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Inversión del Desarrollo en la Argentina (Waisman)  |  Sociedad y Estado (Cátedra: Kogan - García - 2014)  |  CBC  |  UBA

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IMPORTANTE

SE RECOMIENDA LEER LOS APUNTES ANTES DE LOS RESÚMENES. ESTOS RESÚMENES TIENEN EL FIN DE AYUDAR AL ALUMNO COMO UNA COMPLEMENTACIÓN DEL MATERIAL DE ESTUDIO. NO DEPENDA DEL ESFUERZO DE LOS DEMÁS.

 

INVERSIÓN DEL DESARROLLO EN LA ARGENTINA

Carlos Waisman

Capitulo I. el enigma argentino y la sociología del desarrollo.
La cuestión argentina.
El desarrollo económico y político de la Argentina en el periodo 1880-1980 plantea lo que en el lenguaje del siglo XIX se hubiera llamado “una cuestión”: por qué el país no se convirtió en una democracia industrial. Un lector más sofisticado, que los que categorizan a Argentina con el estereotipo de “América Latina” (en donde los problemas de estancamiento, hiperinflación autoritarismo y pretorianismo son “normales”), podría argumentar que la “cuestión argentina” es un seudoproblema.
El desarrollo argentino, sin embargo, ha desconcertado a observadores y estudiosos desde hace ya varias décadas. Los célebres comentarios de economistas (Simón Kuznetz: existen dos países cuya evolución no es explicable por la teoría económica, Japón y Argentina, mientras que W. Arthur Lewis caracterizó a la Argentina como “extraordinariamente atrasada en relación con su riqueza relativa”) reflejan la perspectiva desde la cual la cuestión argentina resulta pertinente: la Argentina, una sociedad rica en recursos y con una población compuesta en su mayoría por inmigrantes europeos que se establecieron en el país, se asemejaba a los “países nuevos” tales como Australia, Canadá, Nueva Zelanda y los Estados Unidos.
Existe una larga tradición en el pensamiento económico y social cuya hipótesis es que dichas sociedades evolucionarían hacia un capitalismo dinámico y una democracia liberal estable. Es, entonces, que la Argentina aparece como un caso desviado en relación con estos “países nuevos”.
Otra de las razones por las que desconcierta es que el desarrollo económico y político del país ha sido curvilineal. El siglo 1880-1980 se puede dividir en 2 mitades que difieren radicalmente. Hasta la Depresión (’30), la Argentina era tanto una economía en crecimiento rápido como una democracia relativamente estable en proceso de liberalización y expansión. La crisis política surgió en 1930, cuando la instauración de un régimen militar interrumpió casi 70 años de legalidad constitucional y la crisis económica se hizo evidente alrededor de 1950, cuando aparecieron tendencias al estancamiento. Hubo, entonces, una reversión del desarrollo económico y político.
La Argentina había acrecentado su población con inmigrantes europeos hasta 1930, logró un desarrollo relativamente alto (en 1895 el ingreso per cápita era más o menos igual al de Alemania, Bélgica y Holanda), las exportaciones crecieron (haciendo que Argentina compitiera con Japón por el título del país de crecimiento más rápido del mundo entre 1870-1913). Luego de la Primera Guerra Mundial ('14-'18) la economía argentina se desaceleró, y después de la Depresión (’30) el PBI argentino todavía era mucho mayor que el de Austria o Italia. Además, la economía se había diversificado gracias a la expansión de la industria como consecuencia de la protección automática que siguió a la Depresión y a la guerra. Esto permitió alcanzar un nivel de vida que estaba por encima de la mayor parte de los países de Europa. Sin embargo, luego de la Depresión y de la Segunda Guerra Mundial (’39-’45) se produjo una reversión abrupta. No se estancó, pero la economía se caracterizaba por fluctuaciones abruptas. En 1978 el producto argentino per cápita era de menos de un sexto de Suiza, la mitad de Italia y un quinto del de Canadá.
La transformación política ha sido total. Desde 1930 hasta la llegada al poder del gobierno Constitucional en 1983, la Argentina fluctuó entre regímenes autoritarios o excluyentes y populistas – corporativistas, en general inestables.
Esta pauta de reversión plantea el interrogante sobre el fracaso de la Argentina en convertirse en una democracia industrializada. El “excepcionalísimo argentino” reside en la interacción entre política y economía. Antes de 1930, ambas sostenían una relación funcional: el crecimiento económico posibilitó la expansión de una democracia liberal, y la estabilidad política contribuyó al progreso económico. Después de la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, la relación entre ambas ha sido tal que la debilidad e inestabilidad económica provocaron la inestabilidad política, y ésta a su vez contribuyó a empeorar el desempeño de la economía.
El problema es: ¿Por qué la Argentina ha sido incapaz de combinar la sociedad industrial con la democracia liberal? La Argentina, en el periodo de la posguerra contaba con muchos de los prerrequisitos para la democracia liberal: carecía de pasado feudal y no tenía campesinado pre capitalista substancial, poseía una población con niveles de homogeneidad religiosa y cultural relativamente altos, una tasa de urbanización, un sector manufacturero considerable, recursos productivos centrales controlados en su mayoría por sectores nacionales, una clase media numerosa, niveles de educación relativamente altos, grupos de interés y partidos políticos bien establecidos y organizados, y carecía de una izquierda radical de masas.
Algunos de los explicativos más obvios como la cultura, la dependencia, que la población latino – mediterránea (a diferencia de la anglosajona) no es propensa al capitalismo dinámico y a la democracia liberal y demás factores propuestos como explicación son poco fructíferos cuando se los confronta con los hechos. La respuesta provisional a la incógnita por la que se inclina el autor, abre una interrogante en vez de cerrarlo, porque nos lleva al territorio de la racionalidad de las elites. Plantea que la declinación argentina fue el resultado de políticas a través de las cuales sectores de las elites creían estar protegiendo sus propios intereses. Más específicamente, sacrificaron el crecimiento económico en aras de lo que creían se sus intereses políticos de largo plazo, y terminaron creando una situación que los puso claramente en peligro.

La ruptura del orden internacional y sus consecuencias. La inversión del desarrollo argentino no fue mera repercusión local de procesos que tenían lugar en el sistema mundial entre la Depresión y la guerra. Si bien los sucesos afectaron a distintos países de manera similar, la diferencia entre esta existe porque la relación entre la transformación del sistema mundial y los efectos locales se mide por las características específicas de cada sociedad.
El siglo XX se caracterizó por la ruptura (con la depresión) del orden económico y político y por la subsiguiente búsqueda de un nuevo equilibrio.
La Primera Guerra Mundial fue la primera sacudida del orden preexistente, sin embargo el sistema recuperó su equilibrio con la perdida de Rusia, que se separó de la economía capitalista. En gran medida, los cambios ocurridos luego de la Segunda Guerra Mundial no fueron más que la extensión o profundización de transformaciones que comenzaron entre 1930 y 1945.

