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Final B  |  Semiología (Cátedra: Di Stefano - 2018)  |  CBC  |  UBA

(Continuación del texto)


Trabajo siete horas por día, duermo otras siete y una aplicación me dice que en promedio uso el teléfono cinco horas diarias. También que lo desbloqueo unas 150 veces por día: eso quiere decir que no puedo pasar siete minutos despierto sin volver a él. Lo primero que hago cuando suena la alarma por la mañana, antes de ir al baño, lavarme los dientes y la cara, es mirar si me llegó un mail importante, cuántos likes tuvo la última foto que subí a Instagram o si se viralizó alguno de los tuits que publiqué el día anterior.

Uso WhatsApp para hablar con mis jefes, con mi novia, con mis amigos. Juego en el smartphone, uso una app que me dice cuántos kilómetros corrí y cuántas calorías quemé, otra me informa cómo llegar a direcciones que desconozco, otra cómo estará el clima —he llegado a mirarla antes de abrir las cortinas de mi cuarto— y otra hace todas mis transferencias bancarias. El iPhone es la extensión perfecta de mi mano derecha.

Como periodista que escribe de tecnología estoy todo el tiempo visitando páginas, chequeando redes sociales, buscando historias que sean relevantes y que pueda investigar. Así me topé con Moment, hace tres semanas, y decidí bajarla. Si bien la app era vieja —nació hace un par de años, una eternidad en el rubro—, nunca me había interesado la idea: una aplicación que te avisa si usas demasiado el celular. Pero esta vez quise hacer la prueba. En el último tiempo, varias personas me habían dicho que parecía un adicto, que miraba el celular cuando me estaban contando algo o que no parecía prestar atención ni siquiera en las reuniones de trabajo.
[...]

Me puse a buscar noticias sobre adicción al smartphone —mientras la app me enviaba mensajes de alerta para que dejara de usarlo—, y me topé con una noticia que, si bien ya tenía varios meses, terminó por preocuparme: una de las personas más importantes en la historia de Facebook había hablado en contra de la red social, admitiendo cómo jugaron con la “psicología humana”. Sean Parker, el hombre que hirió de muerte a las discográficas cuando creó Napster y que más tarde se convirtió en el polémico primer presidente de Facebook —retratado por Justin Timberlake en la película Red Social—, decía estar muy preocupado por cómo las redes sociales están afectando la cabeza de las personas que las usamos.


En una entrevista al medio estadounidense Axios, Parker reconoció lo que pensaban a la hora de crear Facebook: “¿Cómo podemos consumir la mayor parte de tu tiempo consciente? Teníamos que darte un poquito de dopamina a cada rato. Porque alguien te había dado me gusta o porque había comentado tu foto. Y eso contribuye a la creación de más contenido para, de nuevo, crear más comentarios y más me gusta”.



Me pareció tan burdo que sentí que había entendido mal. ¿Estaba diciendo que nos hicieron adictos de forma consciente? Sí, lo estaba haciendo: “Es la clase de cosas que se le ocurriría a un hacker como yo, porque estás explotando las vulnerabilidades de la psiquis humana. Los creadores de redes sociales como yo, Mark [Zuckerberg] o Kevin Systrom [Instagram] entendimos muy bien que esto iba a suceder y aún así lo hicimos”.



Algo angustiado, recurrí a Google y empecé a investigar más sobre el tema. Parker no era el único ex Facebook que había salido a hacer su mea culpa. Chamath Palihapitiya, que estuvo en la empresa hasta 2011 y fue vicepresidente de crecimiento de usuarios, también tenía remordimientos. En un foro de la Escuela de Negocios de Stanford dijo: “Los ciclos de retroalimentación a corto plazo impulsados por la dopamina que hemos creado están destruyendo el funcionamiento de la sociedad”.


Todos hablaban de dopamina y yo necesitaba averiguar no sólo qué era, sino además qué generaba cada like en una recóndita zona de mi cerebro. Por eso contacté a la bioquímica Katia Gysling, profesora de la Universidad Católica y reconocida investigadora del sistema dopaminérgico, quien me lo explicó de manera simple: “Es un neurotransmisor que determina nuestra motivación para acceder a la comida, a la interacción social, incluso al apareamiento. Es esencial para poder motivarnos. Las drogas adictivas y los estímulos generados por factores como obtener recompensas económicas o sociales producen una gran liberación de dopamina”.


“¿Es cierto lo que dice Parker?”, le pregunté a la bioquímica. La respuesta fue un golpe a la mandíbula: hay individuos, me dijo, a los que sí les puede generar una gran liberación de dopamina cada like.

No le quise preguntar si yo era uno de esos individuos.

 

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