos procesos similares: se comunican entre sí, una puede donar su intensidad a otra que proviene de otra fuente; la satisfacción de una puede sustituir la de la otra. Esta energía activa tanto en el Yo como en el Ello proviene del acopio libidinal narcisista, o sea, Eros desexualizada. Esta libido trabaja al servicio del principio de placer para facilitar ciertas descargas. Esta energía de desplazamiento es libido desexualizada o sublimada, pues seguiría perseverando con el propósito del Eros de unir y ligar.

Al principio toda libido está acumulada en el Ello, en tanto el Yo está formándose. El Ello envía una parte de esta libido a investiduras eróticas de objeto luego de lo cual el Yo fortalecido procura apoderarse de esta libido de objeto e imponerse al Ello como objeto de amor. El narcisismo del Yo es un narcisismo secundario, sustraído de los objetos.

Las mociones pulsiones se revelan como retoños del Eros. Las pulsiones de muerte son esencialmente mudas y casi todo el alboroto de la vida parte del Eros. Las pulsiones de destrucción dirigidas hacia afuera han sido desviadas del sí mismo propio por la mediación del Eros.

  1. Los vasallajes del Yo: El Yo se forma desde identificaciones que toman el relevo de investiduras del Ello resignadas. Las primeras de estas identificaciones se contraponen como Superyo. El Superyo es el heredero del Complejo de Edipo y conserva su carácter originario: su capacidad para contraponerse al Yo y dominarlo. Es el monumento recordatorio de la endeblez y dependencia en que el Yo se encontró. Al descender de las primeras investiduras de objeto del Ello lo pone en relación con las adquisiciones filogenéticas de éste y lo convierte en reencarnación de anteriores formaciones yoicas. Se sumerge en el Ello por lo que se distancia del Yo.

En la clínica se produce en algunos casos una reacción terapéutica negativa en la que el paciente refuerza sus síntomas frente a una mejoría en el tratamiento. No prevalece la voluntad de curar sino la necesidad de estar enfermos. Esta resistencia a la cura es más poderosa que otros como la inaccesibilidad narcisista, la actitud negativa frente al médico o la ganancia de la enfermedad. Se trata de un sentimiento de culpa que halla su satisfacción en la enfermedad y no quiere renunciar al castigo del padecer. Ese sentimiento de culpa es mudo para el enfermo.

En la neurosis obsesiva el sentimiento de culpa es hiperexpreso, y el Yo se revuelve frente a ellos y produce formaciones reactivas. El Superyo está influido por el Ello Icc.

En la melancolía el Superyo ha arrastrado la conciencia pero el Yo se confiesa culpable y se somete al castigo. El objeto al que se dirige la cólera ha sido acogido en el Yo por identificación. En ambos casos el sentimiento de culpa es conciente.

En la histeria el sentimiento de culpa permanece Icc, el Yo se defiende de la percepción penosa con que lo amenaza la crítica del Superyo, y lo reprime. En este caso se vale de la misma arma que está al servicio del Superyo, contra su amo. Mantiene lejos el material a que se refiere su sentimiento de culpa.

El Superyo proviene también de lo oído y es una parte del Yo accesible a la conciencia desde representaciones palabra Prcc (conceptos, abstracciones); pero la energía de investidura le es aportada por las fuentes del Ello.

La conservación del objeto garantiza la seguridad del Yo. En la neurosis obsesiva la regresión a la organización pregenital hace posible que los impulsos de amor se traspongan en impulsos de agresión hacia el objeto. La pulsión de destrucción queda liberada y quiere aniquilar al objeto. El Yo se revuelve contra estas tendencias con formaciones reactivas y medidas precautorias, y permanecen en el Ello. El Superyo se comporta como si el Yo fuera responsable de ellas. El Yo desvalido se defiende contra el Ello agresivo y el Superyo castigador. Consigue inhibir las acciones más groseras de ambos, y el resultado es un automartirio y al final, una martirización sistemática del objeto. El Ello es totalmente amoral, el Yo se empeña en ser moral y el Superyo es hipermoral, incluso cruel. Cuanto más se empeñe el ser humano en limitar su agresión, más severo se torna su Superyo. La explicación se halla en que el Superyo es sublimación, identificación con el arquetipo paterno que fue desexualizado; se produjo una desmezcla pulsional, el componente erótico no tiene fuerza para ligar la destrucción y ésta se libera como agresión de la que toma su fuerza y crueldad. También la desmezcla se puede producir por regresión (como en la neurosis obsesiva).

Las pulsiones de muerte se tornan inofensivas por mezcla con componentes eróticos, se desvían hacia fuera como agresión y en buena parte prosiguen su trabajo sin obstáculos.

El Yo, entonces, está encargado de establecer el ordenamiento temporal de los procesos anímicos y someterlos al examen de la realidad; aplaza las descargas motrices y gobierna los accesos a la motilidad por medio del pensamiento; se enriquece desde afuera y desde el Ello al cual sustrae libido, transforma las investiduras de objeto del Ello en conformaciones del Yo; con ayuda del Superyo se nutre de las experiencias de la prehistoria almacenadas en el Ello.

Sufre la amenaza de tres clases de peligros: del mundo exterior, de la libido del Ello y de la severidad del Superyo. El Yo pretende mediar entre el mundo y el Ello, hacer que el Ello obedezca al mundo y que el mundo cumpla los deseos de él. Es el auxiliador del Ello, pero también es su siervo.

Hay dos caminos por el que el contenido del Ello puede penetrar en el Yo: uno es el directo, el otro a través del Superyo.

Mediante su trabajo de identificación y sublimación, presta auxilio a las pulsiones de muerte para dominar a la libido, pero cae en el peligro de sucumbir a ellas. A fin de prestar ese auxilio, él mismo tuvo que llenarse con libido, y devenir subrogado del Eros. Pero como la sublimación tiene por consecuencia una desmezcla pulsional y liberación de Thánatos sobre el Superyo, su lucha contra la libido lo expone al peligro del maltrato y de la muerte.