En lo político, el rasgo distintivo del periodo fue la difusión del liberalismo en el centro y en los sectores más avanzados de la periferia, incluida la Argentina. Las dos dimensiones de la democracia liberal, el pluralismo y la participación, tuvieron un nivel de institucionalización desparejo. El pluralismo se estableció en todos los países del centro y en gran parte de la periferia. La segunda dimensión, la participación, tuvo institucionalización significativa solo en algunos países del centro, pero en sectores de la periferia, incluida Argentina, hubo una clara tendencia hacia la concesión de derechos políticos a las clases media y baja. La paz entre las naciones se mantenía entre políticas de equilibrio de poder.
En la economía, después de 1930, se derrumbó el comercio internacional, el proteccionismo y el liberalismo aparecieron en todas partes, las transferencias internacionales de capitales declinaron, y se detuvo la corriente inmigratoria. En la política, desapareció el estado “guardián nocturno”, y las democracias liberales comenzaron a desarrollar estados de bienestar.

Luego de la guerra comenzó a ejercer un nuevo sistema internacional con una lenta evolución de las nuevas normas de interacción económica y política. Los cambios estructurales experimentados por cada país determinarían su posición en la nueva distribución. Las naciones de desarrollo medio (como Argentina) y alto modificaron sus aspectos básicos económicos y sociales. Para ellas la adaptación al nuevo orden fue más problemática: su rol dependería del grado de adecuación entre sus nuevas características estructurales y los rasgos cambiantes del sistema internacional. En América Latina, los años treinta y cuarenta corresponden a regímenes autoritarios y a experimentos corporativistas.
En un nivel muy general, existe un aspecto común en las respuestas a la Depresión y a la guerra: el crecimiento del poder y autonomía del estado frente a las elites económicas, grupos de interés y partidos políticos. Pero las diferencias en el grado de respuesta (entre el estado de bienestar en una democracia liberal, un régimen autoritario en un contexto de “pluralismo limitado” y el estado totalitario) son más importantes que este elemento común de centralización del poder para explicar la evolución del subsiguiente de las diversas sociedades.

La inversión del desarrollo en la Argentina no fue, entonces, un mero efecto local de la transformación del sistema mundial entre la Depresión y la guerra. La posición internacional de la Argentina como país exportador de carnes y granos e importador de manufacturas y capital de inversión, y como participante en el imperio informal británico, interactuó con otras características, "internas" a la sociedad para "producir" una economía letárgica e inestable y la desviación respecto de la democracia liberal.

Argentina y la teoría social. La importancia de este caso para la teoría del desarrollo se acrecienta por el hecho de que la evolución argentina es paradójica en relación con las versiones clásicas del marxismo y el funcionalismo. Esta diferenciación se desencadenó por los cambios en el entorno que condujeron a un tipo de integración cuya consecuencia objetiva fue una reducción en el nivel de adaptación.
La respuesta al colapso del orden internacional fue un impulso industrializador basado en la sustitución de importaciones, o sea la diferenciación económica. Sin embargo, la diferenciación creciente creó un problema para la integración del sistema sin proveer, por sí misma, los recursos para su solución. Las respuestas integradoras intentadas por el estado y la elite a la formación de la nueva burguesía industrial y la nueva clase trabajadora (aumento del control estatal sobre la economía y la política, esto último a través del corporativismo y el autoritarismo) no fueron adecuadas, como lo indican el deterioro de la legitimidad y el alto grado de inestabilidad política subsiguientes. Y la consecuencia generalizada de la diferenciación ha sido, en el largo plazo, el subdesarrollo de la Argentina, esto es, un nivel más bajo de adaptación.
La lógica del caso argentino es el resultado de procesos sociales concretos, y no el despliegue gradual de alguna fuerza esencial. Lo que exige comprensión es la interacción entre restricciones objetivas y factores “subjetivos”, los componentes ideológicos y cognitivos de la acción colectiva. Los factores globales e infraestructurales internos proporcionaron las restricciones dentro de las cuales los distintos grupos sociales interactuaron para producir los resultados, subdesarrollo en la economía e ilegitimidad en la política. Sin embargo, es la conducta del estado y las fracciones centrales de la clase dominante lo que resulta particularmente opaco (confuso).
Demostraré que la relación entre la Depresión y la guerra y la reversión del desarrollo en la Argentina fue indirecta. Estuvo mediada por tres factores: la autonomía del estado, conocimiento político distorsionado y las peculiaridades de la estructura social argentina. En primer lugar, los cambios estructurales en el sistema mundial produjeron amenazas económicas y políticas a diferentes grupos y al estado, y también condujeron a la fragmentación de las elites establecidas. La consecuencia conjunta de estos desarrollos fue la autonomización del estado. En segundo lugar, el sector de la elite política en control del estado en las últimas etapas de la guerra fue impulsado por un miedo irreal a la revolución, no partido por las elites económicas. Este miedo fue producido por una imagen distorsionada de la clase trabajadora y por efectos de demostración mal interpretados. En consecuencia, el estado argentino recurrió a una serie de políticas cuyo objetivo era bloquear la revolución. En tercer lugar, las consecuencias de largo plazo de estas políticas fueron el estancamiento y la ilegitimidad, debido a rasgos de la estructura de clases argentina derivados de la misma “modernidad” de la sociedad.
La ideóloga debe ser tornada en serio. La ideología no es un mero factor emocional que distorsiona la cognición o un mecanismo para la racionalización de los intereses de clase. La ideología tiene efectos independientes, y la coherencia entre estas consecuencias y los intereses objetivos de sus portadores es problemática, aun para las clases dirigentes y los líderes del aparato del estado, cuyas propensiones hacia niveles más altos de racionalidad suelen darse por sentado. Las respuestas de las elites a los cambios críticos en el entorno interno o externo están medidas por estos marcos cognitivos, y cuanto más alto sea el grado de incertidumbre, mayor es el potencial para la divergencia entre las consecuencias queridas y las objetivas. La imputación de racionalidad a la conducta del estado o la elite plantea, a su vez, otra pregunta: la de las fuentes del marco cognitivo que determina es conducta, y las de los cambios en este marco.

Capitulo III. Imágenes y hechos: la Argentina enfrentada a los espejos del país nuevo y de América Latina.
Imágenes: ¿país nuevo o sociedad subdesarrollada?
Tres imágenes fueron influyentes en distintos momentos: representan a la Argentina como país nuevo, como sociedad dependiente y subdesarrollada, y como nación dual, estructuralmente heterogénea. La primera de estas imágenes se basa en el modelo de país nuevo y las otras dos enfatizan los aspectos externos e internos del tipo desarrollado.
La representación de la Argentina como país nuevo surgió y se instaló en el periodo ascenso, 1910, cuando políticos e intelectuales se sintieron obligados a hacer un balance de los profundos cambios ocurridos en el medio siglo anterior. La concepción de la Argentina como país latinoamericano típico se arraigó durante el declive. Esta se difundió gradualmente en la sociedad, ingresando a la corriente principal del pensamiento económico y político. La tercera representación, la dual, es la más antigua. Constituyó el principio organizador de la ideología de las elites políticas e intelectuales desde mediados del s. XIX. Esta imagen persistió hasta el presente, mediante su combinación con las otras dos nociones. Una variedad “modernista” de dualismo suele combinarse con la imagen de país nuevo, mientras que la versión “tradicionalista” o nativista es más consistente con la imagen de la Argentina como sociedad subdesarrollada.

