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1° Cuat. de 2014  |  2° Parcial (A)  |  Profesor: Graciela Ferras  |  Cátedra: Rossi

Compare y desarrolle los pensamientos de Martín Lutero, Tomás Moro y Nicolás Maquiavelo alrededor de los siguientes ejes:

1) La legitimidad del poder político: del origen divino y supraterrenal al origen terrenal. De la política como relaciones entre principios a la política como relaciones entre hombres.

2) De la idea del bien común a la idea de conservación del poder político como fin en sí mismo.

3) Del orden y la obediencia versus conflicto y libertad.

1) El poder divino es planteado por Lutero como algo que todo lo sabe, omnipresente y que hasta envía a la tierra príncipes locos en forma de castigo. De la autoridad de su divina providencia se deriva la autoridad secular; se establece una clara diferencia de jurisdicciones entre los enviados de Dios en la Tierra (papado y sus subordinados) y la autoridad secular.

El orden cristiano es separado por Lutero en un mundo aparte del terrenal; un espacio sin leyes ni espadas, ya que ambas fueron hechas a causa de los injustos. Es imposible gobernar a todos como se gobierna el reino celestial, por tanto es necesaria una autoridad secular. Los cristianos se dejan gobernar sin miramientos y los hombres regulares son cautelosamente vigilados y castigados.

Ambos reinos se mueven con libertad de acuerdo a la autoridad concedida, pero al fin y al cabo para el sacerdote alemán, Dios todo lo ve y todo lo oye y es el que tiene la última palabra que otorga legitimidad a los órdenes terrenales y también los limita. La autoridad secular pierde legitimidad y dominio cuando los espacios del orden celestial comienzan. En definitiva, el poder deviene de Dios pero éste entrega el mismo a la política.

De manera paralela, Lutero alega que “hay que obedecer a Dios antes que al hombre”. Es aquí donde es posible anunciar la descomposición del poder con la esfera de lo sagrado conjuntamente con la debilidad del papado, tan característicos rasgos de su época. La fuerte crítica del sacerdote excomulgado por León X a la legitimidad que hasta el momento otorgaba el Papa a los gobiernos seculares llevaría, junto con otros sucesos históricos, a la laicización del poder político; a la política como relaciones entre hombres de carne y hueso, custodiadas por aquél distante pero anunciado leviatán que resultaría ser el Estado.

Por otro lado, el florentino Nicolás Maquiavelo rompió con todos los paradigmas políticos de su época y de épocas anteriores. Propone una autonomía de la política, separada de otros aspectos de la vida social, tales como la ética. Se propone éste una política amoral, en la que no se juzgará nada como bueno ni horrendo esencialmente. En su obra principal titulada El Príncipe y en cada uno de sus veintiséis capítulos se versa sobre las cualidades que deberá tener un gobernante asegure su poder; poder que no está legitimado ni de lejos esencialmente en aspectos ni identidades supra terrenales. Su filosofía política no fue aceptada hasta el umbral modernista; ésta teoría estaba basada en la negación del teórico florentino en la existencia de un orden anteriormente establecido por la omnipotencia celestial que pueda servir de fundamento al valor o la ley de los hombres. Al cancelar este supuesto trascendental da al hombre la posibilidad del autogobierno de acuerdo a sus propias leyes y valores.

El príncipe deberá ser temido, pero no odiado por sus súbditos porque, al fin y al cabo, es en el pueblo, la parte más numerosa de toda sociedad, donde se encuentra la última y primordial fuente de legitimidad de la autoridad. Es aquí donde admite Maquiavelo que un Estado puede ser permanente sólo si admite cierta participación del pueblo en el gobierno y si el príncipe dirige los asuntos ordinarios del Estado de acuerdo con la ley, respetando la propiedad de los súbditos. En resumen, la legitimidad política según “el Galileo de la política”, Maquiavelo, reside en la fuerza prácticamente tiránica del mandatario pero en buena parte en el afecto de sus subordinados y en la estabilidad que éstos ofrezcan al principado en cuestión.

Este visionario, en forma de cierre, fue y es uno de los escasos pensadores de nuestra tradición que ha dedicado al poder la centralidad total de su pensamiento filosófico político.

En último pero no menos importante lugar sitúo a Tomás Moro, partidario de la literatura utópica e ideal. En su Utopía (obra) un narrador que ha vivido en la isla homónima ideal planteada por el autor describe absolutamente todo de su sociedad perfectamente organizada.

El autor en el desarrollo del texto propone como legitimación del poder político a la propia organización social que cubre homogéneamente todos los rincones de la isla. Cada determinado número de familias, existe un Sigrofante. Doscientos sigrofantes se reúnen para votar a un príncipe vitalicio, quien gobernará para el bien común y felicidad de su sociedad. Como ha sido prohibido el uso del dinero en la isla, no existirá el problema del egoísmo entre hombres, con lo que es fácil y totalmente posible prescindir de esa autoridad ferviente, inexorable y punitiva que Moro observa en su natal Inglaterra.