El Yo es el almácigo de la angustia; desarrolla el reflejo de huida retirando su propia investidura de la percepción amenazadora o del proceso del Ello. Frente al Superyo el Yo produce la angustia de la conciencia moral. El núcleo en torno al cual se deposita esta angustia es la angustia de castración.

 

Inhibición, síntoma y angustia (1926)

I.

  

 

  1. (Neurosis obsesiva). En la histeria de conversión no se presenta la angustia, los síntomas más frecuentes son procesos de investidura permanentes o intermitentes. Sustituyen a un decurso excitatorio perturbado concentrando toda la energía en ese fragmento.

En la neurosis obsesiva los síntomas son o bien prohibiciones, medidas precautorias, penitencias, o satisfacciones sustitutivas con disfraz simbólico. También la inclinación a la síntesis puede provocar satisfacción en la prohibición. Se asiste aquí a una lucha continuada contra lo reprimido, y el yo y el superyo participan en la formación de síntoma. La situación inicial de la neurosis obsesiva así como de la histeria es la defensa contra las exigencias libidinosas del complejo de Edipo. Cuando el Yo da comienzo a sus intentos defensivos se propone como meta rechazar la organización fálica hacia el estadio anterior sádico-anal. Entonces el estadio fálico se ha alcanzado en el momento del giro hacia la neurosis obsesiva.

La regresión se puede explicar por una desmezcla de pulsiones, en la segregación de los componentes eróticos que al comienzo de la fase genital se habían sumado a las investiduras destructivas de la fase fálica. La regresión es el primer éxito del Yo en la lucha defensiva contra la exigencia de la libido. El complejo de castración es el motor de la defensa y ésta cae sobre las aspiraciones del complejo de Edipo. La represión es sólo uno de los mecanismos de que se vale la defensa. En el período de latencia, que se caracteriza por el sepultamiento del complejo de Edipo, se consolida el Superyo y se levantan las barreras éticas del Yo. En la neurosis obsesiva se le agrega la degradación regresiva de la libido, el Superyo se vuelve particularmente severo, el Yo desarrolla en obediencia al Superyo elevadas formaciones reactivas de la conciencia moral, la compasión, la limpieza. Se proscribe la tentación a continuar con el onanismo de la primera infancia que se apuntala en representaciones regresivas (sádico-anales); todo onanismo sofocado fuerza en la forma de acciones obsesivas una aproximación cada vez mayor a su satisfacción.

Junto a la represión y la regresión un nuevo mecanismo de defensa son las formaciones reactivas dentro del Yo, que son exageraciones de la formación normal del carácter. El Superyo no puede sustraerse de la regresión y desmezcla de pulsiones del Ello.

En el período de latencia la defensa contra la tentación onanista es la tarea principal que produce una serie de síntomas que se repiten y presentan el carácter de un ceremonial. La libido se coloca en los desempeños que están destinados a ejecutarse automáticamente: lavarse, vestirse, la locomoción, la inclinación a la repetición. La sublimación de componentes de erotismo anal desempeña un papel en la neurosis.

En la pubertad la organización genital se reinstala con gran fuerza, se vuelven a despertar las mociones agresivas iniciales y un sector de las nuevas mociones libidinosas se ve precisado a marchar por las vías que prefiguró la regresión, y a emerger en condición de propósitos agresivos y destructivos. La lucha contra la sexualidad continúa bajo banderas éticas, el yo se revuelve contra mociones crueles y violentas provenientes del Ello, (en realidad lucha contra deseos eróticos); el Superyo hipersevero se afirma en la sofocación de la sexualidad. Lo que defiende ha devenido mas intolerante; aquello de lo que se defiende más insoportable, todo producto de la regresión libidinal.

La representación obsesiva desagradable deviene conciente, pero antes ha atravesado la represión, y ha emergido desfigurado, como un sustituto de una imprecisión onírica o vuelto irreconocible mediante un absurdo disfraz. La represión elimina el carácter afectivo y la agresión aparece como un mero contenido de pensamiento. El Superyo se comporta como si la moción agresiva le fuera notoria en su verdadero texto y con pleno carácter de afecto. El Yo debe registrar un sentimiento de culpa y asumir una responsabilidad que no puede explicarse. Por medio de la represión el Yo se ha clausurado frente al Ello en tanto permanece accesible a los influjos que parten del Superyo. Pero también hay neurosis obsesivas sin sentimiento de culpa, se ahorra percibirlo mediante otra serie de síntomas, acciones de penitencia, etc. Tales síntomas significan al mismo tiempo satisfacciones de mociones pulsionales masoquista reforzadas por la regresión.

La tendencia general de la formación de síntoma es entonces la satisfacción sustitutiva a expensas de la denegación. El Yo cada vez más limitado, paralizado en su voluntad, se ve obligado a satisfacer sus síntomas.

VII. Caso del pequeño Hans: En las zoofobias el Yo procede contra una investidura de objeto libidinosa del Ello (del complejo de Edipo positivo o negativo) porque ceder a ella procura la castración. La corriente tierna (hacia la madre) es erótica, la agresiva (hacia el padre) depende de la pulsión de destrucción. En las neurosis el Yo se defiende de las exigencias libidinosas. Tras la formación de la fobia la ligazón con la madre ha sido reprimida y la formación sintomática es una sustitución en torno de la moción agresiva.

En el desarrollo libidinal el sadismo es un subrogado de la pulsión de agresividad. Las pulsiones vienen siempre ligadas en diversas proporciones de mezcla. La investidura sádica de objeto también es libidinosa y la moción agresiva puede ser sujeto de represión del mismo modo que la libidinosa erótica.

Tan pronto como se discierne peligro a la castración el Yo da la señal de angustia e inhibe el proceso de investidura amenazador del Ello a través de la instancia placer-displacer. Al mismo tiempo se produce la fobia. La angustia de castración recibe otro objeto y una expresión desfigurada (ej: ser mordido por el lobo en vez de ser castrado por el padre). La formación sustitutiva esquiva un conflicto de ambivalencia (el padre es un objeto amado y temido), y suspende el desarrollo de la angustia ya que en la fobia es facultativa: sólo emerge cuando su objeto es percibido. Impone al Yo una limitación, produce una inhibición. El peligro pulsional lo es porque conlleva un auténtico peligro exterior: la castración. La fobia sustituyó un peligro exterior por otro, nada cambió económicamente. A diferencia de la angustia realista el contenido de la angustia permanece inconsciente y solo deviene conciente la desfiguración.