Heterogeneidad estructural. El progreso del país desde la década de 1870 puede adjudicarse en parte a la implementación de un proyecto formulado alrededor de mediados del s. XIX por un grupo de intelectuales – políticos (los más influyentes fueron Domingo F. Sarmiento y Juan B. Alberdi). El progreso tuvo lugar como respuesta a la expansión del centro de la economía mundial, pero quienes definieron el “proyecto” entendieron la naturaleza del proceso, y se propusieron acelerarlo y aprovechar las tendencias que podían integrar a la Argentina con ese centro.
Este “proyecto” presuponía una visión dual de la Argentina. Según Sarmiento, los problemas de América del Sud eran la herencia española y la mestización indígena, cuyas soluciones eran la educación pública y la inmigración europea. Alberdi realizaba el mismo diagnóstico, pero las soluciones que enfatizaba eran la inmigración y la instauración de lo que podríamos llamar una democracia de elite. Ambos identificaban el área litoral centrada en Buenos Aires con la inmigración y la cultura europea, el progreso económico y el gobierno organizado, y el interior con la población y la cultura indígenas y españolas, el estancamiento y la ausencia de la ley.
La relación entre los sectores fue conceptualizada de tres maneras. Primero como la coexistencia de dos culturas en el mismo territorio. Segundo, la ruptura estaba representada como una brecha en el tiempo: el hombre del litoral, fruto de la acción civilizadora de la Europa de ese siglo, y el hombre de tierra adentro o mediterráneo, obra de la Europa del s. XVI, del tiempo de la conquista. Tercero, la división se presenta como un conflicto entre fuerzas opuestas y como colonialismo interno.
Para entender la incorporación de la clase trabajadora al sistema político hay que entender la imagen que tenían la elite en relación con las poblaciones nativas e inmigrante. Según Sarmiento, en la América hispana la población es el producto de la fusión de las razas española, india, y negra. La cultura resultante no es conducente al progreso, pues ninguno de sus tres componentes lo era. El desierto embrutece: esta tesis antiturneriana constituye el corazón de esta imagen de la Argentina.
A diferencia de Sarmiento, Alberdi no creía que la educación pudiera cambiar esta mentalidad. La solución solo podría ser la sustitución de la población a través de la inmigración masiva, preferentemente de países que no fuesen España.
Para 1910, el proyecto había sido logrado en gran medida. “El pensamiento de la Constitución, de abrir el suelo argentino para que viniesen hombres de todo el mundo civilizado, tuvo una doble y amplia realización. Extinguido el indio desaparece, para la Republica, el peligro regresivo de la mezcla entre ellos y la raza europea”. La persistencia de ese sector fue la “base social” de la versión nativista de la imagen dual.
Décadas más tarde, cuando la mayoría de los argentinos eran descendientes de inmigrantes llegados antes de la Depresión, el mito de la barbare criolla todavía permanecía en la cultura argentina. Sin embargo, también surgió una versión tradicionalista o nativista de la imagen dual. Esta versión es el reverso exacto de la modernista; implica la exaltación de la población criolla y también una defensa de los valores hispánicos y católicos tradicionales; y un ataque al liberalismo y otras ideologías asociadas con la influencia económica y política europeas. Es una imagen de la Argentina como sociedad cuyas instituciones y cultura genuinas estaban amenazadas por el influjo de individuos, instituciones y cultura foráneos.
Esta imagen fundamentalista fue articulada a comienzos del s. XX por diversas figuras del establishment cultural. Deploraban la erosión de los valores tradicionales provocada por el cosmopolitismo y el materialismo de los inmigrantes. La solución que proponían era la “espiritualización” de la sociedad a través de la restauración de la tradición hispánica.
Estos intelectuales expresaban la inseguridad y los temores de sectores considerables de las elites y clases medias nativas ante la irresistible marea inmigratoria, que los desplazaba del mundo de los negocios.
El núcleo del nativismo era la glorificación de la sociedad rural y de la cultura anterior a la inmigración masiva.
La contraparte de la exaltación del elemento nativo fue la devaluación de los inmigrantes. También hubo instancias de hostilidad hacia los inmigrantes.
Esta reversión de la fórmula de Sarmiento culminó muy dialécticamente en un intento de síntesis. El nacionalismo resultante fue un intento de trascender, en el ámbito de la ideología, el bajo nivel de integración en la sociedad.

Estas dos versiones de la imagen dual coexistieron desde comienzos del siglo XX y se fundieron con otras representaciones. La variedad modernista siempre estuvo correlacionada con la imagen de país nuevo, y la interpretación tradicionalista se ha asociado frecuentemente con la imagen subdesarrollada, dependiente. El hecho de que estas dos concepciones contradictorias, dualistas, se establecieran en distintos sectores de las elites políticas y culturales contribuye a explicar las estrategias de elite hacia las clases medias y bajas durante la primera mitad del s. XX. Ni las clases medias y bajas urbanas inmigrantes fueron consideradas por las elites miembros plenos de la comunidad nacional o de la comunidad política. Los inmigrantes eran bienvenidos como trabajadores, pero no se esperaba que participaran en política como fuerza autónoma, y mucho menos que intentaran arrebatar el poder a los únicos dueños legítimos del país. Por añadidura, los criollos, para quienes subscribían al mito modernista, eran una raza no querida que debía ser desplazada o tratada peor aún; y para quienes sostenían la concepción nativista, constituían el segmento más bajo de una totalidad orgánica cuyo dominante era la elite.