2) Martín Lutero observa al bien común como un deber cristiano, un deber de obediencia y sumisión. Todas estas cualidades describen al perfecto súbdito, que no hace nada más y nada menos que permitir la paz con esa forma de ser. El príncipe cristiano debe vivir y gobernar por y para su pueblo, sentir como suyos los agravios de sus súbditos y procurándoles lo mejor, permitiendo un libre desarrollo de la fe.

El bien común florece gracias a la sociedad en común en tanto no haya conflictos sociales pero el principal actor y propulsor deberá ser su príncipe.

Un príncipe, en palabras de Maquiavelo, deberá garantizar más que el bien común, aquélla sensación de que aquél existe (según mi propio punto de vista). Deberá, como anteriormente se expuso, procurar que sus súbditos no estén de tal forma oprimidos que les resulte insoportable vivir así y se destituya al príncipe. Es éste quien, en síntesis, deberá procurar aquella seguridad y estabilidad para que se viva en paz, tanto interiormente como exteriormente.

Es el único autor planteado que propone que la política sea conservada por sus propios medios. Es la autonomía de la esfera política, independiente de cualquier planteo ético y religioso. Maquiavelo admite que un príncipe debe gobernar y no siempre será de un modo éticamente perfecto sino como lo permita la situación.

Según Tomás Moro, el príncipe o jefe será sabio y prudente, por tanto habrá de gobernar siguiendo a los intereses comunes que se planteen en su comunidad.

3) “La obediencia en el mundo terrenal debe ser rendida al príncipe”. Esas son las afirmaciones irrevocables del sacerdote agustinista al referirse al tópico “autoridad”. La forma de resistirse a ésta es correcta sólo cuando se confiesa la verdad. Lutero durante toda su obra no deja de defender y justificar a la autoridad secular cuando han de mermar una rebelión dado que la autoridad está envestida para castigar a los injustos y jueces de su propia causa. “Quien se resiste a la autoridad resiste al ordenamiento y voluntad celestial” les dice Lutero a los represores, para afirmarles que reprimir un levantamiento social está mal, es blasfemo y merece ser castigado sin culpa.

Conflicto y libertad (la última entendida más bien como libertinaje) son dos cosas nocivas que terminarían por devastar a un país, ya que hay que ser tanto súbditos del príncipe bueno y piadoso tanto como del tirano. Dado el caso, si un príncipe se equivoca o es injusto, se puede protestar cuando el reclamo es válido, pero cuando el príncipe en cuestión oprime para que se le obedezca sin miramientos no hay que quejarse sino aguantar y esperar que el castigo divino caiga sobre él. Lutero plantea como soporte de su tesis de obediencia-autoridad el supuesto cristiano de auto sacrificio y amor al prójimo, por eso dice que el príncipe es portador de la espada en defensa de los justos e inocentes y es por esto que ha de condenar a los rebeldes primero por romper el voto de obediencia que éstos juraron, y segundo por jugar el papel del mayor blasfemo que ponga sus pies sobre la tierra.

El orden y la obediencia según Nicolás Maquiavelo están basados en la estima del pueblo hacia el príncipe. Cuando el pueblo se mantiene conforme, la obediencia y el respeto hacia el príncipe y su orden son totalmente absolutos. La razón de la existencia del Estado es el orden y la seguridad. El príncipe para conservar el orden y consiguientemente la seguridad deberá actuar contra su fe, religión y todo lo que se interponga en su camino.

En El Príncipe, el autor plantea un binomio entre dominio y libertad. La ley nace por la fuerza y la acción pero luego muy difícilmente ha de ser mantenida, una vez establecida, por la fuerza y la opresión.

En cuanto a la conquista de una ciudad anteriormente acostumbrada a vivir libre, Maquiavelo propone al príncipe aplastarla. ¿Por qué? Porque los acostumbrados a vivir libres jamás querrían estar en el yugo de un principado autoritario, entonces los conflictos florecerían e imparables, contribuirían desde la falla en la conquista hasta la ruina del propio príncipe.

La obra de Nicolás Maquiavelo, como anteriormente se dijo, está enteramente dirigida a la voluntad del poder, y más correctamente, del poder absoluto del príncipe cuando de conflictos se trata.

El humanismo de Tomás Moro está impregnado de una visión del hombre como ser natural e histórico que debe realizarse en el uso de la libertad. Libertad y tolerancia religiosa son las piedras angulares de la vida en Utopía conjunto con la creencia de que la vida política y la moral no podían ser del todo disociadas. En la sociedad ideal de Moro absolutamente todo está ordenado. Hay pocas leyes, esenciales y de fácil comprensión, lo que lleva a que cada uno sea juez en su propio pleito menor. Los que desobedecen son esclavos (algo deshonroso).

No existen los problemas por la propiedad ni las clases porque todo allí es común y se aborrece el uso del dinero. Éste es tenido como algo indeseable, ya que estamos hablando de una sociedad que se vale principalmente de la actividad agrícola; es de tal forma que los esclavos son los únicos portadores de la vergüenza de usar grilletes de oro y otros metales preciosos en señal del más profundo castigo.

La libertad para el autor londinense es más poderosa que el castigo, aunque en su sociedad planteada (casi monótona y falta de pasión) es muy fácil suponer que “libertad” no es lo mismo que libertad absoluta de elegir todo cuanto uno quiere y desea, sino libertad frente a lo monetario.