En la agarofobia le quita su carácter peligroso mediante una regresión temporal y emerge como la condición bajo la cual omite la angustia: si una persona de su confianza lo acompaña como cuando niño.

La fobia se establece después que se vivencia en un circunstancia un primer ataque de angustia y reaparece cuando no se puede observar la condición protectora. En la neurosis el peligro es al castigo del Superyo eco del castigo de castración (interiorizado). El Superyo es el padre apersonal; la angustia se ha transmudado en angustia social o de la conciencia moral del cual el Yo se sustrae cumpliendo ciertos preceptos. La angustia es la reacción frente a la situación de peligro y el Yo se la ahorra evitando la situación. Los síntomas son creados para evitar la situación de peligro que es señalada mediante el desarrollo de angustia.

En el inconsciente no hay nada que pueda dar contenido a nuestro concepto de la aniquilación de la vida. La castración representa además la separación de las heces y el destete. La angustia de muerte es análoga a esta, el Yo reacciona por haber sido abandonado por el Superyo protector. A raíz de las vivencias que llevan a la neurosis traumática es quebrada la protección contra los estímulos exteriores y en el aparato ingresan volúmenes hipertróficos de excitación: no se limita a una señal-afecto sino que es también producido a partir de las condiciones económicas de la situación. La angustia como señal afecto de peligro es hacia la pérdida; la primera pérdida es el nacimiento, la separación de la madre (castración de la madre de acuerdo a la ecuación hijo = pene). Pero sin embargo la madre es aún ignorada como objeto, ergo, el nacimiento no es vivenciado subjetivamente como separación. Además la separación se siente como dolor y duelo, no como angustia.

VIII. En el estado de angustia se reproduce una vivencia que reunió las condiciones para un incremento del estímulo como el señalado y para la descarga por determinadas vías; el nacimiento es una vivencia arquetípica, sin embargo existe angustia sin el arquetipo del nacimiento. La angustia es una reacción frente al peligro que se suscitará cuando se presente un estado semejante. En la situación originaria la reacción fue justificada. En el nacimiento la inervación dirigida a los órganos de la respiración prepara la actividad pulmonar. Este acuerdo a fines falta en las posteriores reproducciones, de manera que reacciones con los viejos modelos. En cambio para prevenir el peligro es acorde con los fines.

En el nacimiento el peligro no es psíquico; el feto nota una perturbación en su libido narcisista; grandes sumas de excitación irrumpen y producen displacer. Muchos órganos se conquistan elevadas investiduras. Las fobias más tempranas no admiten reconducción al acto del nacimiento. El apronte angustiado surge más tarde y se mantiene durante el desarrollo anímico. En el niño la angustia se produce cuando la imagen mnémica de la persona añorada es investida intensivamente, al principio de forma alucinatoria. La reacción es frente a la ausencia del objeto (en la castración el objeto es el falo, y en la angustia primordial la separación de la madre) porque sabe por experiencia que satisface sus necesidades; la situación peligrosa es el aumento de la tensión de necesidad frente a la cual es impotente. La insatisfacción en que las magnitudes de estímulo alcanzan un nivel displacentero establece una analogía con la vivencia de nacimiento, la repetición de la situación de peligro. La perturbación económica por el incremento de magnitudes de estímulo en espera de tramitación, en caso del lactante que solo puede ser descargada por la madre. El niño sólo guarda de su nacimiento esta caracterización del peligro. La situación peligrosa que recuerda al nacimiento, al ser resuelta por un objeto exterior, se desplaza de la situación económica a su condición, la pérdida de objeto. Ahora el peligro es la ausencia de la madre, y da la señal de angustia tan pronto ella se ausenta, antes que sobrevenga la situación económica temida. La angustia es entonces una señal para evitar la situación de peligro. En la castración la alta estima narcisista por el pene se basa en la garantía de la reunión con la madre con el coito, sustituyendo al órgano por su propia persona. La privación de éste produce una nueva separación, y un nuevo desvalimiento a una tensión displacentera de la necesidad. La angustia del Superyo se puede explicar por angustia a la falta de amor de aquel, la exclusión de la horda, y la angustia de muerte (siendo el Superyo representante del destino).

La angustia es un estado afectivo que sólo puede registrarla el Yo producto de procesos devenidos en el Ello que pueden ser que active una de las situaciones peligrosas para el Yo (condicionamientos a partir de la situación de peligro primera), o que en él (Ello) se produzca una situación análoga al trauma de nacimiento y la angustia sobreviene automáticamente.

El desarrollo Yoico recibe cierta condición de angustia de acuerdo a la fase en la que se encuentre: en la etapa oral el desvalimiento; en la anal la pérdida de objeto; en la fálica la castración y en el período de latencia la angustia frente al Superyo.

IX:

 

  1. “Adenda”
  2. Modificación de opiniones anteriores
  3. Resistencia y contrainvestidura: la represión reclama un gasto permanente, sino la moción reprimida que recibe aflujos continuos desde sus fuentes retomaría el mismo camino que tuvo que desalojar y debería repetirse indefinidamente. La naturaleza de la pulsión exige asegurar al Yo su acción defensiva mediante un gasto continuo: La contrainvestidura, necesaria para la resistencia, presupone una alteración del Yo como formación reactiva en el interior del mismo, por refuerzo a la actitud opuesta a la orientación pulsional que ha de reprimirse. Estas son exageraciones de rasgos de carácter.

En la histeria hay un cierto grado de alteración del Yo que resuelve la ambivalencia (amor-odio). No muestran la naturaleza general de rasgos de carácter sino que se limitan a relaciones muy especiales; retiene un objeto. La moción pulsional reprimida puede ser investida nuevamente desde adentro por refuerzo de la pulsión y desde afuera por la percepción del objeto deseable para la pulsión. La contrainvestidura se dirige preferentemente hacia fuera para evitar situaciones en que la percepción puede emerger.