El país nuevo. Se ha ahondado mucho en el análisis de la Argentina comparándolo los países de asentamiento reciente, en especial con Australia, porque tienen algunas similitudes.
W. H. Koebel, al examinar las oportunidades de inversión, planteó que “probablemente pocos países en el mundo hayan ofrecido un campo tan favorable para la operación del capitalista como Argentina”. Haciendo hincapié en la posición de la clase trabajadora, e ignorando el intenso conflicto de clases de la época escribió: en lo que refiere a odio de clases, en ningún país hay menos evidencia de esto, probablemente porque en ninguna otra tierra el trabajador tiene mayores oportunidades de progreso. También florecían los arrendatarios y los propietarios rurales. Un estado liberal presidia sobre esta felicidad generalizada.
La nación contaba con los rasgos básicos de las tierras de asentamiento resiente, y por lo tanto, era esperable que evolucionara en forma similar. El tema de sus potencialidades, entre los expositores de la imagen de país nuevo, enfatizaba la proyección del poder económico y político, y solía estar desprovisto de las connotaciones radicales que tenía entre los nativistas. Así es como se vincula este tema con la evolución de los espacios abiertos: si continúa su rapidísimo desarrollo material, podrá llegar a pesar en la balanza política mundial, correspondiéndole la tutela sobre otros países y convirtiéndose en el nuevo núcleo de la actividad imperialista.
La Depresión no solo destruyó sus posibilidades, sino también la más razonable confianza en el crecimiento económico según los lineamientos del modelo del bien primario exportable. Con sus esperanzas hechas trizas por procesos cuya naturaleza no comprendían, y cuyos efectos estaban más allá de su control, los políticos y estudiosos argentinos ejecutaron una pirueta dialéctica, y la imagen de país nuevo se convirtió en su opuesto. Con el tiempo más adquiría la representación de la Argentina como país latinoamericano típico. La vieja imagen sobrevivió solo en grupos conservadores nostálgicos, y en la población como una ideología positivista en las áreas de educación pública.

Subdesarrollo y dependencia. Esta imagen concibe a la Argentina como una sociedad de economía atrasada, cuyo desarrollo está bloqueado por el imperialismo. Este bloqueo toma la forma de extracción de riqueza a través de ganancias comerciales y remisiones de beneficios. En un modo más complejo, también se debe a la estructura de la sociedad misma, que fue constituida con el propósito de maximizar la explotación, y la transferencia de riqueza tiene lugar a través de mecanismos ocultos, como el intercambio desigual. El poder imperialista se ejerce con la presencia de firmas extranjeras y de intermediarios (oligarquía y luego el gran capital) que utilizan el poder económico y político para su propio beneficio y el de sus socios extranjeros.
Los argentinos se percataron de su dependencia respecto de Gran Bretaña cuando, como consecuencia de la Depresión, el comercio internacional entró en crisis.
Entre los intelectuales de derecha, el tema de la dependencia económica estaba ligado a otros componentes de los que se denominaba nacionalismo: el nativismo y la crítica al liberalismo y el comunismo desde una perspectiva autoritaria y corporativista. Por ej., los hermanos Irazusta culpaban, en 1933, a la oligarquía por haber puesto a la Argentina a merced del capitalismo internacional y por haber establecido un “régimen inhumano que consiste en libertad para el extranjero y sometimiento para el criollo”.
La imagen de la Argentina como similar a otros países latinoamericanos se filtró muy lentamente en la corriente principal del discurso político. En los años 30, los principales partidos mantenían los elementos básicos de la imagen de país nuevo, que trataban de adaptar a la nueva situación internacional. Fue en los 40, con el peronismo, que esta nueva representación de la Argentina ingresó al discurso predominante. Formulaciones diversas de la imagen se extendieron a otros partidos, hasta el punto de que esta concepción se encuentra presente hoy en las plataformas económicas y políticas de todo tipo, excepto la del liberalismo económico. Por último, la imagen “latinoamericana” ingresó al discurso académico, al ser articulada por la doctrina de la CEPAL en los años 50 y 60, y la teoría de la dependencia en los 70.
Por consiguiente, las imágenes de la Argentina constituyeron el relato de la evolución curvilínea del país: tierra de asentamiento reciente durante el periodo de ascenso, sociedad subdesarrollada durante la declinación. Sin embargo, mientras que la Argentina difirió en algunos aspectos del modelo de país nuevo, se apartó decididamente del tipo subdesarrollado.

La dotación argentina de tierra y trabajo en perspectiva comparada con los ejemplos clásicos de los modelos de país nuevo, de país subdesarrollado, de países latinoamericanos y de sociedades europeas.
Tierra.
La razón tierra – trabajo en la Argentina es alta, cae cómodamente dentro de la categoría de los espacios abiertos, y es mucho mayor que la de sociedades que corresponden a los tipos latinoamericano y mediterráneo.
Sin embargo, la Argentina se aparta de algunos espacios abiertos en relación con el tamaño de las exportaciones agrarias, y de todos ellos en relación con el estatus jurídico de la tierra al momento de la llegada masiva, de los inmigrantes. A diferencia de los EEUU y Canadá, pero a semejanza de Australia y Nueva Zelanda, la frontera argentina fue una “frontera de hombre grande”.
Pero la diferencia más importante entre la Argentina y el modelo de los espacios abiertos tiene que ver con la pauta de apropiación de la tierra. Cuando tuvo lugar la inmigración masiva europea, la tierra argentina no era libre ni estaba disponible para su apropiación por parte de los recién llegados. La tierra era propiedad de una elite preexistente y estaba sólo disponible para arriendo. Los contratos eran de corto plazo, y sus disposiciones básicamente protegían el interés del propietario. La gran propiedad agraria fue la base del poder económico de esta elite, que estaba ligada al aparato del estado. Era la elite homogénea de la región pampeana la que controlaba el estado, y fue la acción del estado la que permitió a esta elite adquirir el control de la tierra mediante la guerra contra los indios y las subsiguientes distribuciones y ventas de tierras públicas, a través de la promoción de la inmigración, el comercio internacional y la inversión extranjera.
La tenencia de la tierra era función del tipo de actividad, que usualmente eran más establecimientos ganaderos que explotaciones de cultivo. Cuando la agricultura era más redituable que la ganadería, los propietarios preferían ceder sus posesiones a arrendatarios.
Para la elite agraria y el estado, los inmigrantes eran solo un insumo necesario –mano de obra- para la valorización de la tierra; los terratenientes recibían una parte sustancial de las ganancias sin renunciar a la propiedad de sus tierras, se beneficiaban de la inflación, y mantenían todas las opciones abiertas para usos futuros del suelo.
Lo que debe destacarse es que, cuando llegaron los inmigrantes, la posibilidad de adquirir tierras era muy baja. Esto explica el hecho de que la mayoría de ellos terminara por establecerse en las ciudades, a pesar de que casi todos hubieran sido campesinos en sus países de origen, y de que probablemente la disponibilidad cíe (en decrecimiento, retroceder) de tierras fuera un factor de atracción en el proceso migratorio a la Argentina.

