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Patologías Fronterizas |  Clínica de Adultos (Cátedra: Vázquez - 2017)  |  Psicología  |  UBA

Borders

Las patologías fronterizas o borderline, no se ubica entre la neurosis y la psicosis, sino en el borde de la neurosis. Se los considera dentro de los trastornos narcisistas. Estos sujetos no pueden disponer de los recursos del significante, es decir, hay ausencia de formaciones del inconciente, no pudiendo entonces hacerse representar por un síntoma ni concebir a un otro dispuesto a escuchar lo que él tiene para decir, es decir, no puede instaurarse el Sujeto Supuesto Saber. En ellos se presenta una “falta de confianza en el significante.

Es por esto que estos pacientes son difíciles de diagnosticar. No llegan a análisis representados por su síntoma y articulando una pregunta en relación a él, incluso muchas veces ni siquiera se quejan de algún síntoma, sino que en su lugar presentan representaciones como enfermedades psicosomáticas, alcoholismo, anorexia, acting out o impulsiones.

Además, otra de las cosas que puede dificultar el diagnostico de estos pacientes es la presencia de una sintomatología polineurótica, por ejemplo, fobias referidas al cuerpo, conversiones asociadas a manipulación, preocupaciones invasoras, temores hipocondriacos. Pero las defensas de estos sujetos son más primarias que la de los neuróticos, tales como negación, identificaciones proyectivas y escisión.

Algo quizás a favor es que se los puede diferenciar de la psicosis por no estar comprometido el juicio de realidad ni inventar una lengua personal como la del delirio.

Hay tres características fundamentales en la clínica de los pacientes borderline:

La primera de ellas tiene que ver con las dificultades en la transferencia.  En estos pacientes la transferencia en el análisis nunca termina de instalarse, ya sea porque faltan, no tienen nada que contar, abandonan, no comprenden una interpretación o reniegan de ella. Como se dijo anteriormente, no tienen confianza en el significante, es decir en un otro, en este caso el analista, que escuche lo que él tiene que decir. No pueden asociar libremente, al menos en un comienzo, y no producen formaciones del inconciente. En general, son sujetos que “actúan” como una mostración al otro, aquello que no dicen en palabras.

La segunda característica fundamental en la clínica con estos pacientes, es el trauma infantil no reprimido. Muchos de estos pacientes tienen una particular relación con algún trauma de la infancia, el cual no pareciera estar reprimido, sino que tiene una imperiosa actualidad, como si el tiempo no hubiera pasado, lo viven como “una herida en carne viva”. Estos recuerdos, en lugar de reprimirse y funcionar bajo las leyes del inconciente, han persistido como traumáticos, sin modificación alguna, sin tramitación. La más de las veces, esto tiene relación a un Otro que lo ha descuidado en un tiempo instituyente, donde fue necesario un Otro que escuche, lea e interprete los significantes del sujeto, un Otro que en aquel tiempo ha fallado en su función, instaurando de algún modo la falta de confianza en el significante. Heinrich toma de “más allá del principio del placer”, entre otras cosas, el juego del carretel o del fort da, para comenzar a explicar algo de esto traumático. Ya que allí el niño juega una y otra vez a repetir lo displacentero, lo traumático, el “da”, la partida de la madre, en un intento de elaboración psíquica de esa renuncia pulsional,  un intento de ligazón. Además, se agrega lo dicho por Lacan, de que el niño se identificaría al carretel haciéndose desaparecer él, recubriendo así la carencia del Otro. Con todo esto, Heinrich plantea la posibilidad que en el paciente border se haya producido la metáfora paterna, pero luego haya una falla en el intento de ligadura, un fracaso en el  “tiempo del fort da”, que dejará como resto el trauma con acuciante actualidad. Y agrega, una falla en el “juicio del otro”, en la interpretación de lo que el niño ha dicho.

La tercera característica, la más manifiesta en estos pacientes, es el acting out, las impulsiones y la acción casi como forma de vida. El acting out es una respuesta que se produce en análisis, y también fuera de él, como una mostración a un Otro, un llamado de atención al analista, allí donde este ha fallado en su función. Si el analista falla en su función de escucha y lectura de los significantes, de sostén del paciente, el paciente puede sentir que el analista no está, soportando su lugar en la transferencia y se produce  un acting out, al cual Lacan define como transferencia sin análisis. Entonces, el acting out podría desembocar en dos salidas posibles, el pasaje al acto, donde la escena mostrada se desgarra y el sujeto se arroja fuera de ella, o la entrada en lo simbólico del análisis. Ante un acting out, se podría decir que el analista esta advertido que es una respuesta a una intervención fallida de su parte y deberá ver como reconducir el discurso al plano de las formaciones del inconciente, de lo simbólico. Además, Heinrich plantea que el acting out respondería a una forclusión, pero no del significante primordial, el cual si estaría instalado. Hay algo que habría sido forcluído y retornaría en lo real de la escena en forma, por ejemplo, de actuación.