En las fobias hay un nexo mayor entre represión y contrainvestidura externa, y regresión y contrainvestidura interna (alteración del Yo por formación reactiva).

La resistencia la opera el Yo por sus contrainvestiduras. La reelaboración es el empeño en deshacer las represiones una vez formado el designio de resignar sus resistencias. Tras cancelar las resistencias es preciso superar la compulsión de repetición, la atracción de los arquetipos inconscientes sobre el proceso pulsional reprimido. Ese factor es una resistencia del Ello.

Hay cinco clases de resistencias: las Yoicas que son la represión, la transferencia (que consigue reanimar la represión mediante acciones hacia el analista) y la ganancia de la enfermedad (integración del síntoma en el Yo); del Ello la reelaboración; y del Superyo la consciencia de culpa o necesidad de castigo.

  1. Angustia por transmudación de libido: La vieja concepción de la angustia rezaba que ésta era provocada por el Yo bajo las condiciones del displacer; en términos económicos, la libido desautorizada o no aplicaba hallaba una descarga directa. La angustia era una repetición del trauma de nacimiento, y cada nuevo afecto de angustia es una forma de abreaccionarlo. Pero el nacimiento no se presenta en realidad como un trauma para el feto, sino que es un arquetipo de las situaciones posteriores de peligro. La angustia de nacimiento sería el arquetipo de un afecto que debía compartir los destinos de otros afectos. Habría una angustia involuntaria, automática, en situaciones análogas a las originarias como reacción inadecuada a fines; o el Yo adquiriría poder sobre él y lo reproduciría como una alerta frente al peligro para convocar la intervención del mecanismo placer-displacer, como acción acorde a fines, de acuerdo a las necesidades.
  2. Represión y defensa: La defensa es la designación general del que el Yo se vale en sus conflictos que llevan a la neurosis para proteger al Yo frente a exigencias pulsionales, y la represión es solo uno de los métodos de defensa.
  3. Complemento sobre la angustia

La angustia es expectativa, angustia ante algo indeterminado y ausente. Cuando halla un objeto no es angustia sino miedo.

Peligro realista es uno que anoticiamos y la angustia realista la sentimos frente a ésta clase de peligro. La angustia neurótica lo es ante un peligro del que no tenemos noticia, un peligro neurótico: un peligro pulsional. En el peligro realista hay dos reacciones: una afectiva (estallido de angustia) y una protectora, lo mismo que con el peligro pulsional. Lo significativo frente a la situación de peligro es nuestro desvalimiento frente a él, material de ese peligro real o psíquico en el caso pulsional. Una situación de desvalimiento vivenciada es traumática. Las situaciones traumáticas se prevén; en la situación de peligro se contiene la condición de esa expectativa. En ella se da la señal de angustia. Se anticipa (por analogía o expectativa) y se comporta como si estuviera ahí, cuando todavía se está a tiempo. La angustia es expectativa del trauma y repetición amenguada de él. La expectativa del trauma corresponde a la situación de peligro, y la repetición amengada a la situación traumática con ausencia de objeto.

La situación de peligro es la situación de desvalimiento discernida y esperada; la angustia es la reacción originaria frente al desvalimiento en el trauma. El Yo lo repite, lo reproduce activamente para guiar de manera autónoma su decurso, al igual que le niño que reproduce en el juego situaciones penosas transformándolas de pasivas a activas y dominar psíquicamente sus impresiones. El Yo se defiende del peligro pulsional del mismo modo que del peligro real externo, pero en el primer caso desemboca en la neurosis a consecuencia de una imperfección del aparato anímico. A su vez la exigencia pulsional es peligrosa porque conlleva un peligro externo. También un peligro externo tiene que enlazarse con una situación interna vivenciada de desvalimiento. En el nexo con esta vivencia traumática de desvalimiento coinciden peligro externo e interno.

  1. Angustia, dolor y duelo

El lactante siente angustia frente al peligro de pérdida de objeto (cuando la madre se ausenta). La situación en que extraña a la madre es no peligrosa sino traumática. Se vuelve tal al registrar una necesidad que la madre debe satisfacer. Cuando esa necesidad no es actual se muda en situación de peligro. La primera condición de angustia que el Yo introduce es la pérdida de la percepción (equiparada a la pérdida de objeto). Más tarde aprende que el objeto permanece pero puede hacerse malo, entonces el nuevo peligro y nueva condición de angustia será la pérdida de amor. La situación traumática de la ausencia de la madre diverge en un punto de la situación traumática de nacimiento ya que no existía objeto que pudiera extrañarse. La angustia era la única reacción posible. Repetidas satisfacciones crearon el objeto de la madre que en caso de despertarse la necesidad es investido creando una añoranza. El dolor es una reacción frente a la pérdida de objeto, la angustia lo es frente al peligro que esa pérdida conlleva y se desplazamiento al peligro de la pérdida en sí.

El dolor nace cuando un estímulo perfora la protección antiestímulo y actúa como un estímulo pulsional continuo frente al cual no hay reacción motriz adecuada. A raíz del dolor se genera una investidura elevada narcisista en el lugar doliente del cuerpo. La intensa investidura de añoranza en continuo crecimiento crea las mismas condiciones económicas que la investidura de dolor del lugar lastimado. El paso del dolor corporal al anímico corresponde a la mudanza de investidura narcisista en investidura de objeto. La representación-objeto que recibe una elevada investidura de la necesidad desempeña el lugar del cuerpo investido por incrementos de estímulo.