Trabajo. En esta área, la Argentina no solo se ajusta al modelo de país nuevo sino que en varios aspectos corresponde al tipo ideal más que cualquier otra sociedad en esta categoría.
Difiere del país latinoamericano típico en dos aspectos. Primero, la Argentina no tuvo, al menos hasta la década de 1970, una gran reserva de trabajo. Las economías latinoamericanas, por otra parte, disponían de grandes excedentes de mano de obra, tanto bajo la forma tradicional de campesinado como en la más “moderna” del sector urbano informal. Segundo, la Argentina es, junto con Uruguay, el único país latinoamericano cuya población se constituyó en su mayoría sobre la base de inmigrantes libres provenientes de Europa. De estos “pueblos trasplantados”, mientras que en las formas latinoamericanas típicas serían los “pueblos testigos”, una pequeña elite española asumió el control de una sociedad indígena preexistente, y los “pueblos nuevos”, en los cuales contingentes relativamente mayores de europeos se fusionaron con los habitantes nativos.
En la “gran migración” de Europa, la Argentina ocupó el segundo lugar después de EEUU entre los países receptores, entre 1821 y 1932. Para la comparación entre la Argentina y los espacios abiertos por un lado y el espejo latinoamericano por el otro, es importante destacar 4 características de este proceso: la razón entre los recién llegados y la población receptora, la concentración geográfica de los inmigrantes, su impacto en la estructura de clases y sus países de origen. El primero y el último determinan una peculiaridad de la Argentina frente a todos los otros países de asentamiento reciente: una razón muy alta de inmigrantes en relación con la población preexistente.
Primero, la razón inmigrantes/población receptora durante el periodo de máximo impacto (1880-1930), fue más alta en la Argentina que en los EEUU, pero más baja que en otros espacios abiertos.
Segundo, la mayoría de los recién llegados se estableció en la región del litoral, por lo que se profundizó el clivaje (disociación, fractura) social y cultural entre esta región y la periferia menos poblada.
Tercero, en 1914, los extranjeros era casi la mitad de la población activa, pero constituían una proporción mayor de las clases urbanas que de las rurales.
Cuarto, a diferencia de todos los países de asentamiento reciente, salvo EEUU, la mayoría de los inmigrantes llegados a la Argentina eran oriundos de países distintos de la metrópolis original (España). Casi la mitad eran italianos, un tercio españoles, y la mayoría de los restantes de otros países de Europa. Semejante heterogeneidad implicó una fractura cultural adicional entre la elite y todas las clases urbanas.
Germani no creía que esta fractura tuviera consecuencias graves para la asimilación. Su argumento se basó en que la segregación étnica en la Argentina es escasa. Mi impresión, no obstante, es que las implicaciones de esta situación para la evolución de la sociedad como un todo deben ser examinadas con mayor detenimiento. En primer lugar, la ausencia de un problema de asimilación manifiesto no implica la inexistencia de problemas “objetivos” importantes de integración producidos por la fractura católica – latina y procedían de sociedades similares en aspectos importantes; sin embargo, sigue siendo un hecho que los italianos, junto con los otros inmigrantes no españoles, eran portadores de lenguas, tradiciones políticas y experiencias distintas a las de los españoles y la población local.
Por último, el origen de los inmigrantes presupone diferencias adicionales entre la Argentina y los espacios abiertos o los espejos latinoamericanos. Los espacios abiertos, recibieron la inmigración originada principalmente en Europa central y del norte. Por otra parte, la Argentina se aparta de la norma latinoamericana no solo porque la mayoría de su población es de origen europeo, sino también porque una gran parte del componente europeo, probablemente la mayoría, es de origen no ibérico.
Estas 4 diferencias entre la Argentina, los países nuevos y los espejos latinoamericanos con respecto a la población tuvieron efectos acumulativos. La alta razón inmigrantes/nativos, la concentración social y geográfica de estos inmigrantes, y el hecho de que en su mayoría fueran de origen no hispánico contribuyeron a producir en sectores de la elite la creencia de que las clases bajas eran peligrosas. Como veremos, semejante imagen, junto con factores locales e internacionales de distintas índole, fue una de las causas de la inversión del desarrollo argentino.