Estas tres características funcionan en conjunto, es decir, un trauma que no pudo ser articulado convenientemente y por esto no pudo ser reprimido, y retornará de otro modo, en lo real de la escena como acting out. Un Otro que ha fallado en la interpretación y la escucha dejando allanado el camino a la posterior demanda de análisis dirigida a un Sujeto supuesto Saber, imposibilitando la instauración de la transferencia.

Lo cierto es que para que la realidad provoque rupturas o desorganice debe haber un terreno fértil para ello, un yo con grietas y fallas en su constitución que se vea imposibilitado de defenderse y hacer frente satisfactoriamente a los vasallajes a los que está sometido. En los pacientes border, se supone una falla en el recorrido de la libido, no produciéndose una aceptable configuración del narcisismo. Por esto, presentan conflictos en el sentimiento de existencia, identidad y autoestima, un miedo acuciante a la fragmentación del yo. Son sujetos que acarrean un enorme sufrimiento por sentirse inconsistentes y con poco valor. Desde su infancia han sido privados de una mirada y un discurso que les devolviera una imagen cohesiva y deseada de sí mismos con la cual identificarse, reconocerse y quererse. Han quedado a expensas de la intensidad de los estímulos sin mediación satisfactoria. Ha habido una falla en la función materna encargada de decodificar y codificar los signos de su bebe. Por ello, es común en ellos la sensación de vacío, las depresiones, desbordes, impulsiones y la intolerancia enraizados en las fallas primarias de su constitución psíquica. La dependencia a un objeto la viven como una herida contra su integridad narcisista, por esto, muchas veces abandonan el análisis antes de ser abandonados. Es “en y por” la trama intersubjetiva que un sujeto adviene, y en estos pacientes ha habido una falla en su constitución subjetiva, en relación a otro que ha fallado en su función.

La utilización del discurso como acto de manera inconciente, común en estos pacientes, tiene el fin de provocar sensaciones en el analista, el cual es puesto en el lugar de objeto, para que sienta lo que no puede sentir o representar. La realidad los excede, los desorganiza y les provoca intensas angustias, no solo por no poder simbolizar las grandes magnitudes de estímulo, que mantienen lo traumático en constante actualización, sino que eso además conlleva no poder hacerse responsables de sus propias acciones y las consecuencias que les vuelven como un boomerang, ya que el descontrol impulsivo suele ser crónico, repetitivo y de una gran potencial autoagresivo, viviéndolo como egosintónico durante el episodio mismo, pero convirtiéndose en egodistónicos una vez finalizado, provocando sentimientos de enojo, culpa y vergüenza que no pueden manejar.

Parte de las actuaciones de estos sujetos es para paliar el vacío instalado en ellos. No toleran experimentar emociones genuinas, tienen una insatisfacción permanente y una frustración constante. Sus objetivos son inalcanzables y si los alcanzan estos pierden valor de inmediato. Sus logros no son vividos como propios, los invade una sensación de extrañeza.

El paciente border vive al objeto, el analista incluido como tal, en función de la satisfacción de sus necesidades. Por esto un rasgo característico es la manipulación del otro, por ejemplo, a través del victimismo, seducción, conductas psicopáticas. Y cuando no lo logran pueden aparecer reacciones agresivas. Todo esto pone a prueba la tolerancia del analista a no “contra-actuar” y su plasticidad para no permitir ser manipulado y poder dirigir la cura. En análisis, estos pacientes pueden vivir las intervenciones como órdenes o idealizaciones. Por ello, el analista debe prestar especial cuidado a la contratransferencia ya que estos pacientes pueden despertar sentimientos de enojo, impotencia, frustración, como así también de salvación y rescate. Hay que tener cuidado de no sobre involucrarse y romper el encuadre. Hay que prevenir el acting out del analista.

El trabajo analítico consiste en un principio en ir construyendo una relación objetal posible diferente. No debe interpretar demasiado rápido llenando el vacío, ni quedarse en silencio repitiendo la inaccesibilidad del objeto anhelado y frustrante. Sino sostener el tratamiento, en miras de en algún momento lograr una entrada en lo simbólico del análisis, con su presencia como terapeuta-objeto como forma de crear una nueva modalidad vincular, que permita lograr una mayor confianza en el otro y en sí mismo. El analista regala representaciones-contenido y ofrece un lugar-conteniente para albergarlas. Por esto es que la demanda no es de análisis, sino podría decirse que lo que se demanda es a un otro que hable por él y se funda en él, y la labor del analista consiste en que pueda reintroyectar aquello que depositó en el analista.


 

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