Caso juanito

l caso de Juanito se trata de una zoofobia histérica infantil; el miedo incomprensible al caballo sería el síntoma, la fobia, y a la incapacidad de salir a la calle, un fenómeno de inhibición, una restricción en las funciones del  yo que se impone para no despertar el síntoma de angustia. 
Juanito, dominado por el complejo de Edipo, se halla colocado en una situación de celos y hostilidad con respecto a su padre, al que, sin embargo, quiere entrañablemente. Nos encontramos, pues, ante un conflicto de ambivalencia: amor y odio, ambos justificados, con respecto a una misma persona. Su fobia tiene que ser una tentativa de solución de este conflicto.la angustia es la generada por el miedo a la castración

en juanito podemos ver la ambivalencia cuando el odio a su padre se puede interpretar en su fantasia de que el caballo se cae, ------------------------

 

Conferencia 29: Revisión de la doctrina de los sueños (1932)

 

También los sueños punitorios son cumplimientos de deseo, pero no de las mociones pulsionales, sino de la instancia criticadora, censuradora y punitoria de la vida anímica (Superyo) de quien depende la censura onírica. Las personas que han vivido un trauma psíquico se ven remitidas por el sueño con harta regularidad a aquella situación. También las primeras vivencias sexuales del niño están enlazadas con impresiones dolorosas de angustia, prohibición, desengaño y castigo a los cuales aduce el sueño, por lo tanto su carácter displacentero choca con el presupuesto de que el sueño es cumplimiento de deseo. Esas mismas vivencias van adheridos los deseos pulsionales incumplidos, imperecederos, que a lo largo de la vida donan la energía a la formación de sueños y en su violenta pulsión aflorante esfuerzan hacia la superficie también material de episodios sentidos como penosos. El trabajo del sueño se empeña en desmentir el displacer mediante desfiguración.

En la neurosis traumática los sueños desembocan en angustia. En este caso falla la función del sueño. El sueño es un intento de cumplimiento de deseo. Bajo ciertas circunstancias como la fijación inconsciente a un trauma (no ligado) debe resignar su tarea

 Conferencia 32: Angustia y vida pulsional (1933)

 

La angustia es un estado afectivo, determinadas sensaciones de la serie placer-displacer con las correspondientes inervaciones de descarga y su percepción. El nacimiento es el evento que deja tras sí esa huella afectiva. La primera angustia es por los cambios en la actividad del corazón y los pulmones: es tóxica. La angustia realista se produce frente al peligro real, un daño esperado de afuera, está al servicio de la autoconservación; la neurótica en cambio es enteramente enigmática, carente de fin. La angustia realista produce un estado de atención sensorial incrementada y tensión motriz que se llama apronte angustiado. A partir de ese estado se desarrolla la reacción de angustia. O bien el desarrollo de angustia, la repetición de la antigua vivencia traumática, se limita a una señal para desembocar en la huida, o lo antiguo prevalece, toda reacción se agota en el desarrollo de angustia y el estado afectivo resultará paralizante y desacorde con el fin.

La angustia neurótica puede ser: un estado de angustia libremente flotante, pronta a enlazarse de manera pasajera con cada nueva posibilidad que emerja (angustia expectante); ligada firmemente a determinados contenidos de representación en las fobias; y la angustia histérica que acompaña a síntomas o emerge de manera independiente como ataque o estado prolongado.

La expectativa angustiada tiene un nexo con la economía de la libido en la vida sexual. Se provoca una excitación pero no se satisface, en reemplazo de esta libido desviada de su aplicación emerge la angustia. La angustia neurótica se genera por transmudación directa de la libido producto de la represión de la representación que es desfigurada hasta volverse irreconocible, y cuyo monto de afecto es mudado en ésta.

Angustia y síntoma ambos se subrogan y relevan entre sí. En la fobia inicia su historia patológica con un ataque de angustia, que repite frente al mismo objeto del cual crea una inhibición, una limitación funcional del Yo, y por esa vía se ahorra el ataque de angustia. En el síntoma, a su vez, si impide al enfermo manifestarse (ej. su ceremonial), cae en un estado de angustia del cual su síntoma lo protegía.

Aquello a lo cual se tiene miedo en la angustia neurótica es a la propia libido. A diferencia de la angustia real el peligro es interno, y no se discierne concientemente.

En las fobias un peligro interior se traspone a uno exterior. De ésta forma cree poder defenderse mejor mediante la huida. En la fobia sobreviene un desplazamiento.

La angustia se genera porque la libido se ha vuelto inaplicable.

El Yo es el único almácigo de la angustia, y cada una corresponde a los tres vasallajes del yo: respecto del mundo exterior (realista), del Ello (neurótica), y del Superyo (conciencia moral).

La función de la angustia señal indica una situación de peligro. En la histeria de angustia se trata de la represión típica de las mociones de deseo provenientes del complejo de Edipo: la investidura libidinosa del objeto madre se muda en angustia por la represión y se presenta como anudada al sustituto padre. No es la represión la que crea la angustia, sino ésta la que se muda en represión. El varoncito siente angustia ante una exigencia de su libido, ante el amor de su madre, pero ese enamoramiento le aparece como un peligro interno del que debe sustraerse mediante la renuncia a ese objeto, porque provoca un peligro externo. El peligro real, externo, es la amenaza de castración, la pérdida de su miembro. En el curso de su fase fálica, en la época de onanismo, el castigo encuentra refuerzo filogenético. La angustia de castración es uno de los motores de la represión. En la mujer aparece la angustia a la pérdida del amor que se continúa a la angustia del lactante. Repiten en el fondo la angustia de nacimiento (la castración es también la imposibilidad de reunificación con la madre o su sustituto). A cada fase le corresponde una condición de angustia: peligro del desvalimiento psíquico, peligro de la pérdida de objeto de amor, la heteronomía de la primera infancia, el peligro de la castración, y la angustia al superyo. Con el tiempo las situaciones peligrosas son desvalorizadas por el fortalecimiento del yo, pero sólo de forma incompleta. Los neuróticos permanecen infantiles en su conducta hacia el peligro y no han superado condiciones de angustia anticuadas.