Panorama general de la inversión: economía y sociedad.
Desarrollo económico.
La incorporación del país a los mercados mundiales como uno de los mayores exportadores de granos y carnes hacia las naciones europeas, Gran Bretaña en particular, fue un proceso muy rápido. Los rendimientos se ubicaban sin duda dentro de los límites de los de los países de asentamiento reciente. Hasta la Segunda Guerra Mundial, la Argentina era comparable en este sentido a otros grandes productores de agricultura extensiva. Incluso en los años ’50 (y ’60).
La agricultura argentina era –y sigue siendo- una operación de alta productividad. El 36% de la población activa se dedicaba a la agricultura. Esta razón trabajador – producto difería en gran medida de las pautas latinoamericana y mediterránea típicas. Tenían más de la mitad de sus poblaciones activas dedicadas a la agricultura, la composición general de la fuerza de trabajo argentina antes de la inversión se parecía más a la de los países de asentamiento reciente, que a la de típicas sociedades latinoamericana y mediterránea. Desde los años ’60 en adelante que estas últimas experimentaron los procesos de urbanización e industrialización que les permitieron ponerse al nivel de los espacios abiertos. Pero los latinoamericanos seguían difiriendo de los mediterráneos y de los de asentamiento reciente por la presencia de una reserva campesina numerosa, es decir, heterogeneidad estructural.
El desarrollo de la agricultura y el intenso proceso de urbanización en la Argentina –hacia 1914, más de la mitad de la población era urbana- estimularon la expansión de la manufactura, la construcción, la industria energética y otras actividades del sector secundario. Las sociedades latinoamericanas típicas recién alcanzaron este nivel de industrialización en los años ’70. Por otra parte, la industria argentina no era artesanal. Gran parte de la industria había surgido como eslabonamiento hacia delante de la agricultura, tanto la de exportación como la orientada al mercado interno. Una primera diferencia importante entre la industrialización de la Argentina y la de las tierras de asentamiento reciente. Desde comienzos de siglo, su producto manufacturero per cápita ha sido de casi la mitad que el de los espacios abiertos, y la distancia se ha mantenido consistentemente durante y después del impulso dado a la industrialización argentina por la Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, también Argentina tuvo un mayor producto manufacturero per cápita que los países mediterráneos, incluso después de la inversión.
Hasta la Depresión, la economía mundial había sido el motor que impulsaba la expansión argentina. Después de la guerra, el país dio un giro hacia adentro. Esta reorientación fue el correlato de la divergencia entre los senderos tomados por la Argentina y los países de asentamiento reciente: fue luego de ese giro que el país fue superado por las naciones mediterráneas, y comenzó a aproximarse a la pauta latinoamericana.
La detención de la expansión económica argentina: la agricultura tradicional de exportación se estancó al comienzo de la Segunda Guerra Mundial y continuó con un ritmo letárgico durante un largo periodo, mientras que la industria atravesó por un aparente impulso muy intenso después de la Depresión y la guerra. A comienzos de los años ’50, los dos procesos convergieron. Como esta fue también la época en que los países mediterráneos comenzaron a alcanzar los niveles argentinos, el retroceso del país se volvió evidente en ese momento.
La Depresión produjo una declinación drástica en los términos del intercambio de la Argentina, con la contracción consiguiente de las importaciones. Esto, sumado a los controles de cambio con los que el gobierno hizo frente a la crisis, facilitó la industrialización por sustitución de importaciones. Las exportaciones argentinas también fueron obstaculizadas por la formación de bloques comerciales, al cual el gobierno respondió buscando acuerdos bilaterales. En general, la economía argentina marchó relativamente bien en los años treinta: el volumen de producción rural y de exportaciones decayó muy poco y la manufactura se expandió. No hubo desempleo importante hasta después de 1934, e incluso aumentó la inmigración en la segunda mitad de la década. Mientras que otras naciones se estancaban o retrocedían, la Argentina, al igual que Australia, en verdad creció en los años ’30.
El estancamiento agrario comenzó en los ’30: la producción ganadera siguió expandiéndose hasta el final de la guerra. En una evocación de los cercamientos europeos de siglos anteriores, los términos del intercambio más favorable a la ganadería produjeron un giro del cultivo al pastoreo en el uso de la tierra pampeana. Este fue uno de los factores que facilitaron la migración de mano de obra a las ciudades, en las cuales surgían las industrias protegidas por la Depresión y la guerra.
A la guerra le sucedió el gobierno peronista (1946-1955) con su orientación pro – industria. La política agraria del régimen –monopolización de las exportaciones por el estado, términos domésticos de intercambio favorables a los bienes industriales, congelamiento de los contratos de arrendamiento y aumento de los salarios rurales- condujo a una abrupta caída de la tasa de ganancia. La transformación más notable de la agricultura fue su redirección hacia el mercado interno. La demanda doméstica, que en los de la Depresión consumía alrededor de la mitad de la producción agrícola, absorbía cerca de tres cuartos luego del peronismo. El crecimiento industrial y los altos salarios otorgados por el gobierno expandieron la demanda a la vez que la producción agraria se estancaba o caía.
Este efecto tijera actúa como un freno potencial al desarrollo de los países de asentamiento reciente, debido a la peculiaridad de que sus bienes de exportación también son artículos de primera necesidad para el consumo interno. En los países latinoamericanos típicos, la producción del sector exportador suele ser menos sensible a las variaciones en la distribución del ingreso. La consecuencia fue una diferencia adicional con los espacios abiertos: la marginalización de la argentina respecto de los mercados internacionales.
La industria creció a un ritmo muy rápido luego de la Depresión. La industrialización fue orientada hacia la producción local de bienes que el país no podía importar durante la Depresión y la guerra. El perfil del empleo argentino alrededor de los ’60 se parecía mucho al de los EEUU o Canadá: sus proporciones en metales, vehículos y maquinarias eran muy similares.
La diferencia entre la industrialización argentina y la de otros espacios abiertos residía en el tipo de bienes producidos; a diferencia de Canadá y Australia, la Argentina se concentró en los bienes de consumo. Esta es una segunda divergencia importante respecto del modelo de los espacios abiertos, y presenta una similitud con la pauta latinoamericana de industrialización.
Los bienes de consumo eran producidos con maquinarias e insumos intermedios importados. En eso se funda la debilidad estructural de la industrialización argentina: si la industria manufacturera no puede exportar, depende para su dinamismo y a veces su supervivencia de las divisas generadas por la agricultura. Dado que este tipo de industria de sustitución de importaciones se expandía a la vez que la agricultura se estancaba, se generaban las condiciones para el bloqueo en el caso de que la industria no lograra niveles internacionales de precio y calidad. Fue por ello que la política peronista de protección de industrias que sustituían importaciones solo podía llevar al estancamiento. Podemos ver ahora la naturaleza de la nueva relación que la Argentina estableció con la economía internacional: de ser el motor primario del crecimiento, el sistema mundial pasó a convertirse en un freno potencial.
Desde los años ’50 hasta los ’80, la economía argentina se caracterizó por abruptas fluctuaciones cíclicas. La agricultura volvió a crecer luego de un largo periodo de estancamiento, pero las divisas generadas por este sector fueron insuficientes como para sostener la concentración masiva de trabajo y capital de un aparato industrial cuya capacidad de exportación era todavía muy limitada.
A fines de los años ’70, la sobrevaluación de la moneda y la baja de aranceles de importación produjeron la bancarrota masiva de los rubros menos eficientes de la industria. Hubo una experiencia de exportación de manufacturas durante la Segunda Guerra Mundial, pero terminó abruptamente al reconstituirse la economía internacional. Este conflicto entre el sector primario y la industria constituye una tercera diferencia entre la industrialización argentina y la de los países de asentamiento reciente, y constituye una similitud adicional entre la Argentina y la pauta latinoamericana.
En conclusión, si el desarrollo agrario de la Argentina y la amplitud de su industrialización son comparables en muchos aspectos a los de los espacios abiertos, la especialización de sus manufacturas en bienes de consumo y las relaciones intersectoriales de su economía se parece al modelo del subdesarrollo. Estos dos rasgos “latinoamericanos” adquirieron una importancia decisiva luego de la Depresión. Finalmente, se convirtieron en un freno del desarrollo del país.

Dependencia. Para evaluar el nivel de dependencia de la economía argentina es necesario distinguir entre dependencia comercial y dependencia basada en el control de los medios de producción por actores externos. La primera fue siempre relativamente alta, pero ha estado en aja desde la guerra hasta los ochenta, y la segunda ha sido relativamente baja, pero se ha ido incrementando. Un tercer tipo, la dependencia financiera, adquirió importancia capital en los años ’80.
En cuanto al comercio, la Argentina siempre dependió de la exportación agraria concentrada en unos pocos mercados.
Hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, los lazos con Gran Bretaña y los países de Europa continental no podían ser muy fuertes por la competencia que existía con los EEUU en el mercado de granos y carnes; también por la creación del Mercado Común Europeo, obligando a la Argentina a reorientar sus exportaciones.
El hecho de que la Argentina importara sus manufacturas desde Europa produjo la ruina de las artesanías y las pequeñas industrias del interior.
En cuanto a la dependencia basada en la propiedad de los medios de producción por agentes externos, los capitales británicos y de otros países extranjeros, controlaban las actividades o servicios que hacían posible el funcionamiento de la economía de exportación. El capital externo también controlaba una gran parte de la manufactura y de los servicios públicos.
La importancia del capital extranjero disminuyo luego de la guerra, cuando el gobierno peronista nacionalizó los ferrocarriles y otros bienes, pero volvió a aumentar con la expansión de la industria automotriz y las inversiones en gran escala de corporaciones multinacionales en los años ’60, al punto de que a comienzos de los ’80 la mayoría de las grandes empresas privadas eran extranjeras.
El nivel de dependencia de la Argentina, sin embargo, debe evaluarse en perspectiva comparada. Es cierto que, en lo que concierne a la concentración de productos, este nivel es alto, tal como lo es en otros países de asentamiento reciente y en los latinoamericanos típicos. Sin embargo, uno de los rasgos distintivos de la situación de los espacios abiertos es la capacidad de cambiar la especialización de los recursos de acuerdo con las condiciones cambiantes del mercado. Históricamente, Argentina vario las proporciones relativas de sus exportaciones y productos afines en respuesta a los cambios de precios. Esto constituye un rango estrecho de diversificación, pero presupone un grado mucho menor de concentración de bienes que la economía de monoproducción tan frecuente en América Latina.
Segundo, con respecto a la concentración de relaciones comerciales, ésta fue siempre alta en la Argentina, como en los países de asentamiento reciente y la mayoría de los latinoamericanos.
Agrandes rangos, la dependencia comercial disminuyó luego del giro hacia adentro de la economía argentina. La industrialización extensiva basada en la sustitución de bienes de consumo redujo la dependencia de la economía en su totalidad con respecto a la fluctuación de un número reducido de mercados exteriores. No se logró la autarquía, pero la diversificación interna amortiguó el impacto de la dinámica del sistema mundial.
En tercer lugar, y en relación con los efectos estructurales de la dependencia, es cierto que la incorporación a la economía internacional contribuyó a ahondar en la disociación entre el litoral y la mayor parte del interior, pero debe tenerse en cuenta que el desarrollo es siempre “desigual”. El peligro, en todo caso, no es la discontinuidad per se, sino la probabilidad de que el desarrollo desigual se vuelva también “combinado”.
Cuarto, la dependencia basada en el control de medios de producción por empresas extranjeras también debe ser considerada en perspectiva relativa. La tierra era el recurso productivo estratégico, y siempre ha estado en manos de la clase alta doméstica. Esto distingue a la Argentina de la situación latinoamericana de enclave, donde en muchos casos el sector exportador era controlado por firmas extranjeras. En cuanto a la manufactura, es importante recordar que, aun si las corporaciones privadas mayores eran extranjeras, las empresas medianas y pequeñas y el sector público todavía abarcaban la mayor parte de la industria. Por consiguiente el sector de la industria controlado por actores domésticos era mucho mayor que aquel bajo control internacional.
Por lo tanto, la Argentina era ciertamente dependiente, tanto con relación al comercio como en cuanto al control de los recursos productivos, pero no era más dependiente que las tierras de asentamiento reciente que se industrializaron con éxito, tales como Canadá o Australia, y lo era menos que los países latinoamericanos que se desarrollaron a partir de las economías exportadoras de enclave.