El Yo nota que la satisfacción de una exigencia pulsional emergente convocaría una de las situaciones peligrosas, esa investidura debe ser sofocada y entonces pone en marcha a la represión cuando no se siente suficientemente fuerte. Cuando puede desempeñar esa tarea lo hace incluyendo la moción pulsional en su organización, incurriendo a una técnica idéntica al pensar normal: con pequeños volúmenes de investidura dirige una investidura tentativa, logra anticipar la satisfacción de la moción pulsional dudosa y reproducir la sensación de displacer que corresponde al inicio de la situación de peligro temida. Se pone en juego el principio de placer-displacer que lleva a cabo la represión de la moción pulsional peligrosa (suscita el automatismo placer-displacer). Puede suceder que el ataque de angustia se desarrolle plenamente y el yo se retire de la excitación chocante, o en vez de salir al encuentro con una investidura tentativa, lo hace con una contrainvestidura que se conjuga con la energía de la moción reprimida para la formación de síntomas, o es acogida en el Yo como formación reactiva. El principio de placer-displacer rige los procesos en el interior del Ello provocando alteraciones profundas en la moción pulsional. En muchos casos la moción pulsional reprimida retiene su investidura libidinal, otras veces su libido es conducida por otras vías, cuando el Complejo de Edipo es destruido dentro del Ello, bajo el influjo del mismo conflicto que fue iniciado por la señal de angustia.

El Yo es endeble frente al Ello, se empeña en llevar a cabo sus órdenes. Ese Yo es parte del Ello mejor organizada, orientada hacia la realidad. El Yo influye sobre los procesos del Ello cuando por medio de la señal de angustia pone en actividad el principio placer-displacer. Inmediatamente vuelve a mostrar su endeblez, renunciando mediante la represión a un fragmento de su organización, consintiendo que la moción pulsional reprimida permanezca sustraída a su influjo de manera duradera.

La angustia neurótica se ha mudado en angustia realista. Pero no es el daño de la persona de forma objetiva, porque es a nivel anímico; lo esencial en el nacimiento como en cualquier otra situación de peligro es que provoque en el vivenciar anímico un estado de excitación de elevada tensión que sea sentido como displacer y del cual uno no pueda enseñorearse por vía de descarga. Se llama factor traumático a un estado así, en que fracasan los empeños del principio de placer, y a través de la serie angustia neurótica- angustia realista- situación de peligro se llega a la conclusión que la angustia es la emergencia de un factor traumático que no puede ser tramitado según la norma del principio de placer. El principio de placer no nos resguarda de daños objetivos, sino sólo de nuestra economía psíquica, y éste está lejos de la pulsión de autoconservación. Sin embargo solo la magnitud de la suma de excitación convierte a una impresión en factor traumático, paraliza la operación del principio de placer y confiere su significatividad a la situación de peligro. Por lo tanto las represiones originarias nacen directamente a raíz del encuentro del Yo con una exigencia libidinal hipertrófica proveniente de factores traumáticos, y crean la angustia como algo nuevo. En “inhibición…” la angustia era la descarga directa del exceso de libido; ahora la angustia es la reacción frente a exigencias libidinales consecuencia directa del factor traumático (lo no ligado) y como la señal de que amenaza la repetición de un factor así.

 

(Resumen de las pulsiones). El individuo sirve a dos propósitos: la autoconservación y la de la especie. Posee pulsiones Yoicas (todas las que tienen que ver con la conservación y el engrandecimiento de la persona) y las sexuales (aquellas que exigían la vida sexual infantil y perversa). El Yo es el poder limitante, represor y las aspiraciones sexuales lo reprimido, cuya energía es la libido.

La pulsión se distingue del estímulo en que proviene de fuentes de estímulo dentro del cuerpo, actúa con una fuerza constante y la persona no puede huirle. La pulsión posee fuente, objeto y meta. La fuente es un estado de excitación corporal; la meta la cancelación de la excitación; y en el camino entre la fuente y la meta la pulsión adquiere eficacia psíquica. Es cierto monto de energía que esfuerza en determinada dirección. Las metas pulsionales pueden ser activas o pasivas. La meta puede alcanzarse en el cuerpo propio o en un objeto externo. Mociones pulsionales de una fuente pueden acoplarse a las de otra y compartir su destino, una satisfacción puede ser sustituida por otra. También el vínculo con la meta y el objeto pueden variar: pueden permutarse por otros, siendo el vínculo con el objeto el más fácil de aflojar. La modificación de la meta y el cambio de vía de objeto en la que interviene nuestra valoración social es la sublimación. Hay pulsiones de meta inhibida, que se detienen en el camino hacia la satisfacción, de suerte que sobrevienen una investidura de objeto y una aspiración continua.

Las pulsiones sexuales son plásticas, capaces de cambiar de vía sus metas, admiten subrogaciones dejándose sustituir una satisfacción pulsional por otra. Las pulsiones de autoconservación en cambio no admiten diferimiento, son imperativas.

La función sexual se produce por un desarrollo de un gran número de pulsiones parciales provenientes de distintas fuentes somáticas que con independencia recíproca pugnan por alcanzar una satisfacción y la hallan en el placer de órgano. No todas estas pulsiones serán acogidas en la organización definitiva de la función sexual; muchas serán dejadas de lado por inutilizables, mediante represión; algunas serán desviadas de su meta y aplicadas como refuerzo de otras mociones; otras sirven para la producción de un placer previo. Hay varias fases de la organización provisional, pregenitales (oral, sádico-anal, fálica) y la genital, cuando la organización sexual definitiva se ha llevado a cabo, que se establece tras la pubertad y en la cual los genitales femeninos hallan el reconocimiento que los masculinos habían conseguido antes. En la fase sádico-anal hay dos estadios: en el anterior reinan las tendencias destructivas de aniquilar y perder, y en el posterior de guardar y poseer. En mitad de éstas emerge el miramiento hacia el objeto como precursor de una posterior investidura de amor. También la fase oral posee subestadios: el primero es la incorporación oral y falta toda ambivalencia en el vínculo con el pecho; en el segundo relacionado con el morder (sádico-oral) muestra la ambivalencia. Mucho de las configuraciones se han conservado posteriormente y se ha procurado una subrogación duradera en la economía libidinal y en el carácter de la persona.