Igual. Para usar una distinción corriente, el contraste entre los modelos de “país nuevo” y de subdesarrollo fue formulado en la literatura más en términos de igualdad de oportunidades que de igualdad de resultados. Se suponía que los espacios abiertos generarían niveles de vida más satisfactorios.
Es indiscutible que la trayectoria argentina en estos aspectos ha sido más cercana a la de los países de asentamiento reciente que a la pauta latinoamericana. Los salarios constituyen un buen indicador, que eran más bajos que en los espacios abiertos y más altos que los del resto de América Latina.
Pero, aun después del deslizamiento, los niveles de vida y las oportunidades de movilidad social se mantuvieron más altos en la Argentina que en los países latinoamericanos típicos y, en algunos casos, permanecieron dentro del rango de los de asentamiento reciente. En términos de tasas de mortalidad infantil, la Argentina siempre estuvo a la zaga de los espacios abiertos.
En cuanto a la nutrición, la Argentina siguió estando al nivel de los espacios abiertos. En cuanto a la educación superior, la matricula era, aun en los ’60, superior a la de los países mediterráneos. A fines de los ’60, esa diferencia había desaparecido, pero la mayoría de las naciones latinoamericanas estaba aún rezagada.
Las expectativas de los inmigrantes se ampliaron.
Este panorama se acerca más al modelo de los espacios abiertos que a la pauta del subdesarrollo.
Respecto de la distribución del ingreso, la Argentina en los años ’70 ocupaba una posición intermedia entre los países “desarrollados” y los “subdesarrollados”. A grandes rasgos, era menos igualitaria que los espacios abiertos y los países mediterráneos.
Por lo tanto, el panorama en relación con la igualdad es consistente con la pauta de evolución económica. La Argentina estaba, antes del viraje, mucho más cerca del modelo de los espacios abiertos que del latinoamericano. Luego del deslizamiento, el país comenzó a moverse en la dirección contraria, pero la educación superior masiva continuó produciendo movilidad ascendiente, y los niveles de vida siguieron siendo relativamente altos.

Heterogeneidad estructural. La heterogeneidad estructural constituía otro resultado de las distintas dotaciones de tierra y trabajo. Se supone que la situación de espacios abiertos conduce a una sociedad en la cual las relaciones sociales capitalistas se generalizaban hasta convertirte en exclusivas. Las sociedades subdesarrolladas serían más proclives a articular un sector “moderno” con otro “tradicional” o precapitalista, en una pauta de desarrollo combinado. En este sentido, la Argentina siempre ha estado más cerca de las tierras de asentamiento reciente.
Los procesos de expansión de la agricultura de clima templado, inmigración y urbanización implicaron la expansión de la producción basada en el trabajo libre. La Argentina constituyó un “mercado de trabajo unificado”. Es importante señalar que el arriendo rural era una actividad plenamente capitalista. La afirmación de un rasgo “semifeudal” es incorrecta, puesto que los productores rurales no estaban atados a la tierra, y producían para el mercado.
En cuanto a la periferia argentina era del tipo de frontera y por lo tanto se ajustaba al modelo de los espacios abiertos. Pero el noreste es una pequeña periferia tradicional.
La contraparte urbana de esta situación es el sector informal, los artesanos y “autónomos”, que indica un apartamiento con respecto al capitalismo clásico. Es grupo no se ha reducido con el tiempo, sino que se ha incrementado abruptamente desde el viraje. Este proceso se intensificó en los años ’70, debido a las políticas económicas implementadas hacia el final de la década. La disminución de la protección efectiva a la industria manufacturera condujo entonces a una reducción importante del empleo industrial. Una consecuencia social del deslizamiento, entonces, ha sido la marginalización de una proporción creciente de la población con respecto a las relaciones sociales capitalistas. También en su estructura social la Argentina se está volviendo latinoamericana: se está formando una reserva de trabajo considerable.
El balance general de este análisis comparativo de la economía y la sociedad argentinas es que el país cambio su carril de desarrollo. Antes de la Depresión, la Argentina se encontraba mucho más cercana a las tierras de asentamiento reciente que a las naciones latinoamericanas en casi todos los aspectos. Desde los años ’50, la situación de la Argentina ha cambiado. En los años ’80, la agricultura seguía siendo muy productiva y menos dependiente debido a su mayor diversificación. Sin embargo, el país se había deslizado en términos relativos. Aumentó su distancia con el modelo de espacios abiertos, fue superado por las sociedades mediterráneas, y comenzó a exhibir las características del subdesarrollo: economía letárgica o estancada, sector manufacturero ineficiente, bloque social, y un considerable segmento de la fuerza de trabajo en la economía informal.

Panorama general de la inversión: sociedad y política.
Democratización detenida.
Caractericé anteriormente el periodo 1880-1930 como una democracia liberal en expansión.
En primer lugar, dado que la masa de la población no estaba movilizada, la elite y algunos sectores de las clases medias eran inicialmente los únicos participantes. En segundo lugar, como las diversas facciones o partidos representaban a diferentes segmentos de la elite, el pluralismo o la tolerancia al desacuerdo tenían un margen relativamente estrecho en términos de la diversidad de intereses realmente en pugna (pelea, rivalidad).
Lo que distingue a las democracias liberales en evolución de los regímenes exclusionarios preindustriales en su respuesta a la movilización. Estas respuestas se basan en tres estrategias de las elites: inclusión, o sea la extinción del derecho a participar en política como fuerza independiente; exclusión, la negación de ese derecho; y cooptación, una forma intermedia consistente en la participación bajo el control de la elite o del aparato del estado, por lo general sobre la base de mecanismos corporativistas. En los países de industrialización temprana y en las tierras de asentamiento reciente, la estrategia predominante de las elites ha sido la inclusión, mientras que en los de industrialización tardía del Mediterráneo y América Latina han sido propensas a la exclusión y a la cooptación, de modo que durante gran parte de su historia como sociedades industriales estos países han oscilado entre regímenes a propietarios y corporativistas.
En lo que a la Argentina respecta, el aspecto incluyente de la respuesta de la elite a la movilización de las clases media y obrera, antes de 1930, está indicado por la tolerancia a la oposición pacífica de los partidos Radical y Socialista, que representaban a estas nuevas fuerzas sociales; por la Reforma de 1912. Existió un elemento secundario de exclusión, generalmente desencadenado por las actividades violentas de los anarquistas. Pero en comparación con otras sociedades, su utilización fue limitada.
En lo que respecta a la participación, estaba restringida por el nivel bajo de movilización, pero también por prácticas electorales fraudulentas.

El régimen oligárquico debe ser evaluado en una perspectiva comparada. Ciertamente, no ocupo un lugar muy alto en la escala democrática, pero no tendría ningún sentido ubicarlo en la misma categoría que en los regímenes autoritarios como la Alemania de Bismark o la Rusia zarista. El punto crucial es que la elite argentina, de hecho, extendió la participación a las nuevas clases generadas por el desarrollo, y estaba dispuesta a cumplir las normas del juego democrático liberal, incluyendo la pérdida del control del gobierno, siempre y cuando no peligraran sus intereses económicos básicos. Las elites de muchos países de industrialización tardía no mostraron tal inclinación.
Las peculiaridades de la evolución política argentina se relacionan con dos rasgos que distinguen a este país de las tierras de asentamiento reciente y de la sociedad latinoamericana típica. A diferencia de los espacios abiertos, la Argentina tenía una clase alta terrateniente que controlaba el aparato del estado y, a diferencia del caso modal latinoamericano, su población incluía una alta proporción de inmigrantes.
La presencia de los inmigrantes contribuyo al desarrollo de la democracia debido a su peso y marginalidad que permitieron a la elite reconciliar las normas ideales de la democracia con la realidad de su control del estado. Dos rasgos de este contingente inmigratorio de comienzos de siglo permiten comprender cuan bajo fue el costo de la reforma política para la elite. En el litoral, entre el 50 y 70% de los hombres mayores de 20 habían nacido en el extranjero, y en todo el país, solo el 1.4% habían obtenido la ciudadanía argentina para el 1914.
Las razones son varias. En primer lugar, según Sarmiento, a los inmigrantes les interesaba más hacerse ricos que convertirse en ciudadanos de la nueva nación. Segundo, Solberg ha mostrado que la naturalización requería complejos procedimientos burocráticos, que la elite no tenía ningún interés en simplificar. Tercero, Oscar Cornblitt dice que antes de que los radicales llegaran al poder, los partidos argentinos no habían formado los aparatos urbanos para la asimilación política de los inmigrantes. A su vez, los radicales no se orientaban hacia los extranjeros. Cuarto, los inmigrantes que llegaban a la Argentina carecían de una tradición de participación política autónoma. Y por último, como los derechos políticos no eran muy significativos antes de la Reforma de 1912, pocos inmigrantes experimentaban la necesidad o el incentivo de hacerse ciudadanos.
Estas peculiaridades de la población extranjera permitieron a la elite legitimar los aspectos exclusionarios de su respuesta a la inmovilización de las clases bajas.
Esto no significa que la Reforma fuera irrelevante. Es cierto que la elite cedió ante la movilización porque esperaba ganar bajo las nuevas reglas, que esperaban que la participación canalizara la militancia obrera y que tenían una cierta aprensión hacia las rebeliones radicales. Pero sabían bien que en una o dos décadas, los hijos de los inmigrantes se sumirían al electorado, y toda la población masculina tendría entonces el derecho al voto.

Veamos ahora la otra peculiaridad de la Argentina en relación con los espacios abiertos: la existencia de la oligarquía terrateniente. Las clases altas locales estaban constituidas como fuerzas políticas. En términos sociales, esto significó la emergencia de una clase dominante nacional relativamente homogénea, a partir de un conjunto de elites locales enfrentadas entre sí.
La organización de la economía exportadora, la inversión extranjera y la inmigración masiva pusieron de manifiesto la efectividad de la elite, y reforzaron la legitimidad del orden social, de modo tal que la elite se convirtió en una fuerza hegemónica. En el largo plazo, sin embargo, la transformación minó la legitimidad política. La razón fue que estos desarrollos económicos y sociales generaron procesos de movilización antes de que las nuevas instituciones políticas alcanzaran niveles altos de legitimidad entre los diversos grupos sociales. Una legitimidad de ese tipo implica una aceptación automática emocional antes que racional. Solamente en esa situación las fuerzas sociales y políticas, y en particular las elites, desarrollan concepciones estables del interés general como subordinado a instituciones impersonales. La constitución de una legitimidad de esta clase presupone al menos dos condiciones: eficacia y tiempo, la última de las cuales estaba ausente en el caso argentino.
La institucionalización de la democracia liberal fue frustrada. En la medida en que no tuviera conflictos con estas nuevas fuerzas, la oligarquía estuvo dispuesta a transferir el poder. También toleraba la oposición obrera pacífica. Pero, en cuanto peligraron sus intereses básicos, la elite agraria revocó su apoyo a la democracia liberal, y retomo el control del estado.
Hasta 1930, todas las fuerzas sociales y políticas, con la excepción de la facción anarquista de la clase obrera, coincidían en la aceptación de las características básicas de la sociedad argentina y su inserción en la economía mundial.

No había conflicto entre agricultura e industria, y el capital extranjero estaba dominado o aliado con el doméstico.

De este modo, las oposiciones entre las elites del litoral y del interior eran compatibles con la hegemonía de la clase alta agraria. Estos eran conflictos sobre la participación en la toma de decisiones o la distribución del excedente, más que sobre la propiedad o el carácter de las instituciones políticas.

Cuando la Depresión se abatió sobre la Argentina, la hegemonía de la elite fue puesta en cuestión. Por un lado, la posición del país en el sistema internacional debía ser renegociada


 

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