El ano corresponde embriológicamente a la boca que ha migrado hacia abajo; el interés pulsional de la caca traspasa a objetos que pueden darse como regalo (la caca es el primer regalo del que se desprende por amor a su cuidadora). De manera análoga al cambio de vía del significado en el lenguaje, el interés por la caca se transpone en el aprecio al oro y el dinero, y también hace su contribución a la investidura afectiva del hijo y del pene. De acuerdo a la teoría de la cloaca, el hijo nace como un fragmento de caca, la defecación es el arquetipo del acto de nacimiento. El pene le aparece al niño como algo separable del cuerpo (cuando toma noticia que no todos lo poseen) y lo sitúa en analogía con el excremento (primer fragmento de corporeidad al que debió renunciar). Son tratados como equivalentes, subrogados mediante símbolos comunes. En la niña el deseo de tener un pene se transmuda en deseo de tener un hijo. También influyen en la formación de carácter, en que orden ahorro, terquedad son consecuencia de que el erotismo anal no haya sido elaborado hasta su acabamiento.

El yo es reservorio de libido, del que parten las investiduras libidinosas de los objetos y regresan, mientras gran parte permanece continuamente dentro del yo. Sin cesar se trasmuda libido yoica en libido de objeto y viceversa. Por lo tanto no son de diferente naturaleza, por tanto libido puede designarse a la energía psíquica en general.

Las pulsiones sexuales (Eros) se oponen a las pulsiones de agresión, cuya meta es la destrucción. Sadismo es cuando la satisfacción sexual se anuda a la condición de que el objeto sexual padezca dolores, maltratos y humillaciones, y masoquismo cuando la necesidad consiste en ser uno mismo ese objeto maltratado. Ciertos ingredientes son acogidos en la sexualidad normal y son perversiones cuando refrenan a las otras metas sexuales y las reemplazan por las propias metas. En ambos estamos ante mezcla entre ambas clases de pulsión, del Eros con la agresiva. Las pulsiones eróticas introducirán la diversidad de sus metas sexuales, y las otras consentirán aminoraciones de su tendencia (agresiva). Las mezclas pueden descomponerse, y tales desmezclan tendrán las más graves consecuencias para la función.

El masoquismo, además de su meta sexual, es una aspiración que tiene por meta la destrucción de sí mismo. El Ello incluye originariamente todas las mociones pulsionales, por lo tanto el masoquismo es más antiguo que el sadismo, que es la pulsión de destrucción vuelto hacia fuera. Las pulsiones muestran unos afanes por reproducir un estado anterior; en el momento en que uno de estos estados ya alcanzados sufre una perturbación, nace una pulsión a recrearlo y produce fenómenos como la compulsión de repetición. Expresa la naturaleza conservadora de las pulsiones. En el ámbito anímico vivencias infantiles se repiten en sueños y reacciones, y especialmente en la transferencia, contrariando al principio de placer. Esta se impone más allá del principio de placer. Si alguna vez la vida surgió de la materia inanimada, tiene que haber nacido una pulsión que quisiera volver a cancelarla reproduciendo el estado inorgánico. Esta es la autodestrucción, o pulsión de muerte que contrarían el afán de las pulsiones de vida (de aglomerar cada vez más sustancia viva en unidades mayores) sino que reconducen a lo vivo al estado inorgánico. De la acción eficaz conjugada y contraria de ambas surgen los fenómenos de la vida. Por lo tanto la pulsión de muerte se pone al servicio del Eros y vuelta hacia fuera se expresa como agresión.

La necesidad inconsciente de castigo que acompaña toda neurosis se comporta como un fragmento de la conciencia moral, y corresponde a una porción de agresión interiorizada y asumida por el Superyo. Una parte de la agresión vuelta hacia el mundo exterior regresa y es ligada por el Superyo y vuelta sobre el Yo como sentimiento inconsciente de culpa; otra parte permanece muda como pulsión de destrucción libre en el Yo y el Ello.

En la institución primera del Superyo se empleó aquel fragmento de agresión hacia los padres que el niño no pudo descargar a consecuencia de su fijación de amor, así como de las dificultades externas. Aquellas personas en que este sentimiento es muy potente tendrán una reacción terapéutica negativa: la solución de un síntoma produce un refuerzo momentáneo del mismo y del padecimiento.

Nuestra cultura se ha edificado a expensas de las aspiraciones sexuales inhibidas, reprimidas y utilizadas para nuevas metas (sublimadas). Pero también las pulsiones de agresión dificultan la convivencia y amenazan la perduración de la sociedad; que limite su agresión es el mayor sacrificio que se pide.

 

Lo ominoso ("Das Unheimliche")

ya hay una referencia a la relación entre lo ominoso y el animismo y la omnipotencia del pensamiento, en "Tótem y Tabú".

I La posibilidad de "diferenciar algo ominoso dentro de lo angustioso"

lo ominoso, es "aquella variedad de lo terrorífico que se remonta a lo consabido de antiguo, a lo familiar desde hace largo tiempo". Si se rastrea el sentido y uso del término "heimlich" (familiar, que sería lo opuesto a "unheimlich", ominoso, pero que forma parte de esa palabra), en el diccionario de la lengua alemana de Daniel Sanders, encontramos que no es unívoco, "sino que pertenece a dos círculos de representaciones que, sin ser opuestos, son ajenos entre sí: el de lo familiar y agradable, y el de lo clandestino que se mantiene oculto".  al referirlo a aquello que "estando destinado a permanecer en el secreto, en lo oculto, ha salido a la luz".

II En síntesis, para Freud, "el sentimiento de lo ominoso adhiere directamente a la figura del Hombre de la Arena, vale decir, a la representación de ser despojado de los ojos, y nada tiene que ver con este efecto la incertidumbre intelectual en el sentido de Jentsch. La duda acerca del carácter animado, que debimos admitir respecto de la muñeca Olimpia, no es nada en comparación con este otro ejemplo, mas intenso de lo ominoso".

La experiencia psicoanalítica nos pone sobre aviso que "dañarse los ojos o perderlos es una angustia que espeluzna a los niños (...) la angustia por los ojos, la angustia de quedar ciego es con harta frecuencia un sustituo de la angustia ante la castración". Todos estos elementos "cobran pleno sentido si se reemplaza al Hombre de la Arena por el padre temido, de quien se espera la castración".

El tema del doble  Para Freud, "el doble fue en su origen una seguridad contra el sepultamiento del yo (...) y es probable que el alma inmortal fuera el primer doble del cuerpo" Las representaciones del doble "han nacido sobre el terreno del irrestricto amor por si mismo, el narcisismo primario, que gobierna la vida anímica tanto del niño como del primitivo; con la superación de esta fase cambia el signo del doble: de un seguro ede supervivencia pasa a ser el minoso anunciador de la muerte". Ahora bien, "la representación del doble no necesariamente es sepultada junto con ese narcisismo inicial; en efecto, puede cobrar un nuevo contenido a partir de los posteriores estadios de desarrollo del yo". En el interior del yo se forma una instancia particular que se opone al resto del yo, la "conciencia moral" (que luego devendrá en "ideal del yo", y mas adelante en "superyó"). Esto "posibilita llenar la antigua representación del doble con un nuevo contenido y atribuirle diversas cosas, principalmente todo aquello que aparece ante la autocrítica como pertenenciente al viejo narcisismo superado de la época primordial".

Freud considera necesario apelar al "factor de la repetición de lo igual como fuente del sentimiento ominoso", a pesar de que no sea algo aceptado por todas las personas: "es solo el factor de la repetición no deliberada el que vuelve ominoso algo en sí mismo inofensivo y nos impone la idea de lo fatal, inevitable, donde de ordinario solo habríamos hablado de casualidad". Los ejemplos de circular por varias calles y llegar siempre al mismo lugar, o que cierto número empiece a repetirse en diferentes situaciones, etc. 
Freud remite a "Mas allá del principio de placer" como referencia respecto al modo en que "lo ominoso del retorno de lo igual suele deducirse de la vida anímica infantil", para dejar introducida la referencia a la "compulsión de repetición" y señalar que "todas las elucidaciones anteriores nos hacen esperar que se sienta como ominoso justamente aquello capaz de recordar a esa compulsión interior de repetición".

Otro caso de lo ominoso es "omnipotencia del pensamiento", y de conjunto, el universo de la sobreestimación narcisista de los propios procesos anímicos y de "todas las creaciones con que el narcisismo irrestricto de aquel período evolutivo se ponía en guarda frente al equívoco veto de la realidad". Es "como si todo cuanto hoy nos parece ominoso cumpliera la condición de tocar estos restos de actividad animista e incitar su exteriorización". Como a la altura de este texto Freud aún sigue el criterio de su primera teoría de la angustia, según la cual "todo afecto de una moción de sentimientos, de cualquier clase que sea, se trasmuda en angustia por obra de la represión", por fuerza , entre los casos de lo que provoca angustia tendremos lo ominoso. Es decir, lo ominoso como "algo reprimido que retorna", lo que permite comprender los usos de la lengua que hacen pasar lo "heimliche" (familiar) a su opuesto, lo "unheimliche", "pues esto ominoso no es efectivamente algo nuevo o ajeno, sino algo familiar de antiguo a la vida anímica, sólo enajenado de ella por el proceso de la represión". "El prefijo "un" de la palabra "unheimlich" es la marca de la represión"

Así, "con el animismo, la magia y el ensalmo, la omnipotencia de los pensamientos, el nexo con la muerte, la repetición no deliberada y el complejo de castración, hemos agotado prácticamente la gama de factores que vuelven ominoso lo angustiante".

 

CONFERENCIA N° 25

en la Conferencia 25 de las Conferencias de introducción al psicoanálisis, que en realidad no necesita presentar la angustia al lector, pues es seguro que alguna vez la ha sentido, dada su universalidad.

La angustia es una experiencia emocional penosa producida por excitaciones de los órganos internos del cuerpo; es un estado conciente que puede ser distinguido subjetivamente por la persona, de otras experiencias de dolor, depresión, melancolía y tensiones producidas por el hambre, la sed, el sexo y otras necesidades corporales reud distinguió 3 tipos de angustia: Angustia Real, Angustia neurótica y Angustia moral. Estos 3 tipos, difieren solo respecto de sus fuentes:
ANGUSTIA REAL: Es una experiencia emocional penosa que se produce al percibir un peligro en el mundo externo. Todos los miedos se relacionan con las primeras experiencias de desvalidez y derivan de ellas; por eso es tan importante proteger al niño pequeño de experiencias traumáticas.

ANGUSTIA NEUROTICA: Es provocada por la percepción de un peligro proveniente de los instintos. Puede manifestarse en 3 formas: a) Aprensión flotante: Esta angustia caracteriza a la persona nerviosa que siempre esta esperando que ocurra algo terrible, esta persona tiene miedo de su propio ello; b) La Fobia: es un miedo intenso e irracional y se da de esta forma porque la fuente principal de la angustia se encuentra en el ello mas que en el mundo externo. El rasgo característico de la fobia es que la intensidad del miedo no guarda proporción alguna con la peligrosidad del objeto que la persona teme.

  1. c) La tercera forma de angustia neurótica se observa en reacciones de pánico o casi pánico. Estas reacciones se manifiestan repentinamente , aparentemente sin ser provocadas. Estas reacciones son ejemplos del comportamiento de descarga cuya finalidad es liberar a la persona de una angustia neurótica excesivamente penosa, haciendo lo que el ello exige, a pesar de las prohibiciones del yo y del superyó. El pánico es una forma de reacción extrema que se manifiesta en formas menos violentas.

ANGUSTIA MORAL: Se experimenta como sentimientos de culpa o de vergüenza en el yo, es suscitada por la percepción de un peligro proveniente de la conciencia moral. El miedo original del que deriva la angustia moral es un miedo objetivo: el miedo a los padres que castigan. El conflicto es puramente intrapsiquico, ya que la angustia moral es una consecuencia del miedo objetivo a los padres.

 En la angustia neurótica y moral el peligro no esta en el mundo externo ni en un daño físico, en realidad su miedo surge de un peligro impulsivo o de una amenaza del superyó. 

 

[1] Representación del representante de la pulsión: Representación

  Representante de la pulsión: monto de afecto


